Fue Florencia Coll (@florciacoll) la que me pasó el enlace y fue la nota de Rossana Reguillo la que me devolvió a la ya remanida
conjetura en torno a aquella definición
de Alfred Hitchcock: “Cuanto mejor el villano, mejor la película” (acá el libro).
En “La narcomáquina ya no necesita Chapos” Reguillo anota: “El Chapo se
ha hecho legión”.
Sólo quiero anotar que en algo han contribuido ciertas series a “desespectacularizar”
este procedimiento tan caro al Departamento de Estado americano y el FBI de
crear enemigos
públicos número uno.
Como en aquellas Cartas del diablo a
su sobrino, que C.S. Lewis escribiera en la Segunda Guerra, el Mal
prefiere que sus esclavos crean que hacen el bien, sólo así pueden ser legión.
Sólo así los patrones del mal pueden postular un limbo al que muchos acceden
pero, como en la fórmula de Andy Warhol, sólo durante cinco minutos.
Walter White
sostiene, hasta que ya no puede mentir y mentirse más, que todo lo hace por su
familia. Breaking
Bad nos ofrece un retrato del
mal cotidiano, familiar, mezclado con el sano deseo burgués de progreso social.
También lo hace la reciente True
Detective: el asesino serial al que buscan los detectives es una suerte
de “resplandor”, algo ominoso que brilla en el camino. Mientras tanto, en Rusty
Cohle y Marty Hart (McConaughey y Harrelson) opera una transformación cuyos
signos vemos en las idas y vueltas del relato entre 1995 (últimos años “analógicos”)
y la actualidad. Son ellos nuestros patrones del mal, no porque puedan
enseñorearse en medio del mal que provocan, sino porque en ellos medimos (que
es el otro significado de patrón),
tenemos un modelo de cómo se degrada la vida.
Ver también el texto de Sandino Núñez: El capitalismo como simulacro del capitalismo.