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lunes, 17 de diciembre de 2018

qué es una ciudad

El miércoles próximo se presenta el libro sobre Rapto del cual escribí el prólogo:




“Nada de gacetillas, nada de agenda. Nuestros textos, nuestras fotos.” Con esa declaración de principios se presentaba Rapto en 2016. La firmaban el periodista Lucas Canalda y el fotógrafo Renzo Leonard. Desde entonces Rapto operó en dos zonas de lo que, para abreviar y entre comillas, llamaremos “el espacio cultural”: la acumulación y la invitación –hay un multifacético término en inglés que acaso le quepa mejor que invitación: tease, como lo leemos por ejemplo en strip-tease o en teaser: el eco de una tentadora perturbación.
Rapto acumula desde 2016 extensas entrevistas y descripciones de distintas escenas que ganaron Rosario, desde la visita de Juana Molina o Adrián Dárgelos con Babasónicos hasta la intimidad de Checho Godoy en su casa y con sus hijos. Checho integra el dúo Matilda, la banda electropop más prolífica y persistente de Rosario. Músicos, sobre todo, pero también dibujantes, periodistas, fotógrafos y crónicas sobre recitales, la primera marcha feminista en la ciudad (los feminismos, la ola verde que se despliega en la guerra interior de una mujer que presta su voz en una entrevista, lo mismo que en la calle y la geografía de ese gran escenario cultural, atraviesan gran parte de estas páginas como llamaradas a veces, como chispazos otras). Los entrevistados, salvo los que vienen de Buenos Aires, están en sus casas, sus lugares de trabajo, en la calle o en un bar, o saltan de un lugar a otro según el cronista los rastrea en el tiempo y en su memoria.
Pies de Rock
Fotografía de Renzo Leonard en Flickr.
Rapto invita, provoca, agita una conversación sobre la ciudad. El cronista ve a Fernando Vercelli, uno de los líderes de la primera banda de ska argentina, Scraps, desde un colectivo, en el barrio de Pichincha. Escribe: “Fernando nació y vive en zona Sur, pero su deporte preferido es salir solo de noche a recorrer barrios de Rosario donde sabe, porque le contaron los que ya no están y porque lo leyó, que hace muchos años ocurrieron historias increíbles. Así desde el sur, llega a Pichincha, y añora momentos que no vivió. Extraña aquello que nunca tuvo y le hubiese gustado vivir. Caminando la noche entera, piensa y observa aquello que lo nutre para escribir otra canción. Y todo está ahí, en Disco Rayado.”
Estos textos que ahora se presentan en formato libro también añoran momentos no vividos y recorren con precisión momentos que viven en la crónica. Postulan, a su modo extenso y a veces fabuloso y fabulesco, que la ciudad no es sino un rapto, el secuestro de una experiencia que sucede a un costado de la gran avenida, que ciertas cosas a las que se le entrega una vida están al borde la ausencia, la alienación o la extranjería.
Si las preguntas más visibles en estos largos textos son cómo desarrollar una carrera musical, periodística o artística, hay que leer también la inquisición fundamental. En un momento de la entrevista a Pablo Jubany el entrevistador teoriza: “una pregunta es un disparador, una bengala que se lanza hacia una dirección para indicar un camino, iluminar una zona, tomar perspectiva, y mucho más; formular una pregunta es encender una zona de respuestas probables, una zona de posibilidades”; en esa “zona” cabe la interrogación: ¿qué es una ciudad?
Rapto es acaso un ensayo de biografía de Rosario, no por su mito infundado o su leyenda oficial, sino por las vidas que suben y bajan de escena: lugares nocturnos colmados, donde la temperatura supera la del cuerpo humano, que reciben bandas y solistas de los que recién tenemos noticias, un agite y un despliegue que atraviesa generaciones y estilos. Y allí, unos ocasionales protagonistas que no sólo hablan de su tarea, de la extensión de su tarea en el tiempo hasta llegar a esa noche particular, también de los lugares y los colectivos que los acompañaron, desde los sellos que se multiplicaron en la ciudad en los últimos años hasta los espacios que fogonearon la movida: desde los sellos Rock Villero –relativamente nuevo– a Polvo Buró o Discos del Saladillo, Ecur (Espacios Culturales Rosario), el salón de la Asociación Japonesa en calle Iriondo o el bar Bon Scott en Pichincha hasta el fundacional Planeta X que pisa ya las dos décadas.
El procedimiento en cada entrevista-crónica es cierto saber –vida y obra de Nekro, líder de Boom Boom Kid, Marilina Bertoldi, Juani u Oscar Favre, Pablo Jubany, Barbi Recanati, las mujeres de Alto Guiso o Richard Coleman, en un listado que no agota la cantidad de conversaciones de este libro–, pero también cierta genealogía: las crónicas no esquivan la literatura sobre la que se funda la ciudad hablada en Rapto, una novela de Beatriz Vignoli, un breve tomo de Diego Giordano o el blog de Carolina Taffoni –crítica y periodista–, quien dice en una entrevista, un poco en serio, otro poco en broma, que escribía “para cuatro freaks”.
Rapto se distingue de cualquier otro proyecto periodístico, precisamente, en esa elección, en haber hallado los cuatro freaks capaces de leerla y multiplicarla. No es una lectura pensada para la masividad, para la “gente” a la que escribe un periodismo que descarría si usa la primera persona, como un espectáculo de strip-tease, en el que la bailarina hace público un movimiento destinado a cada uno de los espectadores, estas páginas se escribieron para el deseo de cada lector en particular. “A veces –contesta Dárgelos en la entrevista que puede leerse en el libro–, la épica de una banda es salir en busca de su público y al público uno lo inventa, básicamente, mientras va haciendo canciones, lo va llamando como “el flautista de Hamelin”. Rapto llama a su público encantándolo, raptándolo.
El estilo mismo de Canalda en muchas de estas notas suena a un rapto, en el sentido de iluminación, de desvío –diversión comparte la misma raíz que desvío, conviene recordarlo– y desvarío: “Una pompa de hammond y la inflexión de un corno francés anunciaban una libertad barroca que desconocía tiempo y espacio”, escribe por ejemplo sobre Alucinaria y, en la misma nota: “’Mancha’ es un carnaval que se anuncia a la distancia, seductor e irresistible; un delírium trémens orquestal; una conspiración de voces, las mismas que susurraban en los oídos de esos audaces peatones de las fauces penumbrosas, Wilson, Syd Barrett y el Miguel Abuelo lisérgico”. Nombres, adjetivos y sustantivos empujan sus sonidos, son una cortina sonora para una imagen que se distorsiona y se sale de foco para señalarnos el horizonte hacia el que corre.
Varias veces en estos textos (texto es un modo de nombrar a estos artículos en los que el autor ensaya una entrevista, describe una escena, despliega una crónica que no sólo contextualiza las palabras de un entrevistado: las ubica en esa biografía mayor que es un momento de la ciudad, de su noche y las luces que la proyectan) se usa como sinónimo de Rosario “la otrora Chicago argentina”. La repetición, la extensión de los términos buscados para el reemplazo hacen pensar en una ironía y, en esa inquisición de toda ironía –uno de los imprecisos orígenes griegos del término, nos lo enseñaba Paul Ricoeur, dice “yo pregunto”–, Rosario refulge en sus ecos internacionales, espurios, centrales y marginales a la vez: la ciudad que se nombra en otra y nombra a la vez una historia, la del cereal y la mafia, la de la riqueza y la miseria, la de la ambición y la bajeza. En esas sombras el lector se ubica, como si caminara a tientas en un bosque oscuro y se guiara a través de sonidos dispersos, pero precisos.
En la entrevista a Carlos Rodríguez (Nekro), el líder de Boom Boom Kid repasa su larga carrera mientras prepara su recital en Rosario –la entrevista, desde luego, altera en su introducción el momento de la conversación y el del recital– y dice: “Hay canciones, por ejemplo, que hablan del servicio militar obligatorio, canciones que yo tenía, que son canciones buenas pero ya no toco más aunque me gusten. No las toco más porque no tienen sentido. El servicio militar obligatorio no existe más. Me encanta la música, me encanta la canción, sí, pero ya no tiene sentido para mí tocarla porque ya no tiene sentido luchar para eso. Todavía siento, tal vez, por muy ambicioso que sea y tengo todo el derecho de hacerlo, quiero más amor, más libertad, y no la encuentro ni la veo”. Rapto es el lugar donde captar esos rastros de ya no están, no tienen sentido, pero dejaron una huella que, aunque ya nadie toma, son todavía un testimonio.
En ese mismo tono, son las palabras de Juani Favre unas de las que mejor describen la línea de trabajo sobre esta biografía de Rosario que se lleva adelante en este libro. Juani se refiere a los años iniciales del colectivo Planeta X, de donde salió una generación de músicos, artistas e intelectuales: “La seguridad nos la dábamos entre nosotros”, dice y agrega: “Me pega como una contundente postal de una Rosario que ya no existe. Además, no sé si es una ciudad que se atreve a lo nuevo, a lo desconocido, parece ser eso mismo de lo que hay que cuidarse”.
Rapto es, esencialmente, un ejercicio anacrónico. Para decirlo con las palabras ya célebres del filósofo italiano, “es verdaderamente contemporáneo aquel que no coincide perfectamente con su tiempo ni se adecua a sus pretensiones y es por ello, en este sentido, inactual; pero, justamente por esta razón, a través de este desvío y este anacronismo, es capaz, más que el resto, de percibir y aferrar su tiempo”.

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