por Chris Hedges | Scheerpost
El brutal asesinato de Tyre Nichols* perpetrado por cinco policías negros de Memphis debería ser suficiente para hacer implotar la fantasía de que la política de las identidades y la diversidad resolverán la decadencia social, económica y política que acosa a Estados Unidos. Ésos policías no solo son negros, sino que el mismo departamento de policía de la ciudad está dirigido por Cerelyn Davis, una mujer negra. Nada de esto ayudó a Nichols, una nueva víctima de un linchamiento policial contemporáneo.
Los militaristas, los corporativistas, los
oligarcas, los políticos, los académicos y el conglomerados de medios alientan
la política de la identidad y la diversidad porque es inocua para abordar las
injusticias sistémicas o el flagelo de la guerra
permanente que azota a los EEUU. Es un truco publicitario, una marca,
utilizada para enmascarar el aumento la desigualdad social y la locura
imperial. Mantiene ocupados a los liberales y a los educados con un activismo
boutique, que no solo es ineficaz sino que exacerba la división entre los
privilegiados y una clase trabajadora en profundas dificultades económicas. Los
que tienen regañan a los que no tienen por sus malos modales, racismo,
insensibilidad lingüística y estridencias, mientras ignoran las causas
fundamentales de su angustia económica. Los oligarcas no podrían estar más
felices.
¿Mejoró la vida de los nativos americanos como
resultado de la legislación que ordenaba la asimilación y la revocación de los
títulos de propiedad tribales impulsada
por Charles Curtis**, el primer vicepresidente nativo americano? ¿Estamos mejor
sin Clarence Thomas en la Corte Suprema, quien se
opone a la acción afirmativa***, o con Victoria Nuland, un
halcón de guerra en el Departamento de Estado? ¿Es más aceptable nuestra
perpetuación de la
guerra permanente porque Lloyd Austin, un afroamericano, es el Secretario
de Defensa? ¿Es el ejército más humano porque acepta soldados transgénero? ¿Se
mejora la desigualdad social y el estado de vigilancia que la controla porque
Sundar Pichai, que nació en India, es el director ejecutivo de Google y
Alphabet? ¿Ha mejorado la industria de las armas porque Kathy J. Warden, una
mujer, es la directora ejecutiva de Northop Grumman, y otra mujer, Phebe
Novakovic, es la directora ejecutiva de General Dynamics? ¿Están mejor las
familias trabajadoras con Janet Yellen como Secretaria del Tesoro, quien
promueve el aumento del desempleo y la “inseguridad laboral” para reducir
la inflación? ¿Se mejora la industria del cine cuando una directora como
Kathryn Bigelow hace Zero Dark Thirty, que es una campaña de
propaganda para la CIA? Echemos un vistazo a este anuncio
de reclutamiento publicado por la CIA.
Resume el absurdo en el que hemos terminado.
Los regímenes coloniales encuentran líderes
indígenas complacientes —“Papa Doc” François Duvalier en Haití, Anastasio
Somoza en Nicaragua, Mobutu Sese Seko en el Congo, Mohammad Reza Pahlavi en
Irán— dispuestos a hacer su trabajo sucio mientras explotan y saquean los
países que controlan. Para frustrar las aspiraciones populares de justicia, las
fuerzas policiales coloniales llevaron a cabo una rutina de atrocidades en
nombre de los opresores. Los indígenas que luchan por la libertad lo hacen en
apoyo de los pobres y los marginados y suelen ser expulsados del poder o
asesinados, como fue el caso del líder independentista congoleño Patrice Lumumba
y el presidente chileno Salvador Allende.
El jefe lakota Toro
Sentado fue acribillado
a tiros por miembros de su propia tribu, que servían en la fuerza policial
de la reserva en Standing Rock. Quien está del lado de los oprimidos, casi
siempre termina siendo tratado como oprimido. Por eso el FBI, junto con la
policía de Chicago, asesinó
a Fred Hampton y estuvo casi seguro involucrado en el asesinato de Malcolm X,
quien se refería a los barrios urbanos empobrecidos como “colonias internas”.
Las fuerzas policiales militarizadas en los EEUU funcionan como ejércitos de
ocupación. Los policías que mataron a Tyre Nichols no son diferentes de los de
las fuerzas policiales coloniales y de reserva.
Vivimos bajo una especie de colonialismo
corporativo. Los motores de la supremacía blanca, que construyeron las formas
de racismo institucional y económico que mantienen pobres a los pobres, se
oscurecen detrás de atractivas personalidades políticas como Barack Obama, a
quien Cornel
West llamó “una mascota negra de Wall Street”. Estos rostros de la
diversidad son examinados y seleccionados por la clase dominante. Obama fue
preparado y promovido por la maquinaria política de Chicago, una de las más
sucias y corruptas del país.
“Es un insulto a los movimientos organizados
populares que estas instituciones afirman querer incluir”, me dijo Glen Ford, el difunto editor
de The Black Agenda Report en 2018.
“Estas instituciones escriben el guión. Es su drama. Ellos eligen a los
actores, cualquier cara negra, marrón, amarilla o roja que quieran”.
Ford llamó a quienes promueven la política de
identidad “representacionalistas” que “quieren ver a algunos negros
representados en todos los sectores de liderazgo, en todos los sectores de la
sociedad. Quieren científicos negros. Quieren estrellas de cine negras. Quieren
académicos negros en Harvard. Quieren negros en Wall Street. Pero es solo
representación. Eso es todo."
El peaje que se lleva el capitalismo corporativo de
las personas a las que estos "representacionalistas" afirman
representar expone la estafa. Los afroamericanos han
perdido el 40 por ciento de su riqueza desde el colapso financiero de 2008
por el impacto desproporcionado de la caída del valor de la vivienda, los
préstamos abusivos, las ejecuciones hipotecarias y la pérdida de empleos.
Tienen la segunda tasa más alta de pobreza con un 21,7 por ciento, después de
los nativos americanos con un 25,9 por ciento, seguidos por los hispanos con un
17,6 por ciento y los blancos con un 9,5 por ciento, según
la Oficina del Censo de EEUU y el Departamento de Salud y Servicios
Humanos. A partir de 2021, un 28 y un 25 por ciento respectivamente de los
niños negros y nativos americanos vivían
en la pobreza, seguidos por los niños hispanos en un 25 por ciento y los
niños blancos en un 10 por ciento. Casi el 40 por ciento de las personas
sin hogar de la nación son afroamericanos, aunque los
negros constituyen alrededor del 14 por ciento de nuestra población. Esta
cifra no incluye a las personas que viven en viviendas deterioradas, hacinadas
o con familiares o amigos debido a dificultades económicas. Los afroamericanos son
encarcelados a una tasa casi cinco veces mayor que la de los blancos.
La política de la identidad y la diversidad permite
a los liberales revolcarse en una superioridad moral
empalagosa mientras castigan, censuran y descalifican a quienes no se ajustan
lingüísticamente al discurso políticamente correcto. Son los nuevos jacobinos.
Este juego disfraza su pasividad ante el abuso empresarial, el neoliberalismo,
la guerra permanente y el cercenamiento de las libertades civiles. No se
enfrentan a las instituciones que orquestan la injusticia social y económica.
Buscan hacer más aceptable a la clase dominante. Con el apoyo del Partido
Demócrata, los medios liberales, la academia y las plataformas de redes
sociales en Silicon Valley, demonizar a las víctimas del golpe de Estado corporativo
y la desindustrialización. Hacen sus principales alianzas políticas con
aquellos que abrazan la política de la identidad, ya sea que estén en Wall
Street o en el Pentágono. Son los idiotas útiles de la clase multimillonaria,
cruzados morales que amplían las divisiones dentro de la sociedad que los oligarcas
gobernantes fomentan para mantener el control.
La diversidad es importante. Pero la diversidad,
cuando carece de una agenda política que luche contra el opresor en nombre de
los oprimidos, es una decoración de vidrieras. Se trata de incorporar a un
minúsculo segmento de los marginados de la sociedad en estructuras injustas
para perpetuarlos.
Los alumnos de un curso que dí
en una prisión de máxima seguridad en Nueva Jersey escribieron Caged (“Enjaulados”), una obra de teatro
sobre sus vidas. La obra se presentó durante casi un mes en The Passage Theatre
en Trenton, Nueva Jersey, donde agotó entradas casi todas las noches.
Posteriormente fue publicado
por Haymarket Books. Los 28 estudiantes de la clase insistieron en que el
oficial penitenciario de la historia no fuera blanco. Eso era demasiado fácil,
dijeron. Esa sería una simulación que permitiría al público simplificar y
enmascarar el aparato opresivo de los bancos, las corporaciones, la policía,
los tribunales y el sistema penitenciario: todos ellos cuales hacen
contrataciones en la diversidad. Estos sistemas de explotación y opresión
internas deben ser atacados y desmantelados, sin importar a quién empleen.
Mi libro, Our
Class: Trauma and Transformation in an American Prison (“Nuestra Clase:
Trauma y Transformación en una Prisión Estadounidense”), se vale de la experiencia
de escribir la obra para contar las historias de mis alumnos y transmitir su
comprensión profunda de las fuerzas e instituciones represivas dispuestas
contra ellos, sus familias y sus comunidades. Pueden ver mi entrevista en dos
partes con Hugh Hamilton sobre Our Class
aquí y aquí.
La última obra de August Wilson, Radio
Golf, predijo hacia dónde se dirigían las políticas de diversidad e
identidad desprovistas de conciencia de clase. En la obra, Harmond Wilks, un
desarrollador de bienes raíces educado en la Ivy League, está a punto de lanzar
su campaña para convertirse en el primer alcalde negro de Pittsburgh. Su
esposa, Meme, aspira a convertirse en la secretaria de prensa del gobernador.
Wilks, que navega el universo de privilegios, tratos comerciales, búsqueda de
estatus y el juego de golf del club de campo del hombre blanco, debe
desinfectar y negar su identidad. Roosevelt Hicks, quien había sido compañero
de habitación de Wilk en la universidad de Cornell y es vicepresidente de
Mellon Bank, es su socio comercial. Sterling Johnson, cuyo vecindario Wilks y
Hicks están presionando para que la ciudad declare arruinada así
demolerla para su proyecto de desarrollo multimillonario, le dice a Hicks:
¿Sabés lo que sos? Me llevó un rato darme cuenta. Sos un Negro [en inglés, en el original, una palabra prohibida]. Los blancos pueden confundirte y llamarte negro [nigger: otra palabra prohibida para quien no sea afrodescendiente], pero no tienen idea como tengo yo. Conozco esa verdad. Yo soy un negro [nigger]. Los negros [negroes, en el original] son lo peor de la creación de Dios. Los negros [niggers] tienen estilo. Los negros [niggers] son así. Un perro sabe que es un perro. Un gato sabe que es un gato. Pero un negro [Negro en el original] no sabe que es un Negro. Cree que es un hombre blanco.
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