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viernes, 7 de julio de 2023

ruperta

En septiembre de 2019, en el marco del Festival Internacional de Poesía (que lamentablemente reemplazó su sitio web por su participación en redes sociales), Bernardo Orge se acercó al Centro Cultural El Obrador para contactarse con referentes de la comunidad qom de la zona oeste de Rosario y a partir de allí mantuvo conversaciones con Ruperta Pérez, Arsenio Borgez y Samuel Romero en sus respectivas casas. De esas charlas surgieron los textos publicados en la plaqueta, que se leyó en una visita de representantes del Festival junto con invitados de esa edición en El Obrador.

Aquí se reproduce el texto de Ruperta tal como se publicó en esa plaqueta.












domingo, 28 de mayo de 2023

la astroludoteca: la caca de la luna

En el suelo del monte hay unas bolitas que si se aprietan se hacen polvo y se deshacen en la mano.

Cuentan que son restos de una estrella fugaz, o la “caca de la luna”.

Dicen los qom que es una medicina que cae del cielo y sirve hasta para curar la tristeza.

la astroludoteca: no nos desesperamos

En el Módulo 2 de la muestra La astroludoteca podían leerse estas frases de representantes de la comunidad qom:

“El cielo y sus manifestaciones no nos dan miedo”

“Tenemos actitud científica. Observamos los cambios de la naturaleza. No nos desesperamos”

“Ya teníamos internet. La que llevaba los mensajes era la lechuza”


Mientras que en el Módulo 1 se leía:

“El viento me oye”

“Nosotros escuchamos el espíritu de la naturaleza”



Y en el Módulo 3 se leía:

“No somos nómades somos ecológicos”

“Nos movemos buscando el alimento de estación”

“Nuestro windgurú es el cielo”

“Hay una ley del cielo que da señales que hay que interpretar”

“La luna dice cosas”

“Se puede leer un cielo estrellado”

la astroludoteca: caramelo del cielo

Así me contó el abuelo:

el árbol del algarrobo

es el árbol del cielo

Así me contó el abuelo.

 

Quien quiera un caramelo

con sabor a cielo y tierra

busque la chaucha que encierra

la harina de la algarroba

 

Muele la abuela primero

la harina en el mortero.

La abuela muele bajo el sol

Y mezcla frutos del mistol.

 

Cabe el cielo en su mortero

Así me contó el abuelo,

no existe mejor consuelo

que un caramelo del cielo.

la astroludoteca: el camino del árbol

El taregec


Este es el árbol que recibe al hombre que vino del cielo. 

Según cuenta la historia deRapiche’n, la sangre de aquél muchacho que subió y bajó del cielo, se mezcló con la savia de este árbol. Por eso pueden extraerse de él las tinturas para hacer los teñidos característicos de los tejidos qom.

Si miramos atentamente el arte muy antiguo de los pueblos originarios y sus diseños, que se mantienen en el tiempo, podemos ver las formas y los colores del ojo de la lechuza, el caparazón de la tortuga, el cuero de la cascabel y del yaguareté.

También es un árbol muy importante para el pueblo qom por la dureza y lo noble de su madera, que sirve para hacer fuego, casas, postes y cabos de herramientas.

Hasta el yaguareté lo sabe y lo elige entre todos los árboles del monte para pasar varios días bajo su sombra.




la astroludoteca: entre el cielo y la tierra

La historia de Rapiche’n

Estrella del amanecer

 

Según me contó mi abuelo, hay otra comunidad en el cielo.

En la comunidad del cielo vive una familia: Rapiche'n, la estrella del amanecer. La hija mayor pide permiso a sus padres para bajar a la tierra. Es que desde el cielo ella había mirado a los ojos a un joven de mirada triste y quiere conocerlo.

Ya en la tierra, la muchacha y el joven se enamoran.

Deciden subir juntos al cielo.

Pero el cielo es muy frío. El joven enferma y muere.

La muchacha, en la ”qotaqui”, la bolsa que era de su enamorado, guarda sus huesitos.

La “qotaquí” es una bolsa hecha de fibra o hilo sagrado, “qallete”.

Ata la bolsa a la punta de un ovillo de ese hilo sagrado y la baja despacito hasta la tierra para entregarla a la familia del muchacho, que la cuelga de un árbol, el “taregec”.

Desde entonces el “taregec” es un árbol sagrado, el que recibe al hombre que subió y bajó del cielo.


El video es propio, tomado con un celular de entonces y tiene el único propósito de ilustrar el momento.

la astroludoteca: bajo el cielo protector

Historia del "mañec" o ñandú

 

La historia de estos niños perdidos es también la historia de una comunidad.

Esa historia advierte el peligro de perderse como comunidad, al olvidar su identidad, su lengua.

El "mañec", el ñandú, es un grupo de estrellas en la configuración estelar de la comunidad qom. Representa la protección, el calor del plumaje del ñandú que abriga a un pueblo como el recuerdo vivo de sus orígenes.


El video es propio, tomado con un celular de entonces y tiene el único propósito de ilustrar el momento.

la astroludoteca: el mortero de la abuela

“Araganagaqui”

Cómo nacieron las estrellas

Como me contó mi Abuelito, esta es la historia sobre cómo se formaron las estrellas.

En el cielo hay otra comunidad, la de nuestras abuelas.

En el cielo, la Abuela pisaba algarroba en un mortero para darle de comer a los nietos y mientras molía se esparcía en el aire la harina de la algarroba “nsoch’e”. De ese polvo que volaba se formaron las estrellas.

Por eso es blanca la Vía Láctea, como la harina, como el pelo blanco de las abuelas, como la helada blanca y fría de la noche del cielo.


El video es propio, tomado con un celular de entonces y tiene el único propósito de ilustrar el momento.

la astroludoteca

a la memoria de Arsenio Borgez, cuya muerte lloramos en pandemia.

El jueves 3 de diciembre de 2015 concurrimos al Complejo Astronómico Municipal (CAM) de Rosario a la inauguración de La astroludoteca, un proyecto maravilloso que se desarrolló en el Centro Cultural El Obrador (CCEO) que dirige Mariela Mangiaterra.

En una nota sobre la inauguración de la Astroludoteca que hizo Beatriz Vignoli para Rosario 12, historiza y describe el proceso: «La historia de la Astroludoteca se remonta al año 2011, cuando el CAM se presentó a una convocatoria del área cultural del Banco Interamericano de Desarrollo (BID). Compitiendo en la categoría Patrimonio inmaterial del Programa de Desarrollo Cultural en la región, enviaron una propuesta cuyo objetivo era recuperar la tradición astronómica qom. Se titulaba: “El cielo narrado. Recuperación de la visión cosmológica de la comunidad qom en la ciudad de Rosario, Santa Fe, Argentina”. En 2012, de entre un total de 1.004 proyectos y 513 preseleccionados, el proyecto resultó premiado entre los 50 propuestas elegidas de 26 países. Con una asignación de siete mil dólares, el Complejo recurrió inmediatamente a la cooperación del Centro Cultural El Obrador, que también depende de la Secretaría de Cultura y Educación de la Municipalidad. Situado en el Distrito Oeste, El Obrador fue convocado por su ubicación en una zona de migrantes internos qom, mocovíes y guaraníes oriundos del norte del país y asentados en Rosario.»

Y sigue: «Ubicado en pleno asentamiento qom, El Obrador es además la sede del microemprendimiento “Periférico. Objetos lúdicos”, que coordinan desde la Fábrica de Juguetes Mariela Mangiaterra y Elsa Albornoz. “Es un lugar interesante que pueden ocupar los mayores; son los abuelos de la comunidad, maestros artesanos del juguete, quienes fabrican juguetes autómatas a manivela y los venden. Esta especie de Gepettos de la comunidad fueron convocados para construir la Astroludoteca, y realizaron artesanalmente soluciones complejas como sistemas de poleas para accionar personajes”, comentó Mangiaterra sobre el dispositivo que relata parte de las leyendas recuperadas a través de imágenes y audio, y que ella contribuyó a desarrollar junto con un equipo que aborda el juego y la infancia.»

El proceso de realización puede verse en el video que hizo Isis Milanese sobre la Astroludoteca: 

Además de la nota mencionada de Beatriz Vignoli en Rosario 12, Agustín Aranda publicó ésta nota en El Ciudadano y también La Capital publicó ésta otra. Tres años antes, en 2012, cuando la CAM recibió el subsidio del BID, Laura Hintze escribió sobre el proyecto en El Ciudadano.

En este posteo inicial voy a reproducir el prólogo de esa exposición y a partir de acá realizaré posteos individuales para cada historia puesta en escena en esa muestra maravillosa.


“La casa del cielo”

Lo que la comunidad qom ve en el cielo, contado por sus abuelos

Todas estas historias nos las contaron ancianos de la comunidad qom que viven en Rosario. Al contarnos recordaban cuando eran niños y escuchaban los mismos relatos, que a su vez les contaban sus abuelos.

Todas son historias sobre el cielo.

El cielo es la casa común. En cualquier lugar del planeta y momento de la historia es el punto más lejano al que podemos mirar.

El cielo es el mismo, pero según quién lo mira cambian los significados de los dibujos que vemos en él. Y las características del pequeño lugar en el que vivimos también modifican lo que vemos. La historia del Mortero de la Abuela cuenta el origen de las galaxias llamadas Nubes de Magallanes. Al mirarlas a simple vista en la noche del monte, sin la competencia de luces de la ciudad, los qom las describen con un número mayor de estrellas de las que podemos ver aquí. Ese monte originario del que viene la comunidad qom es el escenario de todas estas historias.

Con este trabajo pretendemos amplificar la mirada de esa porción de cielo que vemos quienes habitamos la ciudad, la provincia y las provincias cercanas. Se puede observar mejor las estrellas con las nuevas tecnologías, y también con esa especie de telescopio que son estos relatos de un pueblo originario.

Las historias principales (El Mortero de la Abuela, Rapiche’n y el Mañec) son sobre tres formaciones celestes o grupos de estrellas que los qom conocen, leen e interpretan; también son una guía para su vida diaria.

“Se puede leer un cielo estrellado, se puede leer un tacho de basura”, como dijo la escritora Graciela Montes.

Estas historias también son como cajas de sorpresas. Nos asombra cómo un mismo relato nos cuenta el origen del mundo, cómo se conectan lo vivo con lo muerto, la importancia de la lengua y la identidad y, al mismo tiempo, describen procesos de la vida práctica: cómo conseguir y procesar un alimento, los materiales naturales para hacer una artesanía o un medicamento. Es una forma de vivir que conoce profundamente los recursos de la naturaleza.

Estos relatos hacen visible el hilo mágico que une los distintos planos de la existencia. El de los grandes misterios junto con los ritmos de la naturaleza, los ciclos, las estaciones.

Este trabajo también es el resultado del encuentro entre dos culturas: la que trasmite lo que sabe y sus preguntas a través de lo escrito, de los libros y la letra, y otra que lo hace a través de la palabra oral.

Es el intento de escribir lo que se escucha en el viento, en la voz de una comunidad.

Relatos orales:

Ruperta Pérez

Arsenio Borgez

Idea y realización:

Elsa Albornoz

Pedro Lois

Juan Manuel Maggi

Mariela Mangiaterra

Adrián Ayala

Colaboración técnica:

Lena Pino

Lucas Cosignani

Centro Cultural El Obrador

Complejo Astronómico Municipal

Secretaría de Cultura y Educación

Municipalidad de Rosario   

Este texto se exhibió en el módulo 1, Lateral B de la muestra Astroludoteca.

domingo, 19 de enero de 2020

dama de noche

Mariela Mangiaterra
Una conversación por WhatsApp

Una vez que fuimos al río con Gaby, con vos, con Pablo.
Una señora que tenía un jardín ahí, en la barranca, me regaló un gajo de una planta que quise tener siempre. La única.
No me gustaban las plantas. Admiraba a Gaby cuidando sus rosales en Oroño y Gálvez, a vos con tus comparaciones entre los reinos vegetal, etc., a Pablo, jugando siempre con la madera, el oriental, con sus fuegos y maderas apiladas.
Pero esa planta única para mi era la Dama de noche.
Mi tía, cuando eramos chicas, nos sentaba a la tardecita para ver ao vivo cómo se abría en el lapso de unas horas. ¡Estaban vivas! Y al otro día, unos tristes capullos secos.
Ese gajo nunca prendió. Y abandoné todos los cuidados especiales que le daba a esa ilusión.
Hace unos años, el joven vecino viverista dejó la casa lindera que alquilaba y me dijo que todas las plantas que quedaban en su terraza me las regalaba.
Empezó un tráfico de macetas por la medianera. (Un día encontré a mi vieja y Vicente recopados con la operación hormiga, trepados a una escalera enclenque.)
Las planté en el suelo, a algunas, y a otras las acomodé en un estante, y empecé a cuidarla con la responsabilidad que me fue transferida.
Pero resulta que me empezaron a gustar las plantas. 
Me empezó a gustar verlas desenrollarse, pintarse, caerse y levantarse.
En San Marcos Sierra, la señora de la panadería Saint Germain (¡no se pierdan esos manjares por favor!) me dijo que tuve suerte de conocer y gustar de uno de los planos de la vida a los 50, podría no haber ocurrido nunca. Conocí un Reino.
Hace unos días, de esa planta que de cada hoja alargada nacen muchas nuevas hojas alargadas chiquitas tuvo un capullo –va a tener una flor, dije. Al otro día ese capullo estaba seco.


La Dama de noche. Me la perdí.
(Bueno, cosa de vieja. Supe de amigas sexage que se llaman por teléfono para transmitirse en vivo el espectáculo o que se ponen el reloj de noche para no perdérselo.)
Tengo la flor que quise siempre y no la vi.
Pero hubo réplica. El día, la nochecita de las fotos de la planta y la claraboya yo intuía que iba a ocurrir porque había soltado un nuevo retoño, iba a cada rato al patio hasta que me topé con ese Sol de Noche.

domingo, 4 de febrero de 2018

ya es la hora

por Mariela Mangiaterra

A mi antes me gustaba más viajar. Hasta me veía distinta. Se me coloreaban los cachetes de la cara, el pelo se ponía mas brillante.
Cada vez me asimilo más al grupo de los que se quedan.
Como la primera generación de los que nos hospedan acá, sin ir más lejos. 
A eso de las 10 uno de ellos cruza delante de la casita donde paro con una botella vacía. Cruza la acequia haciendo equilibrio entre las piedras. Y va a reunirse con otro viejo y dos viejas en lo más alto de la finca. Una es la mamá de Pablo, el chico que nos alquiló por internet.
Por la tarde escucho que el viejo les dice a los otros tres: "Damas y caballeros, si me disculpan, ya es la hora", y hace el camino inverso hasta la última casa, más abajo, y se sienta en la galería a mirar el cerro.
Un mediodía me acerco hasta la reunión de ancianos para pedirle un mantel a la mamá de Pablo. La encuentro refunfuñando y quejándose de los otros tres. Me dice que el que cruza delante de mi casita y la otra mujer son sus hermanos y el otro viejo, que me mira como una tortuga, es su marido.
"Todos me dan trabajo! Por ejemplo ahora no me dicen si quieren que haga la rúcula".
Me parece una locura toda esta gente grande moviéndose sólo unos metros entre parientes.
También me gusta el proyecto del viejo. Cuántas visiones del cerro sobreimpresas pueden ser almacenadas? Cuántas coloraciones? Cuántas iluminaciones?
Me gusta el tiempo.

viernes, 21 de agosto de 2015

el niño en juego

El lunes 21 de junio de 2004, en la sección Cultura que editaba en un diario de Rosario, publiqué esta entrevista que Mariela Mangiaterra, Gabi Chaia y Elisa Domínguez le hicieron a Marisa y Ricardo Rodulfo, que entonces habían dado un seminario en Rosario.


 Imagen tomada de rodulfos.com. El archivo de imagen se llama "mami.jpg". 

El psicoanálisis siempre tuvo que ver con la infancia, o vérselas con ella. Pero ¿cuáles son las particularidades, la lógica de un tratamiento con un niño? Los psicólogos Marisa Punta Rodulfo y Ricardo Rodulfo no retroceden ante esa pregunta y reconocen la especificidad del trabajo con niños, abren nuevas sendas para la investigación y la creación mientras construyen otra mirada sobre el niño que juega, el niño que dibuja, el niño que sufre.
Ricardo Rodulfo elige definir su práctica en dos vertientes, la clínica con niños y adolescentes y la escritura “que debe mucho a la música y los juegos de los niños”. Marisa Punta Rodulfo habla de su gusto por el diálogo con distintas edades y dice que el trabajo con niños, además de divertirla, le aporta frescura y le sirve en el resto de la clínica y en la vida. Son psicoanalistas, profesores de la Universidad de Buenos Aires en las cátedras “Clínica de niños y adolescentes” y “Psicopatología infanto juvenil”, y en el posgrado sobre la misma materia. Los dos trabajan como peritos en causas de derechos humanos junto con Abuelas de Plaza de Mayo, así como en casos de abusos psíquicos, físicos y sexuales a menores.
Autor de El niño y el significante, Dibujos fuera del papel y El Psicoanálisis de nuevo, su libro más reciente, Ricardo Rodulfo es también director de la Fundación de Estudios Clínicos en Psicoanálisis. Marisa Punta Rodulfo es autora de El niño del dibujo e investiga las distintas producciones gráficas en la estructuración subjetiva y las problemáticas psicopatológicas.
—¿Cuál es la especificidad del trabajo con niños?
—Ricardo Rodulfo: En una primera instancia el sufrimiento que puede tener un niño y su familia. Sufrimientos concretos de mayor o menor gravedad. Pero más allá de eso la tradición de nuestra cultura de occidente encara la reflexión sobre lo humano teniendo como modelo el hombre, que en realidad es el hombre adulto, varón. Lo que a mi me interesa es una reflexión sobre lo humano teniendo en mente el niño que juega y no el hombre que piensa o el hombre que habla. No porque esto sea un modelo despreciable o arrojable sino porque modifica bastante el pensar lo humano desde el niño que juega, el niño en juego. Por lo cual el niño que sufre sería una problemática particular dentro de ese campo más amplio del niño que juega . Esto quiere decir para mí que la clínica va más allá de lo que se significa con curar. No porque esto no tenga importancia, sino porque si fuera eso lo único importante, se perdería por ejemplo lo que podríamos llamar la creatividad potencial en un ser humano.

—¿ Jugar es espacio de poder para el niño?
—R.R.: Yo diría que sí, sobre todo en cuanto a capacidad de resistencia y la chance de tener un modo propio de relacionarse con las cosas. Y como un trabajo de distanciamiento, que luego se ve en el humor, que ya fue caracterizado como una cierta posibilidad de distanciamiento con respecto a lo que llamamos la realidad, en su sentido más abrumador.

martes, 3 de mayo de 2011

infancia y ciudad

El 4 de abril de 2005, hace seis años, bajo el título "Con ojos de niño", Mariela Mangiaterra registró la última visita de Francesco Tonucci a Rosario. “Sostenemos de la mano a nuestro hijo porque tenemos miedo”, decía Tonucci. ¿Viven los niños hoy en una ciudad más segura en el único sentido en que necesitamos ciudades seguras: control, regulación y educación del tránsito? Como Tonucci está de vuelta en la ciudad, repasamos lo que dijo.
  

En la inauguración oficial de la muestra “Frato en volumen”, una colección de escenarios lúdicos basados en las viñetas de Francesco Tonucci, un grupo de niños juega. Lo hacen con la concentración y el desparpajo de quien está haciendo algo importante. No los distraen ni las palabras del intendente Miguel Lifschitz, ni las del propio Tonucci. Juegan  alrededor de una caja de madera que contiene arena húmeda, palitas, rastrillos y baldes. Sobre el arenero cuelga una imagen de un personaje de Frato –seudónimo con el que Tonucci firma sus dibujos–, que dice: “¿Podrías decirme cuánto cuesta este estupendo juego?”
“Ciento cincuenta dólares”, dice un niño. “No, cien pesos” dice otro. Ante la pregunta de si eso es caro o barato, todos saltan: “¡Es caro!”. Y arguyen: “Porque es grande”. “Aunque es arena, de la que hay en la playa o en el río”. Cuando se les pregunta si ellos tienen juguetes que cuesten eso, una niña dice: “¿Existen juguetes que cuesten tanto?”. “Sí, los Max Steel. Yo tengo”. “Y las Barbies”.
En el relato de Tonucci, creador del proyecto Ciudad de los Niños, acerca de su infancia en Fano –pequeña ciudad italiana de La Marche–, quizá puede atisbarse su interés por  las ciudades y sus procesos de construcción desde la perspectiva de la mirada infantil: “Yo digo siempre que he tenido la suerte de nacer en tiempos de guerra. No había nada, no había juguetes y nosotros no teníamos más remedio que inventarlos y construirlos con lo que se encontraba por la calle: papel, barro. Y jugamos muchísimo. Lo segundo, la guerra destruía  y esto es lo que para los adultos es terrible, y yo lo entiendo hoy. Pero de niño, esto creaba mundos impresionantes para nosotros, mundos abandonados para los adultos. Una casa abandonada es un lugar de juego impresionante para los niños. Y después, he podido vivir mi infancia y mi juventud en un país que se iba reconstruyendo y esto es una experiencia de gran valor social y cívico. Ayer los chicos adolescentes, que ya concluyeron su tarea como consejeros, me hicieron la primera entrevista de su programa de radio y me preguntaron cuáles eran mis deseos de chico. Les conté que yo no veía la hora de llegar a ser grande para hacer mi parte en la reconstrucción. Qué lejos está esto de lo que piensan los chicos de hoy. Con esta actitud cínica de separarse de su propia ciudad, como diciendo: esta es la ciudad de ustedes, no la nuestra. Y nosotros, al participar de esa experiencia de reconstrucción, nos animábamos a contribuir con esa obra. Y eso ha sido importante también en las experiencias que yo he hecho después como investigador y pedagogo”.  
Dibujos de niños que cuelgan del perchero de una guardería, de los tendederos de ropa entre los edificios o atrapados en las páginas de las tareas escolares. Y como contrapartida, la resistencia que ejercen los chicos: inventando sistemas de poleas que los comunican de balcón a balcón, o con la mirada absorta que se escapa del salón de clases siguiendo el vuelo de una mariposa. Después de recorrer la muestra que contiene las viñetas de Tonucci, una de las impresiones más fuertes en torno al pensamiento del autor es que hoy necesitamos tener a los niños cerca, bajo vigilancia; pero lejos, en la imposibilidad de producir verdaderos momentos de encuentro con ellos. 
“El niño –dice Tonucci– tiene que sentir los padres cerca, pero el vínculo es afectivo, no geográfico. Hoy en día el vínculo geográfico, muy frecuentemente, sustituye al afectivo. Dejar la mano de un niño es un hecho de amor, no es un hecho de desinterés. Es porque yo lo quiero mucho que acepto el miedo de dejarlo, porque yo sé que lo necesita. Separarse siempre es algo que cuesta. Muchos padres me dicen: «Mi niño no me cuenta nada». No cuenta nada porque vive toda su vida entre adultos, por lo cual piensa que todo lo que le ocurre éstos ya lo saben. ¿Cuándo vale la pena contar? Cuando se va solo, con amigos. Cuando va a jugar en un campo o en una calle, una vereda o una plaza. Y descubre algo y se cansa, suda, se estropea, le ocurre algo. Al final vuelve a casa, cansado, feliz, sucio, con hambre y ganas de contar. Esto es un niño feliz o, en todo caso, un niño que cumple su papel y hace su oficio, que es jugar. El problema que estamos viviendo hoy en Italia, después de Estados Unidos, es la obesidad infantil, que será una gran alarma de las próximas decenas de años. Porque los niños se quedan en casa frente a la televisión, comiendo. Que un niño pueda volver a casa con hambre es precioso en el mundo occidental. Aunque aquí hay niños que viven con hambre. Esa es, por supuesto, otra situación que hay que enfrentar de otra manera. Yo creo que es importante que los adultos tengan la capacidad de dar un paso atrás, de devolver tiempo libre a los niños, renunciando a algunas de esas actividades que se regalan a los niños, porque a nosotros nos gusta pensar que nuestro hijo sabe hacer esto o aquello. Que pueda llegar a ser un campeón de fútbol y por lo tanto no lo dejamos jugar a la pelota y lo inscribimos en una escuela de fútbol”.
Tonucci sostiene que por su condición de excedente, de dentro de una sociedad adultocéntrica, los niños ven, denuncian, proponen cosas nuevas. Por eso, parte de su trabajo consiste en asistir a las reuniones de los Consejos de Niños –que en Rosario ya son seis–, para escuchar a los que considera los agentes naturales del cambio. “Yo voy a escucharlos –dice– porque estoy muy interesado en robar ideas. Retomamos un hilo que estoy siguiendo en Rosario desde hace seis, siete años, que es el tema de la inseguridad y de la necesidad que los niños sienten, igualmente, de salir de casa. Esto empezó en el 99 con una frase de una niña que decía: «Los padres tienen que ayudarnos, pero de lejos», que es un resumen de una filosofía de ciudadanía.  Los niños piden a sus padres que hagan un paso atrás como padres, como individuos, en el nivel de lo privado. Y que asuman un papel público, como ciudadanos. Esto significa algo así como: «No es mi padre sino que es un poco padre de todos los niños que están alrededor»”.
El segundo nudo de este hilo de trabajo se ató en el 2003: “Cuando otra niña –cuenta Tonucci– dijo: «Si nos tienen siempre de la mano, un día tendrán que dejarla y yo tendré miedo». Y esta también es una frase densa de significados. Porque nosotros, adultos, tenemos la mano de nuestro hijo porque tenemos miedo. Pensando que el niño tiene miedo. Y esta niña nos advierte: «Mirá que yo tendré miedo y me estás dando lo contrario de lo que querés darme. Querés darme seguridad y en realidad me estás dando miedo». El tercer nudo del pasado lo aporta un niño que dice: «La solución es simple, es suficiente dos padres tomando mate en cada cuadra». Ahora hay un proyecto de poner bancos en las calles del distrito norte para invitar a los padres a detenerse”.
En el encuentro de la semana pasada, según Tonucci, los niños dijeron: “«Queremos que los padres aprendan». Esto fue muy divertido, porque normalmente son los hijos los que tienen que aprender. ¿Y cómo aprenden los padres? «Si nos dejan un poquito y nos observan, aprenderán que somos capaces y no tendrán miedo»”.   
La filosofía del pedagogo no admite más límites para la concreción de su ideario que la acumulación de  poder  en manos de los adultos, a la vez que en ellos deposita la responsabilidad excluyente de vehiculizar las necesidades de los niños. “La dificultad mayor del proyecto –dice– es tomarlo en serio. Es un proyecto muy fascinante, es muy difícil que los adultos escuchen la presentación de este proyecto sin animarse, sin emocionarse. Por lo cual es muy común que los adultos se anoten y adhieran a este proyecto, sin darse cuenta lo que cuesta. Escuchar a los niños y aceptar su punto de vista significa renunciar a algo como adultos. Ellos no lo tienen en cuenta y dicen: esto no se puede hacer, no tenemos espacio y no tenemos dinero. Después de haber estado todos de acuerdo para hacerlo. Este es el problema más grande, escuchar a los niños requiere aceptar lo que los niños proponen. No para hacer todo lo que dicen, sino para abrir con ellos una relación correcta”.
Tonucci es investigador del Instituto de Psicología del Consejo Nacional de Investigaciones (CNR) de Roma. Dedica su actividad profesional al estudio del pensamiento y el comportamiento infantiles en el ámbito de la familia, la escuela y la ciudad. En 1991 promovió y dirigió el proyecto “La ciudad de los niños” en el Ayuntamiento de la ciudad italiana de Fano y desde 1997 está a cargo del proyecto internacional del CNR que lleva el mismo nombre. Desde 2001 es responsable científico del proyecto “Roma, la ciudad de los niños”, del Ayuntamiento romano. El municipio de Rosario suscribió a ese proyecto en 1996. 
Publicó, entre otras obras, La ricerca come alternativa all’ insegnamento (1972) –edición castellana: La escuela como investigación, Barcelona, 1979–; A tre anni si fa ricerca (1976) –A los tres años se investiga, Barcelona, 1988–; La valuazione como lettura dell’ esperienza (1978); Guida al giornalino di classe, (1980) –Viaje alrededor de El Mundo, Barcelona, 1981– y La città dei bambini (2002) –La ciudad de los niños, Madrid, 2001–.
Como dibujante –bajo el seudónimo Frato–publicó, entre otros, Con gli occhi del bambino (1981) –Con ojos de niño, Barcelona, 1994–; La solitudine del bambino (1995).
 Fotos en santafe.gov.ar

martes, 21 de diciembre de 2010

escritos perplejos


Varias veces le pedí a mi esposa colaboraciones para Cultura sobre su tema de estudio (el juego, la infancia) y varias veces me comuniqué con Graciela Montes por distontos motivos —desde una nota sobre Boris Spivakov hasta alguna opinión suya. En esta nota, publicada el 23 de diciembre de 2002, mi esposa entrevista a Montes.
 

 Foto de Télam.

En Doña Clementina Queridita, la Achicadora, uno de los cuentos de Graciela Montes, una señora muy afecta al uso de los diminutivos, reduce a centímetros todo lo que nombra, personas y cosas que provisoriamente alojará en los compartimentos de una huevera. Las palabras tienen poder, son un escudo, una flecha, un boleto a otros mundos, son el objeto mágico de la literatura de Graciela Montes.
Inventora de universos maravillosos, parece no haber olvidado como se veía y escuchaba el mundo cuando no superábamos en altura el ombligo de los “grandes”.
Como escritora de literatura para niños y jóvenes, tiene más de treinta libros publicados y es una referencia ineludible en la reflexión sobre infancia, educación y literatura infantil. En sus ensayos La frontera indómita y El corral de la infancia, reeditado en el 2001 por el Fondo de Cultura Económica, ofrece una visión muy diferente de los discursos remanidos y políticamente correctos sobre qué es un niño, qué es leer y qué se supone que deben leer los niños.
Creó Libros del Quirquincho y fue miembro fundador de Alija (Asociación de Literatura Infantil y Juvenil de la Argentina); tradujo, entre otras obras, Alicia en el País de las Maravillas, Los cuentos de Perrault y Huckleberry Finn.
—¿Los niños serían una especie de lector ideal, por el asombro con que miran lo que para el adulto es chata realidad?
—Sin duda, los chicos tienen una mayor disponibilidad, están más disponibles al asombro, también a la actividad exploratoria, de recolección de pequeños indicios. Eso no significa que los adultos no puedan recuperar o conservar, y también desarrollar, esa posibilidad de sentirse interrogados, perplejos. Las sucesivas lecturas, en realidad, si siguen siendo lecturas, deberían servir para volver más sutil, más astuta, más amplia y compleja esa actividad inicial de interrogación y construcción de sentidos. Es posible que la educación consista en eso.
—¿Los niños tienen una particular manera de tratar con las palabras?
—Creo que sí. El lenguaje es mundo. Forma parte de esa materialidad, esa presencia sensible y bastante indiscriminada todavía del mundo que tenemos en los primeros años. Las palabras están ahí, son una presencia en medio de muchas otras extrañezas, un poco animales, como bichos, pero al mismo tiempo como mascotas. Un escritor conserva de alguna manera esa sensación de materialidad, incluso esa violencia en relación con el lenguaje. Como está siempre cotejando con el lenguaje, entreverado con el lenguaje, es natural que el lenguaje siga inquietándolo, seduciéndolo y desafiándolo, porque nunca deja de ser un extraño. Para escribir un cuento en el que las palabras se vuelven cosas, o incluso fuerzas poderosas, como sucede en Irulana y el ogronte, me bastó con magnificar esa sensación que siempre tengo.
—¿Qué define para usted el carácter infantil de la literatura?
—Es difícil determinar dónde está lo “infantil” de la literatura, ya que se trata de conceptos históricos, dinámicos. Hay una condensación, una economía y una sencillez. Por lo general. También puede haber –muchas veces hay– fórmula, cliché, tradición férrea, miedo a la innovación, que sería la contraparte no tan bonita ni rutilante de esa sencillez. Gianni Rodari decía que se podía escribir una pieza para toda una orquesta o para unos pocos instrumentos. El mandato de la sencillez parece estar ahí, a la cabeza. Pero por supuesto hay otras marcas: ciertos universos semánticos y no otros (algo que cambia con los tiempos), una presencia más señalada de los cuerpos (también del cuerpo del narrador), etc.
—¿Cuáles son esos universos semánticos y sus variaciones en el tiempo?
—Los hay muy establecidos en la literatura infantil de Occidente (que es un invento bastante reciente, no hay que olvidar, comienza en el siglo XVIII y se consolida en el XIX) como ser el “mundo mágico de las hadas, enanos, elfos, príncipes y princesas, hechiceros, brujas”, etcétera, que después dejó lugar, al menos en parte, al “mundo de los superhéroes” en los que aparece la ciudad moderna; otro recurrente es el “mundo cotidiano/doméstico de los niños” (que supone ciertos recortes, ciertos énfasis, muchas veces vinculados con la obediencia y la desobediencia al adulto), suele ser la variante más “colonizadora” por parte del adulto. Pero hay también un folklore muy interesante, y de signo bastante diverso, por lo general popular, de raíz más vieja que la literatura infantil deliberada, al menos medieval, que dibuja otros universos semánticos, por ejemplo el “escatológico”, también el “disparatado”.
Pero, volviendo a la pregunta anterior de qué caracteriza a la literatura infantil, diría que sobre todo es una cierta clausura, la idea de que se está ingresando a “un mundo” aparte, que a veces es una historia (que construye un mundo en sí mismo) y muchas veces son personajes o colecciones o series. Un mundo con reglas que a nadie asombran allí dentro. Por eso un chico puede “jugar a” eso que estuvo leyendo. En la literatura adulta también hay un tránsito, mundos conjeturales, por supuesto, ficción, pero por lo general no tienen esa marca de clausura y de diferenciación tan fuertes, me parece. En todo caso, la cuestión de qué es lo que hace “infantil” a un cuento “infantil” es algo que debería ser investigado en serio.
 —¿Cómo se pueden favorecer verdaderos espacios de lectura y escritura para los niños?
—No es una pregunta que se pueda responder de una única manera. La lectura es una posición, y se puede adoptar de maneras muy variadas. Se puede leer un cielo estrellado. También se puede leer un tacho de basura. Se puede “leer” la televisión, cosa que sería muy sano hacer, cuanto antes. El mundo social, los gestos, las conductas... Y por supuesto se pueden leer cartas, diarios, revistas, pantallas, libros, imágenes.
—¿Y con respecto a la escritura?
—Tampoco hay una única manera de “escribir”, de “decir” en palabras, con pretensión de sentido y además con pretensión de perduración, de marca. La escritura no debería separarse del deseo de decir. A veces los talleres literarios lo hacen, otras veces no. Escribir es siempre dejar una marca, en ocasiones eso se olvida y se insiste en un aspecto trivial de la escritura, una escritura indiferente, que al escritor no lo toca. Y sin embargo la escritura está siempre entre lo que uno tiene para decir y lo que uno tiene para callar, pero no en otro lado. A veces me asusta que los jardines de infantes se afanen tanto porque los chicos “escriban un cuento”, o incluso una novela (esto es algo que oí decir), no parecen registrar que los niños pequeños cuentan sus historias a su manera, cuando juegan, ésa es su “escritura”. Está mucho más cerca el juego (que es sutilísimo en los niños) de lo que después vamos a llamar literatura, que esos “libros”, que tienen por lo general una exagerada mediación del adulto (y de los clichés de los adultos), con lo que corren el riesgo de perder todo sentido y convertirse en simulacros. Si se quiere favorecer la lectura, habría que favorecer la actitud de perplejidad, de interrogación, por un lado, y de audacia, de exploración y también de coherencia por otro. Leer y escribir vienen siempre juntos. Ocasión de leer o de que a uno le lean, lecturas variadas, punzantes, memorables, útiles, una mezcla constante de familiaridad y desafío, ojo crítico, desmonte de los prejuicios, curiosidad, insatisfacción incluso son buenos estimulantes.
—¿Qué es lo que no han perdido, o lo que recuperan los adultos que siguen en sintonía con el mundo infantil a través de su obra?
—Supongo que lo que se conserva es sobre todo el “extrañamiento infantil”, esa sorpresa, esa disponibilidad. Es posible que se pierda parte de la ironía adulta, o que se recorten algunas exploraciones (por ejemplo, dar cuenta del poder real, histórico, del mundo, o de la corrupción del Estado o de la propiedad de los medios de comunicación). Desde una óptica infantil sería algo difícil, salvo que se simplifique todo y se lo vuelva demasiado alegórico y maniqueo, que por cierto es lo que hacen muchos, ¡y no son niños ni tienen la disponibilidad de los niños!
—¿Podría hacer algunas sugerencias para incorporar a una biblioteca infantil?
—Hacer un listado sería cosa de nunca acabar. Lo mejor para una biblioteca es tener al frente a un buen bibliotecario, él es el que sabe hacerse de un acervo, el mejor para sus lectores. Con todo, ahora que viene el verano, me permito sugerir Huckleberry Finn, de Mark Twain. Es mejor leerlo al aire libre y, si es posible, cerca del agua.



De corrales a tranqueras

El corral de la infancia
Nueva edición revisada y aumentada
Graciela Montes
Fondo de Cultura Económica, Espacios para la lectura
México, 2001
145 páginas

por Mariela Mangiaterra

Pulgarcito y sus hermanos, perdidos en el bosque, golpean las puertas de una casita. La mujer que los atiende los conmina a irse tras informarles que es la casa de un ogro come-niños. Pulgarcito le contesta: “Si usted no quiere aceptarnos en su casa es seguro que esta misma noche nos comen los lobos del bosque y, siendo así, preferimos que sea el señor el que nos coma”.
No hay como un buen ogro para comprender la infancia, dice Graciela Montes, porque la figura del ogro revela la asimetría, sobre todo de poder, que hay en la relación niño-adulto.
El ogro hace de guía en el recorrido por la historia de la infancia, que va desde el rapto y la matanza hasta el exceso de cuidados, vigilancia y asfixia.
El Lazarillo de Tormes, Alicia, de Lewis Carroll, y Bart Simpson: tres posibilidades de ser niños, según los modos legitimados por la cultura en diferentes épocas.
Es al menos curioso que Montes, que elige definir un aspecto de la relación de los adultos con los niños en términos de colonización, haga a la vez el elogio de esa literatura infantil que no escatima en la proliferación de brujas, monstruos y otros seres fantásticos.
Así, en El corral de la infancia, una serie de ensayos publicados por primera vez en 1990 y reeditados con nuevos textos el año pasado por el Fondo de Cultura Económica, Graciela Montes desmenuza aquella aparente paradoja, al reivindicar una tradición de la literatura infantil que ha sido censurada, entre otras cosas, por ser una estrategia para dominar a los niños a través del miedo.
La literatura “de corral” es el resultado de todos los cercamientos que se han instaurado desde la cultura para proteger “la dorada infancia”, fijando cuáles son las dosis adecuadas de fantasía y realidad que convienen a los niños.
El río de la literatura, con su potencia de situar al lector (aún el infantil) frente a otras perspectivas, otros descubrimientos, haciendo lugar a los monstruos y las verdades, corre entre dos pesados desfiladeros. Por un lado el del “realismo mentiroso”, donde la muerte, la historia y la sexualidad son suprimidas o disfrazadas hasta el extremo de la inconsistencia y, por otro, el del “sueñismo divagante”, como colección de fantasías estereotipadas de las que se vuelve tranquilamente y sin consecuencias al caer en la cuenta de que sólo se trataba de un sueño.
Como exponentes de la literatura infantil que ha sabido esquivar impedimentos o saltar tranqueras, con sus buscas textuales, con sus innovaciones, sus rupturas de tradiciones del género, en El corral de la infancia hay un homenaje a la obra de Charles Perrault, Hans Christian Andersen y Lewis Carroll.
Al hacer un repaso de las marcas que la historia va inscribiendo en la construcción de la infancia, como respuesta propia de cada época a la pregunta ¿qué es un niño?, la autora releva avances y retrocesos, viejos tabúes y corrales nuevos de los que son objeto los infantes y responsables los adultos.
Esta reedición del Fondo contiene nuevos ensayos que suplementan y actualizan la edición original de Libros del Quirquincho.