socio

"I don't want to belong to any club that will accept people like me as a member." Groucho Marx en Groucho and Me (1959).

lunes, 28 de mayo de 2018

la lengua austral

Conversábamos por el chat de wasap sobre posibles nombres para un sitio y surgió como chiste los nombres espantosos con los que se aludía a la marihuana y sus utensilios en los 80 –expresiones que me suenan aún obscenas, como "tuca", "tuquera", "fumo" o "macoña", que era el término en cuestión.
Entonces alguien pone en el chat: "Y claro, en esa época se pagaba con un billete llamado 'austral'. Cualquier nombre era válido."

"un disciplinamiento de orden superior"

Julia Strada nació en Rosario, donde se recibió en la facultad de Ciencia Política, es magíster en Economía en Flacso e investigadora del Conicet, “y casi Doctora en Desarrollo Económico”, dice en su microbiografía en Twitter, donde agrega: “feminista”.
Strada integra el Centro de Economía Política Argentina (Cepa) y el Centro de Estudios Legales y Sociales (Cels), además de ser la columnista económica de “El diario”, que se emite de lunes a viernes a la tarde en C5N. Es, además, hija de uno de los dirigentes sindicales y políticos de izquierda más respetados de la ciudad, Aldo Strada, quien militó desde los años 70 en el Peronismo de Base y fue legislador entre 2003 y 2007, y falleció en enero del año pasado.
En esta conversación Julia Strada destaca la importancia de la política frente a la economía y reafirma que este gobierno va por los sindicatos y por la industria como territorio de sindicalización.
Imagen tomada de Twitter

—¿Notás que hay algo así como un “paradigma económico” que pretende explicar e interpretar una realidad que es ante todo política?
—La ortodoxia económica entiende que la economía es una ciencia y a partir de ese enfoque entiende que la economía puede hacer un diagnóstico científico acerca de la causa de los problemas y en virtud de eso intervenir en la realidad con medidas económicas precisas. Al mismo, tiempo, al suponer que la Economía, piensan que puede predecir lo que va a pasar, por eso son tan fanáticos de las proyecciones acerca del crecimiento, las inversiones. La ortodoxia entiende que la inflación es un problema monetario y que en el marco de eso la ecuación correcta para reducir la inflación es absorber pesos y quitar liquidez del mercado y entienden que no habría otra manera científica para resolver la inflación. Después, claro, uno se estrella contra la realidad de la economía argentina y su funcionamiento particular que no coincide con los preceptos de la economía ortodoxa como se la enseña en las universidades: gran parte de estos economistas son egresados de universidades norteamericanas o extranjeras y vienen a Argentina, se insertan en la gestión pública y se dan cuenta de que nada de lo que aprendieron termina siendo aplicable.

jueves, 10 de mayo de 2018

las placas tectónicas de la economía

A diez años del derrumbe financiero de 2008, una destacada economista británica sostiene que el “paradigma neoclásico” –los neoliberales– es incapaz de predecir o entender la crisis y compara su nivel de improvisación con el que tenían los geólogos antes de descubrir el sistema de placas geológicas.



Hace diez años, el juicio y la competencia de la profesión económica fueron cortésmente cuestionados por la Reina de Inglaterra y, a partir de entonces, fueron atacados ferozmente por la sociedad civil y los economistas “heterodoxos”. A través de todo esto, la profesión se ha mantenido al margen, tanto del debate acalorado como de gran parte de la crisis misma.
Pero ya no. Durante la mayor parte de estos diez años, la profesión ha tratado a sus críticos con cierto desdén. Ahora están devolviendo el golpe. Los economistas del “establishment” –esos que disfrutan de la banca universitaria, tienen cátedras en las mejores universidades, obtienen grandes becas de investigación, se publican en prestigiosas revistas, tienen trabajos en la City, el Bank of England o en la prensa financiera– se han vuelto más activos en defensa de la profesión. Fue la última provocación la que los sacó al llano. En un artículo de la revista Prospect, el economista Howard Reed apuntó con firmeza al “núcleo teórico de la teoría económica moderna: el llamado paradigma neoclásico”.

“Cuando la gran caída golpeó hace una década”, escribió, “el público se dio cuenta de que la profesión económica no tenía ni idea”.
Hay una necesidad de una nueva economía, escribió, e hizo un llamado a los profesionales para desmantelar lo que muchos definen como ortodoxia económica y comenzar de nuevo. La columna vertebral de la ortodoxia, el paradigma neoclásico, escribió Reed: “Comienza con la presunción de que la empresa o el individuo es la mejor unidad de análisis para dar sentido a un mundo complejo. Este atomismo debería ser cuestionado: los climatólogos, después de todo, no dan sentido al clima al pensar en moléculas individuales en el aire.
“El neoclasicismo asume, además, que las empresas están dispuestas a obtener todo lo que pueden de ganancias, y las personas están dispuestas a obtener todo lo que pueden de ‘utilidad’ o bienestar. Esto no suena como se comporta en general la gente real o muchas compañías.

el paradigma perdido

para La Capital

La serie Lost, aquella que sedujo a una gigantesca audiencia por su relato –por sus formas, antes que por una trama que en la temporada cuatro ya resultaba inentendible–, fue convirtiéndose en una suerte de paradigma, de modelo no sólo de desarrollo de la trama, la intriga y los personajes, sino de la percepción misma de la realidad que nos enseña la ficción (para el lector curioso, eso se llama “diégesis”). El 23 de mayo próximo se cumplirán 8 años de la emisión del último episodio de Lost.
Dos series en curso hoy en día –de otras tantas que podrían citarse– abrevan en el paradigma Lost: un fin de mundo (la caída del avión en la isla es el fin del mundo que esos pasajeros habían conocido, quienes deben construir uno nuevo en un ambiente hostil y desconocido que ya trae una historia), el grado cero de una comunidad y el anhelo de salvación (este último término puede leerse con todos sus ecos religiosos). Lost también desplegó a su modo las utopías del mundo pasado: los hippies tecnologizados de la Iniciativa Dharma, la paranoia conspirativa de los Otros, el poder especulativo de los de afuera, la guerra y, sobre todo, la guerra entre hermanos con nombres bíblicos (Jacob y Esaú). Como si la serie recorriera las posibilidades de las “formas de vida” de la historia.
Una es The 100, cuya quinta temporada lleva ya tres episodios emitidos. Producida por la cadena estadounidense The CW, que confirmó hace cinco días una sexta tanda en 2019, en España se distribuye a través de SyFy; hoy sus cuatro primeras temporadas están disponibles en Netflix. Si bien no se anunció dónde se emitirá la quinta en Argentina, en caso de que alguien quiera verla vía un canal tradicional, en internet abundan sitios seguros para descargar los episodios o verla online.
La otra, Colony, fue craneada por uno de los creadores de Lost, Carlton Cuse, y protagonizada por Josh Holloway (Sawyer en la isla perdida): la tercera temporada comenzó a emitirse hace dos semanas y las dos primeras, que cuentan entre sus directores y productores al otrora desvelado realizador argentino Juan José Campanella, también están subidas a Netflix.

Un género analógico


La ciencia ficción presente en las dos series es de un modelo analógico: una hecatombe nuclear en The 100 dejó varados a los sobrevivientes de la humanidad en una estación espacial y, luego de 97 años, deciden purgar a 100 jóvenes enviándolos a la superficie terrestre, a la que aún creen contaminada y devastada. Una vez aquí abajo, mientras sus padres los observan desde el cielo –sí, sí, tampoco es gratuita la metáfora religiosa– los muchachos se encuentran con que la Tierra no estaba vacía.

jueves, 3 de mayo de 2018

la letra chica de la realidad

En 1976 Jorge Murillo se convirtió en funcionario del Banco Mundial (BM). Había trabajado en una asesoría para el ministerio de Economía de Santa Fe, que entonces gobernaba Carlos Sylvestre Begnis, en la que impulsaba el desarrollo de parques industriales. Lo cuenta así: “Había hecho un proyecto para la Asociación de Industriales Metalúrgicos de Rosario, que le presentaron entonces al gobernador (Carlos) Sylvestre Begnis (1973-1976) para hacer un parque industrial en Alvear. Y el gobernador, cuya filosofía política era el desarrollismo, se mostró muy interesado, pero después surgió que no podía ayudar a Rosario si a su vez no ayudaba a Santa Fe, Reconquista, Rafaela y Venado Tuerto, que eran los cinco polos industriales de la provincia. Después de eso me designaron asesor de la gobernación sobre parques industriales, porque había que conseguir financiamiento. Y comencé a viajar por América latina, México y Estados Unidos, para ver las experiencias y la figura de tipo administrativo que se necesitaban para llevar a cabo esos proyectos. Eso terminó con un curso para complejos industriales en Washington. Al final del curso volví, hicimos el proyecto de inversión con un equipo de acuerdo a la guía del Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), lo presentamos y fue avanzando hasta que llegó al directorio. Yo estaba ese día en Washington, el embajador era Alejandro Orfila y el ministro de Economía, que estaba en ese momento en Washington por los préstamos, era (Alfredo) Gómez Morales. Y una de las carpetas que estaba por ser tratada en esa reunión era la de los parques industriales de Santa Fe. Ya estaba en un extremo de la mesa y en un momento veo que Gómez Morales retira la carpeta nuestra sigilosamente y se la entrega a un ayudante para que la guarde en su portafolios. ¿Qué había sucedido? Mientras se desarrollaba esa reunión en Washington, en los télex (en esa época no había internet) del BM salía que el vicegobernador de Santa Fe, Félix Cuello, estaba pidiendo la intervención a la provincia. Con semejante descalabro institucional Gómez Morales no consideró prudente presentar el proyecto. Era fines del año 1975. En el 76 viene el golpe militar y entonces el ministro de Economía pasó a ser Alfredo Martínez de Hoz y todo lo que eran proyectos industriales los eliminó y los cambió por proyectos agrícolas. Y me fui a mi casa. Me retiré del gobierno de la provincia. Y a los quince días recibo un llamado de Washington del BM. Quien era representante del banco para proyectos argentinos, un señor alemán, me preguntó si no estaba más en el ministerio de Economía de Santa Fe. Le dije que no y le conté lo del golpe militar. Me preguntó si entonces no tenía compromisos con el gobierno de la provincia. ‘Ninguno’, le dije. Y me preguntó si estaba disponible para trabajar para el BM. Me quedé paralizado. Y le contesté que tendría que pensarlo un poco. Y me dijo: ‘¿Cuánto tiempo necesita para decidirlo?’ Y le contesté: “Como dos minutos”. Y él se largó una gran carcajada. A los 15 días viajé en la empresa Braniff a Estados Unidos y firmé mi primer contrato con el BM que iba a ser por dos años y terminó siendo por diecinueve años y cinco meses”.
Murillo, más conocido como el Dr Murillo en el programa de radio El ruido de las nueces (lunes a jueves de 19 a 20.30 en FM 107.5, conducido por Francisco Bessone), donde es columnista, es desde entonces un lector de “la letra chica” de lo que podríamos llamar “contrato de realidad”: el teatro que despliega el discurso del poder. Conocedor de las negociaciones y las finanzas internacionales, cuando Murillo observa el juego que el gobierno de Cambiemos hace público se detiene en la deuda, ese inmenso fuera de campo donde aún duerme la cíclica crisis argentina.
A través de su trabajo en el BM, Murillo –quien se recibió de arquitecto en el UNR y, en EEUU, hizo tres extensos cursos sobre "Project Investment", recorrió una siete u ocho veces América latina y dos o tres veces el mundo.