Para La Capital
El primer episodio de la serie The
Walking Dead se emitió el 31 de octubre de 2010, es decir la Víspera de
Todos los Santos (All Hallows’ Eve), que incluso aquí conocemos como Halloween.
Desde entonces, aunque sin la precisión original, cada octubre llega una nueva
temporada con sus zombies cada vez más descarnados y los conflictos de sus
protagonistas cada vez más encarnizados. Podría decirse que en una década la
suculencia de la serie –una de las más vistas de la era dorada de la ficción
televisiva– mermó del mismo modo que sus muertos vivos fueron perdiendo
carnadura.
Sin embargo, a partir de la octava
temporada The Walking Dead introdujo innovaciones destacables. Por
ejemplo Maggie Green, el personaje que protagoniza Lauren Cohan, estuvo embarazada
por lo menos dos años desde que Negan (Jeffrey Dean Morgan) le destrozara la
cabeza a garrotazos a su esposo. Pero este salto sobre las leyes de la física y
la biología no se limita al embarazo de Maggie. En ese mismo lapso –meses más o
menos–, Judith, la hija de Rick Grimes (Andrew Lincoln) creció como cuatro
años. Pero son apenas detalles. ¿Qué puede importar que un personaje postergue
el parto de manera indefinida cuando los muertos no se mueren? Incluso algunos
personajes no se mueren después de que el espectador los viera sucumbir bajo
una horda de zombies, o presenciara cómo los envolvía la llamarada de una
explosión sobre un puente cargado de “caminantes”, como sucedió con Rick Grimes
al final de la novena temporada.
Monstruos
En un célebre ensayo de principios de
los 80 (se lee acá), Franco Moretti –quien analiza
las figuras de Drácula y Frankenstein en “Dialectics of Fear”– escribe: “El
monstruo expresa la ansiedad por un futuro que será monstruoso”.
Lo primero que supimos cuando empezamos
a ver The Walking Dead en octubre de 2010 fue que los monstruos, los
zombies que atacan a los vivos, eran una amenaza secundaria, porque el villano
principal era el monstruoso vecino humano, un sencillo oficinista que
encontraba en el apocalipsis zombie la ocasión de desplegar toda su perversión
y su crueldad.
No sólo la serie, sino el cómic
original escrito por Robert Kirkman (dibujado por Charlie Adlard y Cliff
Rathburn; se puede leer acá), quien supervisa los
guiones y las desviaciones del original en la serie, exploró el pasado de
algunos de los protagonistas. Así sucedió entre la temporada 3 y la 5 con El
Gobernador (David Morrissey), quien antes del apocalipsis zombie era un gris
empleado que odiaba a su jefe y había perdido a su esposa en un accidente de
tránsito. O con el pasado de los hermanos Dixon (Daryl –Norman Reedus– y Merle
–Michael Rooker–), dos rednecks que ya habían sobrevivido a un padre alcohólico
y abusador aislado en una cabaña de un bosque de los Apalaches.
En esa estructura narrativa que duró
cinco temporadas la serie permitió al espectador avizorar esa conversión, la de
un pequeño ser humano en un personaje monstruoso, mucho más espeluznante que un
zombie. Y lo hizo con recursos sencillos, propios del cine, con el corte entre
un plano y contraplano y la toma general de un interior en el que Rick Grimes
espera la llamada de un teléfono que no puede funcionar.
En todas esas primeras temporadas en
las que aún puede percibirse la cercanía de ese fin de mundo que hace que los
muertos revivan para devorarse a los vivos, también es cercano el Estado. Así,
los sobrevivientes del grupo que encabeza Rick Grimes se refugiarán en el
Centro de Control de Enfermedades (CDC por sus siglas en inglés) de Atlanta, Georgia,
o buscarán formar una aldea en una imponente cárcel (el Correccional de Georgia
Occidental); del mismo modo, una muchacha que pertenece al grupo de Rick Grimes
es rescatada en la temporada 4 por miembros de la comunidad del Grady Memorial
Hospital de Atlanta.
La pequeña comunidad de los núcleos
elementales, la familia y la iglesia, también es mostrada entre las temporadas
4 y 5: la de la capilla del Padre Gabriel en Georgia o la familia Greene, que
acoge a los sobrevivientes en su granja entre la segunda y tercera temporada.
Después, “qué importa ya el después”,
toda la vida es el ayer con nostalgias del estado.
Comunidades
Luego llegó la era de las comunidades,
que es la que aún desarrolla la décima temporada. Desde Los Cazadores a Los
Susurradores, pasando por la más democrática Alexandria, la de Los Salvadores o
los Carroñeros, todos estos grupos tienen un líder y una particularidad que
llega inclusive al uso de ropa ochentosa, como si la extensa road-movie que
protagoniza el grupo de Rick Grimes fuera enfrentándose, a medida que avanza
desde Georgia hacia Washington (acá hay un mapa de
los lugares donde transcurre el cómic) a la filmografía de acción de los 80
como Mad Max o Escape de Nueva York.
A diferencia de series como The 100
o Lost, en las que el encuentro con otros grupos o comunidades
representaban el intento de distintas formas de gobierno de una sociedad (en Lost
había un guiño a la utopía de los 70 en la Iniciativa Dharma; en The 100,
cada tentativa de volver a poblar la Tierra era un ensayo histórico, aunque no
declarado, de organización social y política), The Walking Dead –que en
gran parte de su puesta en escena inicial retomó la iconografía y las formas
del western– va al encuentro de grupos y pequeñas comunidades cada vez más
degradadas, como si la compañía de los zombies, con sus colgajos de carne y
ropas que pertenecieron al humano que ya no existe, fuese un reflejo de ese
rebaño que vaga por caminos rurales en busca de un futuro que quedó sepultado
con las ruinas del Estado.
A mitad de camino entre la tribu y la
familia religiosa occidental –con sus patologías del clan y la endogamia–, cada
grupo tiene en falta lo que a otro le sobra, ya sean armas o crueldad.
La última de estas comunidades, la que
se conoció en la temporada anterior y retoma la décima, es la de los
Susurradores (Whisperers), liderados por Alfa, una líder que le espeta a un
atrapado Daryl, mitad amenazante y mitad irónica: “Ya vi cómo viven. Tu
comunidad es un santuario de un mundo que murió hace mucho tiempo. Mi gente, en
cambio, los Susurradores, vive como quería la naturaleza. Me siguen porque soy
el Alfa. Y si el Alfa no se impone, hay caos”.
En esta décima temporada –que adapta
material del número 145 en adelante del cómic–, la comunidad de Alexandria y el
grupo del desaparecido Rick Grimes se prepara para la guerra contra los
Susurradores, quienes ya no habitan los restos del Estado, sino que aprovechan
los accidentes geográficos –término que la especulación futurista de la serie
desarrollada por el inmenso Frank Darabont y el guionista Greg Nicotero vuelve
siniestro: ¿no es al fin y al cabo la comunidad humana un accidente
geográfico?– para desplegar sus límites.
Desde FOX anunciaron que la actriz
Thora Birch (“American Beauty”) se unirá al elenco como Gamma, “fiel creyente
del estilo de vida de los whisperers”, y que Kevin Carroll (“Snowfall”),
se incorpora como Virgil, “un hombre muy inteligente e ingenioso que intenta
desesperadamente llegar a casa con su familia”.
Sí, sí, además de que se sabe que es la
última vez que veremos a Michonne (Danai Gurira), se trata de términos que la
serie dejó atrás desde la séptima temporada: ¿qué puede significar “casa” en un
universo que tiene como puntos nominales el alfa y el omega, el principio y el fin?
Zombie
Si cada época engendra su monstruo y
durante los 50 la forma dominante del monstruo fue el invasor extraterrestre
(el macrocefálico e hiperracional tripulante del platillo volador o el insecto
mutante: variaciones perversas del burgués medio), cuya amenaza era menos una
violencia personal que una “insidiosa y diabólicamente fría ruina de la
normalidad humana” (cita de Frank McConnell en El cine y la imaginación
romántica), cabe preguntarse por qué los monstruos de los últimos años son
los muertos vivos como los de The Walking Dead.
El zombie es un producto metafórico de
lo que dio en llamarse “biopolítica” (la política aplicada a la biología de los
cuerpos).
El diccionario etimológico ubica en 1871 el hallazgo del término “zombie” en África
occidental, donde en kikongo “zumbi” significa fetiche y, en kimbundu, dios.
Dentroo del culto vudú significa “cuerpo reanimando”. Aunque el diccionario señala
como origen posible el lenguaje criollo de Louisiana (Estados Unidos), en el
que el español “sombra” podría haber derivado en “zombie”, ya que la relación
entre zombie y persona lenta y torpe data de 1936.
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