"Las hamacas de Firmat", ilustración de Chachi Verona.
Romero nació en Firmat en 1976, se recibió en la Universidad Nacional de Rosario y ejerció en la ciudad el periodismo hasta que el mismo año que las hamacas de su pueblo comenzaron a moverse, ella se mudó a Buenos Aires, desde donde escribió su “crónica”, su relato sobre el fenómeno, no sin incurrir en un par de excursiones hasta el paisaje de su infancia. Pero lo que hace de las “Las hamacas de Firmat” un libro que sacia la sed de literatura es su comercio con un misterio que se desplaza entre una escena y otra hasta alcanzar el gran interrogante, la incógnita mayor de la ficción contemporánea, esa que funciona a partir de la pregunta “¿Quién soy?”
Así, como en un guión de cine, en el principio de “Las hamacas” está todo. La narradora, que no es otra que Ivana Romero, llama a su padre desde Buenos Aires. El hombre está en un campo que cuida desde hace unos años. Ella percibe por los ruidos que se cuelan en la llamada una actividad que el padre no termina de decirle. Ella recuerda que sus padres se separaron, que él fue maestro, que tuvo unos problemas cuando era militante gremial, que tuvo una panadería en el barrio La Patria, en el sur de Firmat (donde ella vivió sus primeros años), y así. Quién es ese hombre, qué es esa distancia que los separa, son cuestiones que relampaguean en esa charla. Hasta que él le dice: “Vos jugabas con el nenito que se murió”. El nenito fue durante mucho tiempo la leyenda más generalizada sobre el movimiento de las hamacas: las empujaba un niño que había muerto durante la construcción del barrio, cuando aún no existía la plaza y del que la familia prefirió guardar su dolor en silencio. Uno de esos accidentes espantosos sobre el que la narradora apenas se detiene. El fantasma de ese niño y de esa charla, de ese padre que avanza por el campo junto a un alambrado cortado, la fantasmagoría de la infancia y, por último, los fantasmas de Firmat, la ciudad agroindustrial en la que Roque Vasalli erigió su fábrica de tractores y su poder (fue intendente durante 10 años, que incluyeron los de la última dictadura). Romero, claro está, no resuelve esos misterios; hace lo que suelen hacer los buenos libros: les da carnadura, les pone nombres con los que llevarlos y con los que develar una historia, un pasado, un horizonte.