El sexto episodio de la primera temporada
de Justified
(la serie cruza los genios del escritor Elmore
Leonard
y el guionista Graham
Yost)
se llama The
Collection
–sí, “La colección”. Allí, de algún modo al margen de la
intriga principal –aunque sabemos que todo son márgenes en estas
historias del oeste de ayer y de hoy–, un coleccionista de arte se
muestra interesado en lo que son, según nos dice, unas
falsificaciones de algunos de los cuadros que Adolf
Hitler pintó en Viena
entre 1908 y 1913 (muchos de ellos retenidos por el Estado americano
después de la Segunda Guerra). Todo esto sucede en Lexington,
Kentucky. Nuestro coleccionista le ofrece incluso a nuestro héroe,
Raylan
Givens
(Timothy
Olyphant),
que eche un vistazo a la colección que tiene de esas pinturas. El
convite es también motivo de asombro y hasta de mofa en un diálogo
entre el marshal
federal
Givens y su compañero. La cosa pasa, nuestro marshal resuelve el
caso y, sobre el final, el coleccionista abre una puerta y, como
quien no quiere la cosa, le cuenta en breve su historia: su padre
nazi, sus tempranos días en Alemania, y así. Entonces la cámara se
aleja, el coleccionista extiende las manos y, sobre unos estantes,
vemos un montón de frascos cerrados, rotulados y exhibidos en algo
que podría estar a mitad de camino entre una vitrina y una despensa:
son los cuarenta y pico de pinturas de Hitler que pudo comprar hasta
ahora convertidas en cenizas y almacenadas allí. Antes, el
coleccionista le ha dado a Givens algunas precisiones de cómo
identificar un cuadro falso de Hitler, aparte de los aceites y telas
de la época: no era bueno con las figuras humanas, fallaba en los
detalles, las personas –más o menos le dice– sólo acompañaban
el paisaje.
Esa
escena, de una sobria justicia poética, nos lleva a reflexionar de
nuevo sobre esa relación entre el arte y la colección, entre el
artista –demos por un segundo esa entidad al pintor que pintó en
Viena aquellas postales– y el coleccionista que interviene sobre
esas “obras” y, antes que nada, sobre la “obra” por la que se
recuerda a Hitler: cenizas, una consumación que opera ética e
históricamente.
“Coleccionar
–leemos en la Obra
de los pasajes–
es una forma del recuerdo remitida a la praxis, y es la más
terminante entre las distintas manifestaciones profanas de la
‘cercanía’”. Nuestro coleccionista de Justified
no sólo acopia cuadros del asesino, pone en práctica con ellos una
forma de conjuro que consiste en reescribir los recuerdos de su padre
alemán y, a la vez, reescribir, en esa pequeña porción de espacio
privado que es su colección, las líneas de la Historia, una
historia que, con ese acto, vuelve a ser puesta en escena, acontece y
entonces nos incluye, nos re-presenta. Cuánto desearíamos que
hubiesen más coleccionistas así.
P.S.: De Graham Yost vemos también The Americans.
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