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martes, 12 de agosto de 2025

las aventuras de samuel clemens

Las muchas vidas de Mark Twain

El siguiente artículo fue tomado de The Nation (legendaria revista abolicionista fundada en 1865).

por ADAM HOCHSCHILD | The Nation

Hay quienes viven muchas vidas. Mark Twain vivió una media docena. De niño en Hannibal, Misuri, vivió con su familia en un depósito hacinado arriba de una farmacia. Como autor de renombre mundial, él y su esposa construyeron una casa de 1.100 metros cuadrados con 25 habitaciones, balcones, torretas y suelos de mármol. A sus pobres veinte años, Twain viajó a Nevada en diligencia, durmiendo sobre las bolsas del correo. Décadas más tarde, alquiló vagones de un tren privado. Antes de escribir los libros que lo hicieron famoso, sirvió en una milicia confederada, buscó oro en Sierra Nevada y trabajó como reportero en un periódico de San Francisco y de lo que hoy es Hawái. Al final de su vida, el zar de Rusia y varios otros monarcas estaban encantados de recibirlo, Andrew Carnegie lo invitaba a cenar y Woodrow Wilson (entonces presidente de la Universidad de Princeton [antes de ser presidente estadounidense]) jugaba al minigolf con él. Tomando prestada una frase de su contemporáneo Walt Whitman, la vida de Twain realmente contenía multitudes.

1907. By A.F. Bradley, New York - steamboattimes.com, Public Domain, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=11351079

Multitudinario también fue el géiser de su obra. Twain dejó unos 30 libros y panfletos, miles de artículos para periódicos y revistas, así como cuadernos, manuscritos inéditos y una extensa autobiografía de tres volúmenes, cuya mezcla de hechos y fantasía ha mantenido ocupados a los académicos durante décadas. No sin razón un editor tituló una antología Mark Twain en Erupción. Además, gran parte de la obra de Twain se desarrolló en el escenario: una de sus maratones de conferencias en gira incluyó 103 presentaciones en Estados Unidos y Canadá; otra, tardó 15 meses y zigzagueó por unos 85.000 kilómetros hasta dar la vuelta al mundo.

La nueva biografía de Ron Chernow es extensa pero muy legible y se titula simplemente Mark Twain, cubre todo ese volcán, pero destacan tres fases de su extraordinaria vida. En primer lugar, está Twain el escritor, en particular el autor de sus dos mejores libros, Las aventuras de Huckleberry Finn y Vida en el Misisipi. El gran río fluye por sus páginas, lleno como la vida misma, de curvas peligrosas, obstáculos, corrientes ocultas y alegrías inesperadas. Con algunas excepciones, como Las aventuras de Tom Sawyer, el resto de su obra tiene en la actualidad un tufo arcaico. ¿Seguiríamos leyendo El príncipe y el mendigo o Un yanqui en la corte del rey Arturo si hubieran sido escritos por otro autor? En cuanto a príncipes y reyes, nadie eclipsa al duque y al delfín, la falsa realeza de Huckleberry Finn.

El segundo Twain es la celebridad mundialmente famosa, que se deleitó con aplausos en casi todos los continentes. Y el tercero es el autor en sus últimos años, afligido por múltiples pérdidas, soportando penas de las que el público sabía poco, y manifestando una extraña y reveladora fijación. Nació como Samuel Clemens en 1835, en el pequeño pueblo de Florida, Misuri. A los 3 años, la familia se mudó a Hannibal, un pueblo cercano a la orilla del río Misisipi, el "San Petersburgo" de sus novelas. Su padre logró arruinar un pequeño negocio tras otro, acumulando deudas que lo obligaron a trabajar como dependiente en una tienda de comestibles y a su esposa a alojar huéspedes. Murió cuando Sam tenía 11 años. El niño solo cursó unos pocos años de escuela, realizó diversos trabajos esporádicos, se convirtió en aprendiz de impresor y trabajó brevemente para su hermano Orión, dueño de un pequeño periódico. A los 17 abandonó su hogar durante varios años y sobrevivió como impresor y tipógrafo ambulante, vivió un poco con su hermana en San Luis, donde ella se había casado, y ejerció su oficio en lugares tan lejanos como Filadelfia y Nueva York. A los 21 comenzó a formarse como piloto de barco fluvial, un puesto con el que siempre había soñado, la profesión de la que tomaría su seudónimo ["mark twain" puede traducirse como "estela gemela"]. Dos años después, tras obtener su licencia, pilotaría el mayor barco de vapor del Misisipi, una de esas máquinas maravillosas —que expulsaban humo, chispas y brasas ardientes por sus altas chimeneas gemelas— que habían reducido el tiempo de viaje por la gran arteria central del país de semanas a días. No es de extrañar que Twain anhelara «seguir el río el resto de sus días y morir al volante». Solo disfrutó de dos años más de vida como miembro de lo que Chernow llama «la realeza indiscutible de este reino flotante» antes de que la Guerra de Secesión pusiera fin a esa mágica existencia.


Iluastración de Joe Cardiello para The Nation.

Luego vino la breve etapa de Twain hechizado por la lucha de la Confederación —participó solo en una escaramuza— antes de que él y su hermano tomaran la diligencia hacia el oeste. Ya había publicado algunos sketches en periódicos, y a finales de sus veinte, en California, se ganaba la vida escribiendo tanto periodismo como ficción. El gran avance que impulsó su fama fue Los inocentes en el extranjero, publicado en 1869, cuando Twain tenía 33 años.

A pesar de la imponente extensión, el libro de Chernow aborda con demasiada rapidez este crucial período inicial, especialmente la infancia de Twain en Hannibal y su carrera en el río Misisipi, los años que dieron origen a sus dos obras maestras. En esta biografía de más de 1.000 páginas, Twain ya había dejado Hannibal en la página 41 y su trabajo de piloto de barco fluvial en la página 64.

La propia autobiografía de Twain ofrece muchas más páginas sobre su infancia. Relata, por ejemplo, sus incursiones en el desacato, como sus anécdotas de patinaje, «probablemente sin permiso», en el gélido Mississippi bajo la luz de la luna invernal, mientras los témpanos de hielo se deshacen y lo separan a él y a un amigo de la costa. Y más allá del mismo Twain, ¿qué se escondía tras su inigualable retrato de los estafadores estadounidenses en «El Duque» y «El Delfín», que intentan predicar la templanza, las medicinas patentadas y la frenología* antes de hacerse pasar por nobles caídos y actores famosos? ¿Hay rastros de los estafadores de pueblos pequeños que pasaban por Hannibal o que trabajaban en los barcos de vapor del río, que podrían haber sido materia prima para sus personajes?

Para ser justos, Chernow nos habla de las experiencias posteriores que cambiaron profundamente la forma en que Twain pensaba sobre algo que había dado por sentado de niño: la esclavitud. Muchos en Hannibal poseían esclavos, incluido —antes de que su negocio se revirtiera— el mismo padre de Twain. En cambio, la esposa de Twain, Olivia, o Livy, con quien se casó en 1870, provenía de un clan adinerado de abolicionistas que habían financiado una parada del Ferrocarril Subterráneo**. El escritor también tuvo varios encuentros memorables, como una larga conversación en 1874 con la cocinera negra de su cuñada, quien le contó cómo, dos décadas antes, en Virginia, había visto a su marido y a sus siete hijos subastados encadenados; solo volvió a ver a uno de ellos. Fue entonces cuando Twain empezó a comprender plenamente lo que albergaban los corazones de la docena de esclavos encadenados que vio de niño, en el muelle de Hannibal, esperando ser embarcados río abajo. Sin esta ampliación de su conciencia, quizá nunca hubiéramos conocido la figura de Jim, el fugitivo.

A los 15, Twain sostiene una plaqueta con tipos de metal que componen su nombre. En Wikipedia. By Mark_Twain_by_GH_Jones,_1850.jpg: G.H.[?] Jones [or Jonco?] / Hannibal Moderivative work: Smalljim (talk) - Mark_Twain_by_GH_Jones,_1850.jpg, Public Domain, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=11784274

Como cualquier escritor estadounidense blanco de su época, Twain llegó a ver la esclavitud y sus secuelas como el pecado original del país. Más allá de eso, puso su dinero donde estaban sus principios al idear, escribe Chernow, "su propia forma de reparación racial": Una vez que Twain se hizo rico, apoyó financieramente a muchas personas negras, entre ellas a uno de los primeros estudiantes de este tipo en ingresar a la Facultad de Derecho de Yale. Warner T. McGuinn se convertiría más tarde en concejal de la ciudad de Baltimore y un exitoso abogado que, mucho después de la muerte de Twain, asesoró y remitió casos a otro abogado negro que recién comenzaba su carrera: Thurgood Marshall.

El segundo Twain que conocemos en el libro es el hombre que, como escribe Chernow, "inventó prácticamente nuestra cultura de la fama". Si Huck Finn era el arquetipo del outsider, Mark Twain, la celebridad, era el consumado conocedor, la respuesta definitiva al bueno para nada de su padre. Su fama trascendió las barreras de clase de una manera difícil de imaginar hoy en día. Ningún otro escritor estadounidense podría aparecer en un bar de Nueva Orleans, un almacén de ramos generales de Kentucky o en la Ópera Metropolitana y que todos supieran al instante quién era. Es difícil imaginar a su contemporáneo Henry James, por ejemplo, dignarse siquiera a poner un pie en Nueva Orleans o Kentucky, y mucho menos a ser reconocido allí. Cuando Twain llegó a Inglaterra en 1907, los estibadores lo vitorearon al bajar del barco, al igual que los estudiantes de Oxford cuando recibió allí un título honorífico. Para su 70º cumpleaños, su editor le ofreció una cena con una orquesta de 40 músicos, 172 invitados y, como recuerdo para cada uno, un busto del autor de treinta centímetros de altura. (Nota para mi editor: Mi cumpleaños se aproxima).

Sin embargo, la suya no era una fama vacía como la de, por ejemplo, el viejo Hemingway, el impetuoso "Papa" que posaba con los leones y leopardos que había fotografiado tras dejar atrás sus mejores obras. Más bien, a partir de la primera conferencia de Twain a los 30 años, el escenario fue fundamental en su obra. Lamentablemente, falleció en 1910, demasiado pronto para dejar registro de sus actuaciones.

Nadie conoce el total de sus lecturas, conferencias, discursos de graduación y discursos de sobremesa, pero al menos 835 de ellos dejaron un registro escrito que es suficiente para contarlos. Ya fuera hablando en el Carnegie Hall, en un pueblo minero de California o ante 850 convictos en una prisión, Twain mantenía a sus oyentes cautivados. Todo esto contribuyó a perfeccionar su escritura, al igual que que en su época Shakespeare hizo lo suyo en el escenario. Chernow cita a un observador que señala que Twain analizaba a cada público con la misma atención "como un abogado examina a su jurado en el juicio por una muerte". Aprendió el ritmo y el valor de una ceja levantada o una pausa calculada, y descubrió que el mejor humor puede ser inexpresivo. (Rechazó invitaciones para hablar en iglesias, donde la gente tenía "miedo a reír").

(From l. to r.) American Civil War correspondent and author George Alfred Townsend, Mark Twain and David Gray, editor of the rival Buffalo Courier.
Mathew Brady or Levin Handy - This image is available from the United States Library of Congress's Prints and Photographs division under the digital ID cwpbh.04761. This tag does not indicate the copyright status of the attached work.

En un banquete de veteranos del Ejército de la Unión en 1879, después de que el famoso e impasible Ulysses S. Grant hubiera asistido a 14 discursos "como una imagen tallada", Twain se sintió triunfante por haber hecho reír al general "hasta las lágrimas". Al comenzar una nueva gira, pidió a sus agentes de conferencias que lo iniciaran en pueblos pequeños para que pudiera perfeccionar su material antes de llegar a los ayuntamientos de las grandes ciudades. "Durante una hora y quince minutos —escribió después de una aparición triunfal— estuve en el paraíso".

Además, Twain aprovechó su fama para defender sus creencias. Su enfrentamiento con la esclavitud lo llevó a una furia apasionada por otras injusticias. Escribió, habló y presionó, por ejemplo, contra el despiadado sistema de trabajos forzados que el rey Leopoldo II de Bélgica impuso en el Congo. Y, contra la corriente de la opinión pública estadounidense, protestó enérgicamente contra la brutal guerra colonial que Estados Unidos libraba en Filipinas. «Me opongo —dijo— a que el águila ponga sus garras en cualquier otra tierra».

Sin embargo, a diferencia de la mayoría de las biografías de Twain, casi la mitad del colosal libro de Chernow está dedicado a la última y cada vez más difícil década y media de la vida del escritor, y es en estas páginas donde conocemos al tercer Twain. Es un retrato conmovedor y memorable, porque su vida privada en este período fue muy diferente a la del segundo Twain, al que el público seguía viendo, la magistral luminaria de cabello blanco con una ocurrencia brillante para cualquier ocasión.

Twain y Livy habían perdido a un hijo en la infancia y ahora tenían tres hijas. La mayor, Susy, parecía tener una aventura amorosa con una persona del mismo sexo que la familia, preocupada por su imagen pública, hizo todo lo posible por ignorar. En 1896, Susy, quien tenía una relación particularmente estrecha con su padre, enfermó y murió de meningitis espinal en cuestión de días. Siempre dispuesto a lacerarse, Twain sintió que la había descuidado indebidamente. Luego, la frágil salud de Livy empeoró, lo que la llevó a interminables rondas de nuevos médicos, balnearios, curas de reposo y climas cálidos. Durante varios periodos, los médicos insistieron extrañamente en que, para evitar forzar su corazón, no debían verse durante días o incluso semanas. En 1904, cuando se encontraban lejos de casa, en una lujosa villa alquilada en Florencia, Italia, el corazón de Livy falló.

Twain vivió sus últimos años en un viaje turbulento entre Connecticut, Bermudas, Nueva York y un retiro de verano en el norte del estado, preocupado constantemente por su hija menor, Jean, que sufría de epilepsia. Cualquiera que haya convivido con un epiléptico en los años previos a los tratamientos actuales conoce la tensión de temer y presenciar con impotencia una crisis epiléptica. Mientras mantenían en secreto la enfermedad de Jean, el autor y su otra hija superviviente, Clara, emprendieron una larga búsqueda de un médico o sanatorio adecuado. Para administrar la casa y ayudarle con su mar de correspondencia. Twain contrató a una joven secretaria interna, Isabel Lyon. Las rivalidades se dispararon. Jean temía, con razón, que la exiliaran por su epilepsia. La inestable Clara —quien en un momento dado sufrió una crisis nerviosa que la llevó a un sanatorio— estaba celosa de Lyon, de quien muchos sospechaban que planeaba casarse con Twain. Lyon se refería a él como "el Rey" y asumía deberes de esposa, como cortarle el pelo.

Mark Twain en Stormfield (nombre de su última residencia en Redding, Connecticut), 1909, registrado por el kinetógrafo de Thomas Edison. Se crea que quienes aparecen son sus hijas Clara y Jean. Tomado de Wikipedia.

Todo el pendenciero séquito se mudaba sin descanso de una gran mansión o lugar de vacaciones a otro. Surgió entre Twain, Lyon, Jean, Clara y algunos otros parásitos, una red de alianzas y disputas en constante cambio, más compleja de lo que se podría imaginar que un puñado de personas podría crear, todo ello registrado en miles de páginas de cartas y diarios. Las tensiones desgastaron al autor.

Aunque nunca dejó de escribir, ni de dar discursos, ni de reunirse con personalidades visitantes, desde Booker T. Washington hasta Máximo Gorki y el joven Winston Churchill. En Nueva York, salía periódicamente de su casa para pasear por la Quinta Avenida con su famoso traje blanco, fumando un puro (fumaba hasta 40 al día), reconocido por todos. Estaba resucitando al segundo Twain —la celebridad— como refugio de la tercera fase, cada vez más dolorosa de su vida.

Curiosamente ensombrecía estos últimos años la creciente necesidad de Twain de tener a mano a una o más de las que él llamaba sus "angelotes": niñas, idealmente de entre 10 y 16 años. Hijas de amigos o allegados, algunas conocidas en sus interminables viajes que llegaban a visitarlo, a dar paseos en carruaje o a sesiones de lectura en voz alta, a menudo acompañadas por sus madres. Todo era muy casto, pero la suya era una obsesión con criaturas de inocencia imaginaria, antes de que crecieran a la edad de las complejas y problemáticas mujeres adultas de su hogar.

Aunque Twain amaba entrañablemente a sus hijas, era un amor que quería que permanecieran para siempre lo más cerca posible de la infancia. En su autobiografía hay un pasaje revelador: «Susy murió en el momento oportuno, la época afortunada de la vida; la edad feliz: veinticuatro años. A los veinticuatro, una chica como ella ha visto lo mejor de la vida». Tampoco Twain pudo mantenerse con gracia al margen mientras Clara intentaba forjarse una carrera como cantante. Siempre la frustraba que el público estuviera menos interesado en su voz que en el hecho de ser la hija de Mark Twain, y él, desde luego, no contribuía a mejorar las cosas. En un concierto, cuando ella lo invitó generosamente a subir al escenario al finalizar el recital, él procedió a hablar durante 15 o 20 minutos, cautivando a todos como de costumbre: «Quiero agradecerles su apreciación del canto [de Clara], que, por cierto, es hereditario». No sorprende que ella se negara después a posar con él para las fotos.

En cierto modo, esta tercera etapa de la vida de Twain ilumina la primera, recordándonos que, tanto en la realidad como en la ficción, el mundo de su infancia que tanto amaba era casi enteramente masculino: el dominio masculino de la timonera del barco fluvial, o la balsa en la que Huck y Jim flotan río abajo juntos, dejando atrás a la tía Polly y a la señorita Watson. 

Finalmente, en un año agonizante, la situación en la casa del escritor llegó a su clímax. Él decidió que Lyon y otro asistente le estaban robando dinero y los despidió, una disputa que llegó a la prensa. Clara se casó y se mudó a Europa. Jean regresó a casa, para su alegría, y por fin se convirtió en la dueña de la casa. Pero mientras se bañaba, sufrió una convulsión que le provocó un infarto fatal. Su desconsolado padre le escribió a Clara: «De mi bella flota, todos los barcos se han hundido menos tú».

1940, sello postal conmemorativo de EEUU. By U.S. Post Office - U.S. Post OfficeHi-res scan of postage stamp by Gwillhickers., Public Domain, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=12570010

Para entonces tenía 74 años y su propio barco estaba a punto de hundirse. Clara corrió a casa justo a tiempo para estar con él en sus últimos días. Bromeó hasta el final, cuando la falta de aire le hizo perder "suficiente sueño como para abastecer a un ejército agotado". Una de sus últimas obras se tituló "Etiqueta para el más allá". "Deja a tu perro afuera", aconsejaba. "El cielo se rige por favores. Si los hiciera por el mérito, te quedarías afuera y el perro estaría adentro". Los titulares lamentaron la muerte del gran "humorista". El logro de Chernow es mostrarnos cuánto más compleja fue su vida.

Chernow termina su biografía poco después de la muerte de Twain, pero este influyente autor estadounidense ha tenido una vida después de la muerte controvertida. Tanto su hija Clara como Albert Bigelow Paine, su biógrafo autorizado y primer albacea literario, purificaron con energía el legado de Twain, presentándolo como el sabio bondadoso de melena blanca de Hannibal. En su biografía de tres volúmenes Paine nunca menciona que Twain fuera vicepresidente de la Liga Antiimperialista, y tanto allí como en las numerosas colecciones de escritos de Twain que editó, censuró u omitió muchos de los comentarios del autor sobre eventos como la guerra filipino-estadounidense librada por el presidente William McKinley. Como es habitual, cuando Twain le escribió una vez a un amigo: «Voy a quedarme pegado a mi escritorio durante un mes, con la esperanza de escribir un librito, lleno de desprecio juguetón y afable por el miserable McKinley», Paine termina la frase con «con la esperanza de escribir un librito».

¿Qué pensaría Twain de su país ahora, encabezado por un ferviente admirador de McKinley cuyo torrente diario de tonterías hace que el Duque y el Delfín parezcan pilares del Better Business Bureau***? En Huckleberry Finn, el fraude de esa pareja los alcanza, y son alquitranados y emplumados mientras una multitud, "gritando y gritando, golpeando cacerolas y tocando trompetas", los saca del pueblo en un tren. Ojalá aún tuviéramos a Mark Twain aquí para imaginar un destino similar para el estafador en jefe de hoy.

11 de agosto de 2025

 

* Pseudociencia que pretendía determinar el carácter y hasta las tendencias de una personalidad —incluida una predestinación al crimen— a través del estudio de la forma del cráneo.

** El nombre es en parte metafórico y se refiere a una red de liberales blancos que protegían esclavos que escapaban de las plantaciones del sur. 

*** Organización sin fines de lucro que evalúa la rentabilidad de los negocios en función de fines caritativos.

Adam Hochschild es autor de la reciente American Midnight: The Great War, a Violent Peace (“Medianoche estadounidense: la Gran Guerra, una paz violenta”), y Democracy’s Forgotten Crisis (“La crisis olvidada de la democracia”).

lunes, 30 de junio de 2025

los tecno-oligarcas sienten que ya no pertenecen a nuestra especie

El texto de Jeet Heer que se traduce a continuación se publicó en The Nation este lunes. La descripción de Peter Thiel —no sólo un oligarca tecnológico, sino un ideólogo de las nuevas derechas radicales, mucho más que el más conocido Elon Musk— coincide de algún modo con la de los cuatro tecno-bros encerrados un fin de semana en la cima de una montaña en el film Mountainhead (un guiño a la obra de la gran inspiradora de la distopía cpitalista actual, The Fountainhead, de Ayn Rand). Si bien la película es un derroche de diálogos y tipologías —los creadores son también los responsables de la serie Succession—, lo que básicamente nos informa es la ineptitud de esta nueva casta para crear o recuperar un sistema político. Uno de los conflictos principales del film es la inminencia de la muerte de uno de los personajes y su esperanza de convertirse en un ser transhumano cuya vida eterna transcurra en la virtualidad de la nube. Este artículo explica tangencialmente esa ineptitud de los tecno-oligarcas para "reiniciar" el sistema político que los parió. P.M.

>>>*<<<



Por Jeet Heer | The Nation

Entre los plutócratas reaccionarios, Peter Thiel —quien amasó su fortuna como cofundador de PayPal—, es un generador de tendencias. En 2016, incluso multimillonarios hostiles al progresismo  que compartían la opinión de Thiel sobre la necesidad de reducir radicalmente el gobierno para empoderar a las grandes empresas dudaban en apoyar a Donald Trump, consideraban su populismo como una amenaza para el orden establecido. El propio Thiel sabía que apostar por Trump era arriesgado, pero era una apuesta que consideraba no solo sabia, sino necesaria. Durante muchos años, como deja claro en una extensa entrevista con Ross Douthat en The New York Times publicada el jueves pasado, Thiel mostró su preocupación porque la civilización occidental haya entrado en un período de estancamiento prolongado en la década de 1970, que continuará a menos que se produzca una reestructuración radical. Este estancamiento tiene múltiples dimensiones: menor crecimiento económico, menos descubrimientos científicos que cambien el mundo y un malestar cultural general.

Thiel esperaba que Trump al menos iniciara un debate sobre por qué se estancó el progreso. Esto fue, admite, "una fantasía descabellada". Aunque sus inversiones políticas no han dado los frutos esperados para superar el estancamiento, Thiel siguió invirtiendo en políticos, algunos de los cuales han alcanzado un reconocimiento nacional gracias a su generosidad (fue un notable mecenas del vicepresidente J.D. Vance).

El análisis de Thiel sobre el estancamiento, que implica un giro político radical hacia la derecha, también ha tenido una profunda influencia en sus colegas de Silicon Valley quienes, en mayor o menor medida, ahora comparten su visión del mundo. Puede que sean más cautelosos que Thiel sobre su disposición a alinearse con figuras como Trump y Vance, pero parecen haberse dejado convencer por su análisis más amplio. Según Thiel, debatió sobre su tesis del estancamiento con Eric Schmidt (director ejecutivo de Google) en 2012, con el capitalista de riesgo Marc Andreessen en 2013 y con el fundador de Amazon.com, Jeff Bezos, en 2014. Los tres rechazaron inicialmente la idea de que el estancamiento fuera un problema, pero, según Thiel, «se han actualizado y ajustado, en distintos grados». Este cambio, afirma, está «profundamente vinculado» al alejamiento de la élite de Silicon Valley del apoyo a demócratas tradicionales como Barack Obama y a la adopción, en distintos grados, de la agenda de Trump.

La idea del estancamiento no es en sí misma absurda ni inherentemente reaccionaria. Muchos historiadores y economistas de izquierda (en particular, el difunto Eric Hobsbawm en su magistral estudio de 1994, La era de los extremos, y el historiador económico Robert Brenner en su crucial libro de 2006, La economía de la turbulencia global) han analizado una "larga recesión" que comenzó a principios de la década de 1970, cuando las principales naciones capitalistas entraron en un período de menor innovación tecnológica y menor crecimiento económico. Para revertir las victorias laborales de la posguerra (que se habían vuelto más difíciles de justificar tras la caída de las ganancias), las élites estadounidenses potenciaron el capital financiero (lo que dio lugar a una serie de burbujas) y adoptaron la desindustrialización, con muchas industrias desplazándose al Sur Global (en particular, China).

Aunque no se acepten todos los puntos planteados por Hobsbawm, Brenner o pensadores marxistas similares, su análisis al menos tiene una sólida base en la economía política y la realidad material. En contraste, Thiel tiene un análisis culturalmente extraño del estancamiento que podría ser ridícula si no fuera tan grave. El mundo occidental, afirma, entró en cinco décadas de crecimiento anémico debido a la contracultura de la década de 1960. Dice Thiel: "en mi relato de la historia de la década de 1970… los hippies sí ganaron. Aterrizamos en la Luna en julio de 1969, Woodstock comenzó tres semanas después y, en retrospectiva, fue entonces cuando el progreso se detuvo y los hippies ganaron". Thiel agrega que "todos se volvieron tan perturbados como Charles Manson".

Debido a los hippies, dice Thiel, las potencias occidentales adoptaron una ideología de paz y seguridad que frenó el crecimiento tecnológico.

Más recientemente, el movimiento ambientalista se ha consolidado, lo que ha bloqueado aún más el progreso. Thiel se refiere a la activista del cambio climático Greta Thunberg como el Anticristo. Y no parece metafórico en esta descripción, ya que deja claro que cree que el relato bíblico del anticristo debe tomarse como un relato literal de los peligros que enfrenta la humanidad. Thiel dice: "En el siglo XVII, puedo imaginar a un Dr. Strangelove, un personaje tipo Edward Teller [el físico húngaro considerado «Padre de la bomba H»], dominando el mundo. Pero en nuestro mundo es mucho más probable que sea Greta Thunberg".

Esto es demasiado incluso para una figura tan conservadora como Ross Douthat, quien, con razón, objeta: "Greta Thunberg está en un barco en el Mediterráneo, protestando contra Israel".

Cabe añadir que los hippies no ganaron en la década de 1960, sino Richard Nixon. Después de Nixon, Reagan y Thatcher ganaron y fueron las figuras dominantes de nuestra época. Su solución al problema del estancamiento es, de hecho, la misma que la de Thiel: desregulación y reducción de impuestos para los ricos. Esta es también la fórmula que ha seguido Donald Trump con su “gran y hermoso proyecto de ley” que ahora se tramita en el Senado. Reagan y Thatcher tuvieron éxito político, convirtiendo incluso a sus oponentes de centroizquierda, como Bill Clinton y Tony Blair, en defensores de un gobierno racionalizado. Pero este éxito político no ha resuelto el problema del estancamiento que, según Thiel, sigue siendo tan grave como siempre. Thiel y sus secuaces han conseguido todo lo que querían políticamente, pero eso no ha logrado resolver el problema clave de nuestro tiempo. El hecho de que siga defendiendo un programa económico fallido sugiere que el estancamiento más profundo reside en su propia mente.

Popular

Ya que la política ha fracasado, Thiel y los demás plutócratas barajan otra solución: la secesión de la sociedad y de la especie humana. Thiel ha defendido durante mucho tiempo diversas soluciones tecnológicas poshumanas que les permitirán a él y a sus compañeros plutócratas liberarse de la masa estancada de la humanidad: la criónica (para vencer a la muerte), la colonización del mar (para crear utopías libertarias costeras), la colonización de Marte y la Inteligencia Artificial.

En un momento revelador de la entrevista, Douthat le pregunta a Thiel qué opina sobre el futuro de la especie:

—Douthath: Me parece muy claro que varias personas profundamente involucradas en la inteligencia artificial la ven como un mecanismo para el transhumanismo —para la trascendencia de nuestra carne mortal—, ya sea como la creación de una especie sucesora o como una especie de fusión de mente y máquina.

¿Crees que todo eso es una fantasía irrelevante? ¿O crees que es solo publicidad exagerada? ¿Crees que la gente está recaudando dinero fingiendo que vamos a construir un dios-máquina? ¿Es pura exageración? ¿Es un delirio? ¿Es algo que te preocupa?

—Thiel: Eh, sí.

—Douthat: Creo que preferirías que la raza humana sobreviviera, ¿verdad?

—Thiel: Eh...

—Douthath: Estás dudando.

—Thiel: Bueno, no lo sé. Yo... yo...

—Douthath: ¡Qué larga vacilación!

—Thiel: Hay tantas preguntas implícitas en esto.

—Douthath: ¿Debería sobrevivir la raza humana?

—Thiel: Sí.

—Douthath: De acuerdo.

—Thiel: Pero también me gustaría que resolviéramos estos problemas radicalmente.

Thiel continúa hablando de su esperanza de que la tecnología permita a la humanidad resolver el problema de la muerte y alcanzar la larga promesa del cristianismo de vida eterna y trascendencia.

En la entrevista, Thiel también alude al clásico de ciencia ficción de Robert Heinlein, La Luna es una cruel amante (1966). En esa novela los colonos de la luna, disgustados por la corrupción de la gente de la Tierra, lanzan una revolución libertaria bajo el lema “No existe tal cosa como un almuerzo gratis” con la ayuda de la IA.

Al escuchar a Peter Thiel, es difícil evitar la conclusión de que él y sus colegas multimillonarios están hartos de la especie humana. Quieren escapar de los seres inferiores que los rodean. Recientemente, Mark Zuckerberg ha reducido drásticamente su filantropía, prefiriendo destinar su dinero a la investigación STEM ("Science, Technology, Engineering, and Mathematics": ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas) en lugar de ayudar a los pobres. Mientras tanto, Jeff Bezos prácticamente alquiló la ciudad de Venecia para celebrar una boda multimillonaria a la que asistieron sus colegas plutócratas, una orgía oligárquica.

Si los multimillonarios están tan decididos a abandonar a la humanidad, quizás lo mejor sería darles lo que quieren y patrocinar una misión a Marte para que la humanidad pueda librarse de ellos.

Nota bene: se respetaron todos los hipervínculos del texto original en The Nation.

martes, 25 de febrero de 2025

el candidato del feudalismo vampírico

Publicado a principios de diciembre de 2023 en Rea.

El lunes 30 de octubre pasado, en una extensa entrevista con el periodista Alejandro Bercovich, el gobernador reelecto de Buenos Aires, Axel Kicillof –quien fue docente de Historia de las Ideas Económicas en la Facultad de Economía de la UBA– contó que se había puesto a averiguar en internet por qué Javier Milei –quien en un momento sostuvo las ideas del neoclasicismo económico– de repente viró hacia marginales de la economía como Murray Rothbard. Su conclusión es que debía justificar de algún modo una defensa de los monopolios, ya que entonces trabajaba para el grupo Eurnekian, que manejaba el monopolio de los aeropuertos argentinos. Los monopolios, según las ideas capitalistas de la modernidad decimonónica y de entrado el siglo XX, son una aberración del sistema, un residuo feudal que atenta contra el libre mercado.

La discusión en términos económicos no sólo se me escapa, sino que me resultó menos relevante que lo que la crítica cultural había expresado en la década de 1980 sobre los monstruos de la burguesía.

En un artículo ya clásico de Franco Moretti, “The Dialectic of Fear” (“La dialéctica del miedo”. La versión original en inglés puede leerse entera acá) –incluido en su colección de ensayos Signs Taken for Wonders (1983, Verso Books) que, hasta donde pude comprobar no tiene traducción al español–, el autor señala que hay dos monstruos que resumen los miedos de la burguesía: Frankenstein (1817) y Drácula (1895).

Moretti, que escribe su ensayo cuando ya daba clases en algunas de las principales universidades de la costa Este de EEUU, es estrictamente marxista en el desarrollo del texto. Se trata de un marxismo mucho más “cultural” que económico, más “político”, para quien prefiera el término. Escribe: “La literatura de terror nace precisamente del terror de una sociedad dividida y del deseo de sanarla. (Esta literatura) Debe restaurar el equilibrio roto –dando la ilusión de poder detener la historia– porque el monstruo expresa la ansiedad de que el futuro será monstruoso. Su antagonista –el enemigo del monstruo– siempre será, por el contrario, un representante del presente, una destilación de la complaciente mediocridad del siglo XIX: nacionalista, estúpido, supersticioso, filisteo, impotente, satisfecho de sí mismo. Pero esto no se muestra. Fascinado por el horror del monstruo, el público acepta sin murmurar los vicios de su destructor, del mismo modo que acepta su representación literaria, la tipología hastiada y repetitiva que recupera su fuerza y su virginidad al contacto con lo desconocido. El monstruo, entonces, sirve para desplazar los antagonismos y horrores evidenciados dentro de la sociedad hacia fuera de la sociedad misma.” 

Claro, estamos hablando de los monstruos que aparecen “cuando lo viejo no terminó de morir y lo nuevo no termina de nacer”. 

Entre Frankenstein y Drácula transcurre casi todo el siglo XIX, cuya inauguración acaso es la Revolución Francesa. 

Moretti compara a Frankenstein, que ni siquiera posee un nombre (“pertenece”, como creación, al doctor Frankenstein), con el proletariado. Y anota: Entre Frankenstein y el monstruo existe una relación dialéctica ambivalente, la misma que, según Marx, conecta el capital con el trabajo asalariado. Por un lado, el científico no puede dejar de crear el monstruo: ‘A menudo mi naturaleza humana se rebelaba contra mi tarea, mientras que, todavía impulsado por un afán en perpetuo incremento, llevaba mi trabajo cerca de su finalización’. Pero, por el contrario, inmediatamente le tiene miedo y quiere matarlo, porque se da cuenta de que ha dado vida a una criatura más fuerte que él y de la que ya no puede liberarse. Es la misma maldición que aflige a Jekyll: ‘Para tranquilizar tu buen corazón, te diré una cosa: en el momento que elija, puedo deshacerme del señor Hyde’. Y, sin embargo, es Hyde quien se convertirá en dueño de la vida del amo. En otras palabras, el miedo que suscita el monstruo es el miedo de quien teme haber ‘creado a su propio sepulturero’”.

En cambio, al referirse a Drácula, Moretti escribe: “Que el Conde Drácula sea un aristócrata es sólo una forma de decir. Jonathan Harker –el agente inmobiliario londinense que reside en su castillo y cuyo diario abre la novela de Stoker– observa con asombro que Drácula carece precisamente de lo que hace que un hombre sea ‘noble’: sirvientes. Drácula se rebaja a conducir el carruaje, cocinar la comida, tender las camas, limpiar el castillo. El Conde ha leído a Adam Smith: sabe que los sirvientes son trabajadores improductivos que disminuyen los ingresos de quien los mantiene”.  

Se trata, lo decimos de nuevo, de un texto de 1983, escrito en Nueva York, cuando lo que hoy llamamos “crítica cultural” o teoría crítica de la cultura no había tenido razón aún de desarrollarse, en principio porque no había caído el Muro de Berlín y el bloque occidental, es decir “el Mercado”, no podía expandirse más allá del bloque soviético.

Escribe Moretti: ““El capital es trabajo muerto que, como el vampiro, sólo vive succionando trabajo vivo, y vive cuanto más trabajo succiona”. La analogía de Marx desentraña la metáfora del vampiro. Como todos sabemos, el vampiro está muerto y, sin embargo, no está muerto: es un No-Muerto, una persona “muerta” que logra vivir gracias a la sangre que chupa de los vivos. La fuerza de aquellos se convierte en su fuerza. Cuanto más fuerte se vuelve el vampiro, más débiles se vuelven los vivos: ‘el capitalista se enriquece no, como el avaro, en proporción a su trabajo personal y a su consumo restringido, sino al mismo ritmo que exprime fuerza del trabajo de otros, y obliga al trabajador a renunciar a todos los goces de la vida.’ Como el capital, Drácula se ve impelido hacia un crecimiento continuo, una expansión ilimitada de su dominio: la acumulación es inherente a su naturaleza. ‘Éste’, exclama Harker, ‘era el ser que estaba ayudando a trasladar a Londres, donde, tal vez durante los siglos venideros, podría, entre sus hacinados millones, saciar su sed de sangre y crear un nuevo y cada vez más amplio. círculo de semidemonios para atacar a los indefensos.’ ‘Y así el círculo sigue ampliándose cada vez más’, dice Van Helsing más adelante; y Seward describe a Drácula como ‘el padre o promotor de un nuevo orden de seres’.

“Todas las acciones de Drácula tienen realmente como objetivo final la creación de este ‘nuevo orden de seres’ que encuentra su suelo más fértil, lógicamente, en Inglaterra. Y finalmente, así como el capitalista es el ‘capital personificado’ y debe subordinar su existencia privada al movimiento abstracto e incesante de la acumulación, así Drácula no está impulsado por el deseo de poder sino por la maldición del poder, por una obligación de la que no puede escapar. ‘Cuando ellos (los No-Muertos) se vuelven tales’, explica Van Helsing, ‘viene con el cambio la maldición de la inmortalidad; no pueden morir, sino que deben seguir edad tras edad añadiendo nuevas víctimas y multiplicando los males del mundo’. Más adelante se comenta sobre el vampiro que ‘puede hacer todas estas cosas, pero no es libre’. Su maldición lo obliga a causar cada vez más víctimas, del mismo modo que el capitalista se ve obligado a acumular. Su naturaleza le obliga a luchar por ser ilimitado, por subyugar al conjunto de la sociedad. Por esta razón no se puede ‘coexistir’ con el vampiro. Uno debe sucumbir a él o matarlo, liberando así al mundo de su presencia y a él de su maldición.”

Y es así como llegamos al subtítulo “The Vampire as Monopolist” (“El vampiro como monopolista”).

El vampiro monopólico

“Si el vampiro –escribe Moretti– es una metáfora del capital, entonces el vampiro de Stoker, que es de 1897, trata sobre el capital de 1897. El capital que, después de permanecer ‘enterrado’ durante veinte largos años de recesión, resurge para emprender el camino irreversible de la concentración y el monopolio. Y Drácula es un verdadero monopolista: solitario y despótico, no tolera la competencia. Al igual que el capital monopolista, su ambición es subyugar los últimos vestigios de la era liberal y destruir todas las formas de independencia económica. Ya no se limita a incorporar (en sentido literal) la fuerza física y moral de sus víctimas. Tiene la intención de hacerlos suyos para siempre. De ahí el horror para la mente burguesa. Uno está atado a Drácula, como al diablo, de por vida; ya no ‘por un período determinado’, como estipulaba el clásico contrato burgués con la intención de mantener la libertad de las partes contratantes. El vampiro, como el monopolio, destruye la esperanza de que algún día se pueda recuperar la independencia. Amenaza la idea de libertad individual. Por esta razón, la burguesía del siglo XIX sólo es capaz de imaginar el monopolio bajo la apariencia del Conde Drácula, el aristócrata, la figura del pasado, la reliquia de tierras lejanas y edades oscuras.

“Porque el burgués del siglo XIX cree en el libre comercio y sabe que, para establecerse, la libre competencia tenía que destruir la tiranía del monopolio feudal. Para él, entonces, monopolio y libre competencia son conceptos irreconciliables. El monopolio es el pasado de la competencia, la Edad Media. No puede creer que ese pueda ser su futuro, que la competencia misma pueda generar monopolios en nuevas formas. Y, sin embargo, ‘el monopolio moderno es (...) la verdadera síntesis (...) la negación del monopolio feudal en la medida en que implica el sistema de competencia, y la negación de la competencia en la medida en que es monopolio’.

“Drácula es, pues, al mismo tiempo el producto final del siglo burgués y su negación. En la novela de Stoker sólo aparece este segundo aspecto –el negativo y destructivo. Hay muy buenas razones para ello. En Gran Bretaña, a finales del siglo XIX, la concentración monopólica estaba mucho menos desarrollada (por diversas razones económicas y políticas) que en otras sociedades capitalistas avanzadas. Por tanto, el monopolio podría percibirse como algo ajeno a la historia británica: como una amenaza foránea. Esta es la razón por la que Drácula no es británico, mientras que sus antagonistas (con una excepción, como veremos, y con la adición de Van Helsing, nacido en esa otra patria clásica del libre comercio, Holanda) son británicos de principio a fin. El nacionalismo –la defensa hasta la muerte de la civilización británica– tiene un papel central en Drácula. La idea de nación es central porque es colectiva: coordina las energías individuales y les permite resistir la amenaza. Porque mientras Drácula amenaza la libertad del individuo, éste es el único que carece del poder para resistirlo o derrotarlo.

“De hecho, los seguidores del individualismo económico puro, aquellos que sólo persiguen su propio beneficio, son, sin saberlo, los mejores aliados del vampiro.

“El individualismo no es el arma con la que se pueda derrotar a Drácula. Se necesitan otras cosas; en realidad, dos: dinero y religión. Estos son considerados como un todo único, que no debe separarse: es decir, el dinero al servicio de la religión y viceversa. El dinero de los enemigos de Drácula es dinero que se niega a convertirse en capital, que no quiere obedecer las leyes económicas profanas del capitalismo sino ser utilizado para hacer el bien.

“Hacia el final de la novela, Mina Harker piensa en el compromiso financiero de sus amigas: ‘¡Me hizo pensar en el maravilloso poder del dinero!. ¿Qué no puede hacer cuando se aplica correctamente? ¡Y qué podría hacer si se usara vilmente!’ Este es el punto: el dinero debe usarse de acuerdo con la justicia. El dinero no debe tener su fin en sí mismo, en su continua acumulación. Debe tener, más bien, un fin moral y antieconómico, hasta el punto de que se puedan aceptar con calma gastos y pérdidas colosales. Esta idea de que el dinero es, para el capitalista, algo inadmisible. Pero es también la gran mentira ideológica del capitalismo victoriano, un capitalismo que se avergüenza de sí mismo y que esconde fábricas y estaciones bajo engorrosas superestructuras góticas; que prolonga y ensalza los modelos de vida aristocráticos; que exalta la santidad de la familia cuando ésta comienza a desintegrarse en secreto.

“Los enemigos de Drácula son precisamente los exponentes de este capitalismo. Son la versión militante de los benefactores de Dickens. Encuentran su realización en la superstición religiosa, mientras que el vampiro queda paralizado por ella. Y, sin embargo, los crucifijos, las hostias sagradas, los ajos, las flores mágicas, etc., no son importantes por su significado religioso intrínseco sino por una razón más sutil.

“Su verdadera función consiste en poner límites infranqueables a la actividad del vampiro. Le impiden entrar en tal o cual casa, conquistar a tal o cual persona, realizar tal o cual metamorfosis. Pero poner límites al capital vampírico significa atacar su propia razón de ser: por su naturaleza debe ser capaz de expandirse sin límite, de destruir toda restricción a su acción. La superstición religiosa impone a Drácula los mismos límites que el capitalismo victoriano declara aceptar espontáneamente.

“Pero Drácula –que es capital que no se avergüenza de sí mismo, fiel a su propia naturaleza, un fin en sí mismo– no puede sobrevivir en estas condiciones.

“Y así, este símbolo de un desarrollo histórico cruel cae víctima de un puñado de sepulcros blanqueados, de un grupo de fanáticos que quieren detener el curso de la historia. Son ellos quienes son las reliquias de la edad oscura.”

Monstruos

El texto de Moretti es mucho más extenso y su lectura completa condena este breve y apurado vínculo a una reducción ocasional y oportunista con este hallazgo que hiciera el gobernador bonaerense con respecto a la decisión que hiciera el candidato libertariano de volverse un apologista del monopolio y el anarcocapitalista.

Si algo queda por agregar, en esta sencilla y breve conclusión sobre comparaciones en torno a un texto ya clásico es que esos monstruos que surgen entre la muerte de lo viejo y el demorado nacimiento de lo nuevo –según la fórmula de Antonio Gramsci* en sus Cuadernos de la cárcel– es que ese monstruo que encarna en la figura de Milei ya tiene un nombre y una representación que fue interpretada en la misma época en que Margaret Thatcher –la admirada primera ministra británica de Javie Milei que logró instalar el neoliberalismo en Gran Bretaña tras derrocar a los mineros ingleses y luego de ganar la guerra de Malvinas– y Ronald Reagan daban comienzo a una etapa del capitalismo cuya versión más extrema ya conocíamos en América latina durante las dictaduras de Pinochet y Videla, un capitalismo que lograba al fin desvincular poder y política para que sólo la instrumentalidad económica fuese capaz de gobernar la deriva democrática. La coronación de este capitalismo 4.0 se daría con la caída de la Unión Soviética y la deslocalización de un capital desenfrenado.

La representación de ese capitalismo vampírico que la novela Drácula no llega a terminar de mostrarnos es la serie The Strain (“La cepa”, 2014), creada por Guillermo del Toro y basada en la trilogía de novelas del mismo Del Toro y Chuck Hogan), que nos muestra una Nueva York colonizada por un vampiro feudal en la contemporaneidad.



Si de algo no puede jactarse Argentina es de repeler los monopolios. Desde la exportación de su cereal a la producción de sus alimentos o la comunicación y la energía, un puñado de empresas monopolizan las principales actividades económicas y la exportación en el país. 

El parlamentarismo democrático sólo ha disimulado en 40 años de democracia ese vampirismo monopólico, según lo describió Franco Moretti. El monstruo monopólico ha tenido en estas décadas el decoro de esconder sus colmillos. El nuevo síntoma social es la aceptación de ese amo, así como Milei parece haber encontrado al fin el amo ante el cual arrodillarse, un ex mandatario al que aún llama –contraria a la prédica macrista que lo postulaba como “Mauricio”–: “presidente”.

Last, but not least. Acaso hay una trampa en el apresurado planteo de este texto. La trampa consistiría en “demonizar” a Milei. En otras palabras, convertirlo en un protagonista. Lo que hace Moretti en “Dialectic of Fear” no es juzgar o señalar algo en particular en las figuras de los monstruos que analiza, sino que en ellos explora los miedos de la burguesía moderna cuando ésta termina de constituirse durante el siglo XIX.

En ese mismo sentido, Milei no es más que un síntoma, un emergente de la política de una sociedad que vive la democracia como una derrota: nadie votó con grandes expectativas las elecciones de 2015, muchos fueron defraudados por lo que votaron en 2019 y las elecciones del 19 de noviembre próximo son una nueva manifestación de esa degradación del ejercicio de la política: 40 años de democracia y 40 por ciento de una pobreza cuya escalada comenzó y se sistematizó a partir de la última dictadura. Eso que Milei viene a encarnar –más allá de su pobre pensamiento y su miserable biografía– de algún modo ya “ganó”, no importa cuáles sean los resultados del balotaje.

* La traducción frecuente de ese párrafo de los Cuadernos de la cárcel, de Antonio Gramsci reza: “El viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer. Y en ese claroscuro surgen los monstruos”. Literalmente, ese fragmento, escrito en 1930, reza: “La crisis consiste precisamente en el hecho de que lo viejo muere y lo nuevo no puede nacer: en este interregno se verifican los fenómenos morbosos más variados”. Se refería a la crisis producida por el crack de la Bolsa neoyorkina de 1929 y, sobre todo, a la feroz crisis del capitalismo en esa época, que en Italia daría lugar al surgimiento del fascismo.

Nota bene: todas las traducciones del texto original de Franco Moretti son nuestras.

sábado, 11 de enero de 2025

¿por qué se obsesiona la derecha con la poesía épica?

Desde Elon Musk a Jordan Peterson, cierta corriente del conservadurismo ha reclutado la poesía de Homero y Dante para su guerra cultural.

ORLANDO READE* | The Nation**

El hombre más rico del mundo soñaba despierto con la guerra de Troya en septiembre de 2023. “A veces me pregunto si acaso Roma fue fundada por los exiliados de Troya”, escribió Elon Musk en X, la red social que había comprado y rebautizado de inmediato. Sus pensamientos sobre la legendaria guerra, documentada en los dos poemas épicos de Homero, surgieron a raíz de una controversia online sobre la traducción de La Odisea de Emily Wilson. La clasicista británica argumentó que los traductores anteriores habían importado su propio sexismo al poema y habían dejado en las sombras la esclavitud de entonces, así que las cuentas de los derechistas etiquetaron su obra como “Homero progresista” (Woke Homer). Musk se sumó a la refriega y anunció que estaba escuchando La Ilíada en una traducción de los años 50 de E.V. Rieu (un hombre). “El mejor relato de la historia”, dijo el multimillonario. Pero el interés de Musk era más grande que la guerra contra el progresismo. En todo caso, se trataba de algo que fue central durante mucho tiempo en la poesía épica: la fundación de imperios. “En algún momento de la antigüedad”, continuó Musk mientras reflexionaba sobre esos exilios troyanos, “algunos barcos de soldados muy competentes (casi sin mujeres) desembarcaron en la costa de Italia. ¿De dónde vinieron?” Sin darse cuenta, Musk había reinventado la trama de la epopeya de Virgilio, La Eneida, cuyo protagonista navega desde la Troya devastada por la guerra hacia una tierra donde sus descendientes fundarían más tarde Roma. Los historiadores son escépticos sobre si esto tiene una base real, pero fue una propaganda útil para Augusto César, quien se estableció como el primer emperador de Roma mientras Virgilio escribía su poema. Al volver a contar el mito de que la ciudad fue fundada por un gran hombre, La Eneida parecía confirmar que Roma debería ser gobernada por un emperador en lugar de por sus ciudadanos. En los últimos años, las epopeyas han desempeñado un papel similar para la derecha estadounidense.

Juan de la Corte, “El fuego de Troya”, en la colección del Museo del Prado, Madrid.  (Fine Art Images / Heritage Images / Getty Images)
Juan de la Corte, “El fuego de Troya”, en la colección del Museo del Prado, Madrid.  (Fine Art Images / Heritage Images / Getty Images)

Las epopeyas a menudo han apuntalado imperios. Después de la muerte de Virgilio, Augusto César ordenó que se conservara su poema inacabado, en contra de los deseos del poeta. Desde entonces, muchos poetas han reciclado los materiales de Homero y Virgilio para crear nuevas epopeyas escritas y promover sus propias ambiciones sobre las naciones. Y los emperadores posteriores utilizaron epopeyas antiguas para ponerle glamour a sus campañas. Alejandro Magno tenía La Ilíada como libro de cabecera. Napoleón, quejándose de que “los otros habían sido capturados”, llevó la epopeya escocesa pseudomedieval de Ossian en su condenada expedición a Moscú. Las epopeyas no sólo glorifican el presente, también ofrecen visiones grandiosas y terribles del futuro. En 1968, el político británico Enoch Powell citó La Eneida en un famoso discurso en el que profetizaba que la inmigración causaría “ríos de sangre”. Esta capacidad de hablar al futuro convierte al género en una poderosa herramienta política.

Mientras Musk reflexionaba sobre esos “soldados muy competentes (casi sin mujeres)” que viajaban desde Troya a la futura Roma, seguramente estaba pensando en su propia búsqueda para colonizar el espacio. Pero tal vez el multimillonario nacido en Sudáfrica también estaba pensando en su nación adoptiva. Para Musk, que recientemente elogió los “tuits épicos” de Trump y utilizó su plataforma para impulsar la campaña republicana, el género contribuye a una nueva visión política para Estados Unidos. Musk no es el único que lo percibe: otros dos destacados pensadores de derecha han utilizado la poesía épica en sus ataques a la democracia liberal. ¿Qué futuro oscuro les ayuda a articular?

Jordan Peterson escribe sobre epopeyas en cada uno de sus tres libros. En 12 Rules for Life —“12 reglas para la vida”— (2018), el psicólogo canadiense se permite un modesto alarde: “Leí y tal vez entendí gran parte de El paraíso perdido de Milton, Fausto de Goethe y El infierno de Dante”. Peterson a menudo compara su propia indagación para comprender el mal con el acto heroico de descender al inframundo, descrito en cada una de estas obras épicas. Esta grandiosa autoidentificación es parte de su atractivo: Peterson convence a sus lectores de que ellos también pueden ser el héroe. Asimismo, su primer libro, Maps of Meaning (“Mapas de significado”, 1999), explica la psicología de las creencias políticas utilizando dos arquetipos tomados del mito y la literatura: el héroe valiente y el adversario envidioso. El adversario está basado en Satanás, pero como el diablo está en gran parte ausente de las Escrituras, Peterson recurrió en cambio a El paraíso perdido y reclutó a Milton para defender a Occidente de la “ideología asesina” de la política de identidades. Lamentablemente, la comprensión de Peterson de El Paraíso Perdido es un poco escurridiza.

En la epopeya de Milton, Satanás es un ángel que se resiente cuando Dios anuncia que ha designado a su propio Hijo (una especie de Cristo prehumano) como gobernante de los ángeles. La envidia de Satanás se basa en la creencia de que es mejor que cualquier otro ángel. Esto lo lleva a una rebelión desafortunada en la que es derrotado por el heroico Hijo y expulsado del Cielo. Leer El Paraíso Perdido es ver que la creencia de Satanás en su propia superioridad es errónea. Sin embargo, curiosamente, Peterson toma la palabra de Satanás al pie de la letra, refiriéndose a él como “el ángel más alto”. Peterson necesita hacer esto para mantener su psicología dualista, en la que el Héroe y el Adversario son opuestos claros. Curiosamente, esta lectura errónea parece reflejar una importante contradicción en su obra: aunque aconseja a sus lectores que superen el resentimiento y se responsabilicen de sí mismos, sus constantes guiños para iniciados parecen alentar a los jóvenes lectores varones blancos a ver justificados sus resentimientos hacia una sociedad liberal pluralista. 

Peter Thiel tiene una relación más estrecha con la épica que Musk y Peterson. Poco después de graduarse en Stanford, coescribió The Diversity Myth (“El mito de la diversidad”), una polémica universitaria que defiende los clásicos occidentales de los intentos de diversificar el programa de estudios. Incluso después de cofundar PayPal y hacer fortuna, Thiel sobreactuó con sus lecturas ambiciosas un elemento central de su identidad como libertario y CEO. Publica ensayos cuasi académicos que exponen sus posiciones financieras y refuerzan su reputación de visionario. A diferencia de Peterson, Thiel no busca en la literatura ideas psicológicas. En un ensayo, “The Straussian Moment” (“El momento straussiano” —por el pensador político Leo Strauss— 2007), cita al Satán de Milton para argumentar los límites de la cultura terapéutica moderna: “La mente es su propio lugar y en sí misma / Puede hacer del infierno un cielo, del cielo un infierno”. Milton, como señala correctamente Thiel, quiere que el lector sepa que esto no es cierto. No podemos cambiar el mundo solo con el pensamiento, insiste. Debemos actuar.

Esta es la razón del interés de Thiel por la épica, un género que representa las acciones humanas más significativas. En su libro de 2014 Zero to One: Notes on Startups, or How to Build the Future (“De cero a uno: notas sobre las startups o cómo construir el futuro”), Thiel compara a los fundadores de empresas tecnológicas con Rómulo y Remo, los míticos fundadores de Roma. Sin embargo, no es como fundador sino como capitalista de riesgo que ahora espera lograr algo que cambie el mundo. Desde 2005, cuando abandonó PayPal y estableció Founders Fund, Thiel ha respaldado la empresa SpaceX de Musk, así como el Seasteading Institute, que tiene como objetivo establecer comunidades en el mar fuera del derecho internacional. Es un libertario declarado y anhela vivir en un lugar donde el capitalismo no esté controlado por las leyes de la democracia, y nuevamente usa la épica para justificar la idea de que el océano es la mejor vía de escape del infierno de los otros.

En su ensayo de 2015 “Against Edenism” (“Contra el edenismo”), Thiel analiza el Fausto de Goethe. El protagonista de Goethe hace un pacto con el diablo, intercambiando su alma por conocimiento científico. Fausto se convierte en un hombre rico y poderoso y en el favorito del Sacro Emperador Romano Germánico. Lanza un ambicioso proyecto para recuperar tierra del mar, eliminando sin piedad a cualquiera que se interponga en su camino. Thiel, siempre contradictorio, defiende a Fausto: «Es demasiado fácil para nosotros burlarnos del mito de Fausto», declara. Pero ¿quién se burla de él? Sin duda, Thiel se refería en realidad a las personas que se habían burlado del Seasteading Institute (“Instituto del Mar Firme”), su propio intento de recuperar tierra del mar. No sorprende que luego nos pida que veamos con buenos ojos al pobre Fausto:

«Es cierto que parece un poco ridículo olvidarse de la propia alma inmortal y, en cambio, ocuparse, como hace Fausto, del proyecto de recuperar tierra del mar. Pero ¿por qué son estas opciones mutuamente excluyentes? ¿No podemos hacer ambas cosas?»

La obra de Goethe se considera una tragedia, pero termina bien para su protagonista: a pesar de sus fechorías, Fausto recibe la salvación divina. Thiel podría esperar que lo mismo suceda con él: que si logra financiar una invención cuyos beneficios se transmitan al resto de la humanidad, su vida se parezca menos a una tragedia fáustica y más a una epopeya.

Identificarse con los antiguos romanos es algo que no es raro en Silicon Valley. En mayo, en la celebración de su 40 cumpleaños, Mark Zuckerberg lució una camiseta enorme con el lema Carthago delenda est: “Cartago debe ser destruida”. Esta frase, utilizada en Roma para llamar a la guerra contra el enemigo africano de la república, aparentemente era una referencia a la competencia de Facebook con Google. Como sucede tan a menudo con las representaciones de masculinidad de Zuckerberg, parecía involuntariamente paródica. Pero deberíamos tomarnos en serio estas torpes alusiones: algunas empresas tecnológicas se han vuelto tan poderosas como imperios y sus líderes como emperadores, como tantas otras veces antes, en busca de una epopeya para consagrar sus grandes hazañas.

La reciente elección [que llevó a Donald Trump de nuevo a la Casa Blanca] vio nuevas formas de colaboración entre Silicon Valley y la derecha política, dando lugar a una nueva visión épica de la tecnocracia de derecha. Recientemente, la esposa de JD Vance, Usha, fue fotografiada llevando la traducción de La Odisea de Emily Wilson, aunque después de que los medios le preguntaran si se trataba de un mensaje político, ella afirmó que lo estaba leyendo porque su hija estaba interesada en el mito griego. Entre los asociados de su marido (Thiel es el mentor y patrocinador financiero de Vance), el interés en la épica tiene motivaciones políticas más obvias. Festejados en algunos rincones de Internet como “los hombres más inteligentes del mundo”, Musk y Thiel están usando la épica para señalar su grandeza personal y ofrecer una visión de una política gobernada por hombres “muy competentes” —hombres, presumiblemente, bastante parecidos a ellos. No sería una democracia, sino algo más parecido a la Roma imperial de César Augusto. Seguramente, en sus alusiones se esconde la épica derechista: de un período de luchas civiles surge una nueva y brillante nación imperial.

Sin embargo, sus encuentros con la épica resultan estar llenos de extraños errores. En los últimos años, Thiel ha retirado su apoyo al Seasteading Institute, que no ha logrado asentar a ningún humano en el océano ingobernable. Mientras tanto, su empresa de tecnología de vigilancia Palantir Technologies está creciendo en influencia. Su nombre fue tomado de una bola de cristal que todo lo ve creada por los elfos de El Señor de los Anillos, la serie de fantasía épica que Thiel adoraba de niño. Una empresa que ayuda a los estados a espiar a sus ciudadanos es una elección extraña para un libertario declarado, pero el apetito de poder de Thiel probablemente supere cualquier compromiso ideológico. Mientras tanto, Peterson, drogado con una dieta exclusivamente a base de carne, despotrica contra la sociedad liberal en amargas publicaciones en las redes sociales, sonando menos como el Héroe que como el Adversario. En agosto de 2024, ya no siendo el hombre más rico del mundo después de que su adicción a las redes sociales dañara las acciones de Tesla, Musk publicó una foto de una versión en audiolibro de La Odisea, llamándola confusamente La Ilíada. Concebida como una prueba de grandeza, la épica resulta ser un obstáculo para todos ellos.

Los poemas épicos son más complejos de lo que a menudo se les reconoce. Nos cuentan los fracasos de los grandes hombres y las caídas causadas por el orgullo, momentos que no son “épicos” en el sentido coloquial moderno, sino cómicos. Éste es también su significado perdurable para nuestro tiempo. Hacia el final de El Paraíso Perdido, después de provocar la Caída de Adán y Eva, Satanás regresa al Infierno y anuncia a los otros demonios que todos podrán escapar y colonizar un nuevo mundo. En lugar de aplausos, escucha un “silbido universal”. Todos se han convertido en serpientes.


Orlando Reade es profesor asistente de Lengua Inglesa en la Northeastern University London. Es el autor de What in Me Is Dark: The Revolutionary Afterlife of Paradise Lost —“Qué permanece oscuro en mí. La revolucionaria sobrevida de El Paraíso Perdido”.

** Esta traducción no incluye hipervínculos porque no los había en su original en The Nation. Sólo se incluyó el referido a Leo Strauss para aclarar el adjetivo en el título de un ensayo de Thiel.