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"I don't want to belong to any club that will accept people like me as a member." Groucho Marx en Groucho and Me (1959).

miércoles, 23 de septiembre de 2015

taishan

Mi amigo Gustavo Ng está en Taishan, Jiangmen, provincia de Cantón, China, donde nació su padre hace como ochenta años, quien emigró a Argentina, vivió en San Nicolás y se mudó a Nueva York.

Este lunes, a las 18:58 hora local (once horas más en China), Gustavo me envió este mensaje por WhatsApp:

"Ayer, en mi tercer día en China, conocí la casa donde nació mi papá. Estoy temblando. Es en el campo, pero no es la casita aislada que imaginé sobre el relato de mi papá, sino un conjunto de unas 40 casas encarados en el siglo XIX o antes como proyecto arquitectónico. Son cuatro filas paralelas de casas todas iguales, que dejan tres pasillos intermedios. Las filas son de unos 100 metros. Cada casa es pequeña, diseñada para albergar dos familias. En los costados que dan a los pasillos, hay un ambiente con sobrepiso: arriba se dormía, abajo se guardaban las herramientas de trabajo, se stockeaba y almacenaba. Junto a uno de esos ambientes estaba la cocina común, y era común un espacio central, también con semipiso y con salida a una terraza. Dentro de ese ambiente había un bombeador de agua y una pileta en el piso. No había baño -calculo que serían comunales y estarían afuera. También era comunal un solar, unos árboles que daban mucha sombra, con bancos en el medio, un enorme estanque artificial, en el que se criaban además carpas como alimento, y los campos de alrededor. Todas las familias que vivían en el complejo eran de trabajadores campesinos. Quien me mostró la casa es la última Ng que vive en Taishan, prima hermana de mi papá. Mi papá le paga para que ella limpie el lugar y así mantenga la honra a los antepasados. Mi papá también se hizo cargo de los arreglos de la casa, cuando hace algunos años se estaba viniendo abajo. Ahora podría uno mudarse ahí tal como está. La mujer me mostró otra casa y luego otra. Ella sólo habla taishanés, no había modo de entenderla, pero para recibirme mi papá le encargó a la hija de un amigo que me consiguiera un intérprete, quien me explicó que la mujer cuidaba aquellas casas porque eran de otros hermanos de mi abuelo, sus tíos. Fueron cuatro hermanos. Sus casas están mantenidas por sus descendientes, quienes mandan recursos desde Estados Unidos, Canadá u otros lugares de China. A veces tuve que obligar al intérprete a que tradujera (la mujer hablaba sin parar, y el intérprete -dé Guilin- no comprendía bien el taishanés), y fue así que supe que fue la familia Ng la que empezó la villa. Luego fueron vendiendo propiedades. La prima de mi padre me esperó con una serie de ritos de veneración a los antepasados (dijo que ella los hace siempre), mediante ofrendas, incienso, quema de dinero y reverencias. Hice las reverencias con tenazas en la garganta, puse incienso en los varios altares de la casa de mi abuelo Liu Ko y comí una gallina hecha entera al vapor. No sé qué pensé. Aún no pienso. Vine a conocer mis orígenes para saber quién soy. Tengo más preguntas, tengo tantas preguntas más ahora, pero creo sentir que alguna cosa se encajó adentro mío. Este tipo de cosas cambian a la gente."
Ng tuvo que irse a China para andar en bicicleta.


Mis mensajes tardaron un poco en llegarle.
Claro, me intriga ese rol de guardianes de la casa, como el de la prima de Ping-Yip, padre de Gustavo. Me intriga que esa errancia de los que se fueron conserve su ancla allá en el pago originario, un ancla material y simbólica a la vez, un norte magnético que dibuja un fin y un principio. Eso me digo, convierte al errante (exiliado, peregrino o migrante) en un fantasma o, mejor, en alguien que debe cargar con su propio fantasma. Como sabemos, los fantasmas no pueden abandonar la casa porque en ese pedazo de territorio que no pueden abandonar han abandonado su purgatorio y quedan en un tránsito suspendido: entre lo que fue y lo que ya no es y, mejor aún, entre lo que hubiera sido.
Ng en uno de los espacios compartidos de la casa paterna en Taishan.

En una conversación anterior (dice Gustavo que tiene WhatsApp sólo porque está en Hong Kong) mi amigo me mencionó una charla con el taxista, que le dijo que en Taishan habitan un millón de chinos pero que hay dos millones en el extranjero. Es, me digo, casi la misma proporción de uruguayos en el exterior.
Le digo que al fin y al cabo su padre vino a jugar una de nuestras fichas más deseadas: conservar la casa originaria, en esa vuelta --la que hoy hace Gustavo--, los fantasmas también hallan descanso, y aunque él no duerme, no significa que sus días transcurran en la vigilia, que, como en el título de Macedonio, "no toda es vigilia la de los ojos abiertos".
No responde. No sé si ya entró en la China profunda, la sin WhatsApp ni Google, o si m dirijo a alguien que está más allá de los vivos.
La prima hermana de Ping-Yip mira en Taishan una foto de sus sobrinos nietos Irina y Gastón delante del planetario de Buenos Aires.

En estos días pensé en un cuento que me gustaría escribir para Vicente, un cuento para niños: un niño cree que en su infancia más tierna tuvo poderes sobrehumanos, que volaba, derribaba paredes, era inmune a las heridas; pero ahora, cuando a;un no es adulto, sabe que esos poderes le fueron robados y soporta su vulgar vida de humano mientras espera que su padre restaure esa fuerza originaria. Etcétera.
Creo ver en esa súbita ocurrencia la radiación de este relato que me llega de China, es decir, del otro mundo: la agitación de unos poderes que moldearon el mundo mientras moldeaban nuestro destino.
Gracias Gustavo.

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