Elvio Gandolfo nació en 1947 en Mendoza pero para la gran
mayoría es un escritor rosarino, aunque vive en Montevideo desde fines de los
70. Es que aquí, con su padre y uno de sus hermanos, fundó la revista ya
legendaria el lagrimal trifurca (1968-1976), donde se conocieron poetas y
narradores –por caso, Mario Levrero– hasta entonces ignotos en la zona. Es una
narrador reconocido y admirado, además de un periodista cultural de vasta e
influyente trayectoria. Sin embargo, pese a ser traductor de un volumen fundamental
sobre poesía beat, no había publicado un libro de poemas hasta que la pequeña
editorial Iván Rosado (funciona en la galería Dominicis, en Corrientes y Catamarca)
sacó hace un mes El año de Stevenson, que reúne versos que Gandolfo escribió,
según está planteado el tomo, cada día durante un trimestre (“Primer trimestre”
es el subtítulo de este primer volumen al que, aseguran desde la editorial, le
seguirán otros tres). Gandolfo estuvo invitado al XXII Festival de Poesía de la
ciudad (que terminó el sábado 27 de septiembre).
Gandolfo en el XVII Festival de Poesía de Rosario. Footografía de Giselle Marino.
En El año de Stevenson, a diferencia de sus narraciones (y
no es que estos poemas no sean narrativos), parece que las historias y los
detalles provinieran de alguien que camina al lado de uno. Los poemas sobre
mujeres son infinitos, porque abarcan gestos grandiosos, cosas de muchos años
atrás que regresan, o clases sociales y paisajes que abarcan enormes
distancias. Tal como suelen ser las conversaciones sobre damas que ejercieron
un sostenido influjo en hombres de imaginación febril. Pero también los
retratos de hombres mayores que se derrumban o se murieron y aparecen dibujados
en algo casi nimio, que suele ser la literatura, el cine o sus derivados: los
festivales de cine, los encuentros literarios, ese orbe que alguna vez pudo
vislumbrarse como una entrada de enciclopedia y ahora es un lugar de trabajo.
Hay, en El año de Stevenson, como acotaciones, apuntes a
veces irónicos sobre ese mundo del periodismo cultural al que pertenece
Gandolfo; por ejemplo, la imagen del narrador que llega a su casa después de un
periplo por un festival de cine y se deshace de la bolsa con libros y programas
para volver a salir. O el hallazgo del término “poeticas” en una columna de Diario
de Poesía que sorprende al ineludible Gandolfo-narrador-del-poema porque se
maravilla e interpreta que algo del orden de lo centroamericano ingresó al fin
al Diario (“poeticas” en lugar de “poetisas”) cuando cae en la cuenta de que se
trata de un error de tipeo y la columnista se refiere a “poéticas”; lo que a la
vez enfatiza la distracción con la que nuestro narrador estuvo leyendo la
página.
Escritos como un diario y, de hecho, apegado a circunstancias
de su vida –“Mi hija se mudó de casa”, cuenta Gandolfo, “Mi viejo estaba
enfermo”–, El diario de Stevenson es el título de una novela que nunca llegó
a escribir. Además del organigrama de esa representación –la entrada
correspondiente a cada día del trimestre–, Gandolfo fue fiel al orden en que
fueron escritos los poemas.
“Es lo que tiene de bueno la poesía –dice Gandolfo–, que no
lo tiene en este momento el relato, que fue muy experimentador en el siglo XX
pero en este momento está pinchado: la novela en especial, no así el cuento,
que sigue siendo igual o más experimental que la poesía”.
Es que los poemas de El año de Stevenson incluyen desde
paisajes, reflexiones –la poesía filosófica–, retratos, conversaciones,
pequeñas crónicas iluminadas o bosquejos irónicos: “La tarea es fácil:
–escribe–/ sólo debés/ enamorarla./ Pero a la vez/ difícil:/ no puede/ ser
posible”. Además de esos registros de conversación que hasta ahora sólo
habíamos espiado en algunos de sus relatos. Por ejemplo, el poema “Bandazos”: “¿Se
te salió la cadena/ te descontrolaste?/ ¿Perdiste la brújula/ te
desorientaste?/ ¿Andás sin corazón,/ te desamoraste?/ ¿Estás pensando,/ te
desidiotizaste?/ ¿Ahora sos bacán,/ pelechaste?/ ¿Te pasaste al poder,/
pechaste?/ ¿Eras flor de romántico,/ te desilusionaste?/ ¿Te fuiste del
presente,/ te pasaste?/ ¿Patinaste en el riel,/ te descarrilaste?/ ¿Le erraste
al trampolín,/ te reventaste?/ ¿Fuiste, loco, fuiste?”
Lo mejor de este libro de Gandolfo es que parece ofrecernos
un recoleto paisaje íntimo que, en realidad, amplifica una melodía que es tanto
la época como un rincón de cualquier ciudad rioplatense. Sólo eso lo hace
imprescindible.