Otra serie con vampiros que, como los zombies, también son
muertos vivos o, como lo permite el inglés no-muertos (undead). The
Strain, que el canal FX
estrenó el domingo 13 de julio pasado, está dirigida por Guillermo del Toro y es
una adaptación de su propia trilogía de novelas –escrita junto con Chuck Hogan–
que lanzaron en 2009 ya con vistas a una serie de televisión que entonces nadie
estaba dispuesto a financiar.
Se repite la figura de la nave que arriba con un misterio que
es la salvación o el hundimiento (ya lo vimos en otras series recientes: en Extant
Halle Berry vuelve del espacio, donde cumplió una misión solitaria de 13 meses,
embarazada; en The Last
Ship un barco lleva la cura para una peste que arrasa a la humanidad, y
así).
Acá, un avión aterriza en el aeropuerto John F. Kennedy, de
Nueva York, con las puertas selladas, las luces apagadas y los pasajeros “plácidamente”
muertos, salvo cuatro sobrevivientes. Son convocadas todas las agencias de
seguridad pero los primeros en entrar en acción son los epidemiólogos del CDC (siglas en inglés para Centro de Control de
Enfermedades).
Lo que nos encontraremos de aquí en más no son los vampiros
como los de True Blood ni otros que vimos en los últimos años, sino
la fisiología de unos parásitos, impedidos de hablar, con el organismo invadido
por unos gusanos “capilares” que se alimentan de sangre.
Si bien, tal como informa la saga de novelas, algunos
elementos del folklore vampírico funcionan (la luz del sol los mata, la plata, la
decapitación, etcétera), ninguno de los condimentos religiosos están activos.
A diferencia de True Blood (logran sintetizar un símil
de la sangre humana que impide que los vampiros deban atacar a los humanos para
alimentarse), que transita su última temporada y donde los vampiros, al hablar
y recordar su paso por la Historia, encarnan algún tipo de trascendencia.
Los de The Strain, en cambio, son
sólo un artefacto biológico y las escenas finales del episodio piloto, en la
que se nos muestra a uno de los Antiguos (Ancients: los siete vampiros
originales, según la entrada sobre la saga en Wikipedia): sugiere que
la única trascendencia es financiera.
La presencia de David Bradley
(el Walder Frey de Game of Thrones)
como el profesor Abraham Setrakian, un judío armenio sobreviviente de Treblinka
que regentea una casa de empeños en el centro neoyorkino, donde esconde su
verdadero trabajo, el de un matavampiros, es también un guiño al cine del que
Bradley participó en su carrera: películas que rozan la clase B, apelan al cliché y ostentan
cinefilia.
A su vez, las
indagaciones sobre el Mal –un vampiro es un parásito que toma posesión de una
persona– que reclaman la intervención de la medicina no son patrimonio de esta
serie: ya el Exorcista III o El príncipe
de las Tinieblas desplegaron este cruce entre los sobrenatural y la
ciencia.
Los personajes mexicanos o
latinos, comprometidos con el mundo del hampa, que de repente son confrontados
con algo que define su humanidad, como el del muchacho que es contratado para cruzar
el río con un vampiro (según informa la novela, los vampiros no pueden vadear cursos
de agua), son hasta ahora como una declaración de principios de Del Toro que,
por lo que se ve en este estreno, trabajó sobre algo mucho más atractivo y
misterioso que su amigo Alfonso Cuarón cuando nos trajo su aburridísima Believe,
estrenada y olvidada este año.
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