socio

"I don't want to belong to any club that will accept people like me as a member." Groucho Marx en Groucho and Me (1959).

martes, 28 de febrero de 2017

el discreto encanto de la nueva derecha

Un fantasma recorre América y Europa. Es el fantasma de una nueva derecha para la que el término fascismo suena como el más simpático de los sustantivos.
Desarrollada en el mundo virtual a través del discurso del odio en foros y redes sociales, donde los jóvenes desencantados de Estados Unidos y Europa también se mofaban de la inoperancia del “establishment” para ofrecerles un futuro laboral; gestada y guiada también por jóvenes que no se parecen en nada a los dinosaurios conservadores que hace una década atrás espantaban votantes son su xenofobia desencajada, y plasmada en el triunfo de Donald Trump como presidente de la primera potencia mundial, la nueva derecha debe también su ascenso a la inoperancia del progresismo en declive.
La futura presidencia de Holanda y Francia quedará en manos –según los pronósticos más “alentadores”– de algún tipo de ultraderecha como la de Marine LePen. El progresismo que alentó la Unión Europea fue incapaz de generar una política económica ajena al dogma neoliberal de la austeridad, lo que dejó a casi una generación al margen del trabajo digno o, directamente, del trabajo.
Esta nueva derecha tiene líderes carismáticos, mediáticos, inteligentes e, incluso, un “peligroso marica” (“dangerous faggot” se hace llamar Milo Yiannopoulos, quien desarrolló una feroz campaña antifeminista y a favor de las políticas más radicalizadas de Trump desde YouTube). Según un exhaustivo perfil trazado por Marcos Reguera en Ctxt.es, esta dirigencia usa los moldes de la izquierda para reinventar su discurso, apela a los conceptos marxistas con los que la Escuela de Frankfurt –Theodor Adorno, Max Horkheimer– criticó al fascismo y no pocas veces apela a los nombres de Karl Marx o Lenin para referirse a la revolución que se traen entre manos.
La llegada de Steve Bannon al Consejo de Seguridad de la administración Trump –por primera vez un asesor presidencial accede a esa posición, que le permite conocer e intervenir en cuestiones de la política interior y exterior estadounidenses– es ya un emblema. Bannon dirige el diario de ultra derecha “Breitbart News“, acusado de difundir noticias falsas durante la campaña de Trump –de la que Bannon era director– del estilo: “¿Preferiría que su hija padeciera feminismo o cáncer?”, del 19 de febrero de 2016.
Esta nueva derecha estadounidense se hace llamar Alt Right, derivación de “alternative right” (derecha alternativa), término acuñado por Richard Spencer (38 años), un muchacho graduado en Literatura en la universidad de Virginia con una tesis sobre la música de Richard Wagner y la obra de Theodor Adorno.
Spencer retratado en Rolling Stone. Foto de Tim Goessman.

En esta entrevista, publicada el 12 de febrero pasado en la publicación de derecha francesa EuropeMaxima y reproducida en el portal que dirige Spencer (Radix Journal), el ideólogo repasa la marcha del movimiento, desde Donald Trump, la identidad –eufemismo con el que se refiere a la supremacía blanca–, la geopolítica, el Islam y otros temas.
—¿Podrías presentarte a ti mismo y al Instituto de Política Nacional?
—El Instituto de Política Nacional (National Policy Institute) es un laboratorio de ideas independiente sin fines de lucro y dedicado al patrimonio, la identidad y el futuro de las personas de ascendencia europea en los Estados Unidos y en todo el mundo. Soy el presidente y director del Instituto de Política Nacional y de Washington Summit Publishers. También soy el fundador y editor de Radix Journal, y un co-fundador de la recién lanzada AltRight.com.
—Donald Trump finalmente se convirtió en presidente de Estados Unidos ¿Qué espera de él en términos de política interior y exterior?

sábado, 18 de febrero de 2017

yaguarón

a Walter Alvarez

El olor a pórtland flota en el aire,
envuelve el juego de los niños,
que lo ignoran: ellos también recordarán,
un día, ese pesado perfume
que se desprende de los ladrillos,
el pasto quemado por el sol,
la tierra caliente, la melaza
de agua, barro, yuyos y bichos
suspendidos esta tarde
en esta porción de barrio
sobre el arroyo Yaguarón.


El sauce crece en la barranca. Con desmesura crece. Da sombra a unas matas impenetrables sobre la pendiente. Un enjambre de mosquitos duerme en la pequeña jungla. Y allá abajo, los bañados del arroyo fabrican una planicie hecha de horizonte, de silencio. La ciudad que se erige al sur es San Nicolás. Lo mismo da si fuera Santiago, Liverpool, Curuzú Cuatiá o Cartago. La extranjería es el paisaje de este llano.

martes, 14 de febrero de 2017

que dios se lo pague

El miércoles pasado una denuncia de la fiscal Gabriela Boquín convirtió en noticia una situación judicial que tiene ya nueve meses: el acuerdo del gobierno de Mauricio Macri para que la deuda del Correo Argentino (propiedad de Franco Macri, padre del presidente), sea pagada según su valor histórico –el Correo adquirido por los Macri durante el menemismo, entró en convocatoria de acreedores en 2001 y su concesión fue revocada en 2003. A ver: la deuda era de 296 millones de pesos en 2001 (cuando un peso equivalía a un dólar). Esa es la suma que pretende recuperar el estado gobernado por Macri, con intereses del 7% y en 15 cuotas anuales que vencerán en 2032, 31 años después del concurso de quiebra. La primera cuota, de homologarse el acuerdo, se pagaría en diciembre de este año. Los peritajes encargados por la fiscal señalan que, con intereses la deuda real ascendería a unos 70 mil millones de pesos, por lo que el acuerdo significa una quita de más de un 98%. Además, Boquín también denunció “mala fe” de parte del Grupo Macri, ya que mientras se realizaba ese acuerdo en junio del año pasado, la empresa inició una nueva demanda por daños y perjuicios contra el estado y pide una suma de 1.795 millones de pesos (al año 2009), más un adicional de 570 millones,  reclamando “intereses al 11 por ciento anual”: es decir, pagaría su deuda con el mismo dinero del estado.
Foto tomada de Perfil.

Hasta el 24 de abril de 2000, cuando murió, Alejandro Olmos dio una dura pelea para que la Justicia reconociera la ilegitimidad de la deuda externa argentina, contraída por empresarios del sector privado, entre ellos Franco Macri, y estatizada por el gobierno de la última dictadura en 1981. Tras 18 años de investigación, el juez Jorge Ballestero emitió un fallo que no tiene precedentes en el mundo, y que corrobora la ilicitud de la Deuda Externa, estableciendo la responsabilidad de los funcionarios de la dictadura que la contrajeron y la corresponsabilidad de los organismos internacionales como el FMI, que aprobaron prestamos ilícitos y fraudulentos. Olmos había muerto ya y Ballestero remitió el fallo al Congreso, pero la mayoría  parlamentaria nunca se ocupó del tema.
Alejandro Olmos Gaona, historiador como su padre, continuó la tarea como docente universitario y como asesor del senador de Proyecto Sur Fernando Pino Solanas. En esta entrevista repasa el método de los Macri para que el estado pague sus deudas y distingue entre la corrupción coyuntural, atribuible a funcionarios y socios del gobierno anterior, y la estructural, como podría ser el caso del Correo Argentino, en la que el estado es saqueado y su déficit repartido entre la clase trabajadora, los jubilados y los más débiles. “Socma –dice Olmos Gaona– controla el Correo Argentino y el presidente dijo que vendió sus acciones. No, no las vendió, se las cedió a sus hijos. Entonces el presidente, que es el responsable directo de este acuerdo, tiene una empresa donde los accionistas son sus hijos, su papá y sus hermanos. ¿Hay violación a la ley de ética pública o no?”
—¿Cómo funciona ese concepto de la deuda que siempre interfiera con la política?

domingo, 5 de febrero de 2017

estética

Tras desasnarme sobre mis vagas preocupaciones sobre fútbol, la conversación tomó varios rumbos. Entre ellos una inquisición sobre ética y estética que no estoy seguro de haber despejado y dudo que pueda hacerlo ahora. 

No importa que el tema haya tenido como disparador al Chaqueño Palavicino (Coki se embanderó con una furibunda apología) y siguiera con la pregunta: ¿qué viene primero, ética o estética?, planteada por Ricciardino.

Lo único que me importaba destacar es una pobre consideración sobre asuntos que se trataron, por ejemplo, la desfachatez de ciertas formas, de ciertos procedimientos y figuras recurrentes en la televisión actual. Un formato definido de algún modo por TN cuyas chispas encendieron fogatas en casi todas las pantallas nacionales. Desde los conductores pendencieros a las noticias tendenciosas e infundadas. 
Imagen de Twitter.

Luis insistió más de una vez que es una televisión que no sólo no tiene ideas, sino que es refractaria a cualquier tipo de idea

miércoles, 1 de febrero de 2017

crisis final

Diego Bentivegna traduce la introducción que Giorgio Agamben hizo a una reedición de Gender, un libro de Ivan Illich de 1982. En el enlace está el texto completo, impostergable. El fragmento que copio y pego acá tal vez sirva como pista.

Imagen tomada de IBS Italia.
Es a esta pérdida de la capacidad de juzgar en la modernidad a la que Hannah Arendt ha dedicado su reflexión en el libro sobre la banalidad del mal. La facultad de pensar y la facultad de juzgar son, para Arendt, distintas y, a la vez, están inextricablemente conectadas. El pensamiento no es una facultad cognitiva, sino aquello que vuelve posible el juicio sobre el bien y sobre el mal, sobre lo justo y lo injusto. Lo que le faltaba a Eichmann no era ni el raciocinio ni el sentido moral, sino la facultad de pensar y, por consiguiente, la capacidad de juzgar las acciones propias.
Illich representa la reaparición intempestiva en la modernidad de un ejercicio radical de la krisis, de una llamada a juicio sin atenuantes de la cultura occidental: krisis y juicio tanto más radicales, porque provienen de uno de sus componentes esenciales: la tradición cristiana. Como Benjamin, Illich se sirve, en efecto, de la escatología mesiánica para neutralizar la concepción progresista del tiempo histórico. Y lo hace según dos modalidades estrechamente entrelazadas: por un lado la experiencia del kairós, del instante decisivo, que quiebra la línea continua y homogénea de la cronología; por el otro la capacidad de pensar el tiempo en relación con su cumplimiento. El instante intemporal de la decisión y la novissima dies en la que el tiempo se consuma son, en los términos de Arendt, las dos puertas que el pensamiento entreabre a la facultad del juicio. Pero en el instante del juicio, el eschaton y el «ahora» coinciden sin residuos.
Es justamente esta situación original con respecto al tiempo y a la historia lo que define la pertinencia y la fuerza de la «crisis» illichiana de la modernidad. Cada una de sus investigaciones adquiere su verdadero sentido sólo si se la sitúa en la perspectiva unitaria de aquello que podemos considerar, junto a las de Hannah Arendt y de Günther Anders, como una de las críticas más amplias y coherentes de los poderes devastadores del progresismo, del «Absurdistán o infierno en la tierra» que éste, con todas sus buenas intenciones, ha realizado.

catalanes

A Francisco Tobal, que me hizo verla.

Haber sido docente y entender que el lugar de uno está frente a los alumnos —los adolescentes que desafían la autoridad y el saber e, incluso, el mismo hedonismo del docente que se envuelve en sus conocimientos— y no en la sala de profesores (antes que de ciertos alumnos, hay que cuidarse de ciertos profesores, nos dice temprano nuestro personaje), es lo primero que nos predispone y nos engaña a la hora de ver Merlí.


A ver, Merlí es un profesor de Filosofía de secundario de Barcelona. Está desocupado cuando su ex esposa lo deja con su hijo para irse a Roma. Se van a vivir a casa de la madre de Merlí, una actriz ya veterana que tiene en 13 episodios —todos pueden verse en Netflix— una sola línea de texto decente: va a hacer de madre de una de las hijas en una obra en la que, en su juventud, hizo de hija. Lo demás es puro pintoresquismo catalán calzado con vinos en copa y vasitos de lemonchelo.
Ah, y el hijo de Merlí es homosexual, pero no se anima a salir del placard y, además, a Merlí lo llaman a dar clases en el mismo secundario al que va su hijo, el Àngel Guimerà. Y así.