socio

"I don't want to belong to any club that will accept people like me as a member." Groucho Marx en Groucho and Me (1959).

jueves, 28 de febrero de 2013

outlaw



En el último episodio de Justified (s04e08), Outlaw, Boyd Crowder tiene su reunión con los ricos del lugar, quienes le han encomendado “limpiar la basura” (matar a uno de los suyos, cosa en la que Boyd se excede). Y luego viene esta charla entre los tres ricos y Boyd: “Sé que la gente como usted está acostumbrada a usar a gente como yo. Pero hay un punto en el que un hombre como yo no puede soportar que le usen nada más”. Y entonces concluye con esta diferencia magnífica entre lo que es un “outlaw” y lo que es un criminal. Les espeta: “Now, all the things you've done, the way you built your fortunes, it might make you criminals, but it don't make you outlaws. I am the outlaw. And this is my world. And my world has a high cost of living” (Toas las cosas que hicieron, el modo en que amasaron sus fortunas, podría convertirlos en criminales; pero no los hace forajidos. El forajido soy yo. Y este es mi mundo. Y en mi mundo es muy caro ganarse la vida").
Es una diferencia sutil pero poderosa, sobre todo porque en esa diferencia está la clase alta, cuya existencia (digamos que en el mundo de la serie y para Boyd, para no sacar conclusiones "alocadas") es ya un crimen. Pero el forajido, el outlaw, el fuera de la ley, ya es otra cosa. Por eso existe el crimen organizado y no los forajidos organizados; es decir, no existen en el discurso judicial, porque forajidos organizados son todos aquellos que se organizan para enfrentar el avance criminal de las clases poseedoras de los medios de producción (como en los conflictos que se recuerdan a menudo en Justified en la mina de Harlan County) sobre la vida y los cuerpos de los trabajadores... Bueno, ya nos alocamos en las conclusiones.

martes, 26 de febrero de 2013

el hombre en el castillo


A ver, esto es serio, porque compromete nuestra educación. Gracias a Veselka leo que la productora de Ridley Scott se apresta a filmar en cuatro partes una miniserie basada en El hombre en el castillo, de Philip K. Dick
Scott y su difunto hermano produjeron ya para televisión (también en dos episodios) Labyrinth, basada en el best seller de Kate Mosse. Cierto, la gran diferencia es que, mientras el libro de la Mosse es un culebrón pretendidamente histórico, El hombre en el castillo es una pieza extraordinaria que debe gran parte de su misterio a los cruces textuales: Dick, que publicó la novela en 1962, no sólo mezcla toda esa masa discursiva que proviene de la pulp culture de las revistas en que publicaba, más el difundido discurso paranoide de la Guerra Fría y la especulación pseudocientífica, sino que agrega su particular lectura del I Ching, más la de los libros contemporáneos como On the Road (1957) y otros "libros de carretera", o títulos de Hanna Arendt o Carl Gustav Jung que, según la biografía de Emmanuel Carrére, nutrían a Dick del mismo modo que las revistas de divulgación científica que consumía por esos tiempos.  
El hombre en el castillo es uno de los mejores ejemplos de ucronía: en los tempranos 60, luego de que los Aliados perdieran la Segunda Guerra, Estados Unidos es un estado totalitario y está dividido según el Eje se distribuyó el mundo. Pero hay un escritor que escribe una novela en la que se espeja el mundo que conocemos y hacia la que se dirige uno de los protagonistas de nuestra novela quien, en su viaje, dibuja la escritura misma de la historia.
En El hombre en el castillo Dick describe esta escena: alguien hace una pequeña pregunta al I Ching. El libro le da una respuesta desmedida que le sirve al personaje para saber cuál era su pregunta. Allí hay una poética. Ascender cada día a un mundo de palabras y a duras penas hallar una morada, ese podría ser uno de los motores de la escritura. Cómo resolverá el señor Scott este asunto es un enigma que acaso no convenga revelar.

jueves, 21 de febrero de 2013

el coleccionista

El sexto episodio de la primera temporada de Justified (la serie cruza los genios del escritor Elmore Leonard y el guionista Graham Yost) se llama The Collection –sí, “La colección”. Allí, de algún modo al margen de la intriga principal –aunque sabemos que todo son márgenes en estas historias del oeste de ayer y de hoy–, un coleccionista de arte se muestra interesado en lo que son, según nos dice, unas falsificaciones de algunos de los cuadros que Adolf Hitler pintó en Viena entre 1908 y 1913 (muchos de ellos retenidos por el Estado americano después de la Segunda Guerra). Todo esto sucede en Lexington, Kentucky. Nuestro coleccionista le ofrece incluso a nuestro héroe, Raylan Givens (Timothy Olyphant), que eche un vistazo a la colección que tiene de esas pinturas. El convite es también motivo de asombro y hasta de mofa en un diálogo entre el marshal federal Givens y su compañero. La cosa pasa, nuestro marshal resuelve el caso y, sobre el final, el coleccionista abre una puerta y, como quien no quiere la cosa, le cuenta en breve su historia: su padre nazi, sus tempranos días en Alemania, y así. Entonces la cámara se aleja, el coleccionista extiende las manos y, sobre unos estantes, vemos un montón de frascos cerrados, rotulados y exhibidos en algo que podría estar a mitad de camino entre una vitrina y una despensa: son los cuarenta y pico de pinturas de Hitler que pudo comprar hasta ahora convertidas en cenizas y almacenadas allí. Antes, el coleccionista le ha dado a Givens algunas precisiones de cómo identificar un cuadro falso de Hitler, aparte de los aceites y telas de la época: no era bueno con las figuras humanas, fallaba en los detalles, las personas –más o menos le dice– sólo acompañaban el paisaje.

Esa escena, de una sobria justicia poética, nos lleva a reflexionar de nuevo sobre esa relación entre el arte y la colección, entre el artista –demos por un segundo esa entidad al pintor que pintó en Viena aquellas postales– y el coleccionista que interviene sobre esas “obras” y, antes que nada, sobre la “obra” por la que se recuerda a Hitler: cenizas, una consumación que opera ética e históricamente.

“Coleccionar –leemos en la Obra de los pasajes– es una forma del recuerdo remitida a la praxis, y es la más terminante entre las distintas manifestaciones profanas de la ‘cercanía’”. Nuestro coleccionista de Justified no sólo acopia cuadros del asesino, pone en práctica con ellos una forma de conjuro que consiste en reescribir los recuerdos de su padre alemán y, a la vez, reescribir, en esa pequeña porción de espacio privado que es su colección, las líneas de la Historia, una historia que, con ese acto, vuelve a ser puesta en escena, acontece y entonces nos incluye, nos re-presenta. Cuánto desearíamos que hubiesen más coleccionistas así.

P.S.: De Graham Yost vemos también The Americans.





martes, 19 de febrero de 2013

en espejo

Resulta que Black Mirror tiene una segunda temporada. Y resulta que ya va por su segundo episodio, según nos venimos a enterar esta noche cuando entramos a EZTV. Sí, sí, también escrita por Charlie Brooker (incluso el promocionar que ponemos acá la anuncia como Charlie Brooker's Black Mirror. No estábamos tan distraídos cuando nos informamos sobre la primera, la entrada de Wikipedia  dice que la segunda se anunció a mediados de 2012 y también, oh, que Robert Downey Jr. quiere hace hacer una película con el tercer episodio de la primera. 
Como en la primera, claro, se trata de cómo vivimos hoy pero visto desde el futuro inmediato. Nos gusta, claro, pero suena un poco como esta declaración de Slavoj Zizek: «Since I am a psychoanalyst, the question which interests me, of course, is: how do the new electronic media affect our notions of sexuality? The problem that lurks in the background is: How we are to propel again the desire to copulate today, in an age when, due to its direct accessibility, i.e. due to the lack of obstacles that would heighten its value, the sexual object is more and more depreciated – or, to quote Freud's classic formulation: “The psychical value of erotic needs is reduced as soon as their satisfaction becomes easy. An obstacle is required in order to heighten libido; and where natural resistances to satisfaction have not been sufficient men have at all times erected conventional ones so as to be able to enjoy love.”»
Veremos.

domingo, 10 de febrero de 2013

el código hill

Ya habíamos dicho acá que Walter Hill estaba de vuelta con un nuevo film protagonizado por Sylvester Stallone, Bullet to the Head. Ahora leemos en esta entrevista del Village Voice el "código Hill" con el que crecimos felices de hallar "una tristeza fundamental y fundamentada": cita la República de Platón, a propósito de los personajes del film y se pregunta, junto con el sofista Trasímaco: "¿No es la justicia todo lo que conviene al más fuerte?" Y también se autocita: "A veces uno debe abandonar sus principios y hacer lo correcto".
 Imagen tomada del sitio de la editorial del comic.

Por último, nos venimos a enterar de que el film proviene de una noverla gráfica francesa escrita, al parecer, por una suerte de fan de Hill.


martes, 5 de febrero de 2013

pilotos

Primero Veselka me tiró un enlace a Wired, que me llevó a una nota del Hollywood Reporter con una guía de los pilotos de series para 2013. La mayoría son comedias (que no veremos), hay incluso una versión de S.H.I.E.L.Dcon el sello de Joss Whedon. J.J. Abrams tiene dos pilotos: un drama ambientado en el futuro cercano, con policías y asistentes robots que promete ser otro yerro, y Believe, en la que hay algo asì como una vidente y un ex convicto que la protege del Mal. Hay incluso una propuesta de los realizadores de Homeland, Anatomy of Violence.
Pero lo que nos temíamos, hay un refrito americano de nuestra serie francesa Les Revenants, acá bajo el la precisa traducción: The Returned. Esperemos que esta incursión americana en territorio francés no termine siendo una historia de zombies.

lunes, 4 de febrero de 2013

la espía que me amó

Actúa Michael Gambon y Charlotte Rampling, aunque tienen sus versiones jóvenes del año 1942, porque la miniserie Restless (Sin descanso), cuyos dos únicos episodios terminó de emitir la BBC el 28 de diciembre pasado, transcurre a mediados de los 70. Fue escrita por William Boyd, quien a la vez es experto en temas de espionaje y tiene ya una larga carrera en guiones de cine, teatro y novelas, de hecho, la miniserie está basada en su novela de 2006 del mismo nombre. En su comentario para The Guardian, John Crace procede como Borges al señalar una trama obvia (una mujer le cuenta a su hija ya mayor, ya madre, que fue espía durante la Segunda Guerra y le hace saber que aquella trama se extiende hasta el presente, los 70) y una secreta: las emociones.
Pero Restless, que puede verse como un drama de espionaje (y hay que decir que Boyd tiene entre sus prsonajes al creador de James Bond, Ian Fleming), cabe también en una categoría acaso reciente que revisa el papel de Inglaterra durante la Segunda Guerra y que ha mostrado ya extremos curiosos, desde El discurso del rey hasta Into the Storm u otros films y documentales vistos en el montón que invocan la leyenda de Kim Philby, el más imponente de los dobles agentes.
Restless funda su intriga, y esto es lo curioso desde hace pocos años, en ese momento en el que Philby como otros descubren que para salvar a Inglaterra había que unirse a los rojos, el momento en el que cierta visión del internacionalismo era la única respuesta al nacionalismo que enardecía a las masas europeas.
Eso ya es algo para decir de Restless.

sábado, 2 de febrero de 2013

tres veces por semana

Hasta la fecha, y mientras hacemos el duelo por Fringe, esperamos el regreso de Breaking Bad (en julio de este año), de The Walking Dead (el domingo 10 de febrero próximo), Game of Thrones (el 31 de marzo de 2013) y las otras series que vemos, tenemos lunes, martes y miércoles ocupados con tres nuevas tiras.

Lunes. The Following, que en argentina se verá en Warner a partir del 21 de febrero, va ya por el segundo episodio. La protagoniza Kevin Bacon: un ex agente del FBI, ahora alcohólico que atrapó hace casi diez años a un asesino serial que acaba de escapar de la prisión. De modo que el FBI vuelve a llamar a Ryan Hardy (Bacon), que escribió un libro incluso sobre el asesino: Joe Carroll (James Purefoy). Pero no sólo el FBI está interesado en nuestro investigador, escritor, mamerto. También el diabólico asesino, que es un escritor y profesor de literatrura especializado en Edgar Alan Poe, cuya obra convirtió en una suerte de doctrina de un culto que tiene seguidores que idealizan la muerte y, claro, practican esta nueva religión cometiendo asesinatos; también el asesino quiere que Hardy participe en la trama. Porque Carroll (podría pensarse en una alusión al autor de Alicia, pero hasta ahora no hay ningún dato de la puesta en escena que nos lo indique), al parecer, tras asesinar a una docena de jóvenes bellas en quienes dejó su firma personal arrancándoles los ojos, está celoso porque Hardy tuvo un romance con su esposa y madre de su hijo cuando el esposo-asesino ya estaba en chirona. En fin, una cosa es matar, pero otra muy diferente es que le metan a uno los cuernos.
Así, la historia desfila por una suerte de vaivén: por un lado, los acólitos de Carroll cometen crímenes que Hardy y el FBI deben descifrar; por otro, Hardy debe resolver en cada episodio el capítulo que Carroll le ha preparado en una trama cada vez más compleja y de la que parece tener el dominio. Del culto creado por Carroll y sus seguidores sólo puede decirse hasta ahora lo que Kevin Williamson, creador de la serie, tiene en claro: "su nombre es legión".
 

Martes. Utopia. Una miniserie inglesa de seis episodios (va por el tercero), en Channel 4, igual que Black Mirror, que me llegó recomendada por Pablo Zini. El creador es Dennis Kelly, con una trayectoria breve en televisión pero grossa en teatro (y sabemos que el teatro inglés puede ser grosso, sobre todo si lo escribe alguien de apellido irlandés). Incluso en el primer episodio, en el que se desarrolla brevemente la trama conspirativa de la serie, hay alguna alusión a Spooks, una de las creaciones de espionaje de Kelly. En Utopia todo está por decirse y, una vez dicho, llega un asesino y con él la muerte. La clave está en unos experimentos que tuvieron como protagonista a un científico ya muerto, en los 70, y que, según se infiere, tenían como propósito modificar algo de la raza humana que, en el presente, cuando transcurre la historia, ha degenerado en una cosa terrible. Lo más interesante de todo es cómo nos llega la información o, mejor incluso, cómo se ha cifrado en la trama, en la diégesis: las claves de aquellos experimentos de los 70, que en la actualidad hicieron poderoso a un laboratorio industrial, se difundieron a través de un cómic que se llama, precisamente Utopia (sin acento porque es en inglés, se entiende).
En el artículo que publicó The Guardian cuando se anunció el estreno de la serie, se destaca el papel de Neil Maskell como asesino y se señala, precisamente, su caracterización en "el molde de los monstruos clásicos como Frankenstein o La Momia", cosa que el personaje, de un modo terrible, también encarna.

 

Miércoles. Acaso la más prometedora, por las razones que ya expusismos acá, se The Americans, cuyo episodio 2, ¡ay!, se emite recién en cinco días.

viernes, 1 de febrero de 2013

"i'm afraid of americans"



Parece que al fin la antropología de Mad Men da pie para una serie donde realmente ocurren cosas. Esta vez es una serie sobre espías "durmientes" en los últimos años de la Guerra Fría, durante la presidencia de Ronald Reagan, que es tratado como un "loco" que se hizo del poder en Estados Unidos y no teme llevar adelante una política agresiva en torno a las armas nucleares. Y, además, la serie, que emite el canal FX desde el miércoles último, fue escrita por Joe Weisberg, ex agente de la CIA. The Americans, así se llama nuestra serie, se centra en la vida de dos agentes de la KGB en el año 1981 en la costa Este de Estados Unidos: tienen familia, llevan la vida consumista de EEUU de entonces pero durante la noche ajustrician desertores y se prestan al tráfico sexual a cambio de información. En el casting no sólo está Keri Russell, también tiene un papel protagónico Noah Emmerich, lo que hace de la tira un deber. Esta es otra serie sobre el abismo, sobre esa dimensión del pasado que "abisma" el presente, transformando todo (pasado y presente) en un tiempo irredimible, según las palabras de Eliot.

I'm Afraid Of Americans by David Bowie on Grooveshark

una noche en el museo

Miércoles 30 de enero, 2013


Esta noche en el museo Emilio Caraffa, de Córdoba, con amigos, hijos de los amigos e hijos nuestros. Era la "Noche de los Museos" y una cola interminable, que doblaba por la avenida Hipólito Yrigoyen, llegaba hasta el museo de Ciencias Naturales, en la otra esquina del Caraffa, sobre la avenida Poeta Lugones. Lo mismo pasaba con la Mansión Ferreyra, hoy Museo Evita, donde unas jóvenes posaban en unas mallas diminutas bajo unos reflectores instalados en la parte posterior de los jardines. Así que elegimos el Caraffa, donde había menos gente, aunque mucha, pero no la horda que colmaba los otros. Hasta donde pude ver, una de las plantas estaba ocupada por una muestra de pinturas de Eduardo Moisset de Espanés que ensayaban lo que en el texto se llamaba "investigaciones visuales entre 1959 y 2012". En general, figuras o dispositivos en el plano0 que desarrollaban algo así como un 3D doméstico y falsas perspectivas como en los cuadros archiconocidos de Max Ernst.De lejos parecían afiches incompletos. Me hicieron pensar en la publicidad de los 70 e, incluso de alguna que ahora se renueva. Me hicieron pensar que esas formas de la publicidad no son sino el modo en que visualmente se concibe una "visión", un atisbo de eso otro que confronta la vida y le da otra dimensión; pero que llevado al mero plano visual, es siempre una reducción, un "truco". De ahí la ilusión de que la publicidad "agrega" y, por lo tanto, la estúpida idea de que podría ser arte. Pero es que la publicidad realmente es un agregado, aunque no para traer eso "otro", sino para devolverlo al terreno de lo "mismo". Al fin y al cabo, la publicidad podría tener el noble fin de señalar que eso "otro" se ha escapado y que, en el consumo del bien material que ofrece, sólo nos queda consumirnos.
Bien, más tarde, con nuestros amigos, cenamos en la particularmente bella "Parrilla de Mirta", en un cruce de diagonales sobre la avenida Talleres (en el enlace hay una referencia de Google Maps). Ahí charlamos sobre The Cabin in the Woods, que nuestros amigos habían abandonado por la mitad cuando fueron a verla al cine, tras evaluar que se trataba de otra gragea más de terror envasada en Hollywood (cosa que, dicho sea de paso, la palícula de algún modo plantea, sólo que convierte a esa fórmula en uno de sus condimentos). The Cabin es, a grabndes rasgos, la reducción de una historia de terror a su estadio publicitario: eso que el terror –no el horror, o no aún– representa como producto de consumo cultural, como producto pulp, en el film se presenta como una fórmula: nada más allá, sólo la repetición de una serie de mecanismos –que, a todo esto, la puesta magnifica con el gran mecanismo de la cabaña y sus observadores. En todo caso, el film trata sobre una puesta en escena que, a la vez, es la puesta en escena: el rito de sacrificio. Como los corderos del sacrificio, sobre el final, toman conciencia de lo que se trata –es decir, deciden trocar ese destino que se les impone por algo así como una "salvación", la diferencia está tomada de Gerardus Van der Leeuw–, la fórmula original deviene tragedia y los personajes se convierten en héroes, etcétera.
En fin, que el estadio publicitario, el estadio pornográfico del terror (no importa esa historia de transformación de los corderos en héroes, sino la proeza o, mejor, el mecanismo por el cual un acto trascendente se reduce a un acto repetitivo y literal –la referencia es a Sade–) de pronto deviene "sombra", proyección de algo que debemos descifrar, interpretar o, según su raíz: encarnar. Dentro del film, el rito de sacrificio se redujo a un juego de azar, aunque también los roles de los estudiantes se redujeron al juego de la provocación sexual (porque nos informan que normalmente esta gente no es así). De modo que quienes observan lo que sucede en la cabaña apuestan mientras los ignorantes protagonistas se prestan a esa imposición de roles (y la sublime o, mejor, siniestra ironía es que todos los deseos se cumplen de manera monstruosa) o, mejor aún, un juego de azar que quita de la vista que lo que está en juego ya no es un juego. Sí, sí, lo que se desliza es obvio: en eso que podríamos llamar Hollywood se entendió que toda esa maquinaria del sentido y la interpretación que fue el cine ahora cabe en la propaganda o la pornografía (repetición, proeza y efecto). Allí es donde The Cabin da el salto, dice: miren estos hombres que juegan con fuego, miren cómo se queman. Todo lo contrario sucede en la muestra del Caraffa, el fuego es de fósforos de seguridad de madera.
Pero tampoco hablamos de genialidades; a lo sumo, The Cabin tiene a su favor que allí donde cierto "arte", sea de "investigación visual" o no, construye propaganda, este tipo de films la destruye.