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viernes, 8 de noviembre de 2024

la vida de “los simpson” es hoy el “american dream”

Este artículo se publicó en febrero de 2021 en The Atlantic bajo el título “The Life in The Simpsons Is No Longer Attainable”. La bajada rezaba: “La familia disfuncional más famosa de la televisión de los años 90 disfrutaba, para los estándares actuales, de una existencia segura que es hoy un sueño.”

Este artículo apareció en One Story to Read Today, un boletín en el que nuestros editores recomiendan una única lectura digna de leerse en The Atlantic entre el lunes y el viernes.




La familia disfuncional más famosa de la televisión de los años noventa disfrutaba, según los estándares actuales, de una existencia casi soñada y segura que ahora parece fuera del alcance para muchísimos estadounidenses. Me refiero, por supuesto, a Los Simpson. Homero, un graduado de secundaria cuyo trabajo sindical en la planta de energía nuclear requería poca habilidad técnica, mantenía a una familia de cinco miembros. Una casa, un automóvil, comida, visitas regulares al médico y suficiente para beber mucha cerveza en el bar local eran cosas alcanzables con un solo salario de clase trabajadora. Bart podría haber tenido que encontrarse con mil dólares para que la familia se fuera a Inglaterra, pero no tenía que preocuparse de que sus padres perdieran su casa.

Este estilo de vida no era fantástico en lo más mínimo; nada que ver con los departamentos ridículamente grandes de Manhattan en Friends. Al contrario, Los Simpson solían ser bastante comunes: se parecían mucho a mi familia de clase trabajadora de Michigan en los años noventa.

El episodio de 1996 “Much Apu About Nothing*” muestra el sueldo de Homero. Gana 479,60 dólares a la semana, lo que hace que sus ingresos anuales sean de unos 25.000 dólares. Los sueldos de mis padres a mediados de los noventa eran similares, al igual que sus antecedentes educativos. Mi padre tenía un título de dos años de la universidad comunitaria local, que pagaba mientras trabajaba de noche; mi madre no tenía estudios más allá del bachillerato. Hasta el divorcio de mis padres, éramos una familia de tres que vivía principalmente del salario de mi madre como recepcionista de un médico, un trabajo de clase trabajadora como el de Homero.

En 1990, el año en que mi padre cumplió 36 años y mi madre 34, se divorciaron. Y, lo que no es poco importante, ambos eran propietarios de una vivienda, una enorme hazaña para dos personas recién solteras.

Ninguno de los dos lugares era especialmente lujoso. Calculo que la superficie total combinada de ambos equivalía aproximadamente a la de la casa de los Simpson. Sus casas eran su única fuente de deuda; mis padres nunca han tenido un saldo pendiente en la tarjeta de crédito. En 10 años, ambos habían pagado su hipoteca.

Ninguno de mis padres tenía mucho margen de maniobra en cuanto al presupuesto. Recuerdo Navidades que, en retrospectiva, se parecían mucho a la que se retrató en el primer episodio de Los Simpsons, que se emitió en diciembre de 1989: adornos hechos a mano, bombillas fundidas y sólo un puñado de regalos. Mis padres no tenían aguinaldo ni ahorros, así que los mejores regalos solían venir de personas ajenas a nuestra familia inmediata.

La mayoría de mis amigos y compañeros de escuela vivían como nosotros, es decir, como vivían Los Simpson. Algunas familias tenían presupuestos más seguros, con margen para vacaciones familiares anuales a Disney World. Otras vivían más al límite, con padres que tenían segundos empleos como Santaclauses en centros comerciales o conductores de camiones quitanieves para cubrir sus déficits financieros. Pero todos creíamos que se podía llegar a fin de mes, con sólo una cantidad promedio de trabajo.

A lo largo de los años, Homero y su esposa, Marge, también se enfrentan a su cuota de dificultades. En el primer episodio, Homero se convierte en Santa Claus del centro comercial para conseguir algo de dinero extra después de enterarse de que no recibirá un bono de Navidad y la familia gasta todos sus ahorros navideños para eliminar el nuevo tatuaje de Bart. De vez en cuando, también pueden echar un vistazo a un tipo de vida diferente. En la temporada 2, Homero compra “Dimoxinil”, un producto para la restauración del pelo. Su abundante cabello le permite ascender al nivel ejecutivo, pero es degradado después de que Bart derrama accidentalmente el tónico en el suelo y Homero pierde toda su nueva cabellera. Marge encuentra un traje Chanel vintage en una tienda de descuento y, al usarlo, le otorga el acceso a los escalones superiores de la sociedad.

Los Simpsons comenzaron su temporada 32 el otoño pasado (se refiere a la temporada de 2020). Homero sigue siendo el sostén de la familia. Aunque ha tenido muchos trabajos a lo largo de la serie (incluso fue brevemente roadie de los Rolling Stones), está de vuelta en la planta de energía. Marge sigue siendo ama de casa y se encarga de criar a Bart, Lisa y Maggie y de mantener la casa familiar en los suburbios. Pero su vida ya no se parece a la realidad de muchas familias estadounidenses de clase media.

Ajustado a la inflación, el ingreso de 25.000 dólares de Homer en 1996 sería de aproximadamente 42.000 dólares hoy, alrededor del 60 por ciento del ingreso medio estadounidense de 2019. Pero, dejando de lado el salario, el mundo para alguien como Homero Simpson es mucho menos seguro. La afiliación sindical, que protege los salarios y los beneficios de millones de trabajadores en puestos como el de Homero, cayó del 14,5 por ciento en 1996 al 10,3 por ciento en la actualidad. Con esa disminución vino la pérdida de la seguridad de los ingresos y de muchos beneficios garantizados, incluidos el seguro médico y los planes de pensión. En el episodio de 1993 “Última salida a Springfield”, Lisa necesita aparatos dentales al mismo tiempo que se evapora el plan dental de Homero. Homero, que no puede permitirse pagar la ortodoncia de Lisa sin ese seguro, encabeza una huelga. El señor Burns, el jefe, acaba cediendo a la demanda del sindicato de cobertura dental, lo que da como resultado unos aparatos nuevos y relucientes para Lisa y un dolor de cabeza financiero menos para sus padres. ¿Qué habría hecho Homero hoy sin el apoyo de su sindicato?

Además, el poder adquisitivo del sueldo de Homero se ha reducido drásticamente. La casa media cuesta 2,4 veces lo que costaba a mediados de los años 90. Los gastos de atención sanitaria para una persona son tres veces más de lo que eran hace 25 años. La matrícula media de una universidad de cuatro años es 1,8 veces más de lo que era entonces. En el mundo actual, Marge también tendría que conseguir un trabajo. Pero incluso así, tendrían dificultades. La inflación y el estancamiento de los salarios han provocado un aumento de los hogares con dos ingresos, pero una erosión de la estabilidad económica para las personas que los ocupan.

El año pasado, mis ingresos brutos fueron de aproximadamente $42,000, la cantidad que Homer estaría ganando hoy. Fue el segundo año de mayores ingresos de mi carrera. Quería comprar una casa, pero ningún banco estaba dispuesto a financiar una hipoteca, especialmente porque tenía menos de $5,000 para hacer un pago inicial. Sin embargo, mi padre me ofreció un contrato sin intereses ni pago inicial. Sin él, no habría podido comprar la casa. (En un episodio, el padre de Homero lo ayuda con el pago inicial de su casa).

Finalmente pagué mi deuda médica. Pero después de tener en cuenta todos mis gastos, mi ingreso bruto ajustado fue de solo $19. Y con los intereses capitalizados de mis préstamos estudiantiles que suman miles al saldo, mi patrimonio neto sigue siendo negativo.

No tengo a Bart, Lisa y Maggie a quienes alimentar, vestir o comprarles regalos de Navidad. No estoy seguro de cómo podría sobrevivir si así fuera.

Erika Chappell, una persona a la que sigo en Twitter, resumió recientemente mis sentimientos sobre Los Simpson en un tuit: “Que un programa que originalmente trataba sobre una familia disfuncional que apenas se aferraba a la vida de clase media después de la administración Reagan ahora se haya convertido en algo aspiracional es, francamente, la manifestación más evidente de la decadencia capitalista estadounidense que puedo imaginar”.


Para muchos, una vida de incertidumbre económica constante (en la que algunos de nosotros estamos a una crisis de perderlo todo, sin importar cuánto trabajemos) es normal. Los segundos empleos ya no son para tener dinero extra, sino para sobrevivir. No siempre fue así. Cuando se emitió por primera vez Los Simpson, pocos habrían predicho que los estadounidenses acabarían encontrando la vida familiar fuera de su alcance. Pero es así ahora para muchos de nosotros.

* El título del capítulo es un juego de palabras con el nombre de Apu, el personaje emigrante indio dueño del supermercado en la serie y la comedia de Shakespeare Much Ado About Nothing, que en español suele traducirse como “Mucho ruido y pocas nueces”.

Nota bene: en la traducción se respetaron todos los hipervínculos de la edición original e incluso muchos pueden leerse traducidos automáticamente.

miércoles, 4 de agosto de 2021

capitán escarlata

El grado ridículo de universalidad de la serie Capitán Escarlata (1967-1968) sólo podía justificarse si sus protagonistas eran marionetas. Y eso le da cierto toque de genialidad. En la apertura, la voz del maravilloso doblajista mexicano Guillermo Romo le daba cuerpo a “la voz de los marcianos”. Pero en esos años en que la serie se emitía por canales de aire en Argentina (los 70 y principios de los 80) y nuestra sed de efectos especiales apenas si se había encontrado con computadoras que ocupaban varias barracas y Robbie the Robot de El planeta prohibido, las dos luces redondas y azules que recorrían un escenario de muñecos y naves de juguete que imaginábamos grande como el orbe mientras escuchábamos “Esta es la voz de los marcianos, sabemos que pueden escucharnos, terrícolas”, nos acercaba un terror absurdo y de algún modo fantástico. Y unos efectos que, vistos ahora, eran muy precisos, por ejemplo, los vehículos eran a tal punto blindados que en lugar de parabrisas tenían grandes paneles de monitores que reproducían el exterior. La escenografía de la serie era mucho más minimalista que las producciones de ciencia ficción de la época y la base de Spectrum (la agencia a la que rendía cuentas Escarlata), suspendida y anclada en el cielo, señalaba un punto intermedio entre la imaginación progresista de fines de los 60 y la actual visión de la sociedad vigilada.

En el primer episodio, Escarlata es poseído por los marcianos y secuestra al presidente del mundo (sic) y, para hacer contacto con el vehículo que va a su rescate, sube por una torre inexplicable que tiene una rampa para automóviles que asciende 300 metros para llegar a algo así como una playa de estacionamiento que está vacía. Las razones de la existencia de esa torre sin sentido son menos importantes de lo que esa altura significa: en primer lugar, la muerte de Escarlata al precipitarse al vacío (ojo, esa muerte lo libera de la posesión marciana y lo vuelve inmortal, a la vez que lo vuelve inmune a los marcianos) y, en segundo lugar, su cosa simbólica: el ascenso de Escarlata, su caída y, a la vez, el grado de ascenso de la humanidad –recordemos, esta es una serie sobre el universo, sobre la totalidad de la especie amenazada por otra–, la altura titánica como símbolo y materia de la superioridad humana (la serie fue celebrada también por sus personajes multiétnicos, aunque criticada en su momento por la oscuridad de su historia –de hecho, todo el conflicto se origina porque un estúpido militar terrícola ataca la ciudad de los mysterons al confundir una bienvenida con un ataque–, supuestamente dirigida a los niños de entonces).



Los “marcianos” (en realidad, los Mysterons, en el original en inglés: ese on del final del término es de origen latino, lo que da a todos los términos ingleses que ostentan esa construcción una dimensión antigua y enigmática) son unos seres inmateriales (aunque tienen una ciudad) que viven en Marte y pueden reconstruir la materia e incluso convertirse en lo que tocan y, necesariamente, destruyen, igual que el T-1000 de Terminator: Judgement Day. Pero su inmaterialidad también es la de los marcianos melancólicos, que olvidaron ya su deseo de revancha de los burdos humanos colonizadores en Crónicas marcianas. De hecho, el primero en descubrir a los mysterons en El Capitán Escarlata es el Capitán Black, el mismo nombre del comandante de “La tercera expedición”, uno de los cuentos más escalofriantes y maravillosos de ese libro de Bradbury, en el que los marcianos tienen también esa capacidad “inmaterial” de meterse en las mentes.

Ecos de El Capitán Escarlata pueden verse también en Fantasmas de Marte, ese encantador film de John Carpenter en el que la exploración marciana despierta espíritus maléficos que poseen a los exploradores: de nuevo, la “inmaterialidad”, esta idea de que Marte pertenece al mundo del espíritu.


Gerry y Sylvia Anderson (que bautizaron a su método de animación de muñecos supermarionation) fueron los creadores de Capitán Escarlata (tuvieron un éxito mayor con una serie anterior, Thunderbirds que, hasta donde sé, en Argentina casi no se conoció) y también crearon, casi 10 años más tarde, Space: 1999, que acá conocimos como Cosmos: 1999, en la que un joven y filosófico Martin Landau comandaba una Luna a la deriva en el espacio. En los retazos de films como Terminator o Fantasmas de Marte hay una herencia mayor –o al menos una fuente común– de Capitán Escarlata que en las animaciones con marionetas como las películas Lego. 
Aunque las películas lego dieron lugar también a parodistas superlativos, como Keshen8

Por último, la genialidad de Capitán Escarlata también se materializa en su tema musical, compuesto por Barry Gray, en el que los golpes sobre unos timbales sinfónicos preceden al aullido de unas disonancias que acompañan una orquesta que ya es un remedo de un pop británico que pronto será anacrónico, felizmente anacrónico. La intriga inicial de ese sonido –que hoy llama a la risa y el respeto– de repente se convierte en la intriga de esa época, los finales de los 60, cuando se estrenó la serie y sólo un astronauta ruso había orbitado la tierra, el hombre no había pisado aún la Luna, el planeta florecía en guerras y las juventudes marchaban hacia una utopía que se parecía a la carrera de Escarlata por la torre absurda del primer episodio. Claro que la Guerra Fría y la imagen de los mysterons, fríos y calculadores, nos devolvían la imagen del extraterrestre comunista que amenaza un mundo “americanzado”, del mismo modo que en La invasión de los usurpadores de cuerpos (1956), a la que Capitán Escarlata le debe gran parte de su inspiración.


sábado, 30 de mayo de 2020

la guerra racial en pantalla

El lunes pasado un hombre negro de 46 años fue detenido por la policía en Mineápolis (la más grande de las ciudades del estado de Minnesota que, junto con Saint Paul, la urbe que está a su lado y su conurbano, suman casi tres millones y medio de habitantes en el medio oeste estadounidense), que lo redujo por poseer –según informes oficiales– un billete de 20 dólares falso. El hombre se llamaba George Floyd: como muchos de los afrodescendientes que mueren por estos días de coronavirus en Nueva York, Floyd murió pidiendo “aire”, pidiendo respirar. Es que el policía Derek Chauvin, que actuó con el respaldo de otros tres compinches vestidos de azul, lo tenía sujeto y contra el piso con su rodilla en el cuello de Floyd, lo que terminó ahogándolo y asesinándolo. Lo que siguió es una confrontación descomunal que aún continúa y este viernes había cobrado dimensión nacional, luego de que se reportaran disturbios y enfrentamientos con la policía y la Guardia Nacional (una fuerza entrenada militarmente que solemos ver en las películas de catástrofes como el brazo armado y letal hacia el interior de Estados Unidos de su ejército imperial), y ataques de manifestantes contra empresa de Telecomunicaciones como la CNN o instituciones como las comisarías de varias ciudades, de Los Ángeles a Nueva York.

Los negros mueren en Estados Unidos por ser negros y pobres. Y porque existe una fuerza policial que trabaja para los “blancos” y lo sabe, como señaló el viernes un artículo en la revista The Nation.


Horas más tarde de que esa revista de la izquierda estadounidense publicara su artículo, la cadena NPR (la radio pública nacional con sede en Washington que es motivo de observación y está en severos problemas de ajuste cada vez que asume un gobierno republicano), anunciaba que los enfrentamientos con manifestantes se extendían por todo el país el viernes a la noche.

miércoles, 7 de agosto de 2019

el fin de una civilización

En Brexit: the Uncivil War actúa Benedict Cumberbatch en su rol de siempre: incómodo, arrogante, luciferino –iluminador y fulminante a la vez. Interpreta a Dominic Cummings, el estratega político detrás de la campaña del Brexit, hoy asesor de Boris Johnson, primer ministro británico.
Cumberbatch es de algún modo un Sherlock en este film del Channel 4 que se puede ver a través de HBO o de forma non sancta. Diabólico y lúcido, nota al principio de la campaña, cuando aún no había definido el slogan –le llama “el mensaje”– con el que iba a lograr que la mayoría de los británicos votaran que Gran Bretaña abandonase la Unión Europea (“Recuperar el control”: “Take back control”) que las personas pasan más tiempo que nunca en internet, pero se sienten cada vez más solas.

A diferencia de The Great Hack (Nada es privado), el documental de Netflix sobre Cambridge Analytica, la compañía de manejo de Big Data que hackeó millones de cuentas de Facebook para influir en el Brexit, en las elecciones que llevaron a Donald Trump al poder y a Mauricio Macri a la presidencia de Argentina; Brexit: the Uncivil War es una película, es ficción, aunque una leyenda al principio nos advierte que se respetaron los nombres verdaderos y que el argumento se redactó en base a entrevistas realizadas a los protagonistas de la historia.

viernes, 23 de marzo de 2018

la interrogación ontológica

en CdS

A fines de marzo del año pasado en La Pista, un encantador espacio de teatro de Crespo al 1500, participé de una sesión de “teatro espontáneo” del proyecto Nómades. Damián Schwarzstein y Ana Otto me recibieron, me descalzaron y me invitaron a sentarme en un cubo que hizo de taburete, desde el que conversé con ellos sobre un viaje entre Paysandú y San Nicolás 42 años atrás. Después vi desplegarse esa escena del modo en que cobran cuerpo los recuerdos, con su vasta gama de matices. La memoria funciona en la medida en que las cosas que olvidamos retornan con un rostro cuya precisión es menos un dato fiel que uno que interroga. Y la interrogación es siempre ontológica: somos lo que cabe en esa pregunta. Entendí entonces lo que era el teatro espontáneo, lo que era el proyecto Nómades y entablé con los rostros de esos actores una intimidad que tal vez no coincide con esas mismas personas cuando las cruzo por la calle.
Cuando me enteré que algo de todo eso podrá verse en la pantalla de canal 3 los martes de febrero después de las 14, en cuatro programas que llevan por título “Espontáneo”, quise conversar de nuevo con Ana y con Damián. Por curiosidad, y también por gratitud.

sábado, 12 de noviembre de 2016

las series que vieron a trump

El 6 de noviembre de 2001 Fox estrenó una serie innovadora en varios aspectos: lo protagonizaba tanto un agente de una ficticia agencia antiterrorista, Jack Bauer (que encarnaba Kiefer Sutherland) como la tecnología, que competía en la pantalla con los actores. Durante veinticuatro horas que sumaban veinticuatro episodios, veíamos a Bauer intentando evitar un ataque terrorista en el corazón de Estados Unidos. Cada episodio sumaba una hora de esa epopeya. La serie se llamó “24”. Al día de su estreno aún salía humo de los restos del World Trade Center, que sucumbieron después de que dos aviones llenos de pasajeros se estrellaran contra las moles de acero dos meses antes.

El día después

“24” –realizada por entero durante 2001, mucho antes de los ataques del 9/11– se convirtió de inmediato en la serie con la que leer la guerra contra el terrorismo que el entonces presidente George W. Bush se apuró a declarar.
El estreno de la serie coincidía a la vez con las dudosas elecciones que llevaron al poder a Bush. De hecho, fue el ataque a las torres lo que consolidó a George W. en la presidencia. En los comicios que lo consagraron presidente su contrincante Al Gore ganó el voto popular por más de medio millón de votos y las elecciones, al menos en el estado de Florida, estuvieron teñidas de fraude.

martes, 19 de julio de 2016

los extraños 80

Esta es la trama de la serie de tevé: estamos a mediados de los 80. Hay un grupo de niños que se mueven en bicicleta en un pequeño pueblo del interior de Estados Unidos. Hay un ser con poderes que puede hacer volar autos. Hay un grupo del gobierno que lo persigue. Hay un secreto terrible que puede cambiarlo todo y agentes sin identificación que buscan a cualquier precio que se conozca. Hasta el lector más distraído se apura y exclama: “ET”. Bueno, sí y no. Sí, es un sentido homenaje al cine de Steven Spielberg –que ya tuvo sus homenajes de manos de uno de sus más fieles discípulos, J.J. Abrams, cuando rodó “Súper 8” en 2011–, pero también a todo un cine que cuenta entre sus cimas a “Cuenta conmigo” (Rob Reiner, 1986): las películas en las que un grupo de niños o jóvenes despertaban a la vida al tiempo que se terminaba el sueño americano.
Imagen tomada de Slate.

La serie se llama “Stranger things” –“Las más extrañas cosas”– y los ocho episodios de la primera temporada pueden verse en Netflix desde el viernes último. En ningún lado pudimos leer que vaya a haber una segunda parte, pero la escena final, en el octavo episodio, siembra una intriga que podría resolverse en una nueva temporada.
El primer episodio de la serie nos muestra a cuatro amigos de 11 años en el sótano de una casa de Hawkings, Indiana (un pueblo ficticio), en 1986. Juegan a “Dungeons & Dragons” (“Dragones y mazmorras”) el antecedente más directo de lo que luego fueron los juegos de rol, hasta que los tres invitados se despiden y encaran el camino a casa en bicicletas. Uno de ellos, Bill Byers, desaparece esa misma noche. Si bien tenemos una vaga idea de las circunstancias terribles de su desaparición, no es sino hasta el quinto episodio en que comprendemos lo que sucedió.
Influencia

Los hermanos Matt y Ross Duffer, encargados del desarrollo y la dirección de al menos seis de los episodios de la primera temporada de la serie, se encargan de dejar en claro, a través de diálogos que nunca se apartan de la trama, las influencias del relato: desde Stephen King (las conspiraciones y secretos del gobiernos que en 1986 aún libraba la Guerra Fría y desarrollaba armas secretas –por lo general biológicas o de destrucción masiva, aunque aún subsistía la leyenda del proyecto MK Ultra, con el que la CIA, a través de drogas como el LSD, pretendía desarrollar agentes con súper poderes mentales–) al J.R.R. Tolkien de “El señor de los Anillos” y “El hobbit”, que los niños invocan al pensar estrategias defensivas en la escuela a la que van, donde son acosados por un par de patoteros.

lunes, 23 de mayo de 2016

tv or not tv

A mediados de los 80 hubo varias películas de ciencia ficción de flaca factura que se fundaban en el largo alcance de las ondas de emisiones radiales y televisivas que llegaban hasta los confines del universo y atraían más de una amenaza a la Tierra. Eber Ludueña, el personaje creado por Luis Rubio hace casi 15 años, parece haber hecho esa travesía temporal y etérea: anclado en un momento del tiempo en el que las promesas del futuro se sostenían en ideales antiguos y dispares, el éxito del retrospectivo Eber Ludueña en la pantalla de televisión podría verse como la respuesta afectiva del público por los restos de un mundo que no termina de disolverse.
Si bien Ludueña pudo por momentos devorarse a su creador, Rubio supo también aprender de Ludueña esas cosas que nunca son del todo pasado, que son anacrónicas porque surfean el tiempo.
Luis Rubio prepara ahora el lanzamiento de TV or not TV –también se lo puede escuchar por radio, después de las 18, en la FM rosarina Sí 98.9–, un programa televisivo hecho con archivo e intervenciones suyas que tienen esa impronta anacrónica y lúcida. La presentación es casi una declaración de principios: se ve un televisor que emite un griterío de peleas y discusiones y un técnico que acude a repararlo. Tras unos golpes y unos ajustes en el sintonizador, escuchamos a Pepe Biondi sobre un sereno mar de risas. El técnico repara el contenido, no el cablerío. El signo de los tiempos –según preferimos leer esta pieza de Rubio– está también en el tiempo que dedicamos a leer y escuchar sus signos.
Desde Barcelona, antes de asistir a un homenaje al humorista español Pepe Rubianes –otra señal de Rubio–, Luis dialoga por WhatsApp mientras cae la tarde del domingo catalán.
—Varias veces dijiste que, salvo excepciones, ya no hay humor en la televisión, ni ideas: casi todos los programas repiten un formato en el que aparecen quienes hacen un chiste, pero no se trata de los espacios de humor que había hace unos años. ¿A qué podrías atribuirlo, qué es lo que cambió?
—Lo que digo es que no hay programas de humor, como la tele ya no tiene programas de investigación periodística, ni de análisis político ni de nada. Los programas hoy son de lo que pasa, de lo que la gente quiere ver en ese momento, entonces son un envase lo suficientemente flexible como para albergar cualquier cosa, y entonces todos los programas terminan hablando de lo mismo, de lo que sucede de la tarde a la noche: violencia de género, fondos buitre, Maradona le pegó a la esposa –hablan de eso–, aborto, bioética, cualquier cosa. Porque de esa manera no se encorsetan y pueden ir a pelear esas décimas de ráiting que les permite sobrevivir. Así de triste es la tele de hoy.

viernes, 27 de febrero de 2015

good bye mr. spock

Un alerta de la NPR me informa que hoy murió Leonard Nimoy en Los Ángeles. Tenía 83 años. Era mi personaje favorito en Star Trek y acaso en Fringe.
Me entero de que escribía poesía, era músico, hijo de un barbero judío ucraniano en Boston que huyó de la persecución nazi-ucraniana. Traduzco su última entrada en LeonardNimoyPoetry:
Imagen tomada de la NPR.

Fotografías tuyas


Estás rodeado de fotografías tuyas.
Aquí estás tan joven y hermoso
Aquí estás con una o dos esposas
Aquí estás, tan feliz y entonces tan
Rodeado de fotografías tuyas

Tus paredes está cubiertas
Ya no hay espacio
Qué mal, sos tan carabonita
Y tan adorado
¿Alguna vez te aburriste
Mirando esas fotografías tuyas?

La luz de un reflector te cae encima
Tus seguidores exclaman palabras de amor
Siempre estás tan ocupado
¿No te has mareado
Mirando fotografías tuyas? 

Good bye, Leonard, we'll meet again.

lunes, 14 de julio de 2014

sabella

Sí, el fútbol comenzó a interesarme cuando empecé a acompañar a mi hijo a las prácticas. Pero aún así, aún con las pruebas a la vista de lo que el juego significa en la cosa social de los niños, en las habilidades que desarrolla, en lo bello que resulta, etcétera, me cuesta muchísimo despejar todo ese "velo político" alrededor del fútbol. Y claro, todo mundial es a la vez un hecho político que los torpes para analizar el fútbol, como yo, vemos magnificado. Pero la politización de este mundial me pareció mayor, mejor y memorable. Con todo el contrapunto entre los medios antioficiales, que atacaban a Alejandro Sabella por cierta afinidad con el gobierno y con Sabella, que daba lecciones de política internacional a los jugadores, y con Maradona y Víctor Hugo Morales en un estudio de Telesur, recorriendo los barrios pobres de Río de Janeiro, donde era mayor el apoyo a la selección argentina. Además de los momentos compartidos con la familia, este Mundial queda para mí entre los mejores de mi vida y uno de los más críticos, en torno a esa figura gigantesca que es el fútbol, la política y la vida. Por primera vez en muchísimo tiempo descubrí también que la televisión es aún capaz de mostrar algunas cosas.

domingo, 30 de marzo de 2014

artística

El tema me es por completo ajeno. No miré en su momento a las celebridades locales serpentear en un caño erguido en estudios de televisión y no pienso volver atrás. Creo que esas apuestas a quemar la libido argentina eran muy claras en su objetivo: un padre, un hijo podían compartir en la mesa familiar sus más calientes fantasías. Esto es diferente. El baile del caño en un programa llamado Ucrania tiene talento (sí, tratándose de Ucrania podríamos ir en otra dirección, ¿no?) se parece más a esas exhibiciones de patín artístico en las que se pretende patinar y hacer piruetas sobre el aura. En fin, visto así, como una suerte de cosa "artística", este baile del caño tiene el encanto de devolver –ya que no un aura– cierto resplandor que, a falta de sublimación, ofrece al menos un precipitado libidinal.
No menos curioso es cómo llegué a Anastasia Sokolova: a través de videos que relacionó YouTube cuando terminé de ver unas piezas de efectos especiales recomendadas en WTF-Microsiervos.

miércoles, 5 de febrero de 2014

el óscar



Fernando Varea relevó entre críticos de cine de Buenos Aires, Rosario, Mar del Plata y Córdoba qué son hoy los premios Oscar. Según leemos, la curiosidad de Fernando –de los pocos en Rosario que mantiene activa una discusión abierta en torno a cómo vemos cine– se disparó a partir de un comentario dejado por Fernando Martín Peña en una de las redes sociales más usadas que levantó cierta polvareda: “No existe más la industria, las tendencias, no existe más Hollywood. Se fueron todos a la TV”, puso Peña.
Estaba a punto de aplaudir ese agudo comentario cuando me encontré con estas dos esclarecedores intervenciones, una de mi amigo Leandro Arteaga, otro, de Leonardo D’Espósito, a quien sigo con todo placer desde que escribíamos en Crítica.
Copio acá lo que Varea recibió de D’Espósito –hoy crítico de Noticias y El Amante–: «Los Oscar son importantes como medida de lo que Hollywood cree de sí mismo (no de lo que Hollywood es, necesariamente). Sirve como parámetro para saber qué piensan los académicos no de lo que es el cine sino de lo que ellos desearían que fuera. Si querés, un parámetro más sociológico o político que estético. Veo todas las películas nominadas por razones de diferente tipo. Veo casi todo lo que se estrena por trabajo (escribo semanalmente en Noticias, mensualmente en Brando y El Amante, más en BAE). También veo todo lo que puedo porque soy cinéfilo de verdad. Veo todo Hollywood porque el cine, realmente, fue inventado por Hollywood (y en todo el mundo se hace cine para parecerse o diferenciarse de Hollywood, que sigue siendo el modelo, y habría que discutir cuan estadounidense es Hollywood: el Oscar, en todo caso, representa las películas que Hollywood cree más estadounidenses en el sentido político del término, no así social o espiritual). Y en ese sentido, hasta la peor película de los Oscar me provee una idea para pensar el cine. Que es casi lo único que me sale hacer.»
Y lo de Arteaga –que escribe en su blog (ya enlazado) y en Rosario 12. Las negritas cuando dice que la alfombra roja es una victoria de la TV son mías–: «La importancia pasa por la tradición que conlleva, por la oportunidad publicitaria que el Oscar significa para hablar de cine en los medios. En sí, no es más (ni menos) que el premio que la empresa Hollywood destina a sí misma. En ese sentido, permite entrever qué es Hollywood hoy, cuáles sus carriles ideológicos. Veo las películas nominadas pero no por el Oscar, sino por ejercicio cinematográfico. Hace bastante que dejé de estar interesado en las nominaciones, las utilizo como nota al pie, suelo enterarme de ellas con retraso. A la entrega de premios la veo, pero sin expectativa ni nada parecido. La sigo como el programa televisivo que es. El cine, lamentablemente, es acá secundario. Todo lo relacionado con la alfombra roja o similares me resulta decadente, es otra de las victorias de la televisión sobre el cine. Es cierto que Hollywood siempre fue mucho de eso, pero también lo es que alguna vez fue sinónimo de buen cine.»
Gracias Fernando (acá todo el relevamiento, que ya estaba enlazado, claro).

lunes, 30 de diciembre de 2013

una de acá

Me incomoda decir que me enteré a través de una nota de La Nación de la existencia de la miniserie Jorge (puede verse online en el enlace anterior), que escribió Malena Pichot. El guión y la puesta en escena tiene un aire fílmico que no tiene casi ningún otro producto televisivo: Jorge es de algún modo un estereotipo, como lo son la mayoría de los personajes de la ficción, pero es un estereotipo que permite dar lugar a otros personajes. Los actores hablan lo justo y necesario y no hay personajes al santo y divino botón. El tal Jorge es un cabrón solitario y de algún modo fracasado que lidia con la cosa positiva de la contemporaneidad: su novia que tiene un contestador automático enérgico y alegre como ella no parece ser, su madre que nunca termina de hablar con él y siempre pretende superar situaciones que a duras penas son planteadas, y así. Jorge es abogado pero trabaja en un call center. Acaba de morir su padre y se va a vivir a la casa que le dejó. Pero Jorge nunca conoció casi a su padre. Ese enigma en torno a su pasado: los años que la madre y el padre vivieron con Jorge en la casa parecen apuntalar el misterio de su vida misma, a lo que hay que agregar el dato de la pintada en el muro de la casa: "Acá vive un viejo hijo de puta".
Bueno, eso por ahora. Mis disculpas por no advertir antes esta serie, que terminño de emitirse a fines de julio de este año y tuvo sólo 8 episodios.

Acá todos los datos técnicos.

lunes, 9 de diciembre de 2013

el soplamocos

Mientras miraba la miniserie australiana de ocho episodios The Slap (El soplamocos, podría ser una traducción deseable) no podía dejar de pensar en aquella crítica que Ángel Faretta escribió en 1984 cuando se estrenó en Argentina la película australiana Razorback: un cine posible, es decir, un cine que nos interpela.
Imagen tomada de HeyUGuys.

Basada en la novela –un best seller– de Christos Tsiolkas de 2008, la serie está ambientada en Melbourne. Según nos lo hacen saber todos –y es fácil intuir que así es– la versión filmada es mejor que la escrita. John Crace lo afirma en el primer párrafo de su reseña y, al comentar el libro, el crítico de The Guardian señala sobre todo las falencias de la novela. Incluso sin intención de ser crítica, una nota el Sidney Morning Herlad lo destaca.
La trama es más o menos así: un profesional “liberal” –progresista, en español, término que siempre debería llevar comillas–, de padres griegos, cumple 40 años (Jonathan LaPaglia). Su esposa (Sophie Okonedo), descendiente de aborígenes australianos, le organiza una fiesta en el jardín de la casa, una barbacoa. Entre los invitados están Rosie, su esposo y su hijo Hugo, de 4 años, un monstruito sin límites que aún toma la teta como sedante. Rosie (Melissa George) es amiga de la esposa del cumpleañero. En un momento Hugo, que ya hartó a todos con sus desplantes, recibe una bofetada de parte del primo del dueño de casa. Un macho a la vieja usanza, emprendedor, adinerado, etcétera. A partir de allí comienza una carrera en pos de enjuiciar al pegador que irá horadando las relaciones de todos los protagonistas.
En ocho episodios, cada uno dedicado a uno de los personajes, la serie avanzará sobre los alcances de ese soplamocos.
Sí, como dice un crítico, es una novela sobre “el derrumbe de la clase media” y acerca de la fragilidad de los valores liberales en una sociedad multicultural. Hay acá dos o tres sistemas de valores que se cruzan: el tradicional –representado por la familia griega del personaje que encarna LaPaglia–, cuyas creencias son, como se los muestra a los personajes– “sordas”; el más liberal –entendido como se entiende tradicionalmente el liberalismo y su red de contratos civiles–, que encarna el cuarentón, su esposa y sus amigos, todos de algún modo profesionales; la re-ligazón de lo tradicional, sutil y brevemente en juego en la trama a través del hermano de la esposa de LaPglia, un músico convertido al Islam que dejó el alcohol y la mala vida gracias a su “nueva” religión (su valores están firmes, es devoto y su credo es, en ese sentido, efectivo: funciona) y, acaso por último, la caricatura que hacen Rosie, su esposo y su consentido hijo de una pareja altamente ideologizada.
La serie tiene momentos brillantes, comienza como una comedia y se despliega como un drama con momentos siniestros. La denostación del racismo y el sexismo, que en la novela deben ser una catarata textual, en la serie está matizado con elegancia y hasta con humor.
Es pro último una serie sobre lo extraño que resulta, para el universo liberal, un niño.
Debo coincidir con Crace en que las escenas de sexo casi explícito son no sólo estúpidamente innecesarias, su principal razón de ser es no permitirnos disfrutar de estos episodios junto con nuestros hijos adolescentes.
Volviendo al cine posible de la cita inicial, conversé hace un tiempo en MTQN con Patricio Vega sobre sus series Los simuladores y Hermanos y detectives, le pregunté si esas producciones, que intentaban llevar el cine a la televisión no habían sembrado nada en la tevé vernácula. “Es que encima le sembraron soja”, me respondió. Aun así, creo que The Slap cabe en la definición “una televisión (argentina) posible”.