A diez años del derrumbe financiero de 2008, una destacada
economista británica sostiene que el “paradigma neoclásico” –los neoliberales–
es incapaz de predecir o entender la crisis y compara su nivel de improvisación
con el que tenían los geólogos antes de descubrir el sistema de placas
geológicas.
Hace diez años, el juicio y la competencia de la profesión
económica fueron cortésmente cuestionados por la Reina de Inglaterra y, a
partir de entonces, fueron atacados ferozmente por la sociedad civil y los
economistas “heterodoxos”. A través de todo esto, la profesión se ha mantenido
al margen, tanto del debate acalorado como de gran parte de la crisis misma.
Pero ya no. Durante la mayor parte de estos diez años, la
profesión ha tratado a sus críticos con cierto desdén. Ahora están devolviendo
el golpe. Los economistas del “establishment” –esos que disfrutan de la banca
universitaria, tienen cátedras en las mejores universidades, obtienen grandes
becas de investigación, se publican en prestigiosas revistas, tienen trabajos
en la City, el Bank of England o en la prensa financiera– se han vuelto más
activos en defensa de la profesión. Fue la última provocación la que los sacó
al llano. En un artículo de la revista Prospect, el economista Howard Reed
apuntó con firmeza al “núcleo teórico de la teoría económica moderna: el
llamado paradigma neoclásico”.
“Cuando la gran caída golpeó hace una década”, escribió, “el
público se dio cuenta de que la profesión económica no tenía ni idea”.
Hay una necesidad de una nueva economía, escribió, e hizo un
llamado a los profesionales para desmantelar lo que muchos definen como
ortodoxia económica y comenzar de nuevo. La columna vertebral de la ortodoxia,
el paradigma neoclásico, escribió Reed: “Comienza con la presunción de que la
empresa o el individuo es la mejor unidad de análisis para dar sentido a un
mundo complejo. Este atomismo debería ser cuestionado: los climatólogos,
después de todo, no dan sentido al clima al pensar en moléculas individuales en
el aire.
“El neoclasicismo asume, además, que las empresas están
dispuestas a obtener todo lo que pueden de ganancias, y las personas están
dispuestas a obtener todo lo que pueden de ‘utilidad’ o bienestar. Esto no
suena como se comporta en general la gente real o muchas compañías.