Contra el ventanal, sentado a la mesa de la confitería del hotel Viena, en Ovidio Lagos al 500, Alejandro “El Gallego” Álvarez, fundador de Guardia de Hierro, toma una cocacola. Ahí están tres o cuatro compañeros de militancia de Rosario y Buenos Aires y tres periodistas. Tiene un bastón entre las piernas y tritura las palabras: las larga con violencia a veces, o con un susurro, siempre en una suerte de ronquido. De vez en cuando los amigos lo acompañan con sus argumentos. Habla del pasado. Dice: “No se peleaba por una idea, se peleaba por una realidad, por una vida humillada. No eras una idea. Creo que hay un universo que coexiste con éste, que es negado sistemáticamente por estos hijos de puta, porque no tienen otro calificativo”. En la frase está acaso el núcleo de lo que Álvarez vino a decir a Rosario el 5 de agosto pasado, cuando presentó en una librería del centro “Así se hizo Guardia de Hierro”, poco más de 700 páginas más un cedé con 107 documentos en el que se traza lo que podría ser la genealogía de Guardia de Hierro, el grupo que visitó a Juan Domingo Perón en su exilio en España, trabajó para su retorno al país y se disolvió cuando el líder murió en julio de 1974. En ese esquema, la obra repasa la historia argentina y diseña una misión para Guardia de Hierro que, según palabras de Carlos, un viejo militante que vino desde Buenos Aires con Álvarez y se sienta frente a él en la mesa del hotel Viena, tuvo entre fines de los 60 y principios de los 70 unos 10 mil cuadros activos y capacidad para movilizar a unas 200 mil personas en el país. Las cifras, según los historiadores del período, pueden estar sobredimensionadas.
La cima del paso de Álvarez por Rosario fue acaso el encuentro en la librería. Allí, militantes que ya habían pasado con holgura los 60 años se reencontraban y volvían a comulgar con la exégesis original con la que el fundador de Guardia de Hierro los iluminó a principios de los 60, poco antes de que la resistencia peronista, tras el golpe del año 1955, cumpliera 10 años: los dos universos que coexisten, el peronista, asociado a una visión de la resistencia casi catecúmena en la que la buena nueva era la industria, la justicia social y la alegría del pueblo y, como un ruido, un bullicio omnipresente, este otro universo del consumo, la corrosión política, la ilusión liberal.
La verdad
Podría decirse que el Gallego Álvarez dialoga, pero como dialogaban los filósofos presocráticos cuando practicaban la mayéutica: lo que nos dice tiene el objetivo de llevarnos a sacar sus conclusiones, que son fundamentales y se sostienen en “la verdad”, término que domina la primera parte de la charla. Y cuidado, no es difícil por momentos simpatizar con sus conceptos a veces “anacrónicos” (no porque estén en desuso, sino porque no se atienen a los dictámenes del presente). Esa palabra con la que insiste, “la verdad”, tal vez se entiende mejor cuando leemos el prólogo de su libro: “La Historia no comienza con la relación de los hechos del pasado –escribe–, sino con la exposición de la memoria del pueblo, testigo y actor al mismo tiempo, de esos mismos hechos”.
“Tengo que reconstruirlo todo desde acá”, dice también en la confitería del Viena, tocándose el corazón con la mano derecha, mientras conserva la izquierda sobre la empuñadura del bastón. El terreno en el que se moverá Álvarez desde entonces es el de la Historia, de ahí que desprecie en sus respuestas cualesquiera de los interrogantes periodísticos que le haremos en esa entrevista como en otras que circulan por la red. Es más, lo que Álvarez nos trae es un manifiesto teológico político, una interpretación y una reconstrucción de la historia –su libro incluye una carta-documento presentada a Perón en Madrid en 1967 que se plantea como informe histórico– y un ensayo sobre su sentido y su destino con subtítulos como “La televisión: el gendarme”, “El ataque a la estructuración de la personalidad”, “La regresión histórica de la especie”, “El mito del héroe y el origen de la violencia” o “¿Se hubiera podido evitar la Segunda Guerra Mundial?”, que conviven con otros más referenciales y concretos.
El papa
Católico de un modo que es hoy acaso difícil de encuadrar, antimarxista y fundamentalmente antiliberal, Álvarez fue enemigo en su momento de la teología de la liberación. Nos lo dirá cuando refiera que Jorge Borgoglio, entonces provincial de la Compañía de Jesús en Buenos Aires, le entregó la Universidad del Salvador en 1976, “porque estaba harto de los hijos de puta de los jesuitas que se habían pasado a la izquierda, a la teología de la liberación”. Aclara que conoció al actual papa Francisco cuando tenía 30 años –“Le llevo 8 meses” de edad, dice–, pero que no formó parte de Guardia de Hierro. También fue enemigo de la Triple A. “La triple A no existió, era el Ejército”, le espeta a un periodista que quiere precisar datos del período en que Guardia de Hierra estaba aún activa. Álvarez parece enojarse con el periodista, levanta el ronquido de la voz, estalla. La confitería, por fuera de esta mesa, está vacía de clientes y allá atrás el mozo quita la vista del plasma clavado en TN y echa un vistazo risueño hacia el hombre que truena.
Habíamos leído en un texto tomado del sitio de la Universidad Nacional de Cuyo (aunque escrito por el grupo de Historia Oral de la UBA): “Guardia de Hierro surgió en 1961 a partir de una iniciativa de veteranos de la Resistencia Peronista como César Marcos y Héctor Tristán. Eventualmente su principal y más conocido dirigente será Alejandro “el Gallego” Alvarez. El nombre se remonta a la organización protofascista homónima rumana dirigida por Corneliu Codreanu”. Entre 1961 y 1963, es parte del Comando Nacional del peronismo. Luego, entre 1963 y 1972 se separa del Comando Nacional para desarrollarse como parte de la Juventud Peronista. Al final de este período se fusiona con el Frente Estudiantil Nacional (FEN). Este grupo, dirigido por Roberto Grabois, se definía como parte de la izquierda (marxista) nacional, tenía una fuerte presencia universitaria y, en menor grado, en colegios secundarios. Entre 1972 y 1974 Guardia se afianzó como parte integrante de la JP conformando, junto con otras organizaciones peronistas, la Organización Única del Trasvasamiento Generacional (OUTG). En el hotel Viena queremos saber detalles de esa época, cómo se habían acomodado las filas, por ejemplo, en Ezeiza el 20 de junio de 1973. Pero Álvarez está ocupado saldando cuentas con los historiadores de actualidad, los “hijos de puta”, en sus términos, que incluyen al aplaudido Felipe Pigna –“la inteligente es su mujer, que siempre fue del ERP”, nos aclara nuestro entrevistado– y José Pablo Feinmann: ninguno de ellos es peronista y afiliarlos –en la charla, se entiende– hace que la voz de Álvarez vuelva a tronar. Dice que es una ironía que a Pigna lo banque el secretario general del sindicato de encargados de edificios porteño (dueño de la revista Caras y Caretas), que se llama (Víctor) Santa María.
Y ya que entramos de nuevo en terreno religioso le preguntamos por el padre Leonardo Castellani, que estaba muy activo en los 60 y los 70, tras su reingreso a la Compañía de Jesús, con columnas y artículos en distintos medios gráficos de entonces. “Castellani tuvo un problema, el nacionalismo”, dice Álvarez sereno, dando a entender que entendemos. Bueno, entendemos que Álvarez, que eso que nuestro entrevistado es y representa, no es nacionalista. Seguimos.
La tragedia
Vamos a la actualidad: “Cristina ha peleado por nosotros también, por los viejos, por los jóvenes, por los chicos”, dice.
¿Y su libro? “El problema del libro es la verdad, es decirla, no callarse”, dice. Y también: “No se trata de develar las complicidades, sino los cómplices”. Deja descansar un poco la voz y agrega: “Ahora yo ya estoy calmado”.
—¿Y cuando no estaba calmado quiénes eran los cómplices?
—Si uno trata de comprender verdaderamente qué pasa con la historia debe comprender qué pasa con los pueblos.
Y aquí llega el momento más intenso de la charla, cuando dice: “No individuos, no cosas, sino personas. No digan más somos peronistas, digan somos populistas. Esa es la realidad. Ese mote que nos han encajado la Universidad de Londres, con un ánimo despectivo bien británico. Antes éramos los cabecitas negras. El populismo no en vano dura ya 30, 40 siglos, porque no es de ahora. ¿Qué pasaba antes de la religión olímpica en Grecia? ¿Antes del idiota ese de Zeus y de toda la corte de los milagros del Olimpo? Los tipos nunca creyeron en eso. Fue una fabricación porque necesitaban cambiar la religión para poder cambiar el sistema económico, social y político. Nietzsche lo insinuaba un poquito… Los tipos han descubierto en un punto de la historia de la Grecia clásica es confuso, que es el tránsito de los tiranos a la democracia. ¿Quién puso tiranos? ¿Tiene el mismo contenido para los griegos la palabra esa que para esta democracia estúpida? De ningún modo. Tiranos eran porque impedían que gobernara la oligarquía y por eso los liquidaron a todos. Y nadie le da bola, porque no se animan a decir que Zeus, Afrodita, son una versión cinematográfica de una religión posible. Cuando ellos consiguen armar esto consiguen el crimen de los tiranos. Empiezan con el tema democrático, el más hijo de puta. No sé si ustedes saben que las entradas del teatro para la tragedia las regalaban en la plaza. ¿Por qué? Porque la gente tenía que mirar la tragedia para comprender que ellos, esos que miraban, eran unos pelotudos, que los que sabían eran los otros, una alabanza de la oligarquía. La tragedia es eso. Esquilo, Sófocles y Eurípides, a cuál más hijo de puta. ¿Por qué? El arte, que sí existe, no existe para engañar, no existe para la mentira, para convertir a los tipos en esclavos, sino al revés. Pero ellos hicieron esto. Y a esa imagen hicieron en Argentina lo que hicieron. Pero están los que aceptan la mentira y están los que no. La llave de este tema está ahí, porque esa es la llave de la historia de Occidente. Hasta que llegó Cristo y se hizo la luz. Pero no es tragedia porque hubo resurrección. La tragedia es una condena definitiva, siempre”.
A nuestras espaldas, alguien pide disculpas por interrumpir. "Perdón, dice, es que recién llego de Madrid y no quería dejar pasar la oportunidad de saludarte, Gallego". Es el escritor Patricio Pron, un auto lo espera afuera. Intercambian unas palabras. Álvarez leyó El espíritu de mis padres sigue subiendo en la lluvia, en el que Pron refiere una investigación de su padre, periodista, que luego llevaría a una discreta e intensa trilogía sobre jóvenes desaparecidos durante la última dictadura en el pueblo de Timbúes El Trébol. Patricio se va. Ya se verán, dicen.
Nosotros también nos vamos. En total somos siete personas a la mesa.
Cuando le doy la mano a Álvarez, que se ha parado y puso el bastón a un costado, le digo que es lo más cerca que jamás estuve de Perón. Al despedirse todos hablan al mismo tiempo y a un par se les ocurre que es el momento de unas risas estentóreas. Álvarez se ríe, pero no sé si escuchó.