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martes, 24 de enero de 2023

40 años

El viernes 23 de diciembre pasado nos encontramos con las y los compañeros de Química de la promoción 1982 de la Escuela Nacional de Educación Técnica Nº 1, Gral. Ingeniero Manuel Nicolás Savio de San Nicolás –desde mediados del menemismo, con la reforma educativa, es ahora una escuela provincial con otro nombre– para celebrar un reencuentro a 40 años de nuestro egreso.

Abajo: Javier Albanessi, Enzo Sívori, Pablo Díaz y Carlos Torcello. Arriba: moi, Fabio Reyes, Gladys Gianini, Clarita Lamberti, Patricia Gómez, Fernando Cej.


Hubo un asado exquisito en la casa de
Fernando Cej, que hizo Fabio Reyes. Allí me enteré de que Cej, Reyes, Enzo Sívori, Carlos Torcello y Norberto Godoy siguieron viéndose –más tarde incluyeron a sus parejas– a lo largo de los 40 años en los estuve ausente por completo de ese pasado nicoleño que esa noche acaricié como un tesoro que había dejado deslizarse de mi mano.

Estaban Gladys Giannini, Patricia Gómez, Clarita Lamberti –quien en 1982 era novia del Tuerto Wirtz–, Javier Albanessi, Pablo Díaz, Rudy Svoboda.

Clarita Lamberti, Fernando Cej, Patricia Gómez.


En un momento, Pablo Díaz, quien hizo una carrera militar, alentó al grupo a expresarse sobre lo que significaba ese reencuentro. Trajo una palabra familiar en el Ejército: “camaradería”, así como en las películas de Howard Hawks suele hablarse de “camaradería masculina” para referirse a ese grupo heterogéneo de hombres que se asocian para vencer una amenaza a la comunidad. Remember Rio Bravo:



De pie: Javier Albanessi, moi, Fabio Reyes, Pablo Díaz, Gladys Gianini, Clarita Lamberti, Patricia Gómez, Fernando Cej. Sentados: Enzo Sívori, Carlos Torcello y Rudy Svoboda.

Bueno, la ronda giró de izquierda a derecha y cuando me tocó el turno me tentaba retomar, a propósito de “camaradería”, las cuatro formas del amor postuladas por C.S. Lewis: “«El amor empieza a ser un demonio desde el momento en que comienza a ser un dios». Este contrapunto –argüía Lewis– me parece a mí una indispensable salvaguarda; porque si no tenemos en cuenta esa verdad de que Dios es amor, esa verdad puede llegar a significar para nosotros lo contrario: todo amor es Dios.”

Pero elegí unas palabras estúpidas y ciertas a la vez.

Noté que, salvo un par de compañeros, el resto había hecho de ese don que nos entregó la ENET Nº1 (el título de Técnico Químico) una carrera que les permitía estar allí disfrutando de un “ágape” porque nuestro título mismo no es otra cosa que un “ágape” (caritas, es el nombre latino de ágape, que es a la vez una de las cuatro formas del amor).

La increíble Gladys hipnotiza a la audiencia con sus historias en los extremos del orbe. 

En 1985 compré un disco que seguiría escuchando a lo largo de los años para recordarme un origen que en ese entonces desconocía: Scarecrow (“Espantapájaros”), de John Cougar Mellencamp. En el vinilo que aún conservo, en la tercera pista del lado A, hay un tema que se llama “Small Town”, dedicado a Seymour, Indiana, la ciudad natal de Mellencamp.

La letra dice: “Pero lo vi todo en una pequeña ciudad/ Tuve mi propio gran baile en una pequeña ciudad/… /No, no puedo olvidar de dónde provengo/No puedo olvidar la gente que me ama/ Sí, puedo ser yo mismo acá, en esta pequeña ciudad/ Y la gente me deja ser lo que quiero ser…” (But I've seen it all in a small town/ Had myself a ball in a small town/… /No, I cannot forget from where it is that I come from/ I cannot forget the people who love me/ Yeah, I can be myself here in this small town/ And people let me be just what I want to be).

Para 1981, 1982, cuando egresamos, de algún modo lo había visto todo en esa pequeña ciudad y en ese pequeño grupo en el que nos juntó la escuela pública: los misterios de la presencia en el mundo, que descifraba entonces junto con Rudy, Pablo y Javier; las mujeres que eran nuestras compañeras, de las que percibía una mayéutica ácida y también amable. El primer recital al que fui en el Círculo Italiano, donde tocaba Vox Dei o un concierto del Cabezón Gil en el viejo teatro del Colegio Don Bosco, al que me llevó Pablo Díaz, en el que escuché maravillado una versión de "Pato trabaja en una carnicería". Las películas en doble función del cine Gran Rex, los libros comprados en El Buen Libro, hasta la pasarela política del año 1983, cuando fui a un acto de Carlos Saúl en un prolífico baldío de calle De la Nación y avenida Moreno. Verlo todo significa haber accedido a conversaciones y experiencias que serían luego mis herramientas, no sólo sociales, también de conocimiento.

Cuando nos recibimos había unas pocas cosas que estaban claras. La primera –aunque no lo sabía o no me interesaba entonces– era que teníamos trabajo. Creo que fue ya entrado el año 1987, cuando nos sorprendió la muerte de mi tío Pucho Rivero en Montevideo, que mi madre me dijo que había escondido y destruido una carta proveniente de la fábrica de municiones de Azul, Buenos Aires, fechada en diciembre de 1982, en la que me invitaban a ingresar a la planta. La noche del 23 de diciembre de 2022, cuando nos reunimos en el patio de Fernando Cej a celebrar el reencuentro, después de 40 años, Fabio Reyes me dijo que él también había recibido esa carta y que fue hasta allá, a ese polvorín de Azul, a explorar las posibilidades del trabajo. Me contó que vio una suerte de iglúes semienterrados que almacenaban pólvora, TNT y otros explosivos, lo suficientemente alejados unos de otros como para evitar una explosión en cadena. Y que también supo que los últimos supervisores habían volado por el aire, que no le garantizaban vivienda ni viáticos, y que desistió.

Acaso una historia del Industrial es también la historia de un sueño de la política argentina, pero de cuando la política podía darse el lujo de tener proyectos. Planificar su industria y su trabajo; planificar su educación a partir de allí. 

Ése 23 de diciembre una de las compañeras me pidió disculpas por una agresiva respuesta que me dio en el cine –40 años atrás, acaso poco más–, después de que viéramos una película de ciencia ficción que, a principios de los 80 –salvo por Alien y Blade Runner– sólo podía un manifiesto trasnochado de los 70, que seguro yo apreciaba por ese humanismo mal entendido de las lecturas de entonces. No recordaba el episodio y me pareció que en ese olvido también se deslizaba un tesoro de la palma de mi mano.  

Este lunes de fines de enero, Clarita me envió tres fotos de una suerte de postal que le escribí un día de octubre de 1982, para su cumpleaños. My o my! No me atreví a leer éso que puse por escrito hace 40 años porque me horroriza lo mal que entendía entonces esa “materia” que es la escritura. Sólo alcancé a leer esta cacofonía: “ambiciones que apacigüen esa sed anhelante de felicidad” (para un Víktor Shklovski, la única virtud de ese amontonamiento de palabras sería convertir en extraño el término “felicidad”). ¡Suficiente! Imagino que el día que publique algo digno de ser leído ella podrá proceder a mi humillación publicando ese texto y declarando: “¡Sí, pero miren cómo escribía ya grandecito, a los 19 años!” Y no podré culparla por ello. Rescato de ese texto que leí como miraba películas de terror hasta los 20, cubriéndome los ojos para evitar las escenas escabrosas, esa sensación muy común de pensar un momento presente con la perspectiva de los años por venir.

El mismo lunes Pablo Díaz se hizo en Buenos Aires un transplante de válvula mitral, que recibe su nombre de la forma de la mitra, el sombrero ceremonial que usan los obispos. Lo de mitra fue adoptado en el mundo romano de una antigua divinidad persa que ese radiante cristianismo que salía de las catacumbas interpretó como la depositaria de la luz, la justicia y la alianza. No lo recordaría si no lo hubiese explorado nuevamente en el Tratado de historia de las religiones, de Mircea Eliade, cuando analicé la serie Raised by Wolves.

Esta historia, la del reencuentro, es también una historia de luz, justicia y alianza. La historia de cómo la deriva política de mis padres me depositó en una ciudad que adopté como a la patria de las tribus salvajes europeas anteriores al Medioevo. De algún modo todo estaba allí, como quien vuelve a la casa paterna para desenterrar un tesoro, como en el cuento persa que dice Borges que sacó de Las mil y una noches:

«Cuentan los hombres dignos de fe (pero sólo Alá es omnisciente y poderoso y misericordioso y no duerme), que hubo en El Cairo un hombre poseedor de riquezas, pero tan magnánimo y liberal que todas las perdió menos la casa de su padre, y que se vio forzado a trabajar para ganarse el pan. Trabajó tanto que el sueño lo rindió una noche debajo de una higuera de su jardín y vio en el sueño un hombre empapado que se sacó de la boca una moneda de oro y le dijo: “Tu fortuna está en Persia, en Isfaján; vete a buscarla”. A la madrugada siguiente se despertó y emprendió el largo viaje y afrontó los peligros de los desiertos, de las naves, de los piratas, de los idólatras, de los ríos, de las fieras y de los hombres. Llegó al fin a Isfaján, pero en el recinto de esa ciudad lo sorprendió la noche y se tendió a dormir en el patio de una mezquita. Había, junto a la mezquita, una casa y por el decreto de Dios Todopoderoso, una pandilla de ladrones atravesó la mezquita y se metió en la casa, y las personas que dormían se despertaron con el estruendo de los ladrones y pidieron socorro. Los vecinos también gritaron, hasta que el capitán de los serenos de aquel distrito acudió con sus hombres y los bandoleros huyeron por la azotea. El capitán hizo registrar la mezquita y en ella dieron con el hombre de El Cairo, y le menudearon tales azotes con varas de bambú que estuvo cerca de la muerte. A los dos días recobró el sentido en la cárcel. El capitán lo mandó buscar y le dijo: “¿Quién eres y cuál es tu patria?” El otro declaró: “Soy de la ciudad famosa de El Cairo y mi nombre es Mohamed El Magrebí”. El capitán le preguntó: “¿Qué te trajo a Persia?” El otro optó por la verdad y le dijo: “Un hombre me ordenó en un sueño que viniera a Isfaján, porque ahí estaba mi fortuna. Ya estoy en Isfaján y veo que esa fortuna que prometió deben ser los azotes que tan generosamente me diste.” »Ante semejantes palabras, el capitán se rió hasta descubrir las muelas del juicio y acabó por decirle: “Hombre desatinado y crédulo, tres veces he soñado con una casa en la ciudad de El Cairo en cuyo fondo hay un jardín, y en el jardín un reloj de sol y después del reloj de sol una higuera y luego de la higuera una fuente, y bajo la fuente un tesoro. No he dado el menor crédito a esa mentira. Tú, sin embargo, engendro de una mula con un demonio, has ido errando de ciudad en ciudad, bajo la sola fe de tu sueño. Que no te vuelva a ver en Isfaján. Toma estas monedas y vete.” »El hombre las tomó y regresó a la patria. Debajo de la fuente de su jardín (que era la del sueño del capitán) desenterró el tesoro. Así Dios le dio bendición y lo recompensó y exaltó. Dios es el Generoso, el Oculto.»

martes, 13 de octubre de 2020

un dealer de tangos

Mi aproximación al tango tiene muchas capas, como la cebolla. De alguna manera, hay un tango que nos marcan pero uno no elige, que está –en la radio, sobre todo, en la memoria de los padres o los abuelos–, y otro que uno elige erráticamente: por ejemplo, recuerdo haberme comprado alrededor del año 1982 Reunión cumbre, de Astor Piazzolla y Gerry Mulligan, cuyo éxtasis me llevó a otro disco de Piazzolla, esta vez con Roberto Goyeneche, en vivo en el teatro Regina en 1982. Ahí creí tocar una quintaescencia del tango que no tardaría en dejar de lado e, incluso, despreciar cuando conocí, por ejemplo, a los ángeles D’Agostino y Vargas, a Alberto Marino con la orquesta de Troilo, a Fiorentino, a Charlo o Ignacio Corsini, todo ello con la banda de sonido de fondo de Carlos Gardel y sin ninguna sincronía.

El tango, para quien intenta cantarlo y no se formó en ese canto lírico e italiano, de cortes y quebradas, en su ritmo negro y milonguero, es un imposible. Una de sus maravillas y misterios principales es que una música tan difícil haya llegado a semejantes niveles de popularidad: difícil de cantar, difícil de bailar, difícil de entender las letras que, aunque recorren una docena de temas clásicos, abundan en figuras y metáforas de una elaboración sofisticada y hasta herméticas; y sin embargo, todo rioplatense formado entre los 20 y los 60, cualquier tipo de clase media, pero también el obrero que no había terminado la primaria, sabía descifrar esa hermenéutica orillera. Un milagro del que sólo fueron contemporáneas pocas civilizaciones, la rioplatense entre ellas.

Después de un tiempo de fastidio y definitivo desencuentro con el tango, volví con unos discos de Edmundo Rivero, cuando había que buscar discos o cedés en disquerías y aún no existía La Mula. Rivero, junto con Nelly Omar, me permitieron unir esa deriva “negra” del tango, donde la raíz folclórica y la orillera, la pata inmigrante y la del ritmo africano cruzan sus huellas extranjeras.

Por esos días, los primeros 90, también Ángel Faretta me hizo descubrir un disco único y exquisito de un pianista, compositor y tanguero inmenso, Lucio Demare y el disco Sus tangos (todo esto que acá se enlaza a YouTube está en Spotify), en el que interpretaba en un piano tangos muchas veces suyos de una manera minimalista, precisa y magistral. Un piano que tenía voz.

Desde entonces perseguí ese tango “pos”, ese be-bop del tango que llevaba a esos gigantes a acompañar una voz que flotaba sobre la ejecución como la “niebla del Riachuelo”, magistral, íntimo, que operaba sobre el recuerdo y actualizaba el rito de un dios que volvía una y otra vez a entregarse al sacrificio.

Pero, como decía, nos acercamos al tango como a una cebolla, hay que quitar capa tras capa. Y una de esas capas es cierto saber íntimo, cierta frecuentación de los ambientes y los protagonistas del tango, de la Rosario tanguera de las décadas pasadas, cuando Edmundo Rivero venía a parar al hotel Savoy o Hugo Del Carril, prohibido después de la Libertadora, se las arreglaba para tocar en clubes de Maciel o los alrededores, a los que llegaban los jóvenes de entonces en los rústicos ómnibus de la época y saltaban tapiales para escucharlo.

Entre esos jóvenes estaba Rafael Ielpi, como me contó alguna vez.

Ielpi ha sido, durante esta cuarentena y desde el año pasado, mi dealer para esos tango raros o, mejor, no raros –para “rara” y espantosa está la “Balada para un loco” del Goyeneche actor-de-taller-de-teatro–, sino excepcionales, “posteriores”.

Gracias a Ielpi me hice devoto de los versos negros cantados por Mercedes Simone y, cuando le hablé de Rivero, me tiró por correo este resumen de su encuentro que reproduzco:

«Con Edmundo Rivero me encontré varias veces, una de las últimas, creo, cuando lo traje a dar una charla en el teatro Olimpo sobre el lunfardo, la que matizó cantando algunos tangos lunfas acompañándose con la guitarra: era un eximio ejecutante. Fue en 85 o 86 y era con entrada libre y gratuita y me acuerdo que cuando faltaban unos 15 minutos había un montón de gente en la vereda, que como creía que había que pagar entrada, no se decidía a entrar hasta que les avisamos y cuando empezó estaba lleno.

«Antes y desde el inicio de los 70 estuve con él en el Hotel Savoy, en el que se alojaba siempre que venía a la ciudad para actuar en alguno de los locales del Bajo, como el “Morocco” o en La Casa del Tango. La primera vez fui a ver si lo podía saludar; era uno de mis preferidos entonces junto a Fiorentino, Ángel Vargas, Floreal Ruiz. Pedí en recepción que avisaran a su habitación que había un tipo que quería saludarlo. Me dijeron que lo esperara en la confitería, que ya bajaría. Era alto, serio pero muy cordial y hasta un poco ceremonioso. Me acuerdo que pidió un té con limón –no sé si tomaba alcohol pero no fumaba– y durante más de media hora, charlamos de tangos, de su etapa con Salgán, con Troilo y cuando comenzó su etapa de solista.

«Una de esas veces, fui con Marcelo Raigal, un muy buen pianista rosarino que vive desde hace muchos años en España, que compuso tangos con letra de Miguel Jubany, que actuó en la Cumbre del Tango en Sevilla y sigue componiendo; no lo volví a ver desde que se fue.

«Bueno, con él habíamos compuesto una milonga y me convenció de que se la lleváramos a Rivero para que la escuchara y nos dijera qué le parecía. A mí me pareció una locura pero Marcelo, que era más joven y entusiasta, insistió tanto que me convenció. Allá fuimos, él con la partitura de música y letra y, después de haber charlado unos quince minutos, le dijo lo de la milonga y le mostró la partitura. Rivero la leyó y nos invitó a la habitación para tocarla en la guitarra y cantarla. Nos dijo que era una linda milonga y que se la diéramos para ver si la incorporaba a su repertorio.

«Que yo sepa, nunca la grabó y tal vez ni siquiera la cantó; de la letra no tengo la menor idea de cómo era y de la música, menos; tal vez Marcelo la haya resguardado aunque no sé si después de 50 años...

«La anécdota que vos recordás que te conté es efectivamente así. Una tarde, (Rivero) me invitó a acompañarlo hasta el Bajo, donde iba a “pasar letra” con los músicos para la actuación de esa noche, creo que en el “Morocco”. Salimos del Savoy por calle San Lorenzo para seguir hasta Maipú, por la vereda del hotel cuando, a la media cuadra me dijo que cruzáramos a la de enfrente. Me extrañó porque íbamos por la vereda correcta para doblar por Maipú hacia Avenida Belgrano, pero no dije nada. Cuando habíamos hecho una cuadra me dijo: “A usted le habrá extrañado que cruzáramos de vereda. Pero vi que por la nuestra venía José Berón. Estaba bebido y no quise que se sintiera mal de que lo viéramos así...” Si no es textual, pega en el palo porque siempre me acordé de la frase pero sobre todo del gesto, que demostraba que Rivero tenía un código de la amistad y el honor reconocido en todo el ambiente, tan particular, de los tangueros.

«José era hermano de Raúl Berón, uno de los grandes cantores de Troilo, Miguel Caló y Lucio Demare y de Adolfo, guitarrista de muchas grabaciones con su conjunto de violas, y de Rosa y Elba Berón, que cantaron y grabaron a dúo; ésta última cantó un par de años con la orquesta de Troilo.

«José es lo que se llama un cantor “de culto”, para muchos superior a Raúl, pero mucho menos conocido por su inconstancia profesional, su bohemia y el alcoholismo. Después de unos años en Buenos Aires se vino a vivir a Rosario. Con Aldo Oliva y algún otro amigo charlamos muchas veces con él en el “Sibarita” de Corrientes y San Lorenzo, uno de los bares emblemáticos de los primeros años de los 60 y finales del 50. Berón tenía un público incondicional que cada vez que reaparecía después de una época de silencio por las borracheras, llenaba el local donde actuaba, de los que me acuerdo eran el “Bambú India” y el “Morocco”.

«Todo eso lo llevó a grabar muy poco: un par de temas con la orquesta de Eduardo Rovira, un gran músico, arreglador y compositor al que le tocó la mala suerte de ser contemporáneo de Piazzolla siendo tan vanguardista como Astor, y un LP con doce temas, algunos tangos y valses y algún tema campero, como hacía Gardel. Lo acompañan los Hermanos Rivas, que eran excelentes guitarristas, y Lito Scarso, un excelente pianista. El LP está en YouTube y tiene dos o tres joyitas: “La mariposa” y “Yira, yira” por ejemplo.»


 



«Con la orquesta de Enrique Alessio grabó dos temas y se volvió a Rosario. Uno de ellos es “Milonguita”, para muchos la mejor versión de ese clásico.

«Un dato: su voz, salvo la de su hermano, con quien comenzaran cantando a dúo, no se emparenta con ninguno de los cantores de Gardel en adelante. Como yo me contaba entre esos incondicionales que lo iban a escuchar cuando nos enterábamos de que reaparecía (aunque algunas veces duraba un par de días el regreso porque recaía en el trago) eso me dio material para uno de los cuentos que más me gustan de No juegues con gitanas, que se llama “Adiós, hasta siempre, preciosidad”, que lo tiene como protagonista, con nombre y apellido real, la noche de uno de sus retornos.»

Cuando le pedí tango en piano me tiró una joya que todavía dudo cuándo vestir: Emilio de la Peña, a la que le agregó algunos datos: “Era muy amigo de Hamlet Lima Quintana, con quien vino a Rosario una vez y estuve con ellos, que habían compuesto varios temas juntos. Era un tipo más bien retraído. En Café de los maestros, el documental de Santaolalla, está entre los músicos invitados. Un pianista exquisito, que grabó poco y recién ya de grande. Con Hamlet, por su parte, tuve una hermosa amistad hasta su muerte”.


El disco Virgilio está de gira, de De la Peña, está entero en Spotify.

Pero las recomendaciones de Rafael, no se quedaron ahí: «Tengo varios pianistas entre los DVD que fui acumulando desde que el LP y el casette pasaron a la historia –me escribió–. Todos son grandes instrumentistas y los discos están la mayoría completos en YouTube. Te paso algunos.

«Osvaldo Tarantino: Uno grabado en vivo en el Teatro San Martín que es para escuchar.


«Gerardo Gandini: Grabó el álbum Postangos en Rosario. Fue un pianista de formación clásica, tocó con Piazzolla en sus últimas giras por Europa.

«Te agrego un par de muy buenos pianistas, que tienen álbumes como solistas y están también en Internet: José Colángelo y Osvaldo Berlinghieri.

«Nunca grabaron solos pianistas de primer orden como Carlos Di Sarli, Osvaldo Pugliese y Horacio Salgán, que lo hizo con Ubaldo de Lío siempre. Ni Osvaldo Manzi, Carlos Figari o José Basso. Ni el fenomenal Orlando Goñi, pilar del estilo Troilo de los 40, al que la bohemia nocturna, la pasión por el turf, el alcohol y la droga lo llevaron a la muerte a los 34 años.

«Un curiosidad: Alfredo Gobbi, un gran violinista, director de una de las mejores orquestas de los 40/50, gran compositor de tangos antológicos (“Camandulaje”, “Orlando Goñi”, “El andariego”), tocaba también el piano y en sus años de malaria, los últimos de su vida, se ganaba la vida frente al teclado en fondines de Leadndro Alem. En Youtube está resguardada la única grabación casera como solista, de su hermoso tango “Redención”, que te recomiendo. Curiosamente, antes de tocarlo, se lo dedica “A nuestro señor Jesucristo”.»


Otro día, por mensaje de voz, Rafael se excusó de no ser tan preciso en mi pedido de "sólo piano" y supuso que podía interesarme este dúo entre el violinista chileno Hernán Oliva y el pianista rosarino Mito García, un disco que no dejo de escuchar desde entonces, por lo menos en su versión de "Niebla del Riachuelo":


Como le comenté a Rafael que aprovecho los sábados a la noche de cuarentena, mientras hago el fuego para el asado, para escuchar con atención esos tangos, uno de sus últimos mensajes llegó un viernes de hace dos semanas y decía: “El sábado, mientras se va haciendo el asado, buscá en YouTube 'Noches de bohemia: mi vieja Viola', cantada por Ricardo Gorga, que murió hace un par de años, en vivo en una reunión de amigos. Cantó en ignotas orquestas de Mar del Plata, nunca quiso ir a Buenos Aires y no grabó pero cuando lo escuché cantar ese tango tan emblemático que tenían en su repertorio Rivero, el Polaco, Ángel Vargas y otros, me pareció una versión fantástica, digna compartir. Hay que cantar sentado, amigo. Que tengas un buen finde.”


En la playlist de pianos del tango que armé en Spotify, la descripción reza: "Tangos en piano por Carlos García, Lucio Demare, Osvaldo Tarantino, Emilio de la Peña, Gerardo Gandini y otras sugerencias de Rafael Ielpi.” 
Gracias, maestro.

miércoles, 3 de junio de 2020

memoria familiar

por Laura Mier

La historia que trato de rememorar ocurrió en Paysandú, ciudad del litoral uruguayo, entre los años 1864 y 1865, en el marco de los conflictos que se sucedieron a partir de la Triple Alianza, guerra en la que estaban comprometidos Argentina, Brasil y Uruguay, contra el Paraguay, donde se había logrado un desarrollo económico-industrial que lo distinguía de los demás países del Río de la Plata, por su autonomía, y su desarrollo industrial. Paraguay era gobernado en esos años por Francisco Solano López.

El relato familiar se limitaba a narrar la epopeya vivida por la familia; los verdaderos protagonistas de esta historia fueron el abuelo de mi mamá, y sus tíos abuelos. En la casa de mi abuela Clara, que fue donde yo viví mis primeros 7 años de vida, esta historia de la toma de Paysandú y su Defensa, era un tema cotidiano entre mi abuela, mi madre y sus hermanos, al punto tal que yo siempre creí que eran ellos los que habían participado de esa guerra. Pero no, ellos eran los que habían heredado la “gloria” de sus antepasados. Sus discursos tenían tanta vehemencia, tantos detalles, así como tantos símbolos de esa defensa, que algunos de ellos pendían de las paredes de sus escritorios (los de mis tíos) como trofeos de guerra. Recuerdo que Alfredo conservaba con orgullo la espada lustrosa de uno de esos parientes. En la casa de mi abuela había un baúl con trajes de soldados e insignias, con los cuales mis primos y yo solíamos disfrazarnos y jugar. Mi madre me llevaba de paseo al cementerio viejo (que por sus estatuas y mármoles de Carrara, se parece al de Buenos Aires, el que está en Recoleta), allí me paraba frente a las tumbas y me contaba las historias y padecimientos de los muertos, a mí me gustaba en parte, pero me llenaba de terror, allí estaban sus parientes mártires también.

jueves, 12 de diciembre de 2019

perder la eternidad

A la 1:12 llega el mensaje al grupo de wasap que compartimos entre cuatro, mi esposa, una amiga y mi amigo.
Dice: "Trataré de ser breve, lo que pasa es que tengo muchas cosas para contarles. La semana pasada estuve un par de días en salta."
Siguen una serie de fotos de Salta –la iglesia blanca, el cielo azul, la tierra colorada salpicada de matas y de cactus.
Viene la rara foto de mi amigo peronizado y él escribe: "Después empezó el baile de que iba a representar a Perón en la plaza de Mayo, junto con otros 100 Perones y 200 evitas. Cosa que hice el lunes pasado."
Y agrega: "Mientras, desde China no me confirman si voy a viajar en enero, mi papá me anuncia que no va a volver al negocio después de que le operaran el cuello para ponerle una prótesis bastante grande; y ayer nos enteramos de que a Fernando le robaron el auto: toda la vida cuidando los meniscos y se lo rompen, toda la vida conservando el auto, y se lo roban. Mi padre y Fernando han perdido la eternidad."
Y entonces el miedo a la vejez que hasta ahora creíamos un tema "poético" –literario, si se prefiere–, adquiere su textura más lábil, la de preocuparnos por batallas que perdimos antes siquiera de ser jóvenes. Escribe: "Todo esto, en el medio de esta hora, en la que tengo miedo de despertarme y que sigamos con Macri. Bueno, besos."
Yo hubiera usado el mismo recurso.

jueves, 1 de diciembre de 2016

la muerte de fidel

En 2008, durante el Festival Internacional de Poesía de Rosario (del que entonces estaba a cargo), conocí a Alan Mills, poeta guatemalteco con quien no sólo hablé de ese terrible campo de ensayos que es América Central, sino sobre la Cuba en la que Fidel, en ese entonces, cedía su poder a su hermano Raúl.
Por ese entonces Alan tenía una maravillosa exégesis acerca de lo que significaban los hermanos Castro. Cuando lo consulto sobre la muerte de Fidel, se excusa, me escribe en un mensaje que es un tesoro: “Me costó un poco volver a pensar en aquellas elucubraciones sobre los hermanos Castro”, y aventa el convite (algo que yo debería tener registrado en algún lugar).
En cambio, me escribe:
«La buena noticia es que sí tengo algo que contarte sobre la muerte de Fidel Castro. Resulta que el viernes pasado asistí a la inauguración de un festival de cine alternativo en Berlín. La película que abría el evento se llamaba La mort de Louis XIV, del catalán Albert Serra, una obra de factura hiper-realista que, como su nombre advierte, va sobre los penosos últimos días que desembocarán en la muerte del famoso “Rey Sol”.

miércoles, 9 de noviembre de 2016

política transaccional

Con mi amigo que vive en Colorado intercambiamos mensajes unos días antes de las elecciones que llevaron a Donald Trump a la presidencia. Conversamos acerca de la naturaleza de los votantes de Trump, de algún modo caricaturizados en esta nota del New York Times, hasta artículos más analíticos como el de Harold Meyerson o cuestiones que de algún modo resume Agamben en una conferencia que ya tiene tres años, acá.
Imagen tomada de American Prospect.

Esto es lo que me escribió el lunes: “La idea es que esto es como un golpe en cámara lenta. Incluso si gana Hillary, los republicanos ya dijeron que no van a permitir ninguna nominación judicial, y que no van a considerar a HIllary una presidenta legítima.
“Quizás, en estos oscuros tiempos, una concepción transaccional de la política y lo político (esto es, pensar que el mal menor no es una concesión al mal, sino el modo imperfecto en que operan los sistemas humanos) es una opción plenamente política. Al menos, eso creo yo.
“La extrema derecha, en USA, se ha apropiado del lenguaje (y del pathos) revolucionario, donde toda transacción es una traición, inconcebible e imperdonable.                       
“En mi opinión, esa idea es la misma de los jihadistas del medio oriente: la idea de que la política no está hecha de ideas imperfectas, que afectan a gente real, sino de valores absolutos, trascendentes y prepotentes en su relación con la realidad (y ajenos a cualquier búsqueda de consenso).                       

“Por eso yo voto a Hillary, una candidata muy imperfecta, pero la voto con entusiasmo. Hillary será lo que será, pero no es una fanática, y tiene una concepción transaccional de la política que, hoy por hoy, es casi una forma de la utopía”.

jueves, 25 de agosto de 2016

humor chino

Nuestro amigo Gustavo está de nuevo en China, donde llevó algunas propuestas de intercambio cultural que conversamos antes de su partida.
Alguien, en el grupo de WhatsApp, habló de las masas zhenzhunaicha y recordé la película de Stephen Chow:

Lo que me llevó a preguntar por el humor chino, que en las películas de Chow es muy camp.


Fotografías de Gustavo Ng.

Horas más tarde me llegó la respuesta de Gustavo:

«Hace un rato subí adonde estoy ahora en un ascensor cuyas 3 paredes eran una pantalla. Se proyectaba un corto que promocionaba un destino turístico de mar y playas, mostrando una familia feliz , todos vestidos como si fuera en los años 50, con las caras de felices plenos. Era una cosa tan fuera de tiempo como lo era un ascensor pantalla.
«Creo que hay aspectos de las sociedades que corren por diferentes líneas de tiempo.
«Te diría, Pablo, que no tengo otro modo de explicar la ingenuidad del humor de los chinos.»

domingo, 15 de mayo de 2016

sueño de una tienda de manhattan

Como a muchos otros, siempre me intrigó cierto aspecto de lo que podríamos llamar “vida onírica” que, no necesariamente, es el sueño en sí. Más bien se trata de cosas que percibimos y vivimos en los sueños. Mi esposa, por ejemplo, soñó una vez que veía a un amigo enojado, alguien a quien nunca había visto iracundo. Sin embargo, decía, conocí su furia. Lo que había percibido era ese hiato entre la persona que conocía y algo que conocía sin saber de la persona.
El 22 de abril pasado mi amigo Gustavo estaba en Nueva York, en otro de sus viajes, esta vez de visita en el Barrio Chino de Manhattan, en el negocio de su padre.
Gustavo vivió en Estados Unidos entre 1972 y 1973 y, a partir de entonces, con su padre Ping-Yip Ng radicado allá, pasó los veranos hasta el año 1979.
El negocio de su padre y la vida china en Nueva York fue un tema frecuente en conversaciones que se extendieron durante décadas. Sin embargo, al ver fotos enviadas por WhatsApp, caí en la cuenta de que nunca supe qué clase de negocio era. Así que le pedí precisiones.
“De nuestro padre –decía en un chat compartido en un grupo que incluía a su hermana– te puedo decir esto: he descubierto que su negocio de quiniela es una mezcla de club con estación de tren. Algunos sujetos van allí a dormir para no estar solos en su casa. Otros van porque la mujer los echa. Casi todos van porque no saben qué hacer. Nuestro padre tampoco sabría qué hacer si le cerraran el negocio.”
Entonces hizo ese dibujo del tipo dormido con la bolsa de los mandados que me recordó la escena del católico que se detiene a rezar con el paquete de verduras envuelto en un diario viejo, en The End of the Affair: un hombre que duerme en ese negocio “mezcla de club con estación de tren” y sueña el sueño de la intimidad.


domingo, 24 de abril de 2016

vértigo

Nuevamente el niño halla una video que rodó en Gran Canaria Danny MacAskill, que a esta altura es casi un héroe familiar. Me lo comparte y lo miro lleno de vértigo.

viernes, 15 de abril de 2016

wiwi

Wiwi, mi hijo (9 años), me en vía por correo electrónico algunos  canales de YouTube que estuvo viendo, entre ellos Mr. TVCow, "que hace videos con gatitos", y que yo debería ver.

O este, Boom Riders, sobre el que me aclara en su mensaje: "No es BMX pero hace trucos", con lo que debo abocarme ahora a buscar la diferencia entre BMX y los que "hacen trucos":

En fin, tengo tarea por delante.

domingo, 15 de noviembre de 2015

burucúa: intelectual macrista

Cuando leí que José Emilio Burucúa estaba en la lista de intelectuales que apoyaban a Mauricio Macri presidente le escribí a un amigo que vive en Estados Unidos y con quien habíamos compartido la lectura de la Cartas norteamericanas.
Sí, debí imaginármelo cuando lo entrevisté para la presentación en Rosario de Cómo sucedieron estas cosas, un libro del todo innecesario, una colección de lugares comunes de la academia que incluso se traslucieron cuando Burucúa (que se hace llamar "Gastón" en la intimidad académica) y Nicolás Kwiatkowski presentaron el libro: comentarios de gente que se la pasa bien estudiando las tragedias ajenas con dinero de fundaciones y universidades del primer mundo.
Incluso cuando lo entrevisté por teléfono, "Gastón" apuró el final de la entrevista porque tenía una reunión de consorcio en su edificio: un pequeño propietario urgido por la necesidad de resolver los problemas del palier y el ascensor.
Desde Estados Unidos, mi amigo me responde la respuesta más lapidaria: "Querrá inaugurar la versión macrista de carta abierta. Te confieso, no me sorprende del todo. En sus Cartas norteamericanas, muy gratas por otras razones, se le nota un ansia de ser fino, y de «pertenecer». No otra cosa alimenta las fantasías de una parte de la mersa macrista."  

miércoles, 23 de septiembre de 2015

taishan

Mi amigo Gustavo Ng está en Taishan, Jiangmen, provincia de Cantón, China, donde nació su padre hace como ochenta años, quien emigró a Argentina, vivió en San Nicolás y se mudó a Nueva York.

Este lunes, a las 18:58 hora local (once horas más en China), Gustavo me envió este mensaje por WhatsApp:

"Ayer, en mi tercer día en China, conocí la casa donde nació mi papá. Estoy temblando. Es en el campo, pero no es la casita aislada que imaginé sobre el relato de mi papá, sino un conjunto de unas 40 casas encarados en el siglo XIX o antes como proyecto arquitectónico. Son cuatro filas paralelas de casas todas iguales, que dejan tres pasillos intermedios. Las filas son de unos 100 metros. Cada casa es pequeña, diseñada para albergar dos familias. En los costados que dan a los pasillos, hay un ambiente con sobrepiso: arriba se dormía, abajo se guardaban las herramientas de trabajo, se stockeaba y almacenaba. Junto a uno de esos ambientes estaba la cocina común, y era común un espacio central, también con semipiso y con salida a una terraza. Dentro de ese ambiente había un bombeador de agua y una pileta en el piso. No había baño -calculo que serían comunales y estarían afuera. También era comunal un solar, unos árboles que daban mucha sombra, con bancos en el medio, un enorme estanque artificial, en el que se criaban además carpas como alimento, y los campos de alrededor. Todas las familias que vivían en el complejo eran de trabajadores campesinos. Quien me mostró la casa es la última Ng que vive en Taishan, prima hermana de mi papá. Mi papá le paga para que ella limpie el lugar y así mantenga la honra a los antepasados. Mi papá también se hizo cargo de los arreglos de la casa, cuando hace algunos años se estaba viniendo abajo. Ahora podría uno mudarse ahí tal como está. La mujer me mostró otra casa y luego otra. Ella sólo habla taishanés, no había modo de entenderla, pero para recibirme mi papá le encargó a la hija de un amigo que me consiguiera un intérprete, quien me explicó que la mujer cuidaba aquellas casas porque eran de otros hermanos de mi abuelo, sus tíos. Fueron cuatro hermanos. Sus casas están mantenidas por sus descendientes, quienes mandan recursos desde Estados Unidos, Canadá u otros lugares de China. A veces tuve que obligar al intérprete a que tradujera (la mujer hablaba sin parar, y el intérprete -dé Guilin- no comprendía bien el taishanés), y fue así que supe que fue la familia Ng la que empezó la villa. Luego fueron vendiendo propiedades. La prima de mi padre me esperó con una serie de ritos de veneración a los antepasados (dijo que ella los hace siempre), mediante ofrendas, incienso, quema de dinero y reverencias. Hice las reverencias con tenazas en la garganta, puse incienso en los varios altares de la casa de mi abuelo Liu Ko y comí una gallina hecha entera al vapor. No sé qué pensé. Aún no pienso. Vine a conocer mis orígenes para saber quién soy. Tengo más preguntas, tengo tantas preguntas más ahora, pero creo sentir que alguna cosa se encajó adentro mío. Este tipo de cosas cambian a la gente."
Ng tuvo que irse a China para andar en bicicleta.

lunes, 30 de marzo de 2015

ingeniero

Ya en sexto año del Politécnico, Tomás acudió la semana pasada a su primera entrevista de trabajo, según el plan de pasantías de la escuela. Lo hizo en una fábrica de productos eléctricos de Rosario donde fue admitido luego de una larga perorata de la persona encargada de entrevistarlo que comenzó la charla así: "Un país se hace con ingenieros, olvidate de los que escriben libros y se dedican a esas cosas". 
Construcción de la Torre de Babel por Athanasius Kircher (1679). Tomado de La biblia de los pobres.

Lo primero que le dijimos a Tomás es que nuestro hombre de la fábrica está en lo cierto: este y todos los países le deben más a ingenieros y proletarios que a mucha de la gente que escribió libros. Pero, de nuevo, la cuestión es desde cuándo aparece esa deuda. 
Entonces, es necesario de nuevo recurrir a la inevitable cita de Paul Valéry en su prólogo a las Cartas persas de Montesquieu: “El orden exige, pues, la acción de presencia de cosas ausentes, y resulta del equilibrio del instinto por los ideales.” “Mas las sociedades reposan, por el contrario, sobre las Cosas Vagas; al menos hasta ahora se han fundado en nociones y entidades bastante misterio­sas como para que el alma rebelde esté nunca segura de haberse desembarazado de ellas, y vacile en temer tan sólo a lo que ve. Un tirano de Atenas, que fue hombre profundo, decía que los dioses fueron inventados para castigar los crímenes secre­tos.”
Un país puede construirse a partir de la mediación de ingenieros y proletariado una vez que ciertas "cosas vagas"--en términos de Valéry-- comienzan a operar: la idea de una burguesía nacional (como en el primer peronismo), la de una nación (como en la Generación del 80) o la de una esencia telúrica nacional y su consecuente pacto de clases, como en la Vuelta de Martín Fierro, son algunas de las cosas vagas que generan realidades, recién entonces llegan los ingenieros. Una vez que las fuerzas simbólicas establecieron las necesidades simbólicas (no las básicas, sino las que ingresan en el discurso; las que permiten, por ejemplo, que un sector beneficiado por un régimen político se vuelva en contra de ese régimen porque cree que está más allá de ese régimen: el eterno conflicto del peronismo), los ingenieros encuentran su campo de acción y trabajo. 
Antes de que las gigantescas y erráticas movilizaciones de diciembre de 2001 encerraran a la clase política y la obligaran a reaccionar (camino en el que tuvieron que disciplinarse los gobiernos de Eduardo Duhalde y, luego, de Néstor Kirchner), un ingeniero era algo así como un taxista de lujo. En un país que había sucumbido al relato de las empresas de servicios y la eficacia privatizadora (la privatización del Banco de Santa Fe, uno de los mayores crímenes económicos santafesinos perpetrado por el ahora macrista Juan Carlos Mercier, le costó a la provincia mil millones de dólares de saneamiento, casi el doble de lo que les costó a dos narcotraficantes hacerse con el banco provincial, que las arcas provinciales terminaron de pagar hace poco más de un año), un ingeniero no tenía para hacer mucho más de lo que hoy puede ofrecer un asesor de márketing. 
Porque esa "acción de presencia de cosas ausentes" que menciona Valéry se gesta no en la acción específica sobre el mundo material, sino sobre el único mundo en el que realmente estamos inmersos de principio a fin de nuestra vida, el del lenguaje. Un mundo que, claro está, transitan los ingenieros, aunque muchas veces prescinda de su trabajo.
Por ;ultimo, para evitar citar literatura, acá un ejemplo de cómo nos movemos en ese peligroso mundo discursivo: la entrevista de Santiago O'Donnell a Julian Assange.

miércoles, 3 de septiembre de 2014

la pasión guaraní

Hace cuatro años, el 10 de julio de 2010, luego de que la selección de fútbol paraguaya fuera eliminada por España en cuartos de final del Mundial que se jugó en Sudáfrica (siete días antes), el sacerdote jesuita Bartomeu Melià, una de las mayores eminencias en guaraní, historiador, etnolingüista y prolífico investigador, publicó en el diario de Asunción “Última Hora” un artículo que, bajo el título “Fútbol guaraní. Una historia con mucha historia”, si bien no afirmaba que los aguerridos guaraníes habían inventado el deporte que llevo a la cima de la popularidad a figuras como Maradona, Messi o Alfredo Di Stéfano, concluía: “Los historiadores ya han metido un gol inédito a favor de los Guaraníes”.
Pintura jesuítica en una misión guaraní.



domingo, 3 de noviembre de 2013

jueves, viernes, sábado y domingo

Jueves y viernes amaneció con lluvia. Entonces Chucho y Verdolaga salieron al patio y se pasearon cerca de la casa, supongo que en busca de bichitos. Pero quién sabe.

El jueves a la noche, Vicente me homenajeó con el mejor dibujo que hizo hasta ahora sobre mi figura. La barba, mi barba, quedó resuelta en la sinécdoque de un bigote que no tengo pero, creo, en el dibujo está muy bien. La camisa es una fiel reproducción de la que tenía puesta.
El viernes pasado el mediodía un correo electrónico de Andrew Graham-Yooll me contaba que tenía novedades acerca de por qué fue tan difícil traer en 2008 a James Fenton. También me decía que se presentaba al fin su libro, en el que cita la entrevista y la crónica que le hiciera a Fenton cuando vino a Rosario.

El viernes a la tarde fui al CCPE a hacer un hangout con Enrique Delgadillo, de Noticultura, Nicaragua, para la revista Los anillos de saturno. Iba a ser de la partida Indira Montoya, de Hipermédula, pero el temporal en Córdoba dejó sin luz el sector de la ciudad desde el que iba a conectarse miss Montoya. Así que como a las 15 recibimos un correo suyo anunciando que si lograba hallar un cyberalgo para conectarse, lo haría, pero si no... Resultó "si no". La conversación con Delgadillo (joven, abogado, un tanto lánguido), si bien fue fluida, encontré a mi interlocutor poco prolífico en la charla; acaso se trate de esos muchachos cuyo mayor atractivo se despliegue en la tribu.
 
De vuelta, reparé en las pintadas de street art en la escalera que baja de Wheelwright (¿o ya es Belgrano?) sobre Sarmiento.


El sábado a la mañana fuimos a una reunión en el Sindicato de Prensa de Rosario donde se nos puso al tanto sobre el convenio de financiamiento de viviendas con el gobierno provincial. El gobierno de Santa Fe hizo el anuncio en marzo de este año: unas 40 y pico de departamentos de dos y tres dormitorios para el SPR. Bien, ahora resulta que son 37 de uno y dos dormitorios. Queda por dilucidar si se trata de desidia, improvisación o qué. 
 El predio de Crespo entre 9 de Julio y 3 de Febrero donde se supone que va a levantarse el complejo de viviendas de Prensa y del sindicato de Televisión.

A la vuelta pasamos por el último boliche proletario, El Luchador, en Salta y Francia, y vimos unos adefesios importantes a medio construir.

  
Este domingo, cuando prendí la máquina, Avast me sorprendió con su mensaje de actualización: me ofrecía protección contra el espionaje de la NSA, la agencia de seguridad interna de Estados Unidos. "Estamos pensando en tí, NSA", rezaba el cartelito de Avast.
Hasta mañana.