Llegué a este texto de Mark Fisher que traduzco a través del blog de Guy Mankowski.
Sufrí la depresión de manera intermitente desde que era un
adolescente. Algunos de esos episodios fueron en extremo debilitantes –terminaron
en autolesiones, abstinencia (pasaba meses en mi habitación, aventurándome apenas
a conectarme o a comprar la cantidad mínima de comida que consumía) y horas desperdiciadas
en guardias psiquiátricas. No diría que me recuperé de la enfermedad, pero puedo
complacerme al decir que tanto la incidencia como la gravedad de los episodios
depresivos se redujeron mucho en los últimos años. En parte, es una
consecuencia de los cambios en la situación de mi vida, pero también tiene que
ver con haber llegado a una comprensión diferente de mi depresión y sus causas.
Ofrezco mis propias experiencias de angustia mental no porque piense que hay
algo especial o único en ellas, sino para sostener que muchas formas de
depresión se comprenden y combaten mejor a través de estructuras impersonales y
políticas que individuales y “psicológicas”.
Escribir sobre la propia depresión es difícil. La depresión
está en parte constituida por una voz “interior” que te acusa de
auto-indulgencia –no estás deprimido, solo sentís lástima por vos mismo, calmate–
y esta voz es susceptible de ser activada cuando hacés pública tu condición.
Por supuesto, esta voz no es una voz "interior" en absoluto; es la
expresión internalizada de fuerzas sociales reales, y tienen un interés particular
en negar cualquier conexión entre la depresión y la política.
Cuando al fin conseguí un trabajo de conferencista en una
escuela de educación complementaria, estuve durante un tiempo exaltado, pero
por su misma naturaleza esta alegría me enseñó que no había sacudido por
completo los sentimientos de inutilidad que pronto conducirían a nuevos
períodos de depresión. Me faltó la calma y la confianza de alguien nacido para ese
papel. En algún nivel no tan profundo era evidente que aún no creía que fuera
el tipo de persona que podía hacer el trabajo de enseñar. Pero, ¿de dónde provenía
esta creencia? La escuela dominante de pensamiento en psiquiatría localiza los
orígenes de tales ‘creencias’ en el mal funcionamiento de la química del
cerebro que deben corregir los productos farmacéuticos; el psicoanálisis y las
formas de terapia de su área de influencia buscan las célebres raíces de la
angustia mental en el fondo familiar, mientras que la Terapia Cognitiva del
Comportamiento está menos interesada en localizar la fuente de las creencias
negativas que, simplemente, reemplazarlas por un conjunto de historias
positivas. No es que estos modelos sean totalmente falsos, sino que fallan en la
causa más probable de tales sentimientos de inferioridad: el poder social. La
forma de poder social que más influyó en mí fue el poder de clase. Por supuesto
que el género, la raza y otras formas de opresión funcionan produciendo el
mismo sentido de inferioridad ontológica, que se expresa mejor en el tipo de pensamiento
que ya esbocé: no sos el tipo de persona que puede cumplir funciones que se
destinan al grupo dominante.
A instancias de uno de los lectores de mi libro Realismo
capitalista, empecé a investigar la obra de David Smail.
Smail –un terapeuta que hace la cuestión del poder algo central en su práctica–
confirmó las hipótesis sobre la depresión con las que había tropezado. En su
libro The Origins of Unhappiness,
Smail describe cómo las marcas de la clase están diseñadas para ser indelebles.
Para aquellos que desde el nacimiento se les enseña a pensar en sí mismos como inferiores,
la adquisición de calificaciones o la riqueza rara vez serán suficientes para
borrar –en sus propias mentes o en las de otros– el sentido primordial de la
inutilidad que los marca temprano en su vida. Alguien que se mueve fuera de la
esfera social que se supone que ocupa está siempre en peligro de ser superado
por los sentimientos de vértigo, pánico y horror: “Aislado, cortado, rodeado de
espacio hostil, de repente no tenés conexiones, ni estabilidad: nada que te mantenga
en una posición erguida o en tu lugar; es una toma de posesión propia vertiginoso,
irreal y nauseabunda; te sentís amenazado por una completa pérdida de
identidad, un sentido de total fraude: no tenés derecho a estar aquí, ahora, a habitar
este cuerpo, vestido de esta manera; sos nada y ‘nada’ es literalmente lo que sentís
que estás a punto de convertirte."
Desde hace tiempo, una de las tácticas más exitosas de la
clase dominante consistió en la “responsabilidad”. Cada individuo de la clase
subordinada es alentado a sentir que su pobreza, su falta de oportunidades o su
desempleo, es sólo su culpa. Se culpará a sí mismo en lugar de a las
estructuras sociales, que en cualquier caso lo indujeron a creer que realmente
no existen (son sólo excusas, invocadas por los débiles). Lo que Smail llama “voluntarismo
mágico” –la creencia de que dentro de cada individuo está el poder de ser quien
quiera ser– es la ideología dominante y la religión no oficial de la sociedad
capitalista contemporánea que sostienen los “expertos” o los políticos. El
voluntarismo mágico es a la vez un efecto y una causa de este nivel
históricamente tan bajo de la conciencia de clase. Es el reverso de la
depresión –cuya convicción subyacente es que somos los únicos responsables de
nuestra propia miseria y, por lo tanto, la merecemos. En el Reino Unido se
impone ahora un doble lazo particularmente vicioso: una población que durante
toda su vida recibió el mensaje de que es bueno para nada, ahora también se le
dice que puede hacer lo que quiera.
Debemos entender esta sumisión fatalista de la población del
Reino Unido a la austeridad como la consecuencia de una depresión
deliberadamente cultivada. Esta depresión se manifiesta en la aceptación de que
las cosas empeorarán (para todos menos para una pequeña élite), de que tenemos
suerte al tener un trabajo (de modo que no debemos esperar que los salarios crezcan
al ritmo de la inflación), de que no podemos permitirnos el estado de
bienestar. La depresión colectiva es el resultado del proyecto de la clase
dominante de la resubordinación. Desde hace algún tiempo aceptamos cada vez más
la idea de que no somos el tipo de personas que pueden entrar en acción. No se
trata de un fracaso de la voluntad ni de cómo una persona deprimida puede zafar
de sí al Sacarse las medias. La reconstrucción de una conciencia de clase es
una tarea formidable que no puede llevarse a cabo con soluciones de manual
pero, a pesar de lo que nos dice nuestra depresión colectiva, se puede hacer.
Inventar nuevas formas de participación política, revivir las instituciones que
se volvieron decadentes, convertir el descontento privatizado en cólera
politizada: todo esto puede suceder, y cuando suceda, ¿quién sabe qué resulta?
Muchas gracias.
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