Todas las imágenes en el sitio de Nicola Costantino.
Con Savon de corps (2004), obra en la que había fabricado lujosos jabones de tocador con un 3 por ciento de su grasa corporal, obtenida tras una lipoaspiración, detestaba lo que hacía Nicola Costantino y creía que podía fundamentar ese rechazo con las palabras de Jacqueline Lichtenstein cuando visita el museo de Auschwitz y se dice que le parece que está en un museo de arte contemporáneo –tal como lo refiere Paul Virilio en “Un arte despiadado” (2003)–: “Ellos (los nazis) ganaron, ya que impusieron un modo de percepción que es una unidad con el modo de destrucción tan propio al que dieron lugar”. Es decir, no había caído en la cuenta de que Lichtenstein se refería a un museo de la memoria, mientras que Costantino, con Savon de corps, estaba haciendo arte contemporáneo y, sobre todo, estaba poniendo el cuerpo, su cuerpo y, con ello, actualizando el que sigue siendo el más contemporáneo de los acontecimientos de la modernidad, el plan de exterminio de la Alemania nazi, ese que desnuda, descarna lo real de la acumulación del capital: en su expresión más acabada, el capitalismo paga el trabajo con la muerte, con el consumo de la vida de los esclavos que producen los bienes de consumo.
Después leí aquél artículo de Carlos Kuri
en la revista Nueve Perros
que se llamaba, así, sin pelos en la lengua, “El jabón de Nicola Costantino”,
donde reseña: “Los objetos de Costantino exponen aquellos estados del cuerpo
que hay que suprimir de la vista. Lo cadavérico en la comida, lo inhumano en la
moda, el cuero, la piel y la cabellera humana en la vestimenta, y ahora el
dominio de la cosmética y la cirugía”. Y escribe también Kuri en ese texto que
encabezará un libro próximo a publicarse con la obra reunida de Costantino: “La
estética en Costantino es así el relámpago de una mutación de lo ideativo y
ético, lo ético y la idea se deshacen en obra, no duran más que lo necesario
para producir el resplandor de lo secreto”.
En fin, trabajo, consumo y muerte han sido los
temas sobre los que gravita la obra de Costantino. Al principio me maravillé
con el oficio puesto en la fabricación de sus objetos, pero a partir de su
trabajo con la fotografía y el video (desde 2007 en adelante) comencé a ver una
suerte de unidad con historia. Por ejemplo, en su video instalación “Vanity
con tocador”, Costantino aparece en el espejo de un tocador maquillándose
el rostro. Y ese rostro, en ese espejo oscuro, que no nos muestra nuestro
reflejo, sino el de ella, pero en el gesto automatizado de maquillarse
eternamente, su rostro va convirtiéndose en los distintos rostros que nos
enseñó el cine, desde los pálidos maquillajes de los films mudos e
impresionistas de los 20 hasta los cargados y coloridos de los 80, como si al
modelar su rostro modelara la historia. Me digo y hasta se lo pregunto a ella:
su trabajo parte del cuerpo, de manipular con arcilla cuerpos animales, la piel
de “Peletería humana” para, una vez que ese universo cobrase forma, una vez
erguido el gólem
de su creación, desplegar las imágenes de un sueño demiúrgico.