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viernes, 7 de marzo de 2025

eichmann (aún) vive en jerusalén

El siguiente texto es parte del libro Palestina: Anatomía de un genocidio, cuyo prólogo puede consultarse en el sitio de Tinta Limón ediciones, que lo publica en Argentina, luego de que la editorial Lom lo diese a conocer este año en Chile.

Tras señalar las diferencias entre Chile y Argentina con respecto a la actual guerra en Gaza, el prólogo argentino a esta edición señala: “Israel (...) se presenta a sí mismo como un Estado judío (soslayando tanto a la población no judía que habita su territorio como la condición no israelí de millones de judíos). Al llamarse de ese modo –Estado «judío»–, Israel evoca al judío exterminado en el genocidio nazi. Sucede que es esta misma evocación la que hoy lleva a la identidad israelí a una profunda crisis. Pues, tal y como lo recordaba entre nosotrxs León Rozitchner, es la misma racionalidad técnica, económica y militar europea que sostuvo al genocidio nazi la que ahora sostiene el genocidio del pueblo palestino. Después de la Segunda Guerra Mundial, el judío adquirió, para la conciencia europea, el valor de víctima universal, y es esa universalidad la que se viene abajo para todo Occidente cuando se fusiona judaísmo con Israel e Israel con solución final al problema palestino. Es la conciencia occidental entera la que se viene abajo con el apoyo a la política genocida de Israel. En su derrumbe sale a la luz, tal como dijera Walter Benjamin, la barbarie como reverso de la civilización.”

Federico Donner, autor de este texto –consultado ya en este espacio–, no quita el cuerpo a su judaísmo y se expone de las muchas y valientes formas en que los judíos suelen exponerse al escribir sobre este tema. En el mismo libro dan cuenta de ello textos sabios y humildes como el de Judith Butler, el de Ariel Feldman o la precisa genealogía teológico-política de la también rosarina Silvana Rabinovich, “La dura cerviz de Israel”.

Palestina. Anatomía de un genocidio, editado en Chile por Faride Zerán, Rodrigo Karmy y Paulo Slachevsky, se presenta este viernes a las 18 en el SUM del tercer piso de la Facultad de Humanidades y Artes de Rosario (Entre Ríos 758), donde conversarán con el público el mismo Donner, Rubén Chababo, Marianela Scocco y Ariel Feldman.

P.M.

>>>*<<<

por Federico Donner

Dos meses antes que Hamás lanzara la Operación Inundación de Al-Aqsa, el 7 de octubre de 2023, más de 400 intelectuales y figuras públicas de Israel/Palestina y del Norte global escribieron una solicitada[1] dirigida fundamentalmente a los sectores progresistas de las comunidades judías estadounidenses. La misiva les reconoce a estos sectores que han estado durante mucho tiempo a la vanguardia de las causas de la justicia social, desde la igualdad racial hasta el derecho al aborto, «pero no han prestado suficiente atención al elefante en la habitación: la ocupación de larga data de Israel que, repetimos, ha dado lugar a un régimen de apartheid».

En esa carta se denunciaba que desde comienzos de 2023 hasta agosto de ese año más de 190 palestinos habían sido asesinados en la Franja de Gaza y en la Ribera Occidental por las fuerzas de ocupación israelí, que también llevaron adelante la demolición de 590 instalaciones de infraestructura y casas particulares de palestinos, según datos que aporta la OCHA3[2], la Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios de Naciones Unidas. En el informe también consta que las fuerzas de ocupación protegen y apoyan a los colonos que queman, saquean y matan con impunidad. Esta práctica se aceleró notoriamente en los últimos años. Si bien todos los gobiernos israelíes expandieron la política de asentamientos a diferentes ritmos, lo que cambió notoriamente y se afianzó en los últimos años es el apoyo explícito a toda la violencia paraestatal de los colonos por parte de todos los poderes del Estado y, por supuesto, de las fuerzas de ocupación. Al menos retóricamente esto no sucedió siempre así, ya que en la década de 1990, durante el malogrado Proceso de Paz, y mientras continuaba la construcción de asentamientos ilegales, el bloque político de «izquierda» desató una feroz campaña contra los colonos, a quienes acusaban de fanáticos extremistas que boicoteaban el Proceso de Paz y ponían en riesgo la seguridad de Israel. Es fundamental recordar que el ejecutivo israelí debe, por ley, disponer de siete soldados por cada colono asentado en los Territorios Ocupados.

La mayoría de esos colonos se identificaban entonces con el potente Mafdal, el Partido Religioso Nacional, aliado del Likud aunque otrora aliado del laborismo. El asesino de Rabin, Igal Amir, pertenecía al movimiento sionista Bnei Akiva (los hijos del Rabí Akiva), la rama juvenil del Partido Religioso Nacional y una de las organizaciones juveniles sionistas más grandes del mundo.

La metáfora del elefante en la habitación condensa el proceso de invisibilización de la ocupación israelí de Palestina, que se profundizó paradójicamente luego de los Acuerdos de Oslo, pero sobre todo a partir del asesinato del primer ministro israelí Itzjak Rabin. Oslo deterioró rápidamente la popularidad y la credibilidad política de los líderes de la OLP y de Fatah, particularmente la de Yaser Arafat, ante los ojos de los palestinos.

Rabin y Arafat protagonizaron el llamado Proceso de Paz encarnando a dos líderes político-militares que intentaron poner fin a años de derramamiento de sangre por parte de la ocupación y, en mucho menor medida, por la resistencia a ella, sentándose en una desigual mesa de negociaciones sin un tercer actor que equilibrara la balanza.

Rabin es hoy recordado como un héroe de la paz, al menos para la liturgia de la agonizante izquierda israelí (si es que existe algo así) que, actualmente, salvo contadas y honrosas excepciones, se encuentra alineada con el genocidio que está teniendo lugar en Gaza. Rabin encarnaba el arquetipo del líder laborista: un AJuSalnik (acrónimo hebreo de askenazí, laico e izquierdista), un israelí nativo que trabajó la tierra en un kibutz y que tuvo una destacada carrera militar. Fue comandante del Palmaj en 1947, organización que también estuvo involucrada en masacre de civiles palestinos, a pesar de que la mayoría se les atribuye al Irgún y al Leji, que eran de extrema derecha.

Ytzhak Rabin, Bill Clinton y Yaser Arafat en Washington, 1993.

En los papeles, el Palmaj se presentaba como una fuerza de defensa, sin afán expansionista, y se identificaba con el laborismo. Terminó siendo el núcleo que luego formó las Fuerzas de Defensa de Israel, el ahora poderoso ejército de ocupación.

Los moderados incitan el genocidio

Hace pocos meses, la presidente de la Corte Internacional de Justicia de La Haya, la estadounidense Joan Donoghue, citó como prueba de sospecha de incitación al genocidio en Israel, las declaraciones de tres miembros del gobierno actual de Netanyahu. Ninguno de los tres políticos citados pertenecen a los partidos de extrema derecha que componen la coalición, ninguno de ellos es tampoco un outsider de la política, sino que representan al statu quo moderado y centrista[3]  israelí de las últimas décadas. El actual presidente israelí Isaac Herzog pertenece al laborismo. El ministro de defensa Yoav Gallant, candidato en su momento a jefe del Estado Mayor por parte del ex primer ministro laborista Ehud Barak, fue luego miembro del Partido Centrista Kulanu, antes de desembocar en el Likud. Y, finalmente, el actual ministro de Relaciones Exteriores de Israel, Israel Katz, de larguísima trayectoria en diferentes ministerios, afiliado al Likud.

Las prácticas genocidas que está llevando a cabo Israel en Gaza y que comienza a replicar también cada vez con mayor asiduidad en Cisjordania, no tienen su origen en una reacción intempestiva de un gobierno de ultraderecha empujado por los sectores más extremistas de la coalición. Tampoco es una cuestión de seguridad nacional ni de amenaza existencial, el gran cliché de una potencia ocupante que le demanda garantías de seguridad a la población civil ocupada, sitiada y desplazada.

La centroizquierda laica, progresista y eurocentrada israelí pretende desembarazarse de su responsabilidad histórica en términos ético-políticos, culpando a los «extremistas» de ambos lados, y olvidando su rol central en la Nakba de 1947/1948 y en toda la política de limpieza étnica, colonización y despojo desplegada durante más de ochenta años.

En realidad, y tal como lo explica el sociólogo israelí Lev Grinberg[4], pertenecer a la izquierda sionista tiene menos que ver con la simpatía por los derechos de los palestinos oprimidos, sino que se trata más bien de una etnoclase. Ser de izquierda o del «frente por la paz» en Israel significa creer que el conflicto con los palestinos es una cuestión de seguridad, cuyo fin puede darse a través de una solución política. Sin embargo, nunca reconoce a un interlocutor válido que represente a los palestinos, calificando a sus líderes políticos de fanáticos, irracionales, extremistas, es decir, mostrando todo un repertorio de subalternización y desprecio por el otro en clave orientalista, incluso cuando los líderes palestinos cumplen el rol de carceleros de la ocupación. De hecho, en el discurso político israelí los otrora terroristas de Fatah son los nuevos interlocutores racionales, pero en realidad sólo le habilitan canales de comunicación para impartirles órdenes securitarias y represivas para controlar a la resistencia palestina en Cisjordania.

Durante las últimas décadas del siglo XX, y en lo que va del presente, el discurso político de la izquierda israelí nunca se basó en el reconocimiento del pueblo palestino como un sujeto político que consagra a sus líderes y representantes, y mucho menos en sus derechos, salvo en un momento excepcional: a comienzos de la década de 1990, durante un breve período de apertura política en el que los israelíes reconocieron como interlocutores a palestinos de ambos lados de las fronteras imaginarias de 1967. Este breve período fue clausurado por las tres balas que terminaron con el asesinato de Rabin en 1995. Desde entonces, las mismas y viejas consignas de la izquierda se reciclan[5] una y otra vez: «la paz se hace con los enemigos», «ser judío significa buscar la paz», «debemos separarnos de los árabes para preservar el carácter judío del Estado», «las negociaciones son el único camino hacia la paz».

Este credo orientalista pocas veces logra esconder sus sentimientos de superioridad moral y cultural en detrimento de los palestinos y en menor medida de los judíos orientales, a quienes siempre consideró bárbaros y propensos al extremismo religioso, sin someter a examen los monstruos de la razón modernos que configuran al sionismo secular. La crítica a la ocupación y al régimen de apartheid tienen un lugar muy marginal en el discurso político de la izquierda israelí. La irrupción de nuevas expresiones sociales de protesta en Israel, que coincidieron con la oleada de la primavera árabe y otros movimientos como el español o el de Occupy Wall Street, estuvieron lejos de transformarse en una oposición consistente a la ocupación, como sí había ocurrido durante la primera Intifada en la década de 1980, lo que llevó a la apertura de negociaciones y derivó en Oslo.

En ese entonces, la resistencia de los civiles palestinos luchando con piedras contra los tanques de la ocupación despertó muchos apoyos en los jóvenes judíos de Israel, que ya contaban con un movimiento de objetores de conciencia en rechazo a la invasión del Líbano y a toda acción militar fuera de las fronteras previas a la guerra de 1967.

Muchísimos académicos israelíes, palestinos y de todo el mundo venían advirtiendo sobre el recrudecimiento de la limpieza étnica de Palestina y sobre la inminencia de un genocidio israelí contra la población palestina de Gaza (gran parte de ellos son a su vez desplazados de la Nakba de 1947 y de 1967). Una gran cantidad de organizaciones no gubernamentales israelí-palestinas vienen realizando acciones de resistencia y de visibilización, pero todo esto tiene poca relevancia en la arena política israelí. La resistencia palestina es vista como terrorista, y la población civil palestina, en el mejor de los casos, es considerada por los israelíes progresistas como rehén de Hamás, que en su narrativa simplista de no considerarlo un interlocutor válido, ha sido reducido a un grupo terrorista que, luego del 7 de octubre, ya debe ser eliminado sin más de la faz de la tierra. Este reduccionismo ignora la incontable cantidad de crímenes de guerra cometidos por los israelíes desde hace más de 80 años, todos ellos empequeñecidos frente a la magnitud de la escala del exterminio y la crueldad desplegados en los últimos meses.

Netanyahu se niega a negociar con Hamás (al que en su momento apoyó para debilitar a la OLP) un cese de hostilidades para el intercambio de rehenes israelíes. La posición pública de este movimiento[6] es la de deponer la lucha armada a cambio del retiro de Israel a las fronteras previas a 1967 y a la liberación de todos los presos políticos palestinos, que en este momento ascienden a casi diez mil.

Hamás es un movimiento que cuenta con una rama militar, una política y una social, y proviene de Los hermanos musulmanes, que surgieron en Egipto hace ya casi un siglo. La comparación que hace Israel de Hamás con el Estado Islámico es totalmente falsa por varios motivos, principalmente porque el EI nunca atacó a Israel ni tampoco objetivos estadounidenses, que en este momento ocupa gran parte de Siria expoliando su petróleo. De hecho, es casi un secreto a voces que el EI es conducido por EEUU e Israel. Hamás nunca tuvo una política de conversión forzosa o de violencia hacia los palestinos cristianos, y sus voceros manifiestan públicamente que su enemigo es el Estado sionista y no el pueblo judío.

Uniformes SS

En las manifestaciones previas al asesinato de Rabin, encabezadas entre otros por Netanyahu, se veían numeorsas pancartas con las fotos de Rabin vistiendo la kufiya, el pañuelo palestino distintivo
de Arafat, y fotos de Rabin y Arafat vistiendo uniformes de las SS.

Como mencioné más arriba, los Acuerdos de Oslo fueron una gran derrota para los líderes de la OLP, y para los palestinos en general, básicamente porque transformó a un frente de resistencia popular en un instrumento al servicio de la represión de la potencia ocupante.

El apoyo actual a Hamás, aún en estas dolorosísimas circunstancias para los palestinos, se explica en parte por su coherencia política frente al asedio israelí.

En 1992 Rabin dio un giro radical hacia las negociaciones con la OLP y mostró disposición a formar un bloque político con Meretz, Hadash y el Partido Democrático Árabe. En ambos casos, el establecimiento de bloques políticos condujo a cambios importantes, que finalmente permitieron la firma de acuerdos de paz y transformaciones fundamentales en las políticas económicas de Israel.

El asesinato de Rabin acabó con la distinción entre los bloques políticos de «izquierda y derecha». Las tres balas[7] que disparó Igal Amir clausuraron inmediatamente el espacio político de los ciudadanos palestinos de Israel. Rabin los incluyó pero su asesinato los expulsó. No puede existir un verdadero frente de izquierda para terminar con la ocupación sin la inclusión de los palestinos con ciudadanía israelí. El linchamiento público de Rabin que precedió a su asesinato fue motivado no tanto por sus políticas de concesión, sino sobre todo porque se nutrió de los votos árabes para impulsarlas.

El gran consenso político israelí que borra toda distinción real entre derecha e izquierda es que sólo una mayoría exclusivamente judía otorga el mandato para ceder partes del Gran Israel. Ni los palestinoisraelíes pueden ser aliados en el Parlamento, ni los palestinos de los territorios pueden tener iguales derechos y designar interlocutores que sean tratados como pares. Incluso cuando Israel se retiró del Líbano o retiró a la colonias de Gaza, lo hizo bajo la figura de la desconexión unilateral, sin reconocer jamás a un otro.

Quien no acepta esto, atenta contra el carácter judío del Estado, es decir, contra su fundamento biopolítico y etnocéntrico, tornándose paradójicamente en un portador del uniforme de las SS, es decir, en un subhumano que debe ser eliminado.

Regímenes de visibilidad

El campo de concentración, por su cercanía física, por estar de hecho en medio de la sociedad, «del otro lado de la pared», sólo puede existir en medio de una sociedad que elige no ver, por su propia impotencia, una sociedad «desaparecida», tan anonadada como los secuestrados mismos. A su vez, la parálisis de la sociedad se desprende directamente de la existencia de los campos; una y otros alimentan el dispositivo concentracionario y son parte de él. (Calveiro, Poder y Desaparición, Buenos Aires, Colihue, pág. 91)

Para delinear la anatomía de este genocidio en Gaza, no alcanza con analizar a la extrema derecha israelí ni su caracterización racista de los palestinos. No resulta suficiente refutar una y otra vez la propaganda israelí[8] que inunda las redes sociales con falsa información.

Este genocidio no puede llevarse adelante sin un profundo consenso social, que incluye también personas con educación universitaria que abrazan los valores ilustrados de los Derechos Humanos y de las prácticas democráticas, pero que sin embargo por motivos diversos, no pueden o no quieren ver al elefante en la habitación. Y ahora que es imposible ignorar este elefante, que se ha vuelto dolorosamente visible, ahora que ya no es posible admitir que Gaza ha sido reducida a escombros mientras el ejército israelí continúa disparando contra civiles desarmados que ya se encuentran al borde la muerte por inanición masiva, actualizando las imágenes que conocemos del gueto de Varsovia, es en este momento que debemos preguntarnos por qué la izquierda y el centro israelíes apoyan casi sin fisuras estas prácticas que supuestamente los horrorizan. ¿Cómo es posible que su único reclamo sea el de la liberación de los rehenes israelíes en manos de Hamás sin mencionar siquiera la ocupación, la limpieza étnica o el genocidio? ¿Cómo es posible que una sociedad que se autoatribuye ser la única democracia de Medio Oriente no tenga investigaciones judiciales y condenas serias de los incontables y terribles crímenes de guerra y delitos de lesa humanidad, que cometen?

Idith Zertal[9] ha descripto el rol de la memoria de la Shoá en la educación sentimental y política de los israelíes, y en cómo esa liturgia les otorga la certeza de que los judíos detentan un estatuto metafìsico de víctimas, cuyo carácter ahistórico resiste toda prueba fáctica, aún cuando estén cometiendo masacres y expoliaciones. La memoria de la Shoá, que se ha transformado en la religión civil de las democracias occidentales[10], es una memoria ahistórica y despolitizadora, es decir, mítica. Ahistórica, porque ignora las tradiciones no deseables de la modernidad europea, como sus prácticas genocidas en las colonias y sus saberes racistas, eugenésicos, normalizadores y evolucionistas. Al reducir la Shoá a la particularidad de la cultura alemana, su Sonderweg, su camino especial hacia la modernidad, la religión civil pretende conjurar el mal de las actuales democracias (neo)liberales. La memoria de la Shóa como religión civil, en lugar de converger con otras memorias de pueblos oprimidos e iluminarlas, las acalla y las reprime, puesto que todas ellas son incomparables con el carácter único y metafísico del sufrimiento de los judíos europeos.

Adolf Eichmann juzgado en Jerusalén en 1961.

La memoria de la Nakba es considerada como una ofensa a esta religión civil, y en estos días la portación de la bandera palestina fue considerada como un símbolo antisemita por muchas democracias del norte global. La boutade de los políticos alemanes que condenaron recientemente a Yuval Abraham[11] por «antisemita», un cineasta judío-israelí que denuncia los atropellos que sufren los palestinos, ha llevado a esta religión civil a su paroxismo.

La operación de Hamás fue rápidamente homologada por los israelíes educados como prácticas nazis. La certeza con la que se otorgaba crédito a noticias falsas sobre decapitación de bebés y violaciones masivas es el fruto de décadas de contornear el alma israelí a la sombra de la religión civil de la Shoá. Rabin era un nazi, Arafat era un nazi, y ahora los de Hamás son nazis. Antisemita es cualquiera que duda sobre estos hechos, así como quienes osan comparar el genocidio actual en Gaza con los guetos europeos o con el exterminio de Hitler es un antisemita.

De Núremberg a Núremberg

Idith Zertal y Enzo Traverso, entre otros, ubican la emergencia de esta religión civil en el momento en el que la cultura política israelí experimentó un giro respecto a su consideración del exterminio de los judíos europeos, a partir de la década de 1960, alrededor del juicio a Eichmann, que transformó radicalmente el status de los sobrevivientes que hasta el momento eran vistos con desconfianza, pues habían atravesado la zona gris de los campos de concentración, en la que se perdía toda el aura.

La historia es conocida: el juicio a Eichmann, narrado magistralmente por Hannah Arendt para la revista The Newyorker, sirvió para que los testigos expusieran a la sociedad israelí y a todo el mundo el horror que experimentaron durante las diferentes etapas de segregación, deportación, concentración y exterminio.

También mostró la furia que había en Israel hacia los miembros de los Judenräte, los Consejos Judíos que colaboraron con los nazis y luego ocuparon cargos en el gobierno israelí, como fue el caso de Rudolf Kastner, asesinado pocos años antes del juicio. Como indica Primo Levi en su Trilogía, nadie sale ileso de un campo, y los sobrevivientes portarán la culpa y el escarnio de haber sobrevivido a cualquier costo. En Israel, los sobrevivientes del exterminio eran mal vistos y se sospechaba que habían colaborado para sobrevivir: a los hombres se los acusaba de haber sido Kapos, y a las mujeres, particularmente a las jóvenes y bellas, prostitutas de los nazis. La dirigencia del Ishuv (el protoestado israelí antes de 1948) primero, y luego del naciente Estado tuvo un vínculo fluido con el gobierno nazi, particularmente con Eichmann, puesto que ambos tenían la intención de resolver el «problema judío». La actitud de la dirigencia sionista fue interesarse sólo por los judíos que deseaban emigrar a Palestina, desentendiéndose del resto.

Hasta el juicio a Eichmann, el silencio sobre el exterminio era atronador. Nadie quería en Israel escuchar las historias de los débiles judíos de la diáspora que habían ido como ovejas al matadero o, peor aún, que habían traicionado a los suyos para sobrevivir. Eso contrastaba con la nueva imagen que el sionismo había esculpido del israelí nativo, que labraba la tierra al estilo del romanticismo y que manejaba el fusil. Un hombre joven y fuerte que no se dejaba humillar por los gentiles.

El nazismo y la memoria de la Shoá en el discurso político israelí no funcionan solamente como un trauma horroroso que a su vez es instrumentalizado para legitimar políticas expansionistas, de limpieza étnica, de violencia y de exterminio. El exterminio nazi de los judíos europeos configura al alma israelí de un modo mucho más profundo, que incluso supera las identificaciones forzadas, pero de gran eficacia simbólica de los palestinos y del mundo árabe en general con los nazis, que describimos más arriba.

En Vencer a Hitler[12], Abraham Burg señala que el Estado de Israel define quién es judío del mismo modo que lo hacían las leyes segregacionista de Núremberg. Todo el dispositivo biopolítico de separación de los palestinos y de los judíos se basa en esta definición biopolítica de origen nazi: aquel que tenga uno de sus cuatro abuelos judíos es considerado judío.

Esta definición tiene una explicación de carácter pragmático, pues aquella condición de judío que implicaba una condena en el nazismo se transforma en un derecho en el Estado israelí. Esta Ley del Retorno es la otra cara de la moneda del Derecho al retorno que Israel se niega a reconocer a los palestinos expulsados de 1947, cuestión que en estos momentos está siendo reactualizada por los desplazamientos forzosos y el intento israelí de expulsar a los gazatíes hacia Egipto. Pero más allá de los cálculos de la Realpolitik, la adopción de la definición nuremburguesa de judío tiene consecuencias en la cultura israelí y en sus formas de identificación que no pueden ser conjuradas por ningún pragmatismo y que escapan a todo afán compensatorio.

Los modos de identificación con el nazismo no solamente se dan a través del miedo, el trauma, o el rechazo. También son positivos, en el sentido foucaultiano, esto es, productivos. El rechazo puede trastocarse en mímesis e incluso en admiración.

Para abordar esto, no quisiera establecer comparaciones entre las prácticas biopolíticas genocidas de Israel y otras anteriores que se dieron durante el siglo XX, pero también hacia finales del siglo XIX en Asia y en África. Voy a dejar de lado el análisis de las prácticas genocidas desplegadas hoy en Gaza, el asesinato masivo de niños y mujeres, la crueldad con la que se planifica la inanición y la deshumanización de los palestinos. Y voy a centrarme en un fenómeno cultural israelí breve pero significativo que tuvo lugar hacia finales de la década de 1950 y principios de la década de 1960, coincidente con el juicio a Eichmann.

La seducción de la barbarie

En esa época, en los quioscos de diarios y revistas de las ciudades israelíes comenzaron a venderse un nuevo género de publicaciones conocidos como Stalags. Stalag es la contracción de la palabra alemana Stammlager, que a su vez es una abreviatura de KriegsgefangenenMannschaftsstammlager («campo principal para prisioneros de guerra alistados»). Los Stalag eran unos folletines de  literatura popular, una suerte de cómics pornográficos, cuya estructura narrativa, se replicaba en las sucesivas entregas: durante la Segunda Guerra Mundial, un grupo de soldados o de pilotos, por lo general estadounidenses o británicos, son capturados por los nazis y recluidos en estos Stammlager. Allí son torturados y sometidos sexualmente por voluptuosas oficiales mujeres de las SS. Finalmente, los prisioneros logran liberarse y se vengan violando y asesinando a sus captoras.


Los Stalags eran un gran éxito comercial, fundamentalmente entre los adolescentes, muchos de ellos hijos de sobrevivientes de los campos de concentración y de exterminio. Los autores eran israelíes que firmaban con seudónimos y escribían de modo tal que los textos parecían traducciones del inglés. El boom editorial hizo que proliferaran diferentes líneas de publicación.

El escritor de Stalags Nahman Goldberg, tras la ejecución de Eichmann, creyó que sería bueno desplazar el eje de atención a la Alemania de la época e inició la serie Vengadores israelíes en Alemania, con títulos como El día más corto o El hombre que esquivó un misil. Ahora eran judíos los que viajaban a Alemania a buscar a antiguos criminales de guerra y copulaban con alemanas. Algunas eran novelas en las que se reconocía la existencia de mafias judías en Europa e incluso se aludía a gánsteres judíos que no habían estado en los campos de concentración pero que, habitualmente, hacían en gesto de arremangarse la manga de la camisa para mostrar el número tatuado en su antebrazo, número que nunca enseñaban, pues el gesto bastaba para generar respeto en otros judíos. En esa época, los diarios israelíes reflejaban la vida nocturna en Alemania, donde muchos eran dueños de discotecas y regenteaban prostitutas.

El semanario Ha’Olam Haze ofrecía artículos sobre el juicio a Eichmann al tiempo que traía publicidad de los Stalag. Incluso la portada de un número jugaba con la figura de Eichmann ilustrado con la estética de los Stalag, y su contratapa reproducía la portada de un Stalag de aparición reciente.

Uri Avneri, exeditor del semanario Ha’Olam Haze, entrevistado en el documental del año 2007 Stalag. Holocausto y pornografía en Israel, del realizador israelí Ari Libsker, sostiene que no era fácil establecer cuál era la actitud de los jóvenes israelíes hacia los nazis. Había una actitud ambivalente, situaciones en las que no era obvio con quién se identificaban los jóvenes.

El historiador Omer Bartov sostiene en el documental que la única forma de no identificarse con el abusado es volverse un abusador, y recuerda que en su juventud era seductor y viril lucir botas de SS, que se podían conseguir en la ciudad portuaria de Yafo, ya que «usarlas realzaba tu hombría».

Los primeros libros que se leyeron en Israel sobre el exterminio fueron precisamente este tipo de literatura. Diez años antes, Yehiel De-Nur, que sería testigo en el juicio a Eichmann, escribió Beit habubot, La casa de las muñecas, que narra las historias de mujeres judías confinadas en un burdel al servicio de los nazis. De-Nur publicó y testificó bajo el seudónimo de Ka-Tzetnik 135633, que es la forma abreviada del idish para los internos de los KZ, Konzentrationslager.

El nombre de esa novela inspiró a la banda británica de rock Joy Division, que es la traducción literal de los Freudenabteilung.

Las historias de mujeres judías sometidas por los nazis de Ka-Tzetnik alimentaron años después una suerte de inversión narrativa en los Stalag. De hecho, Bartov sostiene que en la memoria de su generación ambos géneros se confunden, y sus pares suelen recordar a los Stalag como literatura sado en la que se somete a mujeres judías, cuando en realidad las protagonistas son mujeres nazis.

A partir de la década de 1990, las novelas de Ka-Tzetnik fueron incorporadas a los programas de estudio de las secundarias israelíes y desde entonces son parte fundamental del sistema educativo. En Palestina en los textos escolares de Israel, Nurit Peled Elhanan señala que la escuela es la preparación para el servicio militar obligatorio, que acondiciona a los futuros soldados desde el punto de vista emocional e ideológico, deshumanizando e invisibilizando a los palestinos.

El otro gran pilar de esa preparación son los textos de Ka-Tzetnik, que describen el uso de la violencia sexual como forma de sometimiento de los cuerpos judíos feminizados. Esas lecturas se coronan con un viaje educativo a Polonia, que conmueve emocionalmente a los adolescentes cuando visitan los campos de exterminio y el edificio que según este novelista alojaba a una de las casas de muñecas. Dichos viajes reciben el nombre de Marcha por la vida, un espejo invertido de las Marchas de la muerte de finales de la Segunda Guerra Mundial.

Desde esta perspectiva, se comprende entonces por qué quienes difundieron las falsas noticias[13] sobre las violaciones masivas atribuidas a Hamás el 7 de octubre de 2023, tuvieron que esforzarse poco para lograr rápidamente su aceptación. Por su parte, el régimen de visibilidad de la ocupación sionista pendula entre la metáfora del elefante que nadie ve y la obscenidad de los videos de los soldados israelíes[14] que se mofan y jactan de perpetrar un genocidio, festejando la destrucción y la muerte. Al igual que las imágenes que circularon en su momento sobre los prisioneros de Guantánamo y de AbuGhraib, la invisibilización se torna rápidamente en una exhibición pornográfica del sufrimiento y la humillación infligidos a civiles indefensos. La compulsión de publicar en las redes sociales el goce sádico va de la mano con la certeza de que esas acciones no van a ser consideradas como un crimen dentro de Israel, tal como lo indica la inagotable historia de impunidad. Afuera de esas fronteras, la creencia en el excepcionalismo israelí, conlleva la certeza de su carácter de víctima ontológica, es decir, inmutable. Sin embargo, los Stalag cuestionaron de algún modo non sancto esa certeza, expresando un deseo e identificación con aquello que se presenta como monstruoso.

[1] «The Elephant in the Room», publicada el 6 de agosto en PortSide.

[2] Ver «Data on demolition and displacement in the West Bank», en Ochaopt. Los datos se actualizan periódicamente.

[3] Levy, Gideon, «Israel's Mainstream Brought Us to The Hague, Not Its Lunatic Fringes», Haaretz, 28 de enero de 2024.

[4] Política y violencia en Israel/Palestina. Democracia vs. régimen militar. Traducción de Federico Donner. Prometeo, Buenos Aires, 2011.

[5] Ver el artículo de Haggai Matar «Rabin memorial makes clear Israel’s peace camp stuck in the 90s», publicado el 2 de noviembre de 2014 en +972Magazine.

[6] «Hamás en el movimiento nacional palestino: una perspectiva histórica», entrevista realizada por Daniel Denvir a Tareq Baconi en Jacobin Radio como parte de la serie de podcasts The Dig y publicada el 12 de diciembre de 2023 en SinPermiso.

[7] Ver el artículo de Lev Grinberg «The three bullets that killed Israel’s left-wing bloc», publicado el 2 de noviembre de 2014 en +972Magazine.

[8] Ver el sitio Hasbara Tracker. Tracking Israeli propaganda.

[9] La nación y la muerte. La Shoá en el discurso y la política de Israel, Biblioteca de la nueva cultura. Serie pensamiento, Gredos, Madrid, 2010.

[10] Traverso, Enzo, El final de la modernidad judía. Historia de un giro conservador, Buenos Aires, FCE, 2014.

[11] Oltermann, Philip, «Israeli director receives death threats after officials call Berlin film festival ‘antisemitic’», The Guardian, edición electrónica del 27 de febrero de 2024.

[12] Lenatzeaj et Hitler [en hebreo], Yediot Sfarim Press, Tel Aviv, 2007. Hay traducción al inglés: The Holocaust Is Over. We Must Rise From its Ashes, Palgrave Macmillan, 2009.

[13] Ver «The Intercept: New York Times Exposé Lacks Evidence to Claim Hamas Weaponized Sexual Violence Oct. 7», entrevista realizada por Amy Goodman a Jeremy Scahill y Ryan Grim el 1 de marzo de 2024 en DemocracyNow.

[14] Pita, Antonio, «En TikTok, la guerra en Gaza es un juego», El País, 10 de diciembre de 2023.

martes, 17 de diciembre de 2024

el actor como lector

Popularmente conocido por su personaje de comedia, Luis Rubio no había sido “leído” y, por lo tanto, tampoco “escrito” en ese amplio campo de batalla audiovisual que llamaremos cine argentino.

Sí, Juan Vera vio y exploró en 2018 el potencial actoral de Rubio cuando le dio el rol de coprotagonista en El amor menos pensado, junto con Ricardo Darín y Mercedes Morán.  Y lo mismo podría decirse de Matías Bendesky, que en 2023 lo sumó al reparto de la inclasificable y magistral El método Tangalanga.

Tal vez por ese tono de coprotagonista, la primera vez que Alejandro Agresti nos lo muestra en Lo que quisimos ser (2024), es en una de las butacas de atrás de una sala que pasa cine clásico. Ya volveremos sobre ésta presentación.

Agresti convocó a Rubio en 2022, cuando ya tenía el guión de Lo que quisimos ser y le dijo que el personaje masculino de la historia había sido escrito pensando en su actuación. 

El espectador asiste a la escena del nombramiento ficticio de los personajes de la historia: Luis Rubio será primero Yuri, por el primer cosmonauta de la humanidad, el soviético Yuri Gagarin (1934-1968) y, más tarde, cerca del final, optará por llamarse Buzz, por Buzz Aldrin (el segundo en pisar la Luna luego de que lo hiciera el comandante Neil Armstrong). Eleonora Wexler, protagonista junto con Rubio de Lo que quisimos ser, se llamará Irene.



Yuri e Irene se conocen a fines de los años 90 en una pequeña sala de cine donde son los únicos espectadores que asistieron a la proyección de una comedia de Howard Hawks, Ayuno de amor (His girl friday, 1940), con la que su director se jactaba de haber hecho los diálogos más rápidos de la historia de Hollywood hasta el momento —fue también lo que se conoció entonces como screwball comedy (“comedia excéntrica”), un género que de alguna manera satirizaba las comedias románticas hollywoodenses en la década de la Gran Depresión tras el crack financiero de 1929. Un dato que difícilmente se le escape al director cinéfilo que es Agresti: también su película, que transita los bordes del drama y la comedia, pone el amor y la representación de ese encuentro del que el espectador es testigo en un lugar “excéntrico”.

A la salida, Irene y Yuri van a un bar que ella elige —el Brighton, por calle Sarmiento, al que muchos porteños recuerdan con mucha familiaridad— y él define como “pituco”, término que ya a fines de los 90 era un anacronismo y tiñe la conversación de Yuri/Rubio de un fuera de época que ayuda a construir ese momento atemporal en el que sucede ese encuentro a lo largo de la película.

Irene/Wexler propone entonces el juego, la ficción que regirá esos encuentros: van a llamarse por nombres inventados y no permitirán que nada de su vida “real” quiebre ese hechizo de tiempo de los encuentros de los jueves en el que Yuri pide un Old Smuggler etiqueta blanca (otro anacronismo ya en esos tiempos al borde del fin de los 90). Este “hechizo de tiempo” es, de algún modo, el de Somewhere in Time (Pide al tiempo que vuelva, Jeannot Szwarc, 1980), en el que Christopher Reeve, en un hotel, logra volver al pasado que habitó una mujer que descubrioó en un retrato y permanece allí en tanto nada de su presente interfiera en el decorado decimonónico de ese hotel fuera de temporada. Irene es a su vez una escritora reconocida y Yuri un astronauta que le cuenta sus misiones espaciales. 

El viaje, en el personaje de Yuri, pertenece también al plano de la representación: tiene una librería de viejo, es un lector de ciencia ficción y posee una suerte de plano de corte del transatlántico al que define "hermano menor del Titanic" en el que un niño reconoce una sala de cine; como en la escena inicial en las butacas de la sala de cine donde proyectan Ayuno de amor, el transatlántico es también un lugar para el espectador, un espacio a ser leído.

Luis Rubio asume así su primera faceta como actor: Rubio es el lector. Lo fue en El amor menos pensado, donde antes que exhibirse como coprotagonista evita desplegar su protagonismo para que Ricardo Darin vuelva a contemplar su relación con Mercedes Morán. Y será más específicamente un lector en El método Tangalanga, una fantasía en torno a una incierta biografía de Julio Victorio de Rissio (1916-2013), conocido como el Dr. Tangalanga. en el que Rubio es un enfermero que ayuda al personaje de Martín Piroyansky a descubrir su relación con el de Julieta Zylberberg.

Allí donde otros actores necesitan desplegar sus manos aferrándose a objetos, ensayando movimientos frente a cámara, Rubio actúa con gestos del rostro, con miradas, apoyando las manos sobre una mesa, cargando un bolso o dándole unas palmaditas a Darín tras practicar un poco de footing en un parque y despidiéndose porque en ese fuera de escena del final volverá a haber un encuentro que esperaremos incluso cuando ya hayan terminado de pasar los títulos finales.

Autor


Los cinéfilos de los 80 nos endurecíamos con la malentendida frase de Werner Herzog que decía que “los actores son un mal necesario”. Leíamos en ella la magnificencia del auteur cinematográfico encarnado en el director que planificaba en planos la puesta en escena y dejaba al actor como un elemento más de la escenografía: la escritura de una escena que se desplegaba en tomas y recortes. Preferíamos ignorar, claro, que ese Herzog que despreciaba a los actores era, ante todo, un gran director de actores: véase cualquier película protagonizada por Klaus Kinsky que no estuviera dirigida por Herzog (no defiendo el cine de Herzog, que está casi fuera de mis citas, sino la ironía de esas declaraciones que interpretamos caprichosamente).

Por eso, los que sin confesarlo íbamos al cine a ver una película “de Henry Fonda” o “de Clint Eastwood” —quien aún no se había destacado como auteur (director)— nos sentimos reivindicados cuando Eduardo A. Russo escribió en mayo de 1992 un texto sobre Robert Mitchum en la revista El Amante.

¿Qué es actuar y qué es actuar en cine, cuando una cámara se detiene en un primer plano, un plano medio, un picado o un contrapicado? El teatro siempre será la panorámica sobre la escena, la voz, el cuerpo agitado en el escenario: un personaje poseído por una representación que emite gestos que puedan interpretarse a la distancia. En cambio el primer plano exige una “síntesis” particular —el concepto es de Sergei Eisenstein— que resume la totalidad del relato: un primer plano nos muestra en el rostro del actor la totalidad de la trama. 

En otras palabras: ningún actor puede ser en cine otra cosa que el mismo personaje (por supuesto, tenemos esmerados ejemplos de lo contrario: el laborioso Stanley Tucci tratando de desdoblarse infructuosamente en la magia del teatro para ofrecernos actuaciones lamentables o nuestro finado Alfredo Alcón practicando la alquimia del actor teatral hecho carne en el cine).

Disclaimer

Conocí a Luis Rubio ca. 1986 en un bar donde recalamos tras no-me-acuerdo qué festejo en Dorrego y 9 de Julio. Entonces era un actor de Discepolin que viajaba en la parte trasera de la moto del Turquito y desplegaba su humor para fantasear sobre la pobre vida de un actor rosarino cuando la TV de Rosario todavía lustraba las efigies vivas de Evaristo Monti y Alberto Gonzalo. Difícilmente las líneas que siguen se dedicarán a hacer una diatriba de su trabajo. Sin embargo, su actuación en Lo que quisimos ser, exige mucho más que complacencia y amistad.

No voy a hacer un panegírico de mi amigo, sino un análisis de la construcción de una figura que, aunque difícilmente apreciada por las voces rutilantes de la “rosarinidad porteña”, es también inclasificable por la rosarinidad realmente existente. Sigamos.

Lo que quisimos ser

Retomo el texto de Russo del año 1992: “Un actor en el cine es, antes que ninguna otra cosa, una superficie de inscripción. Y un gran actor de cine será ése cuya imagen pueda modelar de algún modo el film que habita y dotar de constancia una serie de películas que puede abarcar directores, productores y guionistas diversos.” Dice también que hay actores que son a su modo autores: capaces de darle una unidad a las películas que protagonizan que no siempre pueden darle sus directores. Menciona a Henry Fonda, a John Wayne, Bette Davis o Cary Grant (que protagonizó Ayuno de amor, película que el personaje de Rubio volverá a ver en televisión, solo, en su departamento, esta vez con un signo diferente en su rostro, ya no se ríe con estridencia como en la escena en que nos fue presentado.

 



 Agresti encuentra para Rubio/Yuri, la anacronía, una cazadora de gabardina que ya era vieja cuando salió a la venta en los locales de prendas sport, a fines de los 80, un vestuario apagado en el que sobresalen unos tonos pastel teñidos por la misma disolución del siglo XX. Pero, también, unas camisas sobre las que se nota una elección, a la fácil opción del jean liso o la leñadora urbana, alguien puso el ojo en prendas que declarasen esa discreta estridencia.

Pero el guión de Agresti encuentra también ese lugar de Rubio en la actuación cinéfila: en un momento detendrá el juego que le propuso Irene (que avanza en la perfección de esa altra vita, “la que toda espera destruye” —la frase es de Claudio Magris—) y pedirá llamarse Buzz (por Aldrin —ya lo dijimos, agregamos también que el momento de este escrito Aldrin tiene 94 años—), el segundo de Armstrong.

Si se lo piensa un poco, el Rubio actor que hace a Éber Ludeuña trabaja con la sátira y la ironía mucho más que con la parodia. Éber parece sacado de algún lugar que podemos reconocer, pero no podemos reconocer su original, que es el material con el que trabaja lo paródico. Y es también, en tanto satírico —como en el humor de los Hermanos Marx—, un personaje “lector”. Lo dijimos a propósito de TV or not TV, que Rubio desarrolló entre 2016 y 2017, en el que componía personajes del mundo de la televisión y recorría —a través de una consola de edición— distintos escenarios televisivos y producía un tipo de humor sutil, “lector” (repasaba y reconfiguraba escenas históticas). Los títulos finales estaban acompañados de Rubio en un overol que llegaba para arreglar un viejo televisor (de la era pre plasma) en el que se escuchaban los gritos indistinguibles de un programa de panelistas. El técnico abría la caja trasera, tocaba unos cables que chisporroteaban en sus dedos y voilà, comenzábamos a escuchar la voz de Tato Bores, giraba la pantalla y ahí veíamos y escuchábamos un viejo monólogo, veloz y claro, el comediante en su tuxedo.

Ésa sería la clave del humor “lector”: no sólo el homenaje, el reconocimiento de los gigantes que ceden sus hombros para que miremos hacia adelante, según la fórmula del padre Leonardo Castellani, también una declaración: cambiar los gritos por la palabra, volver a una cima para ver por dónde se avanza.

Lo que quisimos ser une esa lectura de Rubio a la de Agresti, que supo ver al actor-autor, aprovechar su austeridad, su figura de coprotagonista no para ponerlo en un segundo lugar, sino en esa “superficie de inscripción” con la que el cine inicia el proceso de representación de aquello que no puede ser mostrado.

Una coda final para Lo que quisimos ser como film argentino. Su economía escenográfica, la pequeña trama en la que se sostiene, la escueta cronología recuerda una tradición que desplegó Leonardo Favio en Soñar, soñar —1975, en la que Carlos Monzón actúa una de las mejores borracheras del cine— o la más reciente Cómo funcionan casi todas las cosas (Fernando Salem, 2015) de la que el mismo director nos dijera: “En el nivel de conflicto y en el de intimidad, y en las sensaciones y en lo pequeño y lo doméstico hay una idea de historia mínima que es muy movilizante, que no hacen falta grandes conflictos, sino que esta idea de duelo, de búsqueda de refugios, de preguntas sobre la existencia no necesitan un marco tan ampuloso y estas historias tan universales se pueden dar en estos pequeños relatos”. También Lo que quisimo ser es una película mínima en torno a la ficción sobre la que erigimos la nave para surcar el mare tenebrarum del mundo.




viernes, 31 de mayo de 2024

no sé

Lo que más me gustó de haber ido a Tercera Oposición es haber dicho tantas veces “no sé”. Mi hija y sus amigos me invitaron a un programa de streaming que sigo desde su nacimiento, en el que he participado a través de comentarios, e el que me sentí interpelado e interpretado, y de pronto estaba allí, en un estudio clavado en el segundo piso de un edificio semiabandonado en la zona central de la ciudad, conversando con una generación a la que le llevo más de la mitad de mi vida pero, sobre todo, a una generación que me interesa y me fascina más que la mía. Dos cosas me aterrorizaban: que creyeran que tenía algo que decirles y que creyeran que mi compromiso emocional no era total y absoluto.


Cosas citadas en la conversación: el artículo de Manuel López Berardi.

El artículo de Franco Moretti “Dialéctica del miedo”.

martes, 24 de enero de 2023

40 años

El viernes 23 de diciembre pasado nos encontramos con las y los compañeros de Química de la promoción 1982 de la Escuela Nacional de Educación Técnica Nº 1, Gral. Ingeniero Manuel Nicolás Savio de San Nicolás –desde mediados del menemismo, con la reforma educativa, es ahora una escuela provincial con otro nombre– para celebrar un reencuentro a 40 años de nuestro egreso.

Abajo: Javier Albanessi, Enzo Sívori, Pablo Díaz y Carlos Torcello. Arriba: moi, Fabio Reyes, Gladys Gianini, Clarita Lamberti, Patricia Gómez, Fernando Cej.


Hubo un asado exquisito en la casa de
Fernando Cej, que hizo Fabio Reyes. Allí me enteré de que Cej, Reyes, Enzo Sívori, Carlos Torcello y Norberto Godoy siguieron viéndose –más tarde incluyeron a sus parejas– a lo largo de los 40 años en los estuve ausente por completo de ese pasado nicoleño que esa noche acaricié como un tesoro que había dejado deslizarse de mi mano.

Estaban Gladys Giannini, Patricia Gómez, Clarita Lamberti –quien en 1982 era novia del Tuerto Wirtz–, Javier Albanessi, Pablo Díaz, Rudy Svoboda.

Clarita Lamberti, Fernando Cej, Patricia Gómez.


En un momento, Pablo Díaz, quien hizo una carrera militar, alentó al grupo a expresarse sobre lo que significaba ese reencuentro. Trajo una palabra familiar en el Ejército: “camaradería”, así como en las películas de Howard Hawks suele hablarse de “camaradería masculina” para referirse a ese grupo heterogéneo de hombres que se asocian para vencer una amenaza a la comunidad. Remember Rio Bravo:



De pie: Javier Albanessi, moi, Fabio Reyes, Pablo Díaz, Gladys Gianini, Clarita Lamberti, Patricia Gómez, Fernando Cej. Sentados: Enzo Sívori, Carlos Torcello y Rudy Svoboda.

Bueno, la ronda giró de izquierda a derecha y cuando me tocó el turno me tentaba retomar, a propósito de “camaradería”, las cuatro formas del amor postuladas por C.S. Lewis: “«El amor empieza a ser un demonio desde el momento en que comienza a ser un dios». Este contrapunto –argüía Lewis– me parece a mí una indispensable salvaguarda; porque si no tenemos en cuenta esa verdad de que Dios es amor, esa verdad puede llegar a significar para nosotros lo contrario: todo amor es Dios.”

Pero elegí unas palabras estúpidas y ciertas a la vez.

Noté que, salvo un par de compañeros, el resto había hecho de ese don que nos entregó la ENET Nº1 (el título de Técnico Químico) una carrera que les permitía estar allí disfrutando de un “ágape” porque nuestro título mismo no es otra cosa que un “ágape” (caritas, es el nombre latino de ágape, que es a la vez una de las cuatro formas del amor).

La increíble Gladys hipnotiza a la audiencia con sus historias en los extremos del orbe. 

En 1985 compré un disco que seguiría escuchando a lo largo de los años para recordarme un origen que en ese entonces desconocía: Scarecrow (“Espantapájaros”), de John Cougar Mellencamp. En el vinilo que aún conservo, en la tercera pista del lado A, hay un tema que se llama “Small Town”, dedicado a Seymour, Indiana, la ciudad natal de Mellencamp.

La letra dice: “Pero lo vi todo en una pequeña ciudad/ Tuve mi propio gran baile en una pequeña ciudad/… /No, no puedo olvidar de dónde provengo/No puedo olvidar la gente que me ama/ Sí, puedo ser yo mismo acá, en esta pequeña ciudad/ Y la gente me deja ser lo que quiero ser…” (But I've seen it all in a small town/ Had myself a ball in a small town/… /No, I cannot forget from where it is that I come from/ I cannot forget the people who love me/ Yeah, I can be myself here in this small town/ And people let me be just what I want to be).

Para 1981, 1982, cuando egresamos, de algún modo lo había visto todo en esa pequeña ciudad y en ese pequeño grupo en el que nos juntó la escuela pública: los misterios de la presencia en el mundo, que descifraba entonces junto con Rudy, Pablo y Javier; las mujeres que eran nuestras compañeras, de las que percibía una mayéutica ácida y también amable. El primer recital al que fui en el Círculo Italiano, donde tocaba Vox Dei o un concierto del Cabezón Gil en el viejo teatro del Colegio Don Bosco, al que me llevó Pablo Díaz, en el que escuché maravillado una versión de "Pato trabaja en una carnicería". Las películas en doble función del cine Gran Rex, los libros comprados en El Buen Libro, hasta la pasarela política del año 1983, cuando fui a un acto de Carlos Saúl en un prolífico baldío de calle De la Nación y avenida Moreno. Verlo todo significa haber accedido a conversaciones y experiencias que serían luego mis herramientas, no sólo sociales, también de conocimiento.

Cuando nos recibimos había unas pocas cosas que estaban claras. La primera –aunque no lo sabía o no me interesaba entonces– era que teníamos trabajo. Creo que fue ya entrado el año 1987, cuando nos sorprendió la muerte de mi tío Pucho Rivero en Montevideo, que mi madre me dijo que había escondido y destruido una carta proveniente de la fábrica de municiones de Azul, Buenos Aires, fechada en diciembre de 1982, en la que me invitaban a ingresar a la planta. La noche del 23 de diciembre de 2022, cuando nos reunimos en el patio de Fernando Cej a celebrar el reencuentro, después de 40 años, Fabio Reyes me dijo que él también había recibido esa carta y que fue hasta allá, a ese polvorín de Azul, a explorar las posibilidades del trabajo. Me contó que vio una suerte de iglúes semienterrados que almacenaban pólvora, TNT y otros explosivos, lo suficientemente alejados unos de otros como para evitar una explosión en cadena. Y que también supo que los últimos supervisores habían volado por el aire, que no le garantizaban vivienda ni viáticos, y que desistió.

Acaso una historia del Industrial es también la historia de un sueño de la política argentina, pero de cuando la política podía darse el lujo de tener proyectos. Planificar su industria y su trabajo; planificar su educación a partir de allí. 

Ése 23 de diciembre una de las compañeras me pidió disculpas por una agresiva respuesta que me dio en el cine –40 años atrás, acaso poco más–, después de que viéramos una película de ciencia ficción que, a principios de los 80 –salvo por Alien y Blade Runner– sólo podía un manifiesto trasnochado de los 70, que seguro yo apreciaba por ese humanismo mal entendido de las lecturas de entonces. No recordaba el episodio y me pareció que en ese olvido también se deslizaba un tesoro de la palma de mi mano.  

Este lunes de fines de enero, Clarita me envió tres fotos de una suerte de postal que le escribí un día de octubre de 1982, para su cumpleaños. My o my! No me atreví a leer éso que puse por escrito hace 40 años porque me horroriza lo mal que entendía entonces esa “materia” que es la escritura. Sólo alcancé a leer esta cacofonía: “ambiciones que apacigüen esa sed anhelante de felicidad” (para un Víktor Shklovski, la única virtud de ese amontonamiento de palabras sería convertir en extraño el término “felicidad”). ¡Suficiente! Imagino que el día que publique algo digno de ser leído ella podrá proceder a mi humillación publicando ese texto y declarando: “¡Sí, pero miren cómo escribía ya grandecito, a los 19 años!” Y no podré culparla por ello. Rescato de ese texto que leí como miraba películas de terror hasta los 20, cubriéndome los ojos para evitar las escenas escabrosas, esa sensación muy común de pensar un momento presente con la perspectiva de los años por venir.

El mismo lunes Pablo Díaz se hizo en Buenos Aires un transplante de válvula mitral, que recibe su nombre de la forma de la mitra, el sombrero ceremonial que usan los obispos. Lo de mitra fue adoptado en el mundo romano de una antigua divinidad persa que ese radiante cristianismo que salía de las catacumbas interpretó como la depositaria de la luz, la justicia y la alianza. No lo recordaría si no lo hubiese explorado nuevamente en el Tratado de historia de las religiones, de Mircea Eliade, cuando analicé la serie Raised by Wolves.

Esta historia, la del reencuentro, es también una historia de luz, justicia y alianza. La historia de cómo la deriva política de mis padres me depositó en una ciudad que adopté como a la patria de las tribus salvajes europeas anteriores al Medioevo. De algún modo todo estaba allí, como quien vuelve a la casa paterna para desenterrar un tesoro, como en el cuento persa que dice Borges que sacó de Las mil y una noches:

«Cuentan los hombres dignos de fe (pero sólo Alá es omnisciente y poderoso y misericordioso y no duerme), que hubo en El Cairo un hombre poseedor de riquezas, pero tan magnánimo y liberal que todas las perdió menos la casa de su padre, y que se vio forzado a trabajar para ganarse el pan. Trabajó tanto que el sueño lo rindió una noche debajo de una higuera de su jardín y vio en el sueño un hombre empapado que se sacó de la boca una moneda de oro y le dijo: “Tu fortuna está en Persia, en Isfaján; vete a buscarla”. A la madrugada siguiente se despertó y emprendió el largo viaje y afrontó los peligros de los desiertos, de las naves, de los piratas, de los idólatras, de los ríos, de las fieras y de los hombres. Llegó al fin a Isfaján, pero en el recinto de esa ciudad lo sorprendió la noche y se tendió a dormir en el patio de una mezquita. Había, junto a la mezquita, una casa y por el decreto de Dios Todopoderoso, una pandilla de ladrones atravesó la mezquita y se metió en la casa, y las personas que dormían se despertaron con el estruendo de los ladrones y pidieron socorro. Los vecinos también gritaron, hasta que el capitán de los serenos de aquel distrito acudió con sus hombres y los bandoleros huyeron por la azotea. El capitán hizo registrar la mezquita y en ella dieron con el hombre de El Cairo, y le menudearon tales azotes con varas de bambú que estuvo cerca de la muerte. A los dos días recobró el sentido en la cárcel. El capitán lo mandó buscar y le dijo: “¿Quién eres y cuál es tu patria?” El otro declaró: “Soy de la ciudad famosa de El Cairo y mi nombre es Mohamed El Magrebí”. El capitán le preguntó: “¿Qué te trajo a Persia?” El otro optó por la verdad y le dijo: “Un hombre me ordenó en un sueño que viniera a Isfaján, porque ahí estaba mi fortuna. Ya estoy en Isfaján y veo que esa fortuna que prometió deben ser los azotes que tan generosamente me diste.” »Ante semejantes palabras, el capitán se rió hasta descubrir las muelas del juicio y acabó por decirle: “Hombre desatinado y crédulo, tres veces he soñado con una casa en la ciudad de El Cairo en cuyo fondo hay un jardín, y en el jardín un reloj de sol y después del reloj de sol una higuera y luego de la higuera una fuente, y bajo la fuente un tesoro. No he dado el menor crédito a esa mentira. Tú, sin embargo, engendro de una mula con un demonio, has ido errando de ciudad en ciudad, bajo la sola fe de tu sueño. Que no te vuelva a ver en Isfaján. Toma estas monedas y vete.” »El hombre las tomó y regresó a la patria. Debajo de la fuente de su jardín (que era la del sueño del capitán) desenterró el tesoro. Así Dios le dio bendición y lo recompensó y exaltó. Dios es el Generoso, el Oculto.»