A mediados del año pasado la editorial
porteña Caja Negra publicó Después
del rock, primer libro que apareció en el Río de la Plata de Simon
Reynolds, uno de los críticos y escritores sobre la escena musical más lúcidos
y notorios de la contemporaneidad. Ahora la misma casa editora puso en
circulación Retromanía. La
adicción del pop a su propio pasado, un volumen que analiza el fenómeno del
retorno al pasado reciente de una manera sugestiva y llena de desvíos
exquisitos.
Las fuentes de Reynolds son tanto las
entrevistas a músicos y productores, las revistas especializadas, como los
autores Giorgio Agamben, Andreas Huyssen, Jacques Derrida o el zigzagueante
historiador-ensayista Raphael Samuel, entre otros. Es decir, Reynolds no viene
a describir los retornos de bandas del punk como New York Dolls o Gang of Four
en los 2000, sino a contar una historia y a analizarla junto con algunas de las voces más descollantes de
estos últimos años. Por eso se engañaría quien se metiera con este libro en
busca de eso que solía llamarse la actualidad musical.
Retromanía se pregunta, a propósito del boom revivalero de las últimas dos
décadas, con bandas que regresan tras veinte años de inactividad, con nuevos
músicos que rescatan figuras de los 60 como la Lady Singer para salpicarlas con
tendencias actuales como la finada Amy Winehouse, o mutantes de los escenarios
del glam, como Lady Gaga; en ese panorama, y sin desatender las ramificaciones
que el fenómeno tiene en el arte o en ese terreno mucho más extenso que es la
“museificación del pasado”, Reynolds se pregunta: “¿Qué ocurrirá cuando nos
quedemos sin pasado? ¿Nos estaremos dirigido a una suerte de catástrofe
cultural-ecológica, en la que los recursos de la historia pop se habrán
agotado?” Y, luego, retoma el interrogante de Huyssen: “¿Por
qué estamos construyendo museos como si no hubiera futuro?”
Claro, el auge del archivo y los registros
en la era de YouTube y el blog colaboran en parte a explicar algunas cosas, pero
cuando Reynolds hace una crónica de sus visitas a los distintos museos del rock
y el pop británicos, o a los recitales de regreso de bandas emblemáticas del
punk y postpunk, la aventura física por los derroteros de la nostalgia se convierte,
reflexiones mediante, en la odisea metafísica de pensar por qué el “evento”, lo
que acontecía de modo inesperado para marcar un momento liminar entre el pasado
y el futuro, de modo que las cosas ya no serían como habían sido; por qué el
“evento”, decíamos, se convierte en algo “que ha ocurrido antes”.
Las páginas de Reynolds en Retromanía tienen por momentos el filoso
resplandor del augurio y la revelación, aunque se refieran al pasado, porque
ese pasado es, a esta altura, la suma de las expectativas sobre el futuro que
sería y no es. Así sus líneas más intensas nos muestran el pasaje a la
fantasmagoría del porvenir: “La reescenificación –escribe, a propósito de la
reedición de happenings e intervenciones de los años 70 a mediados de los 2000–
es como una forma espectral de arte performático: lo que presencia el espectador
nunca alcanza una presencia completa”.
Los conceptos de Reynolds caben también en
lo contemporáneo
según aquella definición de Agamben: “La contemporaneidad se inscribe en el
presente señalándolo sobre todo como arcaico y sólo quien percibe en lo más moderno
y reciente los indicios y las signaturas de lo arcaico puede ser su
contemporáneo”. En otras palabras, Retromanía
explora la idea de haber llegado tarde (como generación), la nostalgia por
un futuro que moldeó la juventud y que ya no será o, para usar la metáfora de
Montaigne, la imposibilidad de “hacer pie” en un presente que, como el mismo
Reynolds enuncia, se ha vuelto “un país extranjero”.
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