Imagen tomada del sitio elhombredelosguantes.com.ar. Filmación de la película en la tumba de Monzón.
Hace dos años se había estrenado en Rosario y en Santa Fe una película que lo retrataba, “El hombre de los guantes”. Amílcar Brusa, leyenda del boxeo mundial, entrenador de Monzón, enfrentado al poder del boxeo en los 70, un santafesino que creó una escuela a través de su gimnasio en pleno centro de Santa Fe, donde su preocupación era sacar al boxeador de la pobreza, murió este jueves en su ciudad, a los 89 años, luego de permanecer internado un mes en un hospital.
«Desde hace más de medio siglo –lo recuerda el sitio LT10.com.ar, cuando representaba al Enmascarado Rojo en las épicas luchas sobre el cuadrilátero durante las inolvidables jornadas de “Titanes en el Ring” con la incomparable figura de Martín Karadagian, manteniendo en vilo a millones de niños y familiares junto a los aparatos de televisión en blanco y negro, pasando por los 14 campeones mundiales del deporte de los puños, Amílcar Oreste Brusa se erigió en un verdadero maestro en la enseñanza del arte del boxeo, sacando a jóvenes de los peligros de la calle y convirtiéndolos luego en verdaderos hombres».
Brusa nació el 23 de octubre de 1922, en el antiguo paraje Desvío Kilómetro 140, también conocido como Colonia Silva o Abipones, a unos 15 kilómetros de Marcelino Escalada (ex Lastenia), departamento San Justo, en el norte del territorio provincial. Sin embargo, cinco días después fue inscripto en el Registro Civil de la capital del segundo Estado argentino, es decir el 28 de octubre de ese año.
Durante su actividad boxística, militó en la categoría pesado, haciéndolo como aficionado cuando tenía entre 22 y 26 años de edad, realizando 30 encuentros, adjudicándose el certamen Guantes de Oro, habiendo sufrido solamente tres traspiés, dos de ellos con Rafael Iglesias, medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Londres en 1948.
“Carlos Monzón fue el más grande campeón de la categoría mediano, es una leyenda y un mito vigente”, manifestaba. “Monzón con sus 100 combates se convirtió en una leyenda, con la estelar consagración el 7 de noviembre de 1970, cuando obtuvo la faja universal al obtener el resonante triunfo, noqueando al monarca, Nino Benvenutti, con un directo espectacular, en la mejor actuación de toda su campaña profesional”.
“Monzón fue un apasionado, quería con todo su corazón a la Argentina, era un nacionalista como yo, decía que de la única forma que le podían arrebatar el título de los Medianos de boxeo era sacándolo muerto del cuadrilátero. Cuando lo conocí, tenía siete peleas como aficionado y había perdido dos. Conmigo hizo 80 peleas más como amateur”, relató en una entrevista.
Patricio Agusti, director de “El hombre de los guantes”, dijo en una entrevista en el suplemento cultural Señales, de Rosario: “El documental se posiciona en el presente de Brusa. En cómo él, después de haber vivido más de 25 años en el exterior, volvió a la Argentina y a Santa Fe a seguir entrenando a las nuevas generaciones de boxeadores. Lo que hacemos es seguirlo y conocer el boxeo desde adentro y cómo él vive el contraste entre la meca del boxeo, la ciudad de Los Ángeles, y la realidad del boxeo en la Argentina”.
Brusa se peleó con Juan Carlos Lectoure, el dueño del Luna Park en los 70, cuando supo que los había perjudicado en el manejo de la campaña de Monzón. Sostener esa decisión le costó no trabajar en Argentina durante años, separarse de su familia, irse del país. Ese es un episodio central en el mito.
"La leyenda –cuenta Agusti en esa entrevista– tiene que ver con su pasado pero también con su presente. Con una conducta que marcó toda su carrera y que hoy mantiene, a los 87 años: todos los días se levanta y va rigurosamente al gimnasio, a entrenar a los boxeadores, sin que le importe la plata, que incluso muchas veces pone plata de su bolsillo para generar un evento boxístico”.
Se escucha a Brusa en la película: “Yo no me nutro de boxeadores en colegios de monjas ni en universidades, sino en las villas. Es gente necesitada. Llegan con las zapatillas rotas, y quieren ser campeones del mundo”, suele decir. Lo importante no es alcanzar ese sueño sino lo que se logra en el intento: una formación. “Tratamos de destacar el acento que él pone en la función social del boxeo —sigue Agusti—. Muchas veces Brusa genera peleas donde no le importa tanto el rédito económico sino la formación de la carrera del boxeador. Es un manager que piensa como entrenador, desde lo deportivo y desde la función social del deporte. Esa preocupación atraviesa su vida: sacar al boxeador de la pobreza”.
No es una serie para compartir con la familia. Bueno, depende de qué familia. Sin embargo, la familia es el centro de American Horror Story (se estrenó en FX, Estados Unidos, el 5 de octubre pasado: ni idea de qué destino tendrá en la grilla local, para aquellos que aún miran series por tevé).
La serie es como una suerte de compendio de los temas del terror: la casa embrujada, los asesinos seriales, los sótanos-laboratorios de horrores, los mellizos diabólicos, los bebés concebidos por seres sobrenaturales, la niña dawn que percibe fantasmas, el ser deforme que persigue al protagonista, el ama de llaves bruja y, además, la iconografía de lo que se llama gótico americano: está filmada en una casa californiana construida en 1908 por el arquitecto Alfred Rosenheim, con aires modernos de fin de siglo, es decir, aires de un futuro antiguo, pensado para conjurar con la razón moderna los fantasmas de la vieja Europa. Pero, además, tiene una puesta en escena tan vertiginosa que hace guiños y supera los experimentos más frecuentes de los videastas más afectados.
La historia es así: Dylan McDermott encarna a un psiquiatra adúltero y jefe de una familia que se muda a nuestra casa encantada. Es padre de una adolescente conflictiva (Taissa Farmiga) y su esposa (Connie Britton) acaba de perder un embarazo avanzado. Ese nonato de una historia que quedó atrás (en la ciudad de Boston, donde el personaje de McDermott fue hallado in fraganti por su esposa cuando fornicaba con una alumna, luego del episodio de la pérdida del bebé) es el fuera de campo, el trasfondo ominoso de la historia fantasmagórica, con sexo rarito y accesorios fetichistas, que tenemos por delante.
El guión y la producción corren por cuenta de Ryan Murphy and Brad Falchuk, creadores de dos bodrios para reír: Glee y Nip/Tuck, aunque la última, centrada en las fechorías de dos cirujanos plásticos, rozaba muchas veces el terror.
Páginas críticas como AVClub, o Daniel link en su blog Linkillo, para citar los sitios más inteligentes, celebraron la aparición de Amrican Horror Story en este período de renovación de series en la que comienza a percibirse cierta sequía creativa.
Y hay algo que agregar: incluso aquellos necios que creen que las buenas series se hacen en la tevé española deberían ver American Horror Story para ver actuar a Jessica Lange como la vecina siniestra, madre de una hija mogólica ya crecida, sureña, con el amaneramiento de una vieja estrella de Hollywood retirada. El personaje, dicen, está inspirado en el papel que Lange hizo en el film Blue Sky, por el que ganara el Oscar en 1994. Una prueba más de que las series son hoy el lugar de la cinefilia.
En San Nicolás, este fin de semana, llevamos al niño al parque San Martín, contra la barranca, con Fernando y Elena. Allí había estos tubos de desagüe en los que Fernando vio la oportunidad de que, en lugar de los típicos juegos invantiles, el nño jugara a ser Gadafi. Así nació Sirte, el juego. El único problema fue explicar al pequeño la diferencia entre Khadafi y Gadafi.
Los jugadores capturan al coronel a la salida del desagüe.
Lo que era una sospecha desde el primer capítulo de la serie Terra Nova, es hoy la cruda realidad: Steven Spielberg (productor del show) parece tener con las series de televisión el problema que Lionel Messi tiene con la selección argentina. El primero hace bien en cine lo que destruye en tevé; el segundo, hace bien en España… etcétera. Tras sembrar unas tímidas intrigas en la colonia que los hombres del siglo XXII fundaron en la era de los dinosaurios (85 millones de años atrás) como alternativa al negro futuro que se avecina, ese territorio hostil y lejano –con promesas de una nueva Lost, cruza de Jurassic Park y Avatar– va convirtiéndose en un exótico telón de fondo de una moralina familiera, pacata, estúpida y, encima, aburridísima. Dejad de verla.
La esquina de Monteagudo y Vertiz y Salcedo (Velez Sarsfield al 300), en Refinería, a una cuadra de Alto Rosario. En julio de 2009 se puso a la venta la vieja casa de la esquina. A un costado, el respiradero que parece un farol.
Este año la propiedad se vendió, junto con otras que estaban al lado. Es probable que por lo menos levanten cinco pisos.
La misma esquina en junio de 2014. No levantaron cinco pisos, sino una galpón para una cncesionaria de autos.
Richard Gwyn me escribe desde Gales, dice que antes de retomar todas sus actividades allá quería saludar, agradecer. Le respondo, entre otras cosas, que muchos en Rosario quedaron encantados con sus lecturas, que si me envía esos texto para publicarlos acá. En menos de dos horas tengo la respuesta y un archivo de Word adjunto. Jorge Fondebrider, traductor de Gwyn, le hizo una entrevista en Ñ en la que podemos saber más de nuestro invitado.
De izquierda a derecha: Gwyn, Carlos Pardo, Juan Dicent, Niels Frank.
Los poemas de Richard Gwyn (traducidos por Jorge Fondebrider)
El sendero no elegido
Había una bifurcación en el camino. Escogí uno de los dos, suponiendo que el otro era el sendero no elegido. Al cabo de unos minutos volví a la bifurcación, elegí el otro. Se parecía mucho al primero, aunque supe que al tomarlo me estaba metiendo con el destino. En el lapso de casi una hora, el sendero originariamente elegido se había convertido en el sendero no elegido, y tuve que inventar algún tipo de destino alternativo para él. Decidí que todas las consecuencias son, en buena medida, el resultado de la voluntad. Fue entonces cuando me di cuenta de que había perdido mi sombra.
The Road Not Taken
There was a fork in the track. I chose one of them, assuming the other to be the road not taken. After a few minutes I returned to the fork, chose the other one. It looked much the same as the first, though I knew that by taking it I was messing with fate. Within an hour or so, the road originally taken had become the road not taken, and I had to invent some kind of alternative destination for it. I decided that all outcomes are, to a large extent, the result of will. It was then that I realised I had lost my shadow.
Traducción
Todas tus historias son sobre ti mismo, dijo ella, incluso cuando parecen ser sobre otra gente. No iba a negarlo, ni a darle el gusto de tener razón. Así que cité a Proust, quien dijo que los escritores no inventan libros; los encuentran en sí mismos y los traducen. Eso pareció resolver el problema y ella se quedó callada. Hundí mis dedos en un bol de agua perfumada y empecé con el arroz. Un dejo a arcilla y a hojas y a metal me tomó por sorpresa. ¿Qué hay en el arroz?, le pregunté. ¿Caldo de hongos? ¿Cartuchos de escopeta? ¿Lombriz? No, dijo, mirando a través de la luz de la vela, las historias que todavía no has escrito están en el arroz. Debes estar paladeándolas.
Translation
All your stories are about yourself, she said, even when they seem to be about other people. I was not going to deny this, nor give her the pleasure of being right. So I quoted Proust, who said that writers don’t invent books; they find them within themselves and translate them. This seemed to do the trick, and she fell silent. I dipped my fingers into a bowl of scented water and started on the rice. An aftertaste of clay and leaves and metal took me by surprise. What is in this rice? I asked her. Mushroom stock? Shotgun cartridge? Earthworm? No, she said, peering at me through the candlelight, the stories that you haven’t written yet are in the rice. You must be tasting them.
Espartanos
Vivir en la ciudad de Esparta era difícil. Abandonado recién nacido por una noche en la ladera de una colina, pronto aprendías lo que era bueno. Además había peleas que pelear, tierras que conquistar, saqueos y sometimientos que llevar a cabo. Dignidad y una tumba honorable. Y siempre esos corintios tramposos y esos atenienses superiores a quienes superar en lucha mortal y sin dejarles ni un pelo intacto. Lanzas que lustrar hasta que brillasen más que la luz de la luna, espadas que afilar hasta que el menor contacto partiese en dos al nervio. Si crecías sintiéndote flojo ante todos esos trabajos, todo ese clamor por sangre y muerte, y anhelabas apenas un asomo de misterio o ternura, estabas condenado a la burla y al insulto. En el patio de la escuela oía a los que iban a ser guerreros espartanos. Sus palabrotas incluso eran de pura sangre, mientras yo tenía la boca llena de bolitas.
Spartans
In the city of Sparta the living was tough. Left out on a hillside as a newborn baby for a night, you soon learned what was what. Then there was fighting to be done, lands to conquer, pillaging and subjugation to carry out. Dignity and an honourable grave. And always those duplicitous Corinthians and superior Athenians to outdo in mortal conflict and in leaving not a hair unscathed. Spears to be polished until they outshone moonbeams, swords to sharpen till the faintest touch would bisect the strongest sinew. If you grew up feeling faint at all this hardship, all this clamouring for blood and death, and longed for just a hint of mystery or tenderness, you were doomed to mockery and insult. I heard them in the schoolyard, the would-be Spartan warriors. Even their swearwords were thoroughbred, while my mouth was full of marbles.
Abrir una caja
¿Quién puso esas cajas aquí? Un camino vacío. Árboles dispersos, ninguno dando frutos. Un cielo lleno de nubes que no van a dar lluvia. Ninguna señal de vida humana. Y, sin embargo, esas cajas, alineadas precisamente al borde del camino, depositadas sobre el suelo arenoso en pilas ordenadas. Cajas de cartón sin nada escrito en ellas. Ningún mensaje, o marca, o sello de compañía. Cartón marrón liso, con las partes de arriba plegadas y metidas. Quienquiera las haya dejado aquí sabía que no iba a llover. Observo las cajas como si esperase que ellas dieran el primer paso. Espero a ver si va a venir alguien: si alguien me está observando observar las cajas, listo para aparecerse de un salto y encararme con un grito airado, acercarse más e insultarme, maltratarme, maldecirme. Puedo oír al hombre, con barba de una semana, oler su transpiración, contemplar su gran vena palpitándole en el cuello. Silencio. Aquí no hay nadie. Ni siquiera pájaros. De modo que escucho los sonidos que aquí no hay y empiezo a oírlos: un griterío a lo lejos, un tractor, el graznido de un cuervo. Cuanto más oigo eso sonidos ausentes, más profundo se hace el silencio. Me acerco a la primera caja, aflojo la parte de arriba. La abro.
Opening a Box
Who put these boxes here? An empty road. Scattered trees, none bearing fruit. A sky full of clouds that will not rain. No signs of human life. And yet these boxes, lined up precisely at the roadside, banked on the sandy soil in neat piles. Cardboard boxes with nothing written on them. No message or mark or company stamp. Plain brown card, with the tops folded over and tucked under. Whoever left them here knew it would not rain. I watch the boxes, as if expecting them to make the first move. I wait to see if anyone will come: if anyone is watching me watch the boxes, ready to leap out and confront me with an angry shout, come up close and face to face to swear at me, abuse me, curse me. I can hear the man, unshaven for a week, smell his sweat, watch the big vein throbbing in his neck. Silence. There is nothing here. Not even birds. So I listen for the sounds that are not here, and begin to hear them: distant shouting, a tractor, a crow’s caw. The more I hear these absent sounds the deeper the silence grows. I approach the first box, loosen the flap. Open it.
Desempolvar
El polvo es verbal. Billones de partículas de dios sabe qué, que se depositan sobre toda superficie, en cada rincón. Engendrando bichos que, debajo del microscopio, se convierten en monstruos grotescos y aterradores. Polvo que se acumula inadvertido e invisible hasta que llega el día en que se lo percibe, y entonces, repentinamente, uno se escucha decir que nunca se había dado cuenta de lo llena de polvo que estaba la casa. Polvo y telarañas. Telarañas no perturbadas por meses o incluso años. Ya pasa de castaño a oscuro. Compras un plumero, uno con mango telescópico. Lo abres y plumereas las paredes, debajo de los estantes altos, en los más inaccesibles rincones del salón. Lugares donde el plumero nunca sacó el polvo. Lugares en los que el polvo se apiló. Pasas el dedo por la saliente y lo sacas cubierto de suciedad de 1976. Polvo punk. Ahora es 2000. De lamer ese polvo, te preguntas, ¿te sabría al pasado? ¿El del polvo medieval, el del polvo romano, el antiguo polvo del crepúsculo celta? Recógelo y ofrécelo a la venta en vaso de colores. Polvo pagano, polvo de rinoceronte, polvo de dinosaurio. Polvo del milenio. Polvo removido con cepillo por los santos. Polvo de Cristo. Polvo de Buda. El polvo de nuestros ancestros. Desempolvar: si no fuera una metáfora del olvido podría ser un verbo feliz.
Dusting
Dust is verbal. Billions of particles of god knows what, collecting on every surface, in every corner. Breeding bugs which, under the microscope, become grotesque and terrifying monsters. Dust that accumulates unnoticed and invisible until such time as it is noticed, and then suddenly you hear yourself observe that you had never realised quite how dusty this house was. Dust and cobwebs. Cobwebs undisturbed for months or even years. It all gets too much. You buy a feather duster, one with a telescopic handle. You open it out and wave it along the walls, under high shelves, into the most inaccessible reaches of the hall. Places where duster never dusted. Places where dust has piled thick. You run your finger down a ledge and it returns covered in the filth of 1976. Punk dust. It is now 1999. You wonder should you lick this dust, would you get a flavour of the past? What of medieval dust, Roman dust, good old Celtic sunset dust. Scoop it up and flog it off in coloured glass. Pagan dust, rhino dust, dinosaur dust. Millenium dust. Dust brushed by the saints. Christ dust. Buddha dust. The dust of our ancestors. Dust: if it weren’t a metaphor for oblivion it could be a happy verb.
Hambre de sal
¿Te recordaré en la luz insulsa y amarilla,
como a un pez que me entra en la boca, como un virus
que me entra en la sangre, como un miedo que me entra en la panza?
¿Te recordaré como una catástrofe
desgarrándome entre las piernas, dientes minúsculos que me hienden el labio,
lengua tocada con sal por la que mi lengua estaba loca?
Nunca reconociste esos pequeños robos:
el anillo de mi madre, la estatua de Knosos,
el medallón que yo guardaba para el cabello de los chicos
que nunca tuvimos. Te veo, ven a robar mis huesos,
dientecillos tan blancos, un collar de piedras coloridas,
valvas de almejas y mejillones alrededor de tu talle,
una cadena de esmeraldas en el tobillo. Pero ahora te has ido
de vuelta al mar. Puedo perdonar tu crueldad,
tus humores violentos, tus tramas de venganza,
recordando en lugar de eso el roce de tu piel
sobre la mía, el modo en que me viste aquella tarde
en la cueva marina, las gaviotas chillando afuera,
una multitud de airados acreedores en un mundo distinto,
vuelto terriblemente silencioso. Y tú, anidando
en la arena blanca, atrapada en las redes que tejí
con devota sobriedad, por completo convertida en sal.
Hunger for Salt
Will I remember you in the dull yellow light,
as a fish that enters my mouth, as a virus
that enters my blood, as a fear that enters my belly?
Will I remember you as a catastrophe
tearing between my legs, fine teeth slitting my lip,
tongue touched with salt my tongue was crazy for?
You never confessed to those little thefts:
my mother’s ring, the statue from Knossos,
the locket I kept for the hair of children
we never had. I see you, come to steal my bones,
small teeth so white, a necklace of coloured stones,
clams and mussel shells around your waist,
an ankle chain of emeralds. But now you have gone
back to the sea, I can forgive your cruelty,
your violent moods, your plots of revenge,
remembering instead the brush of your skin
on mine, the way you looked at me that afternoon
in the sea cave, gulls clamouring outside,
a crowd of angry creditors in a world otherwise
gone terribly quiet. And you, nestling in
the white sand, caught in the nets I wove
with a devout sobriety, turned utterly to salt.
Disolverse
Cuando hablaste de disolverte en mis brazos
advertí que no era una figura retórica,
que en un sentido (en todo sentido), lo decías en serio
que así fuera, desintegrarte en mí,
yo en ti, y ambos en agua. ¿Será eso
lo que se llama matrimonio, cuando ambas partes
desaparecen completamente, dejando apenas ondas
sobre la quieta superficie del agua? Pero para nosotros
el matrimonio era una curiosa fantasía, ¿y quién quizás
podría celebrarlo? A otro estabas prometida,
una figura oscura que acechaba de noche en callejones,
un cobrador de deudas siempre ocupado, y yo sabía
que mis escasas credenciales jamás servirían de mucho
con tu padre imaginario. Así que en cambio te conduje
a un estanque, con lirios y un puente oriental,
un banco bautizado con el nombre de un comerciante local,
el camino que circunscribía el agua
sombreado por hortensias y una vasta magnolia.
El lugar me resultaba conocido, pero desde que el yo
que recordaba cosas para entonces ya estaba
disolviéndose en el tú que se olvidaba cosas,
el recuerdo bien podría haber sido falso.
Caminaste alrededor del estanque, alrededor de mi isla,
disminuida con cada vuelta, cada vez atraída
por la gravedad de la inteligencia verde de la isla,
una y otra vez, mientras yo esperaba, un idiota
en un drama sin argumento, sin previsible conclusión.
Dissolving
When you spoke of dissolving in my arms
I realised it was not a figure of speech
that in a sense (in any sense), you meant it
to be just so, that you would disintegrate in me,
I in you, and both of us in water. Could this be
what is meant by marriage, in which both parties
disappear entirely, leaving only ripples
on the water’s quiet surface? But marriage
was a curious fantasy for us, and who could
possibly officiate? You were promised to another,
a dark figure stalking alleyways at night,
an ever-busy debt-collector, and I knew
my thin credentials would never count for much
with your imaginary father. So I led you
to a pond instead, with lilies and an oriental bridge,
a bench named for a local shopkeeper,
the path which circumscribed the water
shaded by hydrangeas and a vast magnolia.
The place was known to me, but since
the I that remembered things was by now
already dissolving in the you that forgot things,
the memory might well have been a false one.
You walked around the pond, around my island,
diminished with each circuit, each time drawn by
the gravity of the island’s green intelligence,
around and around, while I waited, an idiot
in a drama with no plot, no foreseeable conclusion.
Reglas de conducta
Llegaron Soldados. Después, Administradores. Impusieron un serie estricta de leyes de conducta. Primeramente, el toque de queda, entre las 9 pm y las 6 am. En segundo lugar, una restricción sobre el número de gente que podía verse junta en toda ocasión, salvo en la iglesia. En tercer lugar, que todos los adultos estuvieran completamente vestidos durante las horas no comprendidas por el toque de queda. En cuarto lugar, que quedaba estrictamente prohibido tener loros, así como todo otro pájaro que imitara el habla humana. Quinto, que las visitas al doctor fueran exclusivamente para quienes sufrieran únicamente enfermedades que se curasen. Sexto, que todos los libros que tuvieran la letra V deberían entregarse a las autoridades literarias. Séptimo, que todo el ganado se registrara ante la autoridad competente, salvo las aves de corral comestibles y sus huevos. Octavo, que las gallinas negras fueran una excepción a ésta última cláusula excluyente y que se las considerarse propiedad de los Administradores. Noveno, que quedaba prohibido que los perros ladrasen entre las 9 pm y las 6 am, y que si lo hicieran sus dueños estuvieran sujetos a multas abultadas. Décimo, que las personas que tuviesen sueños con (a) elefantes, (b) reptiles peligrosos, o (c) cualquier variedad de crustáceo, los reportaran a las autoridades cívicas de inmediato. La contravención de cualquiera de las leyes enunciadas arriba iba ser vista como un desafío directo a la autoridad de los Administradores. Las reglas fueron exhibidas en una ancha pizarra fuera de la intendencia. La primera noche, fuimos despertados por una explosión. Alguien había descargado ambos caños de una escopeta en la recién levantada pizarra. Se buscó en todas las casas que daban a la intendencia, pero no se encontró arma alguna. Cuatro jóvenes fueron enviados a la cárcel.
Rules of Conduct
Soldiers came. Administrators followed. They imposed a strict set of rules of conduct. Firstly, the curfew, between the hours of 9 pm and 6 am. Secondly, a restriction on the number of people to be seen together on any one occasion, except in church. Thirdly, that all adults should be fully clothed during hours not covered by the curfew. Fourthly, that the keeping of parrots was strictly forbidden, as were all other birds who mimicked human speech. Fifth, that visits to the doctor were to be confined to those who suffered only curable diseases. Sixth, that all books containing the letter V were to be handed in to the literary authorities. Seventh, that all livestock was to be registered with the appropriate authority, excluding edible fowl and their eggs. Eighth, that black hens were an exception to this last excluding clause and were to be considered property of the Administrators. Ninth, that it was prohibited for dogs to bark between the hours of 9 pm and 6 am, and that if they did so their owners were liable to substantial fines. Tenth, that persons who had dreams containing either (a) elephants; (b) dangerous reptiles, or (c) any variety of crustacean, were to report to the civic authorities at once. Contravention of any of the above stated legislation was to be regarded as a direct challenge to the authority of the Administrators. The rules were posted on a large noticeboard outside the civic hall. On the first night, we were awakened by an explosion. Somebody had fired both barrels of a shotgun into the newly erected noticeboard. All the houses facing the civic hall were searched, but no weapon was found. Four young men were sent to prison.