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martes, 30 de octubre de 2012

una hermosa novela, nada menos



El viernes pasado, en la presentación de las dos nuevas nouvelles de la EMR, Damián Ríos, uno de los jurados, leyó el siguiente texto a propósito de Tambor de arranque, la novela de Francisco Bitar.

Damián Ríos y Gabriela Cabezón Cámara, jurados del premio "Ciudad de Rosario" durante la presentación. Imagen de EMR.

Bella como una conversación

Hay una pareja joven, una hija, una casa y una idea: comprar un Taunus para invertir una plata que en principio estaba destinada a la compra de un colchón; entonces hay un viaje de la pareja para ver el auto, para probarlo. Francisco Bitar, poeta, trabaja su novela con pocos elementos y mucha dedicación; es un obrero de la imagen y de la frase, porque para eso es poeta y decidor, porque sabe que si tienen alguna obligación los escritores es la de decir bien.  Compone relatos breves y los engarza, con la paciencia y la precisión de un artesano, y así novela. Después, estructura. Tambor de arranque tiene una estructura compleja, en donde conviven muy bien diferentes puntos de vista y diferentes tiempos del relato. A veces una escena se cuenta dos veces, de un  lado y del otro, como si la escena misma fuera un objeto que hay que saber apreciar. El mismo tratamiento puede recibir una habitación o una casa, mirada con diferentes ojos. Finalmente, un relato, se sabe, tiene que ser un artefacto que funcione. Esta concepción de la literatura tiene una larga historia en el mundo, pero hablemos de los últimos tiempos y hablemos de la Argentina, porque estamos celebrando la aparición de un libro que no es estrictamente contemporáneo, premiado y publicado por una editorial estatal, rosarina.  La cita que abre Tambor de arranque está tomada de “El ego va a siempre al volante”, un cuento de Delmore Schwartz. Una traducción posible de la cita, que encontré googleando en estos días y adapté especialmente para esta ceremonia, sería la siguiente: “Pero en mi peor momento decidí comprarme un auto nuevo”. Ediciones del diego, con una traducción de Guadalupe Arenilla y Daniel Durand, publicó ese mismo cuento alrededor del año 1998. Circularon muy pocos ejemplares, diez o veinte. La idea de esa colección de traducciones de Del diego era, humildemente, actualizar el canon de lecturas ofreciendo textos de autores de otras lenguas vertidas a un castellano empecinadamente argentino, en un momento, fines de la década del 90, en que la literatura traducida venía casi exclusivamente de España, más específicamente de Barcelona, con algunas excepciones, muy contadas. La idea que nos hacíamos de la narrativa, por aquella época, era de un tipo de relato de corte minimalista, carveriano, deudor de Hemingway, que a su vez era deudor de Pound. Esto parece una simplificación muy grosera, pero sirve para pensar algunos matices. Los poetas que en aquel momento empezábamos a editar en pequeñísimas editoriales decidimos, por distintas vías, cortar camino. Respirábamos Carver, porque el oxígeno venía en los libros amarillos de Anagrama, pero releíamos a Pound y a los imaginistas y a Eliot, entre muchos otros: era una manera de pensar, de habitar una vanguardia que por entonces todavía sentíamos posible.  Leían –otros- y siguen leyendo –otros- un tipo de cuento corto, usualmente llamado short storie, que en el siglo pasado practicaron Eudora Welty, Flannery O’ Connor, Carson McCullers, John Cheever, el mismo Carver, pertenecientes todos a una sólida tradición que hoy sigue siendo pródiga incluso en nuestra narrativa. Pero los leían, esos, en una lengua aplastada por la industria editorial española, que importábamos barata con un tipo de cambio conveniente; cada tanto había un crédito stand by y zafábamos. Y lo que es peor, muchos escribían y siguen escribiendo en esa lengua adaptada a las necesidades de una industria en ese momento en expansión y es así que hoy podemos encontrar escritores argentinos, uruguayos, chilenos y hasta me animaría a apostar que también paraguayos, que escriben en esa lengua o, peor, que son pensados por esa lengua que nadie habla pero que muchos leen y escriben. Pero la lengua de Bitar, la lengua que compuso Tambor de arranque, no le viene de esas lecturas, que seguramente conoce bien. Tambor de arranque se inscribe en casi la misma tradición literaria pero a la hora de pensarse en su interior empieza por el principio: pone “las patas en la fuente” y entonces va y rescata a Delmore Schartz, un escritor que fue saludado por Pound y Eliot en su momento, que son algo así como los padres de gran parte de la literatura occidental, y si bien se limita a citarlo en inglés, opera a lo largo de todo su relato en santafecino tan familiar como extraño, si le prestamos el oído. Y se postula para un premio organizado por la Editorial municipal de Rosario y esto no me parece menor. Hablando de su lengua, por ejemplo: “Capaz lo tenemos a tiro”, locuta un personaje de Tambor de arranque. Se refiere a un Taunus usado, un auto. Y si, con esa frase se pone a tiro de Zelarayán, de Briante, de Fogwill, de Uhart, de Bizzio, de algún Saer, que son, de los poetas, nuestros mejores narradores. “Capaz lo tenemos a tiro”: esa frase dice, en literario argentino, mucho de los sueños de esa clase media siempre al borde la escasez, siempre al borde del divorcio, del descalabro económico, espiritual y afectivo que implica la ruptura de un contrato matrimonial y de esos temas trata, de paso, la lengua de esta novela y de esas cosas hablaba, como no, en su lengua, Delmore Schartz, a mediados del siglo pasado. Las criaturas de Tambor de arranque tienen casi todo a tiro, pero están al borde de la disolución. En su decadencia, son bellos como ese diálogo que sostienen Isabel y su madre. Son bellos y tristes, quiero decir, como una conversación, magistralmente escrita, entre una madre y su hija recién separada, lejos de su casa y de su ex marido.
Se sabe: la ambición de los novelistas es novelar y nada más que eso. Bitar novela muy bien y Tambor de arranque sabe conmover, emocionar, ponernos a pensar. Leyéndola, aprendí cosas que no sabía que sabía. Acá quiero saludarla. Cuando terminé de leerla la tomé como un regalo. Hace, Francisco Bitar, con cosas de este mundo, algo de otro mundo: una hermosa novela. Nada menos. Por mi parte estoy muy agradecido. Muchas gracias.
 
 Mario Castells y Francisco Bitar. Foto de EMR.