Que sólo la mujer (no “las mujeres”) es capaz de crear mundos, de restituir en éste su don de maravilla, de construir sobre el desierto de la ley paterna un oasis donde impera la Belleza, la Justicia y el Amor (que son los ideales platónicos), que la mujer es la única a la altura de ese llamado es lo que de alguna forma vienen a decirnos las últimas y mejores series. O, por lo menos, las que preferimos.
No se trata de que no haya hombres, claro. Hay terribles héroes que se debaten entre la idiotez y la presunción (como Jack y Sawyer en Lost). Se trata, en todo caso, de que ya no hay hombres que puedan cumplir con la vieja ley paterna. Con la tarea de la conquista del orbe conocido ya cumplida, sostener el mundo de acuerdo a las leyes masculinas (paternales) que guiaron la conquista es, ni más ni menos, la utopía perdida. Veamos.
Escenas del episodio octavo de Once Upon a Time American Horror Story.
Fringe. En la serie Fringe, Olivia (Anna Torv) es el centro de una guerra entre mundos y temporalidades paralelas. La locura de un padre ante la pérdida de su hijo creó una brecha entre este y el mundo alternativo (en el que las cosas tomaron ese otro camino sobre el que especulamos en este mundo), es decir, al recuperar en ese universo paralelo a su hijo Peter (Joshua Jackson) originó la desintegración de esos dos mundos. A partir de allí, de ese error paterno (masculino y demiúrgico: el hombre que juega a ser un dios y desafía poderes que desconoce), la posibilidad de sobrevivir a la hecatombe está en manos de Olivia. Una fábula con ribetes metafísicos: ser, parecer, generar y sostener una identidad. La mujer, como escribió nuestro filósofo de cabecera Daniel Link: “es lo experimental por excelencia”.
American Horror Story. En esta serie todos los hombres, en el sentido tradicional del término (machos propietarios con cierto poder), son unos pelmazos. Sin embargo sus mujeres (las de la historia, en la que una familia se muda a una casa poseída en la que durante casi 100 años sucedieron crímenes espantosos), aquellas que están más preparadas para torcer el rumbo siniestro de las cosas, son personajes corridos del centro, con un protagonismo alternativo. La impresionante Jessica Lange (Constance), estrella en desgracia, o Frances Conroy y Alexandra Breckenridge, las dos interpretan a Moira, una mucama fantasmagórica que las mujeres ven como a una vieja estrafalaria y los hombres, como una joven gatuna cargada con todo el fetiche de una fantasía previsible. “Lo que los hombres hacen –le dice Moira a su patrona al promediar el octavo episodio– es hacernos creer que estamos locas y así salen a divertirse. Desde el principio de los tiempos el hombre busca excusas para encerrar a la mujer. Inventan enfermedades, como la histeria. ¿Sabe de dónde viene esa palabra? De la palabra griega para útero. En el siglo II pensaba que era causada por una privación sexual, y que la única cura posible era el «paroxismo histérico». Orgasmos. Los doctores masturbaban a las mujeres en sus consultorios y lo llamaban medicina. Fue hace cientos de años, pero no estamos mejor ahora. Los hombres siempre buscan formas de llevar a las mujeres hasta el límite”. [La cita es de Freud, el inminente estreno de A Dangerous Method, el film de David Cronenberg sobre una paciente que compartieron Freud y Junger agrega una lucesita roja más a esta cuestión, ¿no?]
Once Upon a Time (Érase una vez). En esta serie, que lleva apenas cinco episodios de su primera temporada y la protagoniza la doctora Cameron de Dr. House, Jennifer Morrison, los personajes de los cuentos de hadas (todos ellos) fueron desterrados por una maldición al presente, al pueblito Storybrooke, en el estado de Maine, en el que nadie recuerda quién es, es decir, no recuerdan qué personaje son (como en la serie Lost, en la que cada uno se buscaba a sí mismo en los personajes que la isla barajaba en las distintas líneas de tiempo). Aquí es el príncipe Encantador de Blancanieves quien duerme el sueño eterno y espera sin saber el beso de su salvadora, aquí es la hija de Blancanieves y ese caballero, la única que zafó de la maldición, la llamada a restaurar el orden perdido en un lugar que gobierna la malvada madrastra. Sólo que la villana sabe quién es, nuestra heroína, no. “Los pactos, los acuerdos son los que han hecho avanzar nuestra civilización”, dice Rumpelstiltskin, el personaje de los hermanos Grimm.
¿Será esta era de la mujer que enseñan las series una que llegó para romper con esos pactos?