Lo que más me gustó de haber ido a Tercera Oposición es haber dicho tantas veces “no sé”. Mi hija y sus amigos me invitaron a un programa de streaming que sigo desde su nacimiento, en el que he participado a través de comentarios, e el que me sentí interpelado e interpretado, y de pronto estaba allí, en un estudio clavado en el segundo piso de un edificio semiabandonado en la zona central de la ciudad, conversando con una generación a la que le llevo más de la mitad de mi vida pero, sobre todo, a una generación que me interesa y me fascina más que la mía. Dos cosas me aterrorizaban: que creyeran que tenía algo que decirles y que creyeran que mi compromiso emocional no era total y absoluto.
—Ese tema, el de la tensión entre la severidad y la misericordia es una forma de accionar del peronismo. El peronismo existe en esa tensión y nunca está en el medio. Por eso el tema de la armonía. El peronismo nunca es equilibrio, el peronismo es armonía. La armonía son partes distintas. ¿Cuánto de severidad y cuánto de misericordia? Éso es el arte. Cuando Perón dice: “El arte de la conducción”, cuando habla del arte sobre todo, es porque hay que buscar las armonías. Y es difícil, las armonías nunca están dadas, son dinámicas, siempre son distintas. La armonía es el momento, es la foto del momento, ésa es la armonía. El equilibrio pretende una permanencia, el equilibrio es una negociación: 50 cabezas nucleares vos, 50 cabezas nucleares yo, hay equilibrio. El equilibrio es muy severo, porque depende de los números. En cambio la armonía es más misericordiosa: yo quiero un poquito, necesito un poquito. Vos vas a ser parte aunque seas un poquito, eso es la armonía. En la música es fantástica, cuando hay armonía: algo se cuela ahí que solamente la misericordia lo puede permitir. Si no todo sería mitad y mitad, tendería a eso para que se estabilice. La armonía es lo que se puede romper. Si se rompe el equilibrio estás en la catástrofe. Si se rompe la armonía conseguís nuevas armonías.
Para escucharlo entero:
El cuadro de Massotta, María Moreno y Germán García citado en la conversación. Imágenes tomada de VaConFirma.
Alrededor de 1990, luego de que apareciera su primera novela, Lenta biografía, el escritor porteño Sergio Chejfec (1956) se radicó en Venezuela y desde allí continuó su carrera con obras que, respondiendo a una larga tradición de la literatura argentina, remontaban una escena argentina con aire extranjero. Hace dos años, cuando se realizó en Rosario el III Congreso de Teoría y Crítica Literaria, Chejfec no pudo llegar, pero envió un texto llamado “Lengua simple, nombre” en el que ensayaba “algún tipo de ensayo o reflexión sobre el propio apellido”, ejercicio que propuso en su momento a escritores amigos y apreciados. Ese relato, que refiere la relación de su padre con su lengua y con el castellano del Río de la Plata y describe el tráfico generacional de “una moneda sin valor y sin rasgos, como gastada, que es la identidad provista por nuestro apellido”, esboza también el meollo centrífugo de la literatura de Chejfec. “Esa sensación de extranjería, percibir la propia escritura como una forma ajena y que se escribe sola, frente a la cual mi tarea consiste en asignar ideas, es para mí constante”.
En junio de 2004, cuando Chejfec llegó al IV Congreso de Teoría y Crítica Literaria que se realizó en el entonces Bernardino Rivadavia (hoy Centro Cultural Roberto Fontanarrosa), acababa de aparecer su última novela, Los incompletos (Alfaguara, 2004). En una mesa que compartió con Tununa Mercado, el escritor refirió una anécdota sobre Joaquín Giannuzzi que le dio pie para desarrollar el tema al que había sido convocado: “Literatura e intimidad”. Monocorde, sereno, la charla con Chejfec recorre también otros de sus libros, la novela El llamado de la especie, de 1997, Los planetas, de 1999, en la que los dos protagonistas recogen de un modo particular la memoria de un amigo desaparecido durante la última dictadura y está basada en un episodio real, y Boca de lobo, del 2001.
Los incompletos recoge las esquelas que Félix envía desde el extranjero a un amigo (el narrador), quien se pone a escribir anotaciones “como forma de atender una visita mental que oculta y fija la distancia”. La conversación de Chejfec, gobernada por su calva y sus lentes que parecen flotar sobre el puente de la nariz, también está hecha de esas “vistas mentales”, de un puñado de “despreocupadas intuiciones” (la cita pertenece también a las páginas de Los incompletos) que dibujan el mapa de su literatura digresiva y vertiginosa.
—En “Lengua simple, nombre”, mencionabas que cuando al escribir sobre tu padre en tu primera novela buscaste otros nombres y eso te lleva a pensar en los nombres que circulan por la literatura.
—La idea del nombre me resulta muy interesante literariamente porque fue siempre como una especie de condena. El apellido te marca y no sabés bien por qué, se puede saber cómo te marca, pero no por qué. Así como no elegís a tus padres, tampoco elegís tu nombre. Muchas veces detrás del nombre de un personaje se esconde su profundidad. En muchas ocasiones el nombre de un personaje, y por ende el personaje mismo, encarna toda una psicología, toda una época, puede encarnar toda una ideología, una historia, etcétera. En mi literatura los nombres tienen un lugar muy movedizo y muy débil, de muy escasa visibilidad.
—En tus libros hay nombres sin apellidos, pero también iniciales.
—Sí, hay un intercambio de los nombres de dos personajes, con lo cual es como que los personajes se invierten, siguen siendo ellos pero con el nombre cambiado. En El llamado de la especie hay personajes que se cambian los nombres en el medio del texto, de una forma inmotivada desde el punto de vista narrativo. Pero no es que yo tenga una tesis con respecto a los personajes de la literatura contemporánea y los nombres. Más bien me interesa ese tipo de cosas para mostrar en ese plano la naturaleza sumamente discutible, movediza y débil de toda la construcción literaria. Es un elemento que ayuda a poner en escena, a manifestar que la literatura es un artificio, que tiene que estar bien elaborado pero no deja de ser un artificio.
—En tu charla hablabas de la intimidad de la escritura, de ese ponerse al costado de lo que se dice que vendría a ser como la tarea del escritor. Este “ponerse al costado” suena a la operación que se lee en tus textos, donde hay menos una trama que una permanente digresión, por ejemplo en Los incompletos.
—Entiendo que mis libros no se construyen alrededor de categorías como la intriga, el avance argumental o la progresión en la psicología de los personajes. Para decirlo de manera quizás demasiado sintética, tal vez mis libros se organizan alrededor de situaciones, episodios, escenas, eso desde un punto de vista estructural. En el caso de Los incompletos es similar, tiene un aire de familia con los otros libros, porque tiene las mismas preocupaciones. Creo que los escritores no son tanto esclavos de sus obras como de sus preocupaciones, que son las que tienden a reiterarse o a profundizarse o estilizarse. En Los incompletos me parece que el título habla más que de una fragmentación de la trama, la historia o la estructura. Con el libro quise hablar, más bien, de otra forma de incompletud que no siempre se ve en la literatura. Uno está acostumbrado a hablar de incompletud cuando las cosas no terminan, o terminan a medias, o carecen de comienzo, como una línea secuencial que tiene huecos. A mí me interesó ver que la idea de incompletud se relaciona con que siempre tomamos los libros como si fueran algo completo. En cualquier novela, cualquier cuento, hay un contrato con el autor según el cual el lector asume que ese libro es completo, que todo lo que quiso decir el autor, ya sea secreto, explícito o no, está dentro del libro. Y que toda la organización refleja algún tipo de completud. Con Los incompletos quise poner en escena que eso era una cosa que podía estar en discusión, en el sentido de que se puede concebir una obra que sea incompleta, que los personajes estén hechos a medias y se propongan muchas empresas como artificiales, que las historias no cierren, que sean arbitrarias, pero que los mismos personajes las reconozcan como inventadas y arbitrarias.
—Un artificio dentro de otro...
—Exacto, me interesa trabajar en las novelas cómo los títulos pueden llegar a ser una clave o una metáfora del mismo texto. Así como la idea de Boca de lobo, esa metáfora espacial y urbana-territorial también podía ser relacionada con diferentes aspectos o motivos de la novela...
—¿Pensás primero en el título?
—No, pero ayuda mucho a hacer una suerte de organización heterogénea del texto, a establecer relaciones, muchas veces ambiguas, pero que la escritura va afianzándola. Porque, como decías, mi forma de escribir tiene que ver con recursos como la digresión, la reflexión, no avanzo por progresión sino más bien por acumulación, que tiene que ver con las reiteraciones, con las variaciones mínimas. Entonces, una vez adquirido un tono en el texto, son precisamente esas ideas generales, esas metáforas las que me permiten construir como una trama estructural que no tenga que ver con lo narrativo sino más bien con relaciones conceptuales.
—Sin embargo, en Los incompletos hay como una insistencia, una acumulación de pequeños hallazgos no terminan de formular conceptos, como si los conceptos también estuvieran incompletos.
—Sí, los conceptos son incompletos. Parto de la idea y la convicción de que un novelista no necesariamente tiene que tener las ideas claras y las posiciones tomadas con respecto a todo, más bien puedo tener muchas convicciones respecto de muchas cosas pero tengo también serias dudas. Nunca me gustó la literatura que se apoya en ciertas ideas definitivas sobre nada, ni sobre la realidad histórica ni sobre la realidad subjetiva de los personajes. Entonces diría que me gusta leer y escribir una literatura relacionada con la inseguridad, para decirlo con un término muy superficial, en el sentido de que un novelista debería ser un escritor que está sumamente inseguro de lo que escribe y poner en escena esa misma inseguridad. Pero esto nunca debe ser muy evidente, porque pierde convicción el texto, pierde capacidad persuasiva. Más bien, poner en escena la inseguridad es una manera de escribir con un registro elusivo, aproximativo, reflexivo, que piensa mucho y cuestiona los fundamentos o los protocolos ya sean narrativos o conceptuales sobre los que supuestamente esa misma narración se construye. Creo que la literatura, como todas las otras artes, la única manera que tiene de garantizar su sobrevivencia es poniendo en escena su propia seguridad, porque cuanto más taxativa sea, como discurso artístico, menos confianza estética va a suscitar, porque los discursos taxativos ahora pertenecen a otros dominios de lo público: la prensa o la televisión. Estamos llenos de discursos taxativos que nos dicen todo el tiempo que esto es así, blanco o negro. En cambio, el arte me parece que sigue siendo el único lugar, fuera de los espacios de la intimidad, los sentimientos, donde el discurso no es taxativo, sino que tiene que representarse como aproximativo, como inseguro, como si tanteara y estuviera constantemente dispuesto a replegrase, a avanzar, a contradecirse, pero que en ese movimiento, no en lo que dice, sino en cómo lo dice, me parece que se esconde una de sus grandes fortalezas...
—Cuando estuvo en Rosario, Alan Pauls manifestó estar muy interesado en tu literatura, en esos textos que no cierran, como una forma de reaccionar a toda esta demanda en torno a ciertos productos que pretenden cierta transparencia…
—Creo que lo que te decía está sintonizado con la idea de cómo el arte o la literatura es un lugar que tiende a enrarecer el ambiente, a provocar ruido, molestia. Ocurre también que la literatura no tiene como único interlocutor la realidad. También se escribe para la misma literatura. En muchas ocasiones los escritores escriben para los otros libros que han leído o para los otros escritores, que son sus principales interlocutores. Los lectores calificados de los escritores son los mismos escritores, porque es como que en ese mecanismo se asienta la reproducción de la literatura. Entonces, la literatura tiene una naturaleza complicada y simple a la vez, que por un lado tiende a opacar, traducir, enrarecer, confundir, interpretar, pero por otro lado tiene otra dimensión puesta en la propia reproducción.
—Declaraste en una entrevista que escribías para olvidar. Y la memoria, el olvido, está muy presente en tu obra.
—Sin duda que la memoria es un tema tanto político, filosófico y estético como pocos, que se entrelazan en diferentes sentidos y por diferentes vías. Está relacionado con lo que ocurrió en la Argentina durante la dictadura militar o, en un plano más global, con el Holocausto. También como que el arte, en algún punto, en relación a la memoria y el olvido, brindó posibilidades novedosas de hacer aparecer el tema de la memoria y el olvido.
—En el umbral de esto está la frase aquella de Adorno: “No se puede hacer poesía después de Auschwitz”.
—Claro, no negaba la posibilidad absoluta de hacer poesía, sino que se refería a un tipo de poesía particular. A mí los temas del pasado, el recuerdo, el olvido, me resultan seductores porque escucho mucha riqueza en ello. En primer lugar, hay una riqueza de términos relativos, que se necesitan para sostenerse, por eso comienzo diciendo (en Los incompletos) que prefiero decir “No olvido” en lugar de “Recuerdo”.
—En la novela misma se lee que el recuerdo es un llamado del olvido.
—Exacto, se recuerda de tantas maneras en la literatura, desde Proust: el recuerdo involuntario y el arbitrario, hasta ahora, con el recuerdo como una empresa de reconstrucción histórica y filológica, como lo propone W.G. Sebald en una novela como Austerlitz. Y la labor del recuerdo es una labor cultural de reconstrucción. Entonces, el recuerdo involuntario de Proust, que dispara todo un universo de sensaciones y de emociones hasta entonces subterráneo, que se dispara por beber un té, por comer una galletita, por aspirar un olor, y que eso te retrotrae a algo que estaba escondido... Desde eso hacia lo que uno se ve arrastrado y reconoce su propia entidad gracias a eso que se produjo casualmente, hasta el recuerdo planteado por Sebald: que es una labor del espíritu, voluntaria; estamos utilizando el recuerdo para una cantidad de cosas que requieren un arco muy amplio y contradictorio, entonces, no es que sea un militante de la no utilización de la palabra recuerdo, pero quiero decir, que en un punto recuerdo, como sustantivo del verbo, parece ser una palabra incompleta, ineficaz, porque puede querer decir tanto, que prefiero decir “No olvido cuando”, “No olvido que”. Decir “no olvido” te da como una sensación más inmediata de la acción mental que estás realizando.
—El nombre es también lo que uno trae escrito pero, a la vez, muy pocos conocemos el significado de nuestros nombres.
—Algo que llevamos como una chapa, una etiqueta, es algo con lo que uno se identifica pero de lo que podemos llegar a conocer muy poco y sobre el cual no tenemos ningún tipo de intervención posible.
—Las cartas que no llegaron, de Mauricio Rosencof, plantea cómo la lectura del pasado, el recuerdo, en ciertas circunstancias, modifica el presente.
—Es una idea ambivalente de la memoria, un poco embozada, y que se muestra de manera espasmódica. Oscila entre una memoria pública y una individual, entre una arbitraria y una voluntaria, entonces más bien creo que la memoria es útil en la medida en que se constituye como escenario. Como un escenario donde se representan todas nuestras frustraciones, fracasos, sentimientos de víctimas y todo lo que somos. Pero no me interesa la memoria como una entidad positiva, que nos va a ayudar a recuperar el pasado, porque eso ya de por sí es bastante ambiguo. Porque uno muchas veces necesita recuperar una memoria para enterrarla.
—Para recordar es necesario también poder olvidar...
—Entonces la memoria para mí es como una pantalla donde escenificar determinados avatares, procedimientos o situaciones que me interesa plantear, pero para mi carece de valor testimonial. Quizá eso responda a lo que me planteabas sobre Los planetas. Quien quiera buscar una denuncia testimonial sobre lo ocurrido en la dictadura (en esa novela), o una representación inmediata, material, sobre la vida de dos muchachitos durante la represión, probablemente se va a sentir decepcionado. Me interesaba más bien utilizar esos elementos para representar la complejidad de la construcción de la memoria. Lo ocurrido durante la represión en el caso de Los planetas, con ese amigo, el narrador desaparecido de la novela, pese a que tenga un sustrato biográfico, es como que hubiera sido para ver de qué manera se puede hacer un tributo a ese pasado sin caer en la condescendencia de darle un carácter testimonial. Porque creo que cuando le damos un carácter testimonial, cuando recuperamos algo tal como pretendidamente fue, lo estamos adelgazando, creo que la realidad es mucho más compleja de lo que creemos y, de hecho, la vida cotidiana es de una complejidad y un desafío permanentes, entonces no creo que la literatura deba simplificar esa complejidad.
En 1976 Ediciones de la Flor cumplía diez años desde que su fundador,
Daniel Divinsky y un socio, juntaran 300 dólares con los que compraron los
derechos para la publicación de un par de libros. Habían querido poner una
librería, pero el dinero no alcanzó. Volvamos entonces a 1976: Divinsky y su
esposa (Cuqui Miller) festeja el aniversario como prisionero de la dictadura
más atroz y desfachatada que tuviera el país (cuyo modelo económico –hay que
insistir en esto– perdura todavía). Por esa misma época la feria de Francfort,
en la que Divinsky había adquirido hacía tres años los derechos de un libro
infantil que prohibió el gobierno de Videla, Agosti y Massera, creaba el boom
de la literatura latinoamericana en Europa y homenajeaba a un autor que
denunciaba las atrocidades de los militares argentinos: Julio Cortázar.
Divinsky había presentado ante la Justicia un recurso de reconsideración por la
censura de la obra y la milicada contestó sin dilaciones con la encarcelación
del editor y su esposa, a disposición del Poder Ejecutivo Nacional, que en esos
días apenas daba abasto con sus operativos de torturas, violaciones, secuestros
y demás ocupaciones terroristas. Los editores europeos, al tanto del asunto, se
pusieron en campaña para sacar e su colega de las mazmorras del Proceso. Así se
logró que el ex editor Marcel Jullien, en ese momento director de un canal de
televisión de Francia que estaba en Argentina para acordar los contratos de
televisación del Mundial 78, se negara a firmar papel alguno hasta que el matrimonio
de editores saliera de la cárcel. “Se llevó los acuerdos sin firmar en la
valija –contó una vez Divinsky– y los mandó desde Río, cuando se enteró que ya
habíamos salido”. Cuatro meses más tarde, el matrimonio Divinsky y su hijo de
tres años salían del país. No volvieron hasta 1983.
Entonces, vuelta la democracia, De la Flor retomó su catálogo, donde
además de Quino, Fontanarrosa, Caloi, se encuentran Rodolfo Walsh, Germán
Rozenmacher, Andrew Graham-Yooll o John Berger, entre otros.
—Ediciones
de la Flor nace en 1966, la anécdota dice que usted y su socio tenían 300
dólares, que les alcanzaba para abrir una editorial, pero no una librería, como
pretendían en un principio.
—Exactamente, los primeros libros salen en el 67, y va a hacer en este
momento 35 años, fue en junio del 67, porque nos apresuramos para que salieran
antes de las vacaciones de invierno.
—Usted
ha dicho que en este negocio se depende mucho de los afectos.
—Es muy curioso, sucede. Hay autores del catálogo
nuestro que han sido apetecidos por otros sellos y que rechazaron ofertas que
parecían en lo inmediato muy suculentas. A partir, por un lado, de una ligazón
afectiva, pero por otro, también por una lealtad recíproca que lleva a que sus
intereses sean defendidos con tanta energía como los propios de la editorial,
cosa que en los grandes sellos se pierde. El ejemplo que doy siempre es el de
los herederos de Rodolfo Walsh, que en un momento se vieron tentados por un
sello editorial de las transnacionales españolas. Teníamos contratos firmados
por el propio Walsh que seguían vigentes porque no habían sido rescindidos,
eran de la época en la que los contratos de edición no tenían plazo. Cuando
vuelvo del exilio, la compañera última de Walsh había autorizado una edición en
México de la obra completa. Nos dispusimos a reeditar sus libros en Argentina y
en ese momento los herederos de Walsh nos piden que hagamos un nuevo contrato
fijándole un plazo de diez años a cada libro. Se hicieron y cuando expiró este
período se abalanzó este sello sobre los herederos de Walsh y dio un anticipo
importante en cuanto a derechos de autor. Publicaron Operación Masacre y otros libros, y al cabo de unos años los
herederos se dieron cuenta de que no había atención personal ni seguimiento de
cada libro.
—No
es así como funcionan los grandes sellos.
—En los grandes sellos un libro dura los 28 primeros días del mes de su
lanzamiento, porque después es sustituido por otro. O sea que la ilusión de que
publicar con los grandes implica para el autor mayores posibilidades de
ganancia es totalmente falsa. No es que lo pequeño sea hermoso, pero al haber
una menor producción de novedades hay una mayor posibilidad de prestarles una
atención que beneficia al autor.
—Su política editorial se basa en
los long sellers.
—Los libros que se siguen vendiendo durante mucho tiempo. Y De la Flor
se mantiene con eso. Los libros de Walsh se publicaron por primera vez hace 32
años y siguen reeditándose y vendiendo. Ahora hemos autorizado una edición en
España de Variaciones en rojo y hemos
vendido los derechos de autor de Operación
masacre, de Cuento para tahúres,
o sea que seguimos defendiendo al autor después de muerto y para beneficio
también de los herederos.
—¿Cómo
llegan a la editorial algunos de estos libros de la colección Narrativas, como
el de Salvador Benesdra, El traductor?
—Lo de Benesdra es uno de esos casos trágicos. Yo no lo conocí nunca. Sé
que era un periodista, un tipo sumamente culto e inteligente. Un amigo
rosarino, Elvio Gandolfo, que había estado en el jurado de selección de premio
Planeta, me dijo que todo lo que había leído en el año que se presentó Benesdra
era bastante poco interesante, pero que había una novela bastante excepcional,
a la que le sobraban unas cuantas páginas, pero que era lo único fuera de
serie, era El Traductor. Retuve el
nombre. Después vi que era uno de los finalistas del premio Planeta de ese año.
Y un tiempo después un amigo de él, que era conocido mío, me trae el mamotreto,
me pidió que lo lea, me dijo que estaban dispuestos a aportar algo para la
edición, y lamentablemente lo dejé en el estante de los manuscritos para leer.
Un día abro el diario y me entero de que el autor de ese manuscrito se había
suicidado, entonces, con una curiosidad morbosa lo agarré y no lo pude dejar,
porque efectivamente le sobraban algunas páginas pero era una novela
alucinante, original, insólita. En ese momento me llama Américo Castilla,
compañero mío de Derecho, también abogado, que estaba en la Fundación
Antorchas, para decirme: «Che, ¿no conocés a un escritor que se llama Salvador
Benesdra?, porque le dimos nuestro premio para la publicación y estamos
llamando a la casa y no contesta». Le digo: «¿Vos no leés los diarios?». Y ahí
se enteró. Al final apareció el libro con subsidio de la Fundación y con algún
apoyo de los amigos, con una crítica estupenda, con muy poco éxito de venta. Es
una obra en el que confío, se sigue guardando para que algún día la gente lo
descubra.
—¿Cómo
es el trabajo de selección de los libros de autores extranjeros, cómo le
llegan?
—El año pasado compré un solo libro, de (Jacques) Derrida, que se llama Fe y Saber, que tiene un texto de él
sobre la religión y, después, una larga entrevista que es de aplicación en
todos lados pero, especialmente en Argentina, que se llama “El siglo del
perdón”, es de un periodista francés de origen polaco, y bueno, es un título
que pagamos 800 dólares que, en noviembre no era una suma exorbitante. La
traducción costó 2.000 dólares, porque se pagaron en diciembre (está traducido
por una de las pocas “derridólogas” que hay en el país, realmente una experta,
psicoanalista, que maneja muy bien el lenguaje de Derrida en francés),
entonces, hacer un libro con esa inversión inicial, con el papel comprado al
contado, con la imprenta pagada a los 30 días para que se venda a los 4 años es
un negocio chino, que sólo lo puede hacer cuando lo solventa otro tipo de
proyectos. Esto mismo pasa con el descubrimiento de nuevos autores. En los 70,
cuando empezamos, era muy posible que uno descubriera un autor que le parecía
valioso, que Primera Plana (la
revista semanal) hiciera un artículo elogioso y lo convirtiera en un best
seller sin que nadie tuviera idea de quién era el autor. Se nutría ese ascenso
a la popularidad, por un lado por una apetencia cultural real y, por otro,
snobismo y, después, disponibilidad económica. ¿Quién se compra hoy un libro
para ver qué es?
—¿Tiene
peso la crítica a la hora de difundir un libro?
—Creo que la crítica no lo tuvo nunca. Pero lo malo es el silencio,
cuando se omite toda referencia a un libro, porque nadie se entera de que
apareció. Claro, obviamente que la publicidad hace que se vendan libros que no
dependen de la crítica, y la inversión publicitaria de los grandes sellos, que
no se da sólo en los avisos en suplementos literarios, sino pagando lo que hace
falta para que un autor o autora sea entrevistado en programas como los de
Susana Giménez o Mirtha Legrand. Hace poco Rogelio García Lupo dijo que la
televisión sirve para vender libros que nadie leerá, y es cierto, porque
determinan la apetencia del que puede ir a comprar un libro del que se habla
pero que después no volverá a abrir, porque su curiosidad ya está satisfecha
con el rato que le dedicó al programa.
—¿Y
cómo es su política con las traducciones?
—Creo que uno decide con el traductor el criterio a
adoptar, sobre todo en este momento, en el cual es fundamental que los libros
se puedan exportar. En narrativa hay que tratar de pedirles una traducción lo
más neutra posible en el castellano, pero a veces esa neutralidad es una
traición al autor. Una vez fui a una conferencia de Borges en la que hablaba de
la traducción y decía que, por ejemplo, ante una lluvia ligera se podía decir,
en rioplatense, garúa, o decir cellizca, en castizo, y que él aconsejaba usar
llovizna, para que se entendiera en todas partes. Pienso que a veces hay que
escribir llovizna y otras, garúa, si se traduce desde aquí, pero es un acto de
voluntad y de inteligencia.
—Usted
contó que los derechos de autor del libro Los
animales no se visten, publicado a principio de los 70, empezaron
mandándolos a una pequeña editorial de Nueva York, luego absorbida por otra más
grande, luego fusionada con un pulpo y así. Que ya ni saben quiénes reciben
esos derechos.
—Es muy frecuente, la relación entre el autor y el editor casi no
existe. Cuando acordamos una edición en España de Variaciones en rojo de Walsh, empezamos las tratativas con una
persona del departamento editorial, hablamos de las condiciones, de la estricta
prohibición de enviarlo a América, en fin, se firmó el contrato. Ahora, esa
persona ya dejó de tener que ver. Otra persona, de otro sector, nos pidió hace
poco fotografías del autor y datos para la portada, y estamos lidiando con otro
para que manden el cheque del anticipo, o sea que obviamente no es una tarea
unipersonal por definición, pero se pierde la concisión cuando es una gran
empresa la que trabaja en este ramo.
—Una
antología de cuentos que publicó De la Flor en el 67 tenía un cuento, La cólera de un particular, que Walsh
decía que pertenecía a un vietnamita del siglo pasado y que siempre se sospechó
que era de Walsh.
—Se sonreía y nunca dijo nada. Dijo que lo había sacado de una edición
francesa que nunca vimos, se suponía que era una traducción. Era una alegoría
de la guerra de Vietnam.
—Y
ese tipo de juegos, de falsificaciones, de algún modo, ¿eran más frecuentes
antes?
—Sí, eran más frecuentes incluso mucho antes de que empezáramos. Se hizo
mucho en la década del 30, los grupos de Boedo y Florida, los apócrifos, la
antología apócrifa de (Conrado) Nalé Roxlo. Creo que correspondía a una época
más distendida y más lúdica en algún aspecto. Conozco el caso de alguien que se
tomó el trabajo de mecanografiar (porque no había computadoras) una novela
entera de (Jerzy) Kozinsky y la mandó a 38 editoriales y recolectó las notas de
rechazo de las editotriales. Era un libro que estaba publicado. Eran ese tipo
de chistes, que requerían mucho trabajo y mucho papel carbónico en ese momento.
—¿Y
si usted hubiera recibido esa novela?
—Y, podría haber metido la pata igual, en eso no hay garantías.
—¿Qué
es lo que evalúa al leer un libro?
—Que me guste a mí. Porque cuando las tiradas mínimas eran de tres mil
ejemplares yo pensaba, «Y, otros dos mil tipos a los que les guste lo mismo
debe haber».
—¿Recibe
materiales por email?
—A la editorial
llegan por email decenas de propuestas, en general con archivos adjuntos. Los
autores piensan que con algunas frases ditirámbicas sobre su propia obra van a
despertar la curiosidad de quien abre el correo. Un día, un tipo que se llama
Alejo García y tiene un segundo apellido que ahora no recuerdo, me manda desde
Barcelona un email diciendo que me adjunta su novela Conductores suicidas (es una canción de Sabina o de Aute), pero que
como sabe que no voy a abrir el archivo me da unas frases sueltas. Y tenía una
conversación de bar muy graciosa, muy estilo Fontanarrosa, en la que dos tipos
hacen un cálculo de cuántas aceitunas comieron en su vida. Me pareció tan
divertido esa idea totalmente idiota que me hizo abrir la novela, empecé a
leerla, me pareció fascinante y comencé a corregirla en pantalla, porque tenía
muchos defectos de edición, le contesté que me diera tiempo, porque lo iba a
hacer yo, finalmente vino en diciembre a Buenos Aires, en medio del despelote,
y le dije que tuviera paciencia, que le faltaba un final, que un capítulo era
demasiado largo. Ayer me llegó la nueva versión, que imprimiré para leerla y
algún día saldrá. Pero esto es casual, no es para alentar a nadie. Es como
picar una carnada.
Llega otra temporada navideña plagada de altas
tasas de Covid-19 y el temor de infectar a los más cercanos, esta vez en medio
de una escasez de suministros y otros problemas económicos. Mientras un
capitalismo estadounidense desbocado intenta vendernos el consumismo como la
respuesta a nuestras crisis actuales, incluso ahora, el periodista y ministro
presbiterano ganador del premio Pulitzer Chris Hedges nos recuerda que el
verdadero significado de la Navidad no tiene nada que ver con los obsequios que
se pueden comprar. Hedges se une a Robert Scheer en el “Scheer
Intelligence“ de esta semana para discutir qué experiencias personales le
revelaron de qué se trata la festividad cristiana, así como qué piensa del
cristianismo estadounidense en su versión actual y más frecuente.
“La Biblia fue utilizada por sistemas de poder para
perpetuar todo tipo de injusticias y persecuciones desde que la Iglesia
cristiana fue institucionalizada en el siglo III por Constantino, quien era un
dictador brutal”, dice Hedges. “[Una vez que el poder] cautivó esencialmente
esta ideología, fue [y] ha sido utilizado a lo largo de la historia para llevar
a cabo todo tipo de lo que yo llamaría [actos] heréticos. [Y] yo llamaría
herejes de la derecha cristiana; han aculturado los peores aspectos del
capitalismo e imperialismo estadounidense y la supremacía blanca con la
religión cristiana.
“Jesús, si viviera en la sociedad contemporánea,
sería indocumentado, porque no era ciudadano romano; vivía sin derechos, bajo
la ocupación romana”, añade el columnista de ScheerPost. “Jesús era una persona
de color; los romanos eran blancos. Los romanos clavaron a Jesús y a otras
personas de color en cruces de la misma manera en que los rematamos en el
corredor de la muerte, o los fusilamos en las calles por la policía
militarizada. Y a los romanos los tenía sin cuidado la importancia religiosa de
Jesús; lo mataron como insurrecto, como revolucionario, porque temían el
radicalismo del evangelio cristiano, que tanto desafiaba la cultura romana.
“El estado romano miró a Jesús de la misma manera
que el estado estadounidense miró a Malcolm X o Martin Luther King”, concluye. “Y,
como se demuestra a lo largo de la historia, los profetas a menudo son
asesinados”.
Esta es la conversación completa entre Scheer y Hedges
mientras el anfitrión le pregunta al reverendo cómo reconocer el uso indebido
del cristianismo, así como cómo desafiar directamente la inmoralidad con las
propias acciones, culminando en una parábola navideña personal pero
profundamente universal del propio Hedges.
—Hola, soy
Robert Scheer con otra edición de Scheer Intelligence, esta vez obviamente
vinculada con la Navidad. Y tengo a mi reverendo favorito, el reverendo Chris
Hedges quien, en primer lugar, tuvo un padre que fue un ministro presbiteriano;
fue a la Harvard Divinity School, fue ordenado años más tarde después de una
carrera en periodismo. Es una persona a quien recurrir sobre lo que dice la
religión y, en particular, sobre el cristianismo. Ha escrito sobre el fascismo
cristiano; comprende toda su complejidad. Así que voy a tirarle ésto. Recuerdo
un lema de mi juventud: había algunas personas en el lado religioso de las
cosas que decían que querían devolver a Cristo en Navidad, que esta festividad
se había comercializado totalmente y que Cristo quedaba fuera de ella. Así que
comencemos con eso. ¿Cuál es la relevancia de la Navidad para esta religión
nacional nuestra, qué es?
—Ah, bueno, esa es probablemente una crítica justa;
se ha comercializado por completo, y como cada vez menos personas tienen alguna
relación con la Iglesia institucional, probablemente se trata sólo de eso. Pero
la historia real de la Navidad me recuerda cuando estaba en un campo de
refugiados en Honduras para guatemaltecos que habían huido de los combates a
principios de la década de 1980. Eran todos campesinos, muy pobres, que vivían
en el barro, en tiendas de campaña proporcionadas por la ONU. Y estaban todos
colgando tiras de papel de colores, porque decían que por la noche iban a
celebrar lo que se conoce como el Día de los Santos Inocentes. Ese es el
momento en que Herodes, para evitar el nacimiento del Mesías –según la Biblia–,
mata a los hijos de Belén; pero María, José y el niño Jesús son advertidos y
huyen.
Ahora, esa es una historia –es de Mateo– que yo
podría recitar de memoria. Escuché a mi padre leerla en los servicios de
Navidad todas las noches; vivíamos en una pequeña ciudad agrícola en el norte
del estado de Nueva York. Pero les pregunté, bueno, ¿por qué es un día tan
importante? Y dijeron, bueno, porque ese es el día en que Cristo se convirtió
en refugiado. Y me di cuenta del poder de esa historia para alguien que tuvo
que huir con sus hijos de los ataques asesinos del ejército guatemalteco y los
escuadrones de la muerte. Tenía un significado completamente diferente al que
tenía para alguien que vivía con relativa comodidad en una comunidad agrícola
en el norte del estado de Nueva York.
Y entonces creo, y creo que James Cone,
el gran teólogo, ha dado en la tecla en este punto: que el evangelio fue
escrito, en sus palabras, para los crucificados de la tierra, y que ellos ven
en estas historias de persecución y finalmente crucifixión, un mensaje que se
pierde entre las personas que no sufren ese tipo de opresión.
Chris Hedges
—Entonces,
esta es la visión positiva del evangelio y del cristianismo. Y sé que fuiste
ordenado oficialmente para que pudieras ser más eficaz en tu trabajo en las
cárceles, con los presos, etc. Y, obviamente, la historia que acabás de contar
es la de brindar fuerza y comprensión a los más desposeídos. Y el Papa
católico actual se entrega a ese mensaje. Asimismo, hay otro lado del impacto
del cristianismo, vos escribiste sobre el fascismo cristiano, y sabemos que el
antisemitismo también fue alimentado por algunas percepciones del evangelio.
Y
recuerdo que cuando era niño, y es una de las razones por las que acudo a vos
en estas ocasiones, tuve una relación muy ambigua –al igual que muchas
personas, y ciertamente muchas que no eran cristianas– en esta festividad. Y
recuerdo que cuando era niño, la canción que cantábamos y que nos gustaba mucho
era “Sueño con una blanca Navidad” (“I’m
Dreaming of a White Christmas“). Y fue un sueño de familia e inclusión y
amor y apoyo, y todos lo cantaron; era muy popular y lo había escrito un judío,
Irving Berlin, que tenía un nombre diferente cuando empezó; Israel fue su
primer nombre. Y sin embargo, al investigarlo solo para esto, pensé bien, ¿qué
pasa con esta canción? Y solíamos pensar que era un poco extraño, porque en ese
momento muchos de nuestros vecinos católicos pensaron –bueno, algunos de
ellos–, pensaron que los judíos habíamos matado a Cristo. Y yo era de una familia
mixta; mi padre había nacido luterano y mi madre era judía. Sin embargo, de vez
en cuando me responsabilizaron por este deicidio, y ya se sabe: “vos mataste a
nuestro Señor”.
Y
parecería haber una ironía ahí. Fue una época positiva, fue una época en que,
de alguna manera, los judíos no fueron incluidos. Sin embargo, Irving Berlin,
quien escribió esa canción, estaba casado con una mujer católica que iba a la
iglesia todo el tiempo. Pero no fue hasta 1965 cuando el Papa Juan dijo
oficialmente que los judíos no eran responsables, y fue en 2011 cuando el Papa
Benedicto XVI lo dijo oficialmente. Así que esta acusación de antisemitismo
alimentado por deicidio fue utilizada por los nazis de manera muy eficaz
durante la Segunda Guerra Mundial. Entonces, ¿por qué no comentás un poco sobre
esa contradicción?
—Bueno, la Biblia ha sido utilizada por los
sistemas de poder para perpetuar todo tipo de injusticias y persecuciones desde
que la Iglesia cristiana fue institucionalizada en el siglo III por
Constantino, quien fue un dictador brutal, un dictador salvaje. E intentaron
codificarla, es decir, la Biblia proviene del término griego “ta biblia”, que
significa “libritos”. Así que había todo tipo de libros, libros gnósticos,
historias matriarcales e historias que fusionaban las costumbres paganas
romanas con la religión cristiana, y uno entraba y sacaba lo que quería. Bueno,
eso no se reunió en una doctrina formal hasta el siglo III. Ninguno de los
evangelios, por supuesto, fue contemporáneo de la vida de Jesús.
Y así, una vez que el poder cautivó esencialmente a
esta ideología, fue y ha sido usada a lo largo de la historia para llevar a
cabo todo tipo de lo que yo llamaría herejías, los llamaría herejías de derecha
cristiana. Que han aculturado los peores aspectos del capitalismo e
imperialismo estadounidense y la supremacía blanca con la religión cristiana.
Los nazis, por cierto, hicieron lo mismo con la llamada Iglesia cristiana
alemana. Pero solo una lectura atenta de la Biblia desafía mucho de eso. Y
Jesús, si viviera en la sociedad contemporánea, sería indocumentado, porque no
era ciudadano romano; vivía sin derechos, bajo la ocupación romana. Jesús era
una persona de color; los romanos eran blancos. Los romanos, ya sabés, clavaron
a Jesús y a otras personas de color en cruces de la misma manera en que hoy los
rematamos en el corredor de la muerte, o los fusilamos en las calles por la
policía militarizada.
Y a los romanos les tenía sin cuidado la
importancia religiosa de Jesús; lo mataron como insurrecto, como revolucionario.
Porque temían el radicalismo del evangelio cristiano, que desafiaba tanto a la
cultura romana. Entonces, el estado romano miró a Jesús de la misma manera que
el estado estadounidense miró a Malcolm X o Martin Luther King. Y como se
demuestra a lo largo de la historia, a menudo se mata a los profetas. Entonces,
sí, tenés razón. Se ha pervertido y se ha utilizado. Quiero decir, desde la
Inquisición hasta las Cruzadas y el antisemitismo llevado a cabo contra los
judíos en Europa, se ha utilizado con bastante eficacia para dar una especie de
santificación al genocidio, el asesinato y la opresión. Pero no creo que eso
esté de ninguna manera de acuerdo con las enseñanzas de Jesús o con la vida que
llevó Jesús.
—Bueno,
está esta competencia sobre lo que básicamente es el legado de Jesús –y sé que
hay un proyecto para descubrir realmente qué se le puede atribuir. Dejame ir al
grano aquí. ¿Existió Jesús? ¿Cuál es la documentación, si lo hizo, de lo que
dijo? ¿Qué terreno, o qué diferentes terrenos, son los correctos? De mis
favoritas, una de las ideas más importantes atribuidas a Jesús está en la
parábola del buen samaritano, pero me han dicho que solo está en Lucas. No
tiene el mismo significado si hubiera estado en todos los evangelios, etcétera,
etcétera. Así que entrás ahí y, ya sabés, tenés a la gente de la iglesia de la
prosperidad diciéndote, no, ése es el verdadero Jesús, él quiere que te hagas
rico y seas feliz.
Entonces,
¿qué es lo que nos pone en pugna aquí? Y la razón por la que te planteo esto
–sé que podés irritarte cuando lo planteo–, es que me preocupa que, en primer
lugar, estas ideas sean mal utilizadas por diferentes personas. Pero también,
¿de dónde sacamos la ética y la moral sin religión? Esa es una pregunta que muy
a menudo no se plantea, básicamente, en una cultura secular. Pero al menos en
nuestras religiones tradicionales existe una noción de responsabilidad; hay una
noción de juicio, hay una noción de que tu vida tiene que sumar en algún
tribunal sumario de significado, valor y ética. Y la sociedad secular se
enfrenta a la realidad de que tal vez no haya un núcleo ético, moral.
—Bueno, se puede tener ética sin religión. Quiero
decir, no sé que Kant sea considerado un religioso; Aristóteles, Sócrates,
quiero decir, todo tipo de figuras buscaban perpetuar o propagar la vida ética,
que no necesariamente provenían de una tradición religiosa. Creo que donde la
religión es probablemente más poderosa es cuando se trata del misterio, lo
sagrado y lo trascendente, y todas estas fuerzas que existen para todos
nosotros. La búsqueda de una vida con sentido, la lucha con nuestra propia
mortalidad. Y eso casi siempre, creo, te empuja a usar algún tipo de lenguaje
religioso. Pero ya sabés, las élites del poder en todas las sociedades –no solo
en la sociedad cristiana– siempre han buscado –y esto era cierto con el Islam,
con el Budismo, con todo lo demás– han buscado cooptar líderes religiosos para
servir a sus intereses, y esos líderes religiosos están bien compensados, a
menudo, y esencialmente integrados en la estructura de poder. Billy Graham sería un
ejemplo de eso.
Pero creo que siempre han existido estos elementos
radicales en cualquier sociedad, estos elementos religiosos radicales –por
supuesto, éramos amigos con Daniel Berrigan,
el gran sacerdote católico radical– que creo que se ha aferrado a los problemas
centrales planteados por todas las grandes religiones del mundo, y trató de
llevar una vida religiosa. Pero a menudo no solo desafiaron a los principales
centros de poder, [sino que] crearon antagonismos entre ellos y las estructuras
religiosas institucionales. Mi propio padre enfrentó eso al defender los
derechos LGBTQL en los años setenta cuando la Iglesia no reconocía la igualdad
de las personas LGBTQL en términos de ordenación, matrimonio o cualquier otra
cosa. Y fue atacado despiadadamente por eso, aunque había pasado casi 40 años
como ministro parroquial.
Así que llega a esta idea sobre la que escribe el
teólogo Paul
Tillich, todas las instituciones, incluida la Iglesia –escribe Tillich–,
son inherentemente demoníacas. Entonces, de muchas maneras, creo que para
acercarnos más al radicalismo de —y al tema central de la empatía y el
ministerio, como mencionaste, el Buen Samaritano, el ministerio para los que
sufren— volvamos a Cone, al crucificado de la tierra; y eso a menudo tiene que
hacerse desafiando las mismas instituciones religiosas a las que uno puede
pertenecer, que muy bien pueden expulsarlo. Quiero decir, Spinoza, que era
judío, fue excomulgado. Ya sabés, a menudo se ve a estas figuras –especialmente
a los reformadores radicales– como herejes, son condenados como herejes.
—Entonces,
decidiste ordenarte y fuiste a la Escuela de Teología de Harvard, que es,
supongo, el centro de la conciencia protestante sobre la ética histórica. Y lo
hiciste al ingresar a las prisiones –la gente conoce tu escritura, saben que
escribiste bastante sobre cárceles, pero también que te has dedicado los
últimos, ¿cuántos, 15 años?, a la enseñanza en las prisiones. Y la religión
surge todo el tiempo.
Y una
cosa que diferencia ciertamente al cristianismo –y estamos aquí para hablar
sobre la Navidad–, digamos, de Aristóteles u otros, es la noción de rendir
cuentas (accountability). Y rebelión. Porque lo que se tiene en, al menos la
imagen percibida de Jesús, la forma en que Martin Luther King o el padre
Berrigan se refirieron a él, fue como un rebelde. Desafiando a la autoridad. Si
vas a Aristóteles, tenés una autoridad defensiva, ciertamente una autoridad
griega. Y ya sabés, e incluso a Confucio, del Buen Emperador. Y al menos lo que
fue convincente, digamos, para King, como un muy buen ejemplo –por cierto acá
está la Iglesia Bautista Negra en oposición a la Iglesia Bautista blanca–, fue
la noción de Jesús como un instrumento de justicia. De aceptación, de
preocupación por los menos entre nosotros. Y es un mensaje muy poderoso en el
que queda afuera de mucho de lo que considera filosofía de la conveniencia: ya
sabés, haz a los demás lo que te harías a ti mismo. Aquí hay una noción, no:
eres responsable de preocuparte por los menos entre nosotros. Y todos tenemos
un alma, y así sucesivamente. Y eso me parece que es lo que se ha perdido en
el cristianismo moderno.
—Bueno, ese es el corazón de la historia de
Navidad, es realmente, creo, una especie de lección sobre cómo ser humano.
Acerca de arrodillarse ante un recién nacido indefenso, vulnerable, despreciado
y pobre. Así es, y es por eso que los romanos estaban tan aterrorizados. Porque
invirtió los valores tradicionales romanos. Que nos llama a proteger, ya sabés,
usemos el término bíblico, los más pequeños entre nosotros. Y no solo a los más
pequeños entre nosotros, sino que son demonizados y rechazados. Entonces, ese
es el poder, para mí, de todos modos, de la historia de Navidad.
—A
ver, no espero que tengas todas las grandes respuestas, y que te burles de vez
en cuando, decís que parece que yo menciono esto más que vos. Pero tus escritos
sobre el fascismo cristiano, el mal uso o el uso del cristianismo para apoyar
básicamente el racismo y la xenofobia, etc., sugieren que ese es un elemento
muy poderoso en los Estados Unidos contemporáneos en este momento.
—Bueno, es predominante. Quiero decir, la Iglesia
principal de la que salgo está muriendo; cada año los números disminuyen, las
iglesias cierran. Y así es esta fusión de la iconografía y el lenguaje del
estado con la iconografía y el lenguaje de la Iglesia cristiana. Entonces es la
sacralización del poder estatal, pero las peores formas de poder estatal, del
capitalismo. Por ejemplo, toda la idea de que Dios recompensa o Jesús
recompensa a los justos significa que si vivís en la pobreza, las privaciones y
el sufrimiento, merecés lo que recibís. No necesitás sindicatos, no necesitás
atención médica, no necesitás vacunas; es un Jesús mágico. Y eso es muy
atractivo para las personas que se sienten apartadas del resto de la sociedad.
Porque lo que viene con eso es un llamado a la santa venganza contra estas
fuerzas satánicas que han creado este mundo disfuncional a su alrededor. Esa es
una parte muy grande del mensaje de la derecha cristiana, y por qué ese tipo de
violencia santa es una parte integral –o creo que una parte muy atractiva–,
para las personas que sienten, quiero decir, no incorrectamente, que han sido
desposeídos por una sociedad que ya no los necesita ni se preocupa por ellos.
—Bueno,
esta combinación de oportunismo por parte de fuerzas muy poderosas
—corporaciones, el estado— y un mensaje para la gente que está desesperada por
su condición tiene precedentes en otras sociedades. Y en particular, y quiero
terminar con esto, pero cuando hablamos del fascismo cristiano, me refiero al
eco que hay de la Alemania nazi. Y cuando lo mencionás, la gente dice, vamos,
eso es una exageración; bueno, creo que cada vez más personas en los Estados Unidos
reconocen, ya sabés, incluso una sociedad muy próspera –es que Alemania había
sido en diferentes momentos de su historia contemporánea, bien educada, etc.–,
puede volverse loca. Y puede alojar lo que parecerían ser ideas
contradictorias. Puede tener, como hizo Alemania, ciencia sólida y claridad y
lógica y demás, y sin embargo participar en una guerra religiosa contra los
judíos, principalmente, y luego contra otros, o “el otro”. Y lo vemos ahora en
los Estados Unidos. Quiero decir, eso es básicamente sobre lo que estuviste
escribiendo; es la combinación del Estado capitalista, racional y calculador,
que era Alemania, con este atractivo religioso primitivo y verdaderamente
irracional.
—Correcto. Y hay similitudes muy aterradoras. Como
que Hitler, a los ojos de esta Iglesia cristiana alemana, era el Volk Messiah
(el mesías del pueblo): era un instrumento de Dios. La misma opinión que los
evangélicos de derecha tenían sobre Trump. Y luego buscó a aquellos que fueron
demonizados por el colapso económico de Alemania, especialmente judíos y
comunistas, y en términos religiosos se convirtieron en agentes de Satanás.
Nuevamente, eso se repite en los Estados Unidos.
Quiero decir, estudié con el gran erudito James Luther Adams, que tenía 80 años
cuando yo estaba en la Harvard Divinity School, y había estado en Alemania –era
bilingüe– en 1935 y 1936, y de hecho abandonó la Universidad. de Heidelberg y
trabajó durante un año con la Iglesia Confesional, en la clandestinidad, con
Bonhoeffer, Niemöller, Schweitzer, todas estas figuras, hasta que fue detenido
por la Gestapo y expulsado. Y nos trazó estos paralelos con la derecha
cristiana; de hecho, fue la primera persona a la que escuché usar el término “fascista
cristiano”. Solía decirnos, cuando tengan mi edad, todos estarán luchando
contra los fascistas cristianos; todos teníamos veintitantos años, y aunque
ciertamente fue uno de los eruditos más brillantes con los que he trabajado,
Pensé que incluso entonces estaba siendo hiperbólico. Bueno, por supuesto, resulta
que vio lo que estaba sucediendo mucho antes que nosotros.
Así que por supuesto que Trump no tenía ideología;
fueron los fascistas cristianos quienes llenaron ese vacío ideológico. Y lo que
viene a continuación en 2024 puede que no sea Trump, pero probablemente será
una figura parecida a Trump, como Pompeo o DeSantis u otra persona; Tom Cotton,
no lo sé. Pero sospecho que estarán mucho más arraigados dentro de este
movimiento —Trump no estaba incorporado en absoluto— y, no sin espanto,
probablemente más competentes. Y creo que con el regreso de estos fascistas
cristianos al poder, el tema primordial, dado el intento de censura y el 6 de
enero y la creencia de que las elecciones fueron robadas, será un reinado de
venganza, una venganza realmente aterradora.
—Vamos
a concluir sobre esto, pero en mi opinión, este es el dilema esencial, en
realidad, de la condición humana. En realidad, no tenemos una historia de
quiénes somos, qué somos, por qué estamos aquí, de qué se trata la vida, qué es
la mortalidad. Tenemos, ya sabés, intentos; lo científico va lejos, pero al
final no logra decirte de qué se trata, la mortalidad, etc., y el significado.
Y luego tenés esta variedad de religiones en competencia que pueden retorcerse
y cambiarse. Y entonces tenés gente citando, ya sea el Antiguo o el Nuevo
Testamento o lo que sea, o un budismo que puede ser opresivo, puede ser
liberador, cualquiera de estas religiones. Y realmente, cuando se trata de
moralidad, estamos en una tierra de nunca jamás. Y sos un tipo que está tratando
de hacer valer un imperativo moral. Y a veces me decís, básicamente, que ya no
estás en la religión como guía. Entonces, ¿por qué no sacamos una conclusión de
eso? ¿Qué debe pensar la gente de la condición humana?
—Bueno, el imperativo moral, en realidad, el
imperativo categórico, éso en realidad viene de Kant. Creo que realmente el
problema es que, si querés hablar en términos religiosos, es la ley de Dios
versus la ley humana. Y luego Martin Luther King, creo, habló sobre esto con
bastante elocuencia: que tenemos el deber de desafiar la ley humana cuando está
en conflicto con la ley de Dios. Y eso puede ser muy empoderador. Solzhenitsyn
escribe en Archipiélago Gulag sobre
los más capaces psicológicamente de soportar los gulags, y dijo que eran los
chechenos, que eran musulmanes practicantes, y los cristianos, los que no
preguntaban si era práctico; solo preguntaban si estaba bien. Y a menudo morían
en mayor número. Pero tenían una especie de sentido o vínculo que les permitía
o les daba una especie de protección contra muchas de las fuerzas opresivas que
los rodeaban.
Y H. Richard Niebuhr tenía una gran cita, decía: “La
religión es algo bueno para las personas buenas y algo malo para las personas
malas”. Hay todo tipo de charlatanes, y las ondas de radio están llenas de
ellos, que abusan de la religión para manipular la desesperación de la gente
como, creo, está sucediendo con la derecha cristiana. Y luego están esas
magníficas figuras; no olvidemos que tanto Martin Luther King como Malcolm X
salieron de una religiosidad fuerte, tenían una fuerte orientación religiosa.
King escribe sobre ello al final de Strength
to Love. Y creo que, especialmente en los momentos extremos, diría que ese
tipo de orientación hacia el mundo, que he tenido desde que nací, es muy
liberador y te da una especie de sentido del bien y del mal, y un sentido de
dirección que te permite al menos aferrarte a vos mismo.
—Entonces,
finalmente, cuando entendemos, digamos, que el Papa lava los pies de los
prisioneros y demás, quiero ponerte en esta imagen, Chris Hedges. No es fácil
entrar en estas cárceles. No es fácil soportar esas condicionesen las que
trabajás, y mucho menos ser un prisionero. ¿Y esta es tu conexión con tu padre?
¿Es allí donde vas a meditar y pensar en esto?
—En toda mi carrera como periodista, me coloqué en
situaciones de extrema opresión: El Salvador durante la guerra, Gaza, Sarajevo.
Y la prisión, ir a las cárceles cuando regresé del extranjero, mantiene ese
tipo de continuidad. Creo que eso es lo que siempre he hecho, y creo que eso
surge de mi trasfondo religioso y de mi entendimiento de que uno debe estar con
los crucificados de la tierra. Y que a menudo, si uno realmente apoya a los
oprimidos, serán tratados como los oprimidos.
Y eso en realidad es un gran consuelo, porque, ya
sabés, solía trabajar para el New York Times cubriendo las historias más
importantes del mundo. Y si escribía una historia en la portada del Times y al
día siguiente el Departamento de Estado tendría que realizar una rueda de prensa
al respecto. Bueno, eso ya no pasa. Me han expulsado. Y, sin embargo, creo que
esa comprensión muy clara de lo que significa la vida me da mucho consuelo, y
no una sensación de pérdida, sino una sensación de... ya sabés, no quiero usar
la palabra “logro”, pero con la sensación de que soy capaz de ser quien debo
ser.
—Entonces,
finalmente, sos el hijo de tu padre. Tu padre, el ministro, estaría orgulloso
de vos; estás orgulloso de tu padre. Y no es exclusivo de la tradición
cristiana, pero hay algo en las religiones que puede producir responsabilidad
(en el sentido de “accountability”: rendir cuentas). ¿Y no es esa la lucha
principal, que no dejemos que dominen el arribismo, el oportunismo y el
individualismo de cierto tipo? ¿Que hay responsabilidad, un rendimiento de
cuentas moral?
—Sí, pero aún más, no se puede enseñar moralidad.
Tenés que demostrarlo. Entonces, quiero decir, vi a la gente abandonar los
sermones de mi padre cuando hablaba en medio del Movimiento de Derechos Civiles
o en contra de la Guerra de Vietnam. Y luego, por supuesto, la Iglesia lo
expulsó por defender los derechos de LGBTQL; fue expulsado.
Y recuerdo que estaba en Colgate, y él tenía una
gran iglesia en Syracuse; le dijeron que dejara de hablar sobre la igualdad
para las personas de LGBTQL, y en su lugar celebró un servicio de Pascua para
la comunidad de LGBTQL en la ciudad de Syracuse, y vino a buscarme. Dijo que
probablemente esta sea la última vez que me escuchen predicar. Y se levantó y
dijo: el matrimonio es un sacramento; no es una recompensa por ser
heterosexual, y cualquier iglesia que no honre el sacramento del matrimonio no
merece llamarse cristiana. Y lo crucificaron por eso, la iglesia a la que
dedicó su vida. Y así es como se transmite la moralidad.
Entonces, sí, porque lo vi; y vi que implica
sacrificio, y si no hay sacrificio, probablemente no sea muy moral. Y así es:
ya sabes, es mi voz, pero son las palabras de mi padre. Y en la religión
cristiana, eso se llama resurrección.
—De
acuerdo. Concluyamos esto. ¿Es correcto decir que esta es una parábola de
Navidad? ¿Es ese el uso correcto de la palabra? ¿Pueden las personas compartir
esto con sus hijos o nietos, reverendo?
—Sí, sí. Tenés que actuar moralmente; no podés
enseñarlo. Tenés que hacerlo, si vivís la vida moral, eso es lo que perpetúa la
vida moral de quienes te rodean. Como dijo Daniel Berrigan, lo bueno atrae lo
bueno.
Robert Sheer: Bien, ésto
es todo para esta edición de Scheer Intelligence. Agradezco a Christopher Ho de
KCRW por poner esto al aire, y a Natasha Hakimi por escribir las introducciones,
Joshua Scheer por encargarse de la producción, Lucy Berbeo por hacer la transcripción.
Y la JWK Foundation en memoria de Jean Stein, una periodista muy independent y
moralmente comprometida, por ayudar a financiar estos programas. Nos vemos la
semana que viene con otra edición de Scheer Intelligence.
Debajo todas los vínculos a etiquetas y categorías del
original
Nota bene: El original de esta traducción puede leerse acá. Se respetaron todos los hipervínculos incluidos en el texto (que es la transcripción de una conversación que puede escucharse acá) y se agregaron otros para mejor comprensión del contexto, sobre todo las referencias a nombres de teólogos y religiosos conocidos en EEUU.
En su nuevo libro, White Freedom: The Racial History of an Idea
(Libertad blanca: la historia racial de
una idea), el historiador Tyler Stovall busca un nuevo abordaje de la
relación entre libertad y raza en las sociedades occidentales modernas. Este
enfoque revela una perspectiva histórica diferente en la comprensión de cómo la
era de la Ilustración, que proporcionó la base para las concepciones
occidentales modernas de la libertad humana, coincidió con el apogeo de la trata
transatlántica de esclavos y cómo los Estados Unidos podrían fundarse
simultáneamente en las dos ideas: la libertad y la esclavitud africana, el
genocidio de los nativos americanos y la exclusión racial sistemática.
Stovall hace esto
sosteniendo una explicación alternativa a lo que describe como la
interpretación "paradójica" y estándar de la libertad y la raza.
"Si la libertad representa la cima de la civilización occidental –dice
Stovall–, el racismo, encarnado sobre todo por historias horribles como la
trata de esclavos y el Holocausto, es su punto más bajo". En otras
palabras, el enfoque paradójico ve la libertad y la raza como opuestos. Esto
significa que no hay nada en la libertad que esté intrínsecamente racializado.
La relación entre libertad y raza desde esta perspectiva, argumenta Stovall, se
debe más a "inconsistencias y debilidades humanas que a cualquier lógica
subyacente".
Stovall desafía la visión
paradójica argumentando que no hay contradicción entre libertad y raza. En
cambio, piensa que las ideas de libertad en el mundo moderno han sido
racializadas y que la blancura y la identidad racial blanca son intrínsecas a
la historia de la libertad moderna. De
ahí la noción de Stovall de libertad blanca.
El libro de Stovall tiene como objetivo contar la historia de la
libertad blanca desde las revoluciones francesa y estadounidense hasta el
presente. Pero, ¿hasta qué punto se puede reducir la vasta historia de la
libertad moderna a la libertad de los blancos? ¿Cómo puede la libertad blanca
explicar las diferencias de clase? Además, si la libertad moderna está
racializada, ¿cómo diferenciarla del fascismo y otras formas de nacionalismo
blanco? ¿Y puede la libertad política romper con el legado de la libertad
blanca? Para responder a estas preguntas, hablé con Stovall sobre la historia
de la esclavitud y la inmigración en Estados Unidos, el fascismo de Benito
Mussolini y Adolf Hitler, el trumpismo y la reciente elección de Joe Biden para
la Casa Blanca.
—¿Puede
explicar su concepto de libertad blanca?
—En este estudio sostengo que la
libertad blanca, que es un concepto de libertad concebida y definida en
términos raciales, subyace y refleja tanto la identidad blanca como la
supremacía blanca: ser libre es ser blanco, y ser blanco es ser libre.
—Su
pensamiento sobre la libertad de los blancos ha sido fuertemente influenciado
por los estudios sobre la blancura. ¿Puedes explicar la conexión entre los dos?
—Los estudios sobre la blancura
parten de la proposición de que la blancura no es simplemente el estándar de
oro neutral y no examinado de la existencia humana, el contra argumento es que
la identidad blanca es racial, y que la gente blanca son seres tan racializados
como las personas de color. White Freedom
explora las formas en que el ideal de libertad es un componente crucial de la
identidad blanca en el mundo moderno, que los grandes movimientos por la
libertad como las revoluciones estadounidense y francesa o las guerras
mundiales del siglo XX han construido la libertad como blanca. Más en general,
este libro sigue la tradición de los estudios sobre la blancura al considerar
cómo una ideología tradicionalmente vista como universal, de hecho, contiene
una importante dimensión racial. Sostengo que con frecuencia, aunque no
siempre, en la historia moderna, la libertad y la blancura han ido juntas, y el
ideal de libertad ha funcionado para negar las realidades de la raza y el
racismo.
—¿Cómo
respondería a la crítica de que su noción de libertad blanca es potencialmente
monolítica? ¿Cómo explica su diversa aplicación e impacto histórico,
especialmente en lo que respecta a las diferencias de clase?
—Empezaría diciendo que la
libertad blanca no es de ninguna manera el único tipo de libertad, que en la
historia moderna otras visiones de libertad más inclusivas se le han opuesto
con frecuencia, y esas visiones a menudo interactúan y se refuerzan mutuamente.
Uno piensa, por ejemplo, en el surgimiento de los movimientos por el sufragio
femenino en la Gran Bretaña y Estados Unidos del siglo XIX a partir de las
luchas por abolir la esclavitud. El concepto de libertad blanca coloca a la
raza en el centro de la historia de la libertad, algo que encontré necesario
hacer tanto porque con frecuencia se ha dejado de lado o visto como algo
periférico a la historia, y porque hacerlo más central en mi opinión ofrece
nuevos conocimientos sobre la naturaleza de la libertad en general.
Las diferencias de clase, y las
formas en las que históricamente han sido racializadas, también juegan un papel
importante en el desarrollo de la libertad blanca. El ejemplo de los
inmigrantes irlandeses durante el siglo XIX proporciona un caso interesante.
Tanto en Gran Bretaña como en Estados Unidos, los inmigrantes irlandeses no
solo ocuparon los peldaños más bajos de la sociedad, sino que con frecuencia
fueron racializados como salvajes y no blancos durante las primeras partes del
siglo. En Gran Bretaña, la integración en movimientos de la clase trabajadora
como el cartismo (Chartism, en inglés) y la huelga en los muelles de Londres de
1889 les trajo hasta cierto punto el estatus de blancos, mientras que en
Estados Unidos la capacidad de los irlandeses de la clase trabajadora para
diferenciarse, a menudo violentamente, de los afroamericanos ayudó gradualmente
a habilitar su aceptación como blancos por la sociedad dominante, integrándolos
en la blancura estadounidense.
—Usted arguye que la paradoja de los esclavistas estadounidenses
que luchan por la libertad no es una paradoja en absoluto si se consideran las
dimensiones raciales de la idea estadounidense de la libertad durante la
Revolución estadounidense. Negar la libertad a los esclavos negros no fue una
contradicción, sostiene, porque la libertad estaba reservada para los blancos.
¿En qué se diferencia aquí su pensamiento sobre la libertad y la esclavitud de
los blancos del notable Proyecto 1619 de The
New York Times, que provocó una tormenta de controversia al argumentar que
la Revolución Estadounidense se libró principalmente para preservar la
esclavitud?
—Creo que el argumento del
Proyecto 1619 de que los padres fundadores libraron la Revolución Americana en
defensa de la esclavitud tiene mucho de recomendable, aunque creo que este
debate podría beneficiarse de algunos matices. Por cierto, los propietarios de
esclavos estadounidenses, que estaban ampliamente representados entre los
defensores de la independencia, estaban preocupados por las implicaciones del
caso Somerset de 1772, que prohibió la esclavitud en Gran Bretaña, para las
colonias y su propia propiedad. El llamado de 1775 de Lord Dunmore, gobernador
real de Virginia, a los esclavos estadounidenses para liberarse de sus amos y
luchar por los británicos los indignó aún más, lo que los llevó a condenarlo en
la Declaración de Independencia por haber fomentado insurrecciones internas
contra los colonos. También es cierto que esta cuestión dividió amargamente a
los patriotas del Norte y del Sur, en formas que, en última instancia,
prefiguraron la Guerra Civil. Es muy posible que la revolución dedicada a
abolir la esclavitud, como querían muchos norteños, no hubiera logrado obtener
el apoyo de Virginia y otras colonias del sur y, por lo tanto, hubiera sido
derrotada. Si eso significa o no que el objetivo principal de la Revolución era
la preservación de la esclavitud, era menos claro.
Sin embargo, existen otras
formas de abordar este tema, que el debate actual ha tendido a descuidar.
Primero, hay que considerar la perspectiva y las acciones de los propios
esclavos, que constituían aproximadamente el 20 por ciento de la población de
la América colonial. White Freedom no solo considera que la cuestión de la
esclavitud es fundamental para la Revolución Estadounidense, sino que también ve
a la Revolución como uno de los grandes períodos de resistencia y revuelta de
los esclavos en la historia de Estados Unidos. Decenas de miles de esclavos,
incluidos 17 pertenecientes al propio George Washington, huyeron de sus
plantaciones en un intento por alcanzar las líneas y la libertad británicas. Ya
sea que los patriotas blancos creyeran o no que estaban luchando por la
independencia para preservar la esclavitud, muchos de sus esclavos ciertamente
lo hicieron, y actuaron sobre la marcha de acuerdo con esa creencia. La
historia estadounidense hasta el día de hoy elogia a los negros como Crispus
Attucks que lucharon por la Revolución, pero ignora el número mucho mayor de
esclavos estadounidenses que tomaron las armas por los británicos. Para muchos
afroamericanos, por lo tanto, la Revolución Americana fue ciertamente una lucha
por la libertad, pero por la libertad de sus dueños estadounidenses blancos y
de la nueva nación independiente por la que lucharon.
En segundo lugar, se debe
subrayar el punto básico de que, cualesquiera que sean las motivaciones
relativas de los patriotas de 1776 para buscar la libertad y la independencia
de Gran Bretaña, los nuevos Estados Unidos de América que crearon eran una
república esclavista, y seguirían siéndolo durante la mayor parte de la
historia. siglo. Ciertamente es cierto que la Revolución resultó en la
abolición de la esclavitud en todo el Norte después de la Revolución, pero eso
no cambió el hecho de que la abrumadora mayoría de los afroamericanos eran
esclavos antes de 1776 y siguieron siéndolo durante décadas a partir de
entonces. Además, lejos de ser una reliquia de un pasado imperial, la
esclavitud demostró ser una parte dinámica y central de la economía y la
sociedad estadounidenses a principios del siglo XIX. Tanto si los patriotas
estadounidenses se rebelaron para preservar la esclavitud como si no, el éxito
de su revuelta hizo exactamente eso, creando una nueva nación que en gran
medida reservó la libertad para los blancos.
—La
Estatua de la Libertad podría considerarse el símbolo de libertad más conocido
en el mundo moderno. Con provocación declarás que "es la representación
más grande del mundo de la libertad blanca". ¿Por qué?
—La Estatua de la Libertad simboliza la libertad blanca en
varios aspectos. En mi libro analizo cómo tanto sus orígenes franceses como su
establecimiento en Estados Unidos subrayan esa perspectiva y, al hacerlo,
ilustran la historia de la libertad blanca en ambas naciones. En Francia, la
imagen de la estatua se inspiró en la tradición de Marianne, o la mujer
revolucionaria, ilustremente representada en el gran cuadro de Eugène
Delacroix, "Libertad guiando al pueblo". Sin embargo, al mismo tiempo
representaba una visión domesticada y no revolucionaria de esa tradición.
Mientras la Marianne de Delacroix lleva un rifle y lidera un ejército
revolucionario, la Estatua de la Libertad se levanta recatadamente y sin
moverse, sosteniendo una antorcha que ilumina en lugar de una llama
revolucionaria. Es la imagen de la mujer blanca sobre un pedestal. Las
implicaciones raciales de esta domesticación de la libertad se hicieron mucho
más claras en los Estados Unidos: aunque Francia le dio la estatua a Estados
Unidos para conmemorar la abolición de la esclavitud, los estadounidenses
pronto ignoraron esa perspectiva y en su lugar convirtieron la estatua en un
símbolo de la inmigración blanca. Las cadenas rotas a los pies de la Libertad,
que simbolizaban al esclavo liberado fueron efectivamente oscurecidas por el
pedestal y, más en general, por las imágenes raciales que rodeaban la estatua,
y lo siguen siendo hasta el día de hoy. El mayor monumento de Estados Unidos a
la libertad dio la espalda a la mayor lucha por la libertad de Estados Unidos,
porque esa lucha no fue blanca.
Además, muchos
estadounidenses a principios del siglo XX consideraban la estatua como un
símbolo antiinmigrante, la "diosa blanca" que custodiaba las puertas
de Estados Unidos contra las hordas racializadas, sucias y sospechosas de
Europa. Solo cuando los inmigrantes, y más particularmente sus descendientes
americanizados, fueron vistos y aceptados como blancos, la Estatua de la
Libertad los abrazó. Por lo tanto, hasta el día de hoy, el mayor monumento a la
libertad de Estados Unidos representa sobre todo la historia de la inmigración
blanca. No existen monumentos equivalentes en la Angel Island de San Francisco
para conmemorar la inmigración china, o en la frontera entre Estados Unidos y
México para conmemorar a los estadounidenses cuyos antepasados vinieron de
América Latina. La Estatua de la Libertad oculta efectivamente el hecho de que
la ciudad de Nueva York era en sí misma un gran puerto de esclavos, de modo que
para muchos la llegada al puerto representaba esclavitud, no libertad. No solo
los rasgos blancos de la estatua, sino su historia racial, la convierten para
mí en el símbolo más grande del mundo de la libertad blanca.
—Su argumento sobre la libertad de los blancos sugiere que la
historia moderna del pensamiento liberal en realidad comparte algo en común con
el fascismo de Hitler y Mussolini, es decir, que ambos sistemas de gobierno
definieron la libertad en términos raciales. Entonces, ¿qué distingue
fundamentalmente estas concepciones de la libertad?
—Como yo y muchos
otros historiadores hemos argumentado, existen algunas similitudes
fundamentales entre el fascismo y la democracia liberal en lo que respecta a la
raza. De alguna manera, el creciente énfasis en el papel del estado como el
lugar central y garante de la libertad encontró su culminación lógica en el
estado fascista, que rechazó la libertad individual, definiendo en cambio la
libertad como integración en el estado racial. Pero también señalaría dos
diferencias importantes. Primero, la Italia fascista y la Alemania nazi
manifestaron su compromiso con una visión racista de la libertad de manera
mucho más explícita y dramática que las democracias del Occidente liberal. La
visión nazi de una jerarquía racial en Europa con arios no tenía ninguna de las
pretensiones de elevación y administración que se encuentran en el imperialismo
occidental, sino que pedía dominación y, en última instancia, genocidio. Los
horrores de la Shoah fueron un anticipo de lo que le esperaba a Europa,
especialmente a Europa del Este, si la Alemania nazi hubiera triunfado. Las democracias
liberales de Occidente, a pesar de todo su racismo, no compartieron esa visión,
en cambio se horrorizaron por ella y al final se combinaron para destruirla.
A partir de este
punto, también diría que, a diferencia de la democracia liberal, el fascismo
europeo se desarrolló en un clima de guerra total, que dio forma
fundamentalmente a su visión de la raza y la libertad. El fascismo y el nazismo
nacieron al final de la Primera Guerra Mundial (tanto Hitler como Mussolini
eran veteranos de guerra), y sus historias culminaron con la Segunda Guerra
Mundial. La era de la guerra total reforzó poderosamente el racismo estatal: la
idea de que el enemigo representaba una amenaza biológica para la nación. Esto
también sucedió en Occidente, por supuesto, pero no constituyó el corazón de la
identidad nacional de la misma manera. Además, a diferencia de la Europa
fascista, la guerra total en Occidente también creó un movimiento masivo contra
la libertad blanca, por una visión universal de la libertad.
—Encontré fascinante las partes
del libro sobre el final de la Guerra Fría. Con respecto a Europa del Este,
escribe: "El derrocamiento de los regímenes comunistas en este período
ocurrió en la parte más blanca y más 'europea' del mundo, apenas tocada por la
historia del colonialismo europeo de ultramar o la inmigración no
europea". ¿Cae esta visión de Europa del Este presa de una mitología de la
homogeneidad blanca, que hoy es explotada por los líderes nacionalistas blancos
en Europa del Este impulsados por un sentimiento antiinmigrante e islamófobo?
La región había tenido durante mucho tiempo millones de inmigrantes de Asia
central.
—Hay muy pocas, si es que
hay alguna, partes del mundo puramente "blancas", y los contactos de
Europa del Este con Asia se remontan al menos al Imperio Romano. Hay, por
ejemplo, una historia interesante de los negros en la Unión Soviética, que era
en sí misma un régimen que se extendía y unía a Europa y Asia. No obstante, yo
diría que, en comparación con el resto del continente y las Américas, las
repúblicas populares de Europa del Este carecían de diversidad racial, una
situación que llevó a muchos conservadores estadounidenses a abrazar su
resistencia a los soviéticos durante la Guerra Fría como una lucha por la
libertad blanca. En la mente de muchos, la liberación de Europa del Este del
control soviético representó una continuación de la guerra contra el dominio
nazi de Europa Occidental, una campaña inconclusa para asegurar la libertad de
toda la gente blanca. Era contradictorio presenciar naciones de gente blanca
como "cautivas" o "esclavizadas", de modo que la Guerra
Fría contra el comunismo soviético tuvo una importante dimensión racial. El
colapso del bloque soviético representó en teoría la unificación de la Europa
blanca, pero al mismo tiempo subrayó el hecho de que Europa no era realmente
"blanca". El dramático aumento de las tensiones étnicas y raciales en
los ex países comunistas, especialmente en el este de Alemania, después de
1991, ilustró hasta qué punto la victoria de la blancura no estaba
completamente asegurada en la era postsoviética.
—¿Entiende el trumpismo
como una reacción violenta de la libertad de los blancos a la administración de
Obama o como continuación de la historia más larga de la libertad de los
blancos? Los intelectuales y los expertos, por ejemplo, están
significativamente divididos sobre la cuestión de si el trumpismo está
desatando impulsos fascistas de larga data en este país, especialmente teniendo
en cuenta los eventos del 6 de enero. ¿Cuál es su posición?
—El fenómeno Trump ciertamente representa una reacción
violenta contra la presidencia de Obama, pero va mucho más allá. En mi libro
hablo de cómo la campaña por la libertad universal representada por la campaña
de los derechos civiles y muchos otros movimientos populares provocaron el
surgimiento de la Nueva Derecha, que de muchas maneras reforzó la historia
estadounidense de libertad blanca. El actual Freedom Caucus de la Cámara de
Representantes, compuesto abrumadoramente por conservadores blancos,
ejemplifica eso. En gran medida, el trumpismo representa una continuación de
ese movimiento político que triunfó con Ronald Reagan. Sin embargo, al mismo
tiempo, la presidencia de Trump, en contraste con el reaganismo, tocó una
campana defensiva y, a veces, incluso desesperada, un temor por la
supervivencia de la libertad blanca. La elección de Barack Obama demostró que
una visión universal de la libertad podía triunfar en los más altos niveles de
la sociedad y la política estadounidenses, provocando una reacción de angustia
que creó el Tea Party y otros movimientos reaccionarios. El hecho de que Trump
nunca haya ganado la mayoría del voto popular combinado con la composición cada
vez más multicultural y multirracial de la población estadounidense ha llevado
a muchos a creer que los días de la libertad blanca están contados. El hecho de
que tantos estadounidenses se aferren a Donald Trump y su partido republicano,
a pesar de su comportamiento escandaloso y bufón, creo que surge de este miedo
elemental.
Creo que los eventos en
Estados Unidos desde las elecciones presidenciales de 2020 muestran que el
trumpismo tiene el potencial de transformarse en un movimiento fascista
absoluto. Nunca en la era moderna hemos presenciado un intento tan rotundo de
derrocar la voluntad del electorado después de una elección estadounidense,
basado directamente en la técnica fascista de la Gran Mentira. Ha representado
la culminación de los esfuerzos del Partido Republicano para suprimir la
capacidad de voto de las personas de color, esfuerzos cuya historia se remonta
a la campaña terrorista blanca contra la Reconstrucción después de la Guerra
Civil. Además, creo que si el fascismo llega a Estados Unidos, vendrá
disfrazado de libertad blanca. La insurrección del 6 de enero es un buen
ejemplo. Ese día, Estados Unidos fue testigo del espectáculo de miles de
manifestantes, en su mayoría blancos, que invadieron el edificio del Capitolio
de los Estados Unidos y trataron de derrocar al gobierno. Proclamaron su
movimiento como una campaña para proteger sus libertades y, en su mayor parte,
se les permitió partir pacíficamente después de invadir violentamente
propiedades federales. Si eso no demostró que la blancura sigue siendo una
parte importante de la libertad en Estados Unidos, no sé qué lo hará.
—Dada la
aceptación generalizada de Black Lives Matter y la elección de Biden a la Casa
Blanca, ¿cuáles cree que serán las implicaciones para la libertad blanca hoy en
este país?
—Para mí y para muchos otros
afroamericanos, una de las cosas más sorprendentes del asesinato de George
Floyd fue la intensa reacción de tanta gente blanca contra la brutalización
oficial de los negros en Estados Unidos. Dejando a un lado la naturaleza
bastante tardía de esta reacción, o la observación de que un movimiento que
pide el derecho de los afroamericanos a no ser asesinados no es radical, la
aceptación generalizada de Black Lives Matter apunta a un nuevo día en la
política racial estadounidense, un nueva afirmación de la libertad universal.
La victoria electoral de Joseph Biden, y
su reconocimiento de su deuda con los votantes negros y de color, también
sugiere los límites de la libertad blanca en la política estadounidense. Sin
embargo, el hecho es que 74 millones de estadounidenses votaron a favor de la
reelección de Donald Trump. Continúa dominando la base del Partido Republicano
y mantiene una amplia base de apoyo en la nación en su conjunto. La libertad
blanca está en muchos sentidos a la defensiva, pero eso puede hacerla más
peligrosa que nunca. También queda por ver cuán comprometido está el presidente
Biden con una visión progresista de la libertad. Las señales iniciales parecen
alentadoras, pero durante la campaña electoral se jactó de su capacidad para
trabajar al otro lado de los pasillos con senadores sureños blancos para
resistirse a los autobuses para la integración escolar. Tal bipartidismo en el
pasado llevó a las leyes de Jim Crow (racistas) y a cuerpos negros colgando de
los árboles. Con suerte, el presidente Biden demostrará ser más hábil para
resistir el canto de sirena republicano de la libertad blanca.
—Finalmente,
en White Freedom se menciona muy poco
la tradición política del socialismo democrático, que está experimentando un
resurgimiento en la actualidad. ¿Cree que es una opción viable para resistir la
libertad de los blancos hoy?
—Creo
que el socialismo democrático no solo es viable sino vital en la lucha contra
la libertad de los blancos. El hecho de que un segmento significativo de la
clase trabajadora blanca haya abrazado el trumpismo no es de ninguna manera
inevitable, sino que habla de la convicción generalizada de que el
establishment demócrata ha abandonado las preocupaciones de los trabajadores.
Algunas personas que votaron por Donald Trump en 2016 también apoyaron a Bernie
Sanders, por ejemplo. En este momento en Estados Unidos, una de las razones más
poderosas para la supervivencia de la libertad blanca es la creencia de muchos
trabajadores blancos de que su identidad racial "triunfa" sobre su
posición de clase, que, en un mundo político donde nadie defiende a los
trabajadores y sus intereses, el privilegio racial es su mayor activo. La
elección a la presidencia de un miembro clave del establishment demócrata como
Joseph Biden no es un buen augurio a corto plazo para cambiar esta perspectiva,
sin embargo, como ha demostrado el minucioso trabajo de Stacey Abrams en
Georgia, no hay sustituto para la organización política a largo plazo. El
socialismo tiene el potencial de empoderar a todas las personas y así demostrar
la naturaleza universal de la libertad. Desarrollar y actualizar ese potencial
será una parte central de la campaña para convertir la libertad blanca en
historia.