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"I don't want to belong to any club that will accept people like me as a member." Groucho Marx en Groucho and Me (1959).
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jueves, 28 de noviembre de 2019

the dialectic of fear

“The Dialectic of Fear”
From Signs Taken for Wonders, NLB/verso books, 1983. Part of the Radical Thinkers series.



The fear of bourgeois civilization is summed up in two names: Frankenstein and Dracula. The monster and the vampire are born together one night in 1816 in the drawing room of the Villa Chapuis near Geneva, out of a society game among friends to while away a rainy summer. Born in the full spate of the industrial revolution, they rise again together in the critical years at the end of the nineteenth century under the names of Hyde and Dracula. In the twentieth century they conquer the cinema: after the First World War, in German Expressionism; after the 1929 crisis, with the big RKO productions in America; then in 1956–57, Peter Cushing and Christopher Lee, directed by Terence Fisher, again, triumphantly, incarnate this twin-faced nightmare. Frankenstein and Dracula lead parallel lives. They are indivisible, because complementary, figures; the two horrible faces of a single society, its extremes: the disfigured wretch and the ruthless proprietor. The worker and capital: ‘the whole of society must split into the two classes of property owners and propertyless workers.’ That ‘must’, which for Marx is a scientific prediction of the future (and the guarantee of a future reordering of society), is a forewarning of the end for nineteenth-century bourgeois culture.

I. Towards a Sociology of the Modern Monster

The literature of terror is born precisely out of the terror of a split society and out of the desire to heal it. It is for just this reason that Dracula and Frankenstein, with rare exceptions, do not appear together. The threat would be too great, and this literature, having produced terror, must also erase it and restore peace. It must restore the broken equilibrium—giving the illusion of being able to stop history—because the monster expresses the anxiety that the future will be monstrous. His antagonist—the enemy of the monster—will always be, by contrast, a representative of the present, a distillation of complacent nineteenth-century mediocrity: nationalistic, stupid, superstitious, philistine, impotent, self-satisfied. But this does not show through. Fascinated by the horror of the monster, the public accepts the vices of its destroyer without a murmur, just as it accepts his literary depiction, the jaded and repetitive typology which regains its strength and its virginity on contact with the unknown. The monster, then, serves to displace the antagonisms and horrors evidenced within society to outside society itself. In Frankenstein the struggle will be between a ‘race of devils’ and the ‘species of man’. Whoever dares to fight the monster automatically becomes the representative of the species, of the whole of society. The monster, the utterly unknown, serves to reconstruct a universality, a social cohesion which in itself would no longer carry conviction.

lunes, 17 de diciembre de 2018

qué es una ciudad

El miércoles próximo se presenta el libro sobre Rapto del cual escribí el prólogo:




“Nada de gacetillas, nada de agenda. Nuestros textos, nuestras fotos.” Con esa declaración de principios se presentaba Rapto en 2016. La firmaban el periodista Lucas Canalda y el fotógrafo Renzo Leonard. Desde entonces Rapto operó en dos zonas de lo que, para abreviar y entre comillas, llamaremos “el espacio cultural”: la acumulación y la invitación –hay un multifacético término en inglés que acaso le quepa mejor que invitación: tease, como lo leemos por ejemplo en strip-tease o en teaser: el eco de una tentadora perturbación.
Rapto acumula desde 2016 extensas entrevistas y descripciones de distintas escenas que ganaron Rosario, desde la visita de Juana Molina o Adrián Dárgelos con Babasónicos hasta la intimidad de Checho Godoy en su casa y con sus hijos. Checho integra el dúo Matilda, la banda electropop más prolífica y persistente de Rosario. Músicos, sobre todo, pero también dibujantes, periodistas, fotógrafos y crónicas sobre recitales, la primera marcha feminista en la ciudad (los feminismos, la ola verde que se despliega en la guerra interior de una mujer que presta su voz en una entrevista, lo mismo que en la calle y la geografía de ese gran escenario cultural, atraviesan gran parte de estas páginas como llamaradas a veces, como chispazos otras). Los entrevistados, salvo los que vienen de Buenos Aires, están en sus casas, sus lugares de trabajo, en la calle o en un bar, o saltan de un lugar a otro según el cronista los rastrea en el tiempo y en su memoria.
Pies de Rock
Fotografía de Renzo Leonard en Flickr.

lunes, 24 de julio de 2017

cultura popular de la era trump


(Traduje esta nota pensando en explorar las expresiones populares de la era Macri.)

Para quienes nos pasamos los últimos seis meses rastreando la evolución de una nueva categoría de entretenimiento, la cultura pop de la era Trump, el el anuncio de las nominaciones al Emmy del 13 de julio proporcionó dos titulares: “Saturday Night Live” (SNL) recibió 22, de lejos la mayor cantidad en sus 42 temporadas de historia; y “The Handmaid’s Tale” (serie ovacionada en el mundo, basada en la novela de 1985 de la Nobel canadiense Margaret Attwood) obtuvo 13, colocando al fin a Hulu (una plataforma on demmand similar a Netflix) en el mapa de los premios y confirmando que la teocracia estropeada de Gilead (el país ficticio en el que sucede la serie) ahora se encuentra entre las muchas distopías estadounidenses a disposición de los consumidores (los Estados Unidos aparecen divididos en la ficción, ambientada en una suerte de presente alternativo en el que una pandemia de esterilidad azota a la humanidad y las mujeres son sometidas a su rol reproductivo). Estos espectáculos de televisión son, a su modo, dos respuestas diferentes a la pregunta que se formula hoy día en el mundo del entretenimiento, es decir, ¿cómo lidiar con la pesadilla actual? SNL (un show con sketches que trabaja con la actualidad cada sábado a la noche) encarna la intención: incluso cuando el espectáculo falla en su ejecución, entiende que su misión es reprocesar los eventos de la semana en contrapartes salvajes, con profusión de memes y/o momentos de las redes sociales que pueden convertirse en GIFs (imágenes animadas) y comentarios a través de la sátira que “destruyen”, por lo menos el fin de semana, todas las cosas que sabemos se levantarán de nuevo, decididamente intactas, el lunes por la mañana. Para un programa que se a lo largo de décadas surfeó entre cosas y situaciones que eran relevantes y las que no, la elección de Donald Trump como presidente de EEUU fue un llamado a reafirmar la acción, y no fue de extrañar que entre sus nominaciones una fuera para Alec Baldwin –con tanta frecuencia caracterizado como Trump que tenía que ser categorizado como regular en la serie– y uno para el personaje Sean Spicer (vocero de la Casa Blanca), que protagoniza Melissa McCarthy (bueno, fue divertido mientras duró: el jueves pasado Spicer anunció que dejaba el cargo en agosto).

Un triunfo del arte
"The Handmaid's Tale": imagen tomada de Independent.

Ver SNL en la era Trump es un juicio en el acto, en tiempo real. El espectáculo es prácticamente interactivo, casi incompleto sin nuestras reacciones. Pero el reconocimiento de “The Handmaid’s Tale” expresa algo diferente: nuestro deseo colectivo (e irrazonable) de que el arte se haya adelantado a representarlo todo. Nadie que haya aclamado a “The Handmaid’s Tale” afirma que su visión de un mundo en el que la estructura de poder masculina convierte a las mujeres en ciudadanos de segunda clase fue sólo un golpe de suerte en la oscuridad, o que la forma de expresar algunas de las más espantosas retóricas de la derecha, así como sus estrategias políticas en esa narrativa es mera casualidad. En cambio, le damos mucho crédito por haber llegado primero –por haber visto el lejano futuro en 1985, cuando se publicó la novela de Margaret Atwood, y el futuro cercano de abril de 2016, cuando se anunció la serie.
No importa que Atwood estuviera escribiendo, hace más de 30 años, sobre sus preocupaciones políticas feministas, con las que ya estaba apasionada y alarmada; hoy día se siente más irresistible venerarla por haber descubierto un rincón, antes que mirar por la ventana. Muchos han llamado a “The Handmaid’s Tale” profética, y ahora mismo, en el lugar donde la vida real y el entretenimiento se encuentran, no hay alabanza más alta. En busca de un liderazgo oracular creíble, que los políticos y los expertos fracasaron en ofrecer, es tentador recurrir al arte y, posteriormente, tomar prestado de ese arte, como lo han hecho las mujeres al usar las ropas rojas y los sombreros blancos en las protestas contra el delito del aborto en varios estados. Ver “The Handmaid’s Tale” es como decir “Ella lo vio venir” –y decir que lo vio venir es, sobre todo, una expresión de fe en un momento en que se la siente escasa.

lunes, 4 de julio de 2016

saer en su año

En el invierno de 2006, junto con Lucio Guberman, creamos y editamos la revista Lenta Prisa para la entonces Secretaría de Cultura del Gobierno santafesino. Allí pensábamos introducir cierto debate en torno a las políticas culturales y, también, señalar a través de lo que groseramente llamábamos dossiers, algunos temas que nos parecían destacables. Por ejemplo, en el primer número, el tema fue Juan José Saer, muerto un año antes y sobre quien el Ministerio de Innovación y Cultura lanzó hace muy poco un Año Saer que desde ya celebro.
Recupero acá dos de las notas que publicamos en ese dossier del primer número de Lenta Prisa. La entrevista que en 1993 hicieron a Saer D.G. Helder, Alejandro Rubio y Martín Gambarotta, con un texto ad hoc escrito por Helder como prólogo; y el fragmento de la entrevista que realizara en casa del autor, en París, en abril de 2005, Cecilia Vallina, quien tuvo la gentileza de entregarme el audio de esa conversación, que también se reproduce acá.
Ese dossier también incluyó un magnífico ensayo de Osvaldo Aguirre, quien acaso lo haga público pronto.


Imagen tomada de LaIzquierdaDiario.com.

Buenos Aires, marzo de 1993

Durante sus visitas periódicas al país, Saer paraba, en Buenos Aires, en casa de Juan Pablo Renzi y María Teresa Gramuglio, en el barrio de Caballito. Tras la muerte de Renzi, en mayo del 92, empezó a hacerlo en lo de otro santafesino, el cineasta Nicolás Sarquis, que vivía en un quinto piso de la calle Boulogne sur Mer, en el límite de Balvanera con Recoleta o, más popularmente, del Abasto con Barrio Norte. A vuelo de pájaro, un censo de las especies de árboles que pueblan esa última cuadra de Boulogne sur Mer indicaría, en porcentaje decreciente, la presencia del fresno, el ficus, el tilo y ese invento del Inta de los años sesenta: el sauce eléctrico.
Pero el talismán botánico de la cuadra, sin ninguna duda, es el último ejemplar de la vereda de los impares, antes de llegar a la avenida Córdoba. Se trata de un sauce (no eléctrico) crecido espontáneamente a partir de una vara que clavó el intendente De la Rúa junto al tallo de un fresno, de esto hace diez años (datos confirmados por la portera de un edificio). El fresno, por lo visto, no prosperó según lo planeado, pero subsiste como un tronquito lampiño al lado del robusto y majestuoso sauce que supera ya los ocho o nueve metros y cuyas ramas flexibles cuelgan sobre la vereda y los autos estacionados, así como las del sauce emblemático de Juanele se curvaban sobre el río “en busca del secreto sensible del paisaje”. Este no parece sauce criollo ni llorón, sino uno de esos híbridos naturales que se dan a orillas del Paraná, como si por delegación expresa del Litoral se irguiera en esa vereda porteña para rendirle homenaje al autor y al director de Palo y hueso.

lunes, 2 de junio de 2014

arial

El rey de España abdicó y lo comunicó a través de un escueto mensaje redactado en letra Arial. Acaso para que nadie pierda de vista lo doméstico del asunto. El texto puede verse en el sitio de la Casa Real. Así:
De modo que nuestros amigos de WTF Microsiervos notaron la aberración y postearon: "Podría haber sido peor. Podría haber abdicado en Comic Sans":

viernes, 20 de septiembre de 2013

auroras nucleares

Lo leí en Microsiervos, a donde no entraba, creo, desde que cerraron Reader. A su vez, Microsiervos lo tomó del magnífico sitio io9, Se trata de una serie de fotografías tomadas en Los Ángeles, entre 1951 y 1955, que mostraban "amaneceres nucleares". Es decir, imágenes tomadas en la madrugada de unas auroras artificiales creadas por las explosiones atómicas que se realizaban a poco más de 400 kilómetros, en el terreno de pruebas nucleares de Nevada (el enlace lleva a Wikipedia, donde hay unos detalles asombrosos).   
Entre los comentaristas de io9 hay uno que señala que en Las Vegas, a menos de 100 kilómetros de donde se realizaban las pruebas, las auroras nucleares eran una atracción turística. Las pruebas se anunciaban (hasta el año 1962, tras alrededor de 100 explosiones, cuando las pruebas comenzaron a hacerse bajo tierra), de modo que los curiosos podían esperar con cierta precisión el momento en que el horizonte se iluminaba.
En Wikipedia puede leerse que el gobierno de EEUU pagó indemnizaciones de 50 mil dólares a unas siete mil personas afectadas por distintos tipos de cáncer, la mayoría de tiroides.
 Imágenes tomadas de io9.

martes, 14 de febrero de 2012

ensayo documental



El fotógrafo Héctor Rio larga un taller de “Ensayo documental”. Como sabemos ya, los fotógrafos hoy día son artistas, por lo tanto no es tan importante el sentido como el proyecto, la cita como el decir, y así, de modo que todo es ensayo. Bien, Rio trabajó con algunos de los fotógrafos más intensos de los últimos años y él mismo multiplicó su trabajo con intervenciones en distintos frentes. Su taller viene promovido con una imagen fabulosa: una sesión en una iglesia pentecostal de barrio. Todo se intuye: la biblia en el atril, la mujer que afirma su fe con el brazo en alto, el hombre, atrás, que se abre en cruz. Pero lo central es el niño parado en medio del salón pobre, como una aparición entre las sillas, o un milagro: la inquietante presencia del niño en medio de ese juego adulto. Si querés unirte a la causa entrá al blog de Rio o escribile.


Sigo con los problemitas con las herramientas de edición del blog.

sábado, 5 de marzo de 2011

levrero > la tentación de escribir



Un buen amigo de Mario Levrero (que para los amigos era Jorge Varlotta) dice que lo que está escrito en El discurso vacío es “totalmente verídico”. Sus escenarios son reales y sus personajes sobrevivieron a Levrero (Montevideo, 1940-2004).
El discurso vacío, a su vez, es una suerte de diario con McGuffin, para usar una vez más el término amuleto de los cinéfilos: una excusa que lleva al relato y no es en sí el relato —el plano que hay que encontrar en una novela de Kipling, el secreto que cayó en manos enemigas en la última versión de Misión: imposible—. El que escribe en El discurso vacío (Levrero) dice que se dispone a llevar adelante unos ejercicios caligráficos con un fin terapéutico que desmonta la idea de la grafología, cuyo postulado anuncia que la letra escrita refleja el interior de una persona. Así que el escritor decide mejorar la letra para mejorarse a sí mismo. A condiciòn de que lo que escribe no debe tener un “sentido” literario. Un escribir ajeno a la escritura, al mismo diario: se trata de estar atento al dibujo de las letras, no a su contenido, no a lo que enuncian. Como si quien dibuja las letras se enajenara de sí: “desentendiéndose de las significaciones de las palabras que se van formando –lo cual es una operación casi opuesta a la de la literatura; especialmente porque se debe frenar el pensamiento, que siempre, acostumbrado a la máquina de escribir, busca adelantarse, proporcionar nuevas ideas, establecer nuevas relaciones de ideas y de imágenes”, se lee en la página 22.
Pero acaso para los que conocen a Jorge Varlotta como Mario Levrero, es una operación verídica como literatura. Interzona editora, que ha hecho en los últimos años una sutil triangulación de zonas literarias, entre el Uruguay de Levrero, la ruta Buenos Aires-Rosario de Elvio E. Gandolfo (en Ómnibus) y el exasperante panorama santafesino del difunto Carlos Correas (en Un trabajo en San Roque y otros cuentos) publicó El discurso vacío a diez años de su publicación original, en 1996.
La extrañeza y la extranjería de los lugares domésticos es el tema, la atmósfera de muchos de los textos de Levrero (como en los cuentos de Desplazamientos). Su método podría resumirse en el recurso de la tira “Los profesionales”, que dibujara Lizán y Levrero firmara como Varlotta en la revista Fierro, a fines de los 80. Allí, tres ladrones de poca monta parodiaban la situación de estar a punto de dar un gran golpe, al estilo de los cuentos de la serie negra norteamericana. Eran el Jefe, Jeff y Mutt, eterno aprendiz, infantil y fronterizo. La parodia del género, en momentos en los que nunca pasaba nada, le servía a Levrero-Varlotta de excusa para explorar el ridículo de una rutina que en principio era paródica y, sobre todo, era su forma de señalar con ironía los signos del tedio.
“El vacío nunca me asustó demasiado —se lee en la página 43—; en ocasiones hasta llegó a ser un refugio. Lo que me asusta es no poder huir de ese ritmo, de esa forma que fluye sin develar sus contenidos. Por eso me pongo a escribir, desde la forma, desde el propio fluir, introduciendo el problema del vacío como asunto de esa forma, con la esperanza de ir descubriendo el asunto real, enmascarado de vacío”. Así Levrero, que procede según la lección de Marguerite Duras (“Escribir es construirse una soledad”), avanza desde un discurso que se pretende fuera del discurso hacia una vida fuera de la vida, una vida contemplada que le devuelve sus dolores más íntimos: el abandono de un lugar en Montevideo hacia un trabajo en Buenos Aires; la partida de una casa a otra en Colonia, Uruguay, entre 1991 y 1993; los escapes de un perro casero a la calle en los que ve, per speculum, la puesta en abismo de sus propios días.
La maravilla de este libro es la de su propio mecanismo de escritura, y la de los tesoros que toda escritura trae hasta la orilla del texto.
La parodia como excusa en “Los profesionales”, los ejercicios caligráficos como excusa en El discurso vacío, son también recursos para el recuerdo: “Cree la gente, de modo casi unánime, que lo que a mi me interesa es escribir. Lo que me interesa es recordar, en el antiguo sentido de la palabra (= despertar). Ignorosi recordar tiene relación con el corazón, como la palabra cordial, pero me gustaría que fuera así” (página 104).
Entre paréntesis a una anotación de un día marzo, en la página 119, se lee: “(Hoy leí una frase de Rilke que es monumental: dice algo así como que “la realidad es una cosa lejana que se acerca con infinita lentitud al que tiene paciencia”.) (Tengamos paciencia, pues, y esperemos que esa cosa lejana se acerque.)” Pero lo que se acerca a ese mundo de los ejercicios caligráficos que constituyen El discurso vacío son zumbidos, interrupciones, distracciones de la vida doméstica: el perro que pide entrar a la casa y cuando se le abre la puerta sale disparado a la vereda de enfrente a torear a otro perro, el niño Juan Ignacio que entra a preguntar por su madre porque un señor pregunta por ella, la madre del niño, Alicia, que requiere la atención del escritor. Como en “Los profesionales”: hay un plan, un golpe, hasta un lenguaje y un estilo (el de la serie negra, que se parodia), todo eso interrumpido una y otra vez por la formación del aprendiz, la torpeza del secuaz, los escasos recursos, la realidad que nunca está del todo cerca.

El discurso vacío
Mario Levrero
Interzona
Buenos Aires, 2006
144 páginas
Las páginas de Los profesionales en Fierro (click en la imagen para ampliar).




los profesionales | lizán-varlotta

(Clic en la imagen para ampliar.)
 

Los Profesionales 2 | Lizán-Varlotta