Hijo cumplió 14 y 15 años en confinamiento. Cuando empezó la pandemia tenía cuatro pares de zapatillas talle 40. Hoy sólo posee un par nuevo, talle 43.
Sus encuentros sociales se multiplicaron en Discord, lo que incluyó conversaciones, cumpleaños –para los que se bañaba y se vestía especialmente–, juegos, películas y música compartida; música que fue descubriendo o redescubriendo por su cuenta, solo. Música con la que, entiendo, se cuenta cosas, éstas que están pasando y aquellas a las que las mismas canciones le abrirán una puerta.
Charly García y, sobre todo, la etapa Serú Girán ha sido la columna vertebral de sus gustos musicales –me refiero a esta etapa en la que él elije su música porque esa música lo interpela y a su vez es él el que interpela su cotidiano con esa música. Porque la música lo rodeó siempre.
Pero ayer nos mostró una playlist en particular a la que agregó unas 250 canciones de rock nacional, desde Sui Generis, Pescado Rabioso, Charly solista, Fito Páez, Cerati, La Máquina de Hacer Pájaro o Viejas Locas. Y mientras nos contaba su criterio de selección y cómo ordenó cada tema según el disco, se detuvo para destacar: “Este tipo me encanta”, y nos hizo escuchar:
Apenas si podía repetir el nombre del intérprete, lo que a mi esposa y a mí nos hizo reír, no sólo porque era un tema de nuestra temprana juventud, sino porque nos resultó muy curioso que un adolescente de 15 años se encantara con “El loco en la calesita”, por Juan Carlos Baglietto, sobre todo porque la música contemporánea que escucha no se parece en nada.
Evidentemente hay algo que transmiten esas canciones (las de Baglietto, las del rock nacional de los 70) que interpelan al adolescente de un modo anacrónico, que es también el modo con que la adolescencia lidia con la vida.
Coda
No quise insistir con recomendaciones, pero en un rápido ping pong musical, le hice escuchar a Coki Debernardi, a quien conoce de la radio. "¿Es el viejo que se viste con calzas y botas?", dijo fascinado por lo que estaba escuchando, atormentado por esa distancia entre el trato con Coki y la música que sonaba en los parlantes. “Parece... —dijo, sin encontrar con qué compararlo. Y cerró:– No parece de acá.”
Con poco entusiasmo comencé a ver la miniserie Your Honor, en la que Bryan Cranston vuelve desarrollar el papel del protagonista que se transforma en el antagonista, como en Breaking Bad. Me intrigaba qué haría el británico Peter Moffat en una historia ambientada en Nueva Orleans, y terminé atrapado por dos cosas, la primera, esa zona gris que describe, en la que la comunidad afrodescendiente ostenta víctimas y victimarios, una bruma gris que también se extiende en el lado blanco. Cranston es un juez muy progresista cuyo hijo atropella y mata con el auto a otro adolescente que conducía una moto nueva, y huye. Su padre lo lleva a entregarse pero descubre que la víctima es el hijo de un mafioso. De ahí en más todo el periplo por el cual la tapadera del crimen descubre a otro ser en el honorable juez del título de la miniserie.
La otra cosa que me atrapó fue el tema "Treaty", de Leonard Cohen, en cuya letra no había reparado la primera vez que lo escuché.
Lo siento mucho por ese espíritu en el que te convertí
Solo uno de nosotros era real y ese era yo
Desde que te fuiste no he pronunciado esas palabras
Que cualquier mentiroso podría decir tan bien
No puedo creer la estática que sobreviene
Eras mi suelo, mi sano y salvo
Eras mi Ariel
Ah, los campos gritan que es el aniversario
(...)
Escuché que la serpiente estaba desconcertada por su pecado
Se quitó las escamas para encontrar la serpiente interior
Pero nacer de nuevo es nacer sin piel
El veneno entra en todas partes
Y desearía que hubiera un pacto que pudiéramos firmar
No me importa quién tome esta colina sangrienta
Estoy enojado y cansado todo el tiempo
Ojalá hubiera un pacto
Ojalá hubiera un pacto
Entre tu amor y el mio
---><---
Lo que me conmueve de "Treaty" es cómo recrea, en esa ruptura amorosa, las figuras de la eucaristía. Como en Graham Greene, ser un espíritu (Cohen escribe "I'm sorry for the ghost I made you be") no puede ser simplemente un "vapor", que es la operación de la que se lamenta el narrador de la canción de Cohen, quien volvió irreal a su amada, que es la imagen que se repite en la serpiente que se quita las escamas para buscar una serpiente interior que no existe.
Si la miniserie de Moffat lograra esa operación que halla Cohen en su letra, es decir, si el personaje de Cranston logra, como en Breaking Bad, disolverse en ese interior engañoso para convertirse en un veneno que lo inunda todo, Your Honor acaso se convierta en una gran serie en los dos episodios que le quedan hasta su final.
Mi aproximación
al tango tiene muchas capas, como la cebolla. De alguna manera, hay un tango
que nos marcan pero uno no elige, que está –en la radio, sobre todo, en la
memoria de los padres o los abuelos–, y otro que uno elige erráticamente: por
ejemplo, recuerdo haberme comprado alrededor del año 1982 Reunión
cumbre, de Astor Piazzolla y Gerry Mulligan, cuyo éxtasis me llevó a
otro disco de Piazzolla, esta
vez con Roberto Goyeneche, en vivo en el teatro Regina en 1982. Ahí creí
tocar una quintaescencia del tango que no tardaría en dejar de lado e, incluso,
despreciar cuando conocí, por ejemplo, a los ángeles D’Agostino y Vargas, a
Alberto Marino con la orquesta de Troilo, a Fiorentino, a Charlo o Ignacio Corsini,
todo ello con la banda de sonido de fondo de Carlos Gardel y sin ninguna
sincronía.
El tango, para
quien intenta cantarlo y no se formó en ese canto lírico e italiano, de cortes
y quebradas, en su ritmo negro y milonguero, es un imposible. Una de sus maravillas
y misterios principales es que una música tan difícil haya llegado a semejantes
niveles de popularidad: difícil de cantar, difícil de bailar, difícil de
entender las letras que, aunque recorren una docena de temas clásicos, abundan
en figuras y metáforas de una elaboración sofisticada y hasta herméticas; y sin
embargo, todo rioplatense formado entre los 20 y los 60, cualquier tipo de clase media, pero también el obrero que no había terminado la primaria, sabía descifrar esa
hermenéutica orillera. Un milagro del que sólo fueron contemporáneas pocas
civilizaciones, la rioplatense entre ellas.
Después de un
tiempo de fastidio y definitivo desencuentro con el tango, volví con unos
discos de Edmundo Rivero, cuando había que buscar discos o cedés en disquerías
y aún no existía La Mula.
Rivero, junto con Nelly
Omar, me permitieron unir esa deriva “negra” del tango, donde la raíz
folclórica y la orillera, la pata inmigrante y la del ritmo africano cruzan sus
huellas extranjeras.
Por esos días,
los primeros 90, también Ángel Faretta me
hizo descubrir un disco único y exquisito de un pianista, compositor y tanguero
inmenso, Lucio Demare y el disco Sus
tangos (todo esto que acá se enlaza a YouTube está en Spotify), en el
que interpretaba en un piano tangos muchas veces suyos de una manera
minimalista, precisa y magistral. Un piano que tenía voz.
Desde entonces
perseguí ese tango “pos”, ese be-bop del tango que llevaba a esos gigantes a
acompañar una voz que flotaba sobre la ejecución como la “niebla del Riachuelo”,
magistral, íntimo, que operaba sobre el recuerdo y actualizaba el rito de un
dios que volvía una y otra vez a entregarse al sacrificio.
Pero, como decía,
nos acercamos al tango como a una cebolla, hay que quitar capa tras capa. Y una
de esas capas es cierto saber íntimo, cierta frecuentación de los ambientes y
los protagonistas del tango, de la Rosario tanguera de las décadas pasadas, cuando
Edmundo Rivero venía a parar al hotel Savoy o Hugo Del Carril, prohibido después
de la Libertadora, se las arreglaba para tocar en clubes de Maciel o los
alrededores, a los que llegaban los jóvenes de entonces en los rústicos ómnibus
de la época y saltaban tapiales para escucharlo.
Entre esos
jóvenes estaba Rafael
Ielpi, como me contó alguna vez.
Ielpi ha sido,
durante esta cuarentena y desde el año pasado, mi dealer para esos tango raros o, mejor, no raros –para “rara” y
espantosa está la “Balada para un loco” del Goyeneche actor-de-taller-de-teatro–, sino excepcionales, “posteriores”.
Gracias a Ielpi
me hice devoto de los versos negros cantados por Mercedes
Simone y, cuando le hablé de Rivero, me tiró por correo este resumen de su
encuentro que reproduzco:
«Con Edmundo
Rivero me encontré varias veces, una de las últimas, creo, cuando lo traje a
dar una charla en el teatro Olimpo sobre el lunfardo, la que matizó cantando
algunos tangos lunfas acompañándose con la guitarra: era un eximio ejecutante.
Fue en 85 o 86 y era con entrada libre y gratuita y me acuerdo que cuando
faltaban unos 15 minutos había un montón de gente en la vereda, que como creía
que había que pagar entrada, no se decidía a entrar hasta que les avisamos y
cuando empezó estaba lleno.
«Antes y desde
el inicio de los 70 estuve con él en el Hotel Savoy, en el que se alojaba
siempre que venía a la ciudad para actuar en alguno de los locales del Bajo,
como el “Morocco” o en La Casa del Tango. La primera vez fui a ver si lo podía
saludar; era uno de mis preferidos entonces junto a Fiorentino, Ángel Vargas,
Floreal Ruiz. Pedí en recepción que avisaran a su habitación que había un tipo
que quería saludarlo. Me dijeron que lo esperara en la confitería, que ya
bajaría. Era alto, serio pero muy cordial y hasta un poco ceremonioso. Me
acuerdo que pidió un té con limón –no sé si tomaba alcohol pero no fumaba– y
durante más de media hora, charlamos de tangos, de su etapa con Salgán, con
Troilo y cuando comenzó su etapa de solista.
«Una de esas
veces, fui con Marcelo
Raigal, un muy buen pianista rosarino que vive desde hace muchos años en
España, que compuso tangos con letra de Miguel Jubany, que actuó en la Cumbre
del Tango en Sevilla y sigue componiendo; no lo volví a ver desde que se fue.
«Bueno, con él
habíamos compuesto una milonga y me convenció de que se la lleváramos a Rivero
para que la escuchara y nos dijera qué le parecía. A mí me pareció una locura
pero Marcelo, que era más joven y entusiasta, insistió tanto que me convenció.
Allá fuimos, él con la partitura de música y letra y, después de haber charlado
unos quince minutos, le dijo lo de la milonga y le mostró la partitura. Rivero
la leyó y nos invitó a la habitación para tocarla en la guitarra y cantarla.
Nos dijo que era una linda milonga y que se la diéramos para ver si la
incorporaba a su repertorio.
«Que yo sepa,
nunca la grabó y tal vez ni siquiera la cantó; de la letra no tengo la menor
idea de cómo era y de la música, menos; tal vez Marcelo la haya resguardado
aunque no sé si después de 50 años...
«La anécdota que
vos recordás que te conté es efectivamente así. Una tarde, (Rivero) me invitó a
acompañarlo hasta el Bajo, donde iba a “pasar letra” con los músicos para la
actuación de esa noche, creo que en el “Morocco”. Salimos del Savoy por calle
San Lorenzo para seguir hasta Maipú, por la vereda del hotel cuando, a la media
cuadra me dijo que cruzáramos a la de enfrente. Me extrañó porque íbamos por la
vereda correcta para doblar por Maipú hacia Avenida Belgrano, pero no dije
nada. Cuando habíamos hecho una cuadra me dijo: “A usted le habrá extrañado que
cruzáramos de vereda. Pero vi que por la nuestra venía José Berón. Estaba
bebido y no quise que se sintiera mal de que lo viéramos así...” Si no es
textual, pega en el palo porque siempre me acordé de la frase pero sobre todo
del gesto, que demostraba que Rivero tenía un código de la amistad y el honor
reconocido en todo el ambiente, tan particular, de los tangueros.
«José era
hermano de Raúl Berón, uno de los grandes cantores de Troilo, Miguel Caló y
Lucio Demare y de Adolfo, guitarrista de muchas grabaciones con su conjunto de
violas, y de Rosa y Elba Berón, que cantaron y grabaron a dúo; ésta última
cantó un par de años con la orquesta de Troilo.
«José es lo que se
llama un cantor “de culto”, para muchos superior a Raúl, pero mucho menos
conocido por su inconstancia profesional, su bohemia y el alcoholismo. Después
de unos años en Buenos Aires se vino a vivir a Rosario. Con Aldo Oliva y algún
otro amigo charlamos muchas veces con él en el “Sibarita” de Corrientes y San
Lorenzo, uno de los bares emblemáticos de los primeros años de los 60 y finales
del 50. Berón tenía un público incondicional que cada vez que reaparecía
después de una época de silencio por las borracheras, llenaba el local donde
actuaba, de los que me acuerdo eran el “Bambú India” y el “Morocco”.
«Todo eso lo
llevó a grabar muy poco: un par de temas con la orquesta de Eduardo Rovira, un
gran músico, arreglador y compositor al que le tocó la mala suerte de ser
contemporáneo de Piazzolla siendo tan vanguardista como Astor, y un LP con doce
temas, algunos tangos y valses y algún tema campero, como hacía Gardel. Lo
acompañan los Hermanos Rivas, que eran excelentes guitarristas, y Lito Scarso,
un excelente pianista. El LP está en YouTube y tiene dos o tres joyitas: “La
mariposa” y “Yira, yira” por ejemplo.»
«Con la orquesta
de Enrique Alessio grabó dos temas y se volvió a Rosario. Uno de ellos es “Milonguita”,
para muchos la mejor versión de ese clásico.
«Un dato: su voz,
salvo la de su hermano, con quien comenzaran cantando a dúo, no se emparenta
con ninguno de los cantores de Gardel en adelante. Como yo me contaba entre
esos incondicionales que lo iban a escuchar cuando nos enterábamos de que
reaparecía (aunque algunas veces duraba un par de días el regreso porque recaía
en el trago) eso me dio material para uno de los cuentos que más me gustan de No juegues
con gitanas, que se llama “Adiós, hasta siempre, preciosidad”, que lo
tiene como protagonista, con nombre y apellido real, la noche de uno de sus
retornos.»
Cuando le pedí
tango en piano me tiró una joya que todavía dudo cuándo vestir: Emilio de la
Peña, a la que le agregó algunos datos: “Era muy amigo de Hamlet Lima Quintana,
con quien vino a Rosario una vez y estuve con ellos, que habían compuesto
varios temas juntos. Era un tipo más bien retraído. En Café
de los maestros, el documental de Santaolalla, está entre los músicos
invitados. Un pianista exquisito, que grabó poco y recién ya de grande. Con
Hamlet, por su parte, tuve una hermosa amistad hasta su muerte”.
El disco Virgilio está de gira, de De la Peña,
está entero en
Spotify.
Pero las
recomendaciones de Rafael, no se quedaron ahí: «Tengo
varios pianistas entre los DVD que fui acumulando desde que el LP y el casette
pasaron a la historia –me escribió–. Todos son grandes instrumentistas y los
discos están la mayoría completos en YouTube. Te paso algunos.
«Osvaldo
Tarantino: Uno grabado en vivo en el Teatro San Martín que es para escuchar.
«Gerardo
Gandini: Grabó el álbum Postangos en
Rosario. Fue un pianista de formación clásica, tocó con Piazzolla en sus
últimas giras por Europa.
«Te agrego un par de muy buenos
pianistas, que tienen álbumes como solistas y están también en Internet:
José
Colángelo y Osvaldo
Berlinghieri.
«Nunca
grabaron solos pianistas de primer orden como Carlos Di Sarli, Osvaldo Pugliese
y Horacio Salgán, que lo hizo con Ubaldo de Lío siempre. Ni Osvaldo Manzi,
Carlos Figari o José Basso. Ni el fenomenal Orlando Goñi, pilar del estilo
Troilo de los 40, al que la bohemia nocturna, la pasión por el turf, el alcohol
y la droga lo llevaron a la muerte a los 34 años.
«Un
curiosidad: Alfredo Gobbi, un gran violinista, director de una de las mejores
orquestas de los 40/50, gran compositor de tangos antológicos (“Camandulaje”, “Orlando
Goñi”, “El andariego”), tocaba también el piano y en sus años de malaria, los
últimos de su vida, se ganaba la vida frente al teclado en fondines de Leadndro
Alem. En Youtube está resguardada la única grabación casera como solista,
de su hermoso tango “Redención”, que te recomiendo. Curiosamente, antes de tocarlo,
se lo dedica “A nuestro señor Jesucristo”.»
Otro día, por mensaje de voz, Rafael se excusó de no ser tan preciso en mi pedido de "sólo piano" y supuso que podía interesarme este dúo entre el violinista chileno Hernán Oliva y el pianista rosarino Mito García, un disco que no dejo de escuchar desde entonces, por lo menos en su versión de "Niebla del Riachuelo":
Como le comenté
a Rafael que aprovecho los sábados a la noche de cuarentena, mientras hago el
fuego para el asado, para escuchar con atención esos tangos, uno de sus últimos
mensajes llegó un viernes de hace dos semanas y decía: “El sábado, mientras se
va haciendo el asado, buscá en YouTube 'Noches de bohemia: mi vieja Viola', cantada
por Ricardo Gorga, que murió hace un par de años, en vivo en una reunión de
amigos. Cantó en ignotas orquestas de Mar del Plata, nunca quiso ir a Buenos
Aires y no grabó pero cuando lo escuché cantar ese tango tan emblemático que
tenían en su repertorio Rivero, el Polaco, Ángel Vargas y otros, me pareció una
versión fantástica, digna compartir. Hay que cantar sentado, amigo. Que
tengas un buen finde.”
En la playlist de pianos del tango que armé en Spotify, la descripción reza: "Tangos en piano por Carlos García, Lucio Demare, Osvaldo Tarantino, Emilio de la Peña, Gerardo Gandini y otras sugerencias de Rafael Ielpi.”
Bajo el título "The Life Changing Power of Discovering David Bowie" ("El poder transformador de la vida de descubrir a David Bowie"), Tom Ewing publicó este artículo en Pitchfork que acá traducimos al cumplirse el próximo jueves tres años de la muerte de Bowie. Last but not least, el texto de Ewing nos llamó a su lectura porque el 16 de enero de 2016 Pablo Jubanypublicó en La Capital un texto sobre Bowie que resumía de un modo magistral la experiencia de escuchar a Bowie en los 80 y de este lado del orbe.
Me enamoré del pop en los tempranos 80, en Gran Bretaña, y David Bowie era el aire que respiraba y la tierra sobre la que caminaba. No fue la primera estrella en hacerme amar el pop, pero esa primera estrella que me hizo amar el pop fue sin duda hecha a su imagen. Y así fue el segundo. Y el tercero. Y el cuarto, quinto, sexto, y séptimo. Las portadas de las revistas de estilo y de pop de la época (The Face y Smash Hits) eran un desfile de sus imitadores, algunos magníficos, algunos cómicos. Adam Ant, Toyah, Visage, Ultravox, Spandau Ballet, Duran Duran. Ese era el pop británico, una bacanal de tiendas de disfraces con Bowie como ídolo y excusa.
El miércoles, día de la Música, en nuestra columna en Sì 98.9 hablamos de las bandas de sonido de algunas series que fueron pioneras, en el pasado inmediato, en la supervisión musical. Cierto espíritu de "frontera" (es decir, el desarrollo de una historia que está de modo permanente en tránsito, cruzando los límites) se percibe en la música seleccionada para Breaking Bad. De la serie elegimos dos temas, de algún modo representativos: "Banderilla", de Calexico, y "Freestyle", de los Taalbi Brothers (los hermanos Taalbi, adolescentes entonces, cuando el tema fue incluido en el final de la cuarta temporada, mostraron abiertamente su sorpresa en las redes cuando se enteraron). Hoy basta escribir "Taalbi" en el buscador de YouTube para que nos lleve directamente al tema. De la música de The Leftovers ya tradujimos acá unas anotaciones de Adam Kotsko: versiones cultas y meoldramáticas de canciones pop. La encargada de la supervisión musical de The Leftovers es la DJ Liza Richardson, una DJ capaz de mezclar canciones de rock cristiano de los 70 con el rap más radical, edulcorados temas de la televisión de los 80 y versiones de temas pop como los seleccionados: la grave versión de Lo-Fang de "You are the one that I want", de Grease; y el piano inquietante de Maxence Cyrin del tema de Pixies "Where is my mind".
T. Bone Burnett contó a Mother Jones cómo eligió la música para True Detective. La idea era no caer en lo obvio, evitar el folk y el bluegrass que aludiera de forma directa a los pantanos y los montes donde transcurría la primera temporada (la tercera temporada se está rodando y transcurrirá en la zona de las Ozarks, como la serie de Netflix). De allí elegimos el tema de los título, "Far from any road", de The Handsome Family, quienes en su sitio pasaron a describirse, acorde al tono de la serie, como autores de música folk y "gótica". También –lo que fue una alegría y un reencuentro– "Clear spot", de Captain Beefheart.
De nuevo fue a través de la NPR que me enteré de que John Darnielle y sus Mountain Goats tenían un nuevo disco, Goths (es el apócope de "góticos": como dice el dicho, "los góticos se visten más oscuro que los rockeros"; acá se puede escuchar el disco en Bandcamp). Me gusta el modo en que Stephen Thompson, el columnista de NPR, se refiere al recorrido de Darnielle: "una vez más realiza un desvío conceptual", escribe. Cualquiera que haya seguido The Walking Dead habrá escuchado The Mountain Goats en aquél inolvidable final de temporada de 2014 cuando Beth y Daryl queman la cabaña del bosque y escuchamos "Up the Wolves".
Thompson nos informa que en el primer tema del disco ("Rain in Soho"), el coro de la Sinfónica de Nashville le de más oscuridad a la cruda voz de Darnielle. Entre los comentarios de los usuarios de Bandcamp hay varios hermosos, elijo este de un tal staal: "No hay canciones mejorespara escuchar mientras se excavan las ruinas de un antiguo palacio y se intenta vincular nombres entre los avisos fúnebres de los diarios o se busca conspirar contra el Gobierno Mundial": resume de algún modo el "desvío conceptual" de Darnielle. (Genius publicó las letras de las canciones con buenas anotaciones.)
Hace poco más de un año Pablo Jubany nos recomendó BowieSongs, un blog dedicado a analizar e historizar canciones y temas en la obra de David Bowie. Hace una semana, Chris O’Leary, autor del blog (dicho sea de paso, el blog mismo va a convertirse en un libro de la genial editorial Zero Books, la misma que publicó a Mark Fisher o Simon Reynolds), publicó un extenso comentario sobre "'Tis a pity she was a whore", la versión de Blackstary la del demo que Bowie grabara dos años antes de sacar su último disco. No sólo nos lleva a la fuente de la que sale el título de la canción (un libro de John Ford) y analiza las obsesiones y citas de Bowie, también abunda en la historia de la banda de jazz que lo acompañó a grabar ese tema y varios del último disco. Así conocemos en detalle y con gran placer al saxofonista Donny McCaslin (además de otros "temas" de Bowie, como los vorticistas británicos, entre muchos más rincones proyectados en esa inmensa canción), a quien encontramos en uno de los Tiny Desk Concerts de la NPR en un recital que pone los pelos de punta y en el que hace una maravillosa versión de "Lazarus". Y para cerrar y continuar nuestra humilde guerra contra la red social de los mirones y las abuelas, la entrada de O'Leary tiene 55 comentarios, ninguno de trolls.
En enero de 2015, cuando El hombre en el castillo (la serie de Amazon) aún promovía el piloto para tantear su financiación, había dado con este artículo de Tom Fassbenderen GeekDad en el que señalaba: "Si los nazis y el Japón imperial se hubieran apoderado del mundo en 1947, es muy poco probable que el rock and roll hubiese nacido, o al menos se hubiera popularizado, y la música en El hombre en el castillo es perfecta en este sentido. El show se abre con una versión de "Edelweiss", y gran parte de la música que sigue es una reminiscencia de finales de 1940 de la era pop-schmaltzy (el pop sentimental europeo) á la Andrews Sisters y Bing Crosby." Leo ahora, a poco de anunciarse una tercera temporada (ya sin Frank Spotnitz), una nota que Bob Boilen le hace en la NPR a Brian Burton, quien está recreando con Sam Cohen canciones de los tempranos 60 (la serie transcurre en 1962) a los que le da una textura más oscura en las voces de Sharon van Etten, Beck, Norah Jones, Angel Olsen y otros. Sin embargo, pese a las impresionantes versiones, no noté ese toque pop-schmaltzy que me hacía imaginarme a Bryan Ferry reversionando sus temas de Roxy Music en sintonía con las canciones de vaudeville de los 40. Acá dejo las maravillosas versiones de Van Etten de "The End of the World" y de Sam Cohen de "House of the Rising Sun". (Acá hay una playlist de las canciones de la primera temporada.)
2016 fue un mal año, acaso con heridas tan graves que hará peores los años por venir. En Argentina sobre todo, ahora que el Neoliberalismo es el partido único. Pero vamos a lo nuestro. La NPR publicó un In Memoriam de los músicos que se fueron este año. Ya el 10 de enero trajo la muerte de David Bowie (1947-2016).
Entre los que murieron está mucho de lo más preciado de la música contemporánea, desde Prince (1958-2016) a Pierre Boulez (1925-2016, a quien descubrí mejor a través de Frank Zappa), pero también Maurice White (1941-2016), uno de los genios de Earth, Wind & Fire. Sí, hace muy poco, Leonard Cohen (1934-2016).
Merle Haggard (1937-2016) murió el día de su cumpleaños, el 6 de abril.
La lista incluye a George Martin (1926-2016), a Leon Russell (1942-2016) y al genio brasileño Nana Vasconcelos (1944-2016), a quien escuchamos en discos desde Zappa a Pat Metheny.
Anotan: “Fue
un año monumental para la música. Muchos de los más grandes artistas dejaron
álbumes tan enromes como la importancia que tienen, en lo que se refiere a
logros tanto a nivel personal como global. Siete de diez de las elecciones de
nuestros oyentes en esta encuesta fueron para músicos bien establecidos o que
ya poseen un legado, de Radiohead y Beyoncé a Bon Iver, David Bowie y Leonard
Cohen. Pero si se escarba un poco en la lista encontramos algunos de los
mejores artistas recientes de 2016: Big Thief, Margaret Glaspy, Noname,
Pinegrove y Joseph.”
Las dos damas que nos cruzamos ayer nos hicieron sendas recomendaciones musicales. En la sala de espera de un consultorio sindical donde estaba con el niño, Carolina mencionó a Kyle Craft, un veinteañero de Portland, Oregon, que mezcla Dylan, pero también Bowie, y así. Creo escuchar esos acordes à la Bowie en "Eye of the Hurricane". La conversación incluso derivó en otro gran influido por Bowie, nuestro gran Jubany. Más tarde, en la radio, luego de comentar la serie australiana Glitch, un mensaje de @lapasajera nos alertó sobre está señorita de Melbourne, mezcla de Suzanne Vega y Lou Reed; Courtney Barnett:
Cohen es el apellido de la casta sacerdotal judía. Un sacerdote es quien consagra su vida a la divinidad y quien oficia los ritos de esa divinidad. En esa ajetreada iglesia de la canción contemporánea a la que muchos le entregaron la vida, Leonard Cohen fue el vicario entre este mundo y ese otro que las canciones dibujan como la vida verdadera.
Porque las canciones son la otra vida. No la que no vivimos, sino esa cuya experiencia es una radiación en la que llevamos. Digámoslo con las líneas de Cohen en “Democracy”: “La sensación de que no es exactamente real, o es real, pero no está exactamente ahí”. Porque las canciones descienden del cielo platónico, o de la Torre en la que “Hank Williams tose toda la noche cien pisos más arriba”.
Una
semana se demoró el anuncio del Premio Nobel de Literatura 2016- Las sospechas
se diluyeron el jueves pasado, cuando se anunció que el ganador era nada menos
que Bob Dylan, cuyo nombre rondaba las
ternas para el máximo galardón desde hace un par de décadas. Al día de hoy, el
mismo Dylan no se expidió aún y, como muchos sospechan, tomará el Nobel como
otros premios importantes que recibió a lo largo de sus 54 años de carrera (Robert
Allen Zimmerman, según su nombre de nacimiento, nació el 24 de mayo de 1941).
Los
argumentos de la academia para otorgarle el premio a Dylan parecen posicionaran
al comité sueco entre lo más avanzado de la crítica, que no necesita ni una
novelística o una lírica palpable para reconocer la literatura. En el anuncio
oficial, la vocera de la Svenska Akademien destacó que el jurado había valorado
al músico, de 75 años y toda una leyenda del rock, por “haber creado nuevas
expresiones poéticas dentro de la gran tradición de la canción estadounidense”.
Sara Danius, secretaria
permanente de la Academia –quien eligió a Dylan, incluso aconsejó que para “empezar
a escuchar o leer (a Dylan), se debería comenzar con ‘Blonde on Blonde’, el
disco de 1966 que tiene varios clásicos y es un ejemplo extraordinario de su
brillante modelo de rima, de su armado de estribillos y de su pensamiento
pictórico”.
En
diciembre de 1997, cuando Dylan recibió el premio Dorothy and Lilian Gish en
Nueva York, el gran crítico y cronista del rock Grail
Marcus –quien siguió su carrera desde los días en que se presentaba en los
recitales de Joan Báez–, fue mucho más eficaz en la descripción: “Bob Dylan
trabaja en varios campos: como cantautor, como cantante, como el tipo al frente
de una banda, como guitarrista –un hombre que canta y baila, como él mismo lo
dijo. Trabaja como historiador, como si se nutriera de libros perdidos; trabaja
como moralista; funciona como una especie de detective privado, un sabueso que
toma los casos que la mayoría de nosotros ni siquiera reconocemos como
misterios. Antes y después de todo eso, sin embargo, Bob Dylan es un performer:
alguien que aparece en público, ante otras personas, toma lo que puede de
ellos, devuelve lo que tiene que dar, dice lo que tiene que decir, recoge los
frutos y se hace cargo de las consecuencias”.
La revista
Vulture hizo un recuento, el mismo día que se conoció el Nobel, de cómo
recibió Dylan los distintos premios a durante su carrera. Aquí resumimos los
más diez importantes:
Bob Dylan ganó
el Nobel de Literatura. Entre las cosas
que leo me encuentro con esos interrogantes en torno al Nobel mismo: ¿se
premia una tradición, un canon o una forma de circulación de lo literario?
Siempre se me hizo
que el Nobel es un premio más, incluso uno que no tuvieron muchos de mis
escritores preferidos. Pero no es el caso de Dylan: leo allí la sordera de las
escuchas futuras y el placer de hallarme en una corriente que es, si se quiere,
ecuménica, como alguna vez fue la literatura.
Lo que sigue es la
crónica del recital que Dylan dio en Rosario el 18 de marzo de 2008, según lo
que escribí para la revista
Transatlántico.
“El gato está en
el pozo y el lobo mira hacia abajo. Su cola espesa y enorme barre todo el piso.
El gato está en el pozo, la dulce dama está dormida. No escucha nada, el
silencio se le pega al abismo”.
Percibo esta canción (es de 1968) como un "fin de mundo": aquí está ese tono en el que se añora lo que ya no va a suceder. Bowie, de algún modo, canta allí. La versión de Faith No More refuerza esa idea y la hace explotar en un mundo que pertenece, justamente, a otro mundo.
Hace muy poco un amigo volvió de un viaje de dos meses por China y me decía
que es notable la ausencia de la cultura del rock, que no sólo se manifiesta en
la música (loas pop al Partido Comunista, entre otras cosas), sino en la
vestimenta (entre la etnia dominante, la han, casi no existe la posibilidad de
ver a alguien con la remera o la camisa fuera del pantalón) y en los distintos
gestos sociales.
Definido como cultura, el rock viene a ser un modo de apropiarse
de ciertos bienes inmateriales, de hacerlos circular; la matriz de un relato,
el marco de un retrato que tiene a la calle como paisaje y a la ciudad como
escenario.
En “La vuelta a la
manzana”, un proyecto transmedia –puede verse, escucharse y recorrerse en
la web en vueltaalamanzana.net– que se difundió también radio Universidad,
Federico Fritschi invita a un músico a recorrer las calles de Rosario en las
que creció, o las que lo vieron trasnochar en los años explosivos de la
juventud, o las que dibujan un mapa creativo sentimental: salas de ensayo, de
concierto, bares y fondas. En ese trayecto Fritschi –acaso uno de los
periodistas que mejor encarna en la ciudad eso que, a falta de un término
mejor, llamamos cultura del rock– conversa con César Coki Debernardi, Pablo
Pino (Cielo Razzo), Juani Favre o Carlo Seminara entre otros que suman hasta
ahora treinta y cinco invitados.
Este jueves a partir de las 21 en McNamara (Tucumán 1016), Fritschi y
su equipo harán una intervención para “visibilizar el proyecto”: se podrán ver
piezas audiovisuales, habrá música en vivo de Pablo Pino y Tato Vega (de Los
Schoklender), que son dos de los invitados a dar la vuelta a la manzana.
“Rosario es el rockanroll”, dice Diego Popono Romero (cantante
de Los Vándalos) mientras recorre calle Arribeños al 1200, en barrio Luz y
Fuerza (Rondeau y Circunvalación). La gente lo saluda a los gritos a veces.
Fritschi cede el micrófono al sonido ambiente.
En 16 minutos y chirolas Pablo Pino recorre Carriego, San
Luis, Gutenberg y San Juan, las calles de su infancia. La corneta del churrero
es la música de fondo mientras Pino habla de su pasión por el dibujo, que dejó
por la música (también la intervención en McNamara reivindicará ese oficio de
dibujante). Las fotografías de Maximiliano Conforti en cada vuelta a la manzana
son otro de los aciertos que pueden apreciarse en el sitio: imágenes que
retratan detalles, un ángulo de un edificio, una postal anacrónica, el
entrevistado a veces a contraluz, dibujan otra trama en la superficie de la
entrevista.
“Gente que habla un mismo idioma”, dice Pino. No se refiere
necesariamente al español, sino a algo, acaso un tono en el que está Rosario,
está el rock, el barrio, una visión del mundo y, en definitiva, una percepción
de la “calle”, ese espacio que hay que desandar para volverlo privado, único,
barrial, para al fin hallarse en un camino menos público que comunitario.
Debernardi en cambio elige una vuelta por las calles del
bajo rosarino de los 80: Tucumán, avenida Belgrano, Urquiza, San Martín; adonde
aterrizó a principios de esa década desde su Cañada de Gómez natal para hacer
Bellas Artes antes de convertirse en el líder de Punto G. Del cabaret Las Vegas
a los ya desaparecidos Luna y El Barrilito (en Tucumán y Belgrano), una
mitología antes que una topografía.
“La vuelta a la
manzana” es también una arqueología de la ciudad: es su pasado el que se
escucha en las voces y la música que trae, pero es un pasado que la
reconstruye, la celebra y le señala un destino con héroes a veces pequeños y
desencantados que lo llevan a cabo. Con otro formato, no dudaríamos en llamar a
esto literatura.
Si bien había escuchado superficialmente a la banda, conocí a Cake gracias a Fernandito, que hace unos cuatro años puso una de sus canciones de ringtone. Los significados de uno de sus temas más conocidos, "Friend is a four-letter word" (literalmente: "Amigo es una palabra de cuatro letras") se multiplicaron en la red hace más de una década. Obvio: "Friend", lo mismo que "amigo", son palabras de cinco letras. Pero "four-letter word" no quiere decir necesariamente cuatro letras, sino, como enseña Wikipedia, una palabra escatológica. La contracara de lo que declara esa canción acaso pueda escucharse en la frase de Dylan en "Shooting star": "Creo que es demasiado tarde para decirte las cosas que necesitabas escuchar que te dijera". De modo que ensayamos esta modesta traducción:
To me, coming from you, Para mí, cuando vos lo decís
Friend is a
four letter word. Amigo es una
palabra obscena
End is the
only part of the word “(H)igo” es
la única parte de esa palabra
That I
heard. Que escucho
Call me
morbid or absurd. Decime
que soy morboso o absurdo
But to me, coming from you, Pero para mí, cuando vos lo decís
Friend is a
four letter word. Amigo
es una palabra obscena
To me, coming from you, Pero para mí, cuando vos lo decís
Friend is a
four letter word. Amigo es
una palabra obscena
End is the only part of the word “(H)igo” es la única parte de esa
palabra
That I
heard. Que escucho
Call me
morbid or absurd. Decime
que soy morboso o absurdo
But to me, coming from you, Pero para mí, cuando vos lo decís
Friend is a
four letter word. Amigo
es una palabra obscena
When I go fishing for the words Cuando salgo a pescar entre las
palabras
I am
wishing you would say to me, Que
deseo que me hubieras dicho
I'm really
only praying Sinceramente ruego
That the words you'll soon be saying Que las palabras que estás a punto de
decirme
Might betray
the way you feel about me. Puedan
traicionar lo que sentís por mí.
But to me, coming from you, Pero para mí, cuando vos lo decís
Friend is a
four letter word. Amigo es
una palabra obscena.