socio

"I don't want to belong to any club that will accept people like me as a member." Groucho Marx en Groucho and Me (1959).

jueves, 27 de diciembre de 2018

el panóptico neoliberal

El neoliberalismo, la ideología dominante del capital y las finanzas, libra una guerra por las ideas y el sentido común, en el que las relaciones sociales se reducen a un acto de comercio. “La democracia no puede funcionar si los ciudadanos no son autónomos, si no se juzgan a sí mismos, son curiosos, reflexivos e independientes”, sostiene Henry Giroux en esta entrevista (que no traduje entera) en CounterPunch, quien señala el vínculo entre fascismo y libre mercado. “Esta cultura de la auditoría lleva al analfabetismo cívico”, dice.


Henry A. Giroux (Providence, Rhode Island, EEUU, 1943) es un destacado académico en su país y Canadá, además de un reconocido crítico cultural y uno de los teóricos fundadores de la Pedagogía Crítica en Estados Unidos. En 2002, la más prestigiosa de las publicaciones de Humanidades, Routledge, nombró a Giroux como uno de los cincuenta pensadores de la educación más importantes del período moderno.
Conocido por sus trabajos pioneros en pedagogía de lo público, sus estudios culturales y de la juventud, y su teoría crítica, Giroux fue docente en las principales universidades estadounidenses, desde Boston a Penn State y publicó más de 60 libros que se tradujeron a varios idiomas. En español los más conocidos son Igualdad educativa y diferencia cultural (1992), Teoría y Resistencia en Educación. Una pedagogía para la oposición (1992), La escuela y la lucha por la ciudadanía (1993) y Pedagogía crítica, estudios culturales y democracia radical (2005), entre otros.
Esta entrevista con Giroux fue conducida por Mitja Sardoč, del Instituto de Investigación Educativa en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Ljubljana, Slovenia.
—Desde hace varias décadas, el neoliberalismo ha estado a la vanguardia de las discusiones no solo en economía y finanzas, también se ha infiltrado en nuestro vocabulario en varias áreas tan diversas como los estudios de gobernabilidad, criminología, salud, jurisprudencia, educación, etc. ¿Qué fue lo que disparó el uso y la aplicación de esta ideología “económica” asociada con la promoción de la eficacia y la eficiencia?
—El neoliberalismo se ha convertido en la ideología dominante de estos tiempos y se estableció como una característica central de la política. No solo se define a sí mismo como un sistema político y económico cuyo objetivo era consolidar el poder en manos de una élite corporativa y financiera, sino que también libra una guerra por las ideas. Se define a sí mismo como una forma de sentido común y funciona como un modo de pedagogía pública que produce un molde que estructura no solo los mercados, sino toda la vida social. En este sentido, ha funcionado y continúa funcionando no solo a través de la educación pública y superior para producir y distribuir valores basados en el mercado, identidades y modos de organización, sino también en aparatos y plataformas culturales más amplios para privatizar, desregular, economizar y someter todas las instituciones dominantes y las relaciones de la vida cotidiana con los dictados de la privatización, la eficiencia, la desregulación y la mercantilización.
Desde la década de 1970, a medida que más y más instituciones dominantes de la sociedad están bajo el control de la ideología neoliberal, sus nociones de sentido común –un individualismo descontrolado, una dura competencia, el ataque agresivo contra el estado del bienestar, la debilitación de los bienes públicos y su ataque a todos los modelos de sociabilidad que se opongan a los valores del mercado– se han convertido en la hegemonía reinante de las sociedades capitalistas. Lo que muchos en la izquierda no se han dado cuenta es que el neoliberalismo es algo más que estructuras económicas, también es una poderosa fuerza pedagógica, especialmente en la era de las redes sociales, que participa en el dominio de todo el espectro en cada nivel de la sociedad civil. Su alcance se extiende no solo a la educación, sino también a una variedad de plataformas digitales, así como en el ámbito más amplio de la cultura popular. Bajo los modos de gobierno neoliberal, independientemente de la institución, cada relación social se reduce a un acto de comercio. La promoción de la efectividad y la eficiencia del neoliberalismo da crédito a su capacidad de voluntad y éxito para hacer de la educación un lugar central en la política. También ofrece una advertencia a los progresistas, ya que Pierre Bourdieu insiste en que la izquierda ha subestimado las dimensiones simbólicas y pedagógicas de la lucha y no siempre ha forjado las armas apropiadas para luchar en este frente.


jueves, 20 de diciembre de 2018

el marxismo-pop de mark fisher


Pocos críticos vieron la leyenda en la pared como Mark Fisher. El escritor, el profesor y el teórico siempre supieron que el arte y la política no podían separarse. A partir de una colección diversa de discos de artistas como David Bowie, Joy Division y Drake, Fisher vio la música como una ventana a los efectos del capitalismo en la identidad, la economía y la política, y tenía la habilidad de convertir las ideas académicas en formas accesibles para entender el lugar del arte en la sociedad.

Como consecuencia de su trágica muerte el año pasado, la noticia de su pérdida se propagó rápidamente a través de las redes sociales, donde sus seguidores se esmeraron en poner palabras al poder de su trabajo; desde los humildes comienzos su querido blog, k-punk, hasta la influencia generalizada de sus libros, los escritos de Fisher se convirtieron en la zona cero de un tipo diferente de crítica cultural, uno de un entusiasmo tan insaciable para la cultura pop como indiscutiblemente cortante, urgente y radical.

A lo largo de tres libros, numerosas piezas de revistas y cientos de ensayos breves, Fisher estableció una visión del mundo vasta y totalizadora definida por sus pensamientos sobre el capitalismo, los medios y la posvida. En el nacimiento de la crisis financiera de 2008, Fisher acuñó el término “realismo capitalista” para describir una creencia específica cada vez más común entre los políticos tanto en el Reino Unido como en América del Norte: no importa cuán mal estaban las cosas bajo el capitalismo, los crudos 300 años del viejo sistema político y económico se habían convertido en la única opción viable, y resulta casi imposible imaginar una alternativa realista al mercado global actual.

lunes, 17 de diciembre de 2018

el libre mercado ya condena a méxico


Andrés Manuel López Obrador es el presidente más a la izquierda de la historia del país. Millones de mexicanos lo votaron esperanzados, pero la prensa del libre mercado ya lamenta su populismo.


El 1 de diciembre, ante una agitada multitud de simpatizantes en el Zócalo, en el corazón de la Ciudad de México, el presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) lanzó la “Cuarta Transformación” de México, un ambicioso proyecto de reforma política, social y ecológica que apunta “a purificar la vida pública”.
En la inauguración de este proyecto de transformación, un número récord de mujeres ingresaron en cargos políticos, los ritos indígenas se incorporaron a las ceremonias presidenciales por primera vez y AMLO entregó más de la mitad de su salario como presidente, además de vender el avión presidencial. “Vamos a bajar los salarios de los que están en la cúspide porque de esta manera podemos ahorrar para atender las demandas de la justicia”, dijo.
Pero si millones de mexicanos se llenaron de esperanza con la presidencia de AMLO, los comentaristas internacionales se llenaron en su gran mayoría de desesperación. Retratan en sus artículos un “retroceso a una era de caudillos, u hombres fuertes del populismo que la región aparentemente había dejado atrás”. Afirman que AMLO es “indiferente, aunque no desdeñoso, del proceso democrático”. Advierten que ya está “espantando a los inversores extranjeros”.

qué es una ciudad

El miércoles próximo se presenta el libro sobre Rapto del cual escribí el prólogo:




“Nada de gacetillas, nada de agenda. Nuestros textos, nuestras fotos.” Con esa declaración de principios se presentaba Rapto en 2016. La firmaban el periodista Lucas Canalda y el fotógrafo Renzo Leonard. Desde entonces Rapto operó en dos zonas de lo que, para abreviar y entre comillas, llamaremos “el espacio cultural”: la acumulación y la invitación –hay un multifacético término en inglés que acaso le quepa mejor que invitación: tease, como lo leemos por ejemplo en strip-tease o en teaser: el eco de una tentadora perturbación.
Rapto acumula desde 2016 extensas entrevistas y descripciones de distintas escenas que ganaron Rosario, desde la visita de Juana Molina o Adrián Dárgelos con Babasónicos hasta la intimidad de Checho Godoy en su casa y con sus hijos. Checho integra el dúo Matilda, la banda electropop más prolífica y persistente de Rosario. Músicos, sobre todo, pero también dibujantes, periodistas, fotógrafos y crónicas sobre recitales, la primera marcha feminista en la ciudad (los feminismos, la ola verde que se despliega en la guerra interior de una mujer que presta su voz en una entrevista, lo mismo que en la calle y la geografía de ese gran escenario cultural, atraviesan gran parte de estas páginas como llamaradas a veces, como chispazos otras). Los entrevistados, salvo los que vienen de Buenos Aires, están en sus casas, sus lugares de trabajo, en la calle o en un bar, o saltan de un lugar a otro según el cronista los rastrea en el tiempo y en su memoria.
Pies de Rock
Fotografía de Renzo Leonard en Flickr.

martes, 11 de diciembre de 2018

el mito de las buenas corporaciones


Fueron los sindicatos, en los Estados Unidos de los 50, los responsables del bienestar y los altos salarios de los trabajadores en la era de la posguerra.


Del mismo modo que la presidencia de Donald Trump ha contribuido a la consideración retrospectiva de George H.W. Bush, también la conducta de las corporaciones estadounidenses durante las últimas cuatro décadas –para decirlo más o menos claro: embolsar los ingresos de sus accionistas mientras se muestran rígidas al mismo tiempo que abandonaba por completo a sus trabajadores– lustraron de un resplandor positivo su desempeño en la era posterior a la Segunda Guerra Mundial.

Un comentarista bañado en ese resplandor, basado en la evidencia de su columna de los lunes en The New York Times, es David Leonhardt. Su artículo, con bastante razón, bate el parche por el proyecto de ley de Elizabeth Warren, que requiere que las corporaciones reserven el 40 por ciento de sus asientos en el consejo para los representantes seleccionados por sus trabajadores, una versión ligeramente diluida de la codeterminación alemana, pero un paso significativo hacia adelante, si es que se consigue, en la batalla para hacer que las corporaciones sean responsables no solo ante sus accionistas más grandes (entre los que se encuentran sus principales ejecutivos, que generalmente son compensados en acciones).
Leonhardt señala correctamente que fue solo a fines de la década de 1970 que las corporaciones estadounidenses comenzaron a acumular sus ganancias para sus accionistas y gerentes. Por el contrario, durante los 30 años anteriores, los ingresos de los trabajadores aumentaron a la misma tasa que la productividad y las empresas proporcionaron seguros de salud y pensiones.
¿Por qué funcionó así? Según Leonhardt, eso se debía a que “la mayoría de los ejecutivos se comportaban como si se preocuparan por sus trabajadores y comunidades”. Cita un artículo famoso de Bill Benton de la agencia de publicidad Benton y Bowles que apareció en 1944, sugiriendo que las empresas estadounidenses tenían una misión superior que enriquecer a los ricos, y sugiere que esto se convirtió en un punto de vista ampliamente aceptado en salas de de directorio corporativas.
Lo que uno no encontrará en la columna de Leonhardt es alguna mención a los sindicatos, lo que hace que su análisis sea resulte similar a Hamlet, pero sin el príncipe. El hecho de que los sindicatos representaran a un tercio de la fuerza laboral estadounidense cuando Benton escribió su artículo, y una buena parte de más de un tercio en las grandes corporaciones, fue la principal razón por la que las corporaciones compensaron a sus trabajadores de manera más justa de lo que lo han hecho en las últimas décadas. El contrato que General Motors firmó con el Sindicato de Trabajadores Automotrices (UAW, United Auto Workers) en 1950, que estableció la plantilla para los contratos más equitativos de ese período, se debió al temor de GM de tener que soportar otro cierre de más de 100 días que la UAW había infligido sobre la empresa en su huelga de 1946. Y como Jack Metzger ha documentado en su maravilloso libro Striking Steel (un juego de palabras en el que “striking” puede leerse como resplandeciente –acero resplandeciente– pero tiene su eco en strike: huelga), los 50 fueron una década llena de huelgas importantes mientras los sindicatos luchaban con éxito para frustrar las propuestas de las corporaciones que hubieran reducido el salario y los beneficios que los trabajadores habían logrado. (El libro de Metzger toma su título de la huelga de trabajadores del acero de 1959 contra US Steel, cuando casi medio millón de trabajadores se quedaron sin trabajo por 116 días, lo que finalmente obligó a la compañía a mantener e incluso aumentar sus beneficios para los obreros).
Entonces, seamos claros acerca de lo que los franceses llaman les “trente glorieuses”, los 30 años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, cuando los ingresos de los trabajadores aumentaron y surgió una clase media masiva. No fue la edad de oro de las corporaciones benévolas. Fue la edad de oro de los sindicatos.

Traducido de Prospect.

jueves, 6 de diciembre de 2018

amnesia institucional



Recién llegado de Brasil a Nueva Orleans, donde es profesor de la Universidad de Tulane, el crítico cultural y teórico de la literatura Idelber Avelar se presta a esta entrevista en la que disecciona el proceso por el cual su país llevó al poder a Jair Bolsonaro.
En esta conversación Avelar desmenuza el trágico error de Lula cuando alentó la candidatura de Bolsonaro creyendo que su candidato, Fernando Haddad, lo derrotaría en un balotaje. También, traza una línea de continuidad entre la campaña de “fakenews” de las elecciones de este año y las que en 2014 llevaron a Dilma Rousseff a la presidencia demonizando a Marina Silva; sostiene que el proceso de memoria histórica y de juicios a los responsables de la última dictadura argentina hacen muy difícil que en el país emerja un Bolsonaro y concluye que la actual derrota de las izquierdas en la región comparte el mismo “horizonte epocal” que la de los 70: es la misma derrota.
En 1999, antes de que en Argentina se reabrieran las causas de lesa humanidad por los crímenes de la última dictadura cívico-militar, antes de que Luiz Inácio Lula da Silva ganara su primera presidencia, y cuando Hugo Chávez apenas asomaba en Venezuela, el brasileño Idelber Avelar publicó Alegorías de la derrota, un libro magistral que analizaba los procesos de representación de la memoria de la dictadura en la democracia y postulaba que las dictaduras que se propagaron en América latina desde los 60, eran la condición misma de las actuales democracias, que no cuestionaban el orden neoliberal impuesto a sangre y fuego y se asumían como débil remedo de los intentos de democratización radical que habían propuesto los gobiernos populares derrocados.
—Al tiempo que asumía Lula, Brasil quedaba reducido a los fotogramas del film Ciudad de Dios. El filósofo Vladimir Safatle dijo que Brasil vive una “guerra civil de baja intensidad”, con unos 60 y pico de miles de muertos al año por homicidio. ¿Cómo observás esa representación de Brasil en las ficciones?
Imagen tomada del sitio de la Tulane University.