Traduje este artículo (publicado a mediados de 2013 en Strikemag) en el que Mark Fisher repasa lo que sucedió luego de que apareciera su célebre libro Realismo capitalista. Un agudo análisis acerca del actual rol de los espacios políticos progresistas adecuados a la “realidad” neoliberal que parecen haber aceptado que “es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo”. El subrayado, pasada la mitad del texto, es nuestro y señala una observación que le cabe al progresismo vernáculo.
por Mark Fisher
Mi libro Realismo capitalista se publicó a fines
de 2009. Mientras terminaba el libro se desató la crisis financiera de 2008 y
bromeaba con que el capitalismo acaso terminaba antes de que yo lo hiciera con
mi libro. Como ya sabemos, el capitalismo no se derrumbó, pero sería un error
pensar cualquier posibilidad de volver a la normalidad.
El realismo capitalista podría verse como una
creencia, la de que no hay alternativa al capitalismo, de que, como lo señaló
Fredric Jameson: es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del
capitalismo. Hay otros sistemas que puden preferirse al capitalismo, pero éste
es el único que resulta realista. O puede verse como una actitud resignada y
fatalista de cara a la sensación de que todo lo que podemos hacer es hacernos a
la idea de que el capitalismo lo domina todo y limitar nuestras esperanzas a la
contención de sus peores excesos. Sería, antes que nada, una patología de la
izquierda, nunca mejor ejemplificado que en el caso de los nuevos laboristas.
Al fin y al cabo, lo que nos aporta el realismo capitalista es la eliminación
de la política de izquierda y la naturalización del neoliberalismo.
Luego de la ola de militancia que se esparció en el
mundo en 2011, el editor de Economía de la BBC, Paul Mason, llegó a declarar
que se llegaba al fin del realismo capitalista. Los eventos truncos de 2012
demuestran que ese juicio fue al menos apresurado. 2012 fue el año de la
restauración y la reacción. El último libro de Slavoj Zizek, El año que
soñamos en peligro, comienza con el concepto persa war nam nihadan: “asesinar a alguien, enterrar el cuerpo y
hacer crecer flores sobre él para esconderlo”. El argumento de Zizek es que la
ideología dominante aplicó un war nam nihadan sobre la floreciente
militancia de 2011 (Occupy Wall Street, la Primavera Árabe, los disturbios en
Inglaterra, etcétera). “Los medios ultimaron la radical dimensión emancipatoria
de los eventos y entonces arrojaron flores sobre el cadáver enterrado”,
escribe. En 2013 se reafirmó el realismo capitalista. En lugar de terminar en
2008 (ó 2011), podría argüirse que las medidas de austeridad que se
implementaron constituyen una intensificación de ese realismo capitalista. Esas
medidas no podrían haberse introducido a menos que subsistiera aún la expandida
sensación de que no hay alternativa al capitalismo liberal. Las diferentes
luchas que estallaron a partir de la crisis financiera muestran un creciente
descontento con el capitalismo del pánico que se puso en marcha desde 2008,
pero no logaron todavía proponer una alternativa concreta al modelo económico dominante.
El realismo capitalista trata así de una corrosión de la imaginación social y,
de algún modo, ese sigue siendo el problema: luego de treinta años de dominio
neoliberal, recién comenzamos a ser capaces de imaginar alternativas al
capitalismo. ¿Por qué resulta así?
En parte, porque la
descomposición de la solidaridad, de la que depende la victoria del
neoliberalismo, aún no fue revertida. Los distintos movimientos
anticapitalistas (incluyendo Occupy) aún no se constituyeron en un movimiento
capaz de desafiar la súper hegemonía del capital. Nos acostumbramos a un mundo
en el que los trabajadores le temen al capital, nunca al revés. El realismo
capitalista nunca fue la persuasión ideológica directa; no se trata de que la
población del Reino Unido se convenciera de los méritos de las ideas
neoliberales. Sino que aquello de lo que la gente está convencida es que el
neoliberalismo es la fuerza dominante en el mundo y a eso, por lo tanto, hay
poca resistencia que ofrecerle. (No estoy deslizando que la mayoría de las
personas reconocen el neoliberalismo por su nombre, sino que reconocen las
políticas y la narrativa ideológica con las que se desparramó con éxito.) Se
esparció esta percepción porque el capital derrotó a las fuerzas que actuaban
en su contra –en lo que resulta más obvio: arrasó con los sindicatos o los
forzó a ser instituciones de consumo o servicio dentro del capitalismo. La
situación cambió desde el apogeo de la democracia social, y una de las
principales maneras de ese cambio es la globalización del capital. Claro, ese
es uno de los caminos por los que los sindicatos fueron hábilmente aventajados:
si tus afiliados no van a trabajar por este rendimiento, nos mudamos a un lugar
donde otros lo hagan.
La decadencia de la política parlamentaria en Reino
Unido –con los tres partidos que representan desenmascaradamente los intereses
del capital– es una de las consecuencias de la descomposición de la solidaridad
proletaria. El error fundamental del nuevo laborismo –como el partido ejemplar
del realismo capitalista– fue que concibió su proyecto apenas como una
adaptación a la “realidad” que el capitalismo ya había construido. El triste
resultado de todas sus maniobras fue la perspectiva melancólica de un “poder”
sin hegemonía. Bajo Ed Miliband (líder del Laborismo inglés desde 2010 e hijo
de un intelectual marxista), está claro que el laborismo no aprendió aún la
lección según la cual el punto no es ocupar un centro ya existente, sino luchar
para redefinir qué es ese centro. La derecha de Thatcher gozó de la suficiente
confianza como para planear un cambio del centro en los 80 y desde entonces los
laboristas estuvieron a la retaguardia. Como Stuart Hall auguró en The Hard
Road to Renewal –publicado en 1988–, fueron los thatcheristas quienes se
animaron a pensar y hablar en términos revolucionarios. Para conmoción de James
Callaghan (político laborista inglés, primer ministro hasta 1979), Hall
escribió que Thatcher “significaba hacer pedazos la sociedad desde sus raíces”.
“Semejante ataque radical al status quo”, observaba Hall, era impensable para
quienes estaban inmersos en el compromiso de la democracia social. Pero las
incisivas observaciones de Hall sobre el conservadurismo inherente al partido
Laborista en su época, se aplican con una dolorosa comezón al actual partido
Laborista, con su desesperado reclamo de ser el partido de “una sola nación” y
sus deslices reaccionarios e impotentes sobre familia, bandera y fe. Hall
señaló entonces: “La verdad es que las ideas tradicionalistas, las ideas de respetabilidad social y moral, penetraron tan profundo en la conciencia
socialista que resulta habitual encontrarse con gente comprometida con
programas sociales radicales respaldada por valores y sentimientos del todo
tradicionales”. Lo que queda, ahora que la conciencia socialista sucumbió al realismo
capitalista y que el programa social radical cedió paso a la adaptación
pragmática a un mundo gobernado por el neoliberalismo, son los gestos
moralizantes y un tradicionalismo solitario.
Alain Badiou arguyó que con el colapso de los
experimentos de izquierda en el siglo XX fuimos retrotraídos a una situación
similar a la del siglo XIX, antes de la irrupción de los movimientos
laboristas. Creo que está en lo cierto, y que deberíamos desarrollar la misma
consistencia de pensamiento, ambición y coraje que poseyeron los fundadores del
movimiento de los trabajadores. Pero elevarnos a ese desafío significa que no
deberíamos permanecer atados a los métodos e ideas que esos grupos desplegaron
para su época. En lugar de reclinarnos deprimidos sobre el fin de la historia,
mirando conmovidos todas las revueltas y revoluciones que fracasaron en el
pasado, necesitamos resituarnos en la historia y reclamar un futuro en manos de
la izquierda. Porque lo que es cierto es que la derecha ya no tiene monopolio
sobre el futuro: de hecho, se quedó sin ideas.
Mayo del 68 dejó un influyente legado de
anti-institucionalismo en las corrientes teóricas de la izquierda –un legado
que incluso se acopla con muchos de los supuestos del neoliberalismo. Pero,
como bien lo entiende la derecha, la política no trata de cuán bien se sienten
los partidos en la calle, sino de controlar y perfeccionar instituciones. La
pregunta es: si las viejas instituciones progresistas decayeron porque estaban
demasiado asociadas a la producción en cadena, ¿qué instituciones funcionarán
en las actuales condiciones?
Como argumentaba Fredric
Jameson, el capitalismo es la sociedad más colectiva que jamás existió sobre la
tierra, en el sentido de que incluso el objeto más banal es el producto de una
red masiva de interdependencia. Hasta ahora la red global es estúpida y banal,
pero en lugar de abandonarla a favor de alguna forma de regreso al mundo
agrario que sólo sería posible en base a una catástrofe, necesitamos hacer de
la red planetaria un sistema inteligente que pueda actuar según los intereses
de la mayoría, en lugar de la minúscula minoría que lucra con el sistema en
curso. No es imposible, de hecho, tenemos una oportunidad sin precedentes de
que hacer que suceda.
Performance de Gerald Shield: "Realismo capitalista" (en oposición al stalino "realismo socialista"). Tomado de Wikimedia.