Fotografías de Gastón Miranda.
Con los últimos calores de 2011,
en una galería de calle Corrientes entre Tucumán y Catamarca se presentaba el Anuario. Registro de
acciones artísticas, Rosario, 2010. Por primera vez la ciudad tenía una
cronología de lo que había sucedido durante el año en el terreno del arte:
muestras, intervenciones, publicaciones, encuentros a través de las crónicas de
escritores, periodistas, críticos, artistas y fotógrafos. Lila Siegrist,
Georgina Ricci y Pablo Montini –ideólogos de la publicación– ponían así la
piedra fundamental de un proyecto editorial que seguirían más tarde Siegrist y
Ricci: Yo Soy Gilda Editora.
La fundación, ahora que la editorial ya tiene dos años, era doble: por un lado,
relevar el territorio; por otro, construir sobre ese plano una ciudad según sus
criterios editoriales.
La ciudad no es otra que Rosario,
pero transfigurada, como corresponde a dos muchachas que siempre estuvieron
vinculadas al arte y la literatura. Esa transfiguración se percibe en el local
que hace tres semanas inauguraron en una de las galerías más tradicionales de
la ciudad, hasta ahora invisibilizada, la Galería Dominicis, de
Corrientes y Catamarca (Catamarca 1427, local 24, donde abren de martes a
viernes, de 16 a 20). Allí, entre los locales que ofrecen las mil y una
posibilidades del nebulizador, un taller de serigrafía que funciona entrada la
tarde, un bar con barra y rejas corredizas que cierra a las tres de la tarde,
el local de Yo Soy Gilda –comparte el espacio con otra de las grandes
experiencias editoriales de los últimos años: la editorial Iván Rosado– es un lugar a
descubrir, por lo que tiene para ofrecer y por la ciudad que quedó en una
amable duermevela entre esas paredes.
Para la inauguración, a principios
de marzo, Siegrist y Ricci no habían pensado en una muestra, pero casi sin
proponérselo surgió Nocturnos, con trabajos de Lisandro Bella, Luján
Castellani, Ariel Costa, Daniel García, Gastón Herrera, Virginia Negri y
Orlando Ruffinengo. “Exposiciones que se leen, libros que se caminan, poemas
que se cantan, obras que se conversan”, dicen la chicas de su espacio. Y no les
fue mal. Vendieron obras y los artistas, con los que hay un vínculo afectivo,
circulan por el lugar. “Producimos por ahí”, dice Ricci, es decir, a través de
lo afectivo. Y remata: “Queremos pasarla bien”
El local surgió de una necesidad
doméstica: liberar espacio en las casas de cada una, tener un depósito para los
libros, una base de operaciones donde “juntarse” –sí, no hablan de reunirse–:
“En casa –dice Siegrist– era muy cómodo, pero todo estaba atravesado por el
plano de la intimidad, aumentaba la dispersión y se desconcentraba el
pensamiento”.
Yo Soy Gilda es de las pocas
editoriales que “encargan” libros. Así se lo planteamos y las chicas lo
relativizan un poco. Sabían que Diego Giordano escribía sobre los músicos de
rock que no llegaron a grabar un disco en los 80, le dijeron que querían ver,
que hiciera un recorte, que entregara. Y de allí surgió Inédito,
un libro que con la excusa de contarnos el lado B de la música pop rosarina en
los 80, dibuja un retrato de la ciudad en esos años.
También sabían que Irina Garbatzky estudiaba desde
hacía unos años la escritura de artistas; es decir, “el modo en que unos
pintores, unos fotógrafos, unos cantantes, casi como olvidados de nuestra
pregunta del presente ¿hacia dónde va la literatura? se dirigen hacia el poema,
hacia el relato o hacia el diario, como hacia una zona evidente, disponible,
obvia, como hacia un viejo hábito y también hacia una forma de amistad” (el
encomillado es de la contratapa). De allí surgió Expansiones.
Literatura en el campo del arte.
Allí, en la planta alta del local
de la Galería Dominicis, nos muestran un cuaderno de Ángel Guido publicado en
Buenos Aires en 1947 con dibujos de parques y jardines. Esa es la idea,
convocar artistas para que exploren la ciudad, para que la refunden.
Lo de pedir textos, dice Ricci,
acaso venga del Anuario. “En realidad, vemos qué está produciendo alguien,
somos impulsoras de un proyecto; en todo caso, le damos un recorte”.
Sí, pero por qué el proyecto de
una editorial, de producir libros y textos, de parte de gente tan vinculada al
arte –los cuadros que adornan la oficina del local son grabados de Juan Grela o
Arturo Schiavoni. Y Siegrist ensaya: “Es que en el estertor del procedimiento
duchampiano –por Marcel Duchamp, quien ejerció una influencia definitiva en el
arte contemporáneo al exaltar la fugacidad, lo coyuntural y lo conceptual–, la
palabra funciona como un ancla a resoluciones sensibles y poéticas. Los
artistas asaltan la palabra”.
—¿Y cómo va la editorial?
—En Yo Soy Gilda cada libro es un
gusto que nos damos. La distribución es artesanal. Vemos que los contenidos
están al nivel de cualquier editorial independiente de Buenos Aires, pero a la
hora de ser recibidos en los grandes medios vemos que hay una mirada hegemónica
que sigue sosteniéndose. Pero dejamos de sufrir por eso. Al venir de las artes
visuales solíamos pensar que todo se agotaba en las presentaciones, pero el
libro tiene una vida más allá de eso, dice Ricci.
La secretaría de Cultura nacional
seleccionó a fines de 2013 a Yo Soy Gilda en un proyecto de subvenciones a
pequeñas editoriales para que hagan su distribución en todo el país a través
del Correo Argentino.
Entre los nuevos
proyectos hay un libro del arquitecto Federico Ricci (sin parentesco con
Georgina) sobre el hormigón armado y la arquitectura moderna en Rosario. Otro
de Virginia Negri
que relata la ciudad a través de las pinturas en sus muros. Otro de Maximiliano Masuelli sobre la
pintura argentina hasta los años 80. Volvemos a señalar esta obsesión por la
ciudad –incluso el primer libro del sello, Vikinga criolla,
de Siegrist, es de alguna manera un paisaje interior de Rosario intervenido por
postales de viajes y recuerdos de otros lugares. “La idea mitologizante de
Rosario está incluso en el Anuario –dice–, en cuyas tapas se citan artículos de
viejas publicaciones de arte de la ciudad”. A lo que Ricci agrega: “Nos creamos
nuestra genealogía”.
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