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"I don't want to belong to any club that will accept people like me as a member." Groucho Marx en Groucho and Me (1959).
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miércoles, 3 de abril de 2024

domingo de resurrección

Como hijo de una familia atea y de izquierda, mi experiencia con la religiosidad comenzó en Argentina, poco después de mis 11, cuando mi madre me hizo notar la procesión de un Domingo de Ramos en San Nicolás, circa 1975: en la calle éramos uno llevando esas ramas de algo que se parecía a un trozo de olivo en una marcha por el empedrado de calle Mitre. Hasta que llegaba el momento de ingresar a la capilla, donde esa unidad adquiría, con las palabras del párroco allá en la cabecera, las características del rebaño, una idea por completo ajena al ideal izquierdista al que me sentía unido por las ideas, la soledad y la derrota de mis padres.

La religiosidad católica, oficial, era tan potente en esos años, que incluso el niño que era podía absorber en ella el elixir de esa sociedad que estaba conociendo, a la que me sumaba como rebaño. Me llevó unos 20 años, desde ese Domingo de Ramos que rememoro, bautizarme en la fe católica en esa misma ciudad, cuando era docente en una de sus iglesias más emblemáticas.

Este domingo de resurrección asistí a misa en la iglesia San Francisco Solano. Quería agradecer por cosas que me han sido dadas, quería pedir por cosas que me exceden y son parte de mi universo más querido, y quería estar allí, celebrando la Resurreccíón de Nuestro Señor. La iglesia, a la que concurrí en otros días de Pascua en los que tuve que permanecer parado, estaba semivacía. Una lluvia discreta, de gotas medianas, me acompañó en el camino hasta el templo. La lluvia arreció durante la misa y, al salir, observé ese torrente bautismal en el suelo mojado, en el aroma que desprendía la atmósfera violentada por el agua. Jesús había vuelto de la muerte mientras el rito trascurría con la bendición del aguacero.

El cura le hablaba a un micrófono débil, que apenas transmitía sus palabras a los pocos y pobres fieles reunidos en la nave. Me acerqué incluso al altar donde ofrendaba misa para escucharlo, pero el volumen era esperpéntico. El hombre hablaba a sabiendas de lo que decía importaba poco. Dio un sermón delicado, en el que recordó el legado de su madre y su padre durante las celebraciones pascuales y el hábito cotidiano de la bendición de cada comida. No está mal, pensé, es ésa nuestra comunión diaria: celebramos la unidad, el poder alimentarnos, el ser uno en la dura división mundana. Pero apenas si entendía qué decía.

Tenía enrollado en mi mano la doble hojita de ruta de la misa. La lectura evangélica, un par de cantos. Allá adelante. un hombre en remera con una guitarra colgada, cantaba y ponía música a los momentos más emocionantes de la celebración. Su canto era hermoso y la ejecución musical era pobre, efectiva, aunque débil, como todo lo que se convertía en sonido en esa iglesia.

En mi rezo, durante la comunión, pedí –además de las cosas por las que fui a agradecer y pedir– por ese hombre de la guitarra. por ese audio débil y desoído que volvía el ritual un acto mecánico y sin voz, por esa potencia capaz no ya de llenar la iglesia, sino de llenar las almas de los presentes de una voz capaz de hacer de ese mecanismo del rito una experiencia única y trascendente, no el mero cumplido del fin de Semana Santa.

Al final, al salir de la iglesia, sólo pude darle unos cigarrillos a un lumpen que esperaba en la puerta y al que traté de explicarle que la única forma de donarle algo de dinero hubiese sido vía transferencia de MercadoPago. La experiencia de asistir a una misa inaudible que, aún así, es capaz de sostener su rito entre los escasos sectores de los más desfavorecidos y los más devotos, se cumplía con la bendición de la lluvia y la serenidad de un domingo previo a un feriado.

Acaso en ése breve orden que la misericordia ejerce humildemente sobre el predominio de la ley, que Jesús vino a enseñarnos, se cumple el objeto de nuestro agradecimiento y nuestra plegaria.

domingo, 3 de diciembre de 2017

la máquina de volar


El galpón es una jaula blanca y pintarrajeada que se mantiene en pie desde principios del siglo XX, cuando allí, en lo que hoy es el paseo peatonal de la Costa Central, funcionaba la estación de ferrocarriles Rosario Central. Como una suerte de circo reducido y cúbico, los caminantes se detienen contra la reja del portón abierto y se quedan a mirar a unos tipos que vuelan en bicicleta sobre rampas de madera. Los domingos a las 11, cuando Calle Recreativa empuja al exterior a todo aquél que pueda meterse dentro de unas calzas, los que ruedan sobre las rampas son niños de 7 a 13 años, cada uno con su casco y las ruedas de las bicis bien infladas, se ejercitan en transfers (saltar de una rampa a otra), foot jam (girar el cuadro mientras se sostiene la bici en equilibrio sobre la rueda delantera mediante la presión de un pie), bunny hop (salto de conejo: saltar levantando el manubrio y doblando las piernas) o, sencillamente, ruedan sobre las olas de madera según los llevan las ruedas. Es el día en que funciona la escuelita de BMX.
El BMX (siglas de bycicle moto cross) nació en California entre fines de los 60 y principios de los 70, de ahí que los nombres de la mayoría de sus trucos sean en inglés. Desde 2008 la modalidad BMX “race” (carrera) es un deporte olímpico. Pero en los próximos Juegos Olímpicos de verano de Tokio, en 2020 todas las categorías de BMX serán olímpicas, lo que significa que los “riders” de cada país competirán en las grandes ligas. Eso y, sobre todo, que habrá dinero para la organización de torneos que siempre se hicieron a pulmón y sorteando la anarquía particular de quienes practican la disciplina. La modalidad que se practica en el galpón frente al río se llama “free style” (estilo libre): un tipo de práctica que surgió de pruebas y ejercicios en rampas y que suma, además de la destreza, el estilo, es decir, la calidad para caer, saltar, deslizarse y sujetar la bicicleta con el cuerpo.
 

Un domingo de noviembre pasado, pasado el mediodía, unos doce ó trece niños salen del galpón en sus bicicletas. El galpón, en Schiffner 1522 (es la calle peatonal frente a la Isla de los Inventos) se llama Hell Track (Pista del Infierno, yeah!) y es único en su tipo en el país: techado, rampas de madera que construyeron y diseñaron sus propios usuarios, sede de una competencia internacional –el Classic Contest– que suma ya unos 18 años y de la que participan desde niños y jóvenes que se inician en la disciplina hasta profesionales capaces de piruetas que desafían las leyes de la física, como el ecuatoriano Jonathan Camacho.
Pero este domingo los niños, que participan de la escuelita de BMX, sólo van a tomarse una foto en la explanada junto al río junto con Luciano Aguilar, Lucho, el profe: 32 años. Más tarde, cuando los padres de los niños se apoltronan en unos bancos sacados de debajo de las rampas –el galpón es infinito, debajo de su estructura de madera oculta mundos enteros, desde piscinas inflables para zambullirse con una bicicleta tras una caída de cinco metros hasta sillas, carpas y rampas para sacar al exterior– para comer unas hamburguesas, ofrecen a Luciano unas latas de cervezas que él declina. Lo suyo es la gaseosa con azúcar, única ingesta que le permite elevarse dos o tres metros sobre una rampa, caer y volver a levantar la bicicleta hasta hacerla aterrizar con un “nollie hop” (hacer que la rueda trasera quede en el aire mientras se retrocede sobre la rueda delantera). Cada movimiento de BMX implica levantar el cuerpo con la bicicleta, como si se tratara de un miembro más: no hay un solo truco del que no participe todo el cuerpo del “rider”.

viernes, 20 de octubre de 2017

en seis meses en san nicolás

Un amigo de San Nicolás me escribe por WhatsApp:
"1. Un tipo asesina a la madre, hiere a la esposa y a la hija e intenta incendiar la casa. No lo logra por la intervención de un vecino, al que también hiere.
"2. En la isla. Asesina a su amigo de un escopetazo. Quema el cuerpo, lo descuartiza, entierra algunas partes y otras las esconde en pastizales. Se va a dormir. Al otro día vuelve y se entrega a la poli. Dice que no se acuerda de nada
"3. San La Muerte le pide un sacrificio humano. Va a buscar a su víctima, pero no la encuentra y mata a otro en su lugar.
Todo eso en seis meses en esta ciudad. ¿Existe otra en Argentina con tanto nivel de perversión?
Escritores, cuéntenle esas historia al mundo!"

domingo, 18 de junio de 2017

bien, nada

En las propiedades del archivo de Word se establece que fue creado "‎lunes, ‎16‎ de ‎mayo‎ de ‎2005, ‏‎10:24:40 p.m."

Por Elena Makovsky (9 años entonces)


En Buenos Aires, en la Feria del Libro. Afuera había un lío atroz porque es un lugar donde se presentan un montón de libros entre todos esos libros se presenta el de Luis María Pescetti un recital muy divertido donde hay canciones juegos y por supuesto lee partes del libro Chat Natacha chat. Pues el recital fue dentro de una sala. La sala era medio pequeña para tanta gente, alguna gente estaba atrás de unos barrotes que protegían la sala la gente se quejaba porque se veía en una pantalla pero no había sonido y cerraban las puertas y luego llegaron los equipos de sonido y se pudo escuchar bien. Leyó un cuento que está muy bueno que “Natacha” le pregunta a sus papás qué hacían cuando ella no estaba. Está muy bueno porque ella se preocupa de que sus padres pensaran en su mejor amiga “Pati” y no en ella. Cantó canciones como una que sus padres quieren sacar información sobre el chico y nada más las respuestas que le sacan son “Bien” y “Nada”. Entonces el público dice “Bien” o “Nada”, por ejemplo, le pregunta: ¿Cómo te llevás con tus amigos, te va bien en el cole? Y el público responde: “Bien”. Eso es lo que tiene “Luis”, tiene eso de que hace muchas cosas con el público y otros cantantes nada más cantan, divierten, pero no hacen nada con el público, en cambio Luis comparte mucho con el público.


martes, 2 de mayo de 2017

el emisario chino

Si se tratara de una película, podría comenzar en un supermercado chino o, mejor, en un restaurante de Pichincha, donde la dueña come con palitos en una mesa y, a medida que el plano va ampliándose, se ven a los rosarinos recogiendo chop suey del plato con tenedor. La comida chino, me dijo una vez el dueño de un restaurante porteño, ya es internacional. La escena, en el guión, señala dos cosas: el detalle íntimo de cierta cosa china y su expansión.
Pero acaso esta película ya tiene un principio. Lo filmó el departamento publicitario de la aerolínea Turkish Airlines el año pasado. Comienza con las imágenes de inmigrantes chinos en un barco y leemos: “En 1954 y con apenas 17 años, una valija de cuero y un traje nuevo, Ng Ping-Yip se embarcó en Hong Kong hacia una aventura al otro lado del mundo. En Buenos Aires fue recibido en el Hotel de Inmigrantes (…) Junto a 29 compatriotas se instaló en San Nicolás para trabajar en una fábrica textil, donde aprendió toda una nueva cultura (…). Hoy su hijo Gustavo continúa el legado de su padre acortando las distancias entre oriente y occidente, uniendo dos mundos”.
Salto en el tiempo: vemos a Gustavo Ng (sí, se escribe así: es una convención para hacer sonoro en español en 伍志: Ng Zhi Wei, el nombre en chino) en Taishan, en la provincia de Guangdong. Está en la pequeña aldea donde creció su padre, un caserío rodeado por un arrozal que en abril tiene un verde luminoso. Llega hasta ahí en el asiento del acompañante de un motociclista que acaso tenga algún parentesco. Toda la aldea participa de un gran almuerzo que Ng Ping-Yip pagó desde Nueva York para celebrar el reencuentro con el hijo pródigo; bueno, con el sobrino pródigo.
Pongamos ahora un dato de actualidad: este año se conmemoran 45 años de las relaciones entre China y Argentina. “Argentina fue uno de los primeros países de América Latina en aproximarse a China en 1972 después de que se restablecieran en la Organización de las Naciones Unidas los derechos del país asiático y el reconocimiento de sus representantes diplomáticos”.



Los intercambios formales comenzaron en febrero de 2017. Mauricio Macri, que se encontró en dos ocasiones con su par chino desde que asumiera su cago en diciembre de 2015, visitará China este mes de mayo.
Pero hace unos días, la televisión pública china filmó un documental para difundir los alcances de esa relación. Una de las escenas de esa pieza es el reencuentro de Gustavo Ng con su parentela en Taishan. “Los quinquenios son importantes para los chinos, que marcan con énfasis el paso del tiempo”, me escribe Gustavo por WhatsApp desde Beijing, a donde volvió de ese festejo.
Y cuando le pregunto por la filmación de ese documental agrega: “Entendieron que lo más televisivo de la historia era mi llegada a la aldea donde nació mi padre y la casa de su infancia, y algunas personas relacionadas con aquel origen. Aprovecharon que yo estaba en Beijing y me prepusieron volver a Taishan. Esto, a su vez, se transformó en un acontecimiento en aquel pequeño pueblo, casi abandonado, con menos de 200 personas, porque la gran mayoría se fue a Estados Unidos o Canadá, o a Guangzhu cuando comenzó la súper industrialización de China. No es frecuente que la televisión nacional de China esté presente allí. Mi padre, que vive en Estados Unidos, vivió el acontecimiento como un homenaje y sintió que yo era su enviado, de modo que mandó reunir a todo el pueblo en un almuerzo general. Esto a su vez le gustó mucho al director del documental, así que todos contentos.”

Relaciones evaluadas

—¿Cómo es esto de la conmemoración de los 45 años de relaciones con Argentina, cómo se registra en China?
—Las relaciones con Argentina parecen responder a intenciones diferentes en este momento. China tiene planes a mediano y largo plazo para los países latinoamericanos, gran parte de sus aspectos acordados y algunos concretados con los gobiernos argentinos entre 2004 y 2015. Desde el lado argentino, la relación parece estar en un estado algo suspendido, quizás en estado evaluatorio. Lo cierto es que hubo un parate en el ritmo que se traía. Esto influye en los festejos. China llevó orquestas y exhibiciones de arte de modo casi protocolar. El presidente Macri viaja en mayo a China. Ninguna de las actividades parecen hasta ahora estar revestidas del entusiasmo especial que marca el quinquenio.
—¿Y cómo es la relación de China con sus emigrados?
—China enfatiza la relación entre los emigrados y su pertenencia. Al principio del período de Reforma y Apertura, a fines de los 80, invitó a que los emigrados volvieran a casa, con sus capacidades adquiridas y sus capitales. Con el tiempo, entendió la conveniencia de que los chinos que viven en otros países sean representantes comerciales de China. Es un tema de Estado. Hay organismos que se ocupan de los llamados “chinos de ultramar” a nivel nacional y en las provincias que más alimentaron la migración.
—¿Cómo se enmarca este viaje tuyo? ¿Qué es lo que la televisión china va a mostrar con esa reunión en Taishan con tus parientes?
—Hace seis años inicié el proyecto de comunicación Dang Dai para aportar a la conexión entre Argentina y China. Integra una revista impresa, un sitio web y otros medios. Desde entonces también escribí “Todo lo que necesitás saber sobre China” con mi socio en Dang Dai, Néstor Restivo, Horóscopo Chino, el Año del Gallo e Fuego, con una mirada desde la cultura china, y Mariposa de Otoño, que reúne relatos autobiográficos sobre mi encuentro con China. El canal oficial CCTV está preparando un documental en español sobre las relaciones entre Argentina y China, para pasarlo en los días de la llegada del presidente argentino a Beijing, en mayo. Posiblemente responda a procedimientos protocolares y al vector de amistad internacionalista, alimentado por el socialismo y fundamentado en la dicha que les causa a los chinos las relaciones de amistad. Será un documental de color, con la historia de dos argentinos que barrieron un restaurante en Shanghai, una bailarina china que ganó el campeonato mundial de tango y con mi historia. Les resulta fuerte la historia del hijo de un chino que, perdido en el punto del planeta más alejado, sin idioma porque el padre no se lo enseñó, haya seguido sangre arriba el camino hasta su origen.

Jolgorio
Todas las fotos de Guestavo Ng.

Nacido en San Nicolás en 1963, Gustavo Ng vive en Buenos Aires y residió en Miami y Nueva York, Estados Unidos; en Río de Janeiro, Brasil y en Bariloche, Río Negro. Este es su tercer viaje a China: en todos creó un grupo de WhatsApp –el servicio de mensajería preferido en China es WeChat, no funciona ni Google ni Facebook, salvo que se ingrese con un IP encubierto a través de VPN– en el que reúne a amigos y personas vinculadas a su formación en el idioma y la cultura china. Por allí comparte audios, videos y fotos, como las de la reunión en Taishan o sus paseos por Turquía antes de volver a Argentina.
Como vemos en las fotos el jolgorio del encuentro en la aldea donde conoció la infancia su padre, le preguntamos cuánto se parecen los chinos a nosotros cuando se reúnen a comer y celebrar, ya que entre otras cosas el festejo incluye petardos y ganso en honor de los muertos.

“Se homenajea a los antepasados encendiendo incienso, quemando dinero (que es falso) y con una bebida alcohólica y comida: frutas, pollo, cerdo, ganso. Luego del ritual las personas presentes comen la comida ofrendada. En la fiesta que se organizó para mi regreso hubo de esas comidas para los rituales específicos en que honré a todos los antepasados que vivieron en la casa, y también de alguna manera el almuerzo popular estaba hecho de comida de homenaje. Como en otras ocasiones, se hacen explotar cohetes para ahuyentar a los malos espíritus. Las reuniones son tumultuosas, felices y asumidas con voracidad. La alegría de estar juntos y de comer. Toda ocasión es buena para festejar con una comida desmesurada. En las reuniones del pueblo la gente habla fuerte, se ríe mucho y come con ganas, sin formalidades. Quién organice, sea agasajado o notable, propondrá varios brindis en su mesa e irá haciendo lo mismo mesa por mesa. En todas dirá “ganbei”, proponiendo hacer fondo blanco. Son reuniones de gran intensidad y sin sobremesa. Cuando se termina de comer, se dice “vamos” y eso marca el fin. Todos se levantan y se van.”

miércoles, 19 de abril de 2017

bicicletas chinas

Mi amigo Ng está de nuevo en Beijing, desde donde envía fotos y breves comentarios a través de un grupo de WhatsApp. Como hoy es el Día Mundial de la Bicicleta nos pareció apropiado difundir estas fotos que Ng tomó allá en China sobre sus bicicletas.
Según postea Ng el 13 de abril pasado: "En los 70 Beijing era una constelación superpoblada de bicicletas. El crecimiento como una bomba llevó a todo el mundo a la motocicleta y luego al auto. Ahora es el regreso a la bicicleta. Fíjense la timidez con que los chinos se montan a la tendencia: Esto es en el exterior de la estación de subte de Babaoshan. Casi todas las bicicletas se alquilan por WeChat. Cuesta 2 pesos."



Y esto anotaba el lunes pasado: "Los otros días les hablaba de la rehabilitación de las bicicletas. Esta es una terminal del subte, en un territorio que podría asemejarse a los campos que están más allá de José León Suárez."
"La mayoría se usan con el sistema de alquiler que les comenté, usando la red social WeChat, pagando 1 yuan = 2,2 pesos cada vez que la usás. Hay tres compañías que compiten por el mercado (ven la amarilla y la naranja, también hay una azul). Por ahora trabajan a pérdidas –de millones de yuanes."



Este miércoles al mediodía (nuestro mediodía), Ng halló estos bicicarros y anotó: “Ahora está lleno de carritos onda supersónicos, de manera que éstos son reminiscencias del pasado, pero bueno, cuando los tiempos se aceleran demasiado se produce este revoltijo de épocas. Estos carricletas los encontré en un hutong, uno de esos barrios muy viejos, que se convirtieron en una especie de antigüedad eterna.”
 Y agrega: "No podrías creer las cosas que transportan. Transportan cosas de mundos  a los que el hombre jamás ha llegado."
Las que siguen son fotos de un "hutong" en Beijing.





La escenografía y locación del film Kung Fu Hustle (que se rodó en Shangai) esuvo inspirada en estos hutongs.

martes, 21 de marzo de 2017

libros silvestres

“Soy artesana”, dice Carolina Musa, editora de Libros Silvestres, una “editorial rosarina de literatura infantil y juvenil. Conectando a lectores curiosos y exigentes de todas las edades con textos literarios de la actualidad”, según reza el encabezado de su página en Tumblr.

Lo de “artesana” viene a propósito de su fascinación por los libros “pop-up” que realiza de manera por entero artesanal.
Los libros pop-up son esos volúmenes que se despliegan en cuatro dimensiones, con estructuras de cartón capaces de abrirse y cerrarse cuando se pasa la página. Cada uno de los libros de la editorial que dirige Musa tiene ilustraciones; su tarea, como editora incluye no sólo el encuentro con un texto, también con quien va a ilustrar el libro. “Me da pena que los libros para adultos no tengan dibujos”.

lunes, 26 de diciembre de 2016

boliviana

Escribe: «Es sábado a la mañana y estamos por bañarnos. Aunque no hay agua desde hace unos días en los baños, hay unas duchas portátiles justo afuera del domo que pueden usarse.
«Me baño. Me seco. Me cambio. Me siento un minuto en el piso y miro las duchas.
Me doy cuenta que en Bolivia todo puede pasar por un mismo plano:  la discusión sobre la revolución, el discurso de mujeres y hombres que nos empoderan, la cena, los plátanos que nos da la senadora, el minuto de silencio por Fidel Castro, bañarse, las lágrimas de emoción, el grito de "viva la patria grande" .
En Rosario, aprendí de los integrantes de la comunidad QOM que lo sagrado puede suceder en el mismo lugar que lo cotidiano, que lo humano. La olla de la cocina para ellos: es sagrada, en cambio la cuchara, la mesa, el arroz... son simplemente una cosa mas de este mundo tan mundo; pero se mezclan, ahí, en la cocina.
Me doy cuenta que el gran Evo Morales podría haberme cruzado en toalla, con el "shampoo" en la mano.
Bolivia, me fascina una vez mas.»
Fotos tomadas de la red social.

Ese milagro cotidiano a mí me recuerda al de Graham Greene en The End of the Affair: el hombre que se detiene a rezar en la Iglesia con su bolsa de mandados; las verduras envueltas en un diario viejo. La pregunta es ¿cómo ser contemporáneo de esa revelación?


viernes, 14 de octubre de 2016

encuentro con el oráculo (bob dylan en rosario)

Bob Dylan ganó el Nobel de Literatura. Entre las cosas que leo me encuentro con esos interrogantes en torno al Nobel mismo: ¿se premia una tradición, un canon o una forma de circulación de lo literario?
Siempre se me hizo que el Nobel es un premio más, incluso uno que no tuvieron muchos de mis escritores preferidos. Pero no es el caso de Dylan: leo allí la sordera de las escuchas futuras y el placer de hallarme en una corriente que es, si se quiere, ecuménica, como alguna vez fue la literatura.
Lo que sigue es la crónica del recital que Dylan dio en Rosario el 18 de marzo de 2008, según lo que escribí para la revista Transatlántico.   

“El gato está en el pozo y el lobo mira hacia abajo. Su cola espesa y enorme barre todo el piso. El gato está en el pozo, la dulce dama está dormida. No escucha nada, el silencio se le pega al abismo”.

domingo, 26 de junio de 2016

vinos buenos y baratos

Para RosarioPlus

Hace dos años, cuando se casó en su pueblo (a unos treinta kilómetros de la frontera de Córdoba con Santa Fe), mi amigo Ene debía comprar un vino para la cena de la fiesta. Su criterio, según lo confesó abiertamente, no era comprar algo bueno y barato, sino una marca reconocida que dejara satisfecho al neófito que, si bien podía no saber de vinos, vería en la mesa un producto con su debida publicidad en televisión. Eligió un vino con un nombre propio cuya propaganda repetía el consabido sonsonete del padre exigente y el hijo ya crecido y obediente. Hoy cuesta 77 pesos.

Miguel Brascó, quien además de poeta, escritor y humorista era un excepcional especialista argentino en vinos (a diferencia de los personajes de la publicidad, tenía narizota de bebedor y una papada importante en la que recostar su risa cuando le causaba gracia las pretensiones de algunos vinos), decía que era fácil tomar buenos vinos si se pagaban unos 200 pesos por botella, y que en el paíshabía vinos lo suficientemente buenos como para pagar cuatro veces menos. Entender de vinos, según su criterio, también servía para cuidar el bolsillo.
Con esa idea salí a algunas vinerías a buscar vinos que satisficieran el paladar y no causaran más estragos en los enflaquecidos ingresos.
Pepe, uno de los vendedores de la tradicional vinería de SanLorenzo y Presidente Roca, recuerda que Brascó es el autor de la letra de “Santafesino de veras”, entre otras cosas. También cuenta Pepe que el  criterio de mi amigo Ene es bastante frecuente, aunque no lo recomienda. Me lleva entonces a un rincón del local, una estantería sobre la pared que da a San Lorenzo, y me muestra varias botellas de vino: ninguna supera los 70 pesos. Todos son mejores que ese que tomaron los comensales del casamiento. “Mucho mejores”, dice Pepe.
El secreto es que se trata de bodegas pequeñas, con nula o muy escasa presencia en supermercados y se consiguen en vinerías.


Marca

lunes, 2 de mayo de 2016

almuerzo en el cielo

El texto surgió luego de escuchar a Silvio Moriconi en "Hoja de Ruta" referirse al trabajo de Hine con motivo del Día del Trabajador. 

Una de las fotos icónicas y más vistas en cada celebración del Día del Trabajador es la de un grupo de once obreros que descansan sentados en una viga de hierro, a trescientos metros del piso sobre la isla de Manhattan, en el año 1932 mientras construían el Edificio de la RCA en el Rockefeller Center –en ese momento y durante los 40 años siguientes, superado en altura por el Empire State, que se inauguró en 1931. En esa década se levantaron los rascacielos más imponentes de Nueva York e, incluso, el puente que conduce a Brooklyn.
Por cada millón de dólares que se invertía en la construcción de un rascacielos moría un obrero. Era la época en que los barones de la industria estadounidense competían por quién hacía la torre más alta y con mayor celeridad.
Imagen tomada de Wikipedia.

Como se puede ver en la foto –tan célebre que tiene una entrada exclusiva en Wikipedia–, los trabajadores no tienen arneses, ni sogas, ni cascos. De hecho, no sólo los obreros subían a las cimas de esos esqueletos de hierro, también equilibristas y deportistas probaban sus agallas y vencían el vértigo haciendo piruetas sobre el vacío a doscientos metros del suelo. Hasta los mozos del Waldorf Astoria subieron a la cima del nuevo edificio del hotel, aún en construcción en 1930, para servir un suntuoso almuerzo a dos trabajadores sobre una viga que sostenían dos ganchos de una grúa.

miércoles, 23 de septiembre de 2015

taishan

Mi amigo Gustavo Ng está en Taishan, Jiangmen, provincia de Cantón, China, donde nació su padre hace como ochenta años, quien emigró a Argentina, vivió en San Nicolás y se mudó a Nueva York.

Este lunes, a las 18:58 hora local (once horas más en China), Gustavo me envió este mensaje por WhatsApp:

"Ayer, en mi tercer día en China, conocí la casa donde nació mi papá. Estoy temblando. Es en el campo, pero no es la casita aislada que imaginé sobre el relato de mi papá, sino un conjunto de unas 40 casas encarados en el siglo XIX o antes como proyecto arquitectónico. Son cuatro filas paralelas de casas todas iguales, que dejan tres pasillos intermedios. Las filas son de unos 100 metros. Cada casa es pequeña, diseñada para albergar dos familias. En los costados que dan a los pasillos, hay un ambiente con sobrepiso: arriba se dormía, abajo se guardaban las herramientas de trabajo, se stockeaba y almacenaba. Junto a uno de esos ambientes estaba la cocina común, y era común un espacio central, también con semipiso y con salida a una terraza. Dentro de ese ambiente había un bombeador de agua y una pileta en el piso. No había baño -calculo que serían comunales y estarían afuera. También era comunal un solar, unos árboles que daban mucha sombra, con bancos en el medio, un enorme estanque artificial, en el que se criaban además carpas como alimento, y los campos de alrededor. Todas las familias que vivían en el complejo eran de trabajadores campesinos. Quien me mostró la casa es la última Ng que vive en Taishan, prima hermana de mi papá. Mi papá le paga para que ella limpie el lugar y así mantenga la honra a los antepasados. Mi papá también se hizo cargo de los arreglos de la casa, cuando hace algunos años se estaba viniendo abajo. Ahora podría uno mudarse ahí tal como está. La mujer me mostró otra casa y luego otra. Ella sólo habla taishanés, no había modo de entenderla, pero para recibirme mi papá le encargó a la hija de un amigo que me consiguiera un intérprete, quien me explicó que la mujer cuidaba aquellas casas porque eran de otros hermanos de mi abuelo, sus tíos. Fueron cuatro hermanos. Sus casas están mantenidas por sus descendientes, quienes mandan recursos desde Estados Unidos, Canadá u otros lugares de China. A veces tuve que obligar al intérprete a que tradujera (la mujer hablaba sin parar, y el intérprete -dé Guilin- no comprendía bien el taishanés), y fue así que supe que fue la familia Ng la que empezó la villa. Luego fueron vendiendo propiedades. La prima de mi padre me esperó con una serie de ritos de veneración a los antepasados (dijo que ella los hace siempre), mediante ofrendas, incienso, quema de dinero y reverencias. Hice las reverencias con tenazas en la garganta, puse incienso en los varios altares de la casa de mi abuelo Liu Ko y comí una gallina hecha entera al vapor. No sé qué pensé. Aún no pienso. Vine a conocer mis orígenes para saber quién soy. Tengo más preguntas, tengo tantas preguntas más ahora, pero creo sentir que alguna cosa se encajó adentro mío. Este tipo de cosas cambian a la gente."
Ng tuvo que irse a China para andar en bicicleta.

viernes, 7 de agosto de 2015

lai lai

para Dang Dai

Lai Lai suele ser el fin de un largo viaje. Salir de Rosario en la madrugada y llegar a Buenos Aires alrededor de las 9. Hacer las cosas que se suelen hacer en Capital Federal y, además, acompañado por alguno de los hijos. Tengo fotos con la mayor de hace 8 años, cuando aún era una niña y llegaba al restaurante cargada de las baratijas que comprábamos en los negocios de calle Arribeños. Hoy tiene 18 y volvemos a Lai Lai en parte porque forma parte de un ritual y, sobre todo, porque nos cuesta imaginar a qué otro lugar podríamos ir en esa cuadra de Bajo Belgrano que llamamos con total ligereza Barrio Chino.
“La china es una comida extranjera que existe en todos los países del mundo”, me dice una velada de julio de este año Miguel Chin, uno de los dueños de Lai Lai. Mi hijo de 9 conversa con uno de los amigos que nos acompañan. Se terminó unos fideos con verduras y ensaya modos de deformar un tomate de silicona y lleno de agua que compró en uno de los locales de calle Arribeños y Juramento.
Lai Lai abrió sus puertas en mayo del terrible año 2001. Miguel tenía 38 años entonces y había llegado con su padre de Taiwán.
En Taipéi, al norte de la isla de Taiwán y capital de facto de China, Lai Lai es el nombre del restaurante del hotel Sheraton y, como nombre, está esparcido en varias ciudades, como acá lo estuvo el nombre Savoy. Lai, dice Miguel, significa “vení” y su repetición puede dar lugar a la metáfora “bienvenido”.
Le digo que es de algún modo paradojal que un nombre tomado de algo así como una cadena de restaurantes chinos (en Buenos Aires es el único que se llama Lai Lai) se ofrezca en Buenos Aires como un lugar que atrae por su profesionalidad pero, sobre todo, por cierto aire doméstico. Su misma arquitectura es la de una casa: se ingresa por un pasillo con mesas a un costado para desembocar en el espacio más amplio del fondo, con el mostrador que cierra el salón y el espacio central con mesas rectangulares y redondas, como una vieja cocina porteña, donde se desarrolla la actividad principal del hogar y la familia se encuentra y comparte su familiaridad.

Si no conociera a Miguel y me hablase por teléfono pondría en duda que es chino: mastica las palabras y las suelta con el ritmo y el tono de los porteños. Recuerda las veces que se cruzó con personas en Buenos Aires que sin tener rasgos orientales tenían algún chino en la familia. Un funcionario municipal, un gasista, gente que encontró haciendo trámites y le contó su lejana familiaridad con esa tierra que a Miguel se le dibuja en la cara.
Como en el antiguo proverbio zen que contaba la historia del discípulo que, al principio, ve la montaña y sólo piensa que es una montaña; luego, mientras inicia su camino en el zen, piensa que la montaña es la metáfora de algo más grande y al fin, cuando ya es un iniciado, vuelve a ver en la montaña una montaña; con en ese proverbio, digo, pasé de ver en Lai Lai a un restaurante chino a ver una suerte de alusión a algo que los chinos enseñan a través de platos traen aromas y texturas que tuvieron como paisaje la montaña de Maokong y sus ancestrales plantaciones de té.Y, por último, fin del proverbio, lo veo como un restaurante chino en Buenos Aires: con los mozos peruanos –que comparten la tradición de la comida china–, los tenedores, los cuchillos, los palitos (incluidos los que vienen con un dispositivo flexible que los une y permite a los niños argentinos o, mejor, no chinos, iniciarse en su uso– y la familia china (además de Miguel, la madre, Nancy Hu; los hijos, Carlos Hsu y Andrea Chin) siempre sentada en una de las mesas, cerca de la barra que separa la cocina.
Como suelo ir acompañado de un amigo cercano a la comunidad china, dejo que él haga el pedido, que siempre llega con algún plato de arroz banco que empapamos en salsa de soja hasta mezclarlo con algunas de las frituras de pollo o pescado. Mezclar y mezclarse, empapar y empaparse es la sensación que tengo de cómo se come en Lai Lai.
Además, Lai Lai es lo suficientemente grande como para internarse y pedir los platos más regulares de la comida china y lo suficientemente pequeño como para experimentar cierta extranjería: así, lo que uno ingiere no es sólo comida china, es la comida de ese otro mundo del que estuvimos ausentes. No sé si un sentimiento así es posible, es traducible a alguno de los otros restaurantes que conozco.

Platos
 
Las especialidades de la casa, según nos lo hace saber Miguel es el Sam Pei Chi, el pollo a los tres aromas: ajo, albahaca y jengibre. También el Kwo Pao, cerdo agridulce, y el pollo o el cerdo típico de Taiwán.
La “comida extranjera que existe en todos los países del mundo”, como reza la máxima de Miguel, es en su restaurante de una sensualidad “delicada”, como describía al arte chino Henri Michaux luego de su viaje al Asia a fines de la década del 30. La delicadeza, en esas páginas, aparecía opuesta a la espesura de la sensibilidad europea. Michaux decía que en los cuadros chinos los objetos aparecían como en el éter, que su espacio era de algún modo transparente, claro. Los platos de Lai Lai comparten esa “transparencia”: creemos identificar cada ingrediente, hasta que nos lo llevamos a la boca y el sabor trae una lejanía inasible, casi ajena a eso que enseñan los ojos, una experiencia de lo invisible.

viernes, 13 de marzo de 2015

lennon in rosario

Hasta fin de marzo puede verse en el CEC (Sargento Cabral y el río) la muestra John Lennon. Sus años en Nueva York, con fotografías del ya legendario Bob Gruen –el fotógrafo que mejor captó la escena del rock y el punk. Aquí se cuenta la historia de cómo una remera comprada en la calle y una tarde en una terreza construyeron la imagen más reconocible del ex Beatle, popularizada en su entierro, en 1980.

El 29 de agosto de 1974 el fotógrafo Bob Gruen sacó una foto de John Lennon que 40 años más tarde es por lejos una de sus tomas más icónicos e, incluso, una de las imágenes más icónicas de cualquier músico de rock de esos años.
“Vos sabés que solía usar una remera como esa”, le decía Gruen al periodista Chuck Armstrong, de la New York Magazine, cuando el fotógrafo inauguró en Nueva York la muestra que puede verse en estos días en Rosario. Gruen se refiere a la remera blanca con las mangas recortadas y la inscripción “New York City”. “Debo haber tenido como media docena de esas –recuerda el fotógrafo–; las vendían en la calle, en Times Square, estaban hechas de forma casera y no se conseguían en los negocios. No se trataba de una marca, eran unos muchachos que querían hacer esas remeras y, como me gustó el diseño, les compré unas cuantas y de vez en cuando se las regalaba a algún amigo. Así que le di una a John cuando fui a verlo a Record Plant”.
No sería sino hasta un año más tarde cuando tomaría esa foto. “Estábamos en la terraza de un departamento que él tenía acá en Nueva York –continúa su relato Gruen–, tomábamos fotos de lo que teníamos a la vista en el horizonte. Entonces le pregunté a John si todavía tenía la remera. Y lo que me impresionó es que él sabía a cuál me refería. Se la puso y le quedaba fantástica. No teníamos idea de que la foto se haría tan popular”.
Pero, pregunta el periodista, ¿por qué pedirle a Lennon que se pusiera esa remera? “Había vivido el suficiente tiempo en Nueva York –responde Gruen–. La gente ya comenzaba a verlo como un muchacho de la ciudad. Todos en Nueva York viene de alguna parte y sucede que él venía de Inglaterra. Para cuando tomamos esa foto él realmente era ya un neoyorkino”.

sábado, 7 de marzo de 2015

la ciudad que veía pasar los trenes

Hasta hace una década aún se conseguían en la tradicional librería Alfonso Longo –de calle Sarmiento entre Mendoza y San Juan– las versiones abreviadas y en verso de los clásicos criollos –las novelas de Eduardo Gutiérrez como Hormiga Negra o Juan Moreira, entre muchas otras– que la misma librería imprimió entre la década del 20 y la del 50 cuyos lectores habituales eran los miles de pasajeros que pasaban cada día por las estaciones Rosario Central, en Wheelwright y Corrientes, y Rosario Norte, en la actual avenida Aristóbulo del Valle y Callao. Según datos relevados por la Asociación Rosarina Amigos del Riel, entre 1935 y 1940, unos pocos años después de la época dorada de la red de ferrocarriles de la Argentina, por Rosario Norte pasaban 326.000 pasajeros por año, es decir, más de 800 diarios (otra fuente, citada por ferrosario.com.ar, señala que a principios de la década del 40, el Ferrocarril Central Córdoba manejaba 45.000 pasajeros y el Ferrocarril Santa Fe sólo 6.000). La producción de esos pequeños libros con sus tapas ilustradas a todo color era gigantesca. Las actuales dueñas de la librería recuerdan a Longo muy temprano en la mañana, hace más de 60 años, recibiendo a los vendedores que llegaban en oleadas y partían cargados de ejemplares hacia las terminales ferroviarias.

Hasta fines de los 90, cuando una monstruosa y masiva campaña mediática promovida por el ex presidente Carlos Menem instaló la  engañosa idea de que los ferrocarriles estatales perdían un millón de dólares diarios –el complejo sistema de transporte que es el tren es una maquinaria de ahorro y racionalización de recursos en transporte; además, la misma cifra percibirían después en subsidios las empresas privatizadas que ni siquiera transportaron pasajeros–, la relación de Rosario con el ferrocarril fue amplia, variada, rica en historias cruzadas y hasta siniestra: la zona de Rosario Norte albergó el mayor barrio prostibulario del interior del país.
Ese trasfondo es el que rescató la muestra “Llévame a ver un tren”, en la sede de la Secretaría de Cultura y Educación (Aristóbulo del Valle y Callao), que le dio la bienvenida y celebró la rehabilitación de la línea ferroviaria Rosario-Buenos Aires. (Si bien todo indica que la estación de llegada del tren de Retiro será Rosario Norte, hasta el momento el Municipio, la Provincia y la Nación no hallaron el modo de financiar y encarar el trabajo de relocalización de unas 3.000 familias sobre las vías del ferrocarril Mitre, que permite la entrada del tren desde el Apeadero Sur –donde hoy se erige la estación puesta a prueba el domingo con la llegada de una formación desde San Nicolás– y a través de la ciudad.
La exposición fue una reseña de la historia del ferrocarril en Rosario contada a través de imágenes inéditas y objetos que fueron aportados por la Escuela de Museología, el Museo de la Ciudad, la Asociación Rosarina Amigos del Riel, el Ferroviario Club Central Argentino y la Secretaría de Servicios Públicos.

La estación Sunchales, como se la conoció hasta los años 80, donde ahora funciona la secretaría de Cultura municipal y se expone “Llévame a ver un tren”, nunca existió como tal. La estación Rosario del Ferrocarril Buenos Aires a Rosario (F.C.B.A.R.) fue rebautizada en 1908 como Rosario Norte (El tren que hizo el viaje inaugural desde Retiro el 12 de noviembre de 1885 tardó 8 horas, una hora menos que lo que suele llevarle a las actuales líneas que hacen el trayecto. Se estima que el tren de la empresa estatal que comenzará a circular desde el 1 de abril cubrirá esa distancia en 3 horas y media a una velocidad promedio de 120 kilómetros por hora.)
De acuerdo a información recogida por Asociación Rosarina Amigos del Riel y Ferrosario.com.ar, el apodo “Sunchales” para Rosario Norte podría tener su origen en la proyectada prolongación del tendido hasta la localidad santafesina de Sunchales, 270 kilómetros al noroeste de Rosario en dirección a Tucumán. Asimismo, la Municipalidad de Rosario dio el nombre de Sunchales a la avenida que pasa frente a la estación, que en 1905 se cambió por Sarmiento y actualmente es Aristóbulo del Valle.
La costumbre llevó a confusiones, por ejemplo, se despachaba mercadería hacia la localidad de Sunchales cuando el destino deseado era en realidad Rosario. Por otra parte, los tranvías indicaban en sus letreros de destino la estación “Sunchales”. Con todo el menjunje, nunca faltaban pasajeros que entre el nombre de la estación y el de su meta tenían un pasaje hacia ninguna parte.

Ese mapa de palabras y destinos, ese cruce de caminos –entre la topografía de una ciudad y las provincias y la simbología de una nación y una cultura que crecía nutriéndose de la movilidad de sus trabajadores– es lo que de alguna manera viene a enseñar la muestra “Llévame a ver un tren”: un viaje teórico para contemplar no ya el pasado, sino el mundo que hoy vuelve a acercarnos el tren.

miércoles, 13 de agosto de 2014

escritores realistas



El libro 40 esquinas de Rosario (Rosario, editorial Pulpo, 2014) es, por un lado, un ejercicio literario del siglo XIX que emprenden cuatro jóvenes escritores de la ciudad y, por otro, un juego con el lector, que deberá descubrir a partir de una descripción puntillosa apretada en 500 palabras sobre qué esquina está leyendo.
Decimonónicos: Agustín Alzari, Matías Piccolo, Bernardo Orge y Ernesto Inouye –los cuatro vinculados a la carrera de Letras de la UNR aunque de forma acaso “inorgánica”–, se proponen describir esquinas transitadas o no de la ciudad de manera, si se quiere, caprichosa, e intentan que la descripción baste para que el lector la identifique, prescindiendo del principal elemento perceptivo que introdujo la representación moderna, la imagen y la información.
 Presentación de 40 esquinas: Piccolo, Inouye, Alzari y Orge. Foto de Ludmila Bauk.

Lúdicos: los autores no sólo apelan a que el lector pueda identificar la esquina –a veces contando los barrotes de una verja, el número de techos de tejas o los negocios que rodean a una esquina–, también esconden sus nombres o su autoría al firmar cada descripción con un ex libris, cuatro pequeños dibujos de flores, uno para cada autor.
La escritora y crítica contemporánea Beatriz Vignoli describió el estilo de estas 40 esquinas representadas como “un realismo tardío post autónomo, estilo de la Colección Naranja de crónicas de la Editorial Municipal de Rosario”. Es decir, de alguna manera 40 esquinas interactúa con ironía con esas crónicas personales de la ciudad y su zona de influencia encargadas desde la EMR a escritores vinculados con Rosario (desde Elvio Gandolfo, Vignoli o Sergio Delgado hasta los mismos Alzari –por estos días la editorial pone en circulación La internacional entrerriana– y Piccolo –quien publicó Contorno Don Bosco hace cuatro años–).
En la descripción de las esquinas aparece muchas veces “el escritor realista”, una suerte de alter ego paródico del autor que vendría a reunir a nuestros cuatro narradores. Sobre este escritor nos escribe Alzari: “Se volvió un personaje que cada quién usó para lo propio en el resto de su trabajo. Tiene, entonces, las naturales diferencias en cada caso. Pero siempre aparece, según creo, vinculado al territorio, al estar en la intemperie observando (o siendo observado, o incluso repelido). Su existencia obedece a la necesidad de remarcar que lo que se describe y escribe efectivamente es así. Y aconteció esto de reestablecer un pacto de confianza que permita una literatura realista. No es cualquier literatura, es literatura realista. Por eso, en un plano más obvio, «el escritor realista» alude a la literatura realista del siglo XIX, que intentaba describir en el formato novela la totalidad social. En este caso no es la totalidad social, sino esquinas de Rosario. Y no todas, 40. Competíamos a ver quién era el más realista de los cuatro, es decir, quién escribía con mayor acierto, a quién le adivinaban más fácil. Un entretenimiento del que deriva el sentido lúdico del producto final: se puede leer de a muchos quizás porque se escribió de a muchos, y más que a leer, invita a jugar, a adivinar, porque ese  juego está en la base de lo que hicimos. De allí las figuritas que completan el libro, hechas con las fotos originales (de calidad dispar) que cada quien sacó a modo de prueba, para que los otros, a los que les sobraba malicia, no dijeran «Che, pero esta puerta que vos decís que es verde es amarilla»”.
Algunas de las fotos, tomadas con celular, en el tránsito, son las que se reproducen acá. El libro puede adquirirse en librerías céntricas de la ciudad que se enumeran acá: Club Editorial Río Paraná: Catamarca 1427, local 12 (Galería Dominicis); Oliva Libros: Entre Ríos 548; El lugar: 9 de Julio 1389; Buchín Libros: Entre Ríos 735; Mandrake: Rioja 1869; El Juguete Rabioso: Mendoza 784; El Halcón Maltés: Mendoza 1438..