Álvaro Torriglia comenzó a trabajar en la sección de Economía del
diario La Capital de Rosario en 1995. Poco menos de diez años después,
alrededor de 2003, quedó al frente y con ello se hizo cargo del suplemento del
matutino. Sereno, con una libreta y un bolígrafo en la mano, su presencia en
conferencias que reúnen a varios periodistas de economía es siempre una guía.
Sus columnas, que a veces no firma, son a la vez un mapa de lo que sucede en la
ciudad y la región en materia de economía política. Esta entrevista fue publicada en Cruz del Sur.
—¿Qué cosas cambiaron
en la economía, a grandes rasgos y en general, en esta década?
—Atravesamos todo el período de crisis de 1999 hasta
mediados de 2002, cuando las cosas comenzaron a cambiar. Creo que tatar de
entender la naturaleza y el desarrollo de esa crisis fue la clave para intentar
comprender lo que ocurrió en la década posterior. La posconvertibilidad es hija
de la devaluación, el default y el reacomodamiento político de las variables económicas
luego de esos acontecimientos. En términos económicos, diría que el relato
oficial, deflactado de su propia exageración, da una idea aproximada de lo que
significó ese ciclo. Un piso más alto para las condiciones sociales y
económicas respecto de la década anterior. Sobre todo por la centralidad que
adquirió el empleo. En términos periodísticos, la agenda y los protagonistas de
la agenda cambiaron. La discusión y los acontecimientos vinculados a las
noticias económicas se despojaron de la falsa neutralidad de la década anterior
y se convirtieron en abiertamente políticos. Las entidades empresarias, los
gremios, los actores políticos cobraron relevancia y la agenda se enriqueció en
temas y protagonistas.
—¿Y qué cosas
cambiaron en particular en Rosario?
—Creo que el mismo proceso descripto anteriormente se dio en
Rosario con mucha intensidad. En la región se anticipó la crisis de 2000/2001 y
también la recuperación de 2002/2003. Fue escenario del conflicto del campo y
de la pelea para defender los empleos durante la crisis de 2009. La burbuja
inmobiliaria y la persistencia de una tensa situación social también son
características de esta década que tuvieron especial anclaje en la ciudad. La
criminalidad económica y la violencia que desata también fueron anticipatorios,
al menos en su visibilización pública, de una tendencia nacional. Hoy Rosario
es como una ciudad de frontera, como aquellas del siglo XIX, en las que la
violencia y la corrupción forman parte del dispositivo de disputa de una
riqueza bastante obscena y la reconfiguración del territorio, de espacios,
negocios, instituciones y de hasta las mínimas normas de convivencia.
—¿Hay ciertos rasgos
que se repiten en el desarrollo económico de Rosario por su vinculación al
agro, la exportación de granos, la Bolsa de Comercio? ¿Hubo cambios en esos
“patrones” en estos últimos tiempos?
—Los historiadores con formación económica tendrán mayores
elementos que yo para decirlo, pero se me ocurre que en los últimos años la
economía de la ciudad puso en un nuevo valor las características que la
acompañaron en su transformación en ciudad, allá en los tiempos de Urquiza.
Puerto, granos, comercio y la industria, innovación y la institucionalidad que
surge de la relación entre esos factores. El relato que la ciudad parece
haberse dado a sí misma va por ese lado. Por supuesto, la impronta del
peronismo y el desarrollismo también se nota en su estructura productiva, en la
conformación industrial y en las tensiones sociales que conlleva. Se me ocurre
que como característica específica de los últimos años aparece la conformación
de un polo de agregación de alto valor a la industria agropecuaria, el
desarrollo de un sector de ciencia y tecnología importante, una industria
cultural y del turismo relevante y la burbuja inmobiliaria. Por lo que se vio
en la crisis de 2008/2009 creo que la creación de un tejido de organizaciones
sociales, gremiales y políticas vinculadas a la defensa del empleo tiene las
condiciones de convertirse en un actor político importante en la región, aunque
esta construcción siempre es más lenta y más frágil que las otras, que en
definitiva siguen la ruta del dinero.
—¿Cuáles son los ejes
de análisis más frecuentes en tus indagaciones en torno a la economía de la
región?
—Muchas veces es la agenda la que lo lleva a uno más que lo
que uno puede predecir. Creo que en la regularidad que aparece sobre el
carácter anticipatorio de ciertos fenómenos que se dan en la ciudad, respecto
del país, hay un tema importante para recorrer. Especialmente a la hora de indagar
sobre tendencias en el nivel de actividad, los conflictos distributivos y el
impacto en el sistema político. Entiendo que hay una tradición de periodismo
económico que ha sabido dar cuenta de la creación de riqueza, sus personajes y
sus instituciones en estos últimos años. Opino que incorporar la pregunta sobre
la distribución y sus conflictos asociados podría ayudar a dar cuenta del
fenómeno por el cual los sueños de prosperidad se transformaron en un pesadilla
de violencia.
—¿Sos de fiarte de
ciertos pronósticos económicos como los que auguran ciertas consultoras?
—Como en botica, hay de todo. Por supuesto, que detrás de
muchos de estos pronosticadores hay toneladas de prejuicios, histeria,
operaciones políticas, contradicciones, publicidad y aventurerismo. Más notable
es la demanda que tienen. Hay como un circuito económico creado en torno de esa
industria del consultor que se mueve casi como una lógica autónoma. Basta ver
cómo en algunos congresos empresarios esas presentaciones van acompañadas de
una producción artística que los convierten casi en shows de stand up. Es
difícil pensar que de alli surjan análisis complejos de los procesos políticos
y económicos. Pero los muchachos se hacen sus mangos, la gente los consume como
al horóscopo y los suplementos económicos tenemos una página resuelta. Y si
alguna predicción se le echa la culpa a “la política, la demagogia y el
populismo” o al “viento de cola”.
—¿Cuáles son los
economistas que más seguís y por qué?
—Sergio
Arelovich es al que más seguimos en la sección. Hemos hablado mucho e
intentado aprender sobre la economía regional y el mercado de granos del
fallecido Rogelio
Pontón. Puede ser una gran contradicción porque están en las antípodas
ideológicas pero creo que el punto común es la profundidad y el desprejuicio
puesto en el abordaje de sus objetos de estudio. Sus puntos de vista, muy
firmes, fueron orientados a conocer más y no a oscurecer las cosas. Entre los
economistas más mediáticos o de la “city”, creo que Miguel Bein
suele predecir escenarios económicos de una forma más ajustada que el resto de
sus colegas. Seguro mi ignorancia me impide mencionar economistas muy buenos,
que seguro los hay muchos.
—Desde Lavagna a
Marcó Del Pont o Kicillof, el gobierno nacional movió muchos funcionarios en el
área económica, ¿cuáles de esos cambios te parecen que muestran una fisura o
una falla en el plan económico?
—Creo que los cambios de este año vienen a corregir errores
fundamentalmente políticos, que surgen de una mala lectura del enorme resultado
electoral de octubre de 2011. La idea de que ese resultado blindaba cualquier
decisión, cualquier ensayo y cualquier actitud. El gobierno pagó caro
decisiones y no decisiones que tienen que ver más con caprichos que con
estrategias de gobierno. A grandes rasgos creo que hubo una etapa de
reconstitución económica, de la salida del modelo de valorización financiera al
nuevo ciclo de la posconvertibilidad, que tiene como Lavagna a referente
técnico. Una etapa de avance redistributivo en el ciclo 2009/2010, cuya agenda
fue marcada por organizaciones sociales y asumida por la presidenta y por
Kirchner, y una etapa de autorrestauración que comenzó con el famoso discurso
de la extorsión sindical y luego fue puesta en terreno de disputa por la misma
realidad. La crisis energética obligó a estatizar YPF y la fuga de dólares,
habilitada como mínimo por la inacción oficial, obligó a transitar el camino de
la pesificación. Un camino que hubiera significado un cambio estructural
positivo, pero que el gobierno no supo, no quiso o no pudo sostener. Es difícil
cuando queda al cuidado de funcionarios que mueren por los audis y por los
veraneos en el exterior. Creo que el nuevo gabinete entra en el medio de una
disputa distributiva feroz, con resultado abirto pero con mucha probabilidad de
ajuste. Un economista heterodoxo respondía hace poco a la pregunta de una
periodista de la sección sobre el futuro de la economía, advirtiendo que si no
fuera Kicillof el ministro, seguro desde ese espacio económico se estaría
denunciando la política económica como un típico ajuste de devaluación para
bajar los salarios reales. Creo, igual, que ver la complejidad del tema. Hay un
proceso en disputa.
—¿Cuáles fueron a tu
entender las medidas más perjudiciales para la economía a nivel nacional y
regional durante estos últimos años?
—La financiación con las reservas de la fuga de divisas, la
liquidación de los organismos de estadística que dejaron sin elementos mínimos
de arbitraje al Estado en la puja por las expectativas económicas, la funcional
distracción de todos los niveles de gobierno en la lucha contra el empleo en
negro, la falta de decisión para democratizar la actividad sindical, que
hubieran elevado las condiciones de trabajo y el salario; la no intervención en
el mercado inmobiliario para mejorar el acceso de los trabajadores a la
vivienda y frenar la burbuja en el sector, son malas decisiones que ya se están
pagando en materia de sobrevivencia del modelo de la posconvertibilidad. Forman
parte de una plancha que todos los niveles gubernamentales comenzaron a hacer
en el pico del ciclo expansivo.
—Son muchos los que
señalan en la clase dirigente empresarial rosarina un afán de lucro superior al
de la inversión y el apoyo de ciertas causas: por ejemplo, la falta de fondos
privados para obras, cultura, etcétera. ¿Desde tu punto de vista esto es así,
el empresariado rosarino difícilmente invierte en otras cosas que no sean el
capital?
—Creo que no es muy distinta a cualquier clase empresarial
del mundo. Entiendo que el esfuerzo debe estar en fortalecer el poder
regulatorio del Estado y la sociedad civil. Fueron saludables en las sucesivas
crisis de diciembre los pronunciamientos de entidades empresariales como Fisfe o la AER, alineándose con el sistema político. La
última década abrió también un debate político e ideológico muy rico entre los
dirigentes empresarios. Que se acaba, por supuesto, cuando empiezan las
paritarias.
—Creo que como
producto de la hecatombe de 2001 comenzaron a escucharse las voces de
economistas que critican el modelo neoliberal, ¿cómo influyó en tu forma de
pensar la economía y hacer periodismo económico el 2001?
—Creo que la crisis de 2001 y el proceso de
posconvertibilidad abrió la agenda pública a nuevos actores, incluso
economistas y nuevos temas. Es una de las cosas más saludables de ese proceso,
a pesar de la caricaturización a la que se pretendió someter ese debate con
discursos binarios e histéricos, desde distintos lados.
—¿Qué libro, página
web, blog recomendarías para que un neófito se entere de cómo funciona la
economía?
—No sigo muchos blogs. Leí
recientemente la novela histórica, podría decirse, llamada La
gran búsqueda, de Sylvia Nasar. Se me ocurre que es una accesible y
entretenida forma de entrada a la formación de las ideas económicas, con la
simplificación de una novela, claro está, y con un claro alineamiento de la
autora en una de esas corrientes. A modo de manual, hay un libro-entrevista a
John Kenneth Galbraith sobre macroeconomía, Introducción
a la economía, que es muy útil. La lista es inagotable. La colección
sobre la historia del capitalismo agrario pampeano de Osvaldo Barsky es imperdible, El imperio de las finanzas, de Julio Sevares,
también; así como cualquiera de los libros de Jorge Schvarzer, Eduardo Basualto
y/o Martín Schorr. Cuentas
pendientes, compilado por Horacio Verbitsky es una buena lectura para
estos días.