socio

"I don't want to belong to any club that will accept people like me as a member." Groucho Marx en Groucho and Me (1959).

miércoles, 17 de abril de 2019

maten al mensajero

La semana pasada el mundo conoció el rostro hirsuto y demacrado del australiano Julian Assange, fundador de WikiLeaks, después de siete años en la embajada ecuatoriana en Londres y de más de un año en el que el actual régimen del presidente de Ecuador, Lenin Moreno, le hiciera la vida imposible en la residencia, obligándolo a atender su salud por su propia cuenta, desatendiendo sus subsistencia y prohibiéndole que vuelva a publicar en el sitio WikiLeaks, a través del cual los argentinos nos enteramos de la íntima relación que periodistas, dirigentes políticos, judiciales y actuales funcionarios de la Nación mantienen con la embajada de Estados Unidos, entre otras cosas terribles que el gobierno más poderosos del mundo sembró en el orbe en los últimos años: guerras, golpes de estado, asesinatos, espionaje y operaciones de todo que tuvieron como resultado millones de muertos, pobreza creciente y una corrupción invisible e inconmensurable.
Lenin Moreno le retiró la ciudadanía ecuatoriana a Assange y agentes de Scotland Yard ingresaron a la embajada –es decir, a territorio extranjero– a detener a un periodista desgreñado, con el pelo y la barba crecida sobre un rostro abandonado a la desesperanza. Lo arrastraron al exterior, que pisaba por primera vez después de un año, y la luz del día le lastimaba los ojos.
“Dirigido por los quasi fascistas del Washington de Trump –escribió John Pilger en CounterPunch– y en liga con el Ecuador de Lenin Moreno –un mentiroso y un judas latinoamericano que intenta disfrazar su rancio régimen–, la élite británica abandonó su último mito imperial, ese que aludía a la equidad y la justicia”.

miércoles, 10 de abril de 2019

melancolía del futuro

Prólogo de Pablo Schanton a Los fantasmas de mi vida (Caja Negra), de Mark Fisher, en el que el autor retoma las ideas de su libro anterior y ahonda en la idea de reactivar la memoria histórica para escapar de la temporalidad detenida de la posmodernidad.

Existence, well, what does it matter?/ I exist on the best terms I can/
The past is now part of my future/ The present is well out of hand.
[La existencia, bueno, qué importa/ Existo en los mejores términos que puedo/
El pasado es ahora parte de mi futuro/ El presente está fuera de mi alcance.]
Joy Division, “Heart and Soul”, 1980
“Alguien, usted o yo, se adelanta y dice:
quisiera aprender a vivir por fin.”
Jacques Derrida, “Exordio”, en Espectros de Marx, 1995

Este libro sí es una nota suicida.
Empecemos por invertir el no de la advertencia con que el filósofo inglés Simon Critchley abre su Apuntes sobre el suicidio, de 2015. Ahora demos las explicaciones del caso. 
He leído muchos de los ensayos de Los fantasmas de mi vida siguiendo el ritmo con que Mark Fisher los iba publicando como entradas en su blog k-punk, durante la primera década de este siglo. Luego, corroboré su trascendencia reflexiva cuando se convirtieron en libro allá por 2014.
Ahora bien, pasaron cuatro años y el autor de aquellos raptos de lucidez desesperada está muerto. Se suicidó el 13 de enero de 2017, a los 48 años. Un acto extremo como el suicidio –justamente el “pasaje al acto”– impone otra lectura, más aún tratándose de estas páginas en primera persona. Por eso, cuando Caja Negra decidió traducir Ghosts of my Life, nos planteamos completar la edición con artículos que originalmente no incluía, y extraer los que habían quedado demasiado datados, ya que retrospectivamente el libro había cobrado otro sentido.
Quizá quienes conozcan a Fisher como el autor de Realismo capitalista. ¿No hay alternativa? se sorprendan ahora, no solo porque ha decidido ofrecer su propia versión de la crítica cultural que lo acerca al Simon Reynolds de Retromanía, sino también por no habernos ofrecido la “coherente alternativa” al capitalismo que esperábamos llegara en un programa. A fin de satisfacer esa expectativa, bastaría con descargar gratuitamente de Internet el panfleto Reclaim Modernity: Beyond Markets Beyond Machines, que escribió junto con Jeremy Gilbert en 2014; conseguir Inventar el futuro: postcapitalismo y un mundo sin trabajo (2015) de Nick Srnicek y Alex Williams (un libro que él auspició como “clara y apremiante visión de una sociedad postcapitalista”), además de esperar la publicación póstuma de su manifiesto inédito, el cual estaría relacionado con una formación social que había bautizado enigmáticamente “comunismo ácido”. Por ahora, aclaremos que, comparado con su libro previo, en Los fantasmas de mi vida prefirió ser inductivo antes que deductivo. Digamos que mientras el anterior mapeaba el diagnóstico sobre el realismo capitalista apoyándose en libros, películas y músicas que funcionan como ejemplos o ilustraciones sintomáticas (acomodándose entre el Žižek que lee a Lacan desde Hitchcock y el Jameson que lee geopolíticamente el cine), esta vez son sus fetiches culturales los que delinean el rumbo de la interpretación política. La diferencia es notoria: en esta oportunidad parece homenajear el formato de crítica musical y cinematográfica que tanto lo influyó en su adolescencia a comienzos de los años ochenta, cuando leía artículos y reseñas en el semanario New Musical Express, firmadas por Ian Penman o Mark Sinker, periodistas ingleses que lo instaron a investigar a Derrida o Barthes, simplemente porque los citaban en sus notas sobre bandas de rock. Será por eso que a la hora del análisis cultural, aquí se emparenta más con Greil Marcus que con Stuart Hall, aunque no faltan la argumentación y la elocuencia contundentes que convirtieron a Realismo capitalista en un nuevo clásico viral del neomarxismo.

jueves, 4 de abril de 2019

espectrología


17 de Junio 2011 | The Guardian

La espectrología (hauntology) es tal vez la tendencia más importante de la teoría crítica que floreció online. En octubre de 2006, Mark Fisher –también conocido como k-punk– lo describió como “lo más parecido que tenemos a un movimiento, a un zeitgeist” (espíritu de los tiempos). Apenas tres años después, Adam Harper presentó una pieza sobre el tema con la siguiente advertencia: “Soy muy consciente de que ya no es 2006, el año para bloguear sobre la espectrología”. Hace dos meses, James Bridle predijo que el concepto estaba “a unos seis meses de convertirse en el título de una columna en el suplemento de una revista dominical”. Sólo quedan cuatro meses, entonces. Mi corazonada es que la espectrología ya se está encantando a sí misma. El revival comienza aquí.
Al igual que su pariente cercana, la psicogeografía, la espectrología se originó en Francia pero tocó un acorde en este lado del Canal. En Espectros de Marx (1993), donde apareció por primera vez, Jacques Derrida argumentó que el marxismo perseguiría a la sociedad occidental desde más allá de la tumba. En el original francés, la “espectrología” (hantologie) suena casi idéntica a “ontología”, un concepto que embruja al reemplazar –en palabras de Colin Davis– “la prioridad del ser y la presencia con la figura del fantasma como aquello que no está presente, ni ausente, ni muerto ni vivo”.

Hoy en día, la espectrología inspira muchos campos de investigación, desde las artes visuales hasta la filosofía, la música electrónica, la política, la ficción y la crítica literaria. En su nivel más básico, se relaciona con la popularidad de la fotografía de imitación de época, espacios abandonados y series de televisión como Life on Mars. Mark Fisher –cuyos libros a puntos de publicarse Ghosts of My Life (Zer0 Books; hay traducción al español: Los fantasmas de mi vida) se centra principalmente en la espectrología como la manifestación de un “momento cultural” específico–, reconoce que “existe una dimensión espectrológica en muchos aspectos diferentes de la cultura; de hecho, en Moisés y la religión monoteísta, Freud prácticamente argumenta que la sociedad como tal se basa en una base espectrológica: “la voz del padre muerto”. Cuando uno piensa en ello, todas las formas de representación son fantasmales. Las obras de arte están encantadas, no solo por las formas ideales de las cuales son ejemplificaciones imperfectas, sino también por lo que escapa a la representación. Veamos, por ejemplo, el deseo de Borges de capturar en el versículo el “otro tigre, el que no está en el verso”. O Maurice Blanchot, quien ensaya lo que podría describirse como un asunción espectrológica de la literatura como “el tormento eterno de nuestro lenguaje, cuando su anhelo se vuelve hacia lo que siempre pierde”. Julian Wolfrey argumenta en Victorian Hauntings (2002) que “contar una historia siempre es invocar fantasmas, para abrir un espacio a través del cual otra cosa vuelve “de modo que” todas las historias son, más o menos, historias de fantasmas “y toda ficción es, más o menos, espectrológica. Las mejores novelas, según Gabriel Josipovici, comparten una “sensación de densidad de otros mundos sugerida, pero más allá de las palabras”. Para el lector o crítico, el misterio de la literatura es la opacidad, el resto irreducible, en el corazón de la escritura que nunca puede ser completamente interpretada. Toda la tradición literaria occidental en sí misma se basa en la noción de posteridad, que Paul Eluard describió como el “duro deseo de perdurar” a través de las obras de uno. Y luego, por supuesto, está la muerte del autor... Todo esto, como puede verse, podría durar bastante tiempo, así que tal vez deberíamos preguntarnos si el concepto no significa todas las cosas para todos los hombres y mujeres. Steen Christiansen, que está escribiendo un libro sobre el tema, explica que “la espectrología se desangra en los campos del posmodernismo, la metaficción y el retro-futurismo y que no existe una distinción clara, que iría en contra de la tensión a la que apunta la espectrología”.

Como reflejo del zeitgeist, la espectrología es, sobre todo, el producto de un tiempo que está seriamente “fuera del conjunto” (Hamlet es uno de los puntos de referencia cruciales de Derrida en los Espectros de Marx). Hay un sentido que prevalece entre los espectrologistas que señala que la cultura ha perdido su impulso y que todos estamos empantanados en el “fin de la historia”. Mientras tanto, las nuevas tecnologías están dislocando nociones más tradicionales de tiempo y lugar. Los teléfonos inteligentes, por ejemplo, nos alientan a nunca comprometernos completamente con el aquí y el ahora, fomentando una presencia-ausencia fantasmal. La hora de Internet (que está reemplazando cada vez más la hora del reloj) da como resultado un tipo de “no-tiempo” que va de la mano con los no lugares de Marc Augé. Tal vez aún más importante, la web ha provocado una “crisis de exceso de disponibilidad” que, en efecto, significa la “pérdida de la pérdida en sí misma”: nada más muere, todo “vuelve a YouTube o como una caja de discos retrospectiva” como un bucle (loop), el tiempo que se repite del trauma (Fisher). Esta es la razón por la cual la “retromanía” (reseña acá) ha alcanzado una álgida cima en los últimos años, como lo demuestra Simon Reynolds en su nuevo libro, una disección metódica de la “adicción de la cultura pop a su propio pasado”.

Sin embargo, la espectrología no es solo un síntoma de los tiempos: está en sí misma hechizada por una nostalgia de todos nuestros futuros perdidos. “Entonces, ¿qué significaría buscar los restos del futuro?”, pregunta Owen Hatherley al comienzo de Modernismo Militante: “¿Podemos, deberíamos, tratar de hacer una excavación en la utopía?” Puede que valga la pena darse una oportunidad.