A mediados de los 80, quien mejor cantó la depresión
económica rural de los Estados Unidos fue un joven guitarrista que recién se
conocía en Argentina, John Cougar Mellencamp. En su disco Scarecrow (“Espantapájaros”) incluyó un pequeño hit titulado “Small
Town” (“Pueblito”), que además de glorificar la vida y la idiosincrasia
pueblerina contra la de las grandes ciudades, decía: “Al fin y al cabo, todo lo
que descubrí lo conocí en este pequeño pueblo”. En esa frase pienso cuando leo Como si fuera hoy, editorial El OmbúBonsai), la crónica de Osvaldo Aguirre sobre su infancia en Colón, en el norte
de la provincia de Buenos Aires (a 175 kilómetros de Rosario).
Aguirre llegó a Rosario a estudiar Letras a principios de
los 80. Al contemplar hoy el trabajo del autor (una obra poética que cruza
cierta tradición campera con interrogantes contemporáneos; novelas, cuentos,
libros de investigación histórica y periodística, además de su carrera en el
periodismo policial y cultural y su trabajo al frente del Festival Internacional de Poesía de Rosario
o el encuentro La Chicago Argentina) y compararlo con las historias de la
primera juventud en esa pequeña ciudad bonaerense –como puede leerse en Como si fuera hoy–, las anécdotas
adquieren la dimensión de una cifra: allá hizo su primer diario, que repartía
entre parientes y amigos; las primeras participaciones en radio, las
colecciones de historieta, los libros, en fin, el dibujo de un poblado en el
centro de un mundo.
Como si fuera hoy
se presenta este miércoles a las 19.30 en la Terraza de la Cúpula de Plataforma
Lavardén (Sarmiento y Mendoza). El periodista Perry Maison y el músico y
cantante Ber Stinco (los dos también oriundos de pueblos a los que vuelven con
frecuencia) conversarán con Aguirre. Stinco ejecutará algunas milongas que
hasta ahora no tuvo oportunidad de llevar al escenario. “Junto con Franco
Colautti vamos a tocar tres temas en formato de canción criolla–dice Stinco–:
«El aguacero», de Cátulo Castillo y José González, «Ayer bajé al poblao», de
José Larralde y una versión en milonga de «Club de campo»
una canción mía, la que abre el último
disco”.
Del folklore, a Stinco le gusta mucho la música surera, “la
milonga de tierra adentro, de llanura, que se relaciona a la inmensidad de la
pampa y la introspección de un hombre con una guitarra –dice–; Yupanqui,
Larralde, Cafrune (que aunque pertenece a otra región siempre hizo música de
llanura)”. Y agrega: “Me gusta cómo se relaciona con lo popular Horacio
Guarany; las letras de sus canciones y su interpretación me remiten mucho a
Johnny Cash. También encuentro una relación directa –tanto armónica como lírica
y romántica– con el origen del blues en los algodonales, esa soledad del hombre
con su guitarra y su lamento existencialista, el mismo de la milonga campera de
nuestros pagos”.
La obra de Osvaldo Aguirre se multiplicó desde que publicara
su primer tomo de poesía en 1992: relatos, novelas, literatura para niños y
jóvenes, investigación periodística. Su poesía, una de las más particulares que
produce su generación, está hecha de acontecimientos pequeños, precisos: la
quema de un paraíso caído, la busca de un perro llamado General después de una
tormenta en Navidad, cuando la familia estaba reunida en la casa del campo. Con
los años, el autor acaso complejizó los temas; seguro, perfeccionó su forma:
halló en la trama de esas historias hechas de voces oídas la carnadura de una
mitología.
En Como si fuera hoy
Aguirre desiste de algún modo de la autobiografía tal como se la concibe hoy.
Antes, dialoga con su madre, con quien coteja recuerdos, impresiones tanto
suyas como de la vida del pueblo donde vivieron, del campo de su abuelo entre
Cañada Rica y J.B. Molina, de las cartas entre el padre y el abuelo, de la
topografía que registra su memoria, dejando en suspenso la que fue. Prefiere,
dice, no volver a esas calles que conoció su infancia: vivas están en el
recuerdo. Recupera situaciones (la fascinación del abuelo por un Valiant,
paisajes y nombres. El uso de los nombres en sus libros de poesía ya era
magistral: el campo regado de las marcas y las cosas con que la civilización
avanza sobre él, desde el Ford Fairlane hasta el matabichera Bayer. En este
nuevo libro Aguirre enumera los apellidos, los nombres de clubes y calles y
traza con ellos esa historia que también cuenta, desde el lenguaje, la
apropiación de un lugar en la tierra, la conversión de un territorio en una
tierra prometida.
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