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"I don't want to belong to any club that will accept people like me as a member." Groucho Marx en Groucho and Me (1959).

domingo, 27 de febrero de 2022

héroe de la clase conservadora

 Publicado en JeetHeer.substack

La invasión rusa de Ucrania trajo a la superficie la rusofilia derechista estadounidense, un fenómeno de larga data que se volvió más visible para el público en general durante la presidencia de Donald Trump. Esta semana, en una entrevista en The Clay Travis and Buck Sexton Show, Trump se entusiasmó con la estrategia de Putin de reconocer a Donetsk y Luhansk –dos regiones del sureste de Ucrania– como nuevas repúblicas soberanas y lo llamó “genio”. El ex presidente continuó: “Dije: ‘¿Qué tan inteligente es eso?’ Así que va a meterse y se convertirá en un pacificador. Esa es la fuerza de paz más fuerte. Podríamos usar eso en nuestra frontera sur. Esa es la fuerza de paz más fuerte que he visto”, dijo Trump. “Aquí hay un tipo que es muy inteligente... lo conozco muy bien. Muy, muy bien.” 
 En su programa en Fox News, Tucker Carlson se puso a favor y distinguió a Putin de la izquierda estadounidense. Carlson le dijo a su audiencia: “Puede valer la pena preguntarse… ¿por qué odiar a Putin? ¿Putin alguna vez me llamó racista? ¿Me ha amenazado con despedirme por no estar de acuerdo con él?” Estos puntos de vista han tenido eco de muchas maneras en la extrema derecha, aunque la tendencia dominante del Partido Republicano aún se mantiene en el consenso bipartidista contra la expansión rusa. Por supuesto, la sensibilidad del Partido Republicano no impide que Candance Owens, una personalidad en los medios de derecha, culpe a la OTAN y... a Justin Trudeau (primer ministro de Canadá).
“Sugiero que todos los estadounidenses que quieran saber qué está pasando *realmente* en Rusia y Ucrania, lean esta transcripción del discurso de Putin. Como he dicho durante meses, la OTAN (bajo la dirección de los Estados Unidos) está violando acuerdos anteriores y expandiéndose hacia el este. NOSOTROS tenemos la culpa.”
PAREN de hablar de Rusia. Envíen tropas estadounidenses a Canadá para hacer frente al reinado tiránico de Justin Trudeau Castro.
Se ha declarado fundamentalmente dictador y está librando una guerra contra los manifestantes canadienses inocentes y aquellos que los han apoyado financieramente.
Candance Owens (1989) es una activista conservadora, presentadora de TV y comentarista política. Es una de las más destacadas militantes pro-Trump entre las mujeres negras.
¿Qué hacemos con esta sintonía con el nacionalismo ruso? Es importante entender que no es solo un producto de la era Trump, o incluso de la Guerra Fría. Las teorías liberales de Trump como “títere de Putin“ (para usar las palabras de Hillary Clinton) son simplistas y personalizan una afinidad mucho más profunda, que no tiene nada que ver con el enriquecimiento personal o el chantaje, sino que tiene sus raíces en puntos de vista racistas de la política global. Hay dos corrientes importantes de rusofilia de derecha. A menudo se superponen, pero son distintas y ocasionalmente pueden estar en tensión. Una es la creencia de que Rusia es un baluarte necesario contra el liberalismo. La otra opinión es que Rusia es un aliado necesario de la supremacía blanca global, que enfrenta a las naciones blancas contra el mundo no blanco (que a menudo se imagina liderado por China). 

Antiliberalismo 

Antes de la revolución comunista de 1917, Rusia solía desempeñar un papel reaccionario en la política europea y mundial. Fue el régimen menos afectado por la Ilustración, el que impulsó a monárquicos y teócratas. La Revolución Rusa cambió eso, pero incluso en el período comunista hubo algunas voces dispersas que pensaron que Rusia podría volver a su antiguo papel como baluarte del antiliberalismo. El agitador fascista estadounidense Francis Parker Yockey (1917-1960) fue una figura clave en el giro de la derecha hacia Rusia. Yockey fue una figura turbia, pasó gran parte de su vida viajando a través de redes internacionales neonazis encubierto bajo pasaportes con varios nombres falsos. En 1960 las autoridades aeroportuarias se encontraron con una maleta perdida en Fort Worth, Texas. En el interior hallaron siete certificados de nacimiento y cuatro pasaportes con una variedad de nombres, todos aparentemente utilizados por la misma persona. Esto condujo a una persecución del FBI a través del país hasta que Yockey fue al fin arrestado en Oakland, California. 
 A fines de la década de 1940, Yockey tomó nota del hecho de que Stalin –entonces al borde de la muerte y cada vez más paranoico– estaba reviviendo el antisemitismo como una forma de consolidar el apoyo nacionalista. Su creencia en la transformación de Rusia solo se intensificó a principios de la década de 1950, la era de mayor paranoia conspiracionista en Checoslovaquia y el juicio de Rudolf Slánský [secretario general del partido Comunista en Checoslovaquia tras el fin de la Segunda Guerra] en Praga, donde once comunistas judíos fueron condenados por traición y ejecutados en una muestra clara de antisemitismo. Yockey tomó el acontecimiento en Praga como un augurio de que el bloque soviético ya había abandonado en la práctica el marxismo y estaba listo para volver a su papel tradicional como guardián del viejo orden. El nuevo interés de Yockey por Rusia se sumó a un creciente desencanto con Estados Unidos, que consideraba una sociedad decadente dominada por liberales y judíos. 
 Como señala Matthew Rose en su nuevo y fascinante libro A World After Liberalism, el trabajo de Yockey “marcó el comienzo de un replanteamiento de Rusia por parte de la derecha radical cuyos ecos distantes se escuchan hoy”. En un artículo de 2018 en The Daily Beast, Mark Potok señaló: “En 1948, un ideólogo estadounidense llamado Francis Parker Yockey promovía el fascismo paneuropeo que veía a la Unión Soviética como una amenaza menor para Europa que Estados Unidos. A fines de la década de 1950, Yockey sugería que la URSS podría ayudar a ‘liberar’ a Europa de la dominación estadounidense”. 
Lo que distingue esta cosmovisión antiliberal de la perspectiva superpuesta de la supremacía blanca global es la prioridad dada al antiamericanismo que abre la puerta a alianzas con naciones no blancas siempre y cuando se enfrenten a los Estados Unidos. 
Después de su suicidio en la cárcel, el agitador antisemita Willis Carto se hizo cargo del legado de Yockey e hizo un mito de él como un mártir heroico y fascista. El trabajo de Yockey disfrutó de una reputación clandestina durante muchas décadas, pero tras del colapso del comunismo hubo un resurgimiento de sus ideas sobre Rusia como el renacimiento de los valores anti y no liberales. Estos argumentos ya no circulan sólo en la derecha fascista, también aparecen entre los derechistas más convencionales. 
 En una edición de 1990 de Policy Review, Paul Weyrich, cofundador de The Heritage Foundation [un think tank conservador que impulsó a la Nueva Derecha], argumentó: “También debemos estar abiertos a importar de Europa Central y Rusia elementos de la cultura occidental que han sobrevivido mejor allá que aquí”. En 2013, Pat Buchanan explicó la lógica de esta posición en un artículo que preguntaba: “¿Putin es uno de nosotros?” La respuesta de Buchanan era un entusiasmado sí.
¿Es Vladimir Putin un paleoconservador? En la guerra cultural por el futuro de la humanidad, ¿es uno de nosotros? [...] El presidente Reagan una vez llamó al antiguo imperio soviético “el foco del mal en el mundo moderno”. El presidente Putin está insinuando que la América de Barack Obama puede merecer ese título en el siglo XXI. Tampoco carece de argumentos cuando nos damos cuenta de que aceptamos el aborto a pedido, el matrimonio homosexual, la pornografía, la promiscuidad y todo el arsenal de valores de Hollywood que aplican a Estados Unidos. [...] Si bien gran parte de los medios estadounidenses y occidentales lo descalifican como autoritario y reaccionario, un retrógrado, puede ser que Putin vea el futuro con más claridad que los estadounidenses que aún están atrapados en el paradigma de la Guerra Fría. Así como la lucha decisiva en la segunda mitad del siglo XX fue vertical, Este contra Oeste, la lucha del siglo XXI puede ser horizontal, con conservadores y tradicionalistas en todos los países alineados contra el secularismo militante de una élite multicultural y transnacional.
Si se cree que el liberalismo es una amenaza existencial, como sucede con muchos conservadores, entonces es fácil ver a Putin no solo como un mal menor sino también como un aliado potencial. 

Supremacía blanca global 

La rusofilia al estilo Yockey se basa en una guerra entre el liberalismo y la derecha. Como ya vimos en la formulación original de Yockey, había una dimensión racial que equiparaba el liberalismo con el judaísmo. Pero hay otra rusofilia que ve a Rusia como un aliado potencial en un conflicto más amplio de guerra racial global entre blancos y personas de color. En su libro de 1970 The Passing of the Modern Age, el historiador tradicionalista John Lukacs sentenció:
El mundo se está fragmentando en vastas regiones raciales; las diversas razas comienzan a ser soberanas dentro de sus propias regiones, algo así como las nacionalidades de Europa que comenzaron a constituirse en estados nacionales hacia el final de la Edad Media. Con excepción de las Américas y Australia, la raza blanca ha regresado a Europa; África pertenece a los africanos, Asia cada vez más a los asiáticos. Queda la gran cuestión del imperio de Rusia en el norte de Asia: a fines del siglo pasado se suponía que Bismarck había predicho que el hecho más importante en el siglo XX sería que los estadounidenses hablaran inglés; no es imposible que la condición más importante de los próximos cien años sea que los rusos sean, después de todo, blancos.
Lukacs escribió en tono especulativo. La línea de pensamiento identificada por Lukacs fue retomada por los escritores de ciencia ficción de derecha Jerry Pournelle (admirador del dictador fascista Benito Mussolini) y Larry Niven en su serie de novelas CoDominium, que comenzaron en 1973. La serie se basó en la idea de que la Unión Soviética y los Estados Unidos formarían en el futuro una alianza para evitar la amenaza del mundo no blanco. Lo que alguna vez fueron extrapolaciones fantásticas en manos de novelistas de ciencia ficción ahora es una premisa más seria en la extrema derecha. Steve Bannon y Tucker Carlson han argumentado más de una vez que una de las razones para cultivar la amistad con Rusia es que será un socio necesario en la lucha contra China.
Francis Parker Yockey
Los dos argumentos a favor de la rusofilia (el antiliberalismo y el racismo global) a menudo funcionan juntos, pero también podrían estar en tensión dependiendo de qué prominencia tenga prioridad. Bannon es un ejemplo de cómo los dos hilos pueden trabajar juntos. Ha promocionado a Rusia como un aliado potencial contra China, pero también admira a Putin por no haber sido concientizado*:   'Putin no se ha concientizado. Es anti-concientizarse'. Los rusos saben qué baño usar. ‘Saben cuántos géneros hay’
Carole Cadwalladr es una periodista británica que se hizo conocida en 2018 por su investigación sobre el escándalo Facebook-Cambridge Analytica.
Pero este deseo de Bannon de una cruzada contra China no es universalmente compartido. La derecha está dividida sobre China. Entre algunos cuadrantes de la extrema derecha, también es posible ver signos de cierta simpatía por China. David Beattie J. Beattie, exasesor de Trump, tuiteó:
Rusia o China necesitan establecer una granja de servidores gigante con el fin de albergar a los estadounidenses que quieren poder criticar a su gobierno corrupto.
Sería un gran movimiento, un cambio de juego
Pensemos fuera de la burbuja
Richard Hanania del Centro para el Estudio del Partidismo y la Ideología, simpatiza con China y Rusia:
China: "Las sanciones nunca han sido una forma efectiva de resolver problemas".
Esto es verdad. Un orden mundial liderado por China sería más humano. Los que piensan de otro modo tienen el cerebro lavado por los medios estadounidenses, para que piensen en los crímenes de China pero no de los estadounidenses.
Con Hanania y Beattie, vemos que la rusofilia es compatible con la sinofilia. La lógica subyacente de estos giros y vueltas ideológicas es “el enemigo de mi enemigo es mi amigo”. Mientras la extrema derecha defina al liberalismo como su enemigo, encontrará amigos cada vez más extraños. 

(Editado por Emily M. Keeler)
* El término original en “concientización”, como reza la traducción, es woke. Según la politóloga cordobesa –que participó en esta traducción– Valeria Brusco, merece una aclaración: el título original de este artículo es, con mucha ironía: Putin Ain't Woke –algo así como “Putin aún no despertó” o “Putin es una víctima que aún no se empoderó”. Dice Brusco, consultada acerca de cómo volcar al español el concepto woke: “Si se utiliza en el sentido despectivo creo que es algo así como ‘un iluminado’, es decir, una persona que cree que sabe algo que los demás no saben y se cree superior por ello. Debido a este mismo exceso, ahora estamos pasando de lo políticamente correcto, ya obsoleto, a una especie de etapa superior, la ideología woke. El término, tomado del argot afroamericano, significa ‘despierto’, es decir, consciente de todas las iniquidades. Evidentemente, la lista es larga. Ser woke requiere estar particularmente atento a todas las minorías, pero esta lógica, llevada al extremo, multiplica la noción de minoría; ¿no es cada individuo una minoría en sí mismo? Ser woke exige enfrentarse a cualquier opresión, objetiva y subjetiva, incluso si está sancionada por la democracia. #MeToo es el aspecto más conocido de esta revolución woke. Una revolución necesaria que a veces lleva a condenar a personas inocentes por acosos imaginarios, pero reconocemos las revoluciones por las que algunos inocentes pierden la cabeza. Ser woke es implícita o abiertamente brutal, ya que esta ideología exige pasar de una civilización patriarcal, declarada arcaica, a una nueva civilización basada en el triunfo de la diferencia; ser diferente es mejor. Esta inversión de las normas, una especie de carnaval cultural, llevada a su conclusión lógica, desemboca en lo que en Estados Unidos se denomina cancel culture, no la cancelación de la cultura, sino la cultura de la cancelación.”
Sobre la cultura woke Valeria Brusco recomienda este artículo en Semana y éste en ABC.
Nota bene: Se respetaron todos los hipervínculos de la edición original en inglés (que puede leerse acá). También se agregaron aclaraciones entre corchetes. Traducción de Pablo Makovsky.

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