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martes, 6 de agosto de 2019

genealogía del empresario nacional

En la microbiografía que lo presenta en la Revista Crisis, de Alejandro Galliano –cuya primera nota en ese medio se publicó en septiembre de 2015– se dice: “(Tigre, 1978) Hijo de la clase trabajadora y egresado de Filosofía y Letras. De día trabaja en los mal iluminados nichos de la industria educativa argentina y de noche dibuja y escribe como Bruno Bauer. En twitter es @bauerbrun.” Entonces no había publicado aún su primer libro –junto con Hernán Vanoli– “Los dueños del futuro. Vida y obra, secretos y mentiras de los empresarios del siglo XXI”, en cuya contratapa leemos: “Cualquier argentino medio pone una parte de su vida en las poderosas y casi invisibles manos de los dueños del futuro. Viaja por calles o rutas construidas gracias a la toma de deuda estatal negociada por el joven banquero Federico Tomasevich. Compra productos en alguno de los supermercados de Federico Braun, que luego acompaña con otros productos de soja desarrollados con semillas diseñadas por Don Mario, la compañía de Gerardo Bartolomé. Si se enferma, quizás consuma alguno de los componentes fabricados por Hugo Sigman en sociedad con el Estado chino. También puede intentar comprar o vender en MercadoLibre, la empresa de Marcos Galperín, o visitar algún sitio web desarrollado por GlobAnt, y ofrecer así bienes o servicios finalmente comprados por alguien que vive en alguno de los incontables inmuebles que Eduardo Costantini ha desparramado por Buenos Aires.”
En esta entrevista Galliano dice que escribir ese libro lo llevó a replantearse su propia idea del futuro tras escuchar la que tienen en su cabeza los empresarios más prósperos de Argentina. Y que eso lo llevó a seguir escribiendo y explorando posibilidades que pocos –entre ellos el historiador rosarino Ezequiel Gatto– desarrollan en el amplio campo cultural argentino.
—Escribiste una nota en una revista digital basada en un modelo que se publicó a su vez en otro medio digital, Jacobin, ¿cómo percibís esta expansión de esto que podría englobarse en el periodismo digital, donde hay tanto opinión como un renovado discurso sobre la política?
—Son cosas diferentes allá (en medios estadounidenses o británicos) y acá. Jacobin, como New Statement, son como voceras de una nueva izquierda anglosajona en un país como Estados Unidos, que no tiene una tradición fuerte de izquierda, aunque tienen publicaciones e intelectuales, y aprovechan los soportes digitales como para vertebrar eso. En el caso de Inglaterra hay una tradición más sólida pero se está reciclando con Momentum y todo lo que se generó alrededor de (Jeremy) Corbyn, en fin, creo que todo se puede encuadrar en lo que The Economist llamó “socialismo millenial”, que tiene que ver con un nuevo consumidor (si tenés un socialista millenial no podés esperar que lea un diario en papel pero, al mismo tiempo, la necesidad de que no sea algo fugaz, de captarlo y darle contenidos. Acá en Argentina de alguna manera es algo más crepuscular, creo que está en retracción todos esos medios que aparecieron en el tercer gobierno kirchnerista, como ArtePolítica, LosTrabajosPrácticos y no tenían una adscripción política tan clara, al contrario de lo que pasa con Jacobin, que es como el vocero del socialismo encarnado en (Bernie) Sanders. Acá, estos medios trataban de tomar distancia de las dos fuerzas políticas, incluso de la grieta, es el caso de PanamaRevista que salió a terciar en ese terreno en el 2013, y no se pueden despegar de la crisis que en paralelo estaban sufriendo los medios tradicionales. Crisis financiera y de credibilidad. Y para muchos fueron un refugio, como yo, que no escribía en ningún medio, y estaban los otros medios, integrados por periodistas que ya no encontraban ni lugar ni financiamiento. Allá está en plena ebullición, aunque muchos no pudieron sostenerse. Acá está en retracción porque muchos no lograron solvencia financiera y también porque cambiaron las pautas. Hoy existe el podcast o un canal de YouTube, que transmiten mejor que un blog.
—Sin embargo, sitios como Panamá, ofrecen un contexto que puede leerse mejor que una transmisión a través de un canal de YouTube.
—Sí, el fetiche de la palabra escrita. Tengo 40 años y sigo prefiriendo escribir. Pero si estamos hablando de llegarle a un millenial, de ampliar el público… Porque estos blogs terminan compitiendo con los medios tradicionales escritos que siempre van a tener más herramientas, mientras que un podcast no se propone competir con un medio tradicional porque le habla a gente que prefiere otra manera de comunicarse. De hecho los medios tradicionales escritos se están diversificando, de hecho La Nación ya tiene un podcast.
—Y hablando de medios tradicionales, hasta hace un tiempo costaba asimilar la idea de que ciertos medios como Clarín o La Nación instalaron el discurso del gobierno actual, aunque se insistía con que eso era lo que había sucedido.
—No es mi tema, hay gente como Martín Becerra que lo estudia mucho mejor. Era algo que se discutía mucho con el kirchnerismo y quizás yo era mucho más escéptico antes que ahora: Me parece que durante el kirchnerismo había como una sobredimensión del poder de los medios, pero hoy por hoy veo un encuadramiento mucho más político. Igual cambió la modalidad, porque el kirchnerismo prefería tener sus propios medios, estatales o muy sostenidos desde el estado y desde ahí oponerse a las empresas mediáticas más grandes, y daba la impresión de un empate, por eso uno podía ser escéptico. Me parece que ahora esos medios e desfinanciaron y este gobierno no apuesta a tener sus propios medios y tiene muy de su lado a las grandes empresas mediáticas, con lo cual el paisaje cambió.
—Escribiste “Cuatro futuros”, pero también tu libro (junto con Hernán Vanoli) se llama “Los dueños del futuro”, hay un interés tuyo en analizar lo que vendrá que no es frecuente entre los analistas.
—En el futuro están pensando todos, sobre todo en un año electoral. Lo que intenté hacer en esa nota es abstraer un poco esa visión del futuro de lo estrictamente electoral, aunque es importantísimo, obvio, y de las políticas específicas que se tomen en este año y en el siguiente y enganchar a la Argentina en unos procesos más globales, y eso no se hace mucho acá. Hay un historiador, investigador, Ezequiel Gatto, que sacó un libro que se llama “Futuridades”, que es de los pocos que se ha dedicado a eso en Argentina. Después hay quienes se dedicaron a las tecnologías, los consumos, la cuestión medioambiental, pero no hay una sistematización y una abstracción como la que sí se hacen en otras partes del mundo. De hecho, cada vez que escribo sobre estos temas medio que tengo que excusarme y decir ‘Bueno voy a hacer algo que tomé de aquí o de allá, son todos autores extranjeros y después adaptarlo a Argentina’. No se piensa en la tecnología ni la cuestión medioambiental, salvo algunos sectores, como el grupo de Maristella Svampa, o la economía feminista, eventualmente (Juan) Grabois. Todos dentro de lo que podríamos llamar el futuro de la escasez: todos piensan en un futuro en el que van a faltar recursos y va a haber que organizarse para eso. Bueno, hablo de cómo está la sociedad argentina, donde no hay estímulos para pensar el futuro en términos largos.
—Es una imposibilidad en los términos de Mark Fisher, que en “Realismo capitalista” advertía esto de que “no hay alternativas” al capitalismo.
—Creo que el furor que se generó hace cinco o diez años por estudiar el futuro –y en parte a partir de productos culturales, como la ciencia ficción, series, películas– tiene que ver con ese diagnóstico que no sólo hace Fisher, también (Franco) Berardi, muchos, François Hartog, que hablaban del presentismo ya desde fines de los 90, como respuesta a (Francis) Fukuyama –quien predijo “el fin de la historia” tras la caída de la Unión Soviética–, muchos que detectaron que faltaban visiones del futuro y todo eso explotó en 2008 y me parece que es una respuesta a eso. Y no es casualidad que, a pesar de que muchas veces son visiones apocalípticas, muchas provienen de la izquierda, como la de Jacobin, creo que están recogiendo el guante que tiraron Berardi, Fisher, Hartog. En Argentina es diferente, y creo que tiene que ver con el cortoplacismo. Es todo muy urgente en el país, es muy difícil proyectar, muy inestable, nunca sabés qué va a pasar. Pero cada país incuba sus debates, sus temas, no tiene por qué estar todo el mundo discutiendo lo mismo. Pero eso hace que haya cosas muy tratadas, por ejemplo, la discusión feminista en Argentina tiene una intensidad notable y es recogida por otros países mientras que otros temas no se discuten. Entonces siempre vas a tener superávit y déficit en todos esos debates. Tampoco me parece trágico que no se trate el futuro a largo plazo, creo que así se configuró la agenda. Sí es sintomático. Y si me corrés un poco diría que es cederle ese imaginario a sectores más conservadores, fijate que hoy articula mucho mejor una idea de futuro el gobierno que la izquierda.
—Bueno, los siete empresarios retratados en “Los dueños del futuro” tienen una idea clara del futuro que pretenden.
—Sí, tienen la idea del gobierno, son tipos en general muy optimistas. Hay un economista que se llama Andrew McAfee que prácticamente es un vocero de Silicon Valley y ese tipo empresas y articula un discurso de futuro promisorio, de que la tecnología va a resolver todos los problemas, incluso los ambientales y para eso hace falta más inversión y más clima de negocios para los empresarios y lo que tiene que hacer la sociedad es saber adaptarse. Ese tipo de discurso que expresa muy bien McAfee en sus libros y sus charlas TedX es el que manifestaron casi todos estos empresarios con matices. Viste que en el libro hay matices: Constantini era un poco más pesimista, Bartolomé o Tomasevich más optimistas, pero de algún modo todos confían en que si Argentina se adapta la economía tiene algunos polos muy dinámicos, incluso la tecnología, y que por ese lado vamos a salir, es el discurso de Galperín y creo que este gobierno lo articula muy bien, incluso sabe usarlo con sectores populares. Con la nota yo traté de decir que ese es uno, hay por lo menos tres más.
—¿Cómo accedieron a estos empresarios? En un momento, en el capítulo que le dedican, hay una conversación en la que Federico Braun les dice que su familia le había advertido que no hiciera la entrevista. ¿Qué pasó cuando salió el libro?
—A Braun le gustó el libro. Fue con quien más proximidad tuvimos porque nos dio tres entrevistas, también fue el más sincero. Los empresarios, todos tienen algún agente de prensa. Galperín no quiso hablar con nosotros, Sigman tampoco. Se cuidan más, tienen sus medios. No es casualidad que ellos dos no hayan querido hablar, que son personas que tienen una proyección mediática muy cuidada. Son personas muy inteligentes, pero como no hay en Argentina una cultura del empresario hablándole a la sociedad –el empresario por lo general es mal visto y esto se sabe de los dos lados, empresario suena a explotador, a garca–, y eso hace que a los empresarios les falte gimnasia comunicacional, no saben hablar, se van de boca, cometen sincericidios, son muy frontales pero hacen que la comunicación sea bastante catastrófica. Incluso una persona que es mucho más proclive a expresarse, como Galperín, muchas veces parece ser como el vocero más brutal de los planes del gobierno: ‘Hay que hacer esto porque si no todos los capitales se van a Brasil’. Nadie se anima a hablar así. El otro, Sigman, es casi todo lo contrario: de ideología casi progresista, pero tiene una proximidado con el grupo Prisa de España y también con La Nación en la Argentina, donde tiene entrevistas muy cuidadas y columnas que firma con un tono muy mesurado. Eso hace que cuide muchísimo con quién va a hablar y de qué.
—Es muy intenso en el libro la genealogía que se hace de cada uno de estos empresarios.
—Sí, yo me encargué de hacer esa genealogía. Lo contrario sería ser teleológico, entender que hay un final preestablecido. Entendí que en diferente medida arrastran los rasgos fundacionales: la industria farmacéutica surge en determinadas condiciones y todavía trabaja en esas condiciones que son como de vacío legal. El “real state” (inversión inmobiliaria) en Argentina es el resultado de determinadas distorsiones y todavía opera sobres ellas. Porque es fácil culparlos pero ellos también son resultado y causa del proceso argentino: supieron adaptarse a esa inestabilidad de la que hablamos, ese cortoplacismo, y eso hace que lo reproduzcan.
—¿Y después del libro?
—Después empecé a escribir sobre estos temas, sobre el futuro, sobre lo que antes no escribía. Hablar con personas que tenían una idea de futuro me obligó a mí a repensar qué idea tenía yo y qué idea está bailando en la discusión pública. Y eso me hizo ir a buscar autores afuera porque acá son muy pocos y bastante convencionales, y eso lo detonó este libro. Hablar con los empresarios me hizo recalibrar la idea que uno tiene de la economía y sobre todo la pertenencia a la izquierda de uno, porque siempre el empresario es el otro y está bueno conocerlo.
—El libro también ata circunstancias históricas, personajes, interpretaciones que uno leyó en otros lugares.
—Es un libro raro. Demasiado erudito para ser periodístico, demasiado periodístico para ser erudito. A veces un poco abstracto pero no tiene una conclusión teórica fuerte y al mismo tiempo demasiado abstracto para ser una mera crónica. Creo que es un libro que no tuvo un público claro. No nos pusimos a pensar quién podía leerlo. Lo leo y me gusta, pero no satisfacía ninguna demanda masiva, porque a la izquierda no le interesa saber mucho de los empresarios y a la derecha no le interesa esa mirada. Y al periodismo no le interesa hilar tan finito y a los intelectuales no les interesa el discurso periodístico. Pero aún así me parece que mezclar tantos recursos era lo mejor que podíamos hacer para no quedarnos cortos. Si no hubiera sido una colección de entrevistas a empresarios o un largo alegato progre contra los empresarios. El libro de (Luis) Majul, “Los dueños de la Argentina” sí respondía a una demanda, era una colección de entrevistas a empresarios en el momento en que eran vistos como quienes se habían aprovechado de todas las crisis argentinas y estaban en la cúspide con el menemismo, que era un gobierno que los refrendaba. Y contribuyó mucho a su demonización ese libro. Pero nosotros agarramos un clima intermedio, el principio del macrismo, y la demanda social era otra.
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