Somos amigos. Cada año me trae de regalo desde Boulder, Colorado, donde es profesor, algún libro en inglés, como la versión original de El monje publicada en Oxford, o los cuentos góticos de Elizabeth Gaskell –que ignoraba por completo– que, además de tener un prólogo excepcional de Laura Kranzler, leí maravillado: historias en las que una atmósfera enrarecida y siniestra rodea a los personajes femeninos, por lo general victimizados por hombres de una autoridad sombría.
Conversar con Juan Pablo Dabove se convirtió en un hábito postergado. Esperar su vuelta una vez al año y hablar de las cosas que quedaron pendientes, de los libros y los hijos, de la topografía de la política: el modo en que cambiamos y cambian los lugares que transitamos, las ciudades que conocimos.
Mi amigo Dabove es una eminencia secreta en Rosario. Cuando está en la ciudad circula a diario por la zona de la Facultad de Humanidades y Artes, donde egresó de Letras, que se mantiene como cada año fiel a sus propias tramas. Dabove publicó en inglés Nightmares of the lettered city (Pesadillas de la ciudad letrada), en la que no sólo analiza el bandidismo en la literatura latinoamericana, sino que propone una “teratología” (un estudio de los monstruos) de la imaginación liberal decimonónica en el continente americano. Hay más libros y ensayos, como Bandit Narratives in Latin America (cuya dedicatoria es un desplante de generosidad extrema), y en particular "'La cosa maldita': Lugones y el gótico imperial", donde escribe: “Lugones transcultura el lenguaje gótico para dar cuenta de la ansiedad que aquejaba al letrado nacionalista argentino frente a una realidad en rápida modificación (y nuevos sujetos que son metáfora de esa nueva y amenazante realidad) en las décadas que van de la crisis económica y la revolución radical de 1890 al ascenso del radicalismo al poder en 1916, y cuyo hito fue el Centenario (1910). Propongo que, del 'capital mimético' con el cual Occidente dio forma y lugar a sus Otros, Lugones adopta en estos cuentos la modulación gótico-orientalista de la narrativa finisecular que Patrick Brantlinger denominó, para el caso británico, gótico imperial (Imperial Gothic). El gótico imperial, señala Brantlinger, revela las ansiedades y contradicciones del imperio británico que se debatía entre un cientificismo progresista y una atracción por lo oculto."