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Vemos una pared forrada en un turbio papel tapiz con flores marrones
y una puerta con una mirilla, y el número 1018A. Un hombre está hablando por
teléfono. Dice: “Nos vemos mañana. Te amo, Alice”. La cámara se aleja y revela
a otro hombre, sentado en la cama doble al lado del primero. Fumando un
cigarrillo y ve una pelea de boxeo en un viejo televisor blanco y negro. El
primer hombre se levanta y apaga el televisor. Regresa a su cama y comienza a
leer un pasaje de la Santa Biblia que sostiene en sus manos:
“Y el tercer ángel tocó la trompeta, y cayó del cielo una
grande estrella, ardiendo como una antorcha, y cayó en la tercera parte de los
ríos, y en la fuente de las aguas.
“Y el nombre de la estrella se dice Ajenjo. Y la tercera
parte de las aguas fue vuelta en ajenjo: y muchos hombres murieron por las
aguas, porque fueron hechas amargas.” (Apocalipsis; 8, 10 y 11; versión de C. de
Reina, C. de Varela. N. del T.)
Alguien intenta abrir la puerta de la habitación del hotel.
El primer hombre se acerca a la puerta y echa un vistazo por la mirilla. Sale
al pasillo. Nadie. Regresa a la habitación.
Estalla una ventana. El primer hombre la atraviesa de cabeza
y comienza a caer en cámara lenta, mientras Perry Como canta “Otro amor no
tengo, solo este amor por ti”, y empiezan los créditos iniciales.
Es decir, estamos atrapados en Wormwood
(“wormwood” es el término inglés para “ajenjo”, planta a la que metafóricamente
se alude en la Biblia para referirse a la amargura; n. del t.), el fascinante
documental dramático en seis episodios de Errol Morris.
Leemos 1953 en la pantalla y una voz pregunta: “¿Qué le
dijeron en el momento de la muerte de su padre?”
Un anciano de ojos azules responde: “Me dijeron ‘Tu padre tuvo
un accidente. Cayó, o saltó por la ventana. Y murió’.”
La voz que hace la pregunta es la de Errol Morris. El hombre
que le contesta es Eric Olson, el hijo mayor de Frank Olson, el hombre que
se cayó o saltó desde la ventana del piso 13 del Statler Hotel en Nueva York, a
las 2.33 a.m. del 28 de noviembre de 1953.
Frank Olson era un científico que trabajaba en el programa
secreto de armas biológicas en Fort Detrick, Maryland, una instalación de
investigación militar de los EE. UU. También estuvo muy involucrado en dos
programas secretos de la CIA. Uno, llamado en código Artichoke, desarrollaba
técnicas especiales de interrogación. El otro, llamado MKUltra, trataba de experimentar
con métodos de control mental, incluido el uso de LSD.
Wormwood cuenta la
historia de la investigación que hizo toda su vida Eric Olson sobre la muerte
de su padre. ¿Se cayó? ¿Saltó? ¿Lo empujaron? ¿Fue un accidente? ¿Un
experimento de control mental salió mal? ¿Fue un asesinato? ¿Fue una ejecución?
Para llegar a la verdad, Wormwood
también recrea los últimos diez días de la vida de Frank Olson. Por lo tanto, a
los 18 minutos del primer episodio Frank Olson será conducido a un albergue
junto al lago para una reunión con sus colegas de Fort Detrick y la CIA.
Enciende la radio del automóvil y la voz del locutor de las noticias dice:
“Las películas que recién se conocen desnudan la impactante
verdad detrás de las acusaciones comunistas de guerra bacteriológica en Corea y
las llamadas confesiones de aviadores estadounidenses capturados. Las películas
confiscadas muestran las conferencias de la prensa roja en las que los aviadores
capturados admitieron que arrojaron bombas bacteriológicas en territorio civil,
declaraciones transmitidas por la máquina de propaganda comunista en todo el
mundo e incluso llevadas a los pasillos de las Naciones Unidas. Estas
confesiones son la base de una flagrante sinfonía del odio...”
A medida que la voz habla, aparece brevemente en la pantalla
ese metraje. Lo reconozco. Rebobino y pongo en pausa el episodio. El hombre de
la extrema derecha con la camisa blanca es mi padre, el periodista australiano
Wilfred Burchett.
He visto este metraje antes. Es de un rodaje chino de 1952 en
el que se registra: “Los aviadores estadounidenses capturados Kenneth L. Enoch
y John S. Quinn, interrogados por la Junta interrogadora de especialistas
coreanos y chinos y corresponsales de prensa” en el que los dos aviadores
repiten lo que ya habían dicho en sus “confesiones voluntarias”: que EEUU
estaba librando una guerra bacteriológica en Corea y que personalmente habían
arrojado bombas de bacterias. De hecho, el “interrogatorio” se parece más a una
conferencia de prensa y, como dice la voz en off, “Wilfred Burchett,
corresponsal del Ce Soir de París, también
se unió al trabajo del grupo por invitación”.
Otras imágenes, usadas más tarde en Wormwood, muestran a la Comisión Científica Internacional, dirigida
por uno de los científicos más distinguidos de Gran Bretaña, Joseph Needham, un
miembro de la Academia Británica, que viajó a China y Corea para investigar las
acusaciones y asistió al “interrogatorio” de los pilotos estadounidenses
capturados.
Captura de pantalla, en Counterpunch.
Mi padre, el periodista Wilfred Burchett, fue acusado por el
establishment conservador australiano
de inventar la historia de la guerra bacteriológica, de torturar a prisioneros
de guerra aliados, incluidos australianos, para lavarles el cerebro y extraer
confesiones. Fue acusado de traidor y se le negó la ciudadanía australiana
durante 17 años. Estas acusaciones se repiten hasta el día de hoy. Lo que es
seguro es que informó sobre el conflicto desde el lado norcoreano-chino.
Cuando se anunciaron las negociaciones de alto el fuego de
la Guerra de Corea en julio de 1951, se encontraba en China recogiendo material
para un libro. El periódico francés Ce
Soir le pidió que cubriera las conversaciones por ellos. Se esperaba que
duraran tres semanas, pero terminaron durando dos años y medio. Entre muchas
otras historias, también informó e investigó las denuncias hechas por los
chinos y norcoreanos de que los Estados Unidos habían utilizado la guerra
bacteriológica. Así como fue el primero en informar sobre los efectos de la
bomba atómica arrojada sobre Hiroshima, y así como fue uno de los primeros en
acusar a los EEUU de utilizar defoliantes químicos en Vietnam, hechos que nadie
niega ahora. La mayoría de la gente oyó hablar del agente naranja y sus
devastadores efectos sobre los humanos y el medio ambiente. Pero el uso de
armas bacteriológicas en Corea sigue siendo un tema controvertido.
El sujeto de Wormwood,
Frank Olson, estuvo involucrado en interrogatorios secretos de la CIA y
experimentos de control mental. También estaba trabajando en programas de
guerra bacteriológica para los militares de EEUU en Fort Detrick. Como dice
Eric Olson en la serie: “Esta fusión de cosas, armas biológicas por un lado,
operaciones encubiertas por el otro, fue lo que unió a Fort Detrick y la CIA. Y
mi padre estaba en el centro de eso. Podría decirse que estuvo en el lugar más
peligroso de toda la Guerra Fría”.
Su madre le había dicho que su padre estaba muy enojado por
Corea. Como le dice a Morris: “Ella pensó que estaba seguro de que Estados
Unidos había usado armas bacteriológicas en Corea. Estaba muy molesto y enojado
porque Estados Unidos lo negaba constantemente”. Y cuando el cuerpo de su padre
vuelve a ser enterrado después de la exhumación, Eric declara: “Frank Olson no
murió porque era un conejillo de Indias experimental que había atravesado un
mal viaje. Murió por temor a que divulgara información sobre un programa de
interrogatorio de la CIA altamente clasificado llamado Artichoke y sobre el uso
de armas biológicas por parte de Estados Unidos en la Guerra de Corea”.
Así que el científico Frank Olson, que trabajó en el
desarrollo de armas biológicas para los militares estadounidenses y los
programas secretos de interrogatorio y control mental para la CIA, estaba
convencido de que los EEUU estaban llevando a cabo una guerra con bacterias en
Corea. Estaba tan atormentado por esto que la CIA temía que revelara sus
secretos más oscuros. Y lo mataron. Lo arrojaron por una ventana y afirmaron
que era un suicidio.
Hasta el día de hoy el gobierno de los Estados Unidos minimiza
las acusaciones de guerra bacteriológica como propaganda comunista. Algunos
estudiosos sostienen que Stalin, Mao y Kim Il-sung inventaron el “engaño” de la
guerra bacteriológica para socavar la imagen de los Estados Unidos y sus
aliados a los ojos de la opinión pública mundial.
¿De veras? Tengo en mis archivos una carta de Joseph Needham
a mi padre, fechada el 23 de febrero de 1969. Dice: “Estoy totalmente de
acuerdo con tu formulación de ‘experimentación a gran escala en sistemas de
entrega’, básicamente vectores de insectos, y de ninguna manera he cambiado mi
opinión desde que se emitió el informe. Ni, hasta donde yo sé, ningún otro
miembro de la Comisión Científica Internacional expresó dudas sobre los
hallazgos”.
Wormwood está
meticulosamente diseñado y cada imagen, cada cuadro es significativo, como una
pintura magistral donde cada pincelada está en el lugar correcto. Así que me
pregunto por qué Morris incluyó a Wilfred Burchett en su película, aunque solo
sea por unos segundos. La película de la que se extrajo ese segmento lo
presenta claramente como Wilfred Burchett, corresponsal del Ce Soir de París. No creo que se deje
nada al azar en Wormwood.
Entonces me permitiré algunas especulaciones. Sólo otro
periodista aparece en la película: el legendario cronista de investigación
Seymour Hersh. Primero informó sobre el caso Frank Olson en 1975, después de
que la Comisión Rockefeller sobre las actividades ilegales de la CIA concluyera
que Olson había saltado a la muerte debido a un experimento de la CIA con LSD
que salió mal. La CIA se vio obligada a admitir su responsabilidad. El
presidente Ford invitó a los Olson a la Casa Blanca y se disculpó. También
recibieron una compensación monetaria después de que acordaran terminar con el
asunto. Hersh también aceptó las conclusiones de la Comisión Rockefeller y no las
llevó más allá.
Pero Eric Olson quería saber qué sucedió exactamente en esa
habitación del hotel de Nueva York el 28 de noviembre de 1953. Así que siguió cavando,
literalmente. En 1994, hizo exhumar el cuerpo de su padre. Por alguna razón, el
cuerpo había sido embalsamado y estaba notablemente bien conservado. Un equipo
de patólogos forenses, dirigido por el destacado científico forense James
Starrs, no encontró rastros de laceración de cristales rotos en la cara, lo que
contradice el informe médico original. Pero hubo evidencia de un fuerte golpe
en la cabeza de un objeto duro. Así concluyeron que Frank Olson no saltó, sino
que había sido ultimado. Lo describieron como “el asesinato más sucio”.
En 1997, el Manual de Asesinato de la CIA fue lanzado con un
tesoro de documentos relacionados con el golpe en Guatemala. En su primera
edición, la de 1953, Eric Olson, sentado en la mesa de la cocina desde donde
vio a su padre por última vez, leyó que el método preferido de asesinato de la
CIA era empujar a alguien fuera de un edificio alto o por una ventana. Como él
dice: “El verbo finalmente llegó, después de todos estos años. No fue FALL
(caída), no fue JUMP (saltar), no fue DIVE (hundir). El verbo es DROP (arrojar).”
Y antes de arrojar al sujeto, era conveniente darles un golpe en la cabeza para
dejarlos inconscientes”.
Ahora estaba convencido de que la caída inducida por LSD era
una distracción deliberada de la historia real. Pero, ¿cuál era la verdadera
historia, entonces?
La respuesta fue proporcionada por un ex colega de su padre
y viejo amigo de la familia. Un artículo del New York Times de 2001 sobre el
caso lo llevó a deslizarle a Eric Olson una nota: “Eric, tenés razón en todo,
excepto una cosa. El contexto histórico. Tu padre se había convencido de que
Estados Unidos estaba usando armas biológicas en Corea y estaba enojado”.
Si Frank Olson hubiese creído que se usaron armas
biológicas, sería muy difícil desacreditarlo. Entonces la CIA tuvo que actuar.
Para 2014, Eric Olson había reunido evidencia suficiente y convincente
para demostrar que su padre fue asesinado por la CIA. No fue un accidente, no
fue un experimento que salió mal, sino una ejecución planeada y a sangre fría.
Llevó su evidencia a Seymour Hersh y le pidió que la
publique. La historia del LSD era un señuelo para desorientar a todos. Hersh fue
inicialmente reacio a revisitar un caso que debería haberse cerrado hace mucho
tiempo pero, desafiado, acuerda contactar a uno de sus informantes, su “garganta
profunda”. Su contacto le proporciona la información que desea. Pero Hersh no
puede revelarlo. No publicará la historia, debe proteger sus fuentes.
La verdad sobre la ejecución de Frank Olson por la CIA sigue
encerrada en alguna bóveda profunda. El periodista de investigación más famoso
del mundo ha alcanzado los límites de lo que el periodismo puede hacer. Como le
dice a Morris: “El hecho de que no se logre el cierre en este asunto será de
gran satisfacción para la CIA. A los viejos cronistas les encantará. La
artesanía ganó. ‘Nos salimos con uno. Aunque algunas personas pueden saber lo
que sucedió, ¿y qué? Nadie más lo hace’“.
Es un momento de cinismo que quita el aliento. ¿Debería permitirse
que la CIA continúe con sus actividades criminales solo para proteger las
fuentes de Seymour Hersh? ¿Debería la verdad sobre la guerra de gérmenes
enterrarse para siempre detrás de un escudo de negación?
Eric Olson termina con una nota amarga: “Wormwood (ajenjo).
Todo es amargo”.
Me gustaría citar a Wilfred Burchett aquí: “Creo que como
periodista, hay una gran responsabilidad, en particular los periodistas que
informan sobre asuntos internacionales, como lo hago yo, para obtener los
hechos correctos y para estar absolutamente libres de cualquier doctrina o de
cualquier dispositivo óptico ideológico. Para ser libre y realmente buscar la
verdad, obtener la verdad y publicar la verdad” (en Public Enemy Number One, una película de David Bradbury, 1980).
Wilfred Burchett dijo la verdad sobre la Alemania nazi
cuando el gobierno australiano estaba cortejando a Hitler y ayudando a armar el
Japón imperial. Dijo la verdad sobre Hiroshima, como el primer corresponsal
occidental en informar desde la ciudad un mes después de que la bomba atómica
cayera. Informó sobre la verdad sobre la guerra bacteriológica en Corea y el
uso de defoliantes químicos en Vietnam y las muchas otras atrocidades de ambas
guerras. Nada de esto lo hizo querido a los gobiernos australianos o estadounidenses
de la época. Fue acusado de traición, se le negó el pasaporte australiano, fue
vilipendiado y todavía es vilipendiado como propagandista comunista, agente de
la KGB, etc.
Entonces, señor Hersh, lo desafío a que nos cuente la verdad
sobre el asesinato de Frank Olson por parte de la CIA, sobre la guerra
bacteriológica en Corea y los otros oscuros secretos que llevaron a su
eliminación por parte de la CIA. Se lo debes a su hijo Eric y al resto de
nosotros. Usted dice que sabe la verdad, así que por favor compártalo con
nosotros.
Me gustaría agradecer a Errol Morris por contar esta
importante historia de una manera tan brillante, magistral y convincente (y por
incluir a mi padre, no importa cuán fugazmente, en la narración). Es un
cineasta que ha pasado la mayor parte de su carrera examinando cómo el cine y
la fotografía revelan y ocultan la verdad y la realidad, y en nuestra época,
tan obsesionado con la idea de las noticias “falsas”, su trabajo resume el “zeitgeist”.
Y quiero expresar mi admiración y profunda estima por Eric
Olson y su insidioso amor por su padre, por buscar la verdad sobre su muerte y
por desvelar las capas de engaño que protegen el oscuro secreto en el corazón
del asunto. Espero que un día la amargura desaparezca, se divulgue el secreto y
prevalezca la luz sobre la oscuridad.
George Burchett
es un artista que vive en Hanoi.
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