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"I don't want to belong to any club that will accept people like me as a member." Groucho Marx en Groucho and Me (1959).
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viernes, 31 de mayo de 2024

no sé

Lo que más me gustó de haber ido a Tercera Oposición es haber dicho tantas veces “no sé”. Mi hija y sus amigos me invitaron a un programa de streaming que sigo desde su nacimiento, en el que he participado a través de comentarios, e el que me sentí interpelado e interpretado, y de pronto estaba allí, en un estudio clavado en el segundo piso de un edificio semiabandonado en la zona central de la ciudad, conversando con una generación a la que le llevo más de la mitad de mi vida pero, sobre todo, a una generación que me interesa y me fascina más que la mía. Dos cosas me aterrorizaban: que creyeran que tenía algo que decirles y que creyeran que mi compromiso emocional no era total y absoluto.


Cosas citadas en la conversación: el artículo de Manuel López Berardi.

El artículo de Franco Moretti “Dialéctica del miedo”.

sábado, 7 de octubre de 2023

medio

 Cuando le pregunté por qué decía que eran “medio boludos” me dijo:

—Porque no son del todo boludos.

armonía

Ésto le dice Daniel Santoro a Marina Mariasch y Fabián Casas en el podcast La inquietud. Sigue, y es hermoso: 

—Ese tema, el de la tensión entre la severidad y la misericordia es una forma de accionar del peronismo. El peronismo existe en esa tensión y nunca está en el medio. Por eso el tema de la armonía. El peronismo nunca es equilibrio, el peronismo es armonía. La armonía son partes distintas. ¿Cuánto de severidad y cuánto de misericordia? Éso es el arte. Cuando Perón dice: “El arte de la conducción”, cuando habla del arte sobre todo, es porque hay que buscar las armonías. Y es difícil, las armonías nunca están dadas, son dinámicas, siempre son distintas. La armonía es el momento, es la foto del momento, ésa es la armonía. El equilibrio pretende una permanencia, el equilibrio es una negociación: 50 cabezas nucleares vos, 50 cabezas nucleares yo, hay equilibrio. El equilibrio es muy severo, porque depende de los números. En cambio la armonía es más misericordiosa: yo quiero un poquito, necesito un poquito. Vos vas a ser parte aunque seas un poquito, eso es la armonía. En la música es fantástica, cuando hay armonía: algo se cuela ahí que solamente la misericordia lo puede permitir. Si no todo sería mitad y mitad, tendería a eso para que se estabilice. La armonía es lo que se puede romper. Si se rompe el equilibrio estás en la catástrofe. Si se rompe la armonía conseguís nuevas armonías.

Para escucharlo entero:





El cuadro de Massotta, María Moreno y Germán García citado en la conversación. Imágenes tomada de VaConFirma.


viernes, 7 de julio de 2023

ruperta

En septiembre de 2019, en el marco del Festival Internacional de Poesía (que lamentablemente reemplazó su sitio web por su participación en redes sociales), Bernardo Orge se acercó al Centro Cultural El Obrador para contactarse con referentes de la comunidad qom de la zona oeste de Rosario y a partir de allí mantuvo conversaciones con Ruperta Pérez, Arsenio Borgez y Samuel Romero en sus respectivas casas. De esas charlas surgieron los textos publicados en la plaqueta, que se leyó en una visita de representantes del Festival junto con invitados de esa edición en El Obrador.

Aquí se reproduce el texto de Ruperta tal como se publicó en esa plaqueta.












martes, 24 de enero de 2023

40 años

El viernes 23 de diciembre pasado nos encontramos con las y los compañeros de Química de la promoción 1982 de la Escuela Nacional de Educación Técnica Nº 1, Gral. Ingeniero Manuel Nicolás Savio de San Nicolás –desde mediados del menemismo, con la reforma educativa, es ahora una escuela provincial con otro nombre– para celebrar un reencuentro a 40 años de nuestro egreso.

Abajo: Javier Albanessi, Enzo Sívori, Pablo Díaz y Carlos Torcello. Arriba: moi, Fabio Reyes, Gladys Gianini, Clarita Lamberti, Patricia Gómez, Fernando Cej.


Hubo un asado exquisito en la casa de
Fernando Cej, que hizo Fabio Reyes. Allí me enteré de que Cej, Reyes, Enzo Sívori, Carlos Torcello y Norberto Godoy siguieron viéndose –más tarde incluyeron a sus parejas– a lo largo de los 40 años en los estuve ausente por completo de ese pasado nicoleño que esa noche acaricié como un tesoro que había dejado deslizarse de mi mano.

Estaban Gladys Giannini, Patricia Gómez, Clarita Lamberti –quien en 1982 era novia del Tuerto Wirtz–, Javier Albanessi, Pablo Díaz, Rudy Svoboda.

Clarita Lamberti, Fernando Cej, Patricia Gómez.


En un momento, Pablo Díaz, quien hizo una carrera militar, alentó al grupo a expresarse sobre lo que significaba ese reencuentro. Trajo una palabra familiar en el Ejército: “camaradería”, así como en las películas de Howard Hawks suele hablarse de “camaradería masculina” para referirse a ese grupo heterogéneo de hombres que se asocian para vencer una amenaza a la comunidad. Remember Rio Bravo:



De pie: Javier Albanessi, moi, Fabio Reyes, Pablo Díaz, Gladys Gianini, Clarita Lamberti, Patricia Gómez, Fernando Cej. Sentados: Enzo Sívori, Carlos Torcello y Rudy Svoboda.

Bueno, la ronda giró de izquierda a derecha y cuando me tocó el turno me tentaba retomar, a propósito de “camaradería”, las cuatro formas del amor postuladas por C.S. Lewis: “«El amor empieza a ser un demonio desde el momento en que comienza a ser un dios». Este contrapunto –argüía Lewis– me parece a mí una indispensable salvaguarda; porque si no tenemos en cuenta esa verdad de que Dios es amor, esa verdad puede llegar a significar para nosotros lo contrario: todo amor es Dios.”

Pero elegí unas palabras estúpidas y ciertas a la vez.

Noté que, salvo un par de compañeros, el resto había hecho de ese don que nos entregó la ENET Nº1 (el título de Técnico Químico) una carrera que les permitía estar allí disfrutando de un “ágape” porque nuestro título mismo no es otra cosa que un “ágape” (caritas, es el nombre latino de ágape, que es a la vez una de las cuatro formas del amor).

La increíble Gladys hipnotiza a la audiencia con sus historias en los extremos del orbe. 

En 1985 compré un disco que seguiría escuchando a lo largo de los años para recordarme un origen que en ese entonces desconocía: Scarecrow (“Espantapájaros”), de John Cougar Mellencamp. En el vinilo que aún conservo, en la tercera pista del lado A, hay un tema que se llama “Small Town”, dedicado a Seymour, Indiana, la ciudad natal de Mellencamp.

La letra dice: “Pero lo vi todo en una pequeña ciudad/ Tuve mi propio gran baile en una pequeña ciudad/… /No, no puedo olvidar de dónde provengo/No puedo olvidar la gente que me ama/ Sí, puedo ser yo mismo acá, en esta pequeña ciudad/ Y la gente me deja ser lo que quiero ser…” (But I've seen it all in a small town/ Had myself a ball in a small town/… /No, I cannot forget from where it is that I come from/ I cannot forget the people who love me/ Yeah, I can be myself here in this small town/ And people let me be just what I want to be).

Para 1981, 1982, cuando egresamos, de algún modo lo había visto todo en esa pequeña ciudad y en ese pequeño grupo en el que nos juntó la escuela pública: los misterios de la presencia en el mundo, que descifraba entonces junto con Rudy, Pablo y Javier; las mujeres que eran nuestras compañeras, de las que percibía una mayéutica ácida y también amable. El primer recital al que fui en el Círculo Italiano, donde tocaba Vox Dei o un concierto del Cabezón Gil en el viejo teatro del Colegio Don Bosco, al que me llevó Pablo Díaz, en el que escuché maravillado una versión de "Pato trabaja en una carnicería". Las películas en doble función del cine Gran Rex, los libros comprados en El Buen Libro, hasta la pasarela política del año 1983, cuando fui a un acto de Carlos Saúl en un prolífico baldío de calle De la Nación y avenida Moreno. Verlo todo significa haber accedido a conversaciones y experiencias que serían luego mis herramientas, no sólo sociales, también de conocimiento.

Cuando nos recibimos había unas pocas cosas que estaban claras. La primera –aunque no lo sabía o no me interesaba entonces– era que teníamos trabajo. Creo que fue ya entrado el año 1987, cuando nos sorprendió la muerte de mi tío Pucho Rivero en Montevideo, que mi madre me dijo que había escondido y destruido una carta proveniente de la fábrica de municiones de Azul, Buenos Aires, fechada en diciembre de 1982, en la que me invitaban a ingresar a la planta. La noche del 23 de diciembre de 2022, cuando nos reunimos en el patio de Fernando Cej a celebrar el reencuentro, después de 40 años, Fabio Reyes me dijo que él también había recibido esa carta y que fue hasta allá, a ese polvorín de Azul, a explorar las posibilidades del trabajo. Me contó que vio una suerte de iglúes semienterrados que almacenaban pólvora, TNT y otros explosivos, lo suficientemente alejados unos de otros como para evitar una explosión en cadena. Y que también supo que los últimos supervisores habían volado por el aire, que no le garantizaban vivienda ni viáticos, y que desistió.

Acaso una historia del Industrial es también la historia de un sueño de la política argentina, pero de cuando la política podía darse el lujo de tener proyectos. Planificar su industria y su trabajo; planificar su educación a partir de allí. 

Ése 23 de diciembre una de las compañeras me pidió disculpas por una agresiva respuesta que me dio en el cine –40 años atrás, acaso poco más–, después de que viéramos una película de ciencia ficción que, a principios de los 80 –salvo por Alien y Blade Runner– sólo podía un manifiesto trasnochado de los 70, que seguro yo apreciaba por ese humanismo mal entendido de las lecturas de entonces. No recordaba el episodio y me pareció que en ese olvido también se deslizaba un tesoro de la palma de mi mano.  

Este lunes de fines de enero, Clarita me envió tres fotos de una suerte de postal que le escribí un día de octubre de 1982, para su cumpleaños. My o my! No me atreví a leer éso que puse por escrito hace 40 años porque me horroriza lo mal que entendía entonces esa “materia” que es la escritura. Sólo alcancé a leer esta cacofonía: “ambiciones que apacigüen esa sed anhelante de felicidad” (para un Víktor Shklovski, la única virtud de ese amontonamiento de palabras sería convertir en extraño el término “felicidad”). ¡Suficiente! Imagino que el día que publique algo digno de ser leído ella podrá proceder a mi humillación publicando ese texto y declarando: “¡Sí, pero miren cómo escribía ya grandecito, a los 19 años!” Y no podré culparla por ello. Rescato de ese texto que leí como miraba películas de terror hasta los 20, cubriéndome los ojos para evitar las escenas escabrosas, esa sensación muy común de pensar un momento presente con la perspectiva de los años por venir.

El mismo lunes Pablo Díaz se hizo en Buenos Aires un transplante de válvula mitral, que recibe su nombre de la forma de la mitra, el sombrero ceremonial que usan los obispos. Lo de mitra fue adoptado en el mundo romano de una antigua divinidad persa que ese radiante cristianismo que salía de las catacumbas interpretó como la depositaria de la luz, la justicia y la alianza. No lo recordaría si no lo hubiese explorado nuevamente en el Tratado de historia de las religiones, de Mircea Eliade, cuando analicé la serie Raised by Wolves.

Esta historia, la del reencuentro, es también una historia de luz, justicia y alianza. La historia de cómo la deriva política de mis padres me depositó en una ciudad que adopté como a la patria de las tribus salvajes europeas anteriores al Medioevo. De algún modo todo estaba allí, como quien vuelve a la casa paterna para desenterrar un tesoro, como en el cuento persa que dice Borges que sacó de Las mil y una noches:

«Cuentan los hombres dignos de fe (pero sólo Alá es omnisciente y poderoso y misericordioso y no duerme), que hubo en El Cairo un hombre poseedor de riquezas, pero tan magnánimo y liberal que todas las perdió menos la casa de su padre, y que se vio forzado a trabajar para ganarse el pan. Trabajó tanto que el sueño lo rindió una noche debajo de una higuera de su jardín y vio en el sueño un hombre empapado que se sacó de la boca una moneda de oro y le dijo: “Tu fortuna está en Persia, en Isfaján; vete a buscarla”. A la madrugada siguiente se despertó y emprendió el largo viaje y afrontó los peligros de los desiertos, de las naves, de los piratas, de los idólatras, de los ríos, de las fieras y de los hombres. Llegó al fin a Isfaján, pero en el recinto de esa ciudad lo sorprendió la noche y se tendió a dormir en el patio de una mezquita. Había, junto a la mezquita, una casa y por el decreto de Dios Todopoderoso, una pandilla de ladrones atravesó la mezquita y se metió en la casa, y las personas que dormían se despertaron con el estruendo de los ladrones y pidieron socorro. Los vecinos también gritaron, hasta que el capitán de los serenos de aquel distrito acudió con sus hombres y los bandoleros huyeron por la azotea. El capitán hizo registrar la mezquita y en ella dieron con el hombre de El Cairo, y le menudearon tales azotes con varas de bambú que estuvo cerca de la muerte. A los dos días recobró el sentido en la cárcel. El capitán lo mandó buscar y le dijo: “¿Quién eres y cuál es tu patria?” El otro declaró: “Soy de la ciudad famosa de El Cairo y mi nombre es Mohamed El Magrebí”. El capitán le preguntó: “¿Qué te trajo a Persia?” El otro optó por la verdad y le dijo: “Un hombre me ordenó en un sueño que viniera a Isfaján, porque ahí estaba mi fortuna. Ya estoy en Isfaján y veo que esa fortuna que prometió deben ser los azotes que tan generosamente me diste.” »Ante semejantes palabras, el capitán se rió hasta descubrir las muelas del juicio y acabó por decirle: “Hombre desatinado y crédulo, tres veces he soñado con una casa en la ciudad de El Cairo en cuyo fondo hay un jardín, y en el jardín un reloj de sol y después del reloj de sol una higuera y luego de la higuera una fuente, y bajo la fuente un tesoro. No he dado el menor crédito a esa mentira. Tú, sin embargo, engendro de una mula con un demonio, has ido errando de ciudad en ciudad, bajo la sola fe de tu sueño. Que no te vuelva a ver en Isfaján. Toma estas monedas y vete.” »El hombre las tomó y regresó a la patria. Debajo de la fuente de su jardín (que era la del sueño del capitán) desenterró el tesoro. Así Dios le dio bendición y lo recompensó y exaltó. Dios es el Generoso, el Oculto.»

miércoles, 4 de enero de 2023

una expresión de la época y otra de la real academia

El 29 de diciembre pasado la Real Academia Española, a través de Fundéu, eligió como palabra del año “inteligencia artificial”. 

La elección de “la palabra del año” que hace la RAE cumple en 2023 diez años. El propósito de este concurso, que habían planteado décadas antes algunas instituciones –ninguna de carácter “real” como la Española– vinculadas con el inglés, el alemán, el ruso, el danés o el japonés apunta a destacar “cualquiera de las diversas evaluaciones en cuanto a la(s) palabra(s) o expresión(es) más importante(s) en la esfera pública durante un año específico.”

Los fundamentos de la RAE para esta elección pueden leerse en su sitio: «Este concepto se incorporó al diccionario de la Academia en su edición de 1992, y este año la FundéuRAE lo ha seleccionado por su importante presencia en los medios de comunicación durante estos últimos doce meses, así como en el debate social, debido a los diversos avances desarrollados en este ámbito y las consecuencias éticas derivadas.

«El análisis de datos, la ciberseguridad, las finanzas o la lingüística son algunas de las áreas que se benefician de la inteligencia artificial. Este concepto ha pasado de ser una tecnología reservada a los especialistas a acompañar a la ciudadanía en su vida cotidiana: en forma de asistente virtual (como los que incorporan los teléfonos inteligentes), de aplicaciones que pueden crear ilustraciones a partir de otras previas o de chats que son capaces de mantener una conversación casi al mismo nivel que una persona.»

Ahora bien. Ya dijimos que otros idiomas, en los que no hay una “Real Academia” de la lengua, llevan al menos diez años más en este ejercicio. La RAE comenzó en 2013 con la elección de escrache, selfi en 2014, refugiado en 2015, populismo en 2016 (las negritas son nuestras), aporofobia en 2017, microplástico en 2018, los emojis en 2019, confinamiento en 2020 y vacuna en 2021.


Mientras tanto, el Diccionario Oxford de la lengua inglesa (que es una más entre otras instituciones dedicadas a la actualización, la historia y el análisis del idioma), eligió como “Word of the Year” (palabra del año) la expresión goblin mode, de la que establece: «En la jerga, el término se usa a menudo en expresiones como ‘en modo goblin’ o 'ponerse en modo goblin’ y es “un tipo de comportamiento autocomplaciente que no se disculpa, perezoso, descuidado o codicioso, de una manera que rechaza las normas o las expectativas sociales”» («The slang term is often used in the expressions ‘in goblin mode’ or ‘to go goblin mode’ and is “a type of behaviour which is unapologetically self-indulgent, lazy, slovenly, or greedy, typically in a way that rejects social norms or expectations»). Solemos traducir goblin por “duende” y es acertado, aunque ese duende que evoca el término goblin tiene en inglés ecos menos amables que su acepción española, por eso no lo vamos a traducir. Es una suerte de ser encantado que puede tener rasgos endemoniados mucho más frecuentes que los de nuestros “duendes”.

Vemos que en inglés lo que se evalúa es menos la prosperidad mediática de la palabra del año, su despliegue en la esfera de la comunidad científica o la envergadura noticiosa que posee, que su repercusión en la conversación diaria, su despliegue en la lengua, su capacidad de interpelar la época: ese ser autoindulgente que nos trae el “modo goblin”, esa persona que eligió “ponerse en modo goblin”, ajeno a lo que se espera socialmente de él, es también una persona que descree de las instituciones democráticas, que vio desatarse una guerra territorial en Ucrania (un tipo de conflagración que la globalización había supuesto caduca), una persona que atravesó la pandemia y halló en una expresión el modo en el que todo eso, el modo en que la época circula en la lengua.

Claro, hablamos del inglés, que es a esta altura la lengua imperial, el idioma universal de las finanzas y la tecnología. Si algo le cabe es esa interpelación de la época.

Podríamos suponer que la RAE es la encargada de ese tipo de evaluaciones del español.

Pero no, como ya lo advirtió “nuestro José Luis Borges” (la frase es del rey de España), en “El idioma de los argentinos” (1928): el diccionario de la RAE está lleno de “defunciones”: un “sinfín de voces que están en él y que no están en ninguna boca.”

La elección de “inteligencia artificial” expresa una pobre lectura de la época, del modo en que el español (que también fue un idioma imperial) interpreta cómo sus palabras corren por el mundo que deben encarnar. 

El español es la cuarta lengua más hablada del mundo, su expansión (casi 550 millones de hablantes globales) continúa en ascenso, sin embargo, su uso en internet sigue siendo bajo y pobre. Lo prueba, entre otras cosas, la cantidad de entradas de Wikipedia en español: 1.823.000 artículos contra casi la misma cifra del ruso (1.875.000 artículos), que es la octava lengua más hablada, o el italiano (1.785.000 artículos), que ocupa el puesto 28 entre los idiomas más hablados a nivel global. No hacemos la comparación con el inglés, porque la inmensa mayoría de los artículos de la enciclopedia que se lee navegándola, están escritos originalmente en inglés, incluso aquellos que incumben temas ajenos a ese idioma y su historia.

En la elección de “inteligencia artificial” se lee también esa carencia del idioma, la falta de flexibilidad para circular como vehículo del conocimiento del mundo y, sobre todo, del intercambio de ese conocimiento, su incapacidad para compartir y seducir en ese intercambio. 

“Inteligencia artificial” –como palabra del año– es la expresión de un miedo ajeno a la lengua pero próximo a la Real Academia Española: el miedo a ser reemplazada por una máquina, acaso más eficiente y creativa que esa organización que, entre otras cosas, se encarga de corregir presidentes.

jueves, 29 de julio de 2021

playlist

Hijo cumplió 14 y 15 años en confinamiento. Cuando empezó la pandemia tenía cuatro pares de zapatillas talle 40. Hoy sólo posee un par nuevo, talle 43.

Sus encuentros sociales se multiplicaron en Discord, lo que incluyó conversaciones, cumpleaños –para los que se bañaba y se vestía especialmente–, juegos, películas y música compartida; música que fue descubriendo o redescubriendo por su cuenta, solo. Música con la que, entiendo, se cuenta cosas, éstas que están pasando y aquellas a las que las mismas canciones le abrirán una puerta.

Charly García y, sobre todo, la etapa Serú Girán ha sido la columna vertebral de sus gustos musicales –me refiero a esta etapa en la que él elije su música porque esa música lo interpela y a su vez es él el que interpela su cotidiano con esa música. Porque la música lo rodeó siempre.

Pero ayer nos mostró una playlist en particular a la que agregó unas 250 canciones de rock nacional, desde Sui Generis, Pescado Rabioso, Charly solista, Fito Páez, Cerati, La Máquina de Hacer Pájaro o Viejas Locas. Y mientras nos contaba su criterio de selección y cómo ordenó cada tema según el disco, se detuvo para destacar: “Este tipo me encanta”, y nos hizo escuchar:

Apenas si podía repetir el nombre del intérprete, lo que a mi esposa y a mí nos hizo reír, no sólo porque era un tema de nuestra temprana juventud, sino porque nos resultó muy curioso que un adolescente de 15 años se encantara con “El loco en la calesita”, por Juan Carlos Baglietto, sobre todo porque la música contemporánea que escucha no se parece en nada. 

Evidentemente hay algo que transmiten esas canciones (las de Baglietto, las del rock nacional de los 70) que interpelan al adolescente de un modo anacrónico, que es también el modo con que la adolescencia lidia con la vida.

Coda

No quise insistir con recomendaciones, pero en un rápido ping pong musical, le hice escuchar a Coki Debernardi, a quien conoce de la radio. "¿Es el viejo que se viste con calzas y botas?", dijo fascinado por lo que estaba escuchando, atormentado por esa distancia entre el trato con Coki y la música que sonaba en los parlantes. “Parece... —dijo, sin encontrar con qué compararlo. Y cerró:– No parece de acá.”   

Octubre de 2016 en Radio Sí.


lunes, 24 de mayo de 2021

el diablo cita las escrituras

¿La rebeldía se volvió de derecha?, pregunta Pablo Stefanoni en su libro –una cartografía de la nueva reacción frente a una izquierda que perdió su dimensión emancipatoria. Sí, claro. ¿Y entonces?



Si hay una novedad en la escena política argentina es que hoy existe un sector político que se reivindica de derechas, que aborrece la justicia social –a la que considera un saqueo que le quita dinero a los exitosos para repartirlo entre inútiles– y se burla de la corrección política del progresismo, los feminismos y muchos discursos que hasta hace muy poco estaban a la vanguardia de la movilización social.

Si bien esta derecha radicalizada es estridente, su impacto político está aún por verse. La encarnan figuras como Javier Milei o la presidente del partido gobernante hasta hace dos años, Patricia Bullrich, en cuyo nombre tiene incluso una agrupación de seguidores LGBT conocida en Twitter como La Put0 Bullrich.

Aunque la ultraderecha no ganó todavía elecciones en Europa, tiene ya representantes en la inmensa mayoría de los congresos nacionales y su presencia transforma la discusión pública sobre política. De hecho, la ganadora de las elecciones para alcalde de Madrid fue Isabel Díaz Ayuso, quien pertenece a un partido tradicional (el Partido Popular), pero consolidó su caudal electoral al adoptar el discurso de ultraderecha de la organización fascista Vox.

Cómo nació este fenómeno, cómo se multiplicó en las redes y cristalizó en figuras presidenciales como Donald Trump en Estados Unidos, Jair Bolsonaro en Brasil o Boris Johnson en Gran Bretaña, es lo que cuenta, a groso modo, ¿La rebeldía se volvió de derecha?, que lleva como subtítulo: “Cómo el antiprogresismo y la anticorrección política están construyendo un nuevo sentido común (y por qué la izquierda debería tomarlos en serio)”, de Pablo Stefanoni, que tiene en tapa una curiosa ilustración con la sigla LGBT resignificada: Liberty (libertad), Guns (armas), Beer (cerveza), Trump que acaso se explica en el capítulo 4, bajo el título: “El discreto encanto del homonacionalismo”.

Si bien todos coinciden en que ése tipo de militancia que exacerba el odio y expresa a boca de jarro las ideas despreciadas por el progresismo más rampante es algo que prolifera en internet, la duda es qué fenómeno no es siempre y también algo que sucede en internet. Claro que el estallido chileno de 2019 no hubiera desembocado en la paliza electoral de la derecha en 2021 si todo ese descontento hubiese sido sólo virtual. Pero también es cierto que el desmadre de violencia racial, política y social que se desencadenó en Estados Unidos antes, durante y sobre el final de la presidencia de Donald Trump nació de internet y, sobre todo, de sitios recónditos de la web, desde espacios de interacción entre gamers, las redes más reducidas como 4chan e, incluso, las más públicas como Twitter, Reddit, YouTube o el mismo WhatsApp, como bien lo cuenta Stefanoni en su libro.

¿La rebeldía se volvió de derecha?, claro está, es un gran y necesario mapa de estas cuestiones, además de un diagnóstico de una batalla que se juega en el terreno cultural o el soft power, ese territorio simbólico que le permite decir hoy a figuras políticas como Javier Milei o toda suerte de militantes de Juntos por el Cambio que aquellas opciones que los enfrentan son “soviéticas” o “comunistas” –incluso un edil rosarino que fue vocero de un ex gobernador que inundó su ciudad adujo que estatizar el deteriorado sistema de transporte de la ciudad era “soviético”.

Las democracias liberales que conocemos están lejos de haber superado los devastadores problemas de la desigualdad, mientras la prensa comercial discute los ingresos de los trabajadores y aquellos asistidos por planes sociales –como escribía Lenin en los años 20–, nunca se cuestionan las ganancias exorbitantes y depredadoras de los grandes capitales. Asimismo, un progresismo hipercrítico señala la falta de progresividad en los impuestos, el deterioro de los salarios y el mal infligido por el “neoliberlismo” sin hacer estridente ninguna propuesta emancipadora. En cambio, la idea de futuro que sobreviene es la que fulgura como la realización de la pesadilla de la ciencia ficción –y ni siquiera ese género que tiene entre sus visiones más sublimes a Stanislav Lem, Philip K. Dick, J.G. Ballard o Cordwainer Smith, sino las películas más o menos de taquilla de los últimos años– y ofrece en sus distopías más cercanas el reemplazo del hombre por la máquina, el mundo occidental convertido en un desierto con ciudades doradas para la élite o la guerra permanente de todos contra todos, como en el apocalipsis zombie que actualizó la pandemia.

Cuando Stefanoni escribe en su libro poshumano –“la neorreacción puede funcionar como un sistema de alerta temprana de cómo podría ser una futura derecha antidemocrática y un capitalismo autoritario e incluso ‘poshumano’”– acaso debamos leer posoccidental, ese sistema de valores que observa en el derrumbe de la democracia –como sistema de vida que permitía, ni más ni menos, lo que Raúl Alfonsín vino a prometer con su arenga: con la democracia se come, se educa, se cura, etcétera– el desierto de lo político, la disolución de lo común y la transformación de la ciudad –la polis– en un campo minado.

Escribe el autor: “Parte de este sustrato etnocivilizatorio de la noción de ciudadanía declinará en una serie de teorías conspirativas –obsesionadas con la demografía– que sostienen que hay en curso un ‘gran reemplazo’ de la población europea y de ‘su’ civilización por diferentes grupos no blancos, especialmente arabo-musulmanes. Muchas de estas ideas –de forma asumida o no– están detrás de los ‘sentidos comunes’ creados por los nacional-populistas a lo largo y ancho de Europa… y más allá”.

Entre las razones de este descrédito de la democracia y sus valores, Stefanoni cita al historiador Enzo Traverso: “ha mostrado cómo el auge de la ‘memoria’ de los últimos años, con incidencia en el mundo académico y político, ha ido en paralelo con otro fenómeno: la construcción de los oprimidos como meras víctimas del colonialismo, de la esclavitud, del nazismo, etc. De esta forma, la ‘memoria de las víctimas’ fue reemplazando a la ‘memoria de las luchas’ y modificando la forma en que percibimos a los sujetos sociales, que aparecen ahora como víctimas pasivas, inocentes, que merecen ser recordadas y al mismo tiempo escindidas de sus compromisos políticos y de su subjetividad. Como señala Traverso, ‘el siglo XX no se compone exclusivamente de las guerras, el genocidio y el totalitarismo. También fue el siglo de las revoluciones, la descolonización, la conquista de la democracia y de grandes luchas colectivas’. Adolph L. Reed Jr., que enseña y escribe sobre temas políticos y raciales, lanzó una provocación al decir que los progresistas ya no creen en la política de verdad sino que se dedican a ‘ser testigos del sufrimiento’”.

Efectivamente, “la rebeldía se volvió de derecha”. Me basta con pensar en los amigos con los que mi hijo atraviesa el confinamiento, adolescentes vitales y generosos, de 13, 14 y 15 años que venden software y sobrantes de su infancia en redes sociales, en sitios de compra y venta, que usan Ualá y organizan torneos gamers para hacer esa diferencia de dinero que no pueden proveerles sus padres. Niños que se hicieron grandes en la pandemia y aprendieron que no quieren ser víctimas ni testigos del derrumbe de sus familias. Que no saben de historia ni les interesa porque el futuro que les ofrece Milei y sus secuaces está lleno de promesas y, sobre todo, la promesa de deshacerse de ese mundo que nunca llega que mamaron desde niños. Capaces de señalar mi “homofobia” –¡o my, a su edad ni siquiera podía concebir esa palabra!– en un chiste pero incapaces de distinguir entre justicia social y derechos civiles.

Según reconstruye Stefanoni en ¿La rebeldía se volvió de derecha?, esa “derecha desacomplejada” con la que Milei y Agustín Laje seducen a la generación de mi hijo se nutre de las doctrinas de Murray Rothbard. En el glosario que el autor de ¿La rebeldía se volvió de derecha? deja al final del libro, Rothbard aparece en la entrada “Paleolibertarismo: Corriente creada por Murray Rothbard que combina valores culturales conservadores y la búsqueda de la abolición del Estado y la privatización completa de la vida social, incluso de la justicia y las fuerzas de seguridad. A menudo comparte espacios con las extremas derechas. Promueve un fortalecimiento de instituciones sociales como la familia, las iglesias y las empresas como contrapeso y alternativa al poder estatal (verdadero enemigo de la libertad).”

Por supuesto que el libro de Stefanoni es una genealogía de todo este mare tenebrarum, que los zurdos surcaremos en una odisea desquiciada, pero es también, en sus puntos suspensivos, como el glosario final, que incluye expresiones como SJW (social justice warrior, es decir, quien enfrenta a la justicia social), alt-right (la derecha alternativa), Incel (involuntarily celibate: célibe involuntario) o “marxismo cultural”; es también, decíamos, una puerta de entrada a una lucha que va a darse, en principio, en el lenguaje, que es el hogar de todas las peleas.

Así como los ediles rosarinos más insignificantes de la derecha vernácula recogen y resignifican términos como “soviético” y “libertad”, es de esperar una neolengua (Newspeak, era el término con el que describía George Orwell ese nuevo vocabulario en un totalitarismo futuro–, o una Nadsat, que era en La naranja mecánica –la novela de Anthony Burgess, olvidemos la película–) el antilenguaje que permitía a los violentos protagonistas convertir en eufemismos sus crímenes y violaciones.

Llegados a este punto, me temo, es tan o más importante la tarea de un traductor o un lingüista que la de un ideólogo.

domingo, 21 de junio de 2020

"me trucharon un audio"

Todo lo que necesitás saber sobre la hostilidad de ciertos habitantes de pueblo está en estos tres audios que son una nouvelle acerca de la pertenencia. La señora está indignada porque Carreras, Santa Fe (1972 habitantes según censo de 2010) fue aislada en cuarentena estricta debido a un caso de coronavirus que una persona llevó a la localidad. La situación le da a nuestra narradora la oportunidad de discurrir sobre la esposa del contagiado, que no es de ahí, sino de Hughes, y a la que nunca pudo "pasar". Y no es que ella sea de discriminar ni tiene nada contra los "negros" porque, como dice, Ricardo, quien fuera su marido "era morocho", pero esa mujer, a la que le hicieron el testeo y a la tarde ya andaba haciendo compras, bueno, es otra cosa... Y la vecina jueza, a la que la cuarentena sorprendió en Elortondo. Y "Silvio", quien según nuestra narradora, "se está perdiendo los viajes de llevar lo huevos".
Y ese final en el que reclama "¡¿qué audio?!" y luego arguye: "Me trucharon un audio. Borralo, hacelo desaparecer porque con los celulares hacen cualquier cosa".


miércoles, 3 de junio de 2020

memoria familiar

por Laura Mier

La historia que trato de rememorar ocurrió en Paysandú, ciudad del litoral uruguayo, entre los años 1864 y 1865, en el marco de los conflictos que se sucedieron a partir de la Triple Alianza, guerra en la que estaban comprometidos Argentina, Brasil y Uruguay, contra el Paraguay, donde se había logrado un desarrollo económico-industrial que lo distinguía de los demás países del Río de la Plata, por su autonomía, y su desarrollo industrial. Paraguay era gobernado en esos años por Francisco Solano López.

El relato familiar se limitaba a narrar la epopeya vivida por la familia; los verdaderos protagonistas de esta historia fueron el abuelo de mi mamá, y sus tíos abuelos. En la casa de mi abuela Clara, que fue donde yo viví mis primeros 7 años de vida, esta historia de la toma de Paysandú y su Defensa, era un tema cotidiano entre mi abuela, mi madre y sus hermanos, al punto tal que yo siempre creí que eran ellos los que habían participado de esa guerra. Pero no, ellos eran los que habían heredado la “gloria” de sus antepasados. Sus discursos tenían tanta vehemencia, tantos detalles, así como tantos símbolos de esa defensa, que algunos de ellos pendían de las paredes de sus escritorios (los de mis tíos) como trofeos de guerra. Recuerdo que Alfredo conservaba con orgullo la espada lustrosa de uno de esos parientes. En la casa de mi abuela había un baúl con trajes de soldados e insignias, con los cuales mis primos y yo solíamos disfrazarnos y jugar. Mi madre me llevaba de paseo al cementerio viejo (que por sus estatuas y mármoles de Carrara, se parece al de Buenos Aires, el que está en Recoleta), allí me paraba frente a las tumbas y me contaba las historias y padecimientos de los muertos, a mí me gustaba en parte, pero me llenaba de terror, allí estaban sus parientes mártires también.

domingo, 25 de agosto de 2019

el sueño industrial

El viernes pasado estuve de vuelta en la ex ENET 1 General Ingeniero Manuel Nicolás Savio, donde me gradué como Técnico Químico en 1982. Me había invitado a decir unas palabras en el acto por los 95 años de la institución Sergio Gardella, con quien compartimos promoción y dirige hoy la escuela.
Me emocionó muchísimo encontrarme con unos alumnos atentos, comprometidos con la escuela. Y quedé maravillado con los nuevos laboratorios en la planta baja, donde antes, cuando era aún una escuela nacional, funcionaba parte de la UTN.
Fui con mis hijos, a quienes quería hacer conocer esa escuela y me acompañaron para que pueda hacer de un momento de nostalgia una conversación compartida.
Más tarde, en el grupo de WhatsApp que tenemos con Walter Alvarez y Gustavo Ng, hablamos del asunto y nos preguntamos cómo es que en nuestra época (y me parece que ahora tampoco) no había un relato de esas cosas que nos rodeaban. Por ejemplo, nadie nos contó entonces quién fue Manuel Nicolás Savio. Lo que intenté transmitir en esas palabras fue eso, que debemos hacer propio el relato de la ciudad, cosas así.
Acá ese discursito:
Quisiera exponer tres pequeñas ideas sobre esta escuela ya cercana al centenario. Aquí hice el secundario, y aunque no continué con ninguna carrera técnica, industrial, también conocí la ciudad a través de la escuela. Como estudié Letras y me dediqué a escribir, pensé muchas veces en esto: cómo una escuela nos vincula con la ciudad y cómo ese vínculo con la ciudad y la escuela termina configurando nuestra relación con el mundo.

miércoles, 31 de julio de 2019

el gótico y la ansiedad que nos consume


Somos amigos. Cada año me trae de regalo desde Boulder, Colorado, donde es profesor, algún libro en inglés, como la versión original de El monje publicada en Oxford, o los cuentos góticos de Elizabeth Gaskell –que ignoraba por completo– que, además de tener un prólogo excepcional de Laura Kranzler, leí maravillado: historias en las que una atmósfera enrarecida y siniestra rodea a los personajes femeninos, por lo general victimizados por hombres de una autoridad sombría.
Conversar con Juan Pablo Dabove se convirtió en un hábito postergado. Esperar su vuelta una vez al año y hablar de las cosas que quedaron pendientes, de los libros y los hijos, de la topografía de la política: el modo en que cambiamos y cambian los lugares que transitamos, las ciudades que conocimos.
Mi amigo Dabove es una eminencia secreta en Rosario. Cuando está en la ciudad circula a diario por la zona de la Facultad de Humanidades y Artes, donde egresó de Letras, que se mantiene como cada año fiel a sus propias tramas.  Dabove publicó en inglés Nightmares of the lettered city (Pesadillas de la ciudad letrada), en la que no sólo analiza el bandidismo en la literatura latinoamericana, sino que propone una “teratología” (un estudio de los monstruos) de la imaginación liberal decimonónica en el continente americano. Hay más libros y ensayos, como Bandit Narratives in Latin America (cuya dedicatoria es un desplante de generosidad extrema), y en particular "'La cosa maldita': Lugones y el gótico imperial", donde escribe: “Lugones transcultura el lenguaje gótico para dar cuenta de la ansiedad que aquejaba al letrado nacionalista argentino frente a una realidad en rápida modificación (y nuevos sujetos que son metáfora de esa nueva y amenazante realidad) en las décadas que van de la crisis económica y la revolución radical de 1890 al ascenso del radicalismo al poder en 1916, y cuyo hito fue el Centenario (1910). Propongo que, del 'capital mimético' con el cual Occidente dio forma y lugar a sus Otros, Lugones adopta en estos cuentos la modulación gótico-orientalista de la narrativa finisecular que Patrick Brantlinger denominó, para el caso británico, gótico imperial (Imperial Gothic). El gótico imperial, señala Brantlinger, revela las ansiedades y contradicciones del imperio británico que se debatía entre un cientificismo progresista y una atracción por lo oculto."