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jueves, 26 de diciembre de 2024

volver a las catacumbas

 El 4 de diciembre en Fuera de Tiempo, Fernando Peirone le decía a Diego Genoud que unos cuatro mil años de historia de pensamiento crítico están llegando a su fin, que una civilización construída en torno a la verdad y a conceptos que nos llevarían de nuevo a la alegoría de la caverna —libro VII de la República, donde se discute el conocimiento sensible y el inteligible, y la importancia de la educación (paideia)— se disuelve al fin en supersticiones. “Yo creo y con eso basta”, como decía aquél episodio de mayo de 2021 de la adorada Mariana Moyano que trataba una vez más sobre lo que las redes hacen de nosotros.

Es curioso, hace poco más de 10 años escribí sobre las ficciones que daban cuenta de cierto estado de la imaginación entonces —es una forma ampulosa de decirlo, lo sé—. En las series de ciencia ficción, los temas recurrentes eran los universos paralelos (Lost, Fringe) y el viaje correctivo en el tiempo herencia de Terminator (de nuevo Lost; también, Mad Men). En otras palabras, algo así como la condición irredimible del presente requiere que se eche luz sobre los últimos días mediante el regreso a tiempos sobre los que habría, en principio, un orden: los 60 anteriores a Mayo del 68 y Woodstock, los virulentos 70 al filo del final de Vietnam. Pero también, descubrir en la actualidad las alternativas que devuelvan al presente un resplandor utópico: si del otro lado, si en el universo paralelo de Fringe o Lost las opciones que se tomaron no hicieron las cosas más felices, por lo menos desde allá nos llegan signos, pistas para evitar errores.

Así, las series de televisión que inauguraron el nuevo milenio podrían representarse según dos metáforas planteadas en dos sagas ejemplares: Lost o la Isla, y Mad Men o la Caída, el Abismo. El carácter insular de Lost, su cosa pequeña, doméstica y cerrada, que se despliega y busca lo abierto puede percibirse en la gran mayoría de las series, desde Fringe hasta Battlestar Galactica (2004). El carácter abisal (en el abismo está el demonio, William Blake dixit), de inminente caída, puede percibirse en Mad Men. En estas series sus personajes, al igual que el Scottie de Vertigo (Hitchcock, 1956), no sólo están al borde de una caída, sino que llevan el abismo en la mirada: algo han visto que no cabe en la superficie del mundo. Y, más terrible, ese algo, el futuro mismo, se construye en esa mirada abisal.

Pero este año 2024 nos descubrió una nueva genealogía de series (o ficciones), las sagas catecuménicas. Sí, sí, es un término irremediablemente católico, pero apartemos eso un momento. Catecúmeno proviene del griego katēkhoumenos, que significa “instruido oralmente, a viva voz” (ēkhein es eco). Pero el katē o “cata” significa abajo, de ahí que catecúmeno se emparenta con catacumba, lo que da a la catequesis no sólo un aire de cosa soterrada y secreta, también clandestina, subterránea. 

El estreno este año de Fallout —la primera temporada de la serie basada en un juego fabuloso que imagina un futuro alternativo y distópico en el que la humanidad no descubrió el transistor pero sí el poder atómico y la robótica y eternizó hasta su destrucción la estética de los años 50—, donde la misma casta que destruyó el mundo perpetuó su deseo de aniquilación en refugios bajo tierra que reproducen su sistema de dominación, da un giro sobre la célebre frase que popularizó Mark Fisher: “Es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo”. El capitalismo no es otra cosa que una serie de alternativas sobre nuestra propia aniquilación. Lo dice un personaje de la serie: “El fin del mundo es un producto”. La gran maquinaria que alguna vez vendió futuro, ahora vende apocalipsis y vida bajo tierra, donde los sobrevivientes de un holocausto nuclear son instruidos en las misma filosofía que los llevó a la guerra y el fin.

Ella Prnelle en “Fallout”.

Y sobre el final del año se estrenó la segunda temporada de Silo, en la que la fabulosa Rebecca Ferguson persigue el conocimiento de qué es ese silo subterráneo en el que vivió toda su vida, cuya memoria e historia ha sido borrada y de la que sólo quedan unas reliquias prohibidas que tienen el poder de revelar la vida anterior al silo, ya que la atmósfera del mundo exterior parece envenenada para siempre.

Pero, last but not least, ya casi en el cierre del año, antes de las películas navideñas y estúpidamente polares, se estrena un film llamado Heretic (Hereje), protagonizada por un Hugh Grant villano y dos adorables jóvenes mormonas protagonizadas por Sophie Thatcher (actriz y cantante criada en una familia mormona) y Chloe West

Si Silo es la alegoría de la caverna en tanto el conocimiento sensible de los que viven dentro del silo no posee la paideia (la educación) para hacer inteligible lo que ven por una pantalla que muestra el exterior del silo, Heretic es la pura inteligibilidad —cabría decir la “instrumentalidad”— aplicada a dos jóvenes de Fe. Las dos supuestas “víctimas” —término que, nos lo enseñó el triunfo de la ultraderecha argentina, deberíamos desterrar de nuestro paradigma— del hereje encarnado por Hugh Grant son echadas a las catacumbas de la discreta mansión que él gobierna y habita. Allá abajo deberán descifrar el acertijo de esa inteligibilidad, de esa instrumentalidad de la Fe que su antagonista les opone y ofrece. En cambio producen un milagro desgraciado que de algún modo no las “salva”, pero es capaz de salvarlas de convertirse en meras víctimas.

Rebecca Ferguson en “Silo”.

Todas ficciones protagonizadas por mujeres a su modo heroicas que entendieron, como lo entendió Flora Tristán en el siglo XIX, que la liberación femenina es necesaria no sólo para las mujeres, sino para el hombre que se ha vuelto un esclavo del capital.

Estamos en el momento —no me animaría a llamarle “era”— de la imaginación catecuménica. El momento de la instrucción “a viva voz”, a través del “eco”: son otras voces las que hablan a través nuestro y, acaso, confundan su signo al revelarse.

Me lo dicen las “comunidades” por las que circulé este año, el streaming que conducen muchachas y muchachos que rozan los 30 años. Saben que algo de eso que iba a ser mientras se formaban les ha sido arrebatado, pero pueden sentarse frente a un micrófono e improvisar algo sobre estos tiempos en los que todo parece ser una improvisación sobre el fin. Conversaciones entre su generación y otras más antiguas incluso que la mía. Cerca de fin de año, Clacso sacó un podcast, Los monstruos andan sueltos, en el que los invitados son en su mayorìa los mismos que ya escuchamos en episodios de otros streamers, pero acá son guiados por la voz y el relato de Ana Cacopardo. Todo lo contrario a lo que sucede en los podcast y programas de YouTube que más nos convocaron. No hay una conversación que ensaye los temas de la época, sino una guiada. Justo las voces que mejor interpelan el momento en un formato que nos resulta ajeno y anticuado.

En este mismo espacio puede leerse una entrevista a la inmensa Wendy Brown en la que expresa lo que el papa Francisco reclamó a los progresismos recientes: “A medida que la autoridad religiosa se desvanece, los cimientos de todos los valores, incluido el valor de la verdad misma, se desmoronan. Cuando la ciencia y la razón empiezan a desplazar a la verdad religiosa, los valores pierden sus anclajes, porque estas nuevas formas de conocimiento creíble no reemplazan a la religión como fundamento de los valores y no pueden por sí mismas generar valores. Como nos recuerda Tolstoi, la ciencia nos dice cómo funcionan las cosas, pero no lo que significa nada ni cómo debemos juzgarlo o estimarlo. De manera similar, la razón nos permite calcular, deliberar, analizar o escrutar, pero no puede brindarnos un significado o valor últimos.” De nuevo, son dilemas catecuménicos.

Pero este 2024 no sólo nos dio la oportunidad de ver que los valores democráticos que creímos construir durante 40 años no eran otra cosa que “democracia a condición de que nada cambie” y así seguir acumulando capas de pobreza, sino que nos ofreció la chance de comprobar que esta democracia no lleva a ningún otro lugar que no sea exactamente el que habitamos, la democracia de la derrota, como lo conversamos en uno de los últimos programas radiales de REA con Alejandro Horowicz.

Me importan las ficciones, sus tendencias y las figuras que adoptan. Traen en eso una noticia del mundo que no está en ningún otro lugar. Veo en la derrota que trajo el gobierno actual una suerte de predominio de las ficciones pobres que se basan en la mitologización de un pasado que no es histórico y sirve hasta ahora para darle densidad a ese relato de origen libertario en el que el Imperio Romano, Julio Argentino Roca y el universo Marvel bailan reguetón (la genealogía de este fascismo residual ya la hizo Umberto Eco en un texto clásico de 1995 que tradujimos en Rea en 2020: “El fascismo eterno”).

Con el triunfo de Milei no sólo culmina el proceso iniciado en 2001, culmina también el que comenzó en 1983. Nos queda volover a las catacumbas, acompañar a una generación que se anime a soñar en serio un futuro, que no elija el campo de las víctimas —lo expresó Mario Santucho, editor de Crisis en ésta entrevista—, sino el de los que dan batalla.

Todos vamos a festejar el fin de este año de mierda el martes 31 a medianoche. Pero el 2024 terminó acaso el 4 de diciembre pasado cuando Luigi Mangione, contra la tradición de sus coterráneos de matar a diestra y siniestra y sin sentido, empuñó un arma con un silenciador hecho en una impresora 3D y disparó tres veces contra el CEO de la aseguradora de Salud más importante de Estados Unidos en el centro de Manhattan. Dejó tres casquillos vacíos que llevaban escritas las tres palbras con que las aseguradoras se atajan de pagar tratamientos de vida o muerte a sus asociados: “demorar, negar, deponer” (delay, deny, depose). Alguien habló en serio. Logró “manifestar el malestar del mundo” en una acción concreta, dice Santucho en el último episodio de “El mundo en Crisis”. “El arma es el mensaje”, dice la abogada Marcela Perelman en ese mismo episodio. Las balas grabadas con las palabras del enemigo, que recibe de vuelta esas pabalabras que también mataban (al negarle o demorarle tratamientos a pacientes que los requerían). También —dice Perelman— en el arma está el mensaje porque fue fabricada en una impresora 3D, cosa que puede leerse en diferentes planos, uno de ellos: esto cualquiera lo puede hacer. Él también es detenido con el arma en un McDonald’s, lo que no puede ser considerado un gesto inocente. El arma impresa en 3D, continúa Perelman, es el puente entre el código virtual —las redes y el cifrado cibernético en el que se movía Mangione– y la materialización de algo que viene del código y se transforma en arma para enviar un mensaje político.

Luigi Mangione es llevado ante un tribunal luego de ajsuticiar a un gerente de una aseguradora de salud.

Ni bien se conoció el ajusticiamiento del CEO de United Healthcare, cuando aún no se sabía la identidad del perpetrador ni el manifiesto que llevaba consigo al momento de su arresto, el enorme Chris Hedges publicó en ScheerPost una notita urgente que coincidió en mucho con ese manifiesto.  “Nada absuelve al asesino de Thompson —escribió Hedges, que además es pastor presbiterano—, pero nada absuelve tampoco a quienes dirigen corporaciones médicas cuyos fines de lucro adoptan un modelo de negocio que destruye y extermina vidas humanas en nombre de la ganancia”. Allí también resumía lo que esas aseguradoras de salud representan para los estadounidenses que en su mayoría volvieron a votar por Donald Trump este maldito año. “En términos morales, a estas corporaciones se les permite legalmente mantener como rehenes a niños enfermos mientras sus padres se arruinan para salvarlos. Es indiscutible que muchas personas mueren, al menos de forma prematura, a causa de estas políticas”, escribe Hedges refiriéndose a las quiebras familiares y económicas, atribuidas en un 40% del total de los estadounidenses al accionar de las aseguradoras como United Healthcare.

El mensaje político de Mangione es también un mensaje catecuménico, cifrado, con “varias capas”, como dijo Marcela Perelman. Un “mensaje” —para usar la vieja terminología instrumental— no-cerrado, que se multiplica no en su repetición —de hecho, al día siguiente volvió a haber un tiroteo masivo, esta vez en una iglesia, cuyo tirador era una chica de 15 años— sino en su generación de sentidos, en la manifestación de un malestar crónico, desahuciado, sin futuro que esta vez encontró a alguien que habló en serio.

A mediados de los 90, cuando ya había caído el Muro y la ya disuelta Unión Soviética recibía un último soplo de humillación con la figura de Boris Yeltsin, el filósofo marxista francés Alain Badiou —insospechado de cristianismo y menos de catolicismo— publicó un breve libro titulado San Pablo. Lo que el francés analiza allí no es la verdad que predica el ex sicario judío Saulo de Tarso —Jesús resucitó y vive en nosotros—, que Badiou no cree; sino el hecho de que haya logrado con su práctica catecuménica —epístolas, reuniones clandestinas, viajes y visitas— una prédica universal. Una prédica que, en el presente de Badiou, se hundía con el socialismo realmente existente de mediados de los 90.

Volver a las catacumbas para ensayar una prédica universal capaz de ofrecer un futuro no es algo que pueda reclamarle a mi generación vencida, pero es algo que sí creo escuchar en las generaciones más recientes, las que aún no se dan por vencidas aunque mastiquen la derrota.

 



viernes, 8 de noviembre de 2024

las políticas de la desesperación cultural

Este artículo del inmenso Chris Hedges sobre el triunfo de Donald Trump se publicó ayer en ScheerPost. El título es una traducción directa del original: “The Politics of Cultural Despair”. Se respetaron todos los hipervínculos del original.

por Chris Hedges

Ilustración de Mr. Fish para el artículo de Hedges en ScheerPost. “The Mourning After” (NB: mourning suena a morning (donde podríamos leer “La mañana (morning) después” en realidad dice “El duelo (mourning) después”. Dice: ”Los estrategas demócratas intentando descifrar cómo una campaña marrón y rosa suavemente aromatizada con Joe Biden, que promovió un mensaje inspirador de igualdad, civilidad, democracia y genocidio falló en darles las llaves de la Casa (del poder) Blanca.”

Al final, la elección trató sobe la desesperación. Desesperanza por un futuro que se evaporó con la desindustrialización. Desesperanza por la pérdida de 30 millones de empleos en despidos masivos. Desesperanza por los programas de austeridad y la canalización de la riqueza hacia arriba en manos de oligarcas rapaces. Desesperanza por una clase liberal que se niega a reconocer el sufrimiento que orquestó bajo el neoliberalismo o a adoptar programas tipo New Deal que mejorarán ese sufrimiento. Desesperanza por las guerras inútiles e interminables, así como por el genocidio en Gaza, donde los generales y los políticos nunca rinden cuentas. Desesperanza por un sistema democrático que ha sido tomado por el poder corporativo y oligárquico. Esta desesperación se ha reflejado en los cuerpos de los marginados a través de las adicciones a los opioides y al alcoholismo, el juego, los tiroteos masivos, los suicidios (especialmente entre los varones blancos de mediana edad), la obesidad mórbida y la inversión de nuestra vida emocional e intelectual en espectáculos de mal gusto y el atractivo del pensamiento mágico, desde las promesas absurdas de la derecha cristiana hasta la creencia, al estilo Oprah Winfrey, de que la realidad nunca es un impedimento para nuestros deseos. Éstas son las patologías de una cultura profundamente enferma, lo que Friedrich Nietzsche llama un nihilismo agresivo y desespiritualizado.

Donald Trump es un síntoma de nuestra sociedad enferma. No es su causa. Es lo que vomita la descomposición. Expresa un anhelo infantil de ser un dios omnipotente. Este anhelo resuena en los estadounidenses que sienten que han sido tratados como desechos humanos. Pero la imposibilidad de ser un dios, como escribe Ernest Becker, conduce a su oscura alternativa: destruir como un dios. Esta autoinmolación es lo que viene a continuación. Kamala Harris y el Partido Demócrata, junto con el ala del establishment del Partido Republicano, que se alió con Harris, viven en su propio sistema de creencias basado en la irrealidad. Harris, que fue ungida por las élites del partido y nunca recibió un solo voto en las primarias, pregonó con orgullo su apoyo por parte de Dick Cheney, un político que dejó el cargo con un índice de aprobación del 13 por ciento. La cruzada moralista y presuntuosa contra Trump alimenta el reality show nacional que ha reemplazado al periodismo y la política. Reduce una crisis social, económica y política a la personalidad de Trump. Se niega a enfrentar y nombrar a las fuerzas corporativas responsables de nuestra democracia fallida. Permite a los políticos demócratas ignorar alegremente a su base: el 77 por ciento de los demócratas y el 62 por ciento de los independientes apoyan un embargo de armas contra Israel. La abierta confabulación con la opresión corporativa y la negativa a atender los deseos y necesidades del electorado neutralizan a la prensa y a los críticos de Trump. Estos títeres corporativos no representan nada más que su propio progreso. Las mentiras que les dicen a los trabajadores y trabajadoras, especialmente con programas como el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (Nafta), hacen mucho más daño que cualquiera de las mentiras pronunciadas por Trump.

Oswald Spengler, en La decadencia de Occidente, predijo que, a medida que las democracias occidentales se calcificaran y murieran, una clase de “matones adinerados”, gente como Trump, reemplazaría a las élites políticas tradicionales. La democracia se convertiría en una farsa. Se fomentaría el odio y se alimentaría a las masas para alentarlas a desmembrarse.

El sueño americano se ha convertido en una pesadilla estadounidense.

Los vínculos sociales, incluidos los empleos que daban a los estadounidenses trabajadores un sentido de propósito y estabilidad, que les daban sentido y esperanza, se han roto. El estancamiento de decenas de millones de vidas, la comprensión de que no será mejor para sus hijos, la naturaleza depredadora de nuestras instituciones, incluida la educación, la atención médica y las prisiones, han engendrado, junto con la desesperación, sentimientos de impotencia y humillación. Ha engendrado soledad, frustración, ira y una sensación de inutilidad.

“Cuando la vida no merece la pena ser vivida, todo se convierte en un pretexto para librarnos de ella…”, escribe Émile Durkheim. “Hay un estado de ánimo colectivo, como hay un estado de ánimo individual, que inclina a las naciones a la tristeza… Porque los individuos están demasiado involucrados en la vida de la sociedad como para que ésta enferme sin que ellos se vean afectados. Su sufrimiento se convierte inevitablemente en el suyo.”

Las sociedades decadentes, donde una población está despojada de poder político, social y económico, buscan instintivamente a líderes de cultos. Observé esto durante la desintegración de la ex Yugoslavia. El líder de un culto promete un regreso a una edad de oro mítica y jura, como lo hace Trump, aplastar las fuerzas encarnadas en grupos e individuos demonizados a los que se culpa de su miseria. Cuanto más escandalosos se vuelven los líderes de cultos, cuanto más se burlan de la ley y las convenciones sociales, más ganan en popularidad. Los líderes de cultos son inmunes a las normas de la sociedad establecida. Ése es su atractivo. Los líderes de cultos buscan el poder total. Quienes los siguen se lo conceden con la desesperada esperanza de que los salven. Todas las sectas son sectas de la personalidad. Los líderes de las sectas son narcisistas. Exigen servilismo obsequioso y obediencia total. Valoran la lealtad por encima de la competencia. Ejercen un control absoluto. No toleran las críticas. Son profundamente inseguros, un rasgo que intentan disimular con una grandilocuencia rimbombante. Son amorales y abusan emocional y físicamente. Ven a quienes los rodean como objetos que pueden manipular para su propio empoderamiento, disfrute y entretenimiento a menudo sádico. Todos los que están fuera de la secta son tildados de fuerzas del mal, lo que provoca una batalla épica cuya expresión natural es la violencia.

No convenceremos a quienes han entregado su capacidad de acción a un líder de secta y han abrazado el pensamiento mágico mediante argumentos racionales. No los obligaremos a someterse. No encontraremos la salvación para ellos ni para nosotros mismos apoyando al Partido Demócrata. Segmentos enteros de la sociedad estadounidense están ahora empeñados en la autoinmolación. Desprecian este mundo y lo que les ha hecho. Su comportamiento personal y político es deliberadamente suicida. Buscan destruir, incluso si la destrucción conduce a la violencia y la muerte. Ya no se sostienen en la ilusión reconfortante del progreso humano, perdiendo el único antídoto contra el nihilismo.

En 1981, el Papa Juan Pablo II publicó una encíclica titulada “Laborem exercens” o “A través del trabajo”. Atacó la idea, fundamental para el capitalismo, de que el trabajo era meramente un intercambio de dinero por trabajo. El trabajo, escribió, no debería reducirse a la mercantilización de los seres humanos a través de los salarios. Los trabajadores no eran instrumentos impersonales que se pudieran manipular como objetos inanimados para aumentar las ganancias. El trabajo era esencial para la dignidad humana y la autorrealización. Nos daba un sentido de empoderamiento e identidad. Nos permitía construir una relación con la sociedad en la que podíamos sentir que contribuíamos a la armonía y la cohesión sociales, una relación en la que teníamos un propósito.

El Papa criticaba el desempleo, el subempleo, los salarios inadecuados, la automatización y la falta de seguridad laboral como violaciones de la dignidad humana. Estas condiciones, escribió, eran fuerzas que negaban la autoestima, la satisfacción personal, la responsabilidad y la creatividad. La exaltación de la máquina, advirtió, reducía a los seres humanos a la condición de esclavos. Hizo un llamado al pleno empleo, un salario mínimo lo suficientemente alto para mantener a una familia, el derecho de un padre a quedarse en casa con los niños y empleos y un salario digno para los discapacitados. Abogó, para mantener familias fuertes, por un seguro médico universal, pensiones, seguro de accidentes y horarios de trabajo que permitieran tiempo libre y vacaciones. Escribió que todos los trabajadores deberían tener el derecho a formar sindicatos con capacidad de huelga.

Debemos invertir nuestra energía en organizar movimientos de masas para derrocar al estado corporativo a través de actos sostenidos de desobediencia civil masiva. Esto incluye el arma más poderosa que poseemos: la huelga. Al dirigir nuestra ira contra el estado corporativo, nombramos las verdaderas fuentes de poder y abuso. Ponemos de manifiesto lo absurdo de culpar de nuestra desaparición a grupos demonizados como los trabajadores indocumentados, los musulmanes o los negros. Damos a la gente una alternativa a un Partido Demócrata obligado por las corporaciones que no se puede rehabilitar. Hacemos posible la restauración de una sociedad abierta, una que sirva al bien común en lugar de al lucro corporativo. Debemos exigir nada menos que pleno empleo, ingresos mínimos garantizados, seguro médico universal, educación gratuita en todos los niveles, protección sólida del mundo natural y el fin del militarismo y el imperialismo. Debemos crear la posibilidad de una vida digna, con propósito y autoestima. Si no lo hacemos, aseguraremos un fascismo cristianizado y, en última instancia, con el ecocidio acelerado, nuestra aniquilación.


miércoles, 22 de marzo de 2023

20 años de la guerra de irak

Chris Hedges | publicado en ScheerPost: “The Lords of Chaos”

Esta traducción respeta todos los hipervínculos del original. En especial recomiendo entrar a éste, donde se detalla un conteo de víctimas en 2016 que releva 30 veces más muertos que estimaciones oficiales.

Ilustración de Mr. Fish en ScheerPost.

Hace dos décadas, saboteé mi carrera en The New York Times. Fue una decisión consciente. Pasé siete años en Medio Oriente, cuatro de ellos como Jefe de la Oficina de Medio Oriente. Yo era hablaba árabe. Creía, como casi todos los arabistas, incluidos la mayoría de los del Departamento de Estado y la CIA, que una guerra “preventiva” contra Irak sería el error estratégico más costoso en la historia de Estados Unidos. También constituiría lo que el Tribunal Militar Internacional de Nuremberg llamó el “crimen internacional supremo”. Mientras que los arabistas en los círculos oficiales estaban amordazados, yo no. Fui invitado por ellos a hablar en el Departamento de Estado, la Academia Militar de los Estados Unidos en West Point y ante los oficiales superiores del Cuerpo de Marines que tenían en su agenda ser enviados a Kuwait para prepararse para la invasión.

La mía no era una opinión popular ni una que un reportero, más que un columnista de opinión, pudiera expresar públicamente de acuerdo con las reglas establecidas por el periódico. Pero tuve experiencia que me dio credibilidad y una plataforma. Había informado extensamente desde Irak. Había cubierto numerosos conflictos armados, incluida la primera Guerra del Golfo y el levantamiento chiíta en el sur de Irak, donde fui hecho prisionero por la Guardia Republicana Iraquí. Desmantelé fácilmente la locura y las mentiras utilizadas para promover la guerra, especialmente porque había informado sobre la destrucción de los arsenales e instalaciones de armas químicas de Irak por parte de los equipos de inspección de la Comisión Especial de las Naciones Unidas (UNSCOM). Tenía un conocimiento detallado de cuán degradado se había vuelto el ejército iraquí bajo las sanciones de Estados Unidos. Además, incluso si Irak poseyera “armas de destrucción masiva”, eso no habría sido una justificación legal para la guerra.

Las amenazas de muerte hacia mí estallaron cuando mi postura se hizo pública en numerosas entrevistas y charlas que di por todo el país. Fueron enviadas por correo por escritores anónimos o expresadas por personas airadas que llenaban diariamente la casilla de mensajes en mi teléfono con diatribas llenas de ira. Los programas de entrevistas de derecha, incluido Fox News, me ridiculizaron, especialmente después de que me interrumpieran y me abuchearan en el escenario de una graduación en Rockford College por denunciar la guerra. El Wall Street Journal escribió un editorial atacándome. Hubo llamados sobre amenazas de bomba en los lugares donde había programado una charla. Me convertí en el paria de la redacción. Los reporteros y editores que había conocido durante años bajaban la cabeza cuando pasaba, temerosos de cualquier contagio que asesinara su carrera. El New York Times me reprendió por escrito para que dejara de hablar públicamente contra la guerra. Lo rechacé. Mi cargo había terminado.

Lo que resulta perturbador no es el costo que pagué personalmente. Yo era consciente de las posibles consecuencias. Lo inquietante es que los arquitectos de estas debacles nunca han tenido que rendir cuentas y siguen instalados en el poder. Continúan promoviendo la guerra permanente, incluida la guerra de poder, de representación, en curso en Ucrania contra Rusia, así como una futura guerra contra China.

Los políticos que nos mintieron (George W. Bush, Dick Cheney, Condoleezza Rice, Hillary Clinton y Joe Biden, por nombrar solo algunos) extinguieron millones de vidas, incluidas miles de estadounidenses, y abandonaron Irak junto con Afganistán, Siria y Somalia, Libia y Yemen en un caos. Exageraron o fabricaron conclusiones a partir de informes de inteligencia para engañar al público. La gran mentira está tomada de un manual de regímenes totalitarios.

Los animadores de los medios a favor de la guerra: Thomas Friedman, David Remnick, Richard Cohen, George Packer, William Kristol, Peter Beinart, Bill Keller, Robert Kaplan, Anne Applebaum, Nicholas Kristof, Jonathan Chait, Fareed Zakaria, David Frum, Jeffrey Goldberg, David Brooks y Michael Ignatieff— fueron utilizados para amplificar las mentiras y desacreditar a un puñado de nosotros, incluidos Michael Moore, Robert Scheer y Phil Donahue, que nos opusimos a la guerra. Estos cortesanos a menudo estaban motivados más por el arribismo que por el idealismo. No perdieron sus megáfonos ni sus lucrativos honorarios por conferencias y contratos de libros una vez que se expusieron las mentiras, como si sus diatribas enloquecidas no importaran. Sirvieron a los centros de poder y fueron recompensados por ello.

Muchos de estos mismos expertos están impulsando una mayor escalada de la guerra en Ucrania, aunque la mayoría sabe tan poco sobre Ucrania o la expansión provocativa e innecesaria de la OTAN hasta las fronteras de Rusia como sobre Irak.

“Me dije a mí mismo y a otros que Ucrania es la historia más importante de nuestro tiempo, que todo lo que debería importarnos está en juego allí”, escribe George Packer en la revista The Atlantic. “Lo creí entonces, y lo creo ahora, pero toda esta charla le dio un brillo agradable al deseo simple e injustificable de estar allí y ver”.

Packer ve la guerra como una purga, una fuerza que empujará a un país, incluido EEUU, a los valores morales centrales que supuestamente encontró entre los voluntarios estadounidenses en Ucrania.

“No sabía qué pensaban estos hombres sobre la política estadounidense, y no quería saberlo”, escribe sobre dos voluntarios estadounidenses. “En casa podríamos haber discutido; podríamos habernos detestado unos a otros. Aquí, nos unió una creencia común en lo que los ucranianos estaban tratando de hacer y la admiración por cómo lo estaban haciendo. Aquí, todas las luchas internas complejas y las decepciones crónicas y el puro letargo de cualquier sociedad democrática, pero especialmente la nuestra, se disolvieron, y las cosas esenciales: ser libres y vivir con dignidad, se hicieron evidentes. Casi como si EEUU tuviera que ser atacado o sufrir alguna otra catástrofe para que los estadounidenses recordaran lo que los ucranianos sabían desde el principio”.

La guerra de Irak costó al menos $3 billones y los 20 años de guerra en el Medio Oriente costaron un total de $8 billones. La ocupación creó escuadrones de la muerte chiítas y sunitas, alimentó una terrible violencia sectaria, bandas de secuestradores, matanzas masivas y torturas. Dio lugar a células de al-Qaeda y engendró a ISIS, que en un momento controló un tercio de Irak y Siria. ISIS llevó a cabo violaciones, esclavizaciones y ejecuciones masivas de minorías étnicas y religiosas iraquíes como los yazidíes. Persiguió a los católicos caldeos ya otros cristianos. Este caos estuvo acompañado de una orgía de asesinatos por parte de las fuerzas de ocupación de EEUU, como la violación en grupo y el asesinato de Abeer al-Janabi, una niña de 14 años y su familia por parte de miembros de la 101ª División Aerotransportada del Ejército de estadounidense. Estados Unidos participó de manera rutinaria en la tortura y ejecución de civiles detenidos, incluso en Abu Ghraib y Camp Bucca.

No existe un recuento preciso de las vidas perdidas, las estimaciones solo en Irak oscilan entre cientos de miles y más de un millón. Unos 7.000 miembros del servicio estadounidense murieron en nuestras guerras posteriores al 11 de septiembre, y más de 30.000 se suicidaron más tarde, según el proyecto Costs of War de la Universidad de Brown.

Sí, Saddam Hussein fue brutal y asesino, pero en términos de recuento de cadáveres, superamos con creces sus asesinatos, incluidas sus campañas genocidas contra los kurdos. Destruimos Irak como un país unificado, devastamos su infraestructura moderna, acabamos con su próspera y educada clase media, creamos milicias rebeldes e instalamos una cleptocracia que usa los ingresos del petróleo del país para enriquecerse. Los iraquíes comunes están empobrecidos. Cientos de iraquíes que protestaban en las calles contra la cleptocracia han sido asesinados a tiros por la policía. Hay frecuentes cortes de energía. La mayoría chiíta, estrechamente aliada con Irán, domina el país.

La ocupación de Irak, que comenzó hoy hace 20 años, puso al mundo musulmán y al Sur Global en nuestra contra. Las imágenes perdurables que dejamos luego de dos décadas de guerra incluyen al presidente Bush de pie bajo una pancarta que dice “Misión cumplida“ a bordo del portaaviones USS Abraham Lincoln apenas un mes después de que invadiera Irak, los cuerpos de los iraquíes en Faluya que fueron quemados con fósforo blanco y las fotos de los soldados estadounidenses aplicando torturas.

Estados Unidos está intentando desesperadamente utilizar a Ucrania para reparar su imagen. Pero la flagrante hipocresía de pedir “un orden internacional basado en reglas” para justificar los 113.000 millones de dólares en armas y otra ayuda que Estados Unidos se ha comprometido a enviar a Ucrania no funcionará. Ignora lo que hicimos. Podemos olvidar, pero las víctimas no. El único camino redentor es acusar a Bush, Cheney y los otros arquitectos de las guerras en el Medio Oriente, incluido Joe Biden, como criminales de guerra en la Corte Penal Internacional. Llevar al presidente ruso, Vladimir Putin, a La Haya, pero solo si Bush está en la celda de al lado.

Muchos de los apologistas de la guerra en Irak buscan justificar su apoyo argumentando que se cometieron “errores”, que si, por ejemplo, el servicio civil y el ejército iraquíes no se hubieran disuelto después de la invasión de Estados Unidos, la ocupación habría funcionado. Insisten en que nuestras intenciones eran honorables. Ignoran la arrogancia y las mentiras que llevaron a la guerra, la creencia equivocada de que Estados Unidos podría ser la única potencia importante en un mundo unipolar. Ignoran los enormes gastos militares que se despilfarran anualmente para lograr esta fantasía. Ignoran que la guerra de Irak fue sólo un episodio de esta búsqueda demente.

Un ajuste de cuentas nacional con los fiascos militares en el Medio Oriente expondría el autoengaño de la clase dominante. Pero este ajuste de cuentas no se está llevando a cabo. Estamos tratando de desear que desaparezcan las pesadillas que perpetuamos en el Medio Oriente, enterrándolas en una amnesia colectiva. “La Tercera Guerra Mundial comienza con el olvido”, advierte Stephen Wertheim.

La celebración de nuestra “virtud” nacional mediante el envío de armas a Ucrania, el mantenimiento de al menos 750 bases militares en más de 70 países y la expansión de nuestra presencia naval en el Mar de China Meridional, pretende alimentar este sueño de dominio global.

Lo que los mandamases en Washington no logran comprender es que la mayor parte del mundo no cree en la mentira de la benevolencia estadounidense ni apoya sus justificaciones para sus intervenciones. China y Rusia, en lugar de aceptar pasivamente la hegemonía estadounidense, están fortaleciendo sus ejércitos y alianzas estratégicas. China, la semana pasada, negoció un acuerdo entre Irán y Arabia Saudita para restablecer las relaciones después de siete años de hostilidad, algo que alguna vez se esperaba de los diplomáticos estadounidenses. La creciente influencia de China crea una profecía autocumplida para aquellos que llaman a la guerra con Rusia y China, una que tendrá consecuencias mucho más catastróficas que las de Medio Oriente.

Existe un cansancio nacional con la guerra permanente, especialmente con la inflación que devasta los ingresos familiares y el 57 por ciento de los estadounidenses que no pueden pagar un gasto de emergencia de $1,000. El Partido Demócrata y el ala del establishment del Partido Republicano, que vendieron mentiras sobre Irak, son partidos de guerra. El llamado de Donald Trump para poner fin a la guerra en Ucrania, al igual que su crítica de la guerra en Irak como la “peor decisión” en la historia de Estados Unidos, son posturas políticas atractivas para los estadounidenses que luchan por mantenerse a flote. Los trabajadores pobres, incluso aquellos cuyas opciones de educación y empleo son limitadas, ya no están tan inclinados a llenar las filas. Tienen preocupaciones mucho más apremiantes que un mundo unipolar o una guerra con Rusia o China. El aislacionismo de la extrema derecha es un arma política potente.

Los proxenetas de la guerra, saltando de fiasco en fiasco, se aferran a la quimera de la supremacía global estadounidense. La danza macabra no se detendrá hasta que los responsabilicemos públicamente por sus crímenes, pidamos perdón a aquellos a quienes hemos agraviado y renunciemos a nuestra sed de poder global indiscutible. El día del juicio final, vital si queremos proteger lo que queda de nuestra anémica democracia y frenar los apetitos de la máquina de guerra, solo llegará cuando construyamos organizaciones masivas contra la guerra que exijan el fin de la locura imperial que amenaza con extinguir la vida sobre el planeta.

martes, 7 de febrero de 2023

imperialismo “consciente”

por Chris Hedges | Scheerpost

El brutal asesinato de Tyre Nichols* perpetrado por cinco policías negros de Memphis debería ser suficiente para hacer implotar la fantasía de que la política de las identidades y la diversidad resolverán la decadencia social, económica y política que acosa a Estados Unidos. Ésos policías no solo son negros, sino que el mismo departamento de policía de la ciudad está dirigido por Cerelyn Davis, una mujer negra. Nada de esto ayudó a Nichols, una nueva víctima de un linchamiento policial contemporáneo.

Ilustración de Mr. Fish: “Políticas identitarias”.

Los militaristas, los corporativistas, los oligarcas, los políticos, los académicos y el conglomerados de medios alientan la política de la identidad y la diversidad porque es inocua para abordar las injusticias sistémicas o el flagelo de la guerra permanente que azota a los EEUU. Es un truco publicitario, una marca, utilizada para enmascarar el aumento la desigualdad social y la locura imperial. Mantiene ocupados a los liberales y a los educados con un activismo boutique, que no solo es ineficaz sino que exacerba la división entre los privilegiados y una clase trabajadora en profundas dificultades económicas. Los que tienen regañan a los que no tienen por sus malos modales, racismo, insensibilidad lingüística y estridencias, mientras ignoran las causas fundamentales de su angustia económica. Los oligarcas no podrían estar más felices.

¿Mejoró la vida de los nativos americanos como resultado de la legislación que ordenaba la asimilación y la revocación de los títulos de propiedad tribales impulsada por Charles Curtis**, el primer vicepresidente nativo americano? ¿Estamos mejor sin Clarence Thomas en la Corte Suprema, quien se opone a la acción afirmativa***, o con Victoria Nuland, un halcón de guerra en el Departamento de Estado? ¿Es más aceptable nuestra perpetuación de la guerra permanente porque Lloyd Austin, un afroamericano, es el Secretario de Defensa? ¿Es el ejército más humano porque acepta soldados transgénero? ¿Se mejora la desigualdad social y el estado de vigilancia que la controla porque Sundar Pichai, que nació en India, es el director ejecutivo de Google y Alphabet? ¿Ha mejorado la industria de las armas porque Kathy J. Warden, una mujer, es la directora ejecutiva de Northop Grumman, y otra mujer, Phebe Novakovic, es la directora ejecutiva de General Dynamics? ¿Están mejor las familias trabajadoras con Janet Yellen como Secretaria del Tesoro, quien promueve el aumento del desempleo y la “inseguridad laboral” para reducir la inflación? ¿Se mejora la industria del cine cuando una directora como Kathryn Bigelow hace Zero Dark Thirty, que es una campaña de propaganda para la CIA? Echemos un vistazo a este anuncio de reclutamiento publicado por la CIA. Resume el absurdo en el que hemos terminado.

Los regímenes coloniales encuentran líderes indígenas complacientes —“Papa Doc” François Duvalier en Haití, Anastasio Somoza en Nicaragua, Mobutu Sese Seko en el Congo, Mohammad Reza Pahlavi en Irán— dispuestos a hacer su trabajo sucio mientras explotan y saquean los países que controlan. Para frustrar las aspiraciones populares de justicia, las fuerzas policiales coloniales llevaron a cabo una rutina de atrocidades en nombre de los opresores. Los indígenas que luchan por la libertad lo hacen en apoyo de los pobres y los marginados y suelen ser expulsados del poder o asesinados, como fue el caso del líder independentista congoleño Patrice Lumumba y el presidente chileno Salvador Allende. El jefe lakota Toro Sentado fue acribillado a tiros por miembros de su propia tribu, que servían en la fuerza policial de la reserva en Standing Rock. Quien está del lado de los oprimidos, casi siempre termina siendo tratado como oprimido. Por eso el FBI, junto con la policía de Chicago, asesinó a Fred Hampton y estuvo casi seguro involucrado en el asesinato de Malcolm X, quien se refería a los barrios urbanos empobrecidos como “colonias internas”. Las fuerzas policiales militarizadas en los EEUU funcionan como ejércitos de ocupación. Los policías que mataron a Tyre Nichols no son diferentes de los de las fuerzas policiales coloniales y de reserva.

Vivimos bajo una especie de colonialismo corporativo. Los motores de la supremacía blanca, que construyeron las formas de racismo institucional y económico que mantienen pobres a los pobres, se oscurecen detrás de atractivas personalidades políticas como Barack Obama, a quien Cornel West llamó “una mascota negra de Wall Street”. Estos rostros de la diversidad son examinados y seleccionados por la clase dominante. Obama fue preparado y promovido por la maquinaria política de Chicago, una de las más sucias y corruptas del país.

“Es un insulto a los movimientos organizados populares que estas instituciones afirman querer incluir”, me dijo Glen Ford, el difunto editor de The Black Agenda Report en 2018. “Estas instituciones escriben el guión. Es su drama. Ellos eligen a los actores, cualquier cara negra, marrón, amarilla o roja que quieran”.

Ford llamó a quienes promueven la política de identidad “representacionalistas” que “quieren ver a algunos negros representados en todos los sectores de liderazgo, en todos los sectores de la sociedad. Quieren científicos negros. Quieren estrellas de cine negras. Quieren académicos negros en Harvard. Quieren negros en Wall Street. Pero es solo representación. Eso es todo."

El peaje que se lleva el capitalismo corporativo de las personas a las que estos "representacionalistas" afirman representar expone la estafa. Los afroamericanos han perdido el 40 por ciento de su riqueza desde el colapso financiero de 2008 por el impacto desproporcionado de la caída del valor de la vivienda, los préstamos abusivos, las ejecuciones hipotecarias y la pérdida de empleos. Tienen la segunda tasa más alta de pobreza con un 21,7 por ciento, después de los nativos americanos con un 25,9 por ciento, seguidos por los hispanos con un 17,6 por ciento y los blancos con un 9,5 por ciento, según la Oficina del Censo de EEUU y el Departamento de Salud y Servicios Humanos. A partir de 2021, un 28 y un 25 por ciento respectivamente de los niños negros y nativos americanos vivían en la pobreza, seguidos por los niños hispanos en un 25 por ciento y los niños blancos en un 10 por ciento. Casi el 40 por ciento de las personas sin hogar de la nación son afroamericanos, aunque los negros constituyen alrededor del 14 por ciento de nuestra población. Esta cifra no incluye a las personas que viven en viviendas deterioradas, hacinadas o con familiares o amigos debido a dificultades económicas. Los afroamericanos son encarcelados a una tasa casi cinco veces mayor que la de los blancos.

La política de la identidad y la diversidad permite a los liberales revolcarse en una superioridad moral empalagosa mientras castigan, censuran y descalifican a quienes no se ajustan lingüísticamente al discurso políticamente correcto. Son los nuevos jacobinos. Este juego disfraza su pasividad ante el abuso empresarial, el neoliberalismo, la guerra permanente y el cercenamiento de las libertades civiles. No se enfrentan a las instituciones que orquestan la injusticia social y económica. Buscan hacer más aceptable a la clase dominante. Con el apoyo del Partido Demócrata, los medios liberales, la academia y las plataformas de redes sociales en Silicon Valley, demonizar a las víctimas del golpe de Estado corporativo y la desindustrialización. Hacen sus principales alianzas políticas con aquellos que abrazan la política de la identidad, ya sea que estén en Wall Street o en el Pentágono. Son los idiotas útiles de la clase multimillonaria, cruzados morales que amplían las divisiones dentro de la sociedad que los oligarcas gobernantes fomentan para mantener el control.

La diversidad es importante. Pero la diversidad, cuando carece de una agenda política que luche contra el opresor en nombre de los oprimidos, es una decoración de vidrieras. Se trata de incorporar a un minúsculo segmento de los marginados de la sociedad en estructuras injustas para perpetuarlos.

Los alumnos de un curso que dí en una prisión de máxima seguridad en Nueva Jersey escribieron Caged (“Enjaulados”), una obra de teatro sobre sus vidas. La obra se presentó durante casi un mes en The Passage Theatre en Trenton, Nueva Jersey, donde agotó entradas casi todas las noches. Posteriormente fue publicado por Haymarket Books. Los 28 estudiantes de la clase insistieron en que el oficial penitenciario de la historia no fuera blanco. Eso era demasiado fácil, dijeron. Esa sería una simulación que permitiría al público simplificar y enmascarar el aparato opresivo de los bancos, las corporaciones, la policía, los tribunales y el sistema penitenciario: todos ellos cuales hacen contrataciones en la diversidad. Estos sistemas de explotación y opresión internas deben ser atacados y desmantelados, sin importar a quién empleen.

Mi libro, Our Class: Trauma and Transformation in an American Prison (“Nuestra Clase: Trauma y Transformación en una Prisión Estadounidense”), se vale de la experiencia de escribir la obra para contar las historias de mis alumnos y transmitir su comprensión profunda de las fuerzas e instituciones represivas dispuestas contra ellos, sus familias y sus comunidades. Pueden ver mi entrevista en dos partes con Hugh Hamilton sobre Our Class aquí y aquí.

La última obra de August Wilson, Radio Golf, predijo hacia dónde se dirigían las políticas de diversidad e identidad desprovistas de conciencia de clase. En la obra, Harmond Wilks, un desarrollador de bienes raíces educado en la Ivy League, está a punto de lanzar su campaña para convertirse en el primer alcalde negro de Pittsburgh. Su esposa, Meme, aspira a convertirse en la secretaria de prensa del gobernador. Wilks, que navega el universo de privilegios, tratos comerciales, búsqueda de estatus y el juego de golf del club de campo del hombre blanco, debe desinfectar y negar su identidad. Roosevelt Hicks, quien había sido compañero de habitación de Wilk en la universidad de Cornell y es vicepresidente de Mellon Bank, es su socio comercial. Sterling Johnson, cuyo vecindario Wilks y Hicks están presionando para que la ciudad declare arruinada  así demolerla para su proyecto de desarrollo multimillonario, le dice a Hicks:

¿Sabés lo que sos? Me llevó un rato darme cuenta. Sos un Negro [en inglés, en el original, una palabra prohibida]. Los blancos pueden confundirte y llamarte negro [nigger: otra palabra prohibida para quien no sea afrodescendiente], pero no tienen idea como tengo yo. Conozco esa verdad. Yo soy un negro [nigger]. Los negros [negroes, en el original] son lo peor de la creación de Dios. Los negros [niggers] tienen estilo. Los negros [niggers] son así. Un perro sabe que es un perro. Un gato sabe que es un gato. Pero un negro [Negro en el original] no sabe que es un Negro. Cree que es un hombre blanco.

Unas fuerzas depredadoras espantosas están devorándose el país. Los corporativistas, los militaristas y los políticos con ínfulas de mandarines que les sirven son el enemigo. No es nuestro trabajo hacerlos más atractivos, sino destruirlos. Hay entre nosotros auténticos luchadores por la libertad de todas las etnias y orígenes cuya integridad no les permite servir al sistema de totalitarismo invertido [acá hay una traducción de ese hipervínculo] que ha destruido nuestra democracia, empobrecido a la nación y perpetuado guerras interminables. Cuando la diversidad sirve a los oprimidos es una ventaja, pero es una estafa cuando sirve a los opresores.

* Tyre Nichols, de 29 años y con un pequeño hijo, fue asesinado el 7 de febrero pasado (murió días después en el hospital) por una patota policial que respondía al escuadron Scorpion (el enlace lleva a una nota en TruthDig), encargado de la prevención del crimen vía la ideología “Broken Windows”: los pequeños delitos deben castigarse para evitar los mayores.
** Charles Curtis (Kansas, 1860-1936), republicano, vicepresidente de Herbert Hoover, perteneciente a la nación Kaw.
*** La affirmative action, que suele traducirse como discriminación positiva, es un sistema de prevención muy estadounidense contra la discriminación por raza o género en el empleo estatal y privado.

>>> El título original del artículo de Hedges es “Woke Imperialism”. Woke (literalmente “despierto” puede traducirse como “consciente”: alguien que se despierta y descubre las humillaciones y la fortaleza de su “identidad” –afrodescendiente en este caso–). Se tradujo como “consciente” para enfatizar esta fluidez entre términos que alguna vez pertenecieron a la izquierda más clasista y hoy son una moda. Ver la nota al pie en nuestro post “héroe de la clase conservadora”.


Nota bene: se respetaron todos los hipervínculos de la publicación original en Scheerpost. Entre corchetes hay aclaraciones del traductor.

miércoles, 1 de febrero de 2023

decadencia y caída del imperio (y del mundo)

por Chris Hedges | Scheerpost


“Everything must go", de Mr. Fish, imagen que acompaña el artículo de Chris Hedges en Scheerpost.

Los imperios en decadencia terminal saltan de un fiasco militar a otro. La guerra en Ucrania, otro intento fallido de reafirmar la hegemonía global de Estados Unidos, sigue ese patrón. El peligro es que cuanto más calamitosas se vean las cosas, más escalará Estados Unidos el conflicto, lo que podría provocar una confrontación abierta con Rusia. Si Rusia toma represalias y ataca las bases de suministro y entrenamiento de la OTAN en los países vecinos, o utiliza armas nucleares tácticas, es casi seguro que la OTAN responderá atacando a las fuerzas rusas. Habremos encendido la Tercera Guerra Mundial, que podría resultar en un holocausto nuclear.

El apoyo militar de EEUU a Ucrania comenzó con lo básico: municiones y armas de asalto. Sin embargo, la administración Biden pronto cruzó varias líneas rojas autoimpuestas para proporcionar un maremoto de maquinaria de guerra letal: sistemas antiaéreos Stinger; sistemas antiblindaje Javelin; obuses remolcados M777; cohetes GRAD de 122 mm; lanzacohetes múltiples M142, o HIMARS; misiles lanzados por cañones, con seguimiento óptico y guiados por cable (TOW); baterías de defensa aérea Patriot; los sistemas Nacionales Avanzados de Misiles Tierra-Aire (NASAMS); vehículos blindados de transporte de personal M113; y ahora los 31 M1 Abrams, como parte de un nuevo paquete de 400 millones de dólares. Estos tanques se complementarán con 14 tanques alemanes Leopard 2A6, 14 tanques británicos Challenger 2, así como tanques de otros miembros de la OTAN, incluida Polonia. Los siguientes en la lista son las municiones perforantes de uranio empobrecido (DU) y los aviones de combate F-15 y F-16.

Desde la invasión rusa del 24 de febrero de 2022, el Congreso ha aprobado más de 113 mil millones de dólares en ayuda a Ucrania y las naciones aliadas que la apoyan en la guerra. Las tres quintas partes de esta ayuda, 67.000 millones de dólares, se han destinado a gastos militares. Hay 28 países que transfieren armas a Ucrania. Todos ellos, a excepción de Australia, Canadá y Estados Unidos, están en Europa.

La rápida actualización de equipo militar sofisticado y la ayuda proporcionada a Ucrania no es una buena señal para la alianza de la OTAN. Se necesitan muchos meses, si no años de entrenamiento para operar y coordinar estos sistemas de armas. Las batallas de tanques (estuve como reportero en la última gran batalla de tanques fuera de la ciudad de Kuwait durante la primera guerra del Golfo) son operaciones altamente coreografiadas y complejas. La armadura debe trabajar en estrecha colaboración con el poder aéreo, los buques de guerra, la infantería y las baterías de artillería. Pasarán muchos, muchos meses, si no años, antes de que las fuerzas ucranianas reciban el entrenamiento adecuado para operar este equipo y coordinar los diversos componentes de un campo de batalla moderno. De hecho, Estados Unidos nunca logró entrenar a los ejércitos de Irak y Afganistán en la guerra de maniobras de armas combinadas, a pesar de dos décadas de ocupación.

Estuve con las unidades del Cuerpo de Marines que en febrero de 1991 expulsaron a las fuerzas iraquíes de la ciudad de Khafji en Arabia Saudita. Provistos de equipo militar superior, los soldados saudíes que defendían Khafji ofrecieron una resistencia ineficaz. Cuando entramos en la ciudad, vimos tropas saudíes en camiones de bomberos incautados que se dirigían hacia el sur para escapar de los combates. Todo el sofisticado equipo militar que los saudíes habían comprado a los EEUU resultó inútil porque no sabían cómo usarlo.

El laboratorio ucraniano

Los comandantes militares de la OTAN entienden que el dispendio de estos sistemas de armas en la guerra no alterará lo que es, en el mejor de los casos, un punto muerto, definido en gran parte por duelos de artillería a lo largo de cientos de kilómetros de líneas de frente. La compra de estos sistemas de armas (un tanque M1 Abrams cuesta 10 millones de dólares, que incluyen el entrenamiento y el mantenimiento) aumenta las ganancias de los fabricantes de armas. El uso de estas armas en Ucrania permite probarlas en condiciones de campo de batalla, convirtiendo la guerra en un laboratorio para fabricantes de armas como Lockheed Martin. Todo esto es útil para la OTAN y para la industria armamentista. Pero no es muy útil para Ucrania.

El otro problema con los sistemas de armas avanzados como el M1 Abrams, que tiene motores de turbina de 1.500 caballos de fuerza que funcionan con combustible para aviones, es que son temperamentales y requieren un mantenimiento altamente calificado y casi constante. No perdonan a quienes cometen errores cuando los operan; de hecho, los errores pueden ser letales. El escenario más optimista para desplegar tanques M1-Abrams en Ucrania es de seis a ocho meses, probablemente más. Si Rusia lanza una gran ofensiva en primavera, como se espera, el M1 Abrams no formará parte del arsenal ucraniano. Incluso cuando lleguen, no alterarán significativamente el equilibrio de poder, especialmente si los rusos pueden convertir los tanques, tripulados por tripulaciones sin experiencia, en moles carbonizadas.

Entonces, ¿por qué todo este dispendio de armamento de alta tecnología? Podemos resumirlo en una palabra: pánico.

Habiendo declarado una guerra de facto a Rusia y pidiendo abiertamente la destitución de Vladimir Putin, los proxenetas neoconservadores de la guerra observan con temor cómo Ucrania está siendo golpeada por una implacable guerra rusa de desgaste. Ucrania ha sufrido casi 18.000 bajas civiles (6.919 muertos y 11.075 heridos). También ha visto alrededor del 8 por ciento del total de sus viviendas destruidas o dañadas y el 50 por ciento de su infraestructura energética directamente afectada por frecuentes cortes de energía. Ucrania requiere al menos 3 mil millones de dólares al mes en apoyo externo para mantener a flote su economía, dijo recientemente el director gerente del Fondo Monetario Internacional. Casi 14 millones de ucranianos han sido desplazados (8 millones en Europa y 6 millones internamente) y hasta 18 millones de personas, o el 40 por ciento de la población de Ucrania, pronto necesitarán asistencia humanitaria. La economía de Ucrania se contrajo un 35 % en 2022, y el 60 % de los ucranianos ahora están preparados para vivir con menos de 5,5 dólares al día, según estimaciones del Banco Mundial. Nueve millones de ucranianos están sin electricidad y agua en temperaturas bajo cero, dice el presidente ucraniano. Según estimaciones del Estado Mayor Conjunto de EEUU, 100.000 soldados ucranianos y rusos han muerto o han resultado heridos en la guerra hasta noviembre pasado.

“Creo que estamos en un momento crucial del conflicto en el que el impulso podría cambiar a favor de Rusia si no actuamos con decisión y rapidez”, dijo el exsenador estadounidense Rob Portman en el Foro Económico Mundial en una publicación citada por el Consejo del Atlántico. “Se necesita un aumento”.

Amenaza nuclear

Guiados por la lógica, los cómplices de la guerra arguyen que “la mayor amenaza nuclear a la que nos enfrentamos es una victoria rusa”. La actitud arrogante ante una posible confrontación nuclear con Rusia por parte de los animadores de la guerra en Ucrania es muy, muy aterradora, especialmente teniendo en cuenta los fiascos que supervisaron durante veinte años en Oriente Medio.

Los llamados casi histéricos para apoyar a Ucrania como baluarte de la libertad y la democracia por parte de los mandarines en Washington son una respuesta a la palpable podredumbre y decadencia del imperio estadounidense. La autoridad global de Estados Unidos ha sido diezmada por crímenes de guerra muy publicitados, tortura, declive económico, desintegración social –incluido el asalto al Capitolio el 6 de enero–, la respuesta fallida a la pandemia, el declive de la esperanza de vida y la plaga de asesinatos masivos –además de la serie de debacles militares desde Vietnam hasta Afganistán. Los golpes de estado, los asesinatos políticos, el fraude electoral, la propaganda subrepticia, el chantaje, el secuestro, las brutales campañas de contrainsurgencia, las masacres sancionadas por Estados Unidos, la tortura en los sitios negros globales, las guerras de poder y las intervenciones militares llevadas a cabo por Estados Unidos en todo el mundo desde el final de la Segunda Guerra Mundial nunca ha resultado en el establecimiento de un gobierno democrático. En cambio, estas intervenciones han provocado más de 20 millones de asesinatos y generado una repulsión global hacia el imperialismo estadounidense.

En su desesperación, el imperio inyecta sumas cada vez mayores en su maquinaria de guerra. El presupuesto de gastos más reciente de 1.7 billones de dólares incluyó 847 mil millones para las fuerzas armadas; el total aumenta a 858 mil millones cuando se tienen en cuenta las cuentas que no están bajo la jurisdicción de los comités de Servicios Armados, como el Departamento de Energía, que supervisa el mantenimiento de las armas nucleares y la infraestructura que las desarrolla. En 2021, cuando EEUU tenía un presupuesto militar de 801 mil millones de dólares, constituía casi el 40 por ciento de todos los gastos militares globales: más de lo que los siguientes nueve países –incluidos Rusia y China–, gastaron en conjunto en sus fuerzas armadas.

Burocracias de la guerra

Como observó Edward Gibbon sobre la codicia letal del propio Imperio Romano por la guerra sin fin: “La decadencia de Roma fue el efecto natural e inevitable de una grandeza desmesurada. La prosperidad maduró el principio de la decadencia; la causa de la destrucción se multiplicó con la extensión de la conquista; y tan pronto como el tiempo o el accidente hubieron quitado los soportes artificiales, la estupenda tela cedió a la presión de su propio peso. La historia de la ruina es simple y obvia; y en lugar de preguntarnos por qué el Imperio Romano fue destruido, más bien deberíamos sorprendernos de que haya subsistido durante tanto tiempo”.

Un estado de guerra permanente crea burocracias complejas, sustentadas por políticos, periodistas, científicos, tecnócratas y académicos complacientes, que servilmente sirven a la máquina de guerra. Este militarismo necesita enemigos mortales —los últimos son Rusia y China— aun cuando los satanizados no tengan intención ni capacidad, como fue el caso de Irak, de dañar a EEUU. Somos rehenes de estas estructuras institucionales incestuosas.

A principios de este mes, los Comités de Servicios Armados de la Cámara de Representantes y el Senado, por ejemplo, designaron ocho comisionados para revisar la Estrategia de Defensa Nacional (NDS) de Biden y “examinar las suposiciones, los objetivos, las inversiones en defensa, la posición y estructura de la fuerza, conceptos operativos y riesgos militares de la NDS”. La comisión, como escribe Eli Clifton en el Quincy Institute for Responsible Statecraft, está “compuesta en gran medida por personas con vínculos financieros con la industria armamentista y contratistas del gobierno de los Estados Unidos, lo que genera dudas sobre si la comisión tendrá una mirada crítica sobre los contratistas que reciben 400 mil millones de dólares del presupuesto de defensa de los 858 mil millones para el año fiscal 2023”. El presidente de la comisión, señala Clifton, es la exrepresentante [diputada] Jane Harman (demócrata por California), quien “se sienta en la junta directiva de Iridium Communications, una empresa de comunicaciones satelitales a la que se le otorgó un contrato de 738,5 millones de dólares por siete años con el Departamento de Defensa en 2019.”

Estafa y propaganda

Los informes sobre la interferencia rusa en las elecciones y los bots rusos que manipulan la opinión pública –que el reciente informe de Matt Taibbi sobre los "Archivos de Twitter" expone como una elaborada pieza de propaganda subrepticia–, fueron amplificados sin crítica por la prensa. Sedujo a los demócratas y a sus partidarios liberales para que vieran a Rusia como un enemigo mortal. El apoyo casi universal a una guerra prolongada con Ucrania no sería posible sin esa estafa.

Los dos partidos gobernantes de Estados Unidos dependen de los fondos de campaña de la industria bélica y son presionados por los fabricantes de armas en sus estados o distritos, que emplean a sus electores, para aprobar presupuestos militares gigantescos. Los políticos son muy conscientes de que desafiar la economía de guerra permanente es ser atacado como antipatriótico y, por lo general, es un suicidio político.

“El alma esclavizada por la guerra clama liberación –escribe Simone Weil en su ensayo “La Ilíada o el poema de la fuerza”–, pero la liberación misma le parece un paisaje extremo y trágico, el paisaje de la destrucción”.

Los historiadores se refieren al intento quijotesco de los imperios en decadencia por recuperar una hegemonía perdida a través del aventurerismo militar como “micromilitarismo”. Durante la Guerra del Peloponeso (431–404 a.C.), los atenienses invadieron Sicilia y perdieron 200 barcos y miles de soldados. La derrota encendió una serie de revueltas exitosas en todo el imperio ateniense. El Imperio Romano, que en su apogeo duró dos siglos, quedó cautivo de su único ejército militar que, al igual que la industria bélica de los EEUU, era un estado dentro de un estado. Las otrora poderosas legiones de Roma en la última etapa del imperio sufrieron derrota tras derrota mientras extraían cada vez más recursos de un estado que se desmoronaba y empobrecía. Al final, la élite de la Guardia Pretoriana subastó el cargo de emperador al mejor postor. El Imperio Británico, ya diezmado por la locura militar suicida de la Primera Guerra Mundial, dio su último suspiro en 1956 cuando atacó a Egipto en una disputa por la nacionalización del Canal de Suez. Gran Bretaña se retiró humillada y se convirtió en un apéndice de Estados Unidos. Una guerra de una década en Afganistán selló el destino de una Unión Soviética decrépita.

Un proceso en marcha

“Mientras que los imperios nacientes son a menudo juiciosos, incluso racionales en su aplicación de la fuerza armada para la conquista y el control de los dominios de ultramar, los imperios que se desvanecen se inclinan a demostraciones de poder mal consideradas, soñando con audaces jugadas maestras militares que de alguna manera recuperarían el prestigio y el poder perdidos. ”, escribe el historiador Alfred W. McCoy en su libro, In the Shadows of the American Century: The Rise and Decline of US Global Power. “A menudo irracionales incluso desde un punto de vista imperial, estas microoperaciones militares pueden generar gastos sangrientos o derrotas humillantes que solo aceleran el proceso que ya está en marcha”.

El plan para remodelar Europa y el equilibrio global de poder degradando a Rusia se está pareciendo al plan fallido para remodelar el Medio Oriente. Está alentando una crisis alimentaria mundial y devastando a Europa con una inflación de casi dos dígitos. Está exponiendo la impotencia, una vez más, de los Estados Unidos y la bancarrota de sus oligarcas gobernantes. Como contrapeso a Estados Unidos, naciones como China, Rusia, India, Brasil e Irán se están separando de la tiranía del dólar como moneda de reserva mundial, un movimiento que desencadenará una catástrofe económica y social en Estados Unidos. Washington le está dando a Ucrania sistemas de armas cada vez más sofisticados y miles de millones en ayuda en un intento inútil de salvar a Ucrania pero, lo que es más importante, de salvarse a sí misma.

Nota bene: en esta traducción se respetaron todos los hipervínculos de la edición original en inglés.