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"I don't want to belong to any club that will accept people like me as a member." Groucho Marx en Groucho and Me (1959).

sábado, 25 de diciembre de 2021

Navidad con Chris Hedges



Llega otra temporada navideña plagada de altas tasas de Covid-19 y el temor de infectar a los más cercanos, esta vez en medio de una escasez de suministros y otros problemas económicos. Mientras un capitalismo estadounidense desbocado intenta vendernos el consumismo como la respuesta a nuestras crisis actuales, incluso ahora, el periodista y ministro presbiterano ganador del premio Pulitzer Chris Hedges nos recuerda que el verdadero significado de la Navidad no tiene nada que ver con los obsequios que se pueden comprar. Hedges se une a Robert Scheer en el “Scheer Intelligence“ de esta semana para discutir qué experiencias personales le revelaron de qué se trata la festividad cristiana, así como qué piensa del cristianismo estadounidense en su versión actual y más frecuente.

“La Biblia fue utilizada por sistemas de poder para perpetuar todo tipo de injusticias y persecuciones desde que la Iglesia cristiana fue institucionalizada en el siglo III por Constantino, quien era un dictador brutal”, dice Hedges. “[Una vez que el poder] cautivó esencialmente esta ideología, fue [y] ha sido utilizado a lo largo de la historia para llevar a cabo todo tipo de lo que yo llamaría [actos] heréticos. [Y] yo llamaría herejes de la derecha cristiana; han aculturado los peores aspectos del capitalismo e imperialismo estadounidense y la supremacía blanca con la religión cristiana.

“Jesús, si viviera en la sociedad contemporánea, sería indocumentado, porque no era ciudadano romano; vivía sin derechos, bajo la ocupación romana”, añade el columnista de ScheerPost. “Jesús era una persona de color; los romanos eran blancos. Los romanos clavaron a Jesús y a otras personas de color en cruces de la misma manera en que los rematamos en el corredor de la muerte, o los fusilamos en las calles por la policía militarizada. Y a los romanos los tenía sin cuidado la importancia religiosa de Jesús; lo mataron como insurrecto, como revolucionario, porque temían el radicalismo del evangelio cristiano, que tanto desafiaba la cultura romana.

“El estado romano miró a Jesús de la misma manera que el estado estadounidense miró a Malcolm X o Martin Luther King”, concluye. “Y, como se demuestra a lo largo de la historia, los profetas a menudo son asesinados”.

Esta es la conversación completa entre Scheer y Hedges mientras el anfitrión le pregunta al reverendo cómo reconocer el uso indebido del cristianismo, así como cómo desafiar directamente la inmoralidad con las propias acciones, culminando en una parábola navideña personal pero profundamente universal del propio Hedges.

Hola, soy Robert Scheer con otra edición de Scheer Intelligence, esta vez obviamente vinculada con la Navidad. Y tengo a mi reverendo favorito, el reverendo Chris Hedges quien, en primer lugar, tuvo un padre que fue un ministro presbiteriano; fue a la Harvard Divinity School, fue ordenado años más tarde después de una carrera en periodismo. Es una persona a quien recurrir sobre lo que dice la religión y, en particular, sobre el cristianismo. Ha escrito sobre el fascismo cristiano; comprende toda su complejidad. Así que voy a tirarle ésto. Recuerdo un lema de mi juventud: había algunas personas en el lado religioso de las cosas que decían que querían devolver a Cristo en Navidad, que esta festividad se había comercializado totalmente y que Cristo quedaba fuera de ella. Así que comencemos con eso. ¿Cuál es la relevancia de la Navidad para esta religión nacional nuestra, qué es?

—Ah, bueno, esa es probablemente una crítica justa; se ha comercializado por completo, y como cada vez menos personas tienen alguna relación con la Iglesia institucional, probablemente se trata sólo de eso. Pero la historia real de la Navidad me recuerda cuando estaba en un campo de refugiados en Honduras para guatemaltecos que habían huido de los combates a principios de la década de 1980. Eran todos campesinos, muy pobres, que vivían en el barro, en tiendas de campaña proporcionadas por la ONU. Y estaban todos colgando tiras de papel de colores, porque decían que por la noche iban a celebrar lo que se conoce como el Día de los Santos Inocentes. Ese es el momento en que Herodes, para evitar el nacimiento del Mesías –según la Biblia–, mata a los hijos de Belén; pero María, José y el niño Jesús son advertidos y huyen.

Ahora, esa es una historia –es de Mateo– que yo podría recitar de memoria. Escuché a mi padre leerla en los servicios de Navidad todas las noches; vivíamos en una pequeña ciudad agrícola en el norte del estado de Nueva York. Pero les pregunté, bueno, ¿por qué es un día tan importante? Y dijeron, bueno, porque ese es el día en que Cristo se convirtió en refugiado. Y me di cuenta del poder de esa historia para alguien que tuvo que huir con sus hijos de los ataques asesinos del ejército guatemalteco y los escuadrones de la muerte. Tenía un significado completamente diferente al que tenía para alguien que vivía con relativa comodidad en una comunidad agrícola en el norte del estado de Nueva York.

Y entonces creo, y creo que James Cone, el gran teólogo, ha dado en la tecla en este punto: que el evangelio fue escrito, en sus palabras, para los crucificados de la tierra, y que ellos ven en estas historias de persecución y finalmente crucifixión, un mensaje que se pierde entre las personas que no sufren ese tipo de opresión.

Chris Hedges

—Entonces, esta es la visión positiva del evangelio y del cristianismo. Y sé que fuiste ordenado oficialmente para que pudieras ser más eficaz en tu trabajo en las cárceles, con los presos, etc. Y, obviamente, la historia que acabás de contar es la de brindar fuerza y ​​comprensión a los más desposeídos. Y el Papa católico actual se entrega a ese mensaje. Asimismo, hay otro lado del impacto del cristianismo, vos escribiste sobre el fascismo cristiano, y sabemos que el antisemitismo también fue alimentado por algunas percepciones del evangelio.

Y recuerdo que cuando era niño, y es una de las razones por las que acudo a vos en estas ocasiones, tuve una relación muy ambigua –al igual que muchas personas, y ciertamente muchas que no eran cristianas– en esta festividad. Y recuerdo que cuando era niño, la canción que cantábamos y que nos gustaba mucho era “Sueño con una blanca Navidad” (“I’m Dreaming of a White Christmas“). Y fue un sueño de familia e inclusión y amor y apoyo, y todos lo cantaron; era muy popular y lo había escrito un judío, Irving Berlin, que tenía un nombre diferente cuando empezó; Israel fue su primer nombre. Y sin embargo, al investigarlo solo para esto, pensé bien, ¿qué pasa con esta canción? Y solíamos pensar que era un poco extraño, porque en ese momento muchos de nuestros vecinos católicos pensaron –bueno, algunos de ellos–, pensaron que los judíos habíamos matado a Cristo. Y yo era de una familia mixta; mi padre había nacido luterano y mi madre era judía. Sin embargo, de vez en cuando me responsabilizaron por este deicidio, y ya se sabe: “vos mataste a nuestro Señor”.

 

Y parecería haber una ironía ahí. Fue una época positiva, fue una época en que, de alguna manera, los judíos no fueron incluidos. Sin embargo, Irving Berlin, quien escribió esa canción, estaba casado con una mujer católica que iba a la iglesia todo el tiempo. Pero no fue hasta 1965 cuando el Papa Juan dijo oficialmente que los judíos no eran responsables, y fue en 2011 cuando el Papa Benedicto XVI lo dijo oficialmente. Así que esta acusación de antisemitismo alimentado por deicidio fue utilizada por los nazis de manera muy eficaz durante la Segunda Guerra Mundial. Entonces, ¿por qué no comentás un poco sobre esa contradicción?

—Bueno, la Biblia ha sido utilizada por los sistemas de poder para perpetuar todo tipo de injusticias y persecuciones desde que la Iglesia cristiana fue institucionalizada en el siglo III por Constantino, quien fue un dictador brutal, un dictador salvaje. E intentaron codificarla, es decir, la Biblia proviene del término griego “ta biblia”, que significa “libritos”. Así que había todo tipo de libros, libros gnósticos, historias matriarcales e historias que fusionaban las costumbres paganas romanas con la religión cristiana, y uno entraba y sacaba lo que quería. Bueno, eso no se reunió en una doctrina formal hasta el siglo III. Ninguno de los evangelios, por supuesto, fue contemporáneo de la vida de Jesús.

Y así, una vez que el poder cautivó esencialmente a esta ideología, fue y ha sido usada a lo largo de la historia para llevar a cabo todo tipo de lo que yo llamaría herejías, los llamaría herejías de derecha cristiana. Que han aculturado los peores aspectos del capitalismo e imperialismo estadounidense y la supremacía blanca con la religión cristiana. Los nazis, por cierto, hicieron lo mismo con la llamada Iglesia cristiana alemana. Pero solo una lectura atenta de la Biblia desafía mucho de eso. Y Jesús, si viviera en la sociedad contemporánea, sería indocumentado, porque no era ciudadano romano; vivía sin derechos, bajo la ocupación romana. Jesús era una persona de color; los romanos eran blancos. Los romanos, ya sabés, clavaron a Jesús y a otras personas de color en cruces de la misma manera en que hoy los rematamos en el corredor de la muerte, o los fusilamos en las calles por la policía militarizada.

Y a los romanos les tenía sin cuidado la importancia religiosa de Jesús; lo mataron como insurrecto, como revolucionario. Porque temían el radicalismo del evangelio cristiano, que desafiaba tanto a la cultura romana. Entonces, el estado romano miró a Jesús de la misma manera que el estado estadounidense miró a Malcolm X o Martin Luther King. Y como se demuestra a lo largo de la historia, a menudo se mata a los profetas. Entonces, sí, tenés razón. Se ha pervertido y se ha utilizado. Quiero decir, desde la Inquisición hasta las Cruzadas y el antisemitismo llevado a cabo contra los judíos en Europa, se ha utilizado con bastante eficacia para dar una especie de santificación al genocidio, el asesinato y la opresión. Pero no creo que eso esté de ninguna manera de acuerdo con las enseñanzas de Jesús o con la vida que llevó Jesús.

—Bueno, está esta competencia sobre lo que básicamente es el legado de Jesús –y sé que hay un proyecto para descubrir realmente qué se le puede atribuir. Dejame ir al grano aquí. ¿Existió Jesús? ¿Cuál es la documentación, si lo hizo, de lo que dijo? ¿Qué terreno, o qué diferentes terrenos, son los correctos? De mis favoritas, una de las ideas más importantes atribuidas a Jesús está en la parábola del buen samaritano, pero me han dicho que solo está en Lucas. No tiene el mismo significado si hubiera estado en todos los evangelios, etcétera, etcétera. Así que entrás ahí y, ya sabés, tenés a la gente de la iglesia de la prosperidad diciéndote, no, ése es el verdadero Jesús, él quiere que te hagas rico y seas feliz.

Entonces, ¿qué es lo que nos pone en pugna aquí? Y la razón por la que te planteo esto –sé que podés irritarte cuando lo planteo–, es que me preocupa que, en primer lugar, estas ideas sean mal utilizadas por diferentes personas. Pero también, ¿de dónde sacamos la ética y la moral sin religión? Esa es una pregunta que muy a menudo no se plantea, básicamente, en una cultura secular. Pero al menos en nuestras religiones tradicionales existe una noción de responsabilidad; hay una noción de juicio, hay una noción de que tu vida tiene que sumar en algún tribunal sumario de significado, valor y ética. Y la sociedad secular se enfrenta a la realidad de que tal vez no haya un núcleo ético, moral.

—Bueno, se puede tener ética sin religión. Quiero decir, no sé que Kant sea considerado un religioso; Aristóteles, Sócrates, quiero decir, todo tipo de figuras buscaban perpetuar o propagar la vida ética, que no necesariamente provenían de una tradición religiosa. Creo que donde la religión es probablemente más poderosa es cuando se trata del misterio, lo sagrado y lo trascendente, y todas estas fuerzas que existen para todos nosotros. La búsqueda de una vida con sentido, la lucha con nuestra propia mortalidad. Y eso casi siempre, creo, te empuja a usar algún tipo de lenguaje religioso. Pero ya sabés, las élites del poder en todas las sociedades –no solo en la sociedad cristiana– siempre han buscado –y esto era cierto con el Islam, con el Budismo, con todo lo demás– han buscado cooptar líderes religiosos para servir a sus intereses, y esos líderes religiosos están bien compensados, a menudo, y esencialmente integrados en la estructura de poder. Billy Graham sería un ejemplo de eso.

Pero creo que siempre han existido estos elementos radicales en cualquier sociedad, estos elementos religiosos radicales –por supuesto, éramos amigos con Daniel Berrigan, el gran sacerdote católico radical– que creo que se ha aferrado a los problemas centrales planteados por todas las grandes religiones del mundo, y trató de llevar una vida religiosa. Pero a menudo no solo desafiaron a los principales centros de poder, [sino que] crearon antagonismos entre ellos y las estructuras religiosas institucionales. Mi propio padre enfrentó eso al defender los derechos LGBTQL en los años setenta cuando la Iglesia no reconocía la igualdad de las personas LGBTQL en términos de ordenación, matrimonio o cualquier otra cosa. Y fue atacado despiadadamente por eso, aunque había pasado casi 40 años como ministro parroquial.

Así que llega a esta idea sobre la que escribe el teólogo Paul Tillich, todas las instituciones, incluida la Iglesia –escribe Tillich–, son inherentemente demoníacas. Entonces, de muchas maneras, creo que para acercarnos más al radicalismo de —y al tema central de la empatía y el ministerio, como mencionaste, el Buen Samaritano, el ministerio para los que sufren— volvamos a Cone, al crucificado de la tierra; y eso a menudo tiene que hacerse desafiando las mismas instituciones religiosas a las que uno puede pertenecer, que muy bien pueden expulsarlo. Quiero decir, Spinoza, que era judío, fue excomulgado. Ya sabés, a menudo se ve a estas figuras –especialmente a los reformadores radicales– como herejes, son condenados como herejes.

—Entonces, decidiste ordenarte y fuiste a la Escuela de Teología de Harvard, que es, supongo, el centro de la conciencia protestante sobre la ética histórica. Y lo hiciste al ingresar a las prisiones –la gente conoce tu escritura, saben que escribiste bastante sobre cárceles, pero también que te has dedicado los últimos, ¿cuántos, 15 años?, a la enseñanza en las prisiones. Y la religión surge todo el tiempo.

Y una cosa que diferencia ciertamente al cristianismo –y estamos aquí para hablar sobre la Navidad–, digamos, de Aristóteles u otros, es la noción de rendir cuentas (accountability). Y rebelión. Porque lo que se tiene en, al menos la imagen percibida de Jesús, la forma en que Martin Luther King o el padre Berrigan se refirieron a él, fue como un rebelde. Desafiando a la autoridad. Si vas a Aristóteles, tenés una autoridad defensiva, ciertamente una autoridad griega. Y ya sabés, e incluso a Confucio, del Buen Emperador. Y al menos lo que fue convincente, digamos, para King, como un muy buen ejemplo –por cierto acá está la Iglesia Bautista Negra en oposición a la Iglesia Bautista blanca–, fue la noción de Jesús como un instrumento de justicia. De aceptación, de preocupación por los menos entre nosotros. Y es un mensaje muy poderoso en el que queda afuera de mucho de lo que considera filosofía de la conveniencia: ya sabés, haz a los demás lo que te harías a ti mismo. Aquí hay una noción, no: eres responsable de preocuparte por los menos entre nosotros. Y todos tenemos un alma, y ​​así sucesivamente. Y eso me parece que es lo que se ha perdido en el cristianismo moderno.

—Bueno, ese es el corazón de la historia de Navidad, es realmente, creo, una especie de lección sobre cómo ser humano. Acerca de arrodillarse ante un recién nacido indefenso, vulnerable, despreciado y pobre. Así es, y es por eso que los romanos estaban tan aterrorizados. Porque invirtió los valores tradicionales romanos. Que nos llama a proteger, ya sabés, usemos el término bíblico, los más pequeños entre nosotros. Y no solo a los más pequeños entre nosotros, sino que son demonizados y rechazados. Entonces, ese es el poder, para mí, de todos modos, de la historia de Navidad.

—A ver, no espero que tengas todas las grandes respuestas, y que te burles de vez en cuando, decís que parece que yo menciono esto más que vos. Pero tus escritos sobre el fascismo cristiano, el mal uso o el uso del cristianismo para apoyar básicamente el racismo y la xenofobia, etc., sugieren que ese es un elemento muy poderoso en los Estados Unidos contemporáneos en este momento.

—Bueno, es predominante. Quiero decir, la Iglesia principal de la que salgo está muriendo; cada año los números disminuyen, las iglesias cierran. Y así es esta fusión de la iconografía y el lenguaje del estado con la iconografía y el lenguaje de la Iglesia cristiana. Entonces es la sacralización del poder estatal, pero las peores formas de poder estatal, del capitalismo. Por ejemplo, toda la idea de que Dios recompensa o Jesús recompensa a los justos significa que si vivís en la pobreza, las privaciones y el sufrimiento, merecés lo que recibís. No necesitás sindicatos, no necesitás atención médica, no necesitás vacunas; es un Jesús mágico. Y eso es muy atractivo para las personas que se sienten apartadas del resto de la sociedad. Porque lo que viene con eso es un llamado a la santa venganza contra estas fuerzas satánicas que han creado este mundo disfuncional a su alrededor. Esa es una parte muy grande del mensaje de la derecha cristiana, y por qué ese tipo de violencia santa es una parte integral –o creo que una parte muy atractiva–, para las personas que sienten, quiero decir, no incorrectamente, que han sido desposeídos por una sociedad que ya no los necesita ni se preocupa por ellos.

—Bueno, esta combinación de oportunismo por parte de fuerzas muy poderosas —corporaciones, el estado— y un mensaje para la gente que está desesperada por su condición tiene precedentes en otras sociedades. Y en particular, y quiero terminar con esto, pero cuando hablamos del fascismo cristiano, me refiero al eco que hay de la Alemania nazi. Y cuando lo mencionás, la gente dice, vamos, eso es una exageración; bueno, creo que cada vez más personas en los Estados Unidos reconocen, ya sabés, incluso una sociedad muy próspera –es que Alemania había sido en diferentes momentos de su historia contemporánea, bien educada, etc.–, puede volverse loca. Y puede alojar lo que parecerían ser ideas contradictorias. Puede tener, como hizo Alemania, ciencia sólida y claridad y lógica y demás, y sin embargo participar en una guerra religiosa contra los judíos, principalmente, y luego contra otros, o “el otro”. Y lo vemos ahora en los Estados Unidos. Quiero decir, eso es básicamente sobre lo que estuviste escribiendo; es la combinación del Estado capitalista, racional y calculador, que era Alemania, con este atractivo religioso primitivo y verdaderamente irracional.

—Correcto. Y hay similitudes muy aterradoras. Como que Hitler, a los ojos de esta Iglesia cristiana alemana, era el Volk Messiah (el mesías del pueblo): era un instrumento de Dios. La misma opinión que los evangélicos de derecha tenían sobre Trump. Y luego buscó a aquellos que fueron demonizados por el colapso económico de Alemania, especialmente judíos y comunistas, y en términos religiosos se convirtieron en agentes de Satanás.

Nuevamente, eso se repite en los Estados Unidos. Quiero decir, estudié con el gran erudito James Luther Adams, que tenía 80 años cuando yo estaba en la Harvard Divinity School, y había estado en Alemania –era bilingüe– en 1935 y 1936, y de hecho abandonó la Universidad. de Heidelberg y trabajó durante un año con la Iglesia Confesional, en la clandestinidad, con Bonhoeffer, Niemöller, Schweitzer, todas estas figuras, hasta que fue detenido por la Gestapo y expulsado. Y nos trazó estos paralelos con la derecha cristiana; de hecho, fue la primera persona a la que escuché usar el término “fascista cristiano”. Solía ​​decirnos, cuando tengan mi edad, todos estarán luchando contra los fascistas cristianos; todos teníamos veintitantos años, y aunque ciertamente fue uno de los eruditos más brillantes con los que he trabajado, Pensé que incluso entonces estaba siendo hiperbólico. Bueno, por supuesto, resulta que vio lo que estaba sucediendo mucho antes que nosotros.

Así que por supuesto que Trump no tenía ideología; fueron los fascistas cristianos quienes llenaron ese vacío ideológico. Y lo que viene a continuación en 2024 puede que no sea Trump, pero probablemente será una figura parecida a Trump, como Pompeo o DeSantis u otra persona; Tom Cotton, no lo sé. Pero sospecho que estarán mucho más arraigados dentro de este movimiento —Trump no estaba incorporado en absoluto— y, no sin espanto, probablemente más competentes. Y creo que con el regreso de estos fascistas cristianos al poder, el tema primordial, dado el intento de censura y el 6 de enero y la creencia de que las elecciones fueron robadas, será un reinado de venganza, una venganza realmente aterradora.

—Vamos a concluir sobre esto, pero en mi opinión, este es el dilema esencial, en realidad, de la condición humana. En realidad, no tenemos una historia de quiénes somos, qué somos, por qué estamos aquí, de qué se trata la vida, qué es la mortalidad. Tenemos, ya sabés, intentos; lo científico va lejos, pero al final no logra decirte de qué se trata, la mortalidad, etc., y el significado. Y luego tenés esta variedad de religiones en competencia que pueden retorcerse y cambiarse. Y entonces tenés gente citando, ya sea el Antiguo o el Nuevo Testamento o lo que sea, o un budismo que puede ser opresivo, puede ser liberador, cualquiera de estas religiones. Y realmente, cuando se trata de moralidad, estamos en una tierra de nunca jamás. Y sos un tipo que está tratando de hacer valer un imperativo moral. Y a veces me decís, básicamente, que ya no estás en la religión como guía. Entonces, ¿por qué no sacamos una conclusión de eso? ¿Qué debe pensar la gente de la condición humana?

—Bueno, el imperativo moral, en realidad, el imperativo categórico, éso en realidad viene de Kant. Creo que realmente el problema es que, si querés hablar en términos religiosos, es la ley de Dios versus la ley humana. Y luego Martin Luther King, creo, habló sobre esto con bastante elocuencia: que tenemos el deber de desafiar la ley humana cuando está en conflicto con la ley de Dios. Y eso puede ser muy empoderador. Solzhenitsyn escribe en Archipiélago Gulag sobre los más capaces psicológicamente de soportar los gulags, y dijo que eran los chechenos, que eran musulmanes practicantes, y los cristianos, los que no preguntaban si era práctico; solo preguntaban si estaba bien. Y a menudo morían en mayor número. Pero tenían una especie de sentido o vínculo que les permitía o les daba una especie de protección contra muchas de las fuerzas opresivas que los rodeaban.

Y H. Richard Niebuhr tenía una gran cita, decía: “La religión es algo bueno para las personas buenas y algo malo para las personas malas”. Hay todo tipo de charlatanes, y las ondas de radio están llenas de ellos, que abusan de la religión para manipular la desesperación de la gente como, creo, está sucediendo con la derecha cristiana. Y luego están esas magníficas figuras; no olvidemos que tanto Martin Luther King como Malcolm X salieron de una religiosidad fuerte, tenían una fuerte orientación religiosa. King escribe sobre ello al final de Strength to Love. Y creo que, especialmente en los momentos extremos, diría que ese tipo de orientación hacia el mundo, que he tenido desde que nací, es muy liberador y te da una especie de sentido del bien y del mal, y un sentido de dirección que te permite al menos aferrarte a vos mismo.

—Entonces, finalmente, cuando entendemos, digamos, que el Papa lava los pies de los prisioneros y demás, quiero ponerte en esta imagen, Chris Hedges. No es fácil entrar en estas cárceles. No es fácil soportar esas condicionesen las que trabajás, y mucho menos ser un prisionero. ¿Y esta es tu conexión con tu padre? ¿Es allí donde vas a meditar y pensar en esto?

—En toda mi carrera como periodista, me coloqué en situaciones de extrema opresión: El Salvador durante la guerra, Gaza, Sarajevo. Y la prisión, ir a las cárceles cuando regresé del extranjero, mantiene ese tipo de continuidad. Creo que eso es lo que siempre he hecho, y creo que eso surge de mi trasfondo religioso y de mi entendimiento de que uno debe estar con los crucificados de la tierra. Y que a menudo, si uno realmente apoya a los oprimidos, serán tratados como los oprimidos.

Y eso en realidad es un gran consuelo, porque, ya sabés, solía trabajar para el New York Times cubriendo las historias más importantes del mundo. Y si escribía una historia en la portada del Times y al día siguiente el Departamento de Estado tendría que realizar una rueda de prensa al respecto. Bueno, eso ya no pasa. Me han expulsado. Y, sin embargo, creo que esa comprensión muy clara de lo que significa la vida me da mucho consuelo, y no una sensación de pérdida, sino una sensación de... ya sabés, no quiero usar la palabra “logro”, pero con la sensación de que soy capaz de ser quien debo ser.

—Entonces, finalmente, sos el hijo de tu padre. Tu padre, el ministro, estaría orgulloso de vos; estás orgulloso de tu padre. Y no es exclusivo de la tradición cristiana, pero hay algo en las religiones que puede producir responsabilidad (en el sentido de “accountability”: rendir cuentas). ¿Y no es esa la lucha principal, que no dejemos que dominen el arribismo, el oportunismo y el individualismo de cierto tipo? ¿Que hay responsabilidad, un rendimiento de cuentas moral?

—Sí, pero aún más, no se puede enseñar moralidad. Tenés que demostrarlo. Entonces, quiero decir, vi a la gente abandonar los sermones de mi padre cuando hablaba en medio del Movimiento de Derechos Civiles o en contra de la Guerra de Vietnam. Y luego, por supuesto, la Iglesia lo expulsó por defender los derechos de LGBTQL; fue expulsado.

Y recuerdo que estaba en Colgate, y él tenía una gran iglesia en Syracuse; le dijeron que dejara de hablar sobre la igualdad para las personas de LGBTQL, y en su lugar celebró un servicio de Pascua para la comunidad de LGBTQL en la ciudad de Syracuse, y vino a buscarme. Dijo que probablemente esta sea la última vez que me escuchen predicar. Y se levantó y dijo: el matrimonio es un sacramento; no es una recompensa por ser heterosexual, y cualquier iglesia que no honre el sacramento del matrimonio no merece llamarse cristiana. Y lo crucificaron por eso, la iglesia a la que dedicó su vida. Y así es como se transmite la moralidad.

Entonces, sí, porque lo vi; y vi que implica sacrificio, y si no hay sacrificio, probablemente no sea muy moral. Y así es: ya sabes, es mi voz, pero son las palabras de mi padre. Y en la religión cristiana, eso se llama resurrección.

—De acuerdo. Concluyamos esto. ¿Es correcto decir que esta es una parábola de Navidad? ¿Es ese el uso correcto de la palabra? ¿Pueden las personas compartir esto con sus hijos o nietos, reverendo?

—Sí, sí. Tenés que actuar moralmente; no podés enseñarlo. Tenés que hacerlo, si vivís la vida moral, eso es lo que perpetúa la vida moral de quienes te rodean. Como dijo Daniel Berrigan, lo bueno atrae lo bueno.

 

Robert Sheer: Bien, ésto es todo para esta edición de Scheer Intelligence. Agradezco a Christopher Ho de KCRW por poner esto al aire, y a Natasha Hakimi por escribir las introducciones, Joshua Scheer por encargarse de la producción, Lucy Berbeo por hacer la transcripción. Y la JWK Foundation en memoria de Jean Stein, una periodista muy independent y moralmente comprometida, por ayudar a financiar estos programas. Nos vemos la semana que viene con otra edición de Scheer Intelligence. 

 

Debajo todas los vínculos a etiquetas y categorías del original

Editor | 24 de diciembre de 2021 a las 8:36 am | Etiquetas: american christianschris hedgeschristianschristmasfeaturedright wing christiansrobert scheerscheer intelligence | Categorías: Chris HedgesRobert ScheerSI Podcast | URL: https://wp.me/pbNvZt-3hu

 

Host:
Robert Scheer

Producer:
Joshua Scheer

Introduction:
Natasha Hakimi Zapata


Nota bene: El original de esta traducción puede leerse acá. Se respetaron todos los hipervínculos incluidos en el texto (que es la transcripción de una conversación que puede escucharse acá) y se agregaron otros para mejor comprensión del contexto, sobre todo las referencias a nombres de teólogos y religiosos conocidos en EEUU. 

miércoles, 22 de septiembre de 2021

La libertad blanca

Daniel Steinmetz-Jenkins | The Nation

En su nuevo libro, White Freedom: The Racial History of an Idea (Libertad blanca: la historia racial de una idea), el historiador Tyler Stovall busca un nuevo abordaje de la relación entre libertad y raza en las sociedades occidentales modernas. Este enfoque revela una perspectiva histórica diferente en la comprensión de cómo la era de la Ilustración, que proporcionó la base para las concepciones occidentales modernas de la libertad humana, coincidió con el apogeo de la trata transatlántica de esclavos y cómo los Estados Unidos podrían fundarse simultáneamente en las dos ideas: la libertad y la esclavitud africana, el genocidio de los nativos americanos y la exclusión racial sistemática.

Stovall hace esto sosteniendo una explicación alternativa a lo que describe como la interpretación "paradójica" y estándar de la libertad y la raza. "Si la libertad representa la cima de la civilización occidental –dice Stovall–, el racismo, encarnado sobre todo por historias horribles como la trata de esclavos y el Holocausto, es su punto más bajo". En otras palabras, el enfoque paradójico ve la libertad y la raza como opuestos. Esto significa que no hay nada en la libertad que esté intrínsecamente racializado. La relación entre libertad y raza desde esta perspectiva, argumenta Stovall, se debe más a "inconsistencias y debilidades humanas que a cualquier lógica subyacente".

Stovall desafía la visión paradójica argumentando que no hay contradicción entre libertad y raza. En cambio, piensa que las ideas de libertad en el mundo moderno han sido racializadas y que la blancura y la identidad racial blanca son intrínsecas a la historia de la libertad moderna. De ahí la noción de Stovall de libertad blanca.

El libro de Stovall tiene como objetivo contar la historia de la libertad blanca desde las revoluciones francesa y estadounidense hasta el presente. Pero, ¿hasta qué punto se puede reducir la vasta historia de la libertad moderna a la libertad de los blancos? ¿Cómo puede la libertad blanca explicar las diferencias de clase? Además, si la libertad moderna está racializada, ¿cómo diferenciarla del fascismo y otras formas de nacionalismo blanco? ¿Y puede la libertad política romper con el legado de la libertad blanca? Para responder a estas preguntas, hablé con Stovall sobre la historia de la esclavitud y la inmigración en Estados Unidos, el fascismo de Benito Mussolini y Adolf Hitler, el trumpismo y la reciente elección de Joe Biden para la Casa Blanca.

 

—¿Puede explicar su concepto de libertad blanca?

—En este estudio sostengo que la libertad blanca, que es un concepto de libertad concebida y definida en términos raciales, subyace y refleja tanto la identidad blanca como la supremacía blanca: ser libre es ser blanco, y ser blanco es ser libre.

—Su pensamiento sobre la libertad de los blancos ha sido fuertemente influenciado por los estudios sobre la blancura. ¿Puedes explicar la conexión entre los dos?

—Los estudios sobre la blancura parten de la proposición de que la blancura no es simplemente el estándar de oro neutral y no examinado de la existencia humana, el contra argumento es que la identidad blanca es racial, y que la gente blanca son seres tan racializados como las personas de color. White Freedom explora las formas en que el ideal de libertad es un componente crucial de la identidad blanca en el mundo moderno, que los grandes movimientos por la libertad como las revoluciones estadounidense y francesa o las guerras mundiales del siglo XX han construido la libertad como blanca. Más en general, este libro sigue la tradición de los estudios sobre la blancura al considerar cómo una ideología tradicionalmente vista como universal, de hecho, contiene una importante dimensión racial. Sostengo que con frecuencia, aunque no siempre, en la historia moderna, la libertad y la blancura han ido juntas, y el ideal de libertad ha funcionado para negar las realidades de la raza y el racismo.

—¿Cómo respondería a la crítica de que su noción de libertad blanca es potencialmente monolítica? ¿Cómo explica su diversa aplicación e impacto histórico, especialmente en lo que respecta a las diferencias de clase?

—Empezaría diciendo que la libertad blanca no es de ninguna manera el único tipo de libertad, que en la historia moderna otras visiones de libertad más inclusivas se le han opuesto con frecuencia, y esas visiones a menudo interactúan y se refuerzan mutuamente. Uno piensa, por ejemplo, en el surgimiento de los movimientos por el sufragio femenino en la Gran Bretaña y Estados Unidos del siglo XIX a partir de las luchas por abolir la esclavitud. El concepto de libertad blanca coloca a la raza en el centro de la historia de la libertad, algo que encontré necesario hacer tanto porque con frecuencia se ha dejado de lado o visto como algo periférico a la historia, y porque hacerlo más central en mi opinión ofrece nuevos conocimientos sobre la naturaleza de la libertad en general.

Las diferencias de clase, y las formas en las que históricamente han sido racializadas, también juegan un papel importante en el desarrollo de la libertad blanca. El ejemplo de los inmigrantes irlandeses durante el siglo XIX proporciona un caso interesante. Tanto en Gran Bretaña como en Estados Unidos, los inmigrantes irlandeses no solo ocuparon los peldaños más bajos de la sociedad, sino que con frecuencia fueron racializados como salvajes y no blancos durante las primeras partes del siglo. En Gran Bretaña, la integración en movimientos de la clase trabajadora como el cartismo (Chartism, en inglés) y la huelga en los muelles de Londres de 1889 les trajo hasta cierto punto el estatus de blancos, mientras que en Estados Unidos la capacidad de los irlandeses de la clase trabajadora para diferenciarse, a menudo violentamente, de los afroamericanos ayudó gradualmente a habilitar su aceptación como blancos por la sociedad dominante, integrándolos en la blancura estadounidense.

—Usted arguye que la paradoja de los esclavistas estadounidenses que luchan por la libertad no es una paradoja en absoluto si se consideran las dimensiones raciales de la idea estadounidense de la libertad durante la Revolución estadounidense. Negar la libertad a los esclavos negros no fue una contradicción, sostiene, porque la libertad estaba reservada para los blancos. ¿En qué se diferencia aquí su pensamiento sobre la libertad y la esclavitud de los blancos del notable Proyecto 1619 de The New York Times, que provocó una tormenta de controversia al argumentar que la Revolución Estadounidense se libró principalmente para preservar la esclavitud?

—Creo que el argumento del Proyecto 1619 de que los padres fundadores libraron la Revolución Americana en defensa de la esclavitud tiene mucho de recomendable, aunque creo que este debate podría beneficiarse de algunos matices. Por cierto, los propietarios de esclavos estadounidenses, que estaban ampliamente representados entre los defensores de la independencia, estaban preocupados por las implicaciones del caso Somerset de 1772, que prohibió la esclavitud en Gran Bretaña, para las colonias y su propia propiedad. El llamado de 1775 de Lord Dunmore, gobernador real de Virginia, a los esclavos estadounidenses para liberarse de sus amos y luchar por los británicos los indignó aún más, lo que los llevó a condenarlo en la Declaración de Independencia por haber fomentado insurrecciones internas contra los colonos. También es cierto que esta cuestión dividió amargamente a los patriotas del Norte y del Sur, en formas que, en última instancia, prefiguraron la Guerra Civil. Es muy posible que la revolución dedicada a abolir la esclavitud, como querían muchos norteños, no hubiera logrado obtener el apoyo de Virginia y otras colonias del sur y, por lo tanto, hubiera sido derrotada. Si eso significa o no que el objetivo principal de la Revolución era la preservación de la esclavitud, era menos claro.

Sin embargo, existen otras formas de abordar este tema, que el debate actual ha tendido a descuidar. Primero, hay que considerar la perspectiva y las acciones de los propios esclavos, que constituían aproximadamente el 20 por ciento de la población de la América colonial. White Freedom no solo considera que la cuestión de la esclavitud es fundamental para la Revolución Estadounidense, sino que también ve a la Revolución como uno de los grandes períodos de resistencia y revuelta de los esclavos en la historia de Estados Unidos. Decenas de miles de esclavos, incluidos 17 pertenecientes al propio George Washington, huyeron de sus plantaciones en un intento por alcanzar las líneas y la libertad británicas. Ya sea que los patriotas blancos creyeran o no que estaban luchando por la independencia para preservar la esclavitud, muchos de sus esclavos ciertamente lo hicieron, y actuaron sobre la marcha de acuerdo con esa creencia. La historia estadounidense hasta el día de hoy elogia a los negros como Crispus Attucks que lucharon por la Revolución, pero ignora el número mucho mayor de esclavos estadounidenses que tomaron las armas por los británicos. Para muchos afroamericanos, por lo tanto, la Revolución Americana fue ciertamente una lucha por la libertad, pero por la libertad de sus dueños estadounidenses blancos y de la nueva nación independiente por la que lucharon.

En segundo lugar, se debe subrayar el punto básico de que, cualesquiera que sean las motivaciones relativas de los patriotas de 1776 para buscar la libertad y la independencia de Gran Bretaña, los nuevos Estados Unidos de América que crearon eran una república esclavista, y seguirían siéndolo durante la mayor parte de la historia. siglo. Ciertamente es cierto que la Revolución resultó en la abolición de la esclavitud en todo el Norte después de la Revolución, pero eso no cambió el hecho de que la abrumadora mayoría de los afroamericanos eran esclavos antes de 1776 y siguieron siéndolo durante décadas a partir de entonces. Además, lejos de ser una reliquia de un pasado imperial, la esclavitud demostró ser una parte dinámica y central de la economía y la sociedad estadounidenses a principios del siglo XIX. Tanto si los patriotas estadounidenses se rebelaron para preservar la esclavitud como si no, el éxito de su revuelta hizo exactamente eso, creando una nueva nación que en gran medida reservó la libertad para los blancos.

—La Estatua de la Libertad podría considerarse el símbolo de libertad más conocido en el mundo moderno. Con provocación declarás que "es la representación más grande del mundo de la libertad blanca". ¿Por qué?

—La Estatua de la Libertad simboliza la libertad blanca en varios aspectos. En mi libro analizo cómo tanto sus orígenes franceses como su establecimiento en Estados Unidos subrayan esa perspectiva y, al hacerlo, ilustran la historia de la libertad blanca en ambas naciones. En Francia, la imagen de la estatua se inspiró en la tradición de Marianne, o la mujer revolucionaria, ilustremente representada en el gran cuadro de Eugène Delacroix, "Libertad guiando al pueblo". Sin embargo, al mismo tiempo representaba una visión domesticada y no revolucionaria de esa tradición. Mientras la Marianne de Delacroix lleva un rifle y lidera un ejército revolucionario, la Estatua de la Libertad se levanta recatadamente y sin moverse, sosteniendo una antorcha que ilumina en lugar de una llama revolucionaria. Es la imagen de la mujer blanca sobre un pedestal. Las implicaciones raciales de esta domesticación de la libertad se hicieron mucho más claras en los Estados Unidos: aunque Francia le dio la estatua a Estados Unidos para conmemorar la abolición de la esclavitud, los estadounidenses pronto ignoraron esa perspectiva y en su lugar convirtieron la estatua en un símbolo de la inmigración blanca. Las cadenas rotas a los pies de la Libertad, que simbolizaban al esclavo liberado fueron efectivamente oscurecidas por el pedestal y, más en general, por las imágenes raciales que rodeaban la estatua, y lo siguen siendo hasta el día de hoy. El mayor monumento de Estados Unidos a la libertad dio la espalda a la mayor lucha por la libertad de Estados Unidos, porque esa lucha no fue blanca.

Además, muchos estadounidenses a principios del siglo XX consideraban la estatua como un símbolo antiinmigrante, la "diosa blanca" que custodiaba las puertas de Estados Unidos contra las hordas racializadas, sucias y sospechosas de Europa. Solo cuando los inmigrantes, y más particularmente sus descendientes americanizados, fueron vistos y aceptados como blancos, la Estatua de la Libertad los abrazó. Por lo tanto, hasta el día de hoy, el mayor monumento a la libertad de Estados Unidos representa sobre todo la historia de la inmigración blanca. No existen monumentos equivalentes en la Angel Island de San Francisco para conmemorar la inmigración china, o en la frontera entre Estados Unidos y México para conmemorar a los estadounidenses cuyos antepasados ​​vinieron de América Latina. La Estatua de la Libertad oculta efectivamente el hecho de que la ciudad de Nueva York era en sí misma un gran puerto de esclavos, de modo que para muchos la llegada al puerto representaba esclavitud, no libertad. No solo los rasgos blancos de la estatua, sino su historia racial, la convierten para mí en el símbolo más grande del mundo de la libertad blanca.

—Su argumento sobre la libertad de los blancos sugiere que la historia moderna del pensamiento liberal en realidad comparte algo en común con el fascismo de Hitler y Mussolini, es decir, que ambos sistemas de gobierno definieron la libertad en términos raciales. Entonces, ¿qué distingue fundamentalmente estas concepciones de la libertad?

—Como yo y muchos otros historiadores hemos argumentado, existen algunas similitudes fundamentales entre el fascismo y la democracia liberal en lo que respecta a la raza. De alguna manera, el creciente énfasis en el papel del estado como el lugar central y garante de la libertad encontró su culminación lógica en el estado fascista, que rechazó la libertad individual, definiendo en cambio la libertad como integración en el estado racial. Pero también señalaría dos diferencias importantes. Primero, la Italia fascista y la Alemania nazi manifestaron su compromiso con una visión racista de la libertad de manera mucho más explícita y dramática que las democracias del Occidente liberal. La visión nazi de una jerarquía racial en Europa con arios no tenía ninguna de las pretensiones de elevación y administración que se encuentran en el imperialismo occidental, sino que pedía dominación y, en última instancia, genocidio. Los horrores de la Shoah fueron un anticipo de lo que le esperaba a Europa, especialmente a Europa del Este, si la Alemania nazi hubiera triunfado. Las democracias liberales de Occidente, a pesar de todo su racismo, no compartieron esa visión, en cambio se horrorizaron por ella y al final se combinaron para destruirla.

A partir de este punto, también diría que, a diferencia de la democracia liberal, el fascismo europeo se desarrolló en un clima de guerra total, que dio forma fundamentalmente a su visión de la raza y la libertad. El fascismo y el nazismo nacieron al final de la Primera Guerra Mundial (tanto Hitler como Mussolini eran veteranos de guerra), y sus historias culminaron con la Segunda Guerra Mundial. La era de la guerra total reforzó poderosamente el racismo estatal: la idea de que el enemigo representaba una amenaza biológica para la nación. Esto también sucedió en Occidente, por supuesto, pero no constituyó el corazón de la identidad nacional de la misma manera. Además, a diferencia de la Europa fascista, la guerra total en Occidente también creó un movimiento masivo contra la libertad blanca, por una visión universal de la libertad.

—Encontré fascinante las partes del libro sobre el final de la Guerra Fría. Con respecto a Europa del Este, escribe: "El derrocamiento de los regímenes comunistas en este período ocurrió en la parte más blanca y más 'europea' del mundo, apenas tocada por la historia del colonialismo europeo de ultramar o la inmigración no europea". ¿Cae esta visión de Europa del Este presa de una mitología de la homogeneidad blanca, que hoy es explotada por los líderes nacionalistas blancos en Europa del Este impulsados ​​por un sentimiento antiinmigrante e islamófobo? La región había tenido durante mucho tiempo millones de inmigrantes de Asia central.

Hay muy pocas, si es que hay alguna, partes del mundo puramente "blancas", y los contactos de Europa del Este con Asia se remontan al menos al Imperio Romano. Hay, por ejemplo, una historia interesante de los negros en la Unión Soviética, que era en sí misma un régimen que se extendía y unía a Europa y Asia. No obstante, yo diría que, en comparación con el resto del continente y las Américas, las repúblicas populares de Europa del Este carecían de diversidad racial, una situación que llevó a muchos conservadores estadounidenses a abrazar su resistencia a los soviéticos durante la Guerra Fría como una lucha por la libertad blanca. En la mente de muchos, la liberación de Europa del Este del control soviético representó una continuación de la guerra contra el dominio nazi de Europa Occidental, una campaña inconclusa para asegurar la libertad de toda la gente blanca. Era contradictorio presenciar naciones de gente blanca como "cautivas" o "esclavizadas", de modo que la Guerra Fría contra el comunismo soviético tuvo una importante dimensión racial. El colapso del bloque soviético representó en teoría la unificación de la Europa blanca, pero al mismo tiempo subrayó el hecho de que Europa no era realmente "blanca". El dramático aumento de las tensiones étnicas y raciales en los ex países comunistas, especialmente en el este de Alemania, después de 1991, ilustró hasta qué punto la victoria de la blancura no estaba completamente asegurada en la era postsoviética.

—¿Entiende el trumpismo como una reacción violenta de la libertad de los blancos a la administración de Obama o como continuación de la historia más larga de la libertad de los blancos? Los intelectuales y los expertos, por ejemplo, están significativamente divididos sobre la cuestión de si el trumpismo está desatando impulsos fascistas de larga data en este país, especialmente teniendo en cuenta los eventos del 6 de enero. ¿Cuál es su posición?

—El fenómeno Trump ciertamente representa una reacción violenta contra la presidencia de Obama, pero va mucho más allá. En mi libro hablo de cómo la campaña por la libertad universal representada por la campaña de los derechos civiles y muchos otros movimientos populares provocaron el surgimiento de la Nueva Derecha, que de muchas maneras reforzó la historia estadounidense de libertad blanca. El actual Freedom Caucus de la Cámara de Representantes, compuesto abrumadoramente por conservadores blancos, ejemplifica eso. En gran medida, el trumpismo representa una continuación de ese movimiento político que triunfó con Ronald Reagan. Sin embargo, al mismo tiempo, la presidencia de Trump, en contraste con el reaganismo, tocó una campana defensiva y, a veces, incluso desesperada, un temor por la supervivencia de la libertad blanca. La elección de Barack Obama demostró que una visión universal de la libertad podía triunfar en los más altos niveles de la sociedad y la política estadounidenses, provocando una reacción de angustia que creó el Tea Party y otros movimientos reaccionarios. El hecho de que Trump nunca haya ganado la mayoría del voto popular combinado con la composición cada vez más multicultural y multirracial de la población estadounidense ha llevado a muchos a creer que los días de la libertad blanca están contados. El hecho de que tantos estadounidenses se aferren a Donald Trump y su partido republicano, a pesar de su comportamiento escandaloso y bufón, creo que surge de este miedo elemental.

Creo que los eventos en Estados Unidos desde las elecciones presidenciales de 2020 muestran que el trumpismo tiene el potencial de transformarse en un movimiento fascista absoluto. Nunca en la era moderna hemos presenciado un intento tan rotundo de derrocar la voluntad del electorado después de una elección estadounidense, basado directamente en la técnica fascista de la Gran Mentira. Ha representado la culminación de los esfuerzos del Partido Republicano para suprimir la capacidad de voto de las personas de color, esfuerzos cuya historia se remonta a la campaña terrorista blanca contra la Reconstrucción después de la Guerra Civil. Además, creo que si el fascismo llega a Estados Unidos, vendrá disfrazado de libertad blanca. La insurrección del 6 de enero es un buen ejemplo. Ese día, Estados Unidos fue testigo del espectáculo de miles de manifestantes, en su mayoría blancos, que invadieron el edificio del Capitolio de los Estados Unidos y trataron de derrocar al gobierno. Proclamaron su movimiento como una campaña para proteger sus libertades y, en su mayor parte, se les permitió partir pacíficamente después de invadir violentamente propiedades federales. Si eso no demostró que la blancura sigue siendo una parte importante de la libertad en Estados Unidos, no sé qué lo hará.

viernes, 20 de agosto de 2021

el reino y el monstruo de la pospolítica

Cuando conocemos al pastor Emilio (Diego Peretti), cuando lo conocemos en el plano medio que eligió el director (Marcelo Piñeyro) de la serie El Reino, el pastor está preocupado por un moretón bajo el ojo izquierdo que su esposa, la pastora Elena (Mercedes Morán), asegura que se soluciona con maquillaje. Ese fotograma define la subtrama y la composición de personajes de esta serie (porque, ya lo dijo Spiderman, quiénes somos es la intriga de todo relato): los vemos maquillando, borrando, operando sobre los efectos de lo que hacen y de quiénes son; pero actúan en base a eso que no vemos ni escuchamos: qué provocó el moretón, quién, dónde y qué sabe la pastora y no dice.



Sí, sí, la sorpresa de las actuaciones –las consabidas de Peretti, que interpreta a un pastor evangélico recalcitrante, la de Morán, la del Chino Darín, Peter Lanzani o Santiago Korovsky y así– merecería un comentario que puede leerse en cualquier sección de espectáculos, aunque cuando Netflix propuso esta maratón ya veníamos de la de Okupas, donde el lenguaje –esa música que acompaña las películas y nunca es “el lenguaje de la calle”, o el que necesariamente se habla, sino una construcción– brilla y nos interpela. En el guion (de Claudia Piñeiro y Marcelo Piñeyro) y en su trama El Reino deja en los actores otra historia, que serpentea y se insinúa en los recovecos del relato, además de la más notoria: un pasto evangélico que se presenta como candidato a vicepresidente, es testigo en un acto electoral del asesinato al candidato a presidente y, a partir de allí, comienza la carrera hacia la Casa Rosada y se desata una batalla al interior de la millonaria iglesia que lidera.

Hay un par de errores que incomodan –no, la precisión leguleya nos tiene totalmente sin cuidado–, primero, que se llame a los evangélicos “evangelistas”, como a Juan El Bautista o a los apóstoles que escribieron los Evangelios. Si le pegaban un tubazo a Pablo Semán se los aclaraba en un santiamén. Segundo, algo así como la representación de las escenas íntimas de poder. Por ejemplo, el candidato a presidente, un empresario y político, evita hablarle directamente a su vice para decirle que cambie algo de su discurso: ¿no la escucharon putear a Cristina Fernández? En fin. Como anotó Wallace Stevens, quien no fue ningún realista, “lo real es sólo la base, pero es la base”. No estamos pidiendo realismo, sólo verosimilitud y en pequeños casos puntuales.

Punto ciego

Como decíamos, lo que fascina, lo que genera esa compulsión a avanzar hasta el episodio 8 y final no es sólo la trama, sino ese punto ciego que lleva la historia de cada personaje, que emerge en el guion para señalar una dimensión nueva en el relato o para explicar sus ilaciones.

El pastor Emilio gobierna una iglesia evangélica que es también un banco –ocultan dinero detrás de las paredes–, tiene una casa para niños pobres y opera en la cárcel, donde Julio Clamens (Chino Darín) comienza su trato con sus fieles.



La cárcel, como figura, lo mismo que en otras ficciones argentinas –desde El Marginal hasta el film Sin retorno (2010, con Leonardo Sbaraglia y Federico Luppi) cuyo desarrollo del tropo “cárcel” es ejemplar; hablamos de figuras, no de la película en sí– es ese lugar de fogueo del héroe. Todo aquello que la ficción argentina no puede fidelizar, no puede hacer verosímil para construir su mundo, su diégesis, como la guerra, en nuestros relatos cristaliza a través de la cárcel.

En El Reino la cárcel forma, construye el pasado de tres de sus personajes: Remigio (Nico García), Tadeo (Peter Lanzani) y Clamens (Darín). Los tres provienen de ese lugar que le da tela al héroe (como figura) para llevar adelante su periplo: osadía, destreza, objetivos y recursos.

La cárcel es también esa otra cara del poder, que es uno de los temas de El Reino: los asuntos familiares dentro de la iglesia del pasto y la pastora se tratan como asuntos del poder, no sólo el poder de la iglesia o el dinero (en una escena, por ejemplo, bendicen una montañita de dinero), sino esa dimensión de la lengua que aborda el poder con alusiones, gestos y silencios.

Pero el poder en El Reino, además de esa escalofriante unión de la política y el evangelismo más antiderechos (contra el aborto, la ideología de género y toda la liturgia de la derecha conservadora), retoma ese pequeño ensayo planteado en el film La cordillera (Santiago Mitre, 2017), donde un presidente también se veía asediado por asuntos de otro orden –sobrenatural o diabólico– a la vez que imaginaba lo que podríamos llamar un posperonismo y hasta un posmacrismo.

Es obvio que la fuerza política que representa el pastor Emilio no es peronista, no sólo porque se presenta aliado a un empresario que se postula a la presidencia (sobran empresarios peronistas con aspiraciones intensas), sino porque Osorio –Joaquín Furriel– lo dice explícitamente cuando el pastor ensaya el discurso y larga un “compañeros”. “Compañeros no –le dice–, eso es peronista”.

El Mal

Otro asunto que vuelve “honesto” el desarrollo de la serie –de la que necesariamente habrá segunda temporada, aunque Netflix no lo haya confirmado aún– es que esas cosas más o menos sabidas acerca de la corrupción de la justicia o los aprietes dentro del juego político, son tratadas sin ningún regodeo, como la genuflexión de un procurador o el destrato de un político de carrera que no entiende la importancia del liderazgo del pastor. A diferencia de El lobista, donde también hay políticos y un pastor, y cuya puesta en escena era acaso mejor, en El Reino avanzamos hacia ese misterio del Mal, un mal lúcido, luciferino, que crece allí en la Iglesia de Emilio y Elena y parece que va a expandirse más allá de esos muros forrados de guita.

Hacer material ese mal es uno de los méritos de El Reino. Y no es acá una cuestión meramente moral lo que da materialidad a ese mal (el maquillaje que necesita la prédica del bien, como en la escena inicial), o ideológica, la perorata del pastor cuando pondera la meritocracia; sino que esa materialidad cristaliza en el único objeto que se nos muestra digno de adoración, el dinero, y en la compulsa por la preservación de esa iglesia, de ese centro de poder que también sabe hacer, digámoslo así, el Bien (el cuidado de niños desamparados, el rescate de presos en la cárcel). La pastora Elena se opone a que su marido sea presidente. Le dice a el pastor Emilio: “Lo que se debe hacer es ocupar espacios en el Congreso para votar las leyes que se desean apoyar y oponerse a las contrarias a nuestros intereses”. Mientras, todo lo bueno que esa iglesia había acogido, comenzaba a desprenderse y emprender otro camino.


Como en
La cordillera, pero también en otras ficciones –el ejemplo ya clásico es Game of Thrones–, en El Reino la escena del poder se ve cercada por algo de un orden sobrenatural que no entiende y lo incomoda. Ese detalle –en el personaje de Johnattan, El Pescado (Uriel Nicolás Díaz)– colabora también en El Reino a dar materialidad a un orden que produce monstruos.

La cita con la que comienza la serie es la célebre anotación de Amntonio Gramsci en los Cuadernos de la cárcel: “El viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer. Y en ese claroscuro surgen los monstruos”.

Literalmente, la traducción de ese fragmento, escrito en 1930, sería: “La crisis consiste precisamente en el hecho de que lo viejo muere y lo nuevo no puede nacer: en este interregno se verifican los fenómenos morbosos más variados”. Se refería a la crisis producida por el crack de la Bolsa neoyorkina de 1929 y, sobre todo, a la feroz crisis del capitalismo en esa época. Y lo que El Reino viene a contar es, precisamente, la historia de ese “fenómeno morboso” surgido en ese territorio del que ya divisamos sus paisajes más oscuros y podríamos llamar “posperonismo” pero cabe nominar como la pospolítica.

jueves, 5 de agosto de 2021

un anticipo de época

para RosarioPlus

El sábado pasado el periodista Benjamin Wallace-Wells publicó una columna en The New Yorker (acá hay una versión en español) en la que observaba que la variante Delta volverá endémica la pandemia de Covid-19 en Estados Unidos y analizaba datos de la vacunación en el país, dividiéndola entre los estados demócratas (llamados azules) y republicanos (rojos), pero, sobre todo, señalaba que la inmensa mayoría de los adultos mayores, en todos los estados, incluso en los más reaccionarios, donde es muy visto el recalcitrante Tucker Carlson, de la cadena Fox, se habían vacunado porque, escribe: “No se tomaron las campañas televisivas ni literalmente ni en serio; entendieron que es sólo un espectáculo”. Lo que quiere decir que la “grieta”, que también dividió a Estados Unidos en los últimos siete años, se convirtió en un espectáculo.

Si se presta atención a lo que sucede con el rating en Argentina, los formatos que suman más puntos, más del doble de lo que acumulan noticieros y programas políticos que agitan “la grieta”, la discusión o directamente la pelea en cámaras, son aquellos que, si bien son competitivos, se desarrollan por fuera de esa división y, también tienen muy aceitado la interacción en redes sociales: Master Chef, La Voz, es decir, no sólo invitan al público a reproducir un hashtag, sino que buscan la interacción con un televidente activo –lo sé porque, aunque no veo esos programas, lo observo en Twitter.

A su vez, el reestreno de Okupas en Netflix –que convocó con fervor a jóvenes que no habían nacido o eran muy pequeños cuando la serie se estrenó en Canal 7 en octubre de 2000–, puso de nuevo en la conversación esta idea de las ficciones, los formatos, las representaciones que se anticipan: en Okupas, en su recreación de una historia que pertenece a los clásicos argentinos –El juguete rabioso, de Roberto Arlt–, se percibe la crisis de Diciembre de 2001. La Buenos Aires transfigurada por la crisis y el errático destino de sus protagonistas, encabezados por Rodrigo de la Serna, son también protagonistas de la serie.

Ana Clentano, la actriz que encarnó el personaje de Clarita en Okupas, cuenta que mientras protagonizaba la serie militaba en la CTA y desde el colectivo que agrupaba a inquilinos le llamaron la atención sobre la “mala imagen” que se daba en el programa a esos inquilinos que a veces se veían forzados a ocupar casas de ese centro porteño desertificado, que aún no había sucumbido a los planes de gentrificación. “A veces se le pide respuestas políticas a la ficción que la política no puede dar”, dice la actriz.

Mariana Moyano, en su podcast, llama al interregno de esos años “el limbo”, el período entre el fin del menemismo y fines del 2002. Pero, sobre todo, señala esta particularidad de la ficción y la música que se hacía entonces, el rock argentino de esos años –y esa música es parte también fundamental de la banda de sonido de Okupas– estaba mucho más a la altura, es decir: pensaba mucho mejor la época, que la política.

Gente mayor acribillada desde la televisión con propaganda antivacunas que va a vacunarse, una creciente audiencia que casi no vivió el 2001 y mira la previa en streaming, las actividades de la pandemia le donan rating a programas de televisión abierta en los que se cocina, se canta, se juega y se interactúa a través de las redes.

Acaso no estaría de más que la dirigencia política vernácula, que tan atenta estuvo a las “formas” en la política en los últimos años, que tanto disfrutó del realismo cínico de series como Borgen o House of Cards, preste atención a este aspecto formal de las ficciones, de los formatos, a la música que se escucha; acaso se perciba allí el punto de inflexión de la época.

miércoles, 4 de agosto de 2021

capitán escarlata

El grado ridículo de universalidad de la serie Capitán Escarlata (1967-1968) sólo podía justificarse si sus protagonistas eran marionetas. Y eso le da cierto toque de genialidad. En la apertura, la voz del maravilloso doblajista mexicano Guillermo Romo le daba cuerpo a “la voz de los marcianos”. Pero en esos años en que la serie se emitía por canales de aire en Argentina (los 70 y principios de los 80) y nuestra sed de efectos especiales apenas si se había encontrado con computadoras que ocupaban varias barracas y Robbie the Robot de El planeta prohibido, las dos luces redondas y azules que recorrían un escenario de muñecos y naves de juguete que imaginábamos grande como el orbe mientras escuchábamos “Esta es la voz de los marcianos, sabemos que pueden escucharnos, terrícolas”, nos acercaba un terror absurdo y de algún modo fantástico. Y unos efectos que, vistos ahora, eran muy precisos, por ejemplo, los vehículos eran a tal punto blindados que en lugar de parabrisas tenían grandes paneles de monitores que reproducían el exterior. La escenografía de la serie era mucho más minimalista que las producciones de ciencia ficción de la época y la base de Spectrum (la agencia a la que rendía cuentas Escarlata), suspendida y anclada en el cielo, señalaba un punto intermedio entre la imaginación progresista de fines de los 60 y la actual visión de la sociedad vigilada.

En el primer episodio, Escarlata es poseído por los marcianos y secuestra al presidente del mundo (sic) y, para hacer contacto con el vehículo que va a su rescate, sube por una torre inexplicable que tiene una rampa para automóviles que asciende 300 metros para llegar a algo así como una playa de estacionamiento que está vacía. Las razones de la existencia de esa torre sin sentido son menos importantes de lo que esa altura significa: en primer lugar, la muerte de Escarlata al precipitarse al vacío (ojo, esa muerte lo libera de la posesión marciana y lo vuelve inmortal, a la vez que lo vuelve inmune a los marcianos) y, en segundo lugar, su cosa simbólica: el ascenso de Escarlata, su caída y, a la vez, el grado de ascenso de la humanidad –recordemos, esta es una serie sobre el universo, sobre la totalidad de la especie amenazada por otra–, la altura titánica como símbolo y materia de la superioridad humana (la serie fue celebrada también por sus personajes multiétnicos, aunque criticada en su momento por la oscuridad de su historia –de hecho, todo el conflicto se origina porque un estúpido militar terrícola ataca la ciudad de los mysterons al confundir una bienvenida con un ataque–, supuestamente dirigida a los niños de entonces).



Los “marcianos” (en realidad, los Mysterons, en el original en inglés: ese on del final del término es de origen latino, lo que da a todos los términos ingleses que ostentan esa construcción una dimensión antigua y enigmática) son unos seres inmateriales (aunque tienen una ciudad) que viven en Marte y pueden reconstruir la materia e incluso convertirse en lo que tocan y, necesariamente, destruyen, igual que el T-1000 de Terminator: Judgement Day. Pero su inmaterialidad también es la de los marcianos melancólicos, que olvidaron ya su deseo de revancha de los burdos humanos colonizadores en Crónicas marcianas. De hecho, el primero en descubrir a los mysterons en El Capitán Escarlata es el Capitán Black, el mismo nombre del comandante de “La tercera expedición”, uno de los cuentos más escalofriantes y maravillosos de ese libro de Bradbury, en el que los marcianos tienen también esa capacidad “inmaterial” de meterse en las mentes.

Ecos de El Capitán Escarlata pueden verse también en Fantasmas de Marte, ese encantador film de John Carpenter en el que la exploración marciana despierta espíritus maléficos que poseen a los exploradores: de nuevo, la “inmaterialidad”, esta idea de que Marte pertenece al mundo del espíritu.


Gerry y Sylvia Anderson (que bautizaron a su método de animación de muñecos supermarionation) fueron los creadores de Capitán Escarlata (tuvieron un éxito mayor con una serie anterior, Thunderbirds que, hasta donde sé, en Argentina casi no se conoció) y también crearon, casi 10 años más tarde, Space: 1999, que acá conocimos como Cosmos: 1999, en la que un joven y filosófico Martin Landau comandaba una Luna a la deriva en el espacio. En los retazos de films como Terminator o Fantasmas de Marte hay una herencia mayor –o al menos una fuente común– de Capitán Escarlata que en las animaciones con marionetas como las películas Lego. 
Aunque las películas lego dieron lugar también a parodistas superlativos, como Keshen8

Por último, la genialidad de Capitán Escarlata también se materializa en su tema musical, compuesto por Barry Gray, en el que los golpes sobre unos timbales sinfónicos preceden al aullido de unas disonancias que acompañan una orquesta que ya es un remedo de un pop británico que pronto será anacrónico, felizmente anacrónico. La intriga inicial de ese sonido –que hoy llama a la risa y el respeto– de repente se convierte en la intriga de esa época, los finales de los 60, cuando se estrenó la serie y sólo un astronauta ruso había orbitado la tierra, el hombre no había pisado aún la Luna, el planeta florecía en guerras y las juventudes marchaban hacia una utopía que se parecía a la carrera de Escarlata por la torre absurda del primer episodio. Claro que la Guerra Fría y la imagen de los mysterons, fríos y calculadores, nos devolvían la imagen del extraterrestre comunista que amenaza un mundo “americanzado”, del mismo modo que en La invasión de los usurpadores de cuerpos (1956), a la que Capitán Escarlata le debe gran parte de su inspiración.