socio

"I don't want to belong to any club that will accept people like me as a member." Groucho Marx en Groucho and Me (1959).

martes, 25 de abril de 2017

13 razones

Todo este asunto empieza con Stranger Things. Trataremos de explicarnos.
El asunto es el mundo dividido y la serie de la que hablamos es 13 Reasons Why (Por 13 razones), que desde el 31 de marzo puede verse en Netflix.
Que la serie está basada en un best seller sobre una adolescente que se suicida y deja 13 casetes (sí, casetes marca Maxwell) en las que expone a 13 personas de su secundaria a las que vincula a su suicidio, sería un detalle más. Salvo por la presencia de esos casetes, como los que se usaban en los 80 y sobre los que más de un personaje señalará a lo largo de los 13 episodios. También la bicicleta del protagonista, en la que se desplaza por un pueblo más o menos pequeño, o el cine en el que trabajan ella y él, nos trae resabios de esas escenografías que conocimos en películas desde Cuenta conmigo a, justamente, Stranger Things que trataba, como todos recuerdan, de varias capas de dobles mundos: el que conocemos y el llamado “The upside down” –una suerte de universo paralelo, sombrío y aterrador detrás del espejo–, el mundo dividido aún en 1986 por la Guerra Fría, el de niños y adultos, etcétera.
Como se sabe y lo observaron varias publicaciones, Por 13 razones fue –y lo sigue siendo– una de las series sobre la que más se tuiteó en lo que va del año. Las razones sociológicas no nos importan demasiado. Basta con decir que eso que los psiquiatras llaman “bipolaridad” parece la enfermedad ideal para un mundo en el que la Guerra Fría parece trasladarse al interior de la mente de sus habitantes.  

Escena explícita

Hannah Baker (la actriz Katherine Langford) es nueva en la secundaria del pueblo, sus padres llegaron hasta allí con la idea de instalar una farmacia que no tuviese que competir con una gran cadena nacional que los había llevado a la ruina en la ciudad donde vivían, pero una sucursal de esa cadena también se instala allí.

miércoles, 19 de abril de 2017

bicicletas chinas

Mi amigo Ng está de nuevo en Beijing, desde donde envía fotos y breves comentarios a través de un grupo de WhatsApp. Como hoy es el Día Mundial de la Bicicleta nos pareció apropiado difundir estas fotos que Ng tomó allá en China sobre sus bicicletas.
Según postea Ng el 13 de abril pasado: "En los 70 Beijing era una constelación superpoblada de bicicletas. El crecimiento como una bomba llevó a todo el mundo a la motocicleta y luego al auto. Ahora es el regreso a la bicicleta. Fíjense la timidez con que los chinos se montan a la tendencia: Esto es en el exterior de la estación de subte de Babaoshan. Casi todas las bicicletas se alquilan por WeChat. Cuesta 2 pesos."



Y esto anotaba el lunes pasado: "Los otros días les hablaba de la rehabilitación de las bicicletas. Esta es una terminal del subte, en un territorio que podría asemejarse a los campos que están más allá de José León Suárez."
"La mayoría se usan con el sistema de alquiler que les comenté, usando la red social WeChat, pagando 1 yuan = 2,2 pesos cada vez que la usás. Hay tres compañías que compiten por el mercado (ven la amarilla y la naranja, también hay una azul). Por ahora trabajan a pérdidas –de millones de yuanes."



Este miércoles al mediodía (nuestro mediodía), Ng halló estos bicicarros y anotó: “Ahora está lleno de carritos onda supersónicos, de manera que éstos son reminiscencias del pasado, pero bueno, cuando los tiempos se aceleran demasiado se produce este revoltijo de épocas. Estos carricletas los encontré en un hutong, uno de esos barrios muy viejos, que se convirtieron en una especie de antigüedad eterna.”
 Y agrega: "No podrías creer las cosas que transportan. Transportan cosas de mundos  a los que el hombre jamás ha llegado."
Las que siguen son fotos de un "hutong" en Beijing.





La escenografía y locación del film Kung Fu Hustle (que se rodó en Shangai) esuvo inspirada en estos hutongs.

domingo, 9 de abril de 2017

posverdad y negacionismo



A fines de 2016 desde Oxford Dictionaries eligieron como palabra del año “post-truth”, posverdad, a la que describen como “un adjetivo que se define por ser ‘relativo o que denota circunstancias en las cuales los hechos objetivos son menos influyentes al modelar la opinión pública que las apelaciones a la emoción o las creencias personales’.”
El mismo artículo de presentación de la palabra señala que el concepto de posverdad existe desde la década pasada, pero que tuvo un pico de frecuencia durante 2016 en el contexto del referéndum de la Unión Europea (Brexit) en el Reino Unido y las elecciones presidenciales en los Estados Unidos y que también se asocia con un sustantivo particular en la frase políticas de la posverdad.
 Imagen tomada de Oxford Dictionary.

lunes, 3 de abril de 2017

salir

Lo escribe Martín Rodríguez, la entrada completa se lee aquí:
«Otra posible forma de ver la división es entre “politizados” y “apolíticos”; si lo pensamos a través de los usos de la plaza pública. Digamos: en los protocolos de esa “ocupación”. Si una marcha politizada está llena de banderas particulares (agrupaciones, partidos, sindicatos, movimientos sociales, centro de estudiantes), la de los apolíticos apela a una sola bandera (la nacional), como si sólo fuera posible expresarse a través de la máxima abstracción universal de la bandera celeste y blanca (cada vez más celeste, cada vez más blanca), ya que lo contrario sería político. Una república universal que se siente amenazada por las partes. Sociedad y Estado versus política. Un partido político (PRO) celebrando una marcha porque no es política. Otra paradoja.
«Los politizados marchan y usan ese espacio que crean como forma y fondo: estar en la calle es bueno, es también un fin en sí mismo además de la necesidad. De algún modo se combina la tradición sacrificial de la izquierda (barricadas, piquetes) con la tradición festiva del peronismo (carnaval, fiesta del 1ero de Mayo, etc.). Las marchas republicanas revisten una idea de “última vez”, de “tuve que salir”, es decir, de excepción en el cruce de la frontera entre lo privado y lo público. Por eso muchas veces el ceño fruncido, el cartel personal, el mensaje completamente humillante que no fue constatado en ningún diálogo colectivo. Un ciudadano convocado que sale a poner fin a las otras plazas: como si dijera “este era mi límite”. Actúa bajo esa ofensa: me hicieron ir a la plaza. Tiene un andar como si en su sola presencia restableciera el orden perdido. Una señora la tarde del 1 de abril dijo: “tengo sesenta años, es la primera vez que salgo”.»
La manifestación en Rosario al caer la tarde del 1 de abril pasado. A pocos metros, esa misma noche, se realizó la vigilia por los veteranos y caídos en Malvinas. En su bitácora, mi amigo Ng escribe: "La Plaza cuando está llena sólo de banderas celeste y blanca me da miedo y me repugna." Comparto ese temor.