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"I don't want to belong to any club that will accept people like me as a member." Groucho Marx en Groucho and Me (1959).
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jueves, 14 de agosto de 2025

libertad, plaza de la

En la EMR preparamos un Diccionario de Rosario inspirado y basado de alguna forma en el que Wladimir Mikielievich escribió durante casi toda su vida. Como muchas de las entradas seleccionadas requieren actualizaciones, e incluso hay que escribir nuevas entradas (sobre todos las que conciernen al siglo XXI, que Mikielievich no vio), encarmos acá la publicación de esas entradas, que seguramente se reducirán para ingresar al texto, según su redacción original.

Imagen guardada por Mikielievich que fecha la inauguración de la plaza y el emplazamiento del busto de la Libertad el 1 de diciembre de 1980. El busto ya no está en la plaza.

LIBERTAD, plaza de la, Urb, Hist. Hasta 1968 la manzana recortada por Mitre, Pasco, Sarmiento e Ituzaingó —hoy la Plaza Libertad, o “de la Libertad”, como figura en registros catastrales de la municipalidad (sección 02, manzana 057)— ofrecía al paseante un edificio central coronado por cinco picos galvanizados sobre el frontón que terminaban de dar forma a los altos techos a dos aguas del Mercado de Abasto de Rosario, que legó su nombre al barrio. El mercado, además del comercio de alimentos frescos, forjó la identidad del barrio desde 1918, cuando comenzó a funcionar, poblándose de bares, fondas, bodegones, pequeños comercios y conventillos donde se alojaban —a veces con sus familias— puesteros y changarines, que circulaban en torno al lugar que 50 años después fue trasladado al Mercado de Productores de San Nicolás y 27 de febrero y al Mercado de Concentración de Fisherton. El edificio terminó de demolerse en 1969 y quedó un terreno con tierra y escombros que fue convertido en pista de motocross hasta que en la intendencia de facto de un oficial de la Marina (1976-1981) se inauguró la plaza de la Libertad el 30 de diciembre de 1980, cuyo alrededor mantuvo durante unos 20 años el paisaje de casas más o menos bajas, establecimientos pensados para almacenes, comercios y depósitos. Avanzados los primeros años de democracia, a fines de la década de 1980, como haciéndose eco de su nombre, la plaza fue escenario de ofertas sexuales que escandalizaron a una sociedad que aún convivía con la Liga de la Decencia (ya sin la virulencia que tuvo durante la dictadura), no sólo la prostitución más frecuente, también se hicieron visibles las travestis. “Una plaza seca con algunos juegos y un poco de arena y unos árboles”, le describe un periodista en una revista independiente de 1990. Y agrega: “Unos arquitectos proyectaron allí una plaza de formas nuevas. Una fuente rectangular modelo Mundial ‘78 (como la del Centro Cultural) y, en la depresión del terreno, un cantón de arena ovoide con juegos —algunos artesanales— y unos pequeños túneles para que pasen los niños, hechos de caños de fibrocemento para cloacas. Lo demás es de hormigón. Formas simétricas. Escaleras de pocos escalones, casi simbólicas y sin dudas menos prácticas que rampas. Árboles que deberían crecer para parecerse a los árboles. Mesas de cemento con pequeñas baldosas negras y blancas formando fríos tableros de ajedrez, etc.” La descripciòn es parte de una crónica sobre un bar que funcionó entre 1987 y 1992 en la esquina de Sarmiento e Ituzaingó, frente a la plaza, Inizios, el primer bar gay de Rosario, creado sólo cuatro años después que el primer bar de ese tipo en Capìtal Federal. En noviembre de 1998 la Plaza Libertad fue la arena de un foro en el que “un grupo de travestis y el Colectivo Arco Iris —que reunía a la comunidad LGBT de la ciudad— denuncian el pago de coimas y los favores sexuales que exigían los policías de Moralidad Pública para dejarlas en paz. La respuesta brutal del jefe de policía fue incrementar razzias y hacer declaraciones paradigmáticas de la discriminación, como llamar ‘mascaritas sidóticas’ a las travestis o recomendar que se las separe de la sociedad, lo que lo obliga a renuncir y con ello termina una época de persecuciones”, según la crónica que hace un periodista rosarino en una revista en 2024, que rememora la noche de Rosario. La plaza se reinauguró con reformas y mejoras en julio de 2023, con nuevos canteros sobre el sendero en diagonal existente y más árboles, ampliación de espacios verdes sobre calles Pasco e Ituzaingó, se ejecutaron rampas de acceso en las cuatro esquinas, así como una para subir al escenario y a juegos. Se colocó una estación aeróbica, un skatepark, se sumó mobiliario urbano, bancos y mesas, cestos y equipo de riego. Además, se instaló un nuevo piso de caucho antigolpes para mayor seguridad de niñas y niños. Una imagen de San Cayetano, resguardada en una caja enrejada, casi en la esquina de Mitre y Pasco, recuerda que la plaza es el punto de partida de la procesión del santo cada 7 de agosto hacia la iglesia de calle Buenos Aires al 2100.


El Mercado del Abasto que funcionó donde hoy está la plaza hasta 1968. La imagen es de los años 30.




independencia, parque de la

En la EMR preparamos un Diccionario de Rosario inspirado y basado de alguna forma en el que Wladimir Mikielievich escribió durante casi toda su vida. Como muchas de las entradas seleccionadas requieren actualizaciones, e incluso hay que escribir nuevas entradas (sobre todos las que conciernen al siglo XXI, que Mikielievich no vio), encarmos acá la publicación de esas entradas, que seguramente se reducirán para ingresar al texto, según su redacción original.

Parque de la Independencia, ca. 1930 (postal coloreada).

INDEPENDENCIA, Parque de la. Hist. Urb. La iniciativa de construir un parque en la zona sudoeste de la ciudad de la época data del año 1896 y se lo ubicaba en el sector limitado por la calle 9 de Julio, bulevar Oroño (entonces Santafecino), las avenidas Pellegrini (antes bulevar Argentino) y Ovidio Lagos (antes calle La Plata), conforme a un proyecto del jefe del Departamento de Obras Públicas, el ingeniero Héctor Thedy. Estudios realizados durante la primera intendencia de Luis Lamas (1898-1901), determinaron ubicarlo en la superficie limitada por Lagos e Ituzaingó, calle Santiago, Cochabamba y Moreno, bulevar 27 de febrero (entonces Rosario). Una ley provincial de agosto de 1900 autorizó la expropiación de los terrenos con destino al parque “de la” Independencia (tal como figura en registro catastral). El parque —que no ocupaba todavía los 1,26 kilómetros cuadrados de extensión actuales— fue inaugurado la noche del 1° de enero de 1902 y otra ley provincial de junio de ese año autorizó a la Municipalidad la expropiación de los terrenos adyacentes al parque, limitados por Pellegrini y Santiago, Ituzaingó y Lagos, inclusive, y la manzana circunvalada por Pellegrini, Alvear, Cochabamba y Santiago, todos ellos necesarios para regularizar la superficie del parque. No fue sino hasta la década de 1930 que el parque adquiriría el tamaño y la fisonomía actual, aunque los cambios continuaron hasta principios del siglo XXI. En 1912 una nueva ley provincial autorizó otras expropiaciones destinadas a regularizar el trazado. El Rosedal, frente a bulevar Oroño y rodeado por las avenidas Intendente Coronado (ex Los Brachichitos) y Dante Alighieri, fue inaugurado en diciembre de 1915. El área parquizada fue ampliada en 1932 en un 30 por ciento, construyéndose jardines frente al cementerio El Salvador y acceso a la avenida Pte. Perón (ex Godoy). En 1980 se incorporaron al parque los terrenos antes ocupados por galpones municipales que se demolieron frente a la avenida Lagos, desde calle Ituzaingó hasta el codo del circo de carreras del Hipódromo Independencia (inaugurado en 1901). En marzo de 1916 un concesionario habilitó góndolas, lanchitas, automóviles, botes ingleses a doble remo, hidropatines insumergibles, bicicletas acuáticas y otros aparatos para recorrer el lago, en cuya construcción y en la de la montaña se ocuparon vagos e infractores reclutados por la policía y castigados para realizar trabajo público. En el centro del lago se encuentra una fuente de aguas danzantes inaugurada en diciembre de 1998. La Fuente de Cerámica donada por la comunidad de residentes españoles atravesó el Atlántico, de las mayores en su tipo, se inauguró en 1936 a un costado del Rosedal. El Jardín Francés, sobre Pellegrini, se inauguró en 1942. El Calendario, donde los jardineros modifican los macizos de flores para mostrar el día del año y la fecha funciona desde 1946. Dentro del parque también está la ex Sociedad Rural (hoy un área de galpones y espacios abiertos reservada para actividades masivas). El Museo de la Ciudad de Rosario (hoy Wladimir Mikielievich) se creó en 1981 y funciona en el parque desde 1993, en el edificio inaugurado en 1902 como Escuela de Aprendices Jardineros. El Estadio Municipal Jorge Newbery (primer club público estatal de Argentina) se creó en 1925. El Museo Histórico Provincial Dr. Julio Marc se inauguró en 1939. El Museo Municipal de Bellas Artes Juan B. Castagnino fue abierto en 1937. El Jardín de los Niños, un área de 3,5 hectáreas con divertimentos como la Máquina de Volar y facilidades educacionales (parte del Tríptico de la Infancia), donde funcionó hasta 1997 el Zoológico Municipal, se inauguró en medio de la crisis de 2001. El International Park, en la esquina de Oroño y 27 de Febrero, donde funcionaban atracciones mecánicas, fue desmantelado en 2013, luego de un accidente en el que murieron dos adolescentes. Un parque similar, más pequeño, funciona frente al Estadio del club Newell’s Old Boys. Además de ese club, en el Independencia funcionan otros dos: el Gimnasia y Esgrima de Rosario (Moreno y Cochabamba), y el Atlético Provincial, abierto en 1915 entre 27 de Febrero, Pueyrredón, Dante Alighieri y el estadio municipal. El Parque Independencia ha sido escenario de las páginas de literatura producida en Rosario; al menos dos de sus escritores lo incluyeron el título de sus libros, Edgardo Dobry en El lago de los botes (Lumen, 2005), y Elvio Gandolfo en Real en el Rosedal (EMR, 2009).   



sábado, 8 de febrero de 2025

el amigo ha muerto

La última vez que lo vi había ido a visitarlo a la casa de su madre en el barrio Somisa, en San Nicolás, y fuimos a ver el nuevo balneario que había hecho la Intendencia en el ex dique de la Rycsa, sobre el arroyo Ramallo. Entonces llegamos hasta la capilla Sagrado Corazón, en barrio Sironi, donde él se mofó a su modo de la soledad del paisaje y el amarillo plomizo del templo que se erguía contra el cielo encapotado. Al lado había un salón de ceremonias levantado en los 60-70, de una arquitectura racionalista que contrastaba tanto con la de la capilla que volvía irreal cualquier comparación. “Y mientras estamos acá, curioseando, ahí adentro hay una secta rindiendo culto a alguna de las deidades de Lovecraft”, dijo y le festejé el comentario, con el que volvíamos a hablar del gótico.


Juan Pablo Dabove nació en Rosario en 1969, pero se fue a vivir con sus padres a San Nicolás de muy chico. Su padre, un ingeniero que trabajaba en la planta de Siderúrgica Argentina, lo envió a hacer el secundario en el Liceo Aeronáutico Militar de Funes. Cuando salió de allí volvió a Rosario y estudió Letras en la UNR, donde fue profesor hasta que en 1998 aplicó para una beca doctoral en la universidad de Pittsburgh, Pensilvania, EEUU, donde terminó su posgrado y se quedó a vivir.

Su lugar de origen era un poco como esa iglesia desierta del barrio Sironi con el salón brutalista construido a un costado.

En Pittsburgh vivió el fin de época que trajo el atentado contra los Torres Gemelas. Los principales organismos de Seguridad estadounidenses, que hasta entonces “bancaban” los estudios sobre latinoamérica, identificada entonces con el peligro inminente por sus migraciones a Estados Unidos, desviaron el destino de sus fondos y los orientaron hacia los estudios árabes. Juan Pablo sabía en lo que trabajaba. No es que despreciara o descreyera del sistema político estadounidense, pero conocerlo ya era ser crítico. “I love the country but I can’t stand the scene”, podría haber dicho con Leonard Cohen.

En algún año de la primera década de los 2000 que no recuerdo, Juan Pablo ganó una titularidad en el departamento de Español y Portugués de la Universidad de Boulder, Colorado, donde decidió trabajar y vivir hasta el miércoles 22 de enero pasado.

Ahí, en Boulder, escribió dos de los libros más contemporáneos que leí sobre literatura cercana —la de Latinoamérica, para llamar de algún modo a un corpus diverso y fascinante que está muy lejos de las “identidades” con las que hoy se fabrican tantas fórmulas magistrales—: Nightmares of the Lettered City (“Pesadillas de la ciudad letrada”) y Bandit Narratives in Latin America: From Villa to Chávez (“Narrativas de bandoleros en América latina: de Villa a Chávez”, que tuvo la deferencia de dedicarme).

En Nightmares, que es de 2007, aborda la narrativa del bandolerismo como una “teratología”, es decir, un estudio sobre los monstruos. La disolución de límites entre alta cultura y cultura pop que trajo el episodio anticipado de la “caìda de las Torres Gemelas” por la ficción más popular no había sucedido aún, por eso su texto puede leerse como un preview de cosas que discutimos hoy: el reconocimiento de lo monstruoso en la historia que nos antecede y nos define. 


Su método recuerda el de Franco Moretti en el premonitorio
Signs Taken for Wonders (1983) y, en especial, a la dialéctica del miedo de ese libro, en el que Moretti define en términos marxistas los dos monstruos de la modernidad: Frankenstein y Drácula. Pero Juan Pablo no era lo que llamaríamos un “marxista”. Como lo definió Joseph Conrad —otro extranjero de orígenes inciertos— en El corazón de las tinieblas, “his method became unsound”: “su método se volvió desmesurado”. Ese unsound —”impronunciable”, según la literal traducción— es menos una descripción que un concepto: hay algo allí de la imposibilidad de mencionar éso que se describe que flota en el término unsound. Y Juan Pablo conocía los términos con los que escribía. Una vez, cuando traduje un texto de Adam Kotsko, le pregunté si podía traducir awkward como “siniestro”, aunque no respetara el uso generalizado del término en el texto. “En awkward se percibe la incomodidad que produce algo infantil”, me respondió. Había explorado los orígenes del término en el diccionario etimológico en inglés, pero su respuesta devino una Ley para leer ese término: algo de los niños que criábamos nos interpelaba en ese awkward que Kotsko aplicaba a la lectura de ciertas series de televisión contemporáneas.

En el sitio de evaluación de profesores de Boulder, Juan Pablo aparece con una mayoría de reseñas positivas, aunque muchos cuestionan su exigencia. Hay un alumno/a que dice que muchos lo odian, pero que no es su caso. Y hay otro/a que dice que era algo stubborn (obcecado, terco), que podía discutírsele, pero que resultaba difícil que cediera a otras posiciones. Si lo sabré. Pero quien mejor lo describe aparece como “SPAN3120” y el 6 de noviembre de 2020 escribe: “Realmente se preocupa por sus estudiantes y es muy flexible cuando lo necesitás. Tiene un gran sentido del humor; solo te toma una semana entender sus chistes. También metía muchos recursos adicionales, pero la mayoría eran cuentos cortos o películas, que siempre estaban buenas. En general, la clase puede requerir un poco de esfuerzo, pero es de veras gratificante cuando todo encaja”.

Gótico

“El gótico pone en escena —anotó en los papeles de una conferencia que dio en Italia en diciembre de 2022, en la que se refirió a la novela Trasfondo, de Patricia Ratto— una disyunción en el presente, que arruina el presente y la presencia, y lo transforma en otra cosa, ominosa y desconocida. No el presente, sino la repetición, a veces inaparente, del trauma del pasado.” Analiza, como otras veces, esa “decisión de ignorar” que encontramos en los relatos góticos. En una larga introducción, para hablar de la novela se refiere a la guerra de Malvinas y a lo que esa guerra trajo: la caída de la dictadura y la posibilidad de juzgar a los miembros de las Juntas militares. Anota: “Pero ese acto noble (el juicio a las Juntas) tuvo como condición de posibilidad inevitable el acto más innoble: la necesaria muerte de 600 argentinos (sin contar los suicidios posteriores), el sufrimiento y el trauma duradero de muchos más combatientes y sus familias y, quizás lo peor, la exclusión estructural de esos combatientes de toda narrativa nacional que dé cuenta del verdadero rol de la guerra en la historia nacional. En las sociedades modernas, liberales, pensamos en la justicia como el principio omnicomprensivo a partir del cual se puede concebir lo social, y la historia se formula como una trabajosa búsqueda o adquisición de esa justicia. Pero qué pasaría con la idea de sociedad si la justicia para unos (los desaparecidos) tuviera como condición inescapable la injusticia (no el sacrificio, sino la injusticia ciega y cruel) para otros. Esta paradoja es inasimilable, e inenarrable, salvo, quizás, para cierta variedad del gótico.”

En esa misma conferencia, antes de referirse a Trasfondo, menciona la gran mayoría de los autores argentinos “góticos” contemporáneos, desde Diego MUzzio y Luciano Lamberti a Mariana Enríquez y Samanta Schweblin, de quien, al comentar su novela Distancia de Rescate anota que la leyó en Rosario. Dice: “En un bar hermoso, al lado del Paraná, viendo el amanecer sobre el río. Pero ese paseo (Rosario Norte) y ese bar fueron construidos con la prosperidad que trajo la renta de la soja. Y desde el río, lo que se ve es el imponente espectáculo de barcos enormes, cargados de soja, bajando incesantemente hacia el mar, hacia China. La novela de Schweblin no me estaba hablando del horror que hizo posible mi placentero ocio contemplativo, como hizo posible muchas otras en Argentina. Y yo seguiré yendo a ese bar, a mirar el amanecer sobre el río. Que el capitalismo global, y las consecuencias catastróficas del capitalismo global, no son cosas que ocurran en otro lado, en un melodrama que le ocurre a otra gente, con villanos que ciertamente no somos nosotros. Por el contrario: cada uno de nosotros es una creatura y un minions del capitalismo global y lo seguiremos siendo. El gótico nos trae, por un momento a la conciencia la certidumbre imposible de esa condición horrenda.”

Sentado a esa mesa del bar en Rosario, sobre el Paraná, al que ya no volverá, Juan Pablo contemplaba también esa iglesia vacía del barrio Sironi. La contemplaba tal como la describió en el chiste lovecraftiano que ensayó la última vez que nos vimos. “El gótico, se ha dicho, es un intento de resacralizar el mundo —dijo en una presentación de Mariana Enríquez en Rosario en junio de 2018—, luego de la caída de la visión religiosa como organizadora de lo social. Pero es una resacralización incompleta, donde no hay Dios sino oscuras potencias, rituales, tabús, en un mundo que ha perdido sentido. Como en las narrativas de vampiros: el crucifijo, pero no la oración a Dios; el agua bendita pero no la teología.”

Hace más de dos semanas que no termino de escribir esta “necrológica”, tal vez porque temo concluir en estas oraciones las cosas que Juan Pablo ya no va a decirme. Quiero creer que el libro que estaba escribiendo —El momento gótico en la cultura argentina— haya quedado lo suficientemente avanzado como para aligerar la sed que su obra ha despertado.

Acaso ahora que él no está puedo permitirme un poco de idiotez —para no pensar tal vez— y conjeturar que algo de esa oscuridad que desentrañó en el gótico, ése futuro cercenado por un pasado que vuelve a acarrear el presente, hizo cuerpo en él. Me digo que se dió muerte un día después de que una de esas monstruosidades del gótico asumiera la presidencia de Estados Unidos, como si eso fuese una respuesta a una pregunta que no me cabe hacer.

Boulder

Me envía su esposa Susan Halstead la necrológica publicada en el sitio de la Universidad de Boulder, Colorado, donde también escriben y recuerdan a Juan Pablo los académicos que los conocieron; leemos: “En los últimos años, Dabove se interesó en la literatura gótica. Exploró la relación entre los modos góticos de representación y la crisis del liberalismo en América latina. Al explorar cómo los escritores latinoamericanos han empleado la estética gótica y su papel en la expresión de ansiedades sociales y traumas históricos, la investigación de Dabove arrojó luz sobre el papel del gótico en la articulación de las complejas historias e identidades de América latina. En el momento de su fallecimiento, el profesor Dabove estaba trabajando en un proyecto de libro titulado El momento gótico en la cultura argentina.”

miércoles, 3 de abril de 2024

domingo de resurrección

Como hijo de una familia atea y de izquierda, mi experiencia con la religiosidad comenzó en Argentina, poco después de mis 11, cuando mi madre me hizo notar la procesión de un Domingo de Ramos en San Nicolás, circa 1975: en la calle éramos uno llevando esas ramas de algo que se parecía a un trozo de olivo en una marcha por el empedrado de calle Mitre. Hasta que llegaba el momento de ingresar a la capilla, donde esa unidad adquiría, con las palabras del párroco allá en la cabecera, las características del rebaño, una idea por completo ajena al ideal izquierdista al que me sentía unido por las ideas, la soledad y la derrota de mis padres.

La religiosidad católica, oficial, era tan potente en esos años, que incluso el niño que era podía absorber en ella el elixir de esa sociedad que estaba conociendo, a la que me sumaba como rebaño. Me llevó unos 20 años, desde ese Domingo de Ramos que rememoro, bautizarme en la fe católica en esa misma ciudad, cuando era docente en una de sus iglesias más emblemáticas.

Este domingo de resurrección asistí a misa en la iglesia San Francisco Solano. Quería agradecer por cosas que me han sido dadas, quería pedir por cosas que me exceden y son parte de mi universo más querido, y quería estar allí, celebrando la Resurreccíón de Nuestro Señor. La iglesia, a la que concurrí en otros días de Pascua en los que tuve que permanecer parado, estaba semivacía. Una lluvia discreta, de gotas medianas, me acompañó en el camino hasta el templo. La lluvia arreció durante la misa y, al salir, observé ese torrente bautismal en el suelo mojado, en el aroma que desprendía la atmósfera violentada por el agua. Jesús había vuelto de la muerte mientras el rito trascurría con la bendición del aguacero.

El cura le hablaba a un micrófono débil, que apenas transmitía sus palabras a los pocos y pobres fieles reunidos en la nave. Me acerqué incluso al altar donde ofrendaba misa para escucharlo, pero el volumen era esperpéntico. El hombre hablaba a sabiendas de lo que decía importaba poco. Dio un sermón delicado, en el que recordó el legado de su madre y su padre durante las celebraciones pascuales y el hábito cotidiano de la bendición de cada comida. No está mal, pensé, es ésa nuestra comunión diaria: celebramos la unidad, el poder alimentarnos, el ser uno en la dura división mundana. Pero apenas si entendía qué decía.

Tenía enrollado en mi mano la doble hojita de ruta de la misa. La lectura evangélica, un par de cantos. Allá adelante. un hombre en remera con una guitarra colgada, cantaba y ponía música a los momentos más emocionantes de la celebración. Su canto era hermoso y la ejecución musical era pobre, efectiva, aunque débil, como todo lo que se convertía en sonido en esa iglesia.

En mi rezo, durante la comunión, pedí –además de las cosas por las que fui a agradecer y pedir– por ese hombre de la guitarra. por ese audio débil y desoído que volvía el ritual un acto mecánico y sin voz, por esa potencia capaz no ya de llenar la iglesia, sino de llenar las almas de los presentes de una voz capaz de hacer de ese mecanismo del rito una experiencia única y trascendente, no el mero cumplido del fin de Semana Santa.

Al final, al salir de la iglesia, sólo pude darle unos cigarrillos a un lumpen que esperaba en la puerta y al que traté de explicarle que la única forma de donarle algo de dinero hubiese sido vía transferencia de MercadoPago. La experiencia de asistir a una misa inaudible que, aún así, es capaz de sostener su rito entre los escasos sectores de los más desfavorecidos y los más devotos, se cumplía con la bendición de la lluvia y la serenidad de un domingo previo a un feriado.

Acaso en ése breve orden que la misericordia ejerce humildemente sobre el predominio de la ley, que Jesús vino a enseñarnos, se cumple el objeto de nuestro agradecimiento y nuestra plegaria.

sábado, 10 de febrero de 2024

vinería

Esta tarde estuve un largo rato en la vinería de Juan, en esa calle que transité con intensidad mientras mi hijo estuvo en la primaria.
La moza que llegó con dos café con leche y tres medialunas era hija de un célebre jugador de Central de los años 80 (acaso de antes), cuyo nombre no retuve.
Algo le dijo Juan sobre hacer plata las camisetas de su padre, que llegó a jugar en Europa, pero ella dijo que una empleada doméstica se había llevado todas esas camisetas.
Lo dijo mientras se retiraba, con la bandeja aún cargada con un café y unas facturas de otro cliente. El final de esas camisetas lo narró ya en la vereda, con algún detalle que ya no escuchamos.
Más tarde llegó Emir, que me conocía de la radio y habia trabajado con Adolfo Corts para Sonidos de Rosario.
En menos de una hora, el universo recoleto y fantasmagórico de la ciudad circuló por la vinería de Juan de forma analógica hasta que se unió a su "procesión en las nubes".