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domingo, 3 de diciembre de 2017

la máquina de volar


El galpón es una jaula blanca y pintarrajeada que se mantiene en pie desde principios del siglo XX, cuando allí, en lo que hoy es el paseo peatonal de la Costa Central, funcionaba la estación de ferrocarriles Rosario Central. Como una suerte de circo reducido y cúbico, los caminantes se detienen contra la reja del portón abierto y se quedan a mirar a unos tipos que vuelan en bicicleta sobre rampas de madera. Los domingos a las 11, cuando Calle Recreativa empuja al exterior a todo aquél que pueda meterse dentro de unas calzas, los que ruedan sobre las rampas son niños de 7 a 13 años, cada uno con su casco y las ruedas de las bicis bien infladas, se ejercitan en transfers (saltar de una rampa a otra), foot jam (girar el cuadro mientras se sostiene la bici en equilibrio sobre la rueda delantera mediante la presión de un pie), bunny hop (salto de conejo: saltar levantando el manubrio y doblando las piernas) o, sencillamente, ruedan sobre las olas de madera según los llevan las ruedas. Es el día en que funciona la escuelita de BMX.
El BMX (siglas de bycicle moto cross) nació en California entre fines de los 60 y principios de los 70, de ahí que los nombres de la mayoría de sus trucos sean en inglés. Desde 2008 la modalidad BMX “race” (carrera) es un deporte olímpico. Pero en los próximos Juegos Olímpicos de verano de Tokio, en 2020 todas las categorías de BMX serán olímpicas, lo que significa que los “riders” de cada país competirán en las grandes ligas. Eso y, sobre todo, que habrá dinero para la organización de torneos que siempre se hicieron a pulmón y sorteando la anarquía particular de quienes practican la disciplina. La modalidad que se practica en el galpón frente al río se llama “free style” (estilo libre): un tipo de práctica que surgió de pruebas y ejercicios en rampas y que suma, además de la destreza, el estilo, es decir, la calidad para caer, saltar, deslizarse y sujetar la bicicleta con el cuerpo.
 

Un domingo de noviembre pasado, pasado el mediodía, unos doce ó trece niños salen del galpón en sus bicicletas. El galpón, en Schiffner 1522 (es la calle peatonal frente a la Isla de los Inventos) se llama Hell Track (Pista del Infierno, yeah!) y es único en su tipo en el país: techado, rampas de madera que construyeron y diseñaron sus propios usuarios, sede de una competencia internacional –el Classic Contest– que suma ya unos 18 años y de la que participan desde niños y jóvenes que se inician en la disciplina hasta profesionales capaces de piruetas que desafían las leyes de la física, como el ecuatoriano Jonathan Camacho.
Pero este domingo los niños, que participan de la escuelita de BMX, sólo van a tomarse una foto en la explanada junto al río junto con Luciano Aguilar, Lucho, el profe: 32 años. Más tarde, cuando los padres de los niños se apoltronan en unos bancos sacados de debajo de las rampas –el galpón es infinito, debajo de su estructura de madera oculta mundos enteros, desde piscinas inflables para zambullirse con una bicicleta tras una caída de cinco metros hasta sillas, carpas y rampas para sacar al exterior– para comer unas hamburguesas, ofrecen a Luciano unas latas de cervezas que él declina. Lo suyo es la gaseosa con azúcar, única ingesta que le permite elevarse dos o tres metros sobre una rampa, caer y volver a levantar la bicicleta hasta hacerla aterrizar con un “nollie hop” (hacer que la rueda trasera quede en el aire mientras se retrocede sobre la rueda delantera). Cada movimiento de BMX implica levantar el cuerpo con la bicicleta, como si se tratara de un miembro más: no hay un solo truco del que no participe todo el cuerpo del “rider”.


 
 Fotografías de Valeria L. Díaz.

La escuelita funciona desde hace dos o tres años y nació de cierta demanda, gente que se acercaba al galpón a preguntar cómo podían hacer para que sus niños aprendieran a hacer eso que miraban cada vez que se detenían frente al portón del galpón, una tarde de paseo por la peatonal de la costa. Pero también de la pasión de Lucho, el Cóndor o Jonatan por el BMX.
“Nadie nos enseñó”, dice Lucho. Cuando tenía poco más de doce años se escapaba en bicicleta y fue encontrándose con pibes un poco más grandes que hacían trucos en plaza Libertad y otros puntos de encuentro. De hecho, se inició en una pista que funcionaba en la abandonaba estación Rosario Central antes de que se convirtiera en la Isla de los Inventos. A su vez, en el Estadio Municipal Jorge Newbery había una pista de BMX race, cuando aún no era un deporte olímpico, pero al remodelarse el espacio se quitó la pista y los riders quedaron a la deriva.
Un par de años antes de 2003, cuando comenzaron los trabajos para construir la Isla de los Inventos, la pista que funcionaba dentro de la estación abandonada se desmanteló también y los muchachos se asesoraron con un abogado que les sugirió que formasen una asociación civil, con la que reclamaron un espacio para seguir practicando el deporte. La Municipalidad les cedió entonces el galpón de Schiffner 1522.
“Andá a saber dónde van a llegar estos pibes”, dice Lucho. Los pibes, a todo esto, comen hamburguesas que cocinó el padre de Nico en una mesa de cemento junto a la barranca del río. Tienen todavía los cascos puestos y, entre bocado y bocado, ruedan sobre las bicicletas para sortear una rampa que montaron sobre una de las cunetas de la gran vereda que da al Paraná, donde un barco gigantesco desciende hacia el Atlántico.
El 9 y 10 de diciembre próximos el HellTrack será de nuevo sede del Classic Contest, donde participan corredoras y corredores de Estados Unidos, Chile, Colombia, Uruguay y Argentina, entre otros. La competencia es única en el país. No hay otro galpón que ofrezca una pista “indoor” de madera.
De hecho, en las salidas a otras pistas, como el “skatepark” del Parque Scalabrini Ortiz (inaugurado el 30 de octubre pasado), Lucho observa el diseño antiguo y temerario de la pista de cemento: “Está hecho para lo que se hacía hace 20 años y, además, es muy peligroso para un pibe que se inicia y ni qué hablar si alguien viene en una bicicleta cualquiera y quiere sortear las rampas”.
Los caminantes que pasean por la calle peatonal de la costa central encuentran de un lado el Almacén de las Tres Ecologías y, enfrente, sobre la barranca, el HellTrack. Un domingo cualquiera el paseante escucha un “¡Cuidado, cuidado!” que lanzan uno o varios niños, gira la cabeza y ve que avanza una bicicleta rodado 20, las ruedas gruesas y el manubrio elevado; arriba, un enano debajo de un casco apura los pedales para poder subir la rampa que lo disparará tres metros, vuela y cae sobre una gigantesca colchoneta inflable. No sé si eso tiene un nombre. Viéndolo desde la baranda que da al río lo llamo “adrenalina”.

El Classic Contest


La película era australiana y se llamó Los bicivoladores, es de 1983. Con ella se hicieron famosos Nicole Kidman y el BMX, la destreza de volar arriba de una bicicleta.
Desde 1996, cuando las rampas funcionaban dentro del gran galpón de la estación Rosario Central, donde hoy está la Isla de los Inventos, los “riders” rosarinos realizan el Classic Contest, que volverá a desarrollarse este sábado 9 y domingo 10 de diciembre en el galpón Hell Track, con sets de DJ’s y pantallas gigantes en el exterior –el galpón con cuenta con tribunas y el espacio reducido impide la entrada de público, además del peligro de que una bicicleta de 9 kilos junto con su rider terminen en la cabeza de algún curioso. Para esta competencia llega desde estados Unidos el King Team, un equipo de cuatro profesionales que realizan demostraciones en competencias deportivas multitudinarias, además de proveer de dobles de riesgo en filmaciones. También célebres corredores de Colombia –único país de América latina que cuenta con varios campeones olímpicos en la categoría “race”– y Argentina, con riders de Misiones hasta Ushuaia.
El horizonte olímpico convierte al Classic Contest de este año en la final de un torneo federal que se realizó en varias ciudades de Argentina. Significa que de los primeros puestos de esta competencia pueden salir los corredores que representen a la Argentina en las próximas Olimpíadas mundiales.
Durante toda esta semana llegan a la ciudad algunos de los 150 competidores inscriptos en las seis categorías: pro, master –más de 30 años–, expertos, damas, iniciados y la escuelita que funciona en el Hell Track, cuyos niños realizarán una exhibición. “Cada uno tendrá su premio, pero no competirán”, dice Lucho.
Entre las 14 y las 21 el galpón estará abierto para las prácticas de los competidores, lo que lo convertirá a la vez en la vidriera para uno de los deportes más adrenalínicos y vistosos. Sin embargo, no es sólo la espectacularidad lo que resulta cautivante de esta disciplina que tiene en Rosario una de las pocas escuelas de América latina y el torneo más antiguo del país, también la capacidad de generar cofradía: toda la exigencia que la bicicleta exige a su corredor se traslada a la comunidad que forman corredores, padres y pares.
Para el Classic Contest de este fin de semana la Asociación BMX de Rosario –la más antigua del país y ahora unida a la Federación de Free Style Argentina que está en Buenos Aires, según cuenta Jonatan Cabrera– alquila una ambulancia que está presente durante toda la competencia, vallas para seguridad de los competidores y administra los premios que van desde dinero para la categoría pro (“Son los que hacen el show”, dispara Lucho) hasta accesorios y repuestos de bicicletas –por ejemplo, una cubierta de color supera los 1.200 pesos– que a veces ceden las bicicleterías del ramo o casas vinculadas al deporte.

Bicicletas
Las bicicletas usadas en BMX son, en su inmensa mayoría, rodado 20. Los cuadros más caros están hechos de cromo, que los hace más livianos. Necesitan tener coronas pequeñas, lo que les permite deslizarse por las rampas sin que ningún rodamiento roce los bordes. Pero la corona (el plato mayor junto a los pedales) pequeña exige un piñón aún más pequeño, de nueve dientes. Bien, un piñón semejante rodaría a velocidades inverosímilmente lentas. Para ello se construyen mazas “a casete”, es decir, mazas con rodamientos coaxiles que permiten duplicar la velocidad. Una de esas mazas cuesta entre 1.200 y 3.500 pesos. Sólo un manubrio de cromo cuesta arriba de 1.100 pesos. Una cubierta de color, gruesa, resistente y con un dibujo capaz de sortear cualquier pista cuesta arriba de los 1.200 pesos cada una. Entonces, si agregamos un cuadro, pedales, etcétera, se alcanzan fácilmente los diez mil pesos por una bicicleta regular de BMX.


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