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miércoles, 7 de agosto de 2019

el fin de una civilización

En Brexit: the Uncivil War actúa Benedict Cumberbatch en su rol de siempre: incómodo, arrogante, luciferino –iluminador y fulminante a la vez. Interpreta a Dominic Cummings, el estratega político detrás de la campaña del Brexit, hoy asesor de Boris Johnson, primer ministro británico.
Cumberbatch es de algún modo un Sherlock en este film del Channel 4 que se puede ver a través de HBO o de forma non sancta. Diabólico y lúcido, nota al principio de la campaña, cuando aún no había definido el slogan –le llama “el mensaje”– con el que iba a lograr que la mayoría de los británicos votaran que Gran Bretaña abandonase la Unión Europea (“Recuperar el control”: “Take back control”) que las personas pasan más tiempo que nunca en internet, pero se sienten cada vez más solas.

A diferencia de The Great Hack (Nada es privado), el documental de Netflix sobre Cambridge Analytica, la compañía de manejo de Big Data que hackeó millones de cuentas de Facebook para influir en el Brexit, en las elecciones que llevaron a Donald Trump al poder y a Mauricio Macri a la presidencia de Argentina; Brexit: the Uncivil War es una película, es ficción, aunque una leyenda al principio nos advierte que se respetaron los nombres verdaderos y que el argumento se redactó en base a entrevistas realizadas a los protagonistas de la historia.

“Uncivil” es un término inglés más o menos fácil de entender, aunque el error sería traducirlo como “incivil”. Es más bien “incivilizado”, grosero, bruto. “La guerra incivilizada” del título es de algún modo el meollo del asunto en este film excepcional y fascinante sobre el derrumbe de un sistema a manos de un chapucero con convicciones (espantosas, pero convicciones al fin). Pero también acerca de la primera grieta que anuncia la ruptura de una era.
Cuando un trío “conspirador, traidor y paranoico” –la definición es del personaje central– monta la oficina de campaña por la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea (Leave) en algún lugar central de Londres, Cumberbatch-Cummings ve a través de un vidrio sucio la silueta de las torres del Parlamento británico. En esa sencilla toma hay una declaración –un statement, en inglés– de lo que está poniendo en escena el film y de los recursos inconmensurables de la ficción para dar cuenta de estas cuestiones: los asuntos de palacio, ante estas preguntas que adquieren un valor refundacional para la nación, están detrás de ese vidrio oscuro que tampoco permite a los señores del palacio –los parlamentarios británicos son los grandes derrotados– ver lo que sucede fuera de sus paredes.
En Nada es privado se narra con testimonios e información uno de los aspectos que viene a contarnos Uncivil War, pero son los mismos argumentos que la batalla que relata Uncivil War destruye: el buen ciudadano que reclama sus datos a Cambridge Analytica, como si la justicia pudiera resolver un Mal que despertó hace décadas, que es otra de las líneas narrativas de Uncivil War.
Sí, sí, la amenaza a la democracia que significa el hecho de que millonarios como Robert Mercer tengan acceso a la puerta trasera de la ciudadanía mundial a través del manejo de datos privados en internet. Pero antes de internet las democracias habían acumulado un monstruoso botín de soledad, resentimiento, miedo y frustración que las malditas redes sociales conectaron tras permanecer un tiempo activas.
Uncivil War trata sobre el monstruo de nuestros tiempos, ese frankenstein hecho de una civilización esperpéntica que pueden derrumbar un puñado de cuarentonas empobrecidas que se informan a través de Facebook.
De hecho, como una escena más de esa enorme licencia que se toma el film, vemos a Rosie Lyons –el personaje de la miniserie Years and Years– saludar entusiasmada a un Boris Johnson que, cuando le preguntan si es cierto que Gran Bretaña puede ser invadida por unos 70 millones de turcos, debe admitir: “Ese es el total de la población de Turquía”. Ese cruce, que puede pasar por un guiño, también puede leerse de otro modo: Rosie, que protagoniza una serie contemporánea que transcurre entre el presente y el fin de la década futura, está allí para recordarnos que Brexit no sólo trata sobre la trama de esa trampa democrática del referéndum, sino de lo que ese plebiscito inaugura en el futuro. Porque el film narra por un lado la anécdota de un narcisista –Dominic Cummings– que encuentra esos nidos de resentimiento y soledad donde prospera su campaña, pero también, el derrumbe de una civilización ("uncivil" no es un término elegido al azar), la nuestra. Ese pasado reciente que reconstruye la película no es otra cosa que la cifra de un futuro que no esperábamos (y esos son, más o menos, términos tomados de los personajes.  
“¿Cuál es el mensaje? –se pregunta Cumberbatch-Cummings en una reunión de campaña–. No puede ser solo una consigna, debe englobar una emoción. ¿Qué emoción? Mi padre trabajaba en un pozo de petróleo. Esas bolsas de energía, ocultas. Enterradas muy hondo durante largos períodos de tiempo. Gruñendo, gimiendo. Esperando una vía de escape. Sólo deberíamos averiguar dónde están y empezar a excavar. Abrir el pozo y liberar la presión. Podemos alimentarnos de esos pozos de resentimiento, todas estas presiones que se han ido acumulando mientras las ignoraban. Por qué no llevar este enfoque más allá de Europa. Europa sólo sería un símbolo, un código de todo, de todas las cosas malas que pasan y han pasado”.
Los términos guerra cultural, antipolítica, cambio, son frecuentes entre los personajes del film, pero hay una escena de la que sólo es capaz una obra de ficción: el inmenso Rory Kinnear, que interpreta a Craig Oliver, director de Comunicación del ex primer ministro David Cameron (en cuyo libro Unleashing Demons: The Inside Story of Brexit también se basa este film), se harta de la deriva de un focus group en el que analizan el Brexit con ciudadanos comunes e irrumpe en la reunión. No sólo no logra desarticular la mentira impuesta sobre los miles de millones que le cuesta a Gran Bretaña permanecer en la UE, sino que genera una crisis subjetiva en una mujer blanca, bruta y empobrecida que por primera vez en 20 años tiene la oportunidad de expresar que ha sido ninguneada por blanca, bruta y pobre. Pero Kinnear-Oliver no sólo encarna a un personaje de la política, es también el primer ministro británico del primer episodio de la serie Black Mirror, es el hermano próspero devenido mensajero de plataformas en Years and Years, es, en definitiva, un legado de esa ficción política en el que la “civilización” halló su más cruel caricatura.
La lección de Uncivil War es esa: el poder de una narrativa reside en saber narrar, en recoger las piezas de un relato que estaba ahí, donde todos podían verlo.
Good night, and good luck.
P.S.: Agradezco a Celeste Murillo, que me hizo ver este film.

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