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miércoles, 4 de enero de 2023

una expresión de la época y otra de la real academia

El 29 de diciembre pasado la Real Academia Española, a través de Fundéu, eligió como palabra del año “inteligencia artificial”. 

La elección de “la palabra del año” que hace la RAE cumple en 2023 diez años. El propósito de este concurso, que habían planteado décadas antes algunas instituciones –ninguna de carácter “real” como la Española– vinculadas con el inglés, el alemán, el ruso, el danés o el japonés apunta a destacar “cualquiera de las diversas evaluaciones en cuanto a la(s) palabra(s) o expresión(es) más importante(s) en la esfera pública durante un año específico.”

Los fundamentos de la RAE para esta elección pueden leerse en su sitio: «Este concepto se incorporó al diccionario de la Academia en su edición de 1992, y este año la FundéuRAE lo ha seleccionado por su importante presencia en los medios de comunicación durante estos últimos doce meses, así como en el debate social, debido a los diversos avances desarrollados en este ámbito y las consecuencias éticas derivadas.

«El análisis de datos, la ciberseguridad, las finanzas o la lingüística son algunas de las áreas que se benefician de la inteligencia artificial. Este concepto ha pasado de ser una tecnología reservada a los especialistas a acompañar a la ciudadanía en su vida cotidiana: en forma de asistente virtual (como los que incorporan los teléfonos inteligentes), de aplicaciones que pueden crear ilustraciones a partir de otras previas o de chats que son capaces de mantener una conversación casi al mismo nivel que una persona.»

Ahora bien. Ya dijimos que otros idiomas, en los que no hay una “Real Academia” de la lengua, llevan al menos diez años más en este ejercicio. La RAE comenzó en 2013 con la elección de escrache, selfi en 2014, refugiado en 2015, populismo en 2016 (las negritas son nuestras), aporofobia en 2017, microplástico en 2018, los emojis en 2019, confinamiento en 2020 y vacuna en 2021.


Mientras tanto, el Diccionario Oxford de la lengua inglesa (que es una más entre otras instituciones dedicadas a la actualización, la historia y el análisis del idioma), eligió como “Word of the Year” (palabra del año) la expresión goblin mode, de la que establece: «En la jerga, el término se usa a menudo en expresiones como ‘en modo goblin’ o 'ponerse en modo goblin’ y es “un tipo de comportamiento autocomplaciente que no se disculpa, perezoso, descuidado o codicioso, de una manera que rechaza las normas o las expectativas sociales”» («The slang term is often used in the expressions ‘in goblin mode’ or ‘to go goblin mode’ and is “a type of behaviour which is unapologetically self-indulgent, lazy, slovenly, or greedy, typically in a way that rejects social norms or expectations»). Solemos traducir goblin por “duende” y es acertado, aunque ese duende que evoca el término goblin tiene en inglés ecos menos amables que su acepción española, por eso no lo vamos a traducir. Es una suerte de ser encantado que puede tener rasgos endemoniados mucho más frecuentes que los de nuestros “duendes”.

Vemos que en inglés lo que se evalúa es menos la prosperidad mediática de la palabra del año, su despliegue en la esfera de la comunidad científica o la envergadura noticiosa que posee, que su repercusión en la conversación diaria, su despliegue en la lengua, su capacidad de interpelar la época: ese ser autoindulgente que nos trae el “modo goblin”, esa persona que eligió “ponerse en modo goblin”, ajeno a lo que se espera socialmente de él, es también una persona que descree de las instituciones democráticas, que vio desatarse una guerra territorial en Ucrania (un tipo de conflagración que la globalización había supuesto caduca), una persona que atravesó la pandemia y halló en una expresión el modo en el que todo eso, el modo en que la época circula en la lengua.

Claro, hablamos del inglés, que es a esta altura la lengua imperial, el idioma universal de las finanzas y la tecnología. Si algo le cabe es esa interpelación de la época.

Podríamos suponer que la RAE es la encargada de ese tipo de evaluaciones del español.

Pero no, como ya lo advirtió “nuestro José Luis Borges” (la frase es del rey de España), en “El idioma de los argentinos” (1928): el diccionario de la RAE está lleno de “defunciones”: un “sinfín de voces que están en él y que no están en ninguna boca.”

La elección de “inteligencia artificial” expresa una pobre lectura de la época, del modo en que el español (que también fue un idioma imperial) interpreta cómo sus palabras corren por el mundo que deben encarnar. 

El español es la cuarta lengua más hablada del mundo, su expansión (casi 550 millones de hablantes globales) continúa en ascenso, sin embargo, su uso en internet sigue siendo bajo y pobre. Lo prueba, entre otras cosas, la cantidad de entradas de Wikipedia en español: 1.823.000 artículos contra casi la misma cifra del ruso (1.875.000 artículos), que es la octava lengua más hablada, o el italiano (1.785.000 artículos), que ocupa el puesto 28 entre los idiomas más hablados a nivel global. No hacemos la comparación con el inglés, porque la inmensa mayoría de los artículos de la enciclopedia que se lee navegándola, están escritos originalmente en inglés, incluso aquellos que incumben temas ajenos a ese idioma y su historia.

En la elección de “inteligencia artificial” se lee también esa carencia del idioma, la falta de flexibilidad para circular como vehículo del conocimiento del mundo y, sobre todo, del intercambio de ese conocimiento, su incapacidad para compartir y seducir en ese intercambio. 

“Inteligencia artificial” –como palabra del año– es la expresión de un miedo ajeno a la lengua pero próximo a la Real Academia Española: el miedo a ser reemplazada por una máquina, acaso más eficiente y creativa que esa organización que, entre otras cosas, se encarga de corregir presidentes.

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