Me incomoda decir que me enteré a través de una nota de La Nación de la existencia de la miniserie Jorge (puede verse online en el enlace anterior), que escribió Malena Pichot. El guión y la puesta en escena tiene un aire fílmico que no tiene casi ningún otro producto televisivo: Jorge es de algún modo un estereotipo, como lo son la mayoría de los personajes de la ficción, pero es un estereotipo que permite dar lugar a otros personajes. Los actores hablan lo justo y necesario y no hay personajes al santo y divino botón. El tal Jorge es un cabrón solitario y de algún modo fracasado que lidia con la cosa positiva de la contemporaneidad: su novia que tiene un contestador automático enérgico y alegre como ella no parece ser, su madre que nunca termina de hablar con él y siempre pretende superar situaciones que a duras penas son planteadas, y así. Jorge es abogado pero trabaja en un call center. Acaba de morir su padre y se va a vivir a la casa que le dejó. Pero Jorge nunca conoció casi a su padre. Ese enigma en torno a su pasado: los años que la madre y el padre vivieron con Jorge en la casa parecen apuntalar el misterio de su vida misma, a lo que hay que agregar el dato de la pintada en el muro de la casa: "Acá vive un viejo hijo de puta". Bueno, eso por ahora. Mis disculpas por no advertir antes esta serie, que terminño de emitirse a fines de julio de este año y tuvo sólo 8 episodios. Acá todos los datos técnicos.
Bueno, 2014 comienza (el miércoles 1 de enero) con la emisión del primer episodio de la tercera temporada de Sherlock (en la BBC, en Estados Unidos el lanzamiento es el 19 de ese mes). La cosa ya empezó con una serie de tuiteos con el hashtag #SherlockLives. El 2 de enero está anunciado el estreno, en ABC, de una serie de 8 episodios iniciales sobre el espía Aldrich Ames, quien a mediados de los 90 fue descubierto como traidor (era un doble agente que trabajaba para los rusos y comprometió la identidad de no recuerdo cuántos colegas en el exterior). Por lo poco que se pude intuir, The Assets (así se llama nuestra serie) vendría a cruzar los cables sueltos de nuestras queridas The Americansy Homeland (que este año parece que midió poco). La otra buena noticia es que el 7 de enero vuelve Justified. Este año incluso Michael Bay tendrá una serie en TNT, aunque aún no se sabe cuándo se estrenará (o a mi no me dieron muchas ganas de indagar cuándo será). Se llama The Last Ship y se parece a la española El Barco (una nave que estuvo aislada y cuando vuelve a conectarse con el mundo se entera de que todo cambió sobre la superficie de la Tierra: su misión ahora es salvar a la humanidad de un virus letal y global. ¡Uf! Parece que no entendieron aún la lección de Lost: sólo se puede ser global en una isla. La otra gran novedad es que se estrena este año Resurrection, versión americana de Les revenants, aunque en ningún lugar dice que la serie se basa en la tira francesa y aparece un Jason Mott autor de la novela original. La produce la compañía Plan B Entertainment, que lidera Brad Pitt. Y la desarrolla Aaron Zelman, quien estuvo a cargo de The Killing y otras grandes series últimas. Comenzará a emitirse el 9 de marzo próximo. Quienes sospechan que la versión americana podría bastardear la francesa deberían recordar que la francesa se fue en amagues y terminó dándole un aire inquieto a la vida de un pueblo. Y hay más, claro, como la tediosa The Following, that I ain't gonna follow anymore. El Hollywood Reporter ya publicó un completo panorama de estrenos y "resurrecciones".
La premisa de este año es que la distopía, que antes era
social, ahora es familiar. Es decir, todas aquellas pesadillas sociales que
vemos en películas como El precio del
mañana, El vengador del futuro o,
para ir a un clásico, Un mundo feliz;
ahora suceden de alguna manera en la perversión de lo que conocemos como
familia. En ese sentido, las series que mejor entendieron esta premisa y se
estrenaron en 2013 son las siguientes cinco:
Ray
Donovan (Showtime, 12 episodios), la historia de un fixer que arregla los conflictos
criminales de las estrellas de Hollywood pero no ha podido reconstruir los
puentes con su familia: desde su padre que es un ex convicto hasta sus hijos
que comienzan a asumir solapadamente el legado del padre. Actúan Jon Voight,
Liev Schreiber y Elliott Gould.
The
Americans(FX, 13 episodios), el asunto acá es el matrimonio: Los
Jennings (Keri Russell y Mathew Rhys) actúan como matrimonio, con sus dos
adorables hijos americanos que viven en Washington, pero son espías de la KGB y
tienen de vecino a un agente del FBI. Es el año 1981 y el FBI persigue
comunistas. Todo lo irreal del mundo de los espías –sus lealtades, traiciones y
trampas– son más reales en el universo del matrimonio.
Rectify(Sundance
Channel, 6 episodios), en los 90 una familia de un pequeño pueblo de Georgia
despide a su hijo adolescente, quien se va al pabellón de la muerte acusado de
un crimen que no sabemos si cometió o no. Con apelaciones la sentencia a muerte
se posterga como 30 años y el hijo sale, vuelve a la casa y al pueblo hecho
casi un zombie: un ser suspendido en el tiempo, ni vivo ni muerto. La familia
también va contaminándose de esa no-vida. La escribe, dirige y produce el
escritor, director y actor Ray McKinnon. Actúa Abigail Spencer, que no es un
dato menor.
Top
of the Lake(BBC2 + Sundance Channel, 7 episodios) Es el paraíso “indie”
bien entendido, la hicieron productoras de cine australianas en locaciones de
Neo Zelanda. Actúan Holly Hunter y Elisabeth Moss, y la escribió y dirigió Jane
Campion. O sea, es una película de Campion de poco más de seis horas.
Como para que quede claro que no es la angelical
Dan Scully de X-Files, la primera imagen que vemos de Gillian Anderson en The Fall
nos la muestra con una máscara facial verde (verde: como los marcianitos), en
el baño, poco antes de quitársela con una toalla. La puesta en escena de esa
aparición es un dato para el espectador atento: “Pibe, sacate de la cabeza a
aquella agente inmaculada del FBI, esto es Irlanda del Norte”, parece decirnos.
Anderson persigue a un asesino serial al que vemos cometer sus crímenes y
desarrollar su vida cotidiana (es un psicólogo social). Transcurre en Belfast.
El título está tomado de una línea del poema de T.S. Eliot “The Hollow Men”
(forma parte de la educación básica de cualquier estudiante avanzado del Reino
Unido e incluso Estados Unidos). El relato se apoya en la investigación porque
es la investigación la que pone un relato a la pornografía (en todo sentido) de
los crímenes).
Desde hace mucho más de una década ciertos escritores,
críticos, profesores, artistas o periodistas construyen Rosario, la refundan –para
volver a usar la metáfora paulina– “en espejo” a través de sus letras, su
música, su cine, su pintura. Pero acaso en los últimos diez años esa Rosario
ilustrada –según el título de un maravilloso libro que recopila
imágenes de la ciudad en textos e ilustraciones de creadores de todo el mundo
que vivieron, viven o pasaron por acá, y publicó la Editorial Municipal de
Rosario– cobró mayor visibilidad no sólo a través del trabajo pionero de la EMR,
también a partir de la tarea inquieta e incesante de editoriales
independientes, ciclos de lecturas y exposiciones e incluso de ciertas
instituciones que incluyen a algún sector de la academia. Querer leer lo que se
escribe en la ciudad, escuchar su música, ver su cine o apreciar a sus artistas
plásticos es a esta altura una tarea al alcance de cualquiera. Para no hacerlo
sólo hay que no quererlo.
A modo de evaluación del año le hicimos a escritores, editores,
críticos y periodistas culturales tres preguntas de lo que se produjo en el
2013 en la ciudad: 1) ¿Cuál te pareció
el mejor libro escrito o publicado en Rosario? 2) ¿Cuál te pareció la mejor de las actividades –festivales, recitales,
encuentros– culturales? 3) ¿Qué
disco, película, cómic, obra de teatro, muestra de plástica destacarías del
año?
1) Al momento de contestar esta encuesta, tengo que decir
que todavía no leí libros escritos o publicados acá pero estoy a punto de
comenzar “Los ochenta reciénvivos”, de Irina Garbatzky.
2) Caeré en el sano lugar común de no poder quedarme con una
sola actividad; elijo tres: el festival El Cruce (porque ahí aquello de que “no
sabemos lo que puede un cuerpo” es materia de exploración y de expresiones
maravillosas), el ciclo Notas Negras sobre música brasilera (por ofrecer
espacio e ideas para pensar la música como lugar de resonancia y objeto capaz
de incidir en la cultura y la política) y la grabación en vivo del disco número
100 de Planeta X (porque es el mejor homenaje que un grupo que apuesta a la
creación colectiva pudo haberse hecho a sí mismo).
3) Me gusta muchísimo “La paz ciencia”, de
Juani Favre, editado por Planeta X discos. Me gusta mucho el amplio abanico
de géneros a los que echan mano, siempre produciendo algún desvío, alguna novedad
sonora. Temáticamente, las letras tienen algo que Juani explota muy bien, desde
siempre: no hay amor sin dolor y no hay dolor que no sea la posibilidiad de
inventar nuevos amores. Para mí, es casi un manual de supervivencia. Entre las
películas, destaco el documental “Rosario:
ciudad del boom, ciudad del bang”, trabajo conjunto entre la Revista Crisis
y el Club de Investigaciones Urbanas. Allí se propone una mirada de la ciudad
pocas veces presentada y, sobre todo, preguntas: ¿En qué ciudad queremos vivir?
¿Qué estamos dispuestos a hacer para cambiarla? “Amarás a tu padre por sobre
todas las cosas”, de Carla Sacccani, me pareció una gran obra de teatro. Una
suerte de microfísica del poder y las relaciones familiares que, a través de
tres mujeres diversamente vinculadas entre sí y con un hombre, dialoga
tangencial pero eficazmente con la Argentina neoliberal de finales de los 90.
Los policías suelen ser buenos en las películas y series que
vienen del norte porque la policía es concebida como un instrumento de la
democracia. Y en Estados Unidos el gran poeta nacional, Walt Whitman, le cantó
a la democracia. Claro que esto tiene sus matices. Un policía, un sheriff, es
un héroe siempre que se haya confrontado con el lado oscuro y emerja de esa
lucha iluminado por la estrella de la ley. Así, las últimas versiones del
western que conocimos en las series, como Sons of Anarchy o Justified (que
transcurren en la época actual pero con los paradigmas de las películas de
cowboys), nos muestran a policías dispuestos a pactar con criminales para
evitar un mal mayor. No es la corrupción –como sucede en otras series del tipo The Shield o en la versión de Werner Herzog de Maldito policía de 2009,
ambientada en la inundada New Orleans– lo que se les achaca a estos agentes de
la ley involucrados con hampones, sino un sentido de la justicia de acuerdo a
los límites de la democracia y la justicia del capital. Porque el otro gran
parámetro con el que se mide la acción policial es el de la libertad y, como
sentenció Benjamin Franklin: “Quienes son capaces de ceder la libertad para
obtener una seguridad temporaria no merecen ni la libertad ni la seguridad”.
Entonces, para esta suerte de configuración originaria del
universo policial norteamericano, hay un sólo pecado capital: que la policía
abandone su trabajo. Y el trabajo de la policía es, claro está, proteger y
servir a la comunidad. Si bien la estrella de Belén que trae la buena nueva de
la ley a la comunidad pionera, asolada por los forajidos, los indios y los
poderosos, es la estrella sheriff, hay que decir que ese molde del policía
abnegado, cuya entrega a su tarea es capaz de redimir su pasado oscuro, tuvo un
momento de refundación a partir del cine de los años 30-40, cuando los
coletazos de la feroz crisis del 29, el Crack-up, habían devastado las
instituciones y se impuso la literatura policial dura, donde más importante que
develar intrigas criminales era enseñar en detalle los mecanismos de la
corrupción y el modo en que los ricos y los gángsters mafiosos compraban
policías como quien compra caramelos en el kiosco. Elliot Ness y sus intocables
fueron al policial urbano de entreguerras lo que Wyatt Earp al western.
Huelga decirlo, se trata de una realidad simbólica,
ficticia, aunque no falsa.
Trabajo policial
Así el “trabajo policial” casi nunca es cuestionado de modo
orgánico: la corrupción policial es siempre, en las películas y las series, el desvío
de un agente en particular, nunca la falla de un sistema. Porque nuestra
metáfora de la estrella del sheriff opera más bien como un símbolo: la realidad
y el horizonte que acerca son en alguna medida reales.
Sólo en dos o tres momentos del cine del norte la policía se
“detiene”, para su trabajo: en Robocop (1987) y de algún modo en The Purge (2013).
En el célebre film de Paul Verhoeven sobre el agente mitad
máquina mitad humano, del que se conocerá una remake en 2014, 26 años después
de su estreno, la policía está a punto de lanzar una huelga en reclamo de
seguridad y mejores condiciones de trabajo: “No quiero escucharlos hablar de
huelgas. No somos plomeros, somos agentes de policía. Y los agentes no hacen
huelgas”, les espeta un jefa a los agentes reunidos en la puerta de lo que
sería una jefatura de la fuerza en un futuro cercano, en una ciudad
súperpoblada, colonizada por la publicidad y en la que una empresa monopólica
tiene a su cargo la administración de la policía.
“Hace falta un agente que trabaje las 24 horas. Un policía
que no requiera comer ni dormir. Un agente con poderío superior y los reflejos
para aprovecharlo”, declara uno de los CEO que dirige la Corporación OCC, que a
la vez comanda a la policía. Los encontronazos de las corporaciones, la “libre
empresa”, con los intereses de la comunidad –como lo ensayaron muchos films de
esa década, empezando por Alien – constituyen el núcleo temático de Robocop –al menos de la primera, luego vendrían una segunda y tercera partes
intragables. Así, mientras el diálogo anterior se daba en las oficinas de un
edificio corporativo, con ejecutivos cómodamente encapsulados, en otro lugar
los villanos –quienes distribuyen una droga altamente adictiva– mantienen esta
otra conversación: “Robamos bancos, pero nunca nos quedamos con el dinero”. A
lo que le responden: “Robamos dinero para comprar droga, y la vendemos para
hacer más dinero. Inversión de capital”. Pero el villano 1 insiste: “¿Tanta
molestia? ¿No podríamos robarlo y listo?”. Y le enseñan: “No, no hay mejor
manera de robar que la libre empresa”.
En Robocop los criminales proceden bajo el mismo modelo de
negocios que la corporación –también la ahora inevitable serie Breaking Bad desarrollaría esa ecuación: lo que permite a la droga circular es, justamente,
lo que hace circular al capital. Pero la policía, en ambos casos, sale indemne,
no es parte del negocio o lo es en casos particulares y aislables. Al menos en
la ficción, claro. Los policías de Robocop quieren ir al paro por mejores
condiciones de trabajo pero también porque ya no hay “trascendencia” en la
función policial administrada por una corporación que ha reemplazado la
estrella de Belén, digo: del sheriff, por la plusvalía.
El colmo de este razonamiento lo vemos en la última serie creada
por J.J. Abrams –creador de Lost–, Almost Human, también ambientada unas
pocas décadas adelante, en el futuro y muy deudora de Robocop, en la que los
policías son la única barrera contra el crimen. A tal punto que los villanos se
toman el trabajo de intentar eliminar a los agentes de la ley en la misma
estación central, para lo que montan un despilfarro de armas y tecnología que
resulta muchísimo más costoso que lo que aconseja cualquier manual de libre
empresa: comprarlos.
Algo así viene a plantear el film The Purge (“La purga”,
estrenado este año en España como “La noche de la bestia” y dirigido por James
DeMonaco), cuyo argumento también transcurre como treinta o cuarenta años a
partir del presente. Entonces, los Estados Unidos o como sea que se llame la
potencia en la que sucede la acción, han sido refundados. Esta refundación
requiere nuevos credos –liberales, claro está–, nuevas formas de trascendencia
o gatopardismo –“Que todo cambie para que todo siga igual”–, de modo que se
instaura un día al año en el que se suspende la ley: los ciudadanos están
habilitados durante doce horas para cometer todo tipo de delitos, desde el
asesinato hasta cualquier forma de pillaje. La policía no trabaja, tampoco las
guardias de hospitales ni cualquier otro tipo de servicio.
The Purge propone
un carnaval siniestro: la ley se ausenta para que renazca la barbarie, se
expanda y estalle en un lapso acotado, medido, y la comunidad purgue,
precisamente, sus deseos más oscuros, aquellos que, de otra forma, amenazarían
con despertar en cualquier momento.
Si fuera una buena película acaso podríamos extendernos
también en el comentario, pero al proponer sólo esa “anécdota”, nos queda sólo
celebrar la actuación de Lena Headey y Ethan Hawke y subrayar esa intriga en
torno a la trascendencia que, como dijimos, estaba presente en la estrella del
agente de la ley y en la catarsis de la tragedia clásica, primera forma de
purga de los deseos de justicia, sacrificio y redención.
Para reflexionar junto con
el cine sobre lo que sucedió en Santa Fe hace poco más de una semana acaso sea
necesario revisar buenas películas, con referencias menos directas, como
aquellas de pandilleros que filmó Walter Hill a principios de los 80 –Hill es
un filósofo cínico que descree de la justicia civil: “Siempre habrá alguien más
poderoso con mejor llegada a los mecanismos de la justicia”, declaró cuando
estrenó su último film, “Bullet to the Head”–: allí no había policías, sólo la
intemperie de los barrios pobres en la que un puñado de jóvenes tratan de
fundar una mitología a partir de la bravura y la violencia.
Llega fin de año y vuelvo a pegarme a la NPR, es decir, a la lista de "lo mejor del año" de Bob Boilen. Y, de todas las recomendaciones, la de Bryan Ferry: The Jazz Age. Sí, parece que dice "La era del jazz", pero vamos, se refiere a "La edad del jazz". La edad en la que uno ve con cierta distancia las ambiciones de la juventud y las pone en escena en esa juventud eterna que creó el jazz.
Siempre admiré a Ferry –si Roxy Music no fue la banda de sonido de mi primera juventud es porque estaba demasiado distraído siendo joven en San Nicolás, provincia de Buenos Aires, en 1978. Ferry tiene la rara virtud de ser un crooner fuera de tiempo: demasiado pop para ser una cantautor, demasiado glam. Boilen dice que este disco "reimagina el glam rock de Roxy Music y la música de su compositor y cantante, Bryan Ferry, al estilo de una banda de hot jazz de los años 20". Luego celebra que esos himnos de los 70 y 80 sean reversionados bajo la supervisión de Ferry para este disco grabado en mono y alude a su cosa sensual y fuera de tiempo. Sí, otra vez nuestra querida anacronía. A Ferry sólo le hacía falta envejecer para espetarnos las canciones que hizo en su juventud, como "Avalon", o "Love is the Drug", pero hechas ahora como piezas de un museo personal, efímero como la duración de cada canción; efímero porque hay algo que desaparece del glam Ferry y vuelve con el jazz Ferry. ¿Cómo haría un crooner canciones instrumentales? Claro, apelando a lo que todos conocemos de las canciones, porque las canciones son algo por todos conocidas.Las canciones se cantan a sí mismas, celebran su larga melodía, su cuerpo frankensteniano: un cuerpo con retazos de otros cuerpos. "Funciona si conocés las canciones como si no", agrega Boilen. Ah, podrían separarse mundos a partir de estas canciones: los que están habitados por eso que trae The Jazz Age y los que no. Acá se puede escuchar el disco:
En un tuit Dardo
Ceballos se refiere a dos sindicatos afines al funcionamiento de la
Universidad Nacional de Rosario y crea el hashtag #ladecadamonotributada que,
al leerlo con conocimiento de causa, interpreto: “la academia monotributada”.
Es decir, los profesionales que cobran sus servicios (su saber, su formación y
su derrotero por los pasillos y las cátedras de la academia) a través de facturas
que sostienen con pies de papel el trabajo y la carrera. “La década
monotributada”, claro, dice lo mismo, pero extiende la modalidad a todos los
ámbitos.
Fotografía de Mela Castagna.
Ceballos (@eldardo) se licenció en Comunicación Social en la
UNR. Es consultor en Comunicación Digital. Actualmente coordina la
implementación de un Programa de Gobierno Abierto en el Gobierno de la
Provincia de Santa Fe. Es co-fundador de HacksHackers Rosario.
Dirigió un equipo
de investigación para la UNR sobre el impacto del Programa Conectar
Igualdad en el Litoral. Fue Coordinador de Contenidos Digitales de la UNR,
docente Universitario. En sus “ratos libres”, escribe, hace periodismo cultural
multimedia en ClubdeFun y Los Anillos de Saturno.
—¿Cómo te interesaste en el periodismo digital?
—Creo que como consecuencia de cierta actitud DIY (“hacelo
vos mismo” por sus siglas en inglés: do
it yourself) que me es intrínseca y que allá por 2005 me hizo ver en los
blogs y en MySpace los primeros brotes de la revolución digital que se
avecinaba. Durante 2005 y 2006 fui heavy user de ambas herramientas y
curiosamente nunca fui lo que se entiende como un bloguer, a pesar que alguna
vez tuve un blog personal siempre aposté más por proyectos colectivos como el
blog de Más Tarde Que Nunca y
luego la revista cultural multimedia ClubdeFun que me hizo meter en 2006 en el
maravilloso mundo de los CMS
(gestores dinámicos de contenido) que para mi significaron el apasionante sueño
de la autopublicación hecho realidad. Un camino de ida.
Altamente recomendable el blog que descubrió Fernandito, Inspector de Juguetes. Donde podemos acceder a distintas colecciones de juguetes, algunos muy instructivos, como los robots al estilo victoriano, cuya iconografía tiene la irónica virtud de ubicarnos en una época precisa:
Pero también hay otros, llenos de ingenio, como este Tetris analógico:
Por último, una selección de videos en base a muñecos, como este de operaciones encubiertas con legos tomado del canal de Keshen, que también vale la pena visitar.
Mientras miraba la miniserie australiana de ocho episodios The Slap (El soplamocos, podría ser una traducción
deseable) no podía dejar de pensar en aquella crítica que Ángel Faretta escribió en 1984
cuando se estrenó en Argentina la película australiana Razorback:
un cine posible, es decir, un cine que nos interpela.
Basada en la novela –un best
seller– de Christos Tsiolkas de 2008, la serie está ambientada en Melbourne.
Según nos lo hacen saber todos –y es fácil intuir que así es– la versión
filmada es mejor que la escrita. John
Crace lo afirma en el primer párrafo de su reseña y, al comentar el libro, el
crítico de The Guardian señala
sobre todo las falencias de la novela. Incluso sin intención de ser crítica,
una nota el Sidney
Morning Herlad lo destaca.
La trama es más o menos así: un profesional “liberal”
–progresista, en español, término que siempre debería llevar comillas–, de
padres griegos, cumple 40 años (Jonathan LaPaglia). Su esposa (Sophie Okonedo),
descendiente de aborígenes australianos, le organiza una fiesta en el jardín de
la casa, una barbacoa. Entre los invitados están Rosie, su esposo y su hijo
Hugo, de 4 años, un monstruito sin límites que aún toma la teta como sedante.
Rosie (Melissa George) es amiga de la esposa del cumpleañero. En un momento
Hugo, que ya hartó a todos con sus desplantes, recibe una bofetada de parte del
primo del dueño de casa. Un macho a la vieja usanza, emprendedor, adinerado,
etcétera. A partir de allí comienza una carrera en pos de enjuiciar al pegador
que irá horadando las relaciones de todos los protagonistas.
En ocho episodios, cada uno dedicado a uno de los
personajes, la serie avanzará sobre los alcances de ese soplamocos.
Sí, como dice
un crítico, es una novela sobre “el derrumbe de la clase media” y acerca de
la fragilidad de los valores liberales en una sociedad multicultural. Hay acá
dos o tres sistemas de valores que se cruzan: el tradicional –representado por
la familia griega del personaje que encarna LaPaglia–, cuyas creencias son,
como se los muestra a los personajes– “sordas”; el más liberal –entendido como
se entiende tradicionalmente el liberalismo y su red de contratos civiles–, que
encarna el cuarentón, su esposa y sus amigos, todos de algún modo
profesionales; la re-ligazón de lo tradicional, sutil y brevemente en juego en
la trama a través del hermano de la esposa de LaPglia, un músico convertido al
Islam que dejó el alcohol y la mala vida gracias a su “nueva” religión (su
valores están firmes, es devoto y su credo es, en ese sentido, efectivo:
funciona) y, acaso por último, la caricatura que hacen Rosie, su esposo y su consentido
hijo de una pareja altamente ideologizada.
La serie tiene momentos brillantes, comienza como una
comedia y se despliega como un drama con momentos siniestros. La denostación
del racismo y el sexismo, que en la novela deben ser una catarata textual, en
la serie está matizado con elegancia y hasta con humor.
Es pro último una serie sobre lo extraño que resulta, para
el universo liberal, un niño.
Debo coincidir con Crace en que las escenas de sexo casi
explícito son no sólo estúpidamente innecesarias, su principal razón de ser es
no permitirnos disfrutar de estos episodios junto con nuestros hijos
adolescentes.
Volviendo al cine posible de la cita inicial, conversé hace
un tiempo en MTQN con Patricio Vega
sobre sus series Los simuladores y Hermanos y detectives, le pregunté si
esas producciones, que intentaban llevar el cine a la televisión no habían
sembrado nada en la tevé vernácula. “Es que encima le sembraron soja”, me
respondió. Aun así, creo que The Slap
cabe en la definición “una televisión (argentina) posible”.
Esta tarde fui a la despedida de año del Museo Histórico Provincial, una hermosa excusa para encontrarme con mi amigo el director, con Lucía Seisas y Abi German, entre otras damas y caballeros. Escuchamos a los coros de la Biblioteca Asociación de Mujeres y Voces de la Ingeniería –según expresó su deseo la señorita Seisas, de mayor será coreuta–, dirigidos por Patricia Mastrángelo, que comenzaron con un repertorio "folclórico" (las comillas señalan dos temas del repertorio: el archiconocido tema de Jorge Fandermole sobre el Remanso Valerio y el de Víctor Heredia, "Ojos de cielo"), continuaron con un par de clásicos y culminaron con villancicos. Con emoción recordé mis años de coreuta en Villa Constitución, bajo la batuta de José María Ulla, que incluso paró un par de veces en mi casa de San Nicolás mientras dirigía el coro.
Mientras el coro calentaba voces y yo me bajaba de mi bicicleta, un correo electrónico de la secretaría de medios provincial me informaba de las declaraciones del gobernador Antonio Bonfatti: "La policía cumple sus funciones con normalidad". Aclaración que, de ser por entero cierta, no merecería difundirse. Al final, cuando ya había pasado el brindis express que despacharon las chicas, nos quedamos charlando con Raúl D'Amelio, sentados en uno de los bancos del Parque de la Independencia, sobre Oroño, como corresponde a dos señores mayores. Fue entonces, cuando escuchamos la fanfarria de las patrullas de la Gendarmería que ingresaban a la ciudad, por una de sus arterias emblemáticas, con las sirenas al palo y los aplausos de la ciudadanía en suspenso.
Cuando se conocieron los resultados del segundo
concurso infantil de cuentos organizado por la Editorial Municipal de
Rosario (EMR), el martes de la semana pasada, muchos dimos por sentado que los
participantes (1.100 niños de Rosario de entre 5 y 13 años que enviaron 1.220
cuentos) eran en su inmensa mayoría los hijos de ese sector que podría
definirse por los lugares a los que concurre: la Isla de los Inventos, los
recitales de Luis Pescetti, la escuela pública pero con cierto plus. Pues no.
Oscar Taborda, director de la EMR tiene estadísticas: un 30 por ciento de los
participantes provenían del centro de la ciudad; un 20, del noroeste; del sur,
un 14, lo mismo que del norte; un 5 del suroeste y otro 5 que no envió datos.
La EMR premió a diez chicos (Fiamma Liza Farchi por “Al
infinito y más allá”, Marco Andrés Revoledo por “El árbol galleta”, Inés Caussi
Marcuzzi por “El diente cantante”, Naomí Yael Acosta por “El esqueleto
bailarín”, Uma Taylor por “El lío de paraguas”, Vittorio Cittá Giordano por
“Fuego y agua”, Lara Grezzana por “Historia de terror”, Damaris Vallejos por
“La vaca Victoria”, Thiago Labriola por “Marvolet y el hombre araña” y Agustín
Bonilla Sabbag por “Relámpago”) y otorgó sesenta menciones de honor.
Juan Manuel Alonso y Oscar Taborda en la siempre concurrida EMR.
En la primera convocatoria, realizada en 2010, se
presentaron 500 niños que podían enviar –como en este año– hasta tres cuentos
breves. Quienes se presentaron –dice Taborda–, conformaban un grupo más
homogéneo: clase media, hijos de profesionales o comerciantes. Hace tres años
no había sido tan intenso el trabajo con las escuelas públicas, que en 2013
tomaron la posta y difundieron el concurso, al punto de que muchos de los
cuentos de los participantes llegaron en lotes enviados por la misma escuela u
otras organizaciones intermedias, como el Centro de Acción Familiar (CAF) de
avenida De los Trabajadores 961, en el parque Alem, que recibe a niños de la
comunidad qom del asentamiento de Empalme Graneros, así como a otros chicos de
ese barrio.
El grupo de siete chicos alentado por las docentes del CAF
(del que surgió uno de los ganadores) visitó la editorial (en la estación
Rosario Norte, donde funciona la secretaría de Cultura municipal): “Hicieron
algo así como una excursión –cuenta Juan Manuel Alonso, de la EMR– y llegaron
hasta acá para entregar sus cuentos”. Alguno de los datos de esos niños que
entraron al concurso y llegaron a las instancias finales, ni siquiera tenían
una dirección: viven en pasillos donde no hay numeración.
También desde la Escuela República del Perú, en Alem al
3000, llegaron cuentos de niños de Tablada y zona sur. Los envíos, por correo
electrónico o por carta, llegaban en lotes.
Los 10 cuentos ganadores y las 60 menciones, aclara DanielGarcía, de la EMR, no son necesariamente los mejores, sino los que mejor encajaron
en los criterios del jurado, que integraron el mismo García, Paula Elissamburu
y Nicolás Doffo.
Sin embargo, el equipo de la editorial observó que algunos
de los cuentos, sobre todo aquellos que enviaron niños ya púberes, de entre 12
y 13 años, presentaban otras características, “más literarios”, también más
extensos que la mayoría, donde se nota una intención más propia de personas que
quieren escribir. Para esos participantes, cuyos nombres y datos quedaron
registrados en la editorial, García y Taborda imaginan una suerte de taller que
podrían dar los mismos jurados, aunque no sabrían precisar por ahora ni dónde ni
cuándo podría hacerse.
Entre las estadísticas que Taborda despliega en un documento
de Excel, también están las de género y edades: un 65 por ciento de los
participantes eran niñas. Del total, un 10 por ciento tenía 8 años; un 15, 9;
un 16, 10; otro 16, 11; un 17, 12 y un 8%, 13. Asimismo, se presentaron pequeños
de hasta 4 años, pero sólo dos o tres casos.
Como siempre, una de las preocupaciones de la editorial ha
sido la de, dicho metafóricamente, “mapear” la escritura y la imaginación de la
ciudad. Por eso sus concursos de narrativa, poesía y ensayo de alcance
metropolitano –a diferencia del concurso infantil de cuentos, del que sólo
pueden participar residentes de la ciudad de Rosario– descubren y ponen en
circulación escritores y poetas nuevos al tiempo que su serie Mayor –que
recupera la obra completa de escritores rosarinos “clásicos”, por ponerle un
mote– reconfigura la historia y la tradición literaria de la urbe.
Tanto Tabroda, como García y Alonso tienen hoy, después de
leer los 1.220 cuentos y cotejarlos con los anteriores un punteo de los temas
que atraviesan la imaginación de los niños rosarinos: muchos que finalizaban
descubriendo que se trataba de un sueño, otros sobre casas abandonadas, los más
esquemáticos sobre príncipes y princesas y algunos con contenido social. Entre
esos relatos, dos o tres mencionaban la explosión del edificio de calle Saltaal 2100, otros se presentaron como una historieta, con ilustraciones, algunos
en hojas manuscritas que son en sí como un dibujo y maravillaron a los jurados.
Incluso en algunos cuentos hay menciones a estrellas del fútbol local o a
celebridades del deporte como “Gabriela la campeona de tenis”. Algunos de los
relatos llegaron a través del correo electrónico pero eran imágenes escaneadas
de un original manuscrito.
"Hay mucho limerick", dice García. Alude al género breve, humorístico o sin sentido (nonsense) creado o nominado por Edward Lear a fines del siglo XIX: pequeños relato con un final eléctrico.
Con todo ese material, desde la editorial planean ahora
realizar un libro para el año próximo que lo reúna, una apuesta a lo que puede
leerse y también a lo visual, con cuentos que estuvieron entre las menciones de
honor y otros que quedaron entre los preseleccionados. Las carpetas forman aún
tres grandes pilas en uno de los escritorios de las dos oficinas que ocupa la
EMR en la estación Rosario Norte.
Las carpetas de los niños que concursaron.
Ilustradores
El concurso infantil de cuentos de la EMR incluyó un llamado
a concurso de ilustradores –ya no infantes– para ilustrar los relatos de los
libros que se presentarán el año próximo. El jurado integrado por
Carlos Aguirre, Laura Ruggeri y Juan Manuel Alonso seleccionó de entre las 102
carpetas presentadas para ilustrar los nuevos diez títulos de la colección
Infantil de Cuento a Carla Patricia Colombo, Laura Echenique, Nuria Constanza
García, María Josefina Luque, María Florencia Martini, Jorge José Matar, María
del Pilar Moreno, María Victoria Rodríguez García, Josefina María Rossi y Clara
Spinassi.
Mapa de la ubicación de los cuentos en Rosario confeccionado por la EMR.
El jueves 5 de diciembre a las 18.30, en la Isla de los Inventos (Wheelwright y Corrientes) se entregan los premios y diplomas.