Hasta hace una década aún se conseguían en la tradicional
librería Alfonso Longo –de calle Sarmiento entre Mendoza y San Juan– las
versiones abreviadas y en verso de los clásicos criollos –las novelas de
Eduardo Gutiérrez como Hormiga Negra
o Juan Moreira, entre muchas otras–
que la misma librería imprimió entre la década del 20 y la del 50 cuyos
lectores habituales eran los miles de pasajeros que pasaban cada día por las
estaciones Rosario
Central, en Wheelwright y Corrientes, y Rosario Norte,
en la actual avenida Aristóbulo del Valle y Callao. Según datos relevados por
la Asociación Rosarina Amigos
del Riel, entre 1935 y 1940, unos pocos años después de la época dorada de
la red de ferrocarriles de la Argentina, por Rosario Norte pasaban 326.000
pasajeros por año, es decir, más de 800 diarios (otra fuente, citada por
ferrosario.com.ar, señala que a principios de la década del 40, el Ferrocarril
Central Córdoba manejaba 45.000 pasajeros y el Ferrocarril Santa Fe sólo
6.000). La producción de esos pequeños libros con sus tapas ilustradas a todo
color era gigantesca. Las actuales dueñas de la librería recuerdan a Longo muy
temprano en la mañana, hace más de 60 años, recibiendo a los vendedores que llegaban
en oleadas y partían cargados de ejemplares hacia las terminales ferroviarias.
Hasta fines de los 90, cuando una monstruosa y masiva campaña mediática promovida por el ex presidente Carlos Menem instaló la engañosa idea de que los ferrocarriles estatales perdían un millón de dólares diarios –el complejo sistema de transporte que es el tren es una maquinaria de ahorro y racionalización de recursos en transporte; además, la misma cifra percibirían después en subsidios las empresas privatizadas que ni siquiera transportaron pasajeros–, la relación de Rosario con el ferrocarril fue amplia, variada, rica en historias cruzadas y hasta siniestra: la zona de Rosario Norte albergó el mayor barrio prostibulario del interior del país.
Ese trasfondo es el que rescató la muestra “Llévame
a ver un tren”, en la sede de la Secretaría de Cultura y Educación
(Aristóbulo del Valle y Callao), que le dio la bienvenida y celebró la
rehabilitación de la línea ferroviaria Rosario-Buenos Aires. (Si bien todo
indica que la estación de llegada del tren de Retiro será Rosario Norte, hasta
el momento el Municipio, la Provincia y la Nación no hallaron el modo de
financiar y encarar el trabajo de relocalización de unas 3.000 familias sobre
las vías del ferrocarril Mitre, que permite la entrada del tren desde el Apeadero Sur –donde hoy se erige la
estación puesta a prueba el domingo con la llegada de una formación desde San
Nicolás– y a través de la ciudad.
La exposición fue una reseña de la historia del ferrocarril
en Rosario contada a través de imágenes inéditas y objetos que fueron aportados
por la Escuela de Museología, el Museo de la Ciudad, la Asociación Rosarina
Amigos del Riel, el Ferroviario Club Central Argentino y la Secretaría de Servicios
Públicos.
La estación Sunchales, como se la conoció hasta los años 80,
donde ahora funciona la secretaría de Cultura municipal y se expone “Llévame a
ver un tren”, nunca existió como tal. La estación Rosario del Ferrocarril
Buenos Aires a Rosario (F.C.B.A.R.) fue rebautizada en 1908 como Rosario Norte
(El tren que hizo el viaje inaugural desde Retiro el 12 de noviembre de 1885
tardó 8 horas, una hora menos que lo que suele llevarle a las actuales líneas
que hacen el trayecto. Se estima que el tren de la empresa estatal que
comenzará a circular desde el 1 de abril cubrirá esa distancia en 3 horas y
media a una velocidad promedio de 120 kilómetros por hora.)
De acuerdo a información recogida por Asociación Rosarina
Amigos del Riel y Ferrosario.com.ar, el apodo “Sunchales” para Rosario Norte
podría tener su origen en la proyectada prolongación del tendido hasta la
localidad santafesina de Sunchales, 270 kilómetros al noroeste de Rosario en
dirección a Tucumán. Asimismo, la Municipalidad de Rosario dio el nombre de
Sunchales a la avenida que pasa frente a la estación, que en 1905 se cambió por
Sarmiento y actualmente es Aristóbulo del Valle.
La costumbre llevó a confusiones, por ejemplo, se despachaba
mercadería hacia la localidad de Sunchales cuando el destino deseado era en
realidad Rosario. Por otra parte, los tranvías indicaban en sus letreros de
destino la estación “Sunchales”. Con todo el menjunje, nunca faltaban pasajeros
que entre el nombre de la estación y el de su meta tenían un pasaje hacia
ninguna parte.
Ese mapa de palabras y destinos, ese cruce de caminos –entre
la topografía de una ciudad y las provincias y la simbología de una nación y
una cultura que crecía nutriéndose de la movilidad de sus trabajadores– es lo
que de alguna manera viene a enseñar la muestra “Llévame a ver un tren”: un
viaje teórico para contemplar no ya el pasado, sino el mundo que hoy vuelve a
acercarnos el tren.
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