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martes, 29 de julio de 2014

poema de los drones



Si se lo piensa un poco, encaja muy bien con la época que el lugar de Rosario donde se desarrollan los “drones” –es decir, vehículos aéreos no tripulados y manejados mediante control remoto– que ya permiten seguir autos a pedido de la policía o ingresar a edificios siniestrados como el de Salta 2141 hace un año, no sea una mole palaciega al estilo de los viejos cuarteles de inteligencia, sino un modesto local de aeromodelismo a menos de cien metros de la Terminal de ómnibus Mariano Moreno al que Miguel Araya, su dueño, transporta los aparatos en un Fiat 147 cuya mayor sofisticación es una alarma.
Las nuevas tecnologías permiten que lo que antes requería el personal de un cuartel, concentrado en la clasificación de información y los desplazamientos en el campo, ahora funcione en la dispersión, de forma privada, individual, convirtiendo cualquier especialista en un agente oculto que opera en la intimidad de su casa, frente a la pantalla del celular, la computadora o la tablet.

El negocio de aeromodelismo –“Hobby”, dice el cartel– sobre calle Constitución exhibe helicópteros y aviones a control remoto, algunos –según reza un cartel pegado sobre uno de los pequeños aparatos– “Con video”, además de un intríngulis de repuestos pequeños, algunos con un racimo de cablecitos de todos colores. Preguntamos al muchacho que atiende el local si el drone es de alguna manera como esos aparatos exhibidos en las estanterías. “No –responde–, estos son juguetes. A lo sumo pueden volar durante 8 minutos. Sólo pueden operarse en interiores”. La batería y el motor de un drone, en cambio, nos dirá luego Araya, le permite una autonomía de unos 25 minutos, y recorrer vastas distancias y alturas, siempre que se tenga en cuenta que el tiempo que le insumió dirigirse a un lugar es el mismo que le tomará para volver.
Pese a su uso en lo que se conoce como “La tragedia de calleSalta” –cuando una fuga monumental de gas devastó un edificio de tres torres el 6 de agosto de 2013 en Salta al 2100–, cuando la cámara de una hexacóptero teledirigido por Araya ingresó antes que ningún humano en los pisos arrasados, el tema drones volvió al ruedo mediático hace dos semanas, cuando un concejal de la Unión Cívica Radical propuso utilizarlos para hacer vigilancia en barrios o sectores donde la policía no ingresa.
“Está basado en productos de aeromodelismo, pero es mucho más sofisticado; su radio es mucho más sofisticada y usa una frecuencia única, que no puede ser interceptada”, dice Araya, que apoyó en el piso del local el hexacóptero: parece un insecto de unos setenta centímetros de largo. Seis hélices coronan unas extremidades de metal y plástico. “No tiene parte de adelante”, nos señala Araya y subraya que se necesita cierta pericia y especialización para volarlo.
El hexacóptero no es el único drone que maneja Araya. También tiene un avión, negro, más veloz y silencioso, igual que los UAV (sigla inglesa de “unmanned aerial vehicle”: vehículo aéreo no tripulado), “los que se usan para búsqueda y rescate” y sus versiones más voluminosas son conocidas por descargar misiles a control remoto sobre poblaciones por lo general islámicas. El avión, nos cuenta, fue utilizado en un seguimiento policial a un automóvil. Se requería que la persona vigilada no notara que lo seguían, por lo que habían descartado otro auto. Desde el aire, planeando invisibilizado en la noche y el silencio, el drone filmó y acompañó el desplazamiento del sospechoso por zona sur. Asimismo, el avión tiene una autonomía de vuelo de una hora y un alcance de radio de cien kilómetros, lo que incluye la altura a la que vuela. Puede alcanzar, hasta donde fue probado, los 160 kilómetros por hora.
Además de acarrear el equipo de radio y la cámara, los drones pueden llevar hasta dos kilos y medio de carga. Antes de que hagamos la pregunta, nuestro entrevistado, que tiró el dato con suspicacia, comienza a desarrollar la respuesta: utilizarlo como medio de transporte es del todo impráctico por la poca capacidad de carga y por las dificultades de aterrizar en sitios remotos, donde la señal podría interrumpirse durante el descenso.

Videovigilancia

Araya corre el índice por la pantalla de su Galaxy S4, desbloquea el teléfono y busca unos videos. Nos muestra una imagen ascendente sobre un barrio de casas bajas. El viento sacude las copas de unos árboles joven y él lo señala: “Sin embargo –dice–, la imagen se mantiene estable”. Es porque la cámara tiene un sistema estabilizador propio que permite tomas claras y nítidas. Incluso funciona con lluvia. Cuando el hexacóptero comienza a deslizarse sobre el territorio del barrio vemos los móviles policiales y los agentes que caminan alrededor de una zanja que tiene montículos de tierra a un costado. Se trata del “Túnel de los Monos”, como se conocieron en la prensa, en marzo de este año, a las excavaciones que conectaban las viviendas de los Cantero en barrio La Granada.
La cámara del hexacóptero es Full HD (1920 por 1080 píxeles), de 60 cuadros por segundo: desde 20 metros de altura puede registrar con total nitidez el rostro de una persona. La grabación de la filmación se transmite en vivo, por lo que un juez puede seguir un operativo desde la pantalla e, inmediatamente después de concluido el recorrido, llevarse un devedé que se grabó al mismo tiempo que se hacía el registro.
Pero lo primero que destaca Araya sobre el hexacóptero y la posibilidad de hacer tareas de vigilancia urbana con el aparato, es que es seguro para volarlo sobre la ciudad. “Tiene seis motores y seis hélices, si uno de los motores o la hélices sufre una avería, ya sea porque sufre un ataque o cualquier otra contingencia, el drone sigue volando”, dice. A diferencia de los cuadricópteros, conocidos como Phantom, cuyo uso es cada vez más frecuente en manos de aficionados que los hacen volar en parques y suben luego los videos a YouTube o Vimeo. Si uno de los motores del cuadricóptero deja de funcionar, el aparato se cae. Y recibir en la cabeza un bólido de unos tres kilos que cae desde 20 metros puede ser mortal.
Por otra parte, la transmisión de mando no puede interferirse, porque no se trabaja con una sola frecuencia de radio, sino con muchas. Tampoco se puede hackear –como sucede con un drone militar en la reciente novena temporada de la serie “24”, en la que Kiefer Sutherland vuelve a interpretar al abnegado agente antiterrorista Jack Bauer. Sin embargo, en el caso de los cuadricópteros, por el tipo de transmisión que usan sus mandos, la inmensa cantidad de señales de WiFi que hay hoy en el centro de Rosario puede provocar interferencias que lleven a perder el control del aparato y ocasionar su caída.
Drones hay muchos, incluso el Patriot puede manejarse a través de un IPhone, “pero son juguetes”, dice Araya.
—¿Y los aparatos que se usen para vigilancia no estarían expuestos a que alguien les dispare o los ataque?
—Hasta ahora lo que vimos es que causan curiosidad: la gente se los queda mirando cuando los descubre. Y al tener una cámara, si alguien está cometiendo un ilícito intenta esconderse o escapar, lo último que se le ocurriría es apuntarle con un arma.

Costos

Un drone como el que Araya nos muestra en el local de calle Constitución cuesta unos 5.000 dólares. Todas sus piezas son importadas, así que la dificultad no sólo reside en el financiamiento, sino en hallar los componentes. A la vez, su uso implica un nivel de práctica y preparación importante. En caso de que un organismo estatal como la Municipalidad decidiera incorporarlos para el monitoreo de la seguridad, Araya propone que no sean empleados municipales los encargados de operarlos sino gente idónea. Y señala como ejemplo la compra de cuatro aparatos que hizo el municipio de Tigre, en Buenos Aires: “Hoy sólo funciona uno, los otros tres están rotos por impericia”, dice.
De la maleta donde están los mandos nuestro anfitrión extrae unos lentes “ciegos” al exterior que, una vez colocados en el operador, muestran en unas minipantallas lo que registra la cámara del drone, lo que naturaliza la visión del piloto. “Es una decisión política”, remata Araya –quien hace cuatro años que trabaja en los modelos que él mismo ha diseñado–, que el municipio se decida a crear una división de control aéreo para Rosario.

Usos

La etimología de drone viene de dran o dræn, abeja macho o zángano, en algunas lenguas europeas en el siglo XVI. En inglés significa, literalmente, abejorro. El uso como nave no tripulada es de fines de la segunda guerra mundial. Hace referencia al zumbido producido por sus motores, similares al de los zánganos volando.
“El único límite –dice Araya–, es la duración de la batería”, pero sus usos, dentro de lo que las leyes permiten –porque en algunos casos puede considerarse una invasión de la privacidad–, son muchos. “Porque –según nos informa– la cámara de cualquiera de los aparatos puede interconectarse en vivo con el Centro de Monitoreo donde se registra la actividad de las cámaras de vigilancia de la ciudad a través de un radioenlace”.
Por ejemplo, pueden usarse para registrar las picadas frecuentes en la Florida. Un drone puede hacer un seguimiento de las picadas. Cuando los agentes policiales y municipales llegan al lugar los autos que corrieron suelen estar detenidos y los pilotos se excusan diciendo que sólo estaban allí mirando. Pero una grabación a disposición de los agentes en el lugar puede comprobar cuál auto corría y cuál, no.
También, como sucedió ya en la provincia de Buenos Aires, los drones pueden relevar modificaciones en los terrenos de la ciudad para cotejar los datos con los del Catastro, de modo de actualizar impuestos sobre superficies cubiertas no declaradas.
Además de los operativos de vigilancia con drones en zonas rojas de la ciudad propuestos por el edil radical Jorge Boasso hace dos semanas –el concejal consultó las posibilidades con el mismo Araya–, los aparatos tripulados a control remoto también pueden utilizarse en el ordenamiento vehicular, en casos de embotellamientos o grandes congestiones, según observa nuestro entrevistado: “Un drone puede recorrer la zona desde el aire e indicar en tiempo real cuáles son las vías alternativas y dónde está el problema”.
Hasta ahora, ni el estado municipal ni el provincial consultaron con Araya la oportunidad de que un drone realice alguna de estas tareas, más allá de las intervenciones específicas e informales pedidas por jueces y policías. Sin embargo, la seguridad presidencial conoce su trabajo porque en más de una oportunidad el hexacóptero filmó el palco oficial cada vez que Cristina Fernández de Kirchner visitó en los últimos cuatro años la ciudad.
Las ficciones televisivas, cinematográficas y literarias ensayaron ya los sueños y pesadillas del uso de los drones, desde los drones que buscan el reconocimiento de retinas en “Sentencia previa” (Steven Spielberg, 2002) hasta la inquietante posibilidad de que un grupo extremista se haga del control de drones militares para usarlos en atentados terroristas, como sucede en la última temporada de la serie “24”; hasta los premonitorios relatos en los que el difunto Philip K. Dick imaginó un mundo estrictamente vigilado. Queda por resolver cómo intervendrá el estado en una actividad cuya regulación se dispersa y atomiza hoy en día en las posibilidades y apertura de las nuevas tecnologías.

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